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Greimas y su búsqueda de los modelos de transformación

En su Semántica estructural97, Greimas aborda en uno de los capítulos la reestructuración del sistema de Propp en la búsqueda de un modelo de transformación del cuento, que sirva para explicarlo, para hallar su sentido, desde la propia estructura, se entiende.

En tan ambicioso objetivo el autor francés se propone reducir «de modo apreciable» el inventario de las funciones de Propp, emparejándolas a continuación, hasta lograr un conjunto funcional lo más simple posible. Sólo así se podrá ver, en un tercer paso, por qué han de sucederse obligatoriamente las funciones del cuento maravilloso y, cuarto paso, si esta sucesión obligatoria, reducida y de carácter binario se debe a una transformación real de estructuras, unas en otras, a lo largo de la narración.

Antes de pasar al nuevo inventario de Greimas, conviene puntualizar que este autor trabajó inicialmente, al igual que Lévi-Strauss, sobre la primera edición del libro de Propp, lo cual forzosamente ha de explicar ciertas deficiencias en la lectura que hace Greimas. Por ejemplo, cuando empareja las funciones XII y XIII (Asignación de una prueba al héroe y Reacción del héroe a dicha prueba), comenta: «del mismo modo que el mandamiento es seguido por la decisión del héroe, la asignación de la prueba no puede por menos de ser seguida por su aceptación»98, cuando precisamente Propp, en la edición corregida y ampliada de su libro, dice: «En la mayoría de los casos la reacción puede ser positivista o negativa»99, queriendo decir que, dentro de cada especie, ésta podrá ser aceptada o no aceptada por el héroe. Por ejemplo, si el héroe ha de saludar al donante, lo hará o no lo hará, lo mismo que si ha de hacer un servicio; puede hacer incluso otro servicio distinto al que se le propone como prueba, e incluso no superarla.

Nuevamente se plantea también la utilidad o conveniencia de reducir el nivel semántico (las especies), al nivel semiológico (el género), empleando ya la terminología del estructuralista francés, para operar sobre ellas. En todo caso, la oposición que plantea el último entre asignación de la prueba y su afrontamiento positivo, como forzosa, es algo que se debe a Greimas, y no a Propp, el cual, conociendo más de cerca los casos reales que se podían dar en los cuentos, habló de una agrupación de tres funciones, y no de dos, sin perfilar demasiado el asunto. Dice Propp: «La prueba a que el donante somete al héroe, su reacción y su recompensa [la entrega del objeto mágico], constituyen [...] un cierto conjunto. Otras funciones, en cambio, son aisladas»100.

¿Cuál puede ser, pues, la utilidad de las categorías sémicas binarias de Greimas? Para nosotros sólo tendrán valor en cuanto a ciertas conclusiones generales que se desprenden de la nueva sistematización, como por ejemplo: que hay una redundancia evidente en tres puntos del cuento maravilloso, y que son: el paso de la función IX a la X, de la XII a la XIII y de la XXV a la XXVI. En todos esos, momentos, alguien manda hacer algo al héroe, que ha de demostrar si puede hacerlo o no, de lo que se derivará una consecuencia, casi siempre positiva. Estas tres funciones se pueden considerar como una sola transformada. La primera identifica al héroe, la segunda es la principal y lo cualifica, y la tercera lo glorifica.

Veamos, antes de seguir adelante, cómo es la reagrupación del sistema realizado por Greimas, donde las 31 funciones de Propp quedan reducidas a 20, de ellas 11 binarias y nueve simples:

1.º Alejamiento

2.º Prohibición vs. Transgresión

3.º Interrogatorio vs. Complicidad

4.º Engaño vs. Complicidad

5.º Fechoría vs. Carencia

6.º Mandamiento vs. Decisión del héroe (Momento de transición vs. Principio de la acción contraria)

7.º Partida

8.º Asignación de una prueba vs. Decisión del héroe (Primera función del donante vs. Reacción del héroe)

9.º Recepción del objeto mágico (o de un auxiliar mágico no cosa)

10.º Desplazamiento

11.º Combate vs. victoria

12.º Marca

13.º Reparación (de la carencia o fechoría)

14.º Vuelta (retorno)

15.º Persecución vs. Socorro

16.º Llegada de incógnito

17.º Asignación de tarea difícil vs. Tarea cumplida

18.º Reconocimiento (del héroe)

19. Descubrimiento del traidor vs. Transfiguración del héroe

20.º Castigo (del agresor) vs. Matrimonio101.

A la vista del nuevo esquema, uno siente la tentación de volver a actuar sobre él; entendiendo que habría la posibilidad de agrupar las funciones de tres en tres o de alguna otra manera que en este momento no vamos a seguir102.

Se observará que en las funciones binarias, el término (sema) de la izquierda es negativo, o al menos prepondera en él un matiz negativo (prohibición, mandamiento, persecución, etc.), mientras el sema de la derecha es positivo (decisión, afrontamiento, logro; respectivamente). Esto es básico en la concepción de Greimas, pues permite la anulación de la oposición en cuanto algún otro elemento pueda anular, negar, el término negativo, dando paso a un procedimiento dialéctico (la negación de la negación, encaminado a entender la evolución del relato como una evolución de su estructura interna. Permite, además, una notación simbólica de las estructuras bastante enojosa por cierto, y que nosotros vamos a evitar siempre que sea posible.

La 1.ª conclusión general que extrae Greimas de la homologación de estructuras en que se prohíbe y se infringe, se manda y se acepta es que subyace a todo ello la estipulación de un contrato general en el cuento, que queda roto y que ha de ser restablecido. Esto último ocurre con el episodio final, las bodas. Greimas reinterpreta de este modo el contenido real de cada cuento mediante una segunda abstracción, con lo que cada vez nos estamos alejando más de la materia concreta.

Continúa analizando otros momentos de la estructura, tales como la prueba que sufre el héroe (de lo que ya hemos dicho lo fundamental). La ausencia del héroe (donde Greimas opina que el punto culminante es el combate del héroe con el traidor: que la rapidez con que se desplaza el héroe debe corresponderse con la intensidad del deseo); la alienación y la reintegración en el cuento (donde dice que «las funciones iniciales negativas se desarrollan paralelamente a las funciones terminales positivas», y también: «El estatuto estructural de las secuencias inicial y final del relato [...] se trata de una estructura común de la comunicación (es decir, del intercambio), que comporta la transmisión de un objeto: objeto-mensaje, objeto vigor, objeto-bien»103.

El resultado de toda esta reducción, reagrupación e interpretación, Greimas lo presenta como la secuencia: ruptura inicial de un orden, cualificación de un héroe reparador mediante ciertas pruebas, búsquedas, petición y reintegración, con restauración final del orden.

La parte más importante de este análisis aparece cuando Greimas advierte que todas las funciones emparejadas se dejan transformar en una categoría sémica elemental (en una segunda abstracción), menos una: la prueba. Así, el mandamiento y la aceptación puede ser interpretado como contrato (categoría sémica elemental), de la misma manera que emisión vs. comunicación se reasume en la categoría comunicación. En cambio, si designamos la prueba a que se somete al héroe y la aceptación de éste con cualquier otro término más abstracto, por ejemplo, «lucha», no sabemos nada de lo esencial, y lo esencial es saber, primero, si el héroe acepta o no esa prueba (en lo que Greimas manifiesta una desconcertante contradicción con su propia lectura anterior, en la que, según vimos, creía el francés que forzosamente habría de ser aceptada), y, en segundo lugar, si el héroe sale triunfador o no, pues también vimos, en Propp, que el héroe incluso podía ser derrotado en esta fase del relato.

Greimas extrae la conclusión de que la prueba es «el núcleo irreductible que da cuenta de la definición del relato como diacronía»104, esto es, no puede ser reducido fuera del tiempo, puesto que sólo la lectura de cada cuento permitirá conocer lo real. «La prueba -añade- constituye, en este sentido, una cierta manifestación de libertad»105, llegando a ver en ella una «connotación mítica suplementaria, el sentido de la afirmación de la libertad del héroe».

En relación con los cuentos maravillosos españoles, tal vez esta interpretación explique por qué muchos de ellos empiezan directamente por la prueba, y que la ausencia de esta función se haga sentir tanto más extraña.

Coincide en este punto Greimas con Lévi-Strauss (aunque el francés no lo indica), por cuanto siendo la prueba una función redundante con otras dos del cuento (el mandamiento inicial y la tarea final), resulta, pues, conforme con el paradigma, y es paradigma; mientras que, por otro lado, al ser ella misma irreductible fuera del tiempo, queda como una función diacrónica, esto es, sintagmática. Paradigma y sintagma a la vez, por eso la prueba sería el punto culminante de la acción (clímax) (en esto es igual a lo que ocurre en el relato literario moderno).

Otra conclusión importantísima que se desprende de este hecho singular, y que no hemos visto claramente expresada en ninguna parte, es que la relación entre sintaxis y semántica debe pasar inevitablemente, según estos indicios, por un punto de la secuencia textual que sea a la vez una función de orden relacionante y un contenido irreductible, independiente. La contradicción que aparece entre ambas cualidades conforme a la gramática tradicional ha de ser superada en ese punto, cruce real de lo sintagmático con lo paradigmático. Fuera de una localización exacta, sabemos que este elemento se traduce en lo que denominamos sentido, es decir, el valor significativo de un texto y sólo de él, su significación relativa. En un texto narrativo le llamaremos la clave del sentido; puede manifestarse incluso a nivel de morfema, y su aislamiento no resulta demasiado difícil por su inevitable conexión con lo más importante del contenido abstracto, por ejemplo, el resumen del argumento de una novela. Así, la declaración del testigo principal, en un relato policíaco. Pero, ¿y un texto no forzosamente narrativo? Siempre hemos sospechado que la lengua no existe -salvo en las gramáticas-; que lo que existe es el habla. Ahora bien, ¿cómo puede explicarse este fenómeno del sentido, si no es admitiendo que el sentido es lengua y habla a la vez, en lo real, en el texto? Es tanto como admitir que todo texto es redundante, y que uno de los puntos de la redundancia es, sin embargo, el más original de todos cuantos componen el texto. Al menos de una forma provisional nosotros lo admitimos, y lo enunciamos como hipótesis: en todo texto, aquello que define su cualidad diferencial, en cuanto al sentido, se halla en un punto cualquiera de los elementos redundantes, preferentemente situado en una posición central del discurso.

En un epígrafe de este capítulo titulado «El resorte dramático del relato», Greimas hace una fugaz alusión a Souriau, tras definir el dramatismo del relato como la separación, el alejamiento, entre ciertas funciones. La deuda con Souriau es, sin embargo, y en opinión de Todorov, más intensa. Este último lo resume así, incluyendo otra deuda con Tesnière.

«Unos veinte años después, E. Souriau hizo un trabajo similar al de Propp partiendo del teatro. Souriau distingue los personajes de los papeles (que él llama "funciones dramáticas") y entrevé la posibilidad de una repartición de las dos clases. Sus papeles o funciones son las siguientes: «la Fuerza temática orientadora, el Representante del bien deseado, del valor orientador; el Receptor virtual de ese bien (por el cual trabaja la Fuerza orientada); el Opositor; el Arbitro, que atribuye el bien; el Auxilio, desdoblamiento de una de las fuerzas precedentes.

A. J. Greimas ha retomado los dos análisis precedentes (Souriau y Propp) procurando sintentizarlos; por otro lado, ha intentado vincular este inventario de funciones con las funciones sintácticas de la lengua y siguiendo a Tesnière, ha introducido la noción de actante. Los actantes de Greimas son: Sujeto, Objeto, Emisor "Destinateur", Destinatario, Adversario, Auxiliar. Las relaciones que se establecen entre ellos forman un modelo actancial. La estructura del relato y la sintaxis de las lenguas (que contiene algunas de esas funciones) se convierten así en manifestaciones de un modelo único. Los actantes de Greimas ilustran una diferencia en la concepción de las funciones o papeles en Souriau y en Propp. Este último identifica cada papel a una serie de predicados; Souriau y Greimas, en cambio, lo conciben fuera de toda relación con un predicado. Esto significa que Greimas opone los papeles (en el sentido de Propp) a los actantes, que son puras funciones sintácticas»106.



En un artículo del año 73, Greimas desarrolla los conceptos de actante, actor, y figura107, sobre la misma base de sus equivalencias sintácticas, pero ya plenamente en el dominio de la semiótica y con ayuda de los conceptos básicos de la gramática transformacional. Las equivalencias entre el cuento y la sintaxis son trascendidas incluso al ámbito de la imaginación, cuya estructura elemental articula también la significación del relato en conjuntos isótopos, tanto si se trata de la imaginación del narrador como de la del receptor. Dando un paso más, la equivalencia alcanza a la relación del hombre con el trabajo, como productor de valores-objeto que ha de poner en circulación en una estructura de intercambio. En el plano individual, esta misma estructura del modelo único se manifiesta como la relación del hombre con su deseo y «la inscripción de este deseo en las estructuras de la relación interhumana»108. La transmisión de un objeto entre un emisor y un destinatario se consolida así como la estructura fundamental del cuento, del lenguaje, de la producción, de la satisfacción de los deseos y de la presencia del deseo, con su objeto, en las relaciones sociales. Finalmente todo esto parece responder a un conjunto de relaciones paradigmáticas subyacentes a los personajes-tipos (actantes), que los inviste de moralidad positiva o negativa. Este valor moral de las relaciones entre los personajes-tipos pertenece exclusivamente a un paradigma, es decir, escapa a las relaciones sintagmáticas, a lo que pueda ocurrir concretamente en cada cuento, pero es inseparable de cada cuento.

Con esto volvemos a la peculiar relación sintagma-paradigma, que ha sido la tentación universal de todos los investigadores de la narración. Que la moralidad es, pues, un hecho paradigmático, implicado en la estructura, lo prueba el hecho de que entre el personaje y su papel no existe siempre el mismo vínculo, aunque a primera vista pueda parecer que sí. Ya se dio cuenta Propp de que había que distinguir dos cosas: el personaje y su esfera de acción (también Souriau aplica esto al teatro). La esfera de acción del malvado, por ejemplo, abarca varias acciones (fechoría, combate, persecución), pero pueden ser realizadas por el mismo personaje o por varios. Tanto si hay uno como varios, el personaje tendrá un aspecto principal, que Greimas, siguiendo a Tesnière, llama actante (son actantes, como vimos: Sujeto, objeto, emisor, destinatario, adversario y auxiliar). Caso de haber varias versiones del actante en un cuento, se llamarán actores. Curiosamente, Greimas ha mezclado en la nomenclatura de sus actantes la terminología lingüística con la del cuento propiamente dicho, queriendo con esto habituarnos a pensar bajo ese modelo único del que hablábamos reiteradamente. Pero lo más destacable es que Greimas ha introducido como actante el objeto, es decir, aquello a lo que se transmite la acción (función), entendiendo que sólo existe una acción paradigmática (la que conduce a restablecer el orden roto al comienzo del relato), como sólo existe un objeto sintáctico, un producto del trabajo en tanto que mercancía, y un objeto del deseo, a nivel tanto individual como colectivo.

La aplicación de los conceptos competencia y representación de la gramática generativa, Greimas la explica así: «En el plano narrativo proponemos definir la competencia como el querer y/o poder y/o saber hacer del sujeto, que presupone su hacer en tanto que representación [...] Si todo enunciado manifiesto sobreentiende, con relación al sujeto de la enunciación, la facultad de formar enunciados, esta permanece siempre, de forma general, implícita»109. Según esta teorización, el sujeto de la competencia lingüística y el sujeto manifiesto no son sino dos instancias de un solo y mismo actante. De donde resulta que la explicación estructural viene a coincidir con la transformacional, sólo que aquí sin ninguna violencia. Los actores (personajes que comparten una misma esfera de acción, por ejemplo, todos los malvados de un cuento) no son más que mutaciones de un único malvado, paradigmático, «competencial», capaz de generar tantos sujetos como sean necesarios.

Más adelante, Greimas advierte que no habremos llegado a profundizar en el análisis del cuento y, por ende, del discurso, si no rebasamos el nivel semiótico, es decir, el de las formas del contenido, para llegar verdaderamente a esa teoría del discurso de la que tanto se habla en los últimos años. Se trata, en suma, de encontrar verdaderamente la equivalencia de la teoría del relato en una teoría de las relaciones entre las frases, tomando como punto de partida la hipótesis que esbozamos al principio de este capítulo, a saber, que todo lo que explique la relación entre las distintas funciones y personajes del cuento, ha de conducirnos a una gramática del texto, de todo texto.

Greimas piensa que esta profundización ha de realizarse por vía de lo que él llama figuras, esto es, las unidades más pequeñas y más escondidas -valga la expresión- del plano del significante y del plano del significado, por separado. A Greimas parece guiarle el principio dialéctico de que los extremos se tocan, y, como cansado de la superficialidad un tanto mostrenca de la sintaxis, le diera la vuelta al mecanismo del lenguaje, incluso descomponiéndolo para estudiarlo también al revés, en busca de esas unidades. Así, por ejemplo, intentaría ver las virtualidades discursivas de un lexema, un poco como si en los diccionarios se contemplaran todas las posibilidades de combinación de una palabra con otras. Bien mirado, esta idea se parece bastante a la del lexicón de la gramática generativa, sólo que el proyecto de Greimas se reduciría a ciertos ámbitos, a ciertas esferas de acción (cuentos) o de discurso (texto). Desde esta perspectiva, las figuras lexemáticas (por ejemplo, toda la constelación de términos que «provoca» la palabra sol: rayos, calor, luz, transparencia, nubes, etc.), aparecen con facilidad en enunciados sucesivos, constituyendo estructuras relacionantes llamadas configuraciones discursivas. Son estas figuras, distintas de las formas de la narración o de la frase, las que pueden explicar verdaderamente la organización del sentido.

Un ejemplo que puede entender todo el mundo es la organización del sentido en un panfleto de propaganda política, donde lo importante es la configuración de ciertos términos, su mera presencia, e incluso su dosificación y distribución más o menos «armoniosa», «estética», con independencia de la frase en que cada uno de esos términos aparece. Por esta razón se repite tanto la fisonomía de esta clase de textos, sea cual sea el grupo político emisor.




Dos interpretaciones del relato

Para terminar, volvemos un momento al final del otro capítulo del mismo autor (el de Semántica estructural), que quedó interrumpido por el resumen que acabamos de realizar.

Tras observar que el sentido del relato no se agota en la prueba, sino teniendo en cuenta su contexto, el comienzo y el final sobre todo, se puede realizar una interpretación acrónica del cuento según la cual el restablecimiento del contrato, roto en un principio, se corresponde con la reintegración de los valores. Dice, exactamente Greimas: «la existencia del contrato (del orden establecido) corresponde a la ausencia del contrato como la alienación corresponde al pleno goce de lo s valores»110.

Aquí nos interesa hacer una aclaración, que nos sugiere la notación simbólica utilizada por Greimas. Para establecer esta equivalencia entre la estructura semántica del relato y su sentido social, nuestro autor emplea -tímidamente, nos parece-, la notación de una proporcionalidad aproximada, mediante el signo Signo. Nos resulta una actitud similar a la de Goldman cuando, después de establecer su concepto de la homología, para explicar una profunda equivalencia entre la estructura de la novela y la estructura de la sociedad para el mercado, él mismo parece no atreverse a identificar sin más ambas estructuras, por su función social alienante, e introduce un factor intermediario, cual es «la tendencia del grupo a una conciencia adecuada y coherente, a una conciencia que no se realiza sino excepcionalmente en el grupo, en el momento de la crisis y, como expresión individual, en el plano de las obras culturales»111. Esta imprevista, e inaceptable, justificación de las «grandes obras culturales» -entiéndase, de las realizaciones de los grandes artistas-, como expresión de la tendencia del grupo a la posesión de una conciencia coherente, revela una última indecisión en el momento de aplicar el método dialéctico para establecer, sin más, la identidad de dos estructuras a través de su función. Cuando se refuta la identificación del arte gótico con la escolástica, por ejemplo, como algo carente de rigor científico, no se tiene en cuenta que sólo se está considerando la función social de ambas realidades a través de aquello para lo que prioritariamente fueron creadas por un mismo grupo social (el alto clero), y esta función no es otra que el control del poder. La coherencia de los grupos de presión, detentadores del arte a través de la historia, en modo alguno nos parece que se pueda sacar de los estrechos límites de sus intereses oligárquicos. De lo contrario, habría que admitir que existe una medida para el arte, que sirve también para medir la conciencia de la burguesía. En todo caso, ¿conciencia de qué y para qué? Pero no es preciso llegar a ese planteamiento, pues, por fortuna, no existe otra medida del arte que el tiempo y las circunstancias, que es tanto como no decir nada. La pervivencia de las catedrales como admirables fábricas del género humano, cuando la escolástica apenas pervive, es la verdadera prueba de su valor arquitectónico, y aun así habría que analizar más detenidamente si sus actuales valores no serán las agencias de turismo europeas. Pensar de otra manera supone una abrumadora cantidad de identificaciones formales indebidas cuyo resultado final tiende a decir, aunque sea tímidamente, que toda gran obra de arte es progresista. He aquí cómo el platonismo puede resultar revolucionario, por obra y gracia de la formación burguesa de algunos intelectuales marxistas.

Siguiendo con Greimas, sé observa una suerte de ambigüedad fatal en la captación del sentido del cuento popular maravilloso, pues la segunda interpretación, que tiene en cuenta la disposición temporal de los términos de la analogía, ve como implicación lo que antes veía como correlación, aunque sigue utilizando la misma notación Signo. Esta segunda interpretación es resumida por Greimas así: «En un mundo sin ley los valores son trastocados; la restitución de los valores hace posible la vuelta al reino de la ley»112. ¿Con cuál de las dos interpretaciones nos quedaremos? Ambas nos parecen insatisfactorias, pues si la primera se queda en el mero paralelismo, disfrazado de proporción, entre el restablecimiento del orden y la alienación, la segunda cae en el exceso contrario, estableciendo una relación metafísica de causa a efecto, entre la vuelta a los valores y el restablecimiento de la ley.

Algo se aclara la cuestión cuando, más adelante, dice respecto a la interpretación primera, la acrónica: «La captación paradigmática (acrónica) del relato establece, por consiguiente, la existencia de la correlación entre los dos campos, entre la suerte del individuo y de la sociedad», y más adelante: «En resumen, podemos decir que la segunda parte de la proporción estructural plantea, de hecho, la alternativa entre el hombre alienado y el hombre que goza de la plenitud de los valores»113.

La debilidad, con todo, de estas interpretaciones, queda superada por la claridad de las dos definiciones del cuento que se derivan de ellas, y que bien podrían haberse obtenido por la simple aplicación del método dialéctico, cuando dice: «La secuencia diacrónica elemental del relato (la prueba) comporta, en su definición, todos los atributos de la actividad histórica del hombre, que es irreversible, libre y responsable»114. Bien mirado, esto se podría deducir directamente del análisis de la prueba que realiza Propp (eso sí, en la edición corregida y aumentada de su Morfología que Greimas no ha tenido suficientemente en cuenta o no conoce), pues en ese análisis el orden de las funciones es siempre el mismo, y, por lo tanto, irreversible; el héroe puede aceptar o no la asignación de la prueba; esto es, se manifiesta libremente; e incluso puede perder, no superarla y, sin embargo, continuar en su camino («responsable»), y todo ello intensificado por algo que no se tiene en cuenta y es el hecho de que el héroe nunca sabe que tras la prueba viene la obtención del objeto mágico, imprescindible para el restablecimiento del orden social roto. Está dispuesto, por consiguiente, a realizar su misión sin ninguna ayuda, sólo que ésta llega siempre, siendo en realidad la primera recompensa a su heroísmo o a su bondad. El carácter mágico del objeto es lo que no resulta suficientemente explicable desde esta perspectiva. El fuerte contraste semántico que introduce con respecto a la libertad del héroe, infinitamente solo en su humanidad responsable, arroja la inquietante pregunta de cuál será el sentido que pueda tener la aparición inmediata de lo más maravilloso. Tras lo más humano (la libertad), lo más extraordinario (el objeto mágico), y como consecuencia del arrojo del hombre, como obligada recompensa, cabría decir, a su heroísmo demostrado, pero... ¿inútil?

Finalmente, la posibilidad de la doble interpretación subraya, para Greimas, «el gran número de contradicciones que puede contener el relato. Esta es a la vez afirmación de una permanencia y de las posibilidades de cambio, afirmación del orden necesario y de la libertad que rompe o restablece ese orden». Esto último confirma la tesis, repetidamente expuesta en este trabajo, de la condición de lengua y habla a un tiempo que posee el relato popular. Todo lo demás en Greimas, incluida una final e inesperada distinción entre dos grandes clases de relatos: los que aceptan el orden presente y los que lo rechazan, nos parece inferior a esta sugerencia de las contradicciones, que podía haber desarrollado más (ellas son, en definitiva, las que dan cuenta de todo lo real), e inferior a otra sugerencia también dialéctica, que ve en la prueba la expresión del modelo transformacional, por cuanto representa la superación inevitable.

Por nuestra parte, sólo hemos de añadir que la contradicción del héroe al tener que elegir entre su libertad y la reparación del orden social roto, sólo puede ser superada en favor de esto último siguiendo el impulso elemental de la justicia, que es palpable en los cuentos populares.




Sobre otras aplicaciones de la teoría de Propp

Otros autores han discutido el modelo de Propp, intentando extender su aplicación a otros dominios de la narración, de la sintaxis o de la semántica, a menudo de estas tres cosas. Nosotros mismos hemos trazado diversas sugerencias hacia esos campos, al hilo de la exposición del sistema del formalista ruso.

Lo que convierte al cuento popular en una fuente casi universal de medidas gramaticales y literarias es su condición casi perfecta de discurso objetivo. Se puede afirmar que el estilo (ornatus) no existe en él. Por ese motivo, y en confrontación con él, se hace tan evidente la dimensión literaria del signo en otros textos, y con la misma facilidad se desprenden de él los fundamentos sintácticos y semánticos de todo discurso.

Claude Bremond ha intentado aplicar el modelo de Propp a otros tipos narrativos. Uno de sus postulados fundamentales, en esa aplicación, es el de las «fonctions-pivots», que ha sido ya traducido como nudos direccionales del relato. Estos nudos se hallan ligados a una cualidad lógica vectorial, que expresa una posibilidad de apertura del relato en bifurcaciones, ramificaciones y cruces. Ello permite al narrador escapar de la linealidad de la historia, sin abandonar el plano sintagmático. En realidad se trata de una cualidad lógica que es al mismo tiempo una cualidad estructural del relato.

Un buen ejemplo de estos nudos direccionales, sería, una vez más, la prueba del cuento popular maravilloso. Del comportamiento del héroe ante la prueba se derivan distintas posibilidades para el discurso narrativo. Ahora bien: por muchas posibilidades que se contengan en un nudo direccional nunca aparecerán en sus realizaciones las cualidades del héroe (valor/cobardía, confianza/desconfianza, etc.), como tampoco otras cualificaciones o valoraciones de la historia. Estos elementos tendrían que entrar por fuerza en el estilo (ornatus), o bien en el discurso no narrativo, si quisieran manifestarse. Pero esto nunca sucede en el auténtico cuento maravilloso. El héroe nunca es calificado como valiente o cobarde, por ejemplo, más que en la mente del lector... o en las adaptaciones literarias que creen con ello estimular la fantasía de los lectores (generalmente los niños), cuando en realidad la están asfixiando.

Toda ética o ideología se desprende de la información acumulada sobre el personaje o preferiblemente sobre la historia misma. No pertenecen al texto, sino al subtexto. En esto se distingue la dirección emprendida por Bremond de la que hemos descrito a propósito de Greimas. En definitiva, éste tiende a captar los valores del cuento por el contenido semántico que cree observar en la estructuración de las funciones, mientras que Bremond pone mayor énfasis en las posibilidades «lógicas» del relato, descubriendo aquellas que son ideológicas, culturales, en la propia estructura del cuento maravilloso ruso, por no contar por ejemplo con las posibilidades contrarias (así, que del combate se pueda derivar la derrota del héroe, o la derrota y la victoria a la vez, o ninguna de las dos cosas). Las relaciones entre la «lengua» del relato (la estructura) y el «habla» (el discurso) se contempla así en sentido inverso a como se viene entendiendo, esto es, del texto hacia la gramática, pero por razones de contexto histórico-cultural.

Cuando los diversos desvíos de la historia proceden, en efecto, de los actos del héroe -fenómeno casi absoluto en los relatos literarios-, tendremos las diversas formas de distorsionar la sintagmática, la linealidad del relato. Pero existen otras claves de los relatos literarios, como por ejemplo la descripción de los elementos atributivos y, en general, accesorios de la acción. Tanto las distorsiones sintagmáticas (el héroe hace lo que quiere), como las descripciones (acerca de sus cualidades o incluso del paisaje por donde transita) constituyen, según apuntábamos a propósito de Roland Barthes, unidades «indiciales», también llamadas catálisis, cuya función primordial es unir núcleos de acción. Pues bien, nos parece que es en esas zonas de expansión del relato donde a menudo se asientan valores morales e ideológicos. La virtualidad de estos valores, por consiguiente, está bien alejada del relato, pertenece a otro orden de cosas: el orden cultural, sin duda.

Las sugerencias que despierta este tipo de análisis son muy superiores a las que caben en nuestro tema central, pero de alguna manera se podrían resumir diciendo que ninguna producción cultural, ni siquiera los cuentos populares escapan a la ideología reinante, y que esta halla su asentamiento en los más variados recursos del relato, tomando incluso los nexos (las unidades «anti-funcionales», en Propp), como lugares privilegiados, y sobre todo, el desarrollo argumental.







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