Cuentos de costumbres147
Sin duda es la
relevancia del cuento maravilloso la que, por oposición,
define a los demás. Los demás son los de costumbres y
los de animales; los primeros más técnicamente
llamados «de costumbres
rurales»
. Los otros, los de animales, constituyen en
realidad una subclase de los de costumbres, pero también
conforman un subsistema general a las otras dos clases. Poseen, no
obstante, sus propias funciones, como ya tendremos ocasión
de ver. El sistema completo de los cuentos populares se configura,
por consiguiente, como un sistema de triple composición,
donde todo viene marcado, por analogía o por contraste,
desde la estructura, las funciones, y a veces hasta la forma y los
contenidos, de los cuentos maravillosos, indiscutibles estrellas
con luz propia, a cuyo alrededor gravita todo lo demás.
En consecuencia, definiremos los cuentos de costumbres como aquellos que carecen de elementos extraordinarios, en el sentido de fantásticos o fuera de la realidad verosímil, salvo los que puedan mantener a manera de vestigios de cuentos maravillosos, por analogía, por mimetismo o por simple intención burlesca. (Desde luego, no será la entrega y utilización del objeto mágico, que colma una carencia o repara una fechoría, pues esto constituye la médula del cuento maravilloso).
Los cuentos de costumbres, por el contrario, desarrollan un argumento -muchas veces satírico y humorístico- dentro de unas determinadas circunstancias históricas y sociales, proporcionando una imagen crítica de ellas. Entre las costumbres recogidas por estos cuentos las hay de dos tipos: arcaicas y modernas -entendiendo por «modernas» las que se corresponden con las sociedades agrarias-. Tanto de unas como de otras se recogen a su vez modos de producción, relaciones de producción y, principalmente, instituciones sociales, con los principios y valores que las rigen, a menudo transformadas en símbolos, expresiones indirectas o sátiras. El enfrentamiento entre dichas concepciones arcaicas y modernas y, posteriormente, la no aceptación por una parte de la sociedad de los nuevos valores instituidos, configuran la dialéctica del cuento, el motor de sus intrigas y la explicación a su sentido más profundo.
Representan los cuentos de costumbres, en consecuencia, una fase históricamente más avanzada de la humanidad que la que representan los cuentos maravillosos, a saber, la del asentamiento de las nuevas sociedades agrarias, mientras los maravillosos reflejan crudamente el largo período de inestabilidad que vivieron las sociedades nómadas indoeuropeas en la transición a las formas de vida sedentaria. Ese cambio -verdaderamente el único cualitativo que la humanidad ha experimentado hasta ahora-, trajo consigo enormes sacudidas sociales, pero también individuales, pues es la propia persona la que llegó a cuestionarse en su integridad, por su resistencia o su aceptación de las transformaciones. Todo ello fue dejando en los cuentos huellas imborrables, particularmente en el plano de las relaciones sociales, y sobre todo en los cuentos maravillosos, susceptibles de ser analizados como símbolos del inconsciente colectivo. La lectura psicoanalítica del cuento maravilloso no es, pues, despreciable, y aún tendrá cierta aplicación en los de costumbres y en los de animales.
Se comprende que una conmoción tan profunda tuvo que dejar marcas indelebles en la personalidad individual y colectiva de los pueblos. ¿Pero en qué consistieron realmente esos cambios? Hagamos un breve resumen, que nos permitirá ver con perspectiva el conjunto de todos los cuentos populares, ahora que nos acercamos a los de costumbres.
La época del cuento maravilloso es la del modo de subsistencia nómada, o mixto entre nómada y sedentario, anterior a la agricultura como fuente principal de abastecimiento. Las relaciones sociales son las de la tribu o clan endogámico, que practica los matrimonios en un ámbito de parentescos relativamente reducido. La propiedad privada no existe, sino una suerte de comunismo primitivo. La interpretación del mundo es mágica, sobre todo a la hora de enfrentarse con las fuerzas naturales, a las que quiere dominar mediante prácticas rituales. Parte sustancial de esos ritos son los de iniciación de los adolescentes en los secretos de la tribu, y los del culto a los muertos. El conjunto de estas actividades mágicas y creencias respecto del más allá, es propia de las religiones arcaicas. El tabú principal de estas sociedades es el incesto, que suele estar relacionado con prohibiciones alimenticias.
Los cuentos de costumbres reflejan ya el modo de subsistencia propio de la agricultura y de las sociedades sedentarias, aunque todavía subsisten muchos elementos de la etapa anterior. Estas relaciones serán poco a poco las de la familia exógama, nuclear y vitalicia. Se instituye fatigosamente la propiedad privada y el derecho a transmitirla a los propios hijos. Los desheredados y los pobres lucharán o criticarán el nuevo sistema. La interpretación del mundo es menos mágica, pues el hombre ha aprendido a dominar ciertas fuerzas naturales con el uso de la agricultura; desaparecen los ritos de la iniciación en gran medida, pero perdura en cambio el culto a los muertos. Las religiones históricas suceden a las arcaicas, con el pretexto de relacionar o preparar al hombre para el más allá; en realidad lo que tratan es de consagrar el nuevo sistema de valores. El nuevo tabú de estas sociedades terminará siendo la propiedad hereditaria y, en relación con ella, directa o simbólica, la doncellez.
Por último, los cuentos de animales (de los que trataremos más por extenso al llegar a ellos), se especializan en representar la lucha por la vida, la analogía entre la selección natural y la difícil supervivencia del individuo en la sociedad. El tabú principal, cuyo rompimiento es fuente de humor, es el tabú escatológico.
Cuentos de costumbres son los que reflejan los modos de vida de las sociedades agrarias, manteniéndolos o criticándolos; no contienen elementos fantásticos, salvo los que puedan conservar por mimetismo o relación satírica con los cuentos maravillosos. Las principales instituciones reflejadas son la propiedad privada y el matrimonio exógamo. Ellas explican tanto la mayoría de los argumentos como su sentido general, manifiesto o latente.
Derivadas de la función principal, que es representar a tales sociedades, hay otras, cada una de las cuales da pie a la constitución de un ciclo particular de cuentos de costumbres, tras estudiar su frecuencia y las relaciones que se establecen entre ellas dentro del conjunto.
Veremos todavía una prolongación importante del tema de los matrimonios regios, como símbolo de la búsqueda de la pareja fuera del ámbito familiar, y en torno al nuevo valor constituido, la doncellez. El tono satírico impregna estos cuentos de príncipes y princesas raros, o caprichosos, que se ven forzados a elegir pareja en circunstancias también extravagantes, cuando no es el tema de la honra el que ya se insinúa en varios cuentos, por cuanto de ella deriva la certeza del hijo propio, para nombrarlo heredero.
Los rasgos más modernos pueden quedar como parte inseparable de estos cuentos, ilustrativos de una época o un modo de vida, junto con los más arcaicos. Así, los cuentos donde un pastor aspira a la mano de la princesa, nos enseña cómo era el pastoreo de cabras en tiempos recientes (lo que para muchos niños de hoy resultará poco menos que sorprendente), al tiempo que por parte de la princesa que no ríe, que se aburre o que sólo sabe decir una frase, estaremos en presencia de un fósil milenario, que en forma simbólica y satírica está criticando ya la arcaica costumbre de recluir a las doncellas casaderas y, tratándose de princesas, preservarlas de todo contacto con el mundo exterior hasta ser entregadas al marido; educación ésta que bien pudo originar deformaciones psicológicas graves. Su valor como símbolo, no obstante, se prolonga hasta nuestros días, pues toda educación represiva de la mujer conduce a una suerte de alienación o anulación de su personalidad. Numerosas sociedades actuales toman como pretexto la menstruación (y luego la maternidad) para discriminar a las mujeres en muchas actividades sociales.
En resumen, veremos en estos cuentos la sátira al régimen de enclaustramiento de doncellas -o sus equivalentes metafóricos- como preparación al matrimonio. De ahí que las princesas de esas historias sean bobas, caprichosas, mudas, incapaces de reír, etcétera.
Pero si sabemos algo más de costumbres matrimoniales antiguas o exóticas, obtendremos más lecturas. Recordemos que nos hallamos en lo que tantas veces hemos denominado «umbrales de la civilización», cuando la princesa no puede casarse con ningún príncipe de su familia o clan, hasta ciertos grados. Este axioma conduce, por exageración humorística, a que la princesa terminará casándose con un pastor, pues todos los príncipes del contorno serán para ella parientes prohibidos.
Conviene saber,
además, que la sucesión al trono conoció
formas a través de las hijas, y no de los hijos. Por tanto,
es el yerno el sucesor, lo que explica las prisas del rey, ya
viejo, en casar a la princesa, y la nula referencia a si el rey
tiene hijos o no los tiene. Una variante de este sistema
servía para nombrar heredero al nieto de hija; de
aquí que los nietos de hijos resulten altamente
problemáticos en otros cuentos, como eran los del ciclo
maravillosos «Las tres maravillas del mundo»,
disputando por la sucesión hasta matarse. La verdadera
razón, sin embargo, era que la línea dinástica
de la mujer resultaba de mucha mayor garantía, partiendo de
la garantía máxima que era la doncellez.
(Todavía puede oírse un viejo refrán
castellano, que reza así: «Los
hijos de mis hijas, mis nietos son. Los de mis hijos...
sábelo Dios»
).
Esta garantía, basada en la previa de la virginidad, al mismo tiempo servía al consorte como prueba de legitimidad de su propia descendencia. Ello requería que la mujer continuara en un régimen de enclaustramiento y de control, aún después de casada. Todo lo más que se le pudieron permitir fueron enamorados distantes, platónicos, lo que andando el tiempo daría lugar a la literatura caballeresca y del amor cortés, y a sus sátiras correspondientes.
Naturalmente, el
nuevo sistema terminó siendo aprovechado por las propias
mujeres para colocarse en los centros de poder. Si ellas eran las
que legitimaban a los herederos de un nuevo régimen social
basado precisamente en la propiedad privada hereditaria, ellas
podían adueñarse de las instituciones que regulaban
ese sistema, sumando en conjunto lo que llamaríamos un
matriarcado latente, que en realidad llega hasta nuestros
días, pero que no hizo sino heredar las formas del arcaico y
extendidísimo «miedo de los
hombres al poderío secreto de las mujeres»
.
La cultura toda se reorganizó y produjo nuevas creencias y actitudes, especialmente en los hombres, que veían peligrar su status. Así surgió la misoginia, enormemente extendida en todas las sociedades de base agraria. La mujer parecerá a los hombres demasiado brava o demasiado débil, falsa, charlatana, de poco fiar, etcétera, etcétera. Ahí aparecerán los cuentos que hemos clasificado en el ciclo de las «Mujeres difíciles» o «taimadas», según la nomenclatura internacional.
Podríamos reunir ya un primer conjunto de símbolos, cuya decodificación es bastante segura:
princesa = toda doncella casadera
rey = todo propietario viejo
hijos de princesa = herederos legítimos
hijos de príncipes = herederos dudosos
«Cenicienta» y «Blancanieves» = doncellas dudosas, liberadas de un ambiente incestuoso
esposa = poder matriarcal latente
Por otro lado, hemos de examinar la dimensión erótica del problema que supuso el culto a la virginidad y la desaparición de las prácticas de adiestramiento sexual para muchachos (recuérdese, aquellas «casas para hombres») que hay en el fondo de la casita del bosque donde vive Blancanieves con sus «hermanitos». La práctica sexual queda reservada, institucionalmente, al matrimonio, generándose así una gran cantidad de distorsiones psicológicas -incluidas las del seno familiar entre padres e hijos-, además de instituciones marginales como la prostitución, que vendrá a prestar nuevos bríos a la cuestión de la honra.
La otra esfera de problemas derivados del nuevo régimen social girará en torno a los conflictos de la propiedad privada, que pueden ser de dos tipos: conflictos familiares y conflictos sociales. Entre los primeros, el más acentuado en los cuentos es la falta de descendencia. A causa de ello el matrimonio forzará a los dioses a que se les conceda un heredero, muchas veces mediante promesas descabelladas (aunque se lo lleve más tarde el diablo; aunque sea muy pequeño, muy pequeño, etc.). La cara contraria del problema, pero que significa lo mismo, es que un matrimonio pobre tenga hijos, pero no los pueda criar. El conjunto de unos y otros producirá los «Garbancitos», Juan y medio, El alma del cura o La casita de turrón, que es el «Hänsel y Gretel» no maravilloso. (El equivalente maravilloso era Miguelín el valiente).
A veces es una hija la que nace con el malhadado sino de convertirse en mujer mundana cuando sea mayor, asunto que viene a reforzar con un nuevo pretexto aquella institución del enclaustramiento total, sin contacto alguno con el mundo (caso de Rosa verde), para garantía de doncellez en la heredera. (Los equivalentes maravillosos de esta cuestión estaban en los últimos cuentos del ciclo «La niña perseguida», especialmente Mariquilla la ministra, prolongado en el de costumbres La mata de albahacas).
En cuanto a los conflictos sociales surgidos alrededor de la propiedad de la tierra, bien se comprende que su raíz histórica no fue otra que el aumento de población que trajo consigo el nuevo modo de producción agrícola, mientras la tierra, que no aumentaba, no podía seguir siendo repartida. Inevitablemente surgió la clase de los desheredados, que pronto fue mucho mayor que la de los propietarios. Aquí se inscriben casi todos los cuentos pícaros, y muy particularmente Pedro el de malas.
Todos los cuentos con un protagonista de matiz picaresco o con un claro enfrentamiento entre los que poseen y los que no, los hemos agrupado en el ciclo de «Pícaros y de pobres y ricos».
La caricatura final de esta dialéctica en todas sus formas (las de la propiedad y las del sexo, principalmente) motivan los cuentos de tontos, que resultan los más modernos y los más grotescos, como corresponde a una visión popular mucho más segura de su disentimiento de un sistema social que todo se lo concede al que ya lo tiene todo, y todo quiere quitárselo, incluso la dignidad, al que nada tiene. Los tontos de nuestros cuentos concentran, pues, todos los símbolos negativos de la narrativa popular. Es hijo varón (apenas hay cuentos de tontas), y como tal no legitima ninguna herencia; pero además esa herencia no existe, ya que, por encima de todo, suele ser pobre de solemnidad; pero es que si tuviera que tener descendientes, no sabe buscar novia; y cuando consigue casarse, no sabe qué hacer la noche de bodas; y cuando ya hace vida de casado, estropea los bienes de su mujer. El paradigma contrario es la princesa, punto por punto: es hija, heredera, y con capacidad de legitimar descendencia hereditaria; es pues, rica. No tiene que buscar novio, porque para eso existe la institución de la convocatoria a los príncipes del contorno, que pelearán por su mano, etcétera. Del encuentro de los dos paradigmas deriva la fuerza cómica que tienen los cuentos donde un pastor termina casándose con una princesa (a menudo el pastor también es o tiene aspecto de tonto).
Por último, entre las costumbres de estos cuentos quedan todavía algunas muy arcaicas relativas al culto a los muertos, que hoy parecen atrocidades, pero que de todos modos han sido suficientemente reelaboradas por la propia tradición hasta adquirir categoría simbólica. Por ejemplo, ciertas prácticas de antropofagia ritual no han dejado apenas huella, ni siquiera el retorno de los difuntos a pedir explicaciones, pero de todo ello hay algo en los «cuentos de miedo» que llevamos al final de los cuentos de costumbres, como hicimos con sus homólogos maravillosos.