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Los libros de caballerías y don Quijote

Daniel Eisenberg





El tema principal del Quijote de 1605 -la misma obra lo dice- eran los libros de caballerías. Se mencionan al principio y al final, los discuten tanto los eruditos como los ignorantes, y según el prólogo, el deseo del autor «no ha sido otro... que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías». Esas declaraciones las tomaban sus contemporáneos al pie de la letra, y yo también creo que reflejan la intención del autor.

Se ha desatendido este intento cervantino por no entender la situación de los libros de caballerías en los primeros años del siglo XVII, bajo el nuevo y menos austero rey, Felipe III. Durante el reinado de su padre no se podían imprimir nuevas obras caballerescas, y en los 1590 estaba prohibida incluso la reedición de obras ya publicadas. En cambio, mientras no se había publicado nunca un libro de caballerías en Madrid ni ninguno nuevo en Castilla durante casi cincuenta años, en 1602 se publicó, en la corte, un título nuevo, Policisne de Boecia. Comentarios de contemporáneos confirman el cambio de actitudes. El visitante portugués Tomé Pinheiro da Veiga, por ejemplo, se refiere muchas veces a la lectura de los libros exactamente cuando y donde iba a aparecer Don Quijote. Los libros de caballerías no sólo conservaban su popularidad, sino que podían haberse considerado una especial amenaza precisamente en la época en que Don Quijote se escribía.

¿Por qué, sin embargo, batalló Cervantes contra ellos? No hay pruebas que demuestren que hubiera observado de forma directa consecuencias perjudiciales cuando «el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen» (Don Quijote, I, 49), aunque es una hipótesis atractiva y hay documentación de que el vulgo hacía justamente eso. Es igualmente posible mantener, de nuevo sin ninguna confirmación, que, ya que los libros podían «turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos» (Don Quijote, I, 49), el propio Cervantes había experimentado los efectos perjudiciales de los libros. No obstante, hay otras causas, bien documentadas, que explican su deseo de «deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías» (Don Quijote, I, prólogo).

Los libros de caballerías mermaban la atención dada a la verdadera y gloriosa literatura castellana, y desde luego a la cervantina. Ningún autor español, ni antes o después, se ha preocupado tanto por la literatura española como Cervantes. Incluso dejando aparte los extensos discursos sobre la literatura que encontramos en Don Quijote, nadie nombra a tantos escritores ni, a tan gran escala, distingue los buenos de los malos. Un libro (el Viaje del Parnaso) y un largo poema incluido en otro (el «Canto de Calíope», en el Libro VI de La Galatea) son presentaciones patrióticas de los muchos méritos y -en aquél- de los defectos ocasionales de la literatura española. Es lógico, dado su interés por la literatura, que atacara la que le pareciera defectuosa y peligrosa.

¿De qué defectos y peligros se trata? Cervantes diría -lo dice de manera indirecta en Don Quijote- que son nocivos para el país.

En primer lugar, los libros de caballerías celebraban la rebelión contra la autoridad. Cada uno puede emprender las empresas que le parezcan oportunas, abandonando toda responsabilidad (Alonso Quijano abandonó «la administración de su hacienda», I, 1). Las empresas de los protagonistas son, desde luego, meritorias, correctas. Lo problemático es que ellos, dotados de un alto sentido ético y un juicio infalible, son capaces de escogerlas acertadamente. No hay que responder a superiores militares o sociales; no hay que pensar en la carrera. Fuera padres, curas, profesores; el caballero andante puede decidirlo todo. Para lectores jóvenes, esta libertad es tan peligrosa como atractiva.

Peor todavía, los libros de caballerías permitían, y a veces incluso celebraban, la sexualidad sin, o antes del, matrimonio. En el mundo en que vivimos, que una persona del siglo XVII vería como empapado de una sexualidad en un grado inconcebible, este aspecto de los libros no nos parece tan extraordinario como lo era entonces. No todos los libros siguen una misma pauta, pero en conjunto, la literatura caballeresca representó algo como la pornografía de su tiempo. Está lejos de pornografía según la entendemos hoy en día, pero consta que para algunos jóvenes, el interés principal del género era la glorificación del amor y la sexualidad. Las críticas constantes de los moralistas se parecen a los denuestos a la pornografía en nuestros días.

El problema con la glorificación del amor sin control social (el matrimonio público, y no secreto como en varios libros de caballerías) es que lleva fácilmente a la sexualidad. Las consecuencias pueden ser trágicas, porque los jóvenes de carne y hueso no son iguales a los ficticios héroes caballerescos. Quedan mujeres abandonadas, imposibilitadas de casarse, e hijos sin padre.

Al autor que más ofendía en este campo, Feliciano de Silva, Cervantes lo ataca en el primer capítulo de la obra. No menciona Cervantes el contenido sexual de las obras de Silva, que hubiera atraído a nuevos lectores. En cambio, tacha al pobre Silva de imposible de leer, y nadie volverá a leer sus obras caballerescas durante casi cuatro siglos.

Aspecto de los libros de caballerías que no se Suele tomar en cuenta es que celebran los hechos de extranjeros. Ya en los nombres de los protagonistas se nota: son Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Felixmarte de Hircania, Cirongilio de Tracia, y muchos otros. Estos caballeros andantes vagan por el oriente de Europa, el norte de África, toda Asia hasta la China, pero nunca por España.

Cervantes apasionadamente anhelaba que los españoles prestaran atención a su propia historia, que celebraran a los héroes nacionales en vez de extranjeros. Que soñaran con las empresas que el país necesita. Que no leyeran obras que celebran andanzas particulares además de amor prematrimonial.

Este afán de Cervantes por celebrar los héroes españoles le llevó a acometer una obra caballeresca basada en un héroe castellano, su «famoso Bernardo». Describe esta obra en la dedicatoria de Persiles y Sigismunda como medio escrita (le «quedan en el alma ciertas reliquias y asomos»). Dicha obra, nunca acabada y ahora perdida, tiene que haber tratado de Bernardo del Carpio, héroe de la temprana reconquista. Casto y varonil, Bernardo demostró que a Castilla no le hacía falta la ayuda de Roldán, ni de ningún francés, para expulsar a los moros de España.

Cervantes no acabó esta obra, acaso por enterarse que, según la nueva historiografía de su tiempo, Bernardo era tan ficticio como Amadís. El fracaso del Bernardo es una parte del fondo personal sobre el cual elabora Don Quijote.

La otra vertiente del fondo personal es la historia del mismo Miguel de Cervantes, que él quería que se tomara en serio y que fuera reconocida como heroica. Su destierro, sus viajes por el Mediterráneo en servicio del rey y del cristianismo, sus años de cautiverio y repetidos intentos de fuga eran reales. Aunque algunos cervantistas duden de que todo haya pasado igual que se cuenta, para Cervantes su vida era una novela «verdadera», no reconocida por la sociedad y desde luego no recompensada según merecía.

Para acabar, el impacto de Cervantes sobre el género de los libros de caballerías fue crucial. A partir de 1605 nadie los va a considerar de moda, ni meritorios. Ya son, abierta y públicamente, lectura de segunda clase, de trasnochados, venteros, viejos. Nadie los va a defender (ni percibe nadie la defensa de ellos que se lee entre las líneas de la novela cervantina). No se publica ningún título nuevo, ni siquiera una continuación. La única reedición de un libro de caballerías en el país entero, las cuatro partes del Espejo de príncipes publicadas en Zaragoza en 1617-1623, refleja una respuesta zaragozana al rechazo de esta ciudad en la segunda parte de Don Quijote. El mismo Cervantes abandona su continuación, ya innecesaria, después de escribir unos veinticinco capítulos. Cuando, estimulado por Avellaneda, la remata, la temática de la obra es otra. Sólo al final nos recuerda que los libros de caballerías, por el impacto de su «verdadero» Don Quijote, «van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna» (II, 74).

Pasarán más de dos siglos hasta que se vuelva a editar en España siquiera el libro más elogiado en Don Quijote, Amadís de Gaula. Las obras criticadas en Don Quijote, como Belianís de Grecia, nadie las edita ni las lee hasta finales del siglo XX. El juicio de Cervantes sobre Tirante el Blanco -cuyo significado ha sido muy debatido- es motivo del comienzo de interés en esta obra.

Resultado del éxito de Don Quijote es que, muerto el interés en las obras objetos de su burla, el mismo ataque cae en un relativo olvido, hasta que en el siglo XVIII se comienza a percibir la complejidad y valor de la obra.

Paradójicamente, Cervantes ha contribuido al renacimiento moderno del interés por los libros de caballerías, de la misma forma que la continuación de Avellaneda vive hoy principalmente porque Cervantes la atacó. Hoy la introducción a los libros de caballerías es Don Quijote. Los pareceres o supuestos pareceres de Cervantes en la obra son el principio del estudio del género. Por fin, hoy en día se investigan y se leen, a pesar de lo dicho en Don Quijote. En este libro -caballeresco, desde luego- se percibe, tras la condena, el entusiasmo de Cervantes por el género. Los conocía como nadie, ni antes ni después. A fin de cuentas, le gustaban mucho. Le apasionaban.


Bibliografía

  • Eisenberg, Daniel. Cervantes y Don Quijote. Barcelona. Montesinos. 1998.
  • ——. La interpretación cervantina del Quijote. Madrid. Compañía literaria. 1995.
  • Lucía Megías, José Manuel. De los libros de caballerías manuscritos al «Quijote». Madrid. Sial. 2004.
  • ——. «Don Quijote: el mejor libro de caballerías jamás escrito». Edad de Oro. XXV (2006). pp. 359-369.
  • Roubaud-Bénichou, Sylvia. Le roman de chevalerie en Espagne. Entre Arthur et Don Quichotte. Paris. Honoré Champion. 2000.






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