
Los pájaros ciegos1
Comedia dramática en tres actos, el tercero dividido en dos cuadros2
Víctor Ruiz Iriarte
Óscar Barrero Pérez (ed. lit.)
El conocimiento de Los pájaros ciegos, obra de Víctor Ruiz Iriarte inédita hasta hoy, se limitó a unas pocas representaciones, en julio de 1948, en Valladolid y Santander. En ellas, según testimonió la prensa local, una parte del público mostró su disconformidad ante una obra que debió de parecerle muy distante de la amabilidad por la que acostumbraba a discurrir el teatro español de aquel tiempo3. ¿Explican tales reacciones el desapego de Ruiz Iriarte con respecto a esta especie de hijo tonto que a él mismo le pareció su drama? El mismo escritor pareció avalar dicha interpretación al escribir lo siguiente sobre Los pájaros ciegos:
Gustaba mucho a la crítica y a los que la hacían. Pero yo veía la reacción del público y no acababa de estar satisfecho. Quizá no esperaban eso de mí. Le pedí a Irene López Heredia, que era la intérprete, que no siguiera haciendo la obra. En una segunda ocasión, me llamó para decirme que disponía del hoy desaparecido Fontalba y que quería poner Los pájaros ciegos. Volví a negarme y ella, por cierto, se enfadó un poco conmigo. Tampoco he permitido que se imprimiese. Me la reservo para, quizá, volver algún día sobre ella4. |
Superada por él mismo su
primera interpretación, que hacía recaer en Dicky, un
disminuido físico aspirante a escritor, la responsabilidad
del rechazo de un autor quizá reflejado en su personaje
(García Ruiz 1987, 152), se ha aventurado, creo que con
acierto, la existencia de un mecanismo de autocensura que
posiblemente impulsaría al autor a reflexionar sobre la
inconveniencia de internarse en el resbaladizo terreno del drama:
«Aparentemente el autor prefirió no
entrar en conflictos, renunciar a Los pájaros
ciegos, y seguir adelante. Pudo influir la sensibilidad ante
una crítica feroz, el temor a comprometer su carrera, o la
resistencia a entrar en negociaciones y cesiones»
(García Ruiz 1997, 131).
Ruiz Iriarte nunca se sintió satisfecho de esta obra que, de haberlo querido él, podría haberse representado y editado años después de su estreno, ya aflojadas las riendas de la censura. Que no se interesara en ello puede justificarse por razones estéticas pero también históricas. Por un lado, la obra dista de ser satisfactoria en cualquiera de sus versiones; por otro, Ruiz Iriarte encaminó su creación por la senda de la comedia y este drama hubiera sido una nota disonante en un contexto personal ya claramente definido.
Se conservan dos versiones básicas de la obra. No existe, que se sepa, constancia documental sobre cuál de ellas se representó, si bien la fecha del primero de los seis informes de los censores (27 abr. 1948), la de la resolución sorprendentemente aprobatoria (22 may. 1948) y la del estreno (1 jul. 1948) permiten conjeturar que Ruiz Iriarte dispuso de tiempo suficiente para reformar su drama y, siguiendo las recomendaciones del lector más benévolo del sexteto, limar aristas en el texto5. En cualquier caso, dado que incorpora correcciones estilísticas, la versión definitiva no es el resultado exclusivo de los ajustes impuestos por las observaciones de los censores.
Sorprende que el autor pensara que un texto como ese pudiera sortear, limpio de polvo y paja, las barreras de la censura de 19486. La homosexualidad de Dino y su dominio sobre Bobby; la pasión desbocada, casi animal, de la Duquesa y el revolucionario Tony; el suicidio de este; las tensiones políticas... Como mínimo estos cuatro aspectos, que son precisamente los destacados en su breve comentario por el censor eclesiástico, serían motivos suficientes para temer el rechazo de los informantes. «Relato profundamente inmoral», resume uno de ellos; «obra totalmente rechazable en su aspecto moral y político», afirma otro, para quien «la obra debe prohibirse ya que no admite [...] ninguna posibilidad de arreglo», juicio este coincidente con el de otro colega: «No admite arreglo a fuerza de supresiones pues la inmoralidad es todo en la obra».
Con censura o sin ella, Los pájaros ciegos es una obra imperfecta, aunque sin duda atípica en el panorama español de los años cuarenta, hecho este que le confiere un cierto valor histórico7. Se detecta en ella, sin embargo, algo de impostura: Ruiz Iriarte no parece sentirse cómodo con su ensayo de «comedia dramática», que tiene más de tremendista que de existencialista en un tiempo en que la poesía y la novela españolas se movían en una órbita oscilante entre la angustia grandilocuente y el exceso inverosímil.
En el argumento se imbrican dos historias paralelas, la política y la sentimental, en las que Tony, el marinero revolucionario, actúa como nudo. Los vaivenes de la intentona subversiva son conocidos por los pasajeros del yate y por la tripulación gracias a un aparato de radio que transmite los sucesos de un golpe de estado de opereta. Después de su fracaso, todo ha quedado reducido a tres historias de amor tópicamente sentimentales: la de un revolucionario enamorado de una noble, la Duquesa, que siente apagarse su juventud; la de una amiga suya interesada por un escritor maduro, y la de este, aún atraído por la Duquesa, de quien se enamoró en su juventud. Tres historias de amor en un solo yate; cuatro, si añadimos la homosexual. Añádase a estas líneas perpendiculares otra paralela pero igualmente melodramática, que relaciona a la Duquesa con su hijo disminuido, a quien rechaza por motivos que a la censura disgustaron profundamente.
Quizá el problema de Los pájaros ciegos radique en la dificultad de que el espectador simpatice con unos personajes no precisamente amables, si exceptuamos quizá a Patricia. Raquel, mujer entrada en años y angustiada por la pérdida de su belleza, inspira rechazo por su egocentrismo y afán de dominio sobre los hombres. Eso por no hablar del desprecio hacia su hijo. La pasión de Tony hacia ella tiene unos motivos oscuros, oscilantes entre la pasión y el resentimiento de clase. Su amor es al mismo tiempo odio que se resuelve en venganza.
Marcelo Herbier es un oportunista, capaz de venderse al mejor postor, y no puede decirse que lo salve su amor idealista por Raquel. Su rivalidad con Dino Morelli no está, por otra parte, suficientemente explotada por el autor. La afición de Dino por el juego podría ser tolerable ante los ojos del censor; no así su solapada homosexualidad. Al margen de esto, es un personaje que no deja en buen lugar los principios éticos porque, según soplen los vientos de la revolución, en el yate se sitúa a babor o a estribor. La frívola Natalia es una enamorada de pacotilla cuyo amor de mujer despreocupada es difícil creerse. De Dicky únicamente sabemos lo que otros nos cuentan. Sus palabras, indirectamente reproducidas, son un islote de esperanza en el pesimista océano de la obra. Patricia, su hermana, es un personaje al servicio de Dicky y, como tal, está carente de sustancia dramática. La pareja de hermanos avanza la presencia, habitual en Ruiz Iriarte, de los jóvenes que oponen sus planteamientos a los de sus mayores.
La acumulación de elementos resulta excesiva para un autor teatral más amigo de la comedia que del drama: demasiados personajes atormentados, demasiados cruces amorosos, demasiados problemas políticos tratados de manera superficial. Incluso los parlamentos parecen faltos de la conveniente frescura de las réplicas teatrales. En este sentido, a los censores de Los pájaros ciegos debe reconocérseles no poca finura en el análisis estrictamente literario de la obra. Sus valoraciones en ese terreno no me parecen reprochables. Uno de ellos habla de «insinceridad» y «efectismo». Otro considera «injustificada» la aparición de la monja y reprocha al autor que tome como modelo de la aristocracia «una corrompida, una decadente -y por ello parcial- representación de la misma. (Como el marinero es una cándida, vehemente, subjetiva interpretación del modelo revolucionario)». Es este el mismo censor que se ceba en el «estado de excitación y anormalidad» de los personajes. No me parece que le falte razón cuando afirma que «el desarrollo escénico está centrado en tres personajes y el resto constituye simplemente un lastre, cuando no una concesión» y que «el diálogo adolece de excesiva preocupación por la frase hecha, que, a veces, llega redonda, vulgar y reiterativa». Curioso resulta, en fin, el rechazo que este puntilloso censor siente hacia la música propuesta por Ruiz Iriarte para la ambientación de la obra. Poco original le parece aquella, y de nuevo debo dar la razón al informante, porque elegir «¡Ay, mamá Inés!», «Santa Lucía» y «Lilí Marlén» puede considerarse cualquier cosa menos original.
Dejemos constancia, para compensar las observaciones del párrafo anterior, del informe de otro censor, al parecer amante del género dramático. Seguramente por ese motivo saludaba «con alborozo la realización del Sr. Ruiz Iriarte», realización que consideraba «un cañonazo en el campo donde sólo don Jacinto Benavente se atreve a dispararlos». Se fijaba, sobre todo, en ese desenlace que presenta, según interpretaba el censor, la «victoria del amor maternal y filial sobre la pasión materialista y desbocada: del buen sentido moral y cristiano sobre el escepticismo». Muy buena voluntad, y muchas dosis de caridad, había que tener para interpretar de esa manera Los pájaros ciegos. Más perspicaz, otro censor escribía sobre el texto en su informe: «Deja en el ánimo del espectador un regusto agridulce de efecto deprimente y demoledor».
Los pájaros ciegos fue un intento, ciertamente no logrado, de abrir un hueco al drama en el teatro español de la posguerra. Acaso un tanto desmoralizado por las reacciones de Valladolid y Santander, probablemente consciente ya de las dificultades con que cualquier drama tropezaría ante una censura más complaciente con el género comedia, Ruiz Iriarte dejó dormir su obra, en espera de tiempos mejores que, sin embargo, ya no llegarían para la pieza. Seguramente él mismo era consciente de las imperfecciones de su obra y de la dificultad de mejorarla. El toque trascendente del parlamento de Marcelo, al final del primer cuadro del acto tercero, sobre la «humanidad enloquecida, perdida en medio del mar», no armonizaba ni con el sentir de Ruiz Iriarte, ni con su forma de entender el teatro, ni con su lógico deseo de conectar con el público. El lápiz rojo dañó seriamente este ensayo dramático de Ruiz Iriarte pero, al mismo tiempo, convenció al escritor de que su verdadero camino era la comedia. Por él transitaría en los años cincuenta, convirtiéndose en el autor de masas que hubiera sido imposible que fuera con obras como Los pájaros ciegos.
Óscar Barrero Pérez
Universidad Autónoma de Madrid
- García Ruiz, Víctor. Víctor Ruiz Iriarte. Autor dramático. Madrid: Fundamentos, 1987.
- ——. «Los mecanismos de censura teatral en el primer franquismo y Los pájaros ciegos de V. Ruiz Iriarte (1948)». Gestos 22 (1996): 59-85.
- ——. «Sociedad, prensa y autocensura en el franquismo: la frustrada recepción de Los pájaros ciegos de V. Ruiz Iriarte (1948)». Gestos 24 (1997): 119-133.
- Haro Tecglen, Eduardo. «Víctor o el optimismo». El País 15 oct. 1982: 30.
- ——. «La primera apertura». Cuadernos de Música y Teatro 2 (1988): 127-143.
Esta obra se estrenó en el teatro Lope de Vega, de Valladolid, la noche del 1 de julio de 1948, con el siguiente reparto:
PERSONAJES |
ACTORES |
LA DUQUESA RAQUEL. | IRENE LÓPEZ HEREDIA. |
NATALIA. | ASUNCIÓN MONTIJANO. |
PATRICIA. | MONTSERRAT CASAS. |
SOR CATALINA. | MARÍA ROSARIO SORIANO. |
MARCELO HERBIER. | ANTONIO PRIETO. |
TONY. | ANTONIO DURÁN. |
DINO MORELLI. | LUIS PORREDÓN. |
EL CAPITÁN. | MIGUEL DE LLANO. |
EL NEGRO BOMBÓN. | JOSÉ BERNAL. |
BOBBY. | ADOLFO GALLO. |
EL CAMARERO. | JOSÉ VILCHES. |
MARINERO 1º. | JUAN ESCRIBANO. |
MARINERO 2º.8 | MIGUEL GRACIA. |
La acción a bordo del «yacht» «Duquesa Raquel» durante una noche, y al día siguiente, en alta mar. En un verano de nuestra época.
A bordo del «yacht» «Duquesa Raquel», en viaje por el Mediterráneo, una noche del mes de agosto. Al fondo, detrás de la entrada9, con grandes ventanales a los lados que hacen casi transparente10 la pared, la cubierta. Más lejos, a todo lo largo del foro, las líneas blancas de la borda. Allá, el cielo deslumbrante11 de estrellas de la noche de estío. En el salón, a la derecha, hay una mesa redonda de regular dimensión, con servicio de bebidas. Destacan las botellas de whisky y el cubo de hielo del champán. Cerca de la mesa, un sillón de12 rojo y oro, de diseño antiguo. También la alfombra del salón es toda roja13. En todo un lujo un poco sensual. Pendiente del techo, un gran farol. Las líneas y los colores de un «yacht» ultramoderno han sido graciosamente disfrazadas por un decorador con imaginación para dar a este interior el reminiscente encanto de una vieja embarcación14 romántica. Y las notas15 de confort surgen como graciosa anomalía16. Un mueblecito, a la izquierda, tiene un aparato de radio. Cerca un sillón cómodo. Una pequeña puerta de entrada a la derecha, hacia el interior. El piso de la cubierta se alza un17 peldaño sobre la alfombra del salón. En cubierta, cae risueño y tímido un rayo de luna. |
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(Antes de levantarse el telón, un acordeón preludia las primeras notas de una antigua canción18 napolitana. Y al fondo19, en cubierta, aparecen el MARINERO 1º y el MARINERO 2º20, indolentemente asomados a la borda, de cara al mar. Otro Marinero, el NEGRO BOMBÓN, sentado en el peldaño de subida a cubierta21, toca dulcemente el acordeón, casi para sí mismo. El NEGRO, cuando habla, tiene un perezoso acento cubano. En el interior del salón, un CAMARERO dispone el servicio de bebidas en la mesa.) |
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NEGRO22.- (Muy fino.) Buenas noches, amigo. |
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CAMARERO.- ¡Hola, Bombón! |
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NEGRO.- ¿Hay fiestesita? |
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CAMARERO.- Todas las noches hay fiesta. La señora Duquesa, antes de retirarse, toma23 aquí una copa de champán con sus invitados. |
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(El CAMARERO manipula en una botella. El NEGRO sigue atentísimo sus movimientos.) |
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NEGRO.- ¿Qué es eso, amigo? |
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CAMARERO.- Whisky. |
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NEGRO.- (Con los ojos en blanco.) ¡Whisky!24 (Chasca la lengua.) ¿Dos deditos para Bombón? |
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CAMARERO.- (Ríe.) Tú sueñas. Van a venir los25 señores. |
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NEGRO.- (Suplicante.) ¡Dos deditos! |
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CAMARERO.- ¡No! |
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NEGRO.- Uno, pues, entrañas negras. |
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CAMARERO.- ¡Toma! (Vierte whisky en un vaso y se lo da después de asegurarse de que están solos.)26 ¡Condenado negro! Cuando estés borracho empezarás a dar vivas a esto y a lo otro... Como siempre. |
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NEGRO.- ¡Ah!27 Grasias, hermano. |
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CAMARERO.- Un día me comprometerás28. |
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(El NEGRO, indiferente, vuelve a tocar en su acordeón. Una pausa29. De pronto, el MARINERO 1º se incorpora súbitamente.) |
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MARINERO 1º- ¡Cuidado! |
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MARINERO 2º- ¡El Capitán! |
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(Entra el CAPITÁN en cubierta. Uniforme blanco.) |
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CAPITÁN.- ¿Qué hacéis vosotros aquí? |
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MARINERO 2º- Es nuestro turno de descanso, señor. |
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CAPITÁN.- Está bien. Pero no es este vuestro lugar. No quiero veros30 por aquí. ¿Entendido? |
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MARINERO 1º- Sí, señor. |
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MARINERO 2º- ¡A la orden, señor! |
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(Los dos MARINEROS saludan y se van.)31 |
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CAPITÁN.- ¡Vamos! ¡Bombón! |
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NEGRO.- (Muy humilde.) ¡Mi capitán! Aquí está Bombón para lo que mande. |
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CAPITÁN.- ¿Has bebido? |
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NEGRO.- (Digno.) Ni gotita, mi Capitán. ¡Palabra de Bombón!32 |
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CAPITÁN.- ¡Fuera de aquí! ¡Vivo! |
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NEGRO.- Sí, mi Capitán33. ¡A la orden, mi Capitán! |
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(Sale corriendo. El CAPITÁN entra en el salón.34 El CAMARERO se acerca respetuosamente.) |
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CAMARERO.- ¿Un coñac con soda, señor? |
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CAPITÁN.- No, gracias. Nada... Váyase; le llamarán si le necesitan. |
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CAMARERO.- Como mande, señor. |
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(Sale el CAMARERO. El CAPITÁN, solo, gira distraídamente un mando de la radio, y de muy lejos llega una música ágil y dulce como una czarda. Se oye fuera una risa femenina y unas jubilosas voces masculinas. En seguida, en cubierta aparecen NATALIA, MARCELO y DINO. Ella es una mujer joven aún, elegante, frívola y suave. MARCELO, con su pelo gris, su voz serena, sus35 ademanes reposados, y algo vivo en los ojos36, tiene el inconfundible aspecto del intelectual. DINO es un artista, el gran DINO MORELLI. Más joven37 que MARCELO. Su atavío es de un inimitable y distinguido desaliño.38 Los hombres visten etiqueta: «smoking» blanco. NATALIA viene dando el brazo a los dos. Llegan los tres riendo y en cubierta se detienen al descubrir al CAPITÁN en el interior.) |
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NATALIA.- ¡Miradlo! Ahí está.39 |
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MARCELO.- ¡Hola! (Irónicamente alegre.) La soledad, un cigarrillo, una música sentimental... ¿Qué es esto, Capitán?40 |
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NATALIA.- Romanticismo, Marcelo. El Capitán es un romántico. Me encanta el Capitán. |
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DINO.- ¡Natalia! |
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NATALIA.- ¡Ay! ¿He dicho alguna inconveniencia? |
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(Ríen todos.41 NATALIA y DINO quedan en cubierta, apoyados en la borda, charlan y ríen; a veces, pasean. MARCELO ha bajado al salón y está junto al CAPITÁN.) |
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MARCELO.- De manera que42 el «Duquesa Raquel» está mandado por un marino romántico.43 (Ríe.) ¡Qué horror! Naufragaremos o nos haremos piratas... |
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CAPITÁN.- (Riendo.) ¡Oh! |
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MARCELO.- ¿Qué música es esa? |
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CAPITÁN44.- ¿No la reconoce? Es la radio de nuestra patria. Me gusta oírla cuando estoy45 en alta mar... |
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MARCELO.- (Con indolencia y un gesto de fastidio.) Cierre46 ese chisme... Gracias. No quiero pensar ahora en nuestra patria. Me pondría de muy mal humor. |
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CAPITÁN.- (Con una amable ironía.)47 Pero usted habla así, «monsieur»48. ¡Nuestro gran escritor! ¡Nuestro gran patriota! |
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MARCELO.- ¡Oh! Yo soy un patriota de la geografía. Amo las montañas y los bosques y los ríos de49 nuestra tierra, pero me fastidian los hombres, que se están poniendo molestísimos... Cualquier noche oiremos por ese aparato una noticia espantosa. El asesinato del rey, una revolución, qué sé yo. Nuestro pequeño país es una pequeña Humanidad partida en dos bandos que se odian a muerte. A un lado el rey con sus aristócratas, con sus poetas, y esa parte del pueblo viejo que50 le sigue. Al otro51, un partido revolucionario que avanza día a día, con sus jefes ambiciosos52 y también con sus poetas, porque hay poetas para todos... |
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CAPITÁN.- ¿Quién ganará la partida?53 |
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MARCELO.- No lo sé, Capitán54. Cuando alguna de estas noches sorprendo en los ojos de un marinero una chispa que brilla como un diamante, bien sé lo que significa. ¡Es el odio!55 Y es tan triste ese odio. Es triste y sucio. El odio es el único sentimiento humano que no admite la frivolidad. Y yo ya56 no creo en nada que no admita un poco de frivolidad...57 |
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CAPITÁN.- Me gusta oírle, «monsieur»... Es usted muy original. |
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MARCELO.- Quizá. (Pensativo.) Pero, a veces, como soy un hombre, también odio un poco. Este barco de la Duquesa Raquel, en alta mar, rumbo a la isla de Capri, en viaje de placer, no es más que una prolongación de nuestra patria con sus rencores y sus tragedias58. Acepté con toda alegría la invitación de Raquel para este crucero con la ilusión de evadirme un poco de todo aquel dolor... Pero es inútil. Aquí, a bordo, nos hemos vuelto a encontrar: ellos y nosotros. Todos somos los mismos. Esos marineros, esos criados son hermanos de las gentes que allá son nuestros enemigos... (Transición. Una sonrisa.) Por cierto, ¿he dicho antes que el odio en los ojos de los marineros brilla como un diamante? |
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CAPITÁN.- (Sonríe.) Exactamente... |
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MARCELO59.- Es curioso. No puedo negar que soy el escritor predilecto de las clases aristocráticas. Un colega mío del partido revolucionario diría que60 el odio reluce como la hoja de una navaja... Pero no me negará usted que61 mis colegas revolucionarios son bastante ordinarios. |
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CAPITÁN.- (Ríe.) ¡Siempre el escritor! ¡Siempre el artista! |
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MARCELO.- ¿Un poco de whisky, Capitán? |
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CAPITÁN.- ¡Naturalmente! |
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MARCELO.- (Sonríe.) Le advierto que estoy muerto de curiosidad... |
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CAPITÁN.- ¿De veras? |
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MARCELO.- Sí... Raquel nos ha convocado en este salón para la una. Nos prepara una gran sorpresa. |
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CAPITÁN.- ¡Ah! ¡Qué sensacional! |
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MARCELO.- Dentro de unos minutos Raquel aparecerá aquí vestida62 con el traje que ha ideado para que Dino Morelli pinte su retrato. Esa es la sorpresa. Ni siquiera Dino sabe cómo será ese traje... (Ríe.) Ya sé, ya sé que Dino Morelli no63 le es a usted simpático. |
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MARCELO66.- ¡Pobre Capitán! Es usted nuevo en el mando del «yacht» y aún nos conoce poco... ¿Por qué no quiere usted a Dino?67 Bueno, ya sé. No le perdona usted su amistad con ese marinerito68 que le roba el dinero a los dados... ¿Es eso? |
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CAPITÁN.- Creo que es repugnante, «monsieur». |
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MARCELO.- (Ríe.)69 ¡Ay, amigo mío! Es usted demasiado moral70. Olvida usted que Dino Morelli es un gran artista. Y lo que en un hombre vulgar sería vicio en un gran hombre es una debilidad que hasta tiene gracia... Por lo menos esta es la teoría que han inventado los grandes hombres con debilidades. Y la Humanidad la cree a71 ciegas, como cree todas las tonterías que no entiende. Lo curioso es que los mejores cuadros de Dino son retratos de mujeres. ¿Qué le parece? El secreto está en que no siente por ellas, sino con ellas. (En este momento, en cubierta, NATALIA ríe sonoramente. Se coge del brazo de DINO y desaparecen los dos.) Mire usted. Natalia dice que72 está enamorada de mí, pero quien realmente la divierte es Dino73. No hay más que verlos... |
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CAPITÁN.-74 ¿Son celos? |
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MARCELO.- (Muy serio.) ¡Oh, no!... Desde hace veinte años trato de enamorarme de Natalia pero aún no lo he conseguido... Y cuidado que Natalia tiene todos los encantos. Además de millonaria, es muy poco inteligente. (Ríe.) Y hasta tenemos el mismo destino de invitados casi permanentes de la Duquesa Raquel. |
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CAPITÁN.- (Risueño.) ¿Está usted enamorado de la Duquesa, «monsieur»? |
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MARCELO.- (Con otro tono.) Naturalmente, Capitán... ¿Cómo puede usted dudarlo? Ella sí es una gran mujer... Y una gran señora. (Un silencio. Un cigarrillo.) ¿Cuándo llegaremos a Capri, Capitán? |
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CAPITÁN.- Mañana. A mediodía, quizá. |
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MARCELO.- (Sonríe.) Ya quiero verme allí, en la casita vieja de la Duquesa... Es tan hermoso aquel rincón. Allí, unos días de descanso, para que Dino Morelli pinte el retrato de Raquel, y luego, ¡a la mar otra vez! ¡A la Costa Azul! Y ante los millonarios y los aristócratas de la Riviera, Raquel con su escolta de invitados ilustres conseguirá75 una vez más la gran ilusión de su vida: ¡deslumbrar! |
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CAPITÁN.- (Suave.)76 ¿Puedo hacer una pregunta? |
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MARCELO77.- Claro que sí... Diga usted, Capitán. |
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CAPITÁN.- ¿Eso es todo en la vida de la duquesa? |
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MARCELO.- (Con tibia melancolía.) Casi todo... |
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CAPITÁN.- ¿Y sus hijos? La chiquilla es encantadora. Pero sobre todo el pobre Dicky: ese muchacho enfermo que pasa en cubierta horas y horas entre su hermana y esa monja de la Caridad que le cuida. |
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MARCELO.- Para Raquel, ese hijo enfermo es una humillación, Capitán. Es como su propio fracaso. Es, además, la sombra de un mal recuerdo... |
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CAPITÁN.- ¿El difunto Duque? |
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MARCELO.- Sí. Fue un matrimonio desdichado. A veces creo que el pobre Dicky es la venganza que aquel hombre dejó al morir... |
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CAPITÁN.- ¡Qué horror! |
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(Por la cubierta pasa ante MARCELO un MARINERO. Es TONY. Cruza de derecha a izquierda y desaparece. MARCELO le sigue con la mirada.) |
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TONY.- ¡Buenas noches, señor! |
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MARCELO.- ¡Buenas noches, muchacho! (Sale el marinero.) ¿Quién es este hombre, Capitán? |
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CAPITÁN.- Es Tony. Uno de mis mejores marineros. |
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(MARCELO baja y se reúne en el salón con el CAPITÁN.) |
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MARCELO.- ¡Ah! (Pensativo.) Decididamente hay que aceptar la literatura revolucionaria. El odio reluce como una navaja al sol... Lo he sentido cuando ese hombre me ha mirado. |
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CAPITÁN.- Es un mozo extraño... Se cuentan de él muchas historias. (Sonríe.) La última es la más interesante. Parece que Tony está enamorado de la Duquesa. |
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MARCELO.- ¿Es posible? |
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CAPITÁN.- Como lo oye, «monsieur». Sus camaradas le gastan bromas, y claro, todo ha llegado a mis oídos... (Sonríe.) Para usted, que ha escrito tan bellas novelas, ¿no resulta interesante esta historia romántica del marinero enamorado en secreto de la gran Duquesa? |
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MARCELO.- ¿Cree usted que Raquel lo sabe? |
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CAPITÁN.- ¿Quién podría decirlo? Pero es tan difícil que el deseo de un hombre pase inadvertido para una mujer como la Duquesa... |
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MARCELO.- ¡Ah! Dice usted verdad. Puede ser una historia muy interesante... (MARCELO sube lentamente a cubierta. Mira al cielo un instante y se vuelve sonriendo al CAPITÁN.) ¡Qué maravillosa noche! El mar, el cielo, las estrellas... ¿Cree usted en los poetas, Capitán? |
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CAPITÁN.- ¡Y me lo pregunta usted! ¡Un poeta! Claro que creo. |
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MARCELO.- Allá usted. Yo no. |
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CAPITÁN.- Pero, «monsieur» Herbier. ¿En qué cree usted? |
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MARCELO78.- Creo en esto: en el cielo, en las estrellas, en el mar. Pero no creo en los hombres... Cuando miro a una estrella, el Emperador del Japón me parece una cosa profundamente cómica... |
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CAPITÁN.- (Ríe.)79 Verdaderamente, ¡es usted divertido, «monsieur» Herbier! |
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(Aparece NATALIA en la cubierta y baja al salón.) |
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NATALIA.- ¡Ya estoy de vuelta! Hace una noche mágica... |
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CAPITÁN.- ¡Bienvenida, «mademoiselle»! |
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NATALIA80.- Vengo enfadadísima. Los marineros están insoportables... |
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CAPITÁN.- ¿Qué ha ocurrido, «mademoiselle»? |
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NATALIA.- ¡Puaf! ¡Qué asco! Gentuza. He pedido al negro81 que toque en su acordeón una canción napolitana y se ha negado. ¡El muy grosero! Claro que la culpa es mía, porque cuando me pongo sentimental lo confundo todo82: la luna, los negros y las canciones napolitanas...83 |
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MARCELO.- ¡Admirable! Eres un encanto, Natalia. |
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NATALIA.- No te burles. Ya sabe todo el mundo que yo soy una sentimental... (Transición.) Esos marineros traman algo, Capitán. Yo les tengo miedo. Esta tarde pasé al lado de un grupo, Tony estaba en medio y les hablaba. Cuando llegué yo se callaron de pronto, y no sabe usted cómo me miraron... |
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CAPITÁN.- No tema nada, «mademoiselle». Hay que saber tratar a esa gente84. Confíe en mí... |
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NATALIA.- ¡Ay, Capitán! Eso dice siempre el Poder en vísperas de revolución... De todas formas ese borrachín me ha dado la noche85. ¡Necesitaba yo tanto esta noche una canción napolitana!86 |
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(Ríen. Entra DINO por la cubierta.) |
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DINO.- ¡Pronto! ¡Una copa de lo que sea! Me muero de sed. |
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NATALIA.- ¿Champán, Dino? Está en hielo. |
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DINO.- ¡Venga el champán! |
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NATALIA.- ¿Y tú, Marcelo? |
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MARCELO.- También. |
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NATALIA.- Y usted, Capitán. Y yo. Beberemos todos. En estas noches de agosto, el champán frío es una delicia. Yo no sé cómo hay quien discute a Francia su derecho a ser gran potencia después de haber inventado el champán y el «pyjama». (Habla mientras llena las copas que va distribuyendo entre los hombres.) Toma, Dino. Y usted, Capitán. Toma, Marcelo. ¿Por qué no haces en mi honor un brindis de los tuyos? |
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DINO.- Hombre, sí. |
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CAPITÁN.- ¡Naturalmente, «monsieur» Herbier!87 |
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MARCELO88.- Encantado... |
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DINO.- Supongo que no irás a brindar por la virtud... |
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MARCELO.- (Sonríe.) No soy tan degenerado... (Ríen. MARCELO mira afectuosamente a NATALIA.)89 Señores, me pongo triste cuando pienso en el porvenir. Prefiero brindar por el pasado... |
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NATALIA.- Delante de una mujer no me parece muy correcto... |
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MARCELO.- ¡Brindo por el día en que Natalia se ruborizó por primera vez! |
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(Ríen. Y ella protesta.) |
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NATALIA.- (Ingenua.) ¡Oh! Pero si me sigo90 ruborizando... Soy una niña91. (Ríen.) ¿O es que lo has dicho con mala intención? (Ríen ellos.) ¡Ay! |
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DINO.- ¡Silencio! Ahora, yo. (Ríen los demás.) Ejem... ¡Silencio! Mis palabras no serán tan elocuentes como las de nuestro gran escritor internacional. |
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MARCELO.- ¡Gracias! |
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NATALIA92.- ¡Bravo! ¡Bravo! |
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DINO.- Yo, querido Capitán, solo sé pintar. Pero en honor a esta noche maravillosa voy a brindar por el Mediterráneo... |
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(Ríen NATALIA y el CAPITÁN.) |
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MARCELO.- Vulgarísimo. ¡Qué espanto! |
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DINO.- Hombre, no tanto. En uno de tus libros hablas mucho del Mediterráneo. Y dices cosas bonitas. El mar latino, el Mare Nostrum, el mar de Italia, de España y de Grecia. ¿Eh? Todo eso. Claro que me refiero al libro que has escrito después de la guerra a favor de los ingleses, no al que escribiste antes de la guerra en elogio de Mussolini.... |
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TODOS.- ¡Oh! |
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(MARCELO se pone en pie contrariadísimo.) |
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MARCELO.- ¡¡Dino!! No me gustan esas impertinencias. |
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CAPITÁN.- Por favor, señores. |
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NATALIA.- Has dicho una grosería. Eres insufrible. |
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DINO.- ¡Caramba! Perdóname, querido Marcelo. No he querido ofenderte. Pero si después de todo, no sabes por cuál de los dos libros te van a dar el Premio Nobel... Lo único seguro es que te lo darán. |
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MARCELO.- (Transición.) ¿Tú crees? |
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(Ríen todos. Y93 MARCELO también.) |
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NATALIA.- ¡Silencio! Ahora, yo. |
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MARCELO.- ¡Hola! |
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NATALIA.- ¡Sí, sí! Otra copa, Capitán. Claro que, pobre de mí... Estas cosas me ponen muy triste. (Suspira.) Casi todas las tonterías que hice en mi vida las hice con una copa de champán en94 la mano. |
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DINO.- (Asustado.) ¡Natalia! No sabía que te hubieras dado a la bebida con tanta frecuencia. |
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(Risas.) |
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NATALIA.- ¡Ayyy! Marcelo, Dino me insulta95. |
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MARCELO.- ¡Dino, querido Dino! No interrumpas más... Y te ruego que no vuelvas a beber. Continúa, Natalia. |
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NATALIA.- Sí, sí... Voy a brindar de una manera clásica96. Los argentinos dicen: ¡Felicidad! Los españoles: ¡Va por ustedes! Los alemanes decían: ¡Prossit! |
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MARCELO.- No me parece muy discreto nombrar ahora a los alemanes. |
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DINO.- Hombre, en alta mar... |
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NATALIA.- ¡Pobrecitos! Yo les guardo un gran cariño. Mi primer amor fue un alemán. (Suspira.) Era rubio y tierno, como un melocotón maduro... |
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MARCELO.- (Con admiración.) Es curiosa la imagen que guardan las97 mujeres de su primer amor... Un melocotón. |
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DINO.- ¡Natalia! No creo que sea correcto recordar a tu primer amor en presencia de Marcelo... |
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NATALIA.- No tiene importancia. Marcelo lo sabe todo. |
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MARCELO.- (Amable.) Casi todo... Hasta su último amor que, según ella, soy yo, conozco toda su98 vida por entero. No es muy brillante... Pero de todas maneras, hija mía, confía en el futuro. Yo no quiero ser el último amor de tu vida. Ya sabes que no soy egoísta. |
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(El CAPITÁN y DINO ríen. NATALIA se desespera cómicamente.) |
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NATALIA.- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Cínico! No puedo oírlo. |
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MARCELO.- ¡Natalia! |
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NATALIA.- ¡Déjame! ¡No quiero verte, no quiero verte!99 ¡Qué desgraciada soy! |
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MARCELO.- ¡Dios mío! |
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NATALIA.- ¡Malvado! |
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MARCELO.- ¡Natalia, por Dios! Mira la cara del pobre Capitán; debe ser100 espantosa la opinión que le merecemos. |
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NATALIA.- ¿De veras, Capitán? |
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(Risas. El CAPITÁN los mira a todos y sonríe.) |
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CAPITÁN101.- El Capitán se siente deslumbrado frente a los hermosos ojos de «mademoiselle» Natalia. |
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NATALIA.- ¡¡Oh!! ¿Oyes, Marcelo? |
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MARCELO.- ¡Ojo, Capitán! Natalia es muy impresionable. Mañana puede usted ser su último amor. |
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NATALIA.- (Indignadísima.) ¡Sinvergüenza! |
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(Risas. El CAPITÁN alza su copa.) |
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CAPITÁN.- ¡Señores! Yo también reclamo mi brindis. Estoy seguro de que es el de todos. ¡Por la Duquesa Raquel! |
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TODOS.- Por la duquesa Raquel... |
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(En este instante aparecen en el fondo, sobre cubierta, dos MARINEROS. Cada uno lleva en alto un regio candelabro dorado con bujías encendidas. Avanzan y se sitúan a los lados de la entrada al salón. Un MARINERO anuncia.) |
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MARINERO 1º.- ¡La Duquesa Raquel! |
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(NATALIA, MARCELO y DINO y el CAPITÁN, suspensos, vuelven los ojos hacia el fondo.) |
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TODOS.- ¿Eh? |
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(Y surge, allá entre los dos candelabros, la DUQUESA RAQUEL. Viste un traje negro de gran dama del siglo XVII, con amplio vuelo en las faldas, corpiño apretado y cintura inverosímil. En torno a la garganta un rico cuello rizado, de gorguera, blanco. Del tocado casi imperceptible cae con gracia una punta sobre la frente. Manos enguantadas. RAQUEL alta, esbelta, toda primor y majestad, es como una maravillosa evocación, lindamente estilizada, de un lienzo antiguo.) |
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RAQUEL.- (Inmóvil, en el umbral, alza una mano graciosamente.) ¡«Voilà»! |
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NATALIA.- Raquel... |
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MARCELO.- Raquel... |
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DINO.- Raquel... |
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(Muy bajo los tres, muy impresionados. Un levísimo silencio.) |
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NATALIA.- ¡Impresionante! |
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DINO.- ¡Es asombroso! |
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MARCELO.- No tengo más que una palabra: ¡Majestad! |
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RAQUEL.- (Bajo.) ¿Te gusta tu modelo, Dino? |
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(RAQUEL sonríe. DINO da un paso hacia ella exaltadísimo.) |
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DINO.- ¡No te muevas! Así, esa misma sonrisa. Esa mano... Te pintaré así. Mirando a lo lejos, a un horizonte infinito. Esos candelabros... Y al fondo, ese102 cielo con estrellas. ¿Qué decís? ¿No es prodigioso? Mi obra será un Van Dick. ¡Más! Un Velázquez, como el de la Reina de Hungría. No, no. Será muchísimo mejor que Velázquez y Van Dick. ¡Oh, Raquel! Ese traje. ¡Qué hallazgo! ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡No hubiéramos encontrado nada mejor! Tienes alma de artista. Gracias, Raquel, gracias. |
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(Va hacia ella, le toma las manos y se las besa. RAQUEL ríe gozosa.) |
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MARCELO.- Tenía usted razón, Capitán. ¡Por la Duquesa Raquel! ¡Por la eternidad! |
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TODOS.- ¡Bravo! ¡Bravísimo! |
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(Aplauden. RAQUEL, riendo contenta y halagada, baja al salón. Los otros la abren paso y después la rodean. Los MARINEROS cruzan, dejan los candelabros sobre la mesa redonda y se van por el fondo a cubierta. Desaparecen.) |
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RAQUEL.- Gracias, gracias. Sois unos locos. ¡Mis queridos locos! Bueno, basta, basta ya. Por favor. Es demasiado. Haréis que me ruborice. ¡Y mientras, me ahogo! ¿Nadie me ofrece una copa de champán? ¡Miserables! |
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(Corren todos a la mesa. Ella ríe.) |
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TODOS.- ¡Oh! |
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DINO.- ¡Una copa! |
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MARCELO.- ¡Champán! |
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NATALIA.- ¡Una copa para Raquel! |
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RAQUEL.- (Riendo.) ¡Una! ¡Una sola, por favor! (Bebe. Los mira de uno en uno, y ríe.) Gracias... Es un disfraz. Lo llevó mi madre, hace muchísimos años, a un baile de Palacio. |
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MARCELO.- ¿Qué dices? Ese vestido no es un disfraz. Eres tú, Raquel, que sin dejar de ser nuestra Raquel, has vuelto a ser una de aquellas princesas de tu familia que pintó Rubens hace tres siglos. No, Raquel. Estas galas no son un disfraz. Es que te has vuelto a vestir así. |
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RAQUEL.- (Tendiéndole la mano.) Eso es muy bonito. ¡Siempre el poeta! Gracias, Marcelo. Vas a emocionarme... |
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DINO.- ¡Necesito un título para mi cuadro! ¡Ayudadme! |
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NATALIA.- ¡Una dama antigua! ¿Te gusta? |
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MARCELO.- ¡No! Yo llamaría al retrato de Raquel «La aristocracia». |
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RAQUEL.- (Encantada.) ¡La aristocracia! Es maravilloso. |
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DINO.- (Entusiasmado.) ¡Así será! Ya veo los periódicos... ¡La aristocracia, de Dino Morelli! ¡La sensación de París, en el otoño! |
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NATALIA.- ¡Dino! ¿Tú crees que tu cuadro será mejor que los de Picasso? |
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DINO.- (Enfadado.) ¡Mis cuadros siempre son mejores que los de Picasso! |
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NATALIA.- ¡Ay! (Azarada.) Quiero decir que este cuadro te hará más célebre que Picasso. |
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DINO.- ¡Yo soy más célebre que Picasso! |
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NATALIA.- ¡Ay! |
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(Risas.) |
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MARCELO.- Si sigues nombrando a Picasso te recogeremos del fondo del mar... |
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DINO.- ¡¡Capitán!! |
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CAPITÁN.- ¡«Monsieur»! |
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DINO.- ¡El barco a toda máquina! Hay que llegar pronto a Capri. Necesito ponerme a pintar. |
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RAQUEL.- (Ríe.) Pero, Dino, ¿vas a volverte loco? |
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DINO.- ¡No puedo más! Te veo y siento la necesidad de dibujar. Me voy a mi camarote. Quiero hacer un apunte de la composición tal como la veo en este momento. Buenas noches, Raquel. (La besa la mano efusivamente.) |
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RAQUEL.- ¡Dino! |
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DINO.- ¡Adiós! ¡Perdonadme! Hasta mañana. |
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(Y se va corriendo por la cubierta. Desaparece. Los otros le ven ir con gesto risueño.) |
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CAPITÁN.- ¡Va loco! |
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RAQUEL.- Es un chiquillo. |
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MARCELO.- ¡Es un artista! |
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NATALIA.- A mí me encantan estos momentos de exaltación de los artistas. Son interesantísimos103. ¡Me gustan los artistas! |
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MARCELO.- Pero, Natalia, querida... |
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NATALIA.- ¿Tú crees, Raquel, que Dino se ha enfadado por lo de Picasso? |
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RAQUEL.- Querida Natalia. Nunca compares a un artista con otro, si el otro no ha muerto. Figúrate. Marcelo no tolera que se le compare más que con Shakespeare. Con Shakespeare, sí. Con Shakespeare es muy amable. |
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MARCELO.- Así es, así es. |
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(Se ríen104. En la cubierta irrumpe PATRICIA. Es una muchacha casi adolescente de ojos claros, melena suelta y boca muy alegre. Viste amplios pantalones blancos y un jersey azul con los brazos al aire.) |
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PATRICIA.- ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurra, mamá! |
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RAQUEL.- ¡Hija mía! |
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MARCELO.- ¡Hola! |
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PATRICIA.-105 Me lo ha contado Dino después de darme un empujón que casi me tira al agua... Pero mamá, ¡si pareces una reina! |
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RAQUEL.- ¡Oh!106 ¿Lo crees tú? |
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PATRICIA.- ¡Digo! Estás imponente. (Ríen todos.) Dame un beso. Fíjate, Marcelo. ¿Verdad que107 tengo una madre sensacional? |
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MARCELO.- Yo me niego a responder si no me saludas como merezco... |
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PATRICIA.- Anda, tú. No seas cascarrabias. (Le ofrece la frente, que él besa mientras los otros ríen.) Por cierto, tengo que regañarte. Estuve esta tarde hablando con la pobre Natalia. ¡La tienes chiflada, chico! |
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NATALIA.- (Un grito.) ¡Ay, ay, ay! ¡¡Patricia!! |
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(Todos ríen.) |
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RAQUEL.- ¡Patricia! |
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PATRICIA.- ¡Toma! Ya metí la pata. Perdona, Natalia. No te había visto108. Pues mira que si llego a decir lo del acordeón... |
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NATALIA.- ¡¡No!! ¡¡Eso, no!!109 |
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MARCELO.- (Curiosísimo.) ¡Hola!110 ¿Y qué es lo del acordeón? |
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NATALIA.- (Nerviosísima.) ¡Cállate, Patricia! |
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PATRICIA111.- Pero si no tiene importancia. Como Natalia es así, tan romántica...112 |
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NATALIA.- ¡Ay! |
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PATRICIA.- Pues ha contratado al negro del acordeón113 para que, cuando tú paseas con ella por cubierta a la luz de la luna, toque canciones sentimentales... Dice que es la114 música de fondo. |
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NATALIA.- ¡¡Ay!! ¡Infame! |
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(Todos ríen.)115 |
||||
PATRICIA.- (Suspira.) Creo que da resultado. Por lo visto los dos os emocionáis muchísimo. Me lo ha dicho Natalia. |
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MARCELO.- (Aterrado.) ¡Santo Dios!116 ¿De manera que cuando se le saltan las lágrimas y me coge las manos...? |
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PATRICIA.- ¡Es el acordeón! |
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MARCELO.- ¡Qué espanto! |
||||
(Ríen los demás.) |
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NATALIA.- ¡Oh! No te lo perdonaré jamás... ¡¡Jamás!!117 |
||||
(Indignadísima, sale a cubierta, va a la borda. PATRICIA ríe de buena gana. RAQUEL, con el CAPITÁN, sube al lado de NATALIA.) |
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RAQUEL.- ¡Patricia!118 Natalia se ha ofendido. ¡Pobre Natalia! |
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CAPITÁN.- «La petite demoiselle est terrible»119... |
||||
(En cubierta RAQUEL, NATALIA y el CAPITÁN hacen mutis paseando despacio. NATALIA muy enfadada. En el salón, MARCELO y PATRICIA se miran y rompen a reír.) |
||||
MARCELO.- ¡Eres diabólica! |
||||
PATRICIA.- «My darling»... Estaba deseando quedarme sola contigo. |
||||
MARCELO.- ¿De veras? |
||||
PATRICIA.- Traigo para ti un recado120 de mi hermano. Dicky quiere más libros. |
||||
MARCELO.- ¿Más libros? No. Ese muchacho lee demasiado121. El doctor dijo... |
||||
PATRICIA.- (Imperiosa.) ¡Qué sabe el doctor! Los libros son la única vida del pobre Dicky...122 Tiene una imaginación... Si mi hermano no estuviera enfermo hubiera sido un gran123 escritor como tú. |
||||
MARCELO.- (Con ternura.) Sí, pequeña. Mejor que yo. |
||||
PATRICIA.- (Ingenua.) Eso creo yo. |
||||
MARCELO.- ¡Caramba! |
||||
PATRICIA.- A sor Catalina y a mí, Dicky nos habla de lo que lee, y de lo que piensa y sueña, que también parecen cosas bonitas de un libro...124 A la monjita se le saltan las lágrimas de oírle. Le quiere mucho, y le entiende. Ella también escribe unos versos lindísimos. |
||||
MARCELO125.- ¡Ah! ¿Sí? |
||||
PATRICIA.- Sí, sí. También son mejores que los tuyos. |
||||
MARCELO.- ¡Caramba, hijita! No puedes negar que me admiras... Estoy emocionadísimo. |
||||
PATRICIA.- Te diré. Los versos de «ma soeur» son poesías al campo, a las flores, a Dios. De esos que riman, no como los tuyos126. Los tuyos no son para señoritas... |
||||
MARCELO.- ¡Hola! ¿Y cómo lo sabes tú? |
||||
PATRICIA.- ¡Oh! Tus versos eran el tema favorito de la profesora de literatura del Internado. |
||||
MARCELO.- (Complacidísimo.) ¡Ah! |
||||
PATRICIA.- Una vieja solterona, pedante y cursi, con una nariz así, y unas gafas. Parece que todavía la estoy viendo. (Pasea y hace la caricatura con muchísimo donaire.) ¡Señoritas! Vamos a estudiar la obra de una de nuestras primeras glorias nacionales... La poesía de Marcelo Herbier. |
||||
MARCELO.- (Absolutamente feliz.) ¡Ah! Magnífico... |
||||
PATRICIA.- (Transición.)127 Si la pobrecilla hubiera sabido que a la gloria nacional le tiro yo de las orejas cuando me da la gana... (Y de verdad, pega una carrera y tira con fruición de las orejas de MARCELO.) |
||||
MARCELO.- ¡Socorro! ¡Socorro! |
||||
PATRICIA.- ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! |
||||
MARCELO.- ¡Ay! ¡Ay! |
||||
(La muchacha, en una brusca transición128, se abandona en los brazos de MARCELO y rompe a llorar.) |
||||
PATRICIA.- ¡Marcelo! |
||||
MARCELO.- Patricia, hija mía. ¿Qué es esto? Lloras, ríes. ¿Qué te ocurre? (La muchacha calla. Él le acaricia129 el cabello.) ¿No quieres decírmelo? |
||||
PATRICIA.- Marcelo, Marcelo. ¿Tú crees que algún día se pondrá bueno Dicky? |
||||
MARCELO.- (Emocionado.) Quizá. El doctor ha dicho a tu madre que hay que esperar...130 El aire de Capri sentará bien a tu hermano. Le quieres mucho, ¿verdad? |
||||
PATRICIA.- ¡Con toda el alma131! (Reconcentrada.) Si Dicky mejorara, ella también le querría. |
||||
MARCELO.- ¿Quién? |
||||
PATRICIA.- ¡Mamá! |
||||
MARCELO.- ¡Oh! |
||||
PATRICIA.- ¡Mamá no quiere a Dicky! |
||||
MARCELO.- ¿Qué dices, chiquilla? |
||||
PATRICIA132.- No, no le quiere... Tú lo sabes. Y el pobre Dicky la adora. La quiere tanto que no la quiere como es, sino como él cree que es... (Con un poco de rencor.) Mamá hubiera querido con toda su alma a un hijo fuerte del que pudiera estar orgullosa...133 A ese, sí, le hubiera querido. |
||||
MARCELO.- Calla, calla. |
||||
PATRICIA.- Su orgullo no la deja querer a un hijo desgraciado. ¡Dios mío! Y es tan fácil querer con locura al pobre Dicky. Por eso: porque es134 débil y desgraciado.... |
||||
MARCELO.- (La acaricia y sonríe.) A veces, cuando te oigo me parece mentira que seas hija de la Duquesa Raquel... |
||||
(Surge RAQUEL en cubierta.)135 |
||||
RAQUEL.- ¡Patricia! Ven aquí. |
||||
PATRICIA.- ¡Mamá! ¡Qué guapa estás! |
||||
RAQUEL.- ¡Loca, más que loca! Has enfadado de verdad a la pobre Natalia. |
||||
PATRICIA.- Quia. No lo creas. Ahora, cuatro mimos, un beso, y ya está. Voy a su camarote. (Ríen.) Me parece que me va a hacer confidencias... |
||||
(Arroja un beso al aire para los dos y desaparece corriendo por la cubierta. MARCELO y RAQUEL la ven salir con una sonrisa. Luego, RAQUEL, sin bajar todavía, enmarcada su figura por la entrada, se vuelve a MARCELO y sonríe; este, desde el salón, la contempla complacido.) |
||||
RAQUEL.- ¿Solos? |
||||
MARCELO.- ¡Sí! |
||||
(Un silencio. RAQUEL sonríe.) |
||||
RAQUEL.- ¿Te gusto? |
||||
MARCELO.- Te adoro. |
||||
RAQUEL.- ¡Oh! |
||||
MARCELO.- ¿Estás contenta? |
||||
RAQUEL.- Sí. (Entra lentamente.) ¿No tienes nada más que decirme? |
||||
MARCELO.- Desde hace veinte años te digo todos los días que te adoro, pero es inútil... |
||||
RAQUEL.- (Ríe.) ¡Oh! |
||||
(MARCELO se acerca a ella sonriente.) |
||||
MARCELO.- Raquel, mi adorada Raquel136. ¿Por qué te has vuelto a vestir así? |
||||
RAQUEL.- (En voz muy baja después de una pausa.) Porque tengo miedo, Marcelo. |
||||
MARCELO.- ¡Miedo tú! |
||||
RAQUEL.- ¡Sí! Me da miedo ese retrato que va a pintar Dino Morelli137. Dino, con todos sus defectos, es un genio, tú lo sabes138. Es posible que cuando yo muera, pasados los años, para la eternidad yo solo sea aquella Duquesa que pintó Dino Morelli. Tengo ese presentimiento...139 Las gentes inventarán una leyenda140, los poetas harán versos a la Duquesa Raquel... Por eso me he vuelto a vestir así: para que los poetas y las gentes de141 mañana me vean como tú me ves ahora, como una antigua princesa que no tiene edad, como una gran dama. (Un silencio.) Hubiera sido maravilloso142 que me vieran solo como una mujer hermosa. Pero es tarde. |
||||
MARCELO.- (Sonríe.) ¿Qué estás diciendo, Raquel? Eres muy hermosa. Lo serás siempre. |
||||
RAQUEL.- No... Calla, calla. A solas, te prohíbo la galantería. (Está sentada en el gran sillón dorado. Cansada, se pasa una mano por la frente143. Una sonrisa.) He sido muy bella, Marcelo. ¿No es verdad? |
||||
MARCELO.- ¡Oh, Raquel! ¡Qué loca! |
||||
RAQUEL.- (Ensimismada.) Sí, lo he sido144. ¡Cómo me han deseado! Fui la145 reina de muchos sueños. He hecho felices a los que he amado. He sido envidiada y aborrecida, pero sobre todo he sido admirada. Este es el único triunfo en el que las mujeres ponemos el corazón... |
||||
MARCELO.- Ese triunfo es tuyo, como de ninguna. Lo tendrás siempre. |
||||
RAQUEL.- (Sonríe. Se levanta y mientras habla va hacia el fondo.) No... Se va. Tú no sabes con qué dolor presiente una mujer que pierde lo mejor de ella misma. La juventud, el encanto... Y ocurre de pronto, aprisa. Es como el crepúsculo de una tarde sobre el mar. Ni siquiera el espejo dice nada. Es el otro espejo el que habla, el verdadero espejo de las mujeres: los ojos de un hombre. Esos ojos vuestros que, sin saber por qué, ya nos miran de otro modo. ¡Ya no desean, ya no sueñan! Y ese día, se acabó todo... |
||||
MARCELO.- ¡Raquel! |
||||
RAQUEL.- (Con ira. Reconcentrada.) ¿Y por qué? ¿Por qué pasa el tiempo? ¿Por qué es tan brutal el destino? ¿Por qué si la imaginación siempre es joven, y los deseos mortifican, y el corazón quiere amar, amar siempre? ¿Por qué? |
||||
MARCELO.- ¡Raquel! |
||||
(Una pausa. Ella vuelve.) |
||||
RAQUEL.- (Con amargura.) Es el tiempo. Los días y las horas que no vuelven... Ha pasado todo muy aprisa. He sufrido146. |
||||
MARCELO.- (Con emoción.) ¿No callarás? |
||||
RAQUEL.- (Transición.) ¡Por eso en Capri me pondré este vestido para que Dino pinte mi retrato! (Con orgullo.) ¡Voy a deslumbrar a los demás hasta después de muerta! Así, no soy una mujer: soy algo más. ¡Soy una raza! He recordado que en mí hay otra mujer... Y esa sí, será siempre la misma; es invencible. No se volverá vieja aunque tenga el cabello blanco... Esa mujer es la aristócrata, la Duquesa Raquel, tu princesa de Rubens. A ella será a la que Dino Morelli haga inmortal. Para ella serán los versos, las leyendas y los sueños... (Sonríe con amarga melancolía.) Ha sido un éxito realmente. Os ha impresionado mi porte, mi arrogancia, esta ropa antigua que tantas cosas evoca. Pero a ninguno de vosotros os ha venido a la garganta un grito: ¡Qué hermosa estás, Raquel! Ni siquiera tú, mi pobre enamorado romántico... |
||||
MARCELO.- Raquel... |
||||
RAQUEL.- (Imperiosa.) ¡Calla! (Un silencio.) Si tú supieras que fueron tus ojos de enamorado los que un día me anunciaron que llegaba ese crepúsculo... |
||||
MARCELO.- ¡Mis ojos! ¿Qué has podido ver en ellos que no sea amor, mucho amor? ¡Míralos! ¿Qué ves aún? |
||||
RAQUEL.- Veo ternura, cariño, lealtad, devoción... |
||||
MARCELO.- ¡El verdadero amor! |
||||
RAQUEL.- ¡No! El verdadero amor es el otro. La pasión, la violencia, la alegría y el tormento de desear... El verdadero amor se parece al odio. Eso es el amor para las mujeres como yo. |
||||
MARCELO.- ¡Raquel! |
||||
RAQUEL.- Es lástima que Dino no sea más viejo. Debió pintarme hace muchos años. Cuando yo era una chiquilla bonita y alegre que volvía locos a los hombres. ¿Recuerdas? |
||||
MARCELO.- ¡Oh! No podré olvidar nunca... |
||||
RAQUEL.- Aquella muchacha, la hija de un Duque, que se escapaba de las manos de sus profesores para refugiarse en el Barrio Bohemio en las buhardillas de los artistas y de los poetas. |
||||
MARCELO.- Eras prodigiosa. No he conocido otra mujer como tú. Desde entonces, te quiero. Debiste casarte conmigo, Raquel. |
||||
RAQUEL.- No... Si me hubiera casado contigo, hubieras dejado de quererme, y yo necesito que me adores toda la vida. Yo soy muy egoísta. Y tu amor es uno de mis egoísmos, querido adorador. (Jugaba de espaldas a él, con la llama de una bujía. Ahora, risueña, se vuelve y le mira de arriba a abajo con alegre ternura.) Tú también has cambiado mucho, Marcelo. ¿Quién reconocería, hoy, en el gran escritor de la Monarquía, a aquel otro Marcelo Herbier que en el Barrio Bohemio escribía unos tremendos versos anarquistas? |
||||
MARCELO.- (Muy serio.) A los cincuenta años, todos los poetas anarquistas son escritores al servicio de Su Majestad... |
||||
RAQUEL.- (Sonríe.) Eres un cínico delicioso. |
||||
(MARCELO se acerca a ella y le coge las manos cariñoso.) |
||||
MARCELO.- ¡Raquel!...147 Creo que le robaré a Dino su retrato. |
||||
RAQUEL.- (Ríe.) ¡Oh! |
||||
MARCELO.- Lo llevaré a mi biblioteca, para mí solo. Cuando tú y yo seamos viejos, muy viejos, iremos juntos a contemplarlo. ¿Querrás? Y seguiré diciéndote que te adoro. |
||||
RAQUEL.- (Ríe.) ¡Loco! (Suelta sus manos. Se mira a sí misma. Da un paso ante él con deliciosa e involuntaria coquetería.) Pero, ¿de verdad me encuentras bien? |
||||
MARCELO.- (Suspira.) Tengo celos de la Humanidad futura. |
||||
RAQUEL.- (Ríe feliz.) Eres un encanto. (Y va al fondo. Se detiene ante la salida a cubierta.) ¡Qué noche! Debe de ser muy tarde... |
||||
MARCELO.- (La sigue.) No tengas prisa. Es nuestra hora. La madrugada... ¿No lo sabes? La hora de nuestros paseos en verano, a la orilla del mar, o bajo los árboles; la hora de nuestras charlas en invierno, junto a la chimenea de tu salón o de mi biblioteca. A esta hora, durante años y años, has ido dejando en mis oídos tus confidencias, tus dudas, tus secretos, toda tu intimidad de mujer. En esta hora durante media vida, has sido mía, mucho más mía que de cualquiera de los hombres que has amado... |
||||
RAQUEL.- Es cierto, Marcelo. (Un silencio.) ¡Y aún dices que por qué no me casé contigo! Para ti, tan artista, ¿no es esto más bello que un pobre amor vulgar? |
||||
MARCELO.- (La mira largamente y sonríe con melancolía.) Para mí, quizá. Pero para las mujeres como tú, no. |
||||
RAQUEL.- Buenas noches, Marcelo. |
||||
MARCELO.- Buenas noches, Duquesa Raquel. |
||||
(MARCELO la besa148 una mano muy despacio y se va. Ella, hasta que él desaparece, le sonríe desde su sitio. Y luego, sola en cubierta, su silueta junto a la borda se recorta en un maravilloso contraluz con la luna. Un rato ensimismada, mirando a lo más lejano. Y al fin, despacio, muy despacio, se va por el lado opuesto al que salió MARCELO. La escena está sola. Y al poco en cubierta aparecen TONY, BOMBÓN y tres o cuatro MARINEROS más. Vienen paseando lentamente, como siguiendo con los ojos la marcha de RAQUEL. Andan perezosamente. Unos pasean y otros se asoman a la borda. Mientras, en el salón, por la puertecita del interior ha entrado el CAMARERO. Apaga una a una todas las velas de los candelabros. Mira en torno, se ve solo, solo, está cansado y bosteza somnoliento. Con cierto aire de pereza va al aparato de radio y lo enciende. Llega apagada y lejana como al principio del acto una musiquilla que ahora puede ser una canción internacional de ritmo brasileño. El CAMARERO apaga el149 conmutador de la luz. Y queda todo el salón en sombras. Solo la lamparita de la radio ilumina débilmente la pequeña zona en torno. De la cubierta viene el resplandor azul de la luna, de la noche estrellada. El CAMARERO se sienta en el sillón junto a la radio. Oye la musiquilla. Bosteza. Enciende un pitillo, indiferentemente. Se reclina en el respaldo del sillón, cierra los ojos, se le desprende el cigarrillo de los dedos que cae sobre la alfombra. Está dormido. De pronto, la música de la radio se corta en seco en medio de una frase musical. Y se oye lejana pero vibrante la voz de un locutor.) |
||||
VOZ DEL LOCUTOR.- ¡Atención! ¡Atención! (En cubierta, TONY, BOMBÓN y todos los demás oyen la voz y vuelven la cabeza. En silencio comienzan a entrar uno a uno en el salón, casi de puntillas, mientras la voz del locutor prosigue.) ¡Atención! Interrumpimos nuestra emisión para dar al país y al mundo una noticia sensacional... |
||||
(Los MARINEROS se agitan.) |
||||
TODOS.- ¿Eh? |
||||
TONY.- ¡Chist!150 Callad. |
||||
(Ya han llegado todos junto al aparato de radio. Se inclinan. Algunos se sientan en el suelo. La lucecita alumbra sus rostros expectantes.) |
||||
VOZ DEL LOCUTOR.- El Partido Revolucionario ha tomado el Poder. |
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TODOS.- (Un murmullo.) ¡Oh! |
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TONY.- (Imperioso.) ¡Callad! |
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VOZ DEL LOCUTOR.- Desde hace unos momentos todo el país está en manos de la revolución. El Gobierno ha sucumbido y los ministros han sido encarcelados... ¡El rey ha huido! |
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MARINERO 1º.- Entonces era verdad. ¡Era hoy! |
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TONY.- ¿No os lo dije? |
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(Durante las últimas frases, sin ruido, ha surgido RAQUEL bajo la luna de la cubierta. Ha escuchado y avanza.) |
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VOZ DEL LOCUTOR.- ¡Ciudadanos! Es necesario que en esta hora de la revolución... |
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(TONY cierra el aparato de radio y se incorpora. Los demás también, y se agrupan en torno a él.) |
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TONY.- ¡No queremos saber más! ¡Ya es bastante! |
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(Rumores en el grupo. Algunos con la voz en sofoco quieren hablar a un tiempo.) |
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MARINERO151 2º- ¡Callaos! ¡Puede oírnos el Capitán! |
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TONY.- ¡No importa! ¡El barco ya no tiene Capitán! (Con ímpetu en la voz.) ¡Ahora todo ha terminado! ¡Ya estamos frente a frente la gran señora y yo! |
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RAQUEL.- (Suave.) Buenas noches, Tony. |
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(Todos se vuelven bruscamente. Suspensos. Ella desciende y avanza un paso.) |
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TONY.- (Muy bajo.) Ella... |
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RAQUEL.- ¿Me llamabas? |
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TELÓN |