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Los pequeños poemas

Ramón de Campoamor



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ArribaAbajoPrólogo del autor1

I. Recuerdo de una antigua polémica.- II. El arte supremo sería escribir como piensa todo el mundo.- III La verdadera originalidad.- IV. Asuntos dignos del arte- V. El plan de toda obra artística.- VI. Lo universal en el arte.- VII. El paganismo en el arte.- VIII. Designio filosófico: el arte trascendental.- IX. Inutilidad de las reglas de la Retórica para formarse un estilo.- X. ¿Debe haber para la poesía un dialecto diferente del idioma nacional?- XI. El verdadero lenguaje poético.- XII. La naturalidad en el arte.- XIII. Resumen de esta poética.- XIV. La historia, las ciencias y la filosofía, consideradas como elementos de arte.- XV. Conclusión: un ruego a la crítica.


ArribaAbajo- I -

Recuerdo de una antigua polémica


Ruego a mis lectores que me perdonen por haber añadido, al ya no corto número de Pequeños Poemas, otros seis más, que son:

  • La música.
  • Los caminos de la dicha.
  • La lira rota.
  • Por donde viene la muerte.
  • El amor y el Río Piedra.
  • Los buenos y los sabios.

Tenía empezados otros varios, que acaso ya nunca concluiré, porque conozco que una colección de veinte pequeños poemas es demasiado numerosa para que la manera de escribir de un autor no se convierta en un estilo amanerado; y para que los lectores no sientan empacho al encontrarse con un pasto intelectual tan continuado y tan uniforme.

Pero he necesitado contar con la indulgencia de mis lectores al añadir estos poemas nuevos, porque de resultas de una polémica literaria titulada La originalidad y el plagio, las hice aserciones temerarias que, o tengo que rectificar, o necesito ratificar.

En cierta ocasión, El Globo, periódico en el cual, andando el tiempo, su ilustrado Director, el Sr. Olías, con gran generosidad hizo de mí elogios inmerecidos que nunca le agradeceré bastante, dio a luz unas cuarenta o cincuenta frases sueltas que yo, entre otras muchas que no podría ahora precisar, había injertado en algunas obras mías con un intento deliberado que luego explicaré. Los que me echaron en cara el hecho, lo hicieron sin fijarse en que las frases copiadas, están, la mayor parte, escritas y repetidas en muchos autores, y que la genealogía de alguna de ellas viene de Homero y de la Biblia.

Antes de pasar adelante, debo declarar que si se me escapa alguna expresión demasiado enérgica, no se refiere, ni siquiera indirectamente, al principal sostenedor de aquella polémica, a quien algún tiempo después he tenido el gusto de conocer, y que es un excelente joven, de porvenir, que en la polémica no me ha faltado, como otros, al respeto que todos nos debemos, ni a las consideraciones de una buena fraternidad literaria. Y si he de decir lo que siento, creo que algunos periódicos que se introdujeron en la cuestión, de lado y embozados, como los traidores de comedia, sin imitar las buenas formas de El Globo, no han atacado en mí tanto al literato como al político conservador. Las rivalidades de partido envenenan hasta las buenas letras. Yo no sé en el orden ideológico a qué escuela política se me podría afiliar, pero lo que indudablemente sé es que en la práctica soy conservador hasta por organización, pues el hecho revolucionario, aunque sea hijo legítimo de una idea, me es insoportable por lo antiestéticamente con que se suele realizar. Esto, aunque yo tuviese algún mérito, siempre me privaría de cierta aura popular. que muchas veces pierde a caracteres más enteros que el mío. Hoy sólo en los ejércitos de la muchedumbre se puede sentar plaza de héroe o de genio. Cuando S. M. el vulgo, y no hablo del vulgo de clase, sino del vulgo de entendimiento, es el supremo imperante, no reconoce más talentos que los ingenios que lo adulan. El genial Beranger ha tenido en Francia más popularidad que todos los poetas del mundo juntos, y después de veinte años de su muerte, su gloria tiene un brillo veinte veces menos deslumbrante que cuando vivía, porque los guardianes del templo de la inmortalidad son unas musas muy delicadas que examinan despacio los títulos que expiden las Sorbonas de la multitud, y para ellas el criterio del número inconsciente no es criterio de razón.

Si hoy diesen sus obras al teatro la gloriosa trinidad de Lope, Tirso y Calderón, o tendrían que dejar de escribir, o serían silbados inmisericordiosamente, sin más razón que la de estar investidos del carácter autoritario de sacerdotes católicos.

Por sus ideas absolutistas hemos visto en nuestros días morir olvidado al poeta Arriaza, que era un ingenio bastante más natural y más feliz que muchos de los talentos que se complacieron en desdeñarle. De niño recuerdo que admiraba yo mucho a Arriaza, y no entendía a Herrera. Hoy, ya viejo, sigo no entendiendo a Herrera y, leyendo con gusto a Arriaza. He visto alguna vez a este bondadoso anciano sentado humildemente a la mesa de un café, mientras pasaban orgullosos por su lado escritorzuelos exagerados, de los cuales ya nadie se acuerda, y estoy seguro que ante aquella generación desagradecida, le decía a Arriaza su conciencia, lo que el cardenal Lenean al príncipe de Condé, cuando éste caía bajo el peso de la calumnia:- «¡Valor! que los detractores se hundirán en la sombra y vos quedaréis en la luz!»




ArribaAbajo- II -

El arte supremo sería escribir como piensa el mundo


Y volviendo al objeto de nuestro prólogo, añadiré que he escrito estos seis pequeños poemas, porque en la polémica a que he aludido, en una carta dirigida al señor Bremon, entre otras afirmaciones temerarias, se me escapó la siguiente: «Escribiré unos poemas, todos completamente originales y completamente nuevos, en donde todas las ideas serán mías, para que vea V. que yo, en materia, de versos, escribo lo que quiero y como quiero». Suplico al lector que dé por borrada esta última frase. Yo pensaba re-escribir alguno de los Poemas antiguos con otros pensamientos, porque tengo la presunción de creer que, sin variar el consonante, puedo escribir un verso cien veces distintas, con cien ideas diferentes, y por ello me aventuré a hacer la aserción de que me arrepiento. Y por cierto, que tengo que confesar, que algunos, aunque pocos, de los versos citados en la controversia, los he alterado ya por razones estéticas; y, para variarlos todos, sólo aguardo a que acaben su tarea los que aún hoy día andan oliendo y desenterrando coincidencias, con tanto apetito como si buscasen trufas. Después de esto, y cumplido mi objeto, desharé, como la sal en el agua, la causa de su censura, probándoles que su ocupación ha sido del todo inútil, ya que dicen críticos formales como el señor Valera que mi diversión ha sido un poco pueril.

Mas volviendo a la impertinente aserción de que yo en verso hago lo que quiero y como quiero, añadiré, que como después del ardor del combate me ha venido a visitar el ángel de la modestia, ausente de mí en aquel momento, no he querido cumplir mi palabra, y por consecuencia, ya que no he dado la prueba, retiro la frase.

Pero sostengo la primera parte de la aserción, en la cual prometía publicar unos poemas completamente originales y completamente nuevos, absteniéndome, al componerlos, de toda clase de lectura, para no insertar a sabiendas, ninguna frase ni vista ni oída; aunque después de haber escrito estos seis poemas, por vanidad, por pura vanidad, me asalta la duda de si se hallará en ellos todavía el trapo viejo de alguna reminiscencia, que me puedan sacar a relucir, diciéndome:- «Esta idea la tengo yo escrita en un drama inédito»- «tal expresión se la he oído al señor cura predicando»- «aquella frase es muy común en todos los mercados»- «ese giro se ve todos los días en los periódicos»- etc. etc. etc.; en cuyo caso les diré: ¡gracias, señores míos, muchas gracias porque merced a vuestra diligencia, habré conocido que he llegado a alcanzar el mérito supremo que quería tener Voltaire, el ideal poético que yo creía perseguir en vano, el de escribir poesías cuyas ideas y cuyas palabras fuesen o pareciesen pensadas y escritas por todo el mundo.

Y acabo aquí de hablar de esos fiscales oficiosos, que son como aquel ciudadano que sólo quería ser alcalde para echar gente a presidio. Así como las flores del rosal por falta de cultivo degeneran hasta trasformarse en una especie de rosas de escaramujo, los críticos, sin estudios superiores, se convierten por empirismo en unos verdaderos malas lenguas. Creen que criticar es zaherir. No saben que la crítica, cuando no parte de un principio superior de metafísica que sirva de pauta general, o es un medio despreciable de desahogar la bilis, o un antifaz para lanzar impunemente dardos calumniosos. Si algo pudiera desalentar en esta vida las fuerzas de mi corazón, me afligiría el ver la indiferencia con que se ven los estragos que hacen, no los rosales, sino los escaramujos de la crítica, convirtiéndose en conductores de las pestes de la envidia literaria, de la animosidad de las antipatías personales, y de la rivalidad política, sin que el público procure aislarlas por medio de cordones sanitarios de desprecio.




ArribaAbajo- III -

La verdadera originalidad


Sentiré volver a caer en el pecado de la pedantería; pero después de rectificar la expresión de que yo en verso hago lo que quiero y como quiero, tengo que ratificarme en la aserción de que, «a mí, en mis obras, me pertenece siempre por completo la verdadera originalidad, que son los cuatro factores que constituyen el arte, la invención del asunto, el plan de la composición, el designio filosófico y el estilo».

Ya sé yo que he hecho mal en sentar una afirmación que honra poco mi modestia; pero en fin, ya lo he hecho, y no tengo más remedio que sostener mi opinión. Además, nunca he tenido ocasión de exponer mis principios literarios, y no me parece fuera de lugar hacerlo hoy al defenderme de cargos injustos de innovación, porque yo, siguiendo en lo posible el consejo de la sabiduría divina. como mero aficionado, me consagro en el arte. aunque infructuosamente, «a la elección constante de lo que creo mejor». Declaro con rubor que al llegar a este punto vacilo, y no sé cómo continuar sosteniendo que mi sistema es el mejor, sin que parezca que me alabo. Pero ¡cómo ha de ser! aún a riesgo de que dude de mi humildad la gente mal pensada, añadiré que, al defender mis principios literarios, no lo hago por vanagloria, sino por cumplir un deber. Al que lo crea, Dios se lo premie; y, al que no, se lo demande.

Nunca he comprendido por qué un conservador en política tan pertinaz como yo, se le supone contagiado de un cierto jacobinismo intelectual. Las pruebas de mi rebeldía a la autoridad retórica constituida, consisten en haber escrito mis Doloras, y en que, últimamente, con Los pequeños poemas he querido dar forma a unas composiciones que reuniesen todos los géneros poéticos, desde el epigrama y el madrigal, hasta la oda y la epopeya. La idea es un poco pretenciosa; pero no me parece censurable por lo revolucionaria.

Y por cierto que si yo tuviera alguna ilusión literaria, que no tengo, hubiera quedado bien castigado al ver que, si se exceptúa el Sr. Revilla en sus Principios Generales de Literatura, ningún crítico ha observado que, separándome en esto de la generalidad de los demás escritores, sigo un procedimiento exclusivamente personal, que será bueno o malo, pero que en mí es idiosincrásico, que es hacer de toda poesía un drama, procurando basar este drama sobre una idea que sea trascendental y que pueda universalizarse.

Yo, que quisiera ser tan feliz como Dante, que se alababa de que copiaba a Virgilio, o como Goethe, cuando tuvo el orgullo de confesar- «que él había aceptado y recogido muchas ideas, lo mismo de los que le precedieron que de sus contemporáneos,»- me veo en el caso de declarar que jamás he tomado un solo asunto ni una sola idea de ningún poeta, porque lo que ya pertenece a la poesía, no creo que hay necesidad de repetirlo; pero sí insisto en sostener la afirmación de que es menester poner las ciencias al servicio del arte, agrandando su esfera con esa magnífica irrupción de ideas, de frases y de giros que en forma de literatura prosaica, de filosofía y de ciencias naturales, van elevando cada vez más el nivel del espíritu humano. Nadie puede calcular lo que podría levantar este nivel intelectual un talento perceptivo, como el de Byron, por ejemplo, que para vestir las ideas madres de sus poemas versificaba trozos enteros de los impresos de su tiempo, y copiaba al pie de la letra las historias que relataban los incidentes de sus leyendas.

Aunque en realidad la verdadera originalidad sólo consiste en la reverberación del carácter personal de un autor, se puede decir que hay dos originalidades, una pequeña y otra grande; la empírica y la sintética; la de los pensamientos secundarios y la de las ideas madres; la originalidad de las ideas de relleno y la de los pensamientos de construcción.

He indicado, y me ratifico en ello, que se debe dar poca importancia a los pensamientos secundarios de una composición, reservándola especialmente para la idea matriz.

Con este motivo recuerdo que el P. Vélez, con el principal objeto de acusar a Quintana de irreligioso, insinúa la censura de que ha convertido en versos suyos la prosa de Federico el Grande. Y aunque- «son las mismas palabras, el mismo estilo»- como dice el padre Vélez, éste no cayó ni por un momento en que a Quintana, aun en caso afirmativo, le pertenecería por completo la originalidad, por haber convertido las ideas y expresiones ¿el rey filósofo en obra artística, y es inútil que el P. Vélez acuse al poeta, repitiendo que- «las expresiones de Federico son idénticas a las del canto del Sr. Quintana».- Las frases del filósofo rey podrán vivir o morir pronto, según sea su mérito, y la crítica del P. Vélez será olvidada por necia; pero el canto del Sr. Quintana será eterno como su nombre, y le pertenecerán las ideas que se ha apropiado del gran Federico, por haberlas expresado mejor que él, pues como dice muy bien el Sr. Cánovas del Castillo, discípulo y admirador de Quintana:- «nadie tiene como suyo sino lo que ha dicho como nadie».

El divino Fernando de Herrera, que para mí sería mucho más divino si fuese un poco más humano, ha escrito dos de sus más celebradas canciones, la de A la pérdida del rey D. Sebastián y la de A la batalla de Lepanto, copiando de la literatura hebrea en la segunda de dichas canciones, todas las frases y versos que pongo en letra bastardilla:


   «Cantemos al Señor, que en la llanura
venció del ancho mar al Trace fiero:
Tú, Dios de las batallas, Tú, eres diestra,
salud y gloria nuestra».
«Sus escogidos príncipes cubrieron
los abismos del mar, y descendieron
cual piedra en el profundo; y tu ira luego
los tragó, como arista seca el fuego».
«Derribó con los brazos suyos graves
los cedros más excelsos de la cima».
« Bebiendo ajenas aguas».
« Temblaron los pequeños, confundidos
del impío furor suyo: alzó la frente
contra ti, Señor Dios...
y los armados brazos extendidos,
movió el airado cuello aquel potente;
cercó su corazón de ardiente saña»... etc.



No traslado más, porque me canso de copiar una cosa tan árida, pero todas las estrofas se hallan empedradas de igual número de hebraísmos.

Al copiar una de estas canciones, dice el Sr. D. Alberto Lista: «¿Por qué no escribió más que dos composiciones de esta clase? Estas dos obras son de lo más clásicas de nuestra poesía, y de las más dignas de estudiarse».- Estas ideas y frases tomadas por Quintana y por Herrera, después de fundidas en el molde de su concepción artística, son suyas y tan suyas, como aquellos centenares de millones, fruto de sus conquistas, que tenía Napoleón en un sótano de las Tullerías, y de los cuales decía: «Son míos, y tan míos, que sólo constan en un libro de memorias de mi secretario particular».- El oro de las frases de Quintana, dejará las del Gran Federico convertidas en una escoria vulgar, y si Herrera no mata las de los libros hebreos será porque son la expresión de la palabra viva de Dios.

El jesuita español Eximeno ha dicho:- «que la riqueza de las lenguas nace del número de las ideas que se introducen en un pueblo. Las naciones libres adquieren continuamente nuevas ideas, y por lo tanto enriquecen su lengua de frases y de palabras nuevas».

Todo esto, aunque le pareciese bien al Sr. Lista, supongo que les parecerá mal a los corredores literarios intrusos que, equivocando la contratación fraudulenta con el trabajo lícito, quieren alejar del comercio literario a esos indianos ricos, como Herrera, que después de exploraciones vuelven de países lejanos cargados de riquezas.

Los elementos dispersos que se apropian para sintetizarlos, no quitan nada al mérito de la obra artística.- Un escultor recibe un pedazo de mármol para hacer una Venus.- ¿Esta hecha?- Sí.- ¿Qué es lo que pertenece al que dio el mármol?- Nada.- ¿Qué es lo que pertenece al artista?- Todo.




ArribaAbajo- IV -

Asuntos dignos del arte


A un artista no se le puede pedir en sus composiciones más que su idea y su estilo; y generalmente, para ser grande le basta sólo su estilo. Pero yo en esta parte disiento del modo común de pensar, y dándole al escritor la libertad de adoptar las ideas suplementarias que tenga por conveniente, diciendo en verso- buenos días tenga usted,- lo mismo que lo hacen en prosa los demás mortales, creo que todo artista está obligado a sintetizar en un pensamiento fundamental los pensamientos accesorios. El asunto es la espina dorsal del cuerpo de una obra.

Ha de haber una idea clave, sin la cual la obra artística se vendría abajo. Versificar ideas todas iguales en importancia, sin categorías, sin someterlas a un principio único de concepción, es hacinar, pero no es componer: es formar un montón de piedras informes, sin ensambladura ni objeto arquitectural.

Decía Rafael que sacaba el modelo de todas sus vírgenes- «de una cierta idea»- Esa cierta idea de Rafael es el asunto, es la idea cierta que debe tener el artista para que sirva de base a todos sus pensamientos.

Según Santo Tomás:- «el hombre piensa más cuantas menos ideas más generales tiene, hasta llegar a Dios, que todo lo ve con una sola idea».- Y así como en el orden intelectual hay una verdad de la cual dimanan todas las verdades, el genio, en la vida práctica, consiste en poseer el secreto de hacer depender de una sola idea lo que otros tienen vinculado en muchas. La táctica con que Napoleón vencía a sus contrarios, consistía en lo siguiente:- «Ser más fuerte que el enemigo en un punto dado».- Esta es la idea matriz que explica y determina todos sus movimientos estratégicos. De una sola idea se pueden deducir millones de hechos, aunque con un millón de hechos no se pueda explicar ni una sola idea.

Nuestros clásicos, en general, adolecen de un defecto que han heredado de los antiguos, y, como ya se ha dicho, en particular de Petrarca, que es el de hacer poesías sin asunto, o escoger asuntos que no tienen ninguno. En este gran poeta las ideas todas son soldados rasos, sin jefe que los mande. En Petrarca los adornos valen tanto como el ídolo que engalanan; son cuadros sin perspectiva y sin figuras próximas ni términos lejanos. En este panteísmo de ideas y de frases, el mismo valor tiene una chinela de Laura que Laura misma. Y no habiendo en sus pensamientos jerarquías ni diferencias, resulta un caos, en el cual Dios es idéntico a las cosas, y por consiguiente, como todo es igual, todo parece indiferente.

Los que se empeñan en dar importancia a los pensamientos secundarios, es porque no quieren que se investigue en ellos cuál es la idea de construcción. En todos los guijarros del arroyo hay parte de un Escorial: la dificultad y el mérito están en construirlo. Lo primero es el asunto, lo segundo el asunto, lo tercero el asunto. No se pierda de vista que cuando nombro el asunto, quiero decir el argumento y la acción. Y al oír esto se me preguntará:- «pues qué, ¿hay poetas que han escrito sin asunto?»- Muchos.

Es menester leer doscientas letrillas, por lo menos, para encontrar una con un asunto tan determinado como en esta de Villegas:


   Yo vi sobre un tomillo
Quejarse un pajarillo,
Viendo su nido amado,
De quien era caudillo,
De un labrador robado:
Vile tan acongojado,
Por tal atrevimiento,
Dar mil quejas al viento,
Para que al Cielo Santo
Lleve su tierno llanto,
Lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
Esforzando el intento,
Mil quejas repetía;
Ya cansado callaba,
Y al nuevo sentimiento
Ya sonoro volvía;
Ya circular volaba,
Ya rastrero corría,
Ya pues de rama en rama
Al rústico seguía,
Y saltando en la grama,
Parece que decía:
Dame, rústico fiero,
Mi dulce compañía;
Y que le respondía
El rústico:- «No quiero».



Ese pájaro, al cual le roban su nido, esos movimientos compulsivos de desesperación y de ternura, que parecen reclamar del labrador el nido profanado, y el áspero «no quiero» del labrador, forman la historia completa de un amor desventurado. Aquí el asunto es lo principal; la ejecución, que es admirable, podría desempeñarse de mil maneras distintas.

Componer bien es tener el arte de enlazar un principio a sus consecuencias. Toda verdad secundaria es hija de otra primordial. Así como lo presente entraña lo porvenir, de un asunto bien pensado nacen incidentes múltiples, propios y naturales. Lo principal resuelve per sí mismo lo accesorio.

El origen de las ideas es el origen de las verdades. Un asunto, sobre todo si es abstracto, hay que reducirlo a sensación y convertirlo en imagen, y, al esculturarlo, darle carácter humano, y después universalizarlo, de modo, que en vez de la causa de un hombre, se dilucide en él, si es posible, la causa de todos los hombres. Toda poesía que sea impersonal, que carezca de asunto, que no sea una historia, que no sea contable, será un rosario de versos, más o menos tolerables; pero esos versos sin cuento serán unas cuentas de rosario sin el hilo interior que las sujete; podrán ser una colección de perlas; pero nunca se podrá formar con ellas un collar.

Cualquier objeto puede ser asunto de versos, pero son pocos los objetos que sirven para asuntos de composición.

Un artista que sabe ver y pensar bien lo visto, realiza lo ideal, individualizando las ideas generales, personaliza lo abstracto, echa líneas en lo indefinido, hace particular lo universal, y pone de relieve los asuntos de sus obras, realizando lo que se llama el arte por el arte. Pero después, si el artista es digno de serlo, hace una operación inversa, y aunque disguste a los idólatras del género llamado por ironía inocente, el arte por el arte lo convierte en el arte por la idea. ¿De qué manera?




ArribaAbajo- V -

El plan de toda obra artística


Me parece conveniente que el lector no olvide el objeto de este prólogo, que es el de pedir humildemente perdón por algunas fanfarronadas que se me han escapado en el ardor de varias polémicas, y de ratificar algunos juicios que, aunque algo aventurados, a mí en el fondo me parecen justos. He dicho, y repito, que además de la invención de los asuntos, me pertenece por completo en mis obras la manera de sujetarlas a un plan determinado. Será un mal sistema que sólo expongo para disculparme; pero como a mí me parece bueno, aunque algunos lo hallan detestable, porque lo creen difícil, insisto en sostener que toda poesía lírica debe ser un pequeño drama.

Así como Dios todo lo hizo con número, peso y medida, la obra de arte ha de estar planeada de tal modo, que la unidad no se pierda en la variedad, ni ésta se halle absorbida por la unidad.

Después de inventar la idea generadora, base del asunto, hay necesidad de dramatizarla, de sujetarla a un plan. Antes de vestir la idea con el ropaje del estilo, o sea el colorido, es menester hacer el cuadro, dibujar los personajes, para pintarlos después, haciendo resaltar en la expresión el objeto para que han sido dibujados y pintados.

Según un crítico francés, que lo copia de Aristóteles, entre los griegos el mayor mérito de una obra consistía en el asunto y en el plan: entre nosotros, al contrario, consiste en el estilo. Si esto es así, que no lo sé, es menester retroceder hasta los griegos. Una poesía debe ser una cosa animada, pintoresca, que hable, si es posible, a los ojos y a la fantasía. No debe ser materia de versos lo que no sea contable. La poesía debe tener la plasticidad de todas las artes: el dibujo y el color de la pintura; lo rítmico de la música; lo escultural de la estatuaria, y la unidad en la variedad de la arquitectura. El arte debe hablar a un tiempo a la inteligencia, al alma y a los sentidos. Cuando alguno me recita versos de nuestros autores clásicos, que ni emanan de un pensamiento fundamental, ni están sujetos a un plan determinado, haciendo lo que los jugadores de manos que sacan de la boca cintas de una largura interminable, me hago las preguntas siguientes: «¿por qué causa habrá empezado, y con qué motivo concluirá?»

He aquí un precioso ejemplo del modo de planear un asunto:



   Este con llorosos ojos
Mirando estaba Belardo,
Porque fue un tiempo su gloria,
Como ahora es su cuidado.
Vio de dos tórtolas bellas
Tejido un nido en lo alto,
Y que con arrullos roncos
Los picos se están besando.
Tomó una piedra el pastor,
Y esparció en el aire vano
Ramas, tórtolas y nido,
Diciendo alegre y ufano:
- «Dejad la dulce acogida:
Que la que el Amor me dio,
Envidia me la quitó,
Y envidia os quita la vida.
Piérdase vuestra amistad,
Pues que se perdió la mía:
Que no ha de haber compañía
Donde está mi soledad».-
Esto diciendo el pastor,
Desde el tronco está mirando
Adónde irán a parar
Los amantes desdichados.
Y vio que en un verde pino
Otra vez se están besando;
Admirose y prosiguió
Olvidado de su llanto:
- «Voluntades que avasallas,
Amor, con tu fuerza y arte;
¿Quién habrá que las aparte,
Si apartallas es juntallas?
Pues que del nido os eché,
Y ya tenéis compañía,
Quiero esperar que algún día
Con Filis me juntaré».-



¡Qué asunto tan bello y qué primorosamente está planeado!

La gran dificultad del arte consiste en hacer perceptible un orden de ideas abstractas bajo símbolos tangibles y animados. El apólogo que suele representar una máxima moral expuesta en un drama con personajes que se mueven, siempre será un género de literatura admirable. La fábula de la lechera vale más que todas las odas, elegías y poemas que se han escrito y que se escribirán sobre la ruina de las ilusiones humanas. El arte es enemigo de las abstracciones y gusta mucho de estar representado por personas que vivan, piensen y sientan. Lo que se impersonaliza se evapora.

Hay en todo asunto una parte iluminada que es menester poner a la vista del lector al formar el plan de una obra, y otra parte oscura de la cual es bueno prescindir por completo.

Para inventar los asuntos hay que ver bien, y, para planearlos, pensar bien lo visto.

La naturaleza se ha dicho que no es más que la letra pintada; la sensación la ve, la inteligencia la piensa, la imaginación la pinta, y he aquí el arte. En el drama de la Creación todo está escrito por Dios con tinta simpática. No hay más que aplicar el reactivo y sacarlo a luz. El mayor artista es el mejor traductor de las obras de Dios.




ArribaAbajo- VI -

Lo universal en el arte


Ya hemos convenido en que yo tengo el deber de dar, y el público el derecho de saber, el por qué de mis afirmaciones y negaciones literarias, y por consiguiente, necesito decir que después de inventado y dramatizado un asunto, hay que probar la necesidad de imprimirle un carácter general y trascendente.

Así como toda palabra tiene una faceta brillante que es menester, al engarzarla en el verso, ponerla hacia la luz; toda idea, aunque sea empírica, entrañando algo de lo general, tiene una caída hacia lo infinito, y es necesario colocarla de ese lado, para que, haciendo de idea matriz, sirva de asunto a toda composición.

Hay cerebros completamente refractarios a la comprensión de nada universal, y éstos creen que la misión del poeta se hace más difícil cuando la crítica les obliga a no cultivar el arte sólo por el arte, sino que además hay que añadir al arte alguna idea. En esto tienen razón, porque para lo segundo no basta que el escritor sea poeta, sino que además ha de ser hombre de ciencia, o por lo menos erudito. Existe la preocupación de que los conocimientos ajenos a la estética perjudican al artista; pero lejos de ser así, se nota que los artistas, cuanto más estudiosos son, poseen más novedad y tienen más variedad y grandeza en sus invenciones. Y esto es natural, porque nunca se comprende tan bien lo particular como cuando se mira desde un punto de vista general.

Los artistas deben encarnarse en su tiempo por medio de afecciones literarias y vínculos históricos, asociando a sus asuntos los modos de decir y de pensar hijos de las circunstancias. Cada siglo tiene su corriente de ideas que le son propias, y que, al vestirse toman el traje de moda de su tiempo. El corsé higiénico moderno no sé si viste mejor, pero de seguro da más facilidad a los movimientos que la vieja cotilla de nuestras abuelas.

Es cierto que los antiguos poetámbulos tendieron más a ocuparse en los asuntos de lo pasado y de lo porvenir, que en las necesidades de lo presente. Al pasado y porvenir se les puede calumniar, sin que aquél se queje, ni éste pueda hablar todavía, pero el fotografiar lo presente ofrece la dificultad de que todos los lectores se erigen en jueces sobre el parecido de las cosas pintadas. Este inconveniente es lo que hace que hayan abundado tanto los cantores épicos o legendarios y los poetas visionarios, porque como dice la copla


El mentir de las estrellas
Es muy seguro mentir;
Porque ninguno ha de ir
A preguntárselo a ellas.



Pero la poesía verdaderamente lírica debe reflejar los sentimientos personales del autor en relación con los problemas propios de su época. En todas las edades soplan unos vientos alisios de ideas que se estilan, y hay que seguir su impulso, si no se quiere parecer anacrónico. Los incidentes y las ideas de la Iliada y de la Eneida, no sólo no son asimilables, pero ni siquiera son concebibles en nuestra moderna vida europea.

No es posible vivir en un tiempo y respirar en otro.




ArribaAbajo- VII -

El paganismo en el arte


Pero antes de entrar en la cuestión del objetivo en las letras, conviene hablar algo de lo que, aunque no en toda la extensión de la frase, llamaremos el paganismo en el arte.

Existe una mojigatocracia literaria, que convierte en pecado mortal, así el uso de un neologismo, como la exhibición de una estatua.

Ya he dicho en otra parte, que a un autor se le puede exigir que sea decoroso en la expresión de sus pensamientos; pero hacerle renunciar a la descripción de escenas excépticas o atrevidas, que puedan ser más o menos arriesgadas, sería desterrar del imperio del arte una de las fuentes más ricas de inspiración y de pasiones. En esta parte, la gazmoñería moderna, queriendo tener a una sociedad en babia, es de lo más remilgado y más hipócrita que ha habido en ninguna época del mundo. Por que hoy no se describan las Cammas, los Edipos y las Fedras, ¿dejarán de ser eternamente tipos ciertos, aunque desastrosos, de las aberraciones a que llega la humana naturaleza? Ciertamente que en la pintura de las pasiones es muy cómodo huir de las dificultades, suprimir en el alma la duda y las exageraciones, y dejar de describir lo más difícil de la vida por razones de conveniencia o de decoro; pero contando con el pudor, a cuyo sentimiento no se puede faltar impunemente, es menester que todo lo que es propio de nuestra naturaleza moral se cuente, que el hombre no deje de ser nunca un representante de las pasiones y de la inteligencia, y no se le reduzca a un ser neutro, sin capacidad física, intelectual ni moral; término incoloro a que tienden a limitar al hombre todos los entendimientos vulgares. Además, un gran escritor siempre sabe y puede hablar de todo con decoro, aunque esto pueda tener el inconveniente de que los imitadores lleven el arte a un realismo demasiado empírico, que, desempeñado con poco ingenio, llegaría a ser intolerable.

Yo no soy de los que creen que el pudor en las mujeres no es más que el miedo que tienen de que no se las halle bastante hermosas; ni soy del parecer de Schopenhauer que dice que, como dar la vida es perpetuar el mal en la tierra, el pudor es la vergüenza que siente el traidor que se dispone a cometer un crimen en la sombra. No; el pudor es una cualidad moral que compensa y casi santifica ciertas debilidades de nuestra flaca naturaleza. Por lo mismo, no creo tampoco que las mujeres, verdaderas propagadoras del cristianismo, son la imagen del pecado. Yo bien sé que esto lo dicen, aunque no lo creen, los que, convirtiendo la hipocresía en la primera de las virtudes, predican en materias de amor una moral tan restricta, que pretenden reducir al hombre a la condición de eunuco. Afortunadamente, estudiada la cuestión a fondo, resulta que en esta parte no hacen más que imitar la conducta del excéptico de Atenas que decía: «Yo de un modo hablo en la escuela, y de otro modo me compongo en casa».

Cuando un artista tiene repugnancia en ocuparse en asuntos femeniles, podéis asegurar que es un talento vulgar que, no comprendiendo lo espiritual, teme caer en la torpeza de lo carnal. Nada prueba tanto el buen sentido de un artista como cuando marcha con seguridad por esa senda escabrosa que separa lo galante de lo peligroso. No hay pintura más obscena que aquel beso que Pablo da a Francisca en la boca. Los autores modernos hubiéramos dado ese beso en los labios, en la mejilla o en la frente, y el episodio entonces desaparecería, echando un jarro de agua fría sobre el poema. Cuando después, leyendo, se atraviesa el Paraíso, no se siente una emoción tan divina como la que causa aquel beso en la boca, que lleva al infierno al que lo da y a la que lo recibe.

La santurronería inglesa, traída al continente con los anatemas lanzados contra Byron, nos ha contagiado hasta a los mismos católicos, haciéndonos tener más antipatía a la diosa Venus que a la diosa Razón.

Como en buena lógica lo absurdo de los principios se conoce por su ampliación, la continencia ilimitada ha sido proclamada como dogma religioso por alguna de las sectas de los actuales nihilistas que se proponen concluir con el mundo por medio de una castidad absoluta.

El bello desnudo es el enemigo de la voluptuosidad. Es más dado a tentaciones el velo exagerado de una monja, que el traje corto de una bailarina.

En la poesía, en la pintura, en la escultura, no hay nada más difícil que el desnudo vestido, que esa gracia de los grandes artistas de echar paños sobre la forma para que se adivine mejor lo que se oculta más.

La belleza es un ángel que no tiene sexo.

No hay que exagerar los puritanismos mojigatos; porque estos son los que, como en Inglaterra en tiempo de la restauración, producen las reacciones deshonestas. Si la moral demasiado fácil hiere a las costumbres, cuando es muy intransigente irrita a la naturaleza.

La mujer, objeto el más bello de la creación, es una estatua viva sobre la cual el arte tiene fueros y derechos imprescriptibles.

Una belleza nunca puede ser objeto de escándalo, porque en ella lo material siempre parece que está envuelto en cierta nube de luz.

Es ya opinión común, la de que un solo cabello de mujer, por efecto de una natural asociación de ideas, hace vibrar en toda su extensión esa cadena eléctrica de penas y de ternuras que une el fin y el principio de la vida humana. En el dibujo de la mano de una mujer, hay más poesía que en la cabeza de Apolo, más amor que en un jardín de flores en un día de primavera, más vida que en una nube cuajada de nidos de ángeles, y más recato que en un templo. Y ¿por qué la emoción que causa el contorno de esa mano de mujer, no es una sensación de placer como suponen algunos timoratos inconscientes, sino que es un sentimiento mezclado de ternura, de belleza y de santidad? Porque esa mano nos recuerda aquella que nos ha sostenido en la niñez; que nos ha acariciado en la juventud; que cerrará nuestros párpados el día de la muerte, y que, separando las nieblas de la eternidad, nos ayudará a subir a lo alto de los cielos.

Es inútil querer remediar lo que afortunadamente es irremediable. La vida va llamando siempre a las puertas de la vida, hasta que se la abren, sin llamar, las puertas de la muerte. Suprimid el paganismo artístico y despoetizaréis el mundo.

Personas que se creen discretas, aseguran que no se deben escribir libros que no puedan estar en manos de la inocencia ¡Ilusiones de niños grandes! Para la inocencia no se ha escrito, no se escribe, ni se puede escribir nada. En cualquier cuento de niños tienen que ir incluidas las palabras padre y madre. ¿Qué contestarían esas personas que se creen discretas al niño que preguntaba: «¿qué es ser padre y qué es ser madre?»

Hay un axioma que dice- «que las gracias nunca están bastante desnudas».- Pero esto se suele entender sólo con los autores muertos, porque para los vivos existe una rigidez que les impide hasta la aplicación metafórica de esta máxima.

Hermosilla, crítico de la familia de los roedores, censuraba a Meléndez porque, en su oda a la paloma, la pedía un beso, mínimo pecado de antojo zoológico, que D. Juan Nicasio Gallego disculpaba, por comparación, haciendo notar el atrevimiento de Moratín, que era el ídolo de Hermosilla, y que a una ninfa de carne y hueso la pedía, no un beso; sino los últimos favores.

Estos últimos favores de Moratín, y la tristeza de aquella niña de Meléndez,


que yendo a buscar flores,
perdió la que tenía,



son unas licencias sin mérito que, figurando como modelos en las colecciones de nuestros clásicos, siempre hallan quien las disculpe en autores muertos: pero en tratándose de escritores vivos, en los cuales nunca se podrían rebuscar libertades tan vulgares, entonces los calumnian por lo bajo ciertos ascetas por industria que nunca oyen hablar de los encantos de una mujer sin aparentar que se escandalizan, olvidándose de que son herederos de las tradiciones de aquellos castos varones que leían, y que leen todavía, sin que se les levante el estómago de asco, los amores de los Virgilios y los Teócritos, consagrados a unos Alexis, cuyo sólo recuerdo rebaja al hombre a la condición del sub-bruto.

Los mojigatos de la honestidad me hacen el mismo efecto que los remilgos de algunas beatas de provincia que hacen ascos de nombrar el beso, al mismo tiempo que están besando el hocico de un perro. También esto me recuerda unas buenas religiosas a quienes, señalándome los apólogos que no dejaban leer a las niñas de su colegio, tuve que hacerlas notar la contradicción en que caían dejándoles leer unas vidas de santos, en las cuales la deshonestidad rivalizaba con la grosería.

Uno de los amigos más buenos que yo he tenido y que siempre me aconsejaba que tuviese mucho cuidado con las pinturas amorosas, con un candor angelical, tradujo y publicó aquel pasaje de uno de los capítulos de los proverbios de Salomón, en el cual- «una mujer se echa resueltamente a la calle, encuentra al joven con el cual ha jurado cumplir sus ansias, le echa los brazos, lo besa, se lo lleva, y se embriagan los dos de amores hasta la mañana, porque el marido no estaba en casa».

Otro amigo mío que cree que en las letras se debía desterrar a las mujeres de todo comercio humano, ya me ha hecho aprender de memoria, a fuerza de oírsela recitar, la pintura de aquella emperatriz

Cuando cansada se iba, mas no harta.



Y cuyos versos no me atrevo a trasladar por razones de decoro fáciles de comprender, y de cuya descripción el señor Quintana asegura que, en esta pintura de los desórdenes de Mesalina, Quevedo no iguala todavía en vigor a Juvenal. Cuando se leen estas cosas en los libros santos, en las colecciones clásicas y en las obras de autores que pasan justamente por meticulosos, casi parece una injusticia que a ciertos autores modernos no nos reserve la crítica para el porvenir un rinconcito en un altar.




ArribaAbajo- VIII -

Designio filosófico: del arte trascendental


Ya que hemos estudiado el asunto y el plan de toda obra de arte, entremos por fin de lleno en el examen del designio filosófico.

¿Cuántos elementos han de constituir una obra, y en qué proporción deben estar en ella el sentimiento, la imaginación y la razón? El sentimiento todo, la imaginación lo que se pueda, y la razón lo que se deba.

Desde que la filosofía, por medio del cartesianismo; la religión a causa del protestantismo; y el arte por efecto de la inmortal parodia del Quijote han creado esto que se llama espíritu moderno, los artistas, so pena de parecer unos cándidos, no pueden menos de afrontar los problemas de la vida humana en relación con la cosmología y la teodicea. El arte, al revés de la filosofía, no necesita tener certidumbre en sus máximas, ni utilidad en sus consecuencias, y tan recomendable es idealizando lo real como realizandolo ideal, y es suficientemente religioso cuando, en vez de cantar a nuestro gran Dios, entona himnos a los dioses. Pero lo que el artista no puede olvidar es, como hemos indicado anteriormente, que lo universal es el carácter de la época actual, y que así como antiguamente el mundo todo se reducía a Roma, el hombre de hoy es ciudadano del universo. Los poetas de este siglo están obligados a tener en su lira, además de todas las cuerdas de sus predecesores, una cuerda más, y esa completamente suya.

Yo no disputaré si el arte se debe cultivar solo por el arte, o si es mejor el arte por la idea. Acepto lo bello, lo mismo en Virgilio que en Horacio, si bien se me ha de permitir creer que por el tinte de filosofía, no muy sana por cierto, de este último, con ser uno de los poetas menores, es el más grande y más humano de todos. Cuando a la belleza se junta algún objetivo, cuando una línea o palabra determinan y recuerdan lo infinito, haciendo el arte trascendental, entonces es verdaderamente divino. Espanta el pensarlo que hubiera sido un tan gran poeta como Byron si, con propósito deliberado, a sus pasmosas concepciones personales las hubiera dado puntos de vista generales, en los cuales se hubiera entrevisto lo infinito.

Y el lector me preguntará: ¿y qué obra de arte cumple las condiciones que nuestra crítica exige? Muchísimas: he aquí una muy corta para ejemplo:


   Cuentan de un sabio que un día
Tan pobre y mísero estaba,
Que sólo se sustentaba
De unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
Más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió
Halló la respuesta, viendo
Que iba otro sabio cogiendo
Las hierbas que él arrojó.



Cuadro completo: buen asunto, planeado admirablemente, y en el cual se ve un designio lo más consolador y más humano que se puede concebir. La poesía no puede llegar a más.

Cuando las artes se cultivan sin designio trascendental ninguno, me parece que estoy oyendo decir a Cicerón:-«Se pudieran llamar plebeyos a todos los filósofos que no son de la sociedad de Platón, de Sierates y toda su familia».- Lo mismo sucede en el arte. Los autores que no han frecuentado el trato de los Platones y los Sócrates literarios, como Shakespeare y Calderón, se exponen a no producir más que obras plebeyas.

El arte solo por el arte es un principio de composición que yo no censuro, aunque no es de mi gusto, profesado por preceptistas de gran mérito. El arte por la idea tiene muchos inconvenientes para el escritor. Uno de ellos es que, buscando el sentido recóndito de vuestros pensamientos, la crítica suele descubrir que la parte mortífera de vuestra lanza no está en la punta, sino en el mango. Otro, y muy grande, es que el artista suele ser clasificado en una escuela que, o repugna a sus inclinaciones, o está en contraposición con sus principios. Supuesta la libertad en el arte, es raro el artista cuyo conjunto de composiciones forme un todo completo de ideas, pues cada una de ellas, o casi todas son contradictorias entre sí, pues es condición del arte reducir los pensamientos a sensaciones, y éstas son tan múltiples como los objetos que las producen.

Yo mismo, que no sé bastante para ser del todo creyente, pero que he estudiado demasiado para no tener algunas dudas, he sido censurado por suponer que pertenezco a una escuela que en último resultado nunca podría llegar en radicalismo excéptico a ser tan censurable como el pesimismo de los místicos.

Lo repito, no sin un poco de pesar por la injusticia, pero también yo, sin saberlo, creo que he sido afiliado a una escuela filosófica para la cual este mundo está lleno de trabajos y el otro es un vacío de recompensas. ¡Yo, que en materia de escepticismo no he escrito nada parecido, en su acepción terrena, a la Imitación de Cristo; y que, con respecto a la vida futura, nunca he puesto en duda a Dios, como tantos otros, ni lo he omitido por completo, como nuestro gran Quintana! ¿Cuándo acabaremos de una vez con estas comedias de moral casuística? La síntesis filosófico-teológica del cristianismo se reduce a lo siguiente:- «Creo en un Dios personal, infinito en su esencia y en sus atributos, que sacó libremente la creación de la nada, y que juzga nuestra alma inmortal después de la muerte, premiando a los buenos y castigando a los malos».- Esto es lo constitucional, y todo lo demás, como decimos en política, para el artista es reglamentario. Respetando estas verdades fundamentales, el escritor que se dedique al arte por la idea, será esencialmente cristiano, aunque dé a todos los demás problemas ético-filosóficos la dirección que más convenga a su objeto, sean los que quieran los aspavientos de una ortodoxia litúrgica tan suspicaz como falta de ilustración. Colocado en la cúspide de este credo, Dante, erigido por el arte en juez supremo, arrojaba al infierno de cabeza a los mismos príncipes de la Iglesia, siempre que los hallaba incursos en injusticia.

Desde la opinión de Leibnitz, que creía que el mundo es el mejor de los mundos posibles, hasta la aserción de Renan, que pregunta: -«¿Quién sabe si este mundo es la pesadilla de una divinidad enferma?»- el artista puede recorrer esa infinita escala de problemas filosóficos, reduciendo a imágenes sus pensamientos, sin ser optimista como Leibnitz, ni pesimista como Renan.

En poesía, en pintura, en música, en todas las artes, cuando no tenemos un objetivo racional, se nos puede aplicar a los autores lo que llamaba por burla Cicerón- «ensalzadores de fórmulas y cazadores de sílabas».- Siempre que oigo recitar versos sonoros, muchas veces excelentes, pero que no trascienden ni abisman el alma en las regiones indeterminadas de la razón y el sentimiento, se me ocurre repetir aquel proverbio árabe tan conocido:- «Oigo el tic-tac del molino, pero no veo la harina».-




ArribaAbajo- IX -

Inutilidad de las reglas de la retórica para formarse un estilo


Pasemos a hablar del estilo, que, según se dice- «es el hombre».- y si no es todo el hombre, por lo menos el estilo en poesía es el modo intelectual de andar un hombre por el Parnaso.

¿Son indispensables las reglas retóricas para pensar y escribir? Quisiera yo saber quién enseñó retórica a Eva. ¿O es que Eva habrá podido engañar con su elocuencia a Adán sin saber retórica?

Decía el P. Lacordaire,- «que no había nada que odiase tanto como la Retórica, porque era un mero artificio incompatible con la naturaleza de las cosas».- Tenía razón el P. Lacordaire: no hay espectáculo más risible que ver al hombre metido en la camisa de fuerza de la retórica.

Yo también, si fuera tan buen preceptista, como soy agricultor, sembraría de sal parte del campo de la dogmática literaria, para que no brotase en él una sola planta en un lapso de tiempo tan largo, por lo menos, como el que media entre Longino y Revilla. La faja tradicional con que casi nos revientan al nacer, es más soportable que el peso de esa montaña de Sísifo de las reglas convencionales con que abruma nuestra inteligencia la retórica oficial. No hay pedagogo que al escribir una dialéctica artística, no descubra algún matiz nuevo en la abigarrada escala de colores en que se dividen los varios pelotones del inmenso ejército de pensamientos, o no añada alguna división arbitraria a las interminables clasificaciones de los géneros literarios, que no se dividen por nada esencial, sino por accidentes puramente formales, como el metro, por ejemplo, y que tienen la misma subsistencia que si esas reglas se escribiesen en el agua.

Además de los preceptos de la retórica, de los cuales de niños retenemos poco, de jóvenes menos y de viejos nada, hay, como en todos los países, una regla de conducta que podremos llamar de patriotismo lugareño, que consiste en inmovilizar lo eternamente móvil, en no dejar entrar ideas nuevas en territorio español como no haya especies léxicas solariegas con que poder guisarlas. Estos idólatras del traje nacional tienen una colección tan escasa de vestidos, que se parece a la de Federico el Grande, pues, preguntando un viajero inglés dónde estaba el vestuario de S. M., le contestó un gentil hombre:- «Lo lleva encima».

Y es inútil que Berzelius invente un lenguaje filosófico para la química, pues al llegar a la frontera, o se le obliga a que entre de contrabando, o para poder pasar tiene que ponerse antes chupa o sombrero calañés.

Cuando yo bauticé con el nombre de Doloras un género literario que creía y sigo creyendo aceptable, suscité contra mí las iras de todos los amigos exclusivos de los géneros tradicionales. Al respetable D. Juan Nicasio Gallego, le pareció que la palabra Dolora era demasiado nueva y se la podría sustituir con la portuguesa Mágoa, por ser más conocida y determinar, aunque imperfectamente, el género; pero el primer Marqués de Pidal se opuso resueltamente a la sustitución, y la palabra Dolora empezó a correr el mundo, sin más pasaporte que mi voluntad y la tolerancia, de mi ilustre amigo y paisano el Sr. Marqués de Pidal.

Y para que se vea hasta qué extremo puede arrastrar el amor al purismo de la frase a las naturalezas más tolerantes y más rectas, añadiré que después de veinte años de sufrir los anatemas y las rechiflas de vetusteces ignaras (lo digo en culto para que no se me entienda), fui nombrado individuo de la Academia Española, siendo Director D. Francisco Martínez de la Rosa. Sucedió que mi padrino el Sr. Marqués de Molins tuvo por conveniente nombrar la palabra Dolora en su discurso de contestación, y porque la palabra era nueva le pareció bastante motivo al Sr. Martínez de la Rosa para dilatar con su inmensa fuerza de inercia el que yo tomase posesión de mi plaza hasta que, por su desgracia y la de las letras, no me lo pudo impedir. Si el Sr. Martínez de la Rosa hubiese llegado a vivir más tiempo, yo me hubiera permitido hasta tutear su respetabilidad arqueológica, ya que él se alababa de que Fernando VII le daba cuando aún no tenía 25 años el tratamiento de usted. Pero, en fin, respetando su memoria, me concretaré a decir que aquella pudibundez arcaica no me ha parecido propia de un hombre de Estado eminente que tenía por lema de su conducta las palabras paz, orden y justicia.

No sé si en lo que acabo de contar habré olvidado el consejo de mi amigo el Sr. Aparisi y Guijarro, que me decía que escribiese siempre según la caridad; pero protestando que no ha sido mi ánimo faltar a ella, continúo diciendo que la retórica antigua, excepto en lo que tiene de fundamental, aplicada al arte moderno, es una vieja remilgada y presumida que siempre me ha dado frío. Después de muchos años de amamantarse un joven a los pechos de esa momia, sobreviene la tisis intelectual, y muere el joven, conociendo que en realidad no hay más figuras de pensamiento que la metáfora, más o menos explícita y más o menos directa; y que las otras figuras de dicción, o más claro, que los modos de decir son tan variados, como los caracteres, de tal manera que la lista de terminachos de la retórica, que no por ser griegos dejan de ser bárbaros, aunque es tan larga, es deficiente, pues se podrían escribir diez Virgilios con las maravillas de giros y frases nuevas que se podrían recoger desde el vocabulario áureo de una dama de Calderón, hasta el caló pintoresco de una gitana.

Por suerte de las letras, el estilo no es cuestión de tropos, sino de fluido eléctrico.

La mente es un termómetro que sube cuando se la acerca a un estilo que, aunque sea incorrecto, está lleno de calor, así como hay estilos gramatical y retóricamente perfectos, que por su frialdad hielan la sangre en las venas.




ArribaAbajo- X -

¿Debe haber para la poesía un dialecto diferente del idioma nacional?


Si se exceptúan el Romancero y los Cantares, en España casi no hay poesía lírica nacional, ni pudo haberla tampoco. Dice el Sr. Quintana hablando de los poetas antiguos:- «Aunque contemplo nuestras poesías antiguas a bastante distancia de la perfección, todavía sin embargo producen en mi espíritu y en mi oído el placer suficiente para disimular, en gracia suya, los descuidos y lunares que encuentro».- Según se infiere de las palabras del Sr. Quintana, parece que quiere dar a entender que la lectura de la mayoría de nuestros clásicos, le causaba más placer que fastidio. Lisonja de colector.

No habrá poesía lírica tan general como se concibe hoy día, mientras que no se la apliquen las leyes que la mecánica emplea para dar firme asiento a los cuerpos,- «bajar el centro de gravedad y ampliar la base de sustentación,»- o lo que es lo mismo, no levantar demasiado el trono, y escribir como el Romancero en el lenguaje del pueblo.

El Sr. D. Alberto Lista, dando por natural el hecho de que no hay ninguna de las lenguas conocidas en que el lenguaje poético no se diferencie, ya más, ya menos, del de la prosa, cree que debe distinguirse del lenguaje de ésta el de los otros géneros, es decir, que la poesía debe tener un dialecto artificial, dentro del idioma natural. ¿Y a qué llamaba el Sr. Lista dialecto de la poesía? El ilustre preceptor entiende que Fernando de Herrera creó nuestro dialecto poético tal como existe en el día. Y para que vean mis lectores cuál es el lenguaje poético de Herrera, copio estos versos que el Sr. Quintana entresaca, como muestra. de su canción a San Fernando:


   -«Cubrió el sagrado Betis, de florida
Púrpura, y blandas esmeraldas llena,
Y tiernas perlas la ribera ondosa,
Y al cielo alzó la barba revestida
De verde musgo, y revolvió en la arena
El movible cristal de la sombrosa
Gruta, y la faz honrosa
De juncos, cañas y coral ornadas,
Tendió los cuernos húmidos, creciendo
La abundosa corriente dilatada,
Su imperio en el Océano extendiendo».-



Al citar Lope de Vega estos versos, como un modelo de locución poética, tan opuesta a las extravagancias del culteranismo, lleno de entusiasmo exclama:- «Aquí no excede ninguna lengua a la nuestra, perdonen la griega y la latina. Nunca se me aparta de los ojos Fernando de Herrera».

Ahora dígame el lector si, aunque apadrinen Lope de Vega y Quintana esa florida esa barba, esa faz honrosa ornada de coral, y esos cuernos húmidos, dejan de ser unos logogrifos dignos de que se les aplique los versos de que hace mención el Padre Isla:


   Vítor al padre Crispín
de los cultos culto sol,
que habló español en latín
y latín en español.



Aquí se me podrá objetar que el dialecto poético que yo censuro, ya sólo se recomienda en los libros de retórica, pero con poco éxito, pues no lo ha aceptado ninguno de los grandes poetas líricos de nuestros días. Esto es cierto, pero como en esos libros se nos encarece ese dialecto, hijo bastardo de la lengua madre, como el colmo de la perfección, no basta que esté en desuso, sino que hay que proscribirlo del todo, para que no se vuelva a usar más.

¿Y por qué, dirá el lector, se escoge para censurarlo un trozo de un poeta tan grande como Herrera?- Porque siendo Herrera un maestro consumado, de la imitación de su estilo lo mismo puede salir Góngora el bueno, que, proceder, como seguramente procede, Góngora el malo. ¡Cuánto más popular y cuánto más nacional sería nuestra poesía si, en vez de la elocución artificiosa de Herrera, se hubiese cultivado este lenguaje natural de Jorge Manrique, que es la dirección que siguieron después Garcilaso, Fray Luis de León y Lope de Vega:


   ¡Recuerde el alma adormida,
Avive el seso y despierte
      Contemplando
Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
       Tan callando!



Y tiene razón el Sr. Lista al decir que el lenguaje poético formado y fijado por Herrera, es el mismo que usan algunos en nuestros días. Suprimo otros ejemplos de autores modernos que expuse cuando leí este prólogo por primera vez en el Ateneo, por no haber tenido presente una circunstancia digna de respeto, y me concreto a lo dicho, para probar que esas quintas esencias de lenguajes figurados, son ridiculeces de un género que harían reír, si no fuera porque a los aprendices de prática les hace llorar.

Después de todo ha sido muy cómodo para los cultos, eso de aislarse del mundo con un vocabulario de dos o tres mil frases escogidas, como Metastasio, y vivir encerrados sin más trato que el de las Preciosas Ridículas, prescindiendo del vulgo de las gentes con el que no se dignaban alternar porque su lenguaje no tenía esos términos sencillos con que es necesario nombrar los objetos más caseros y más comunes en el uso de la vida.

El dialecto poético que se quiere hacer diferente del modo común de hablar es el gongorismo sin ingenio, es el plano inclinado que hizo caer a la poesía,


   En Alemania en el Lohenstismo,
En Inglaterra en el Eufuismo,
En España en el Gongorismo,
En Francia en el Preciosismo,
Y en Italia en el Marinismo.



La poesía es la representación rítmica de un pensamiento por medio de una imagen, y expresado en un lenguaje que no se pueda decir en prosa ni con más naturalidad ni con menos palabras.

Dice el Sr. Lista- «pícaro fue el momento en que se le ocurrió a D. Tomás Iriarte la idea (que puso constantemente en práctica) de que el lenguaje de la poesía, debía ser el mismo de la prosa; y pícaro también aquel en que Samaniego juzgó a propósito celebrarle la gracia. Uno y otro equivocaron la sencillez con la vulgaridad». -El Sr. Lista también en esto tenía razón, pero debió no olvidar que es imposible que haya mala poesía cuando en ella hay ritmo, rima, conceptos e imágenes. Cuando Iriarte y Samaniego escribían sin imágenes y sin ritmo hacían una poesía prosaica, tan despreciable, por lo menos, como la prosa culta de los poetas áureos. No hay en poesía ninguna expresión inmortal que se pueda decir en prosa ni con más sencillez ni con más precisión. Con la expresión natural de las imágenes rítmicas no puede haber malos poetas; con el antiguo dialecto poético, aunque tengan lo que constituye la esencia de la poesía, que son el ritmo y la imagen, son imposibles los poetas buenos.

El culteranismo es muy fácil: lo difícil es escribir con naturalidad.

A expresión hinchada, vacuidad de ideas. A dicción prosaica, pensamiento insuficiente. ¿Cuál de estos defectos es más censurable? Como se dice vulgarmente: los dos son peores. En el sistema que tan mal le parecía al Sr. Lista repito que son imposibles los malos poetas, porque en siendo prosaicos, por tener pensamiento deficiente, no se les clasifica como tales poetas; mientras que, siendo cultos y perteneciendo a la extirpe de los señores feudales de las letras, se coloca en la categoría de poetas a una porción de botargas literarios, cuya exigüidad de ideas compite con la hinchazón.

Todos somos amigos del buen tono, y confieso que los escritores prosaicos estremecen a la naturaleza en general y a mí en particular.

No se me oculta que, huyendo de la forma egregia, hay el peligro de caer en el extremo opuesto. Para esto hay un remedio, y es no caer. Y si alguno cae en ese defecto, téngase entendido que jamás se ha recibido en los festines de la inteligencia a ninguno que, aunque sea caballero, vaya vestido de lacayo; si bien, gracias a adornos postizos, estamos cansados de recibir en ellos a lacayos que andan disfrazados de caballeros.

El marchar poéticamente pisando las corolas de las flores, tiene el inconveniente de que, si se baja, se tropieza con el lodo; pero, si se sube demasiado, se encuentran el autor y el lector en el vacío.

Recomiendo la contestación de un escritor que preguntándole cuál era el secreto de la encantadora naturalidad de su estilo, contestaba:- «Yo escribo como hablo; me dicto a mí mismo, y voy copiando mis palabras».- La superchería de lo que se llama altisonancia y el remilgo del lenguaje, jamás permitirán que nuestra poesía sea popular. Es más atractiva por el candor, la gracia y la originalidad la poesía de los dialectos bable, gallego y lemosín, que esa jerga castellana en la cual algunos poeta, herrerianos cantaron en una tessitura tan alta que el que los oye está expuesto a echar sangre por los oídos. Estos Píndaros con vejigas, me hacen el mismo efecto que ver al grave Lamartine, de cuyo talento ya dudo, flagelar por su buen humor y su naturalidad al delicioso La-Fontaine. Afortunadamente en los escritores rimbombantes, el fondo comúnmente no corresponde a la forma, y cuando se toca a sus obras suenan a huecas como las bóvedas de las tumbas. Y sucede no pocas veces que, estos seres campanudos, por forzar el diapasón y descuidar las ideas, suelen empezar por hincharse como unos héroes, y acaban por hablar como unos patanes.

Y no sé cuáles me parecen peores, si los cultos con entonación, o los pulcros sin ella, pues si en aquéllos hay el temor de que si las ideas correspondiesen al tono, las almas de los oyentes reventarían, los segundos afortunadamente cansan tanto como el trato de esos hombres nulos y excesivamente urbanos que nunca se les escapa una cosa inconveniente, y que como Carlos II de Inglaterra,- «jamás dicen una necedad ni hacen nada acertado».-




ArribaAbajo- XI -

El verdadero lenguaje poético


Juzgo indispensable un trabajo de reconstrucción en la antigua manera de escribir. Así como hay que bajar el diapasón en la poesía, es necesario subir el de la prosa. Entre las frases que se me ha dicho que yo había copiado, y otras varias de que todavía me acuerdo, podía citar muchos versos, aunque aislados, completos, que nadie ha indicado que fuesen malos, y con los cuales he probado materialmente que hay un punto de conexión común donde la poesía y la prosa no se distinguen más que por el ritmo y por la rima. Existe una línea de conjunción, en la cual se puede ver que la poesía más sublime arranca de las entrañas de la prosa más sencilla.

Desterremos los dialectos artificiales en honra del idioma natural común.

¿Cómo han de cristalizar en la memoria de las gentes las ideas de la poesía y de la prosa, si no se escriben en un lenguaje poético inteligible?

No desviejar la poesía y rejuvenecer la prosa es condenar a los poetas a que sigan escribiendo libros que no se entienden, y a los prosadores obras que nada valen. La afectación ha perdido a Cienfuegos en la poesía, y el mismo defecto ha deslucido a Solís en la prosa. Democratizar mucho la poesía, y aristocratizar un poco más la prosa, es un trabajo digno de alguno de los escritores que nos sucedan y que tenga bastante fuerza para palanquear el idioma, volviéndolo de arriba abajo, haciendo que la poesía no se desdeñe de descender hasta el pueblo, y que la prosa se vista de limpio para poderse elevar hasta la inteligencia de las clases altas. Echemos por la ventana las flores de trapo con que se adorna la poesía, y cerremos para siempre los oídos a esas prosas vulgares sin olor, color ni sabor.

La virtud de la inteligencia es la dispersión, y un autor será tanto más apreciable cuanto más logre divulgar sus ideas, escribiendo como se habla, y desterrando de sus obras toda clase de jerigonza ya cultista ya canalla.

Dice M. de Maistre:- «hay una regla segura para juzgar tanto a los libros como a los hombres, aun sin conocerlos: basta saber por quién son amados, y por quién aborrecidos. Esta regla jamás engaña».-

Aplicando un principio semejante a la poesía, se puede medir la calidad de las condiciones artísticas de un poeta por la cantidad de los lectores ilustrados que lo saben de memoria.

¡Dios mío! ¡Cuántas gentes al leer todo esto dirán que yo soy un maestro incompetente que no tengo ni siquiera la aptitud de poder ser su discípulo! ¡Ay, lo peor para mí no será que lo digan, sino que tengan razón para decirlo! Sin embargo, algún derecho me asiste para hacer oír mi voz, aunque no tenga voto, cuando me expongo a los palmetazos de los dómines de la clase, no tanto por defender mi causa, que me importa poco, cuanto por defender la causa de la poesía nacional, que es lo único importante. Además que yo no hablo con los que hallan tolerables las redicheces cultas, pues sólo me dirijo a los jóvenes, para que, en lo porvenir, estudien el modo de hacer versos rítmicos, talentudos y naturales. Mi pretensión no me parece ni insólita ni exagerada. Deseo que nuestros futuros escritores huyan de defectos en que yo mismo he caído, procurando castellanizar el lenguaje poético que los de abajo aldeanizan, y los de arriba culti-latini-parlan.

A propósito del verdadero lenguaje poético decía mi preceptor D. Benito que el conocer analíticamente lo que es un buen verso, es el colmo de la sabiduría. No le faltaba razón. Y lo mismo sucede con un verso que con un trozo de prosa. Muchos de los autores que escriben bien instintivamente, no nos podrían dar la razón de cómo han dado el carácter de espontaneidad a lo meditado, de qué manera el cálculo sorprende como la improvisación, y con cuánta naturalidad el artificio en ellos se ha convertido en arte.

Véanse estos versos de Góngora, tomados del Tasso,


   Amantes, no toquéis si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado,
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.



Esas onomatopeyas, en las cuales los sonidos de las palabras parece que son el eco de los pensamientos; esa especie de jugo sinovial que facilita la articulación y movimiento de las letras y de las frases; ese hervidero de dobles imágenes que brotan de las ideas expresadas por medio de metáforas, constituyen el arte mágico de escribir, y que es más fácil de sentir que de explicar, y que el matalotaje de los preceptos retóricos más bien lo puede oscurecer que enseñar. Cervantes, a pesar de su hipérbaton artificial y poco lógico, única cosa que había aprendido de la retórica, era un maestro consumado en ese estilo natural y chispeante en el cual el divino artificio se sustituye a la grosera espontaneidad, pues el engarce de todas sus palabras está hecho de modo que, dejando a la luz la parte iluminada de las expresiones, y escondiendo la parte oscura, todas las piedras con que construye sus edificios están colocadas de modo que el lector sólo ve en ellas las facetas fosforescentes. Cuando el verso y la prosa están construidos con este primor instintivo, tiene el lenguaje el prestigio misterioso de la música, que siempre dice, no lo que el autor se propone, sino lo que el lector desea, y el verso y la prosa entonces llevan una fuerza de proyección intelectual que no sólo se leen en ellos lo que el autor escribe, sino que se despiertan en el lector ideas inesperadas. De modo que de la oración gramatical, en prosa y verso, lo mismo que de la oración religiosa, se puede decir que ha de ser semejante a la misteriosa hija del gran Rey: toda su hermosura nace del interior.




ArribaAbajo- XII -

La naturalidad en el arte


No necesito recordar que lo que acabo de decir lo he hecho en defensa de otra aserción mía que, en una de las polémicas, se me criticó acerbamente.- «Aceptado el género de las Doloras, decía yo, me propuse probar a la escuela que más las ha combatido, que no sólo el fondo de sus obras era el vacío, sino que el lenguaje poético oficial en que escribía era convencional, artificioso y falso, y que se hacía necesario sustituirlo con otro que no se separase en nada del modo común de hablar».- Y yo, que soy hombre leal y candoroso, debo confesar que, aunque sea con mal éxito, he procurado probar mi aserto con el ejemplo. Esta colección de Pequeños Poemas es una ratificación de una doctrina que predico. Si alguno pone en prosa el contenido de una de las páginas de este libro, y puede expresar todas sus ideas con más naturalidad y con menos palabras, le regalo una Venus de Milo que yo aprecio mucho. Pero, al llegar a este punto, me interrumpe mi ilustrado colega el Sr. Marqués de Valmar, diciendo:- «a esa prueba no se puede someter ni al mismo Horacio».- Lo siento por mi fatuidad, que va a quedar mortalmente castigada, pero me alegro por el Sr. Marqués de Valmar, porque estoy seguro de que en toda su brillante carrera diplomática no ha hecho una apuesta en la cual haya ganado con más facilidad un bello objeto de arte. Ya tendré cuidado de encargar que no se lo rompan cuando se lo lleven a su casa.

Yo hubiera querido que la prueba de la bondad del sistema que defiendo, fuese más autorizada y más decisiva, pero como en vez de un escritor de profesión, yo he sido más bien un aficionado, no he tenido ni el talento ni la paciencia necesarios para recoger de en medio de la calle, y del pavimento de las aulas, todos los modos de decir y todas las ideas que, traídas al fondo de obras artísticas, darían a la poesía una amplitud y una importancia increíbles. Para hacer esto sería menester juntar al decir claro de Lope, el profundo pensar de Calderón. Pero aunque yo no tengo ni la autoridad, ni la fuerza, ni casi el deseo, necesarios para imponer mis creencias literarias, insisto, apoyado en el título de legitimidad de la propia defensa, en hacer una protesta contra el dialecto poético oficial, y creo que todos los que opinan como yo tienen precisión de aprender a saber oír y a saber ver todas las frases y giros poéticos que S. M. el pueblo use en las diferentes manifestaciones de sus sentimientos y de sus ideas, para sustituir con el idioma natural contemporáneo el lenguaje culto, tradicional y artificioso de la mayor parte de los autores antiguos. ¿No lo conseguiremos por ahora? En caso negativo poco importa, pues si la mediocridad de nuestros medios no consigue el fin que nos proponemos, iniciado el objeto aguardaremos a que otros autores de más talento realicen nuestros propósitos. Ya vendrán, ya vendrán apóstoles de la buena nueva, que no escondiendo como un crimen esos mamotretos en que todos van consignando el fruto de sus audiciones y de sus lecturas, sinteticen en obras artísticas lo que vean y lo que oigan, convencidos de que el escritor más importante en lo por venir será aquél que, como Descartes y como Goethe, llegue a ser el más grande reflector de las ideas de sus contemporáneos.

Y como a mí ya se me va acabando la gana de escribir más sobre este particular, conjuro y emplazo a todos los grandes poetas líricos y dramáticos, novelistas y didácticos de nuestro tiempo, y a quienes yo tanto admiro, que, de hoy en adelante, cuando publiquen algún libro nos den su opinión sobre estas cuestiones, que yo no he hecho más que indicar, y nos revelen los procedimientos científicos por medio de los cuales ellos harán grande este siglo, que debe tener algo bueno cuando es tan calumniado, y nos digan si opinan como yo, que se rompa para siempre el Círculo de Popilio, no del lenguaje, sino del dialecto poético, negando que se deban elevar las reglas de una retórica fósil a la categoría de instituciones humanas.




ArribaAbajo- XIII -

Resumen de esta política


En resumen, la obra artística deberá responder afirmativamente a estas cuatro preguntas:

El asunto, ¿es historiable?

El plan, ¿se puede pintar?

El designio, ¿tiene objeto?

El estilo, ¿es el hombre?

Hace cuarenta años que publiqué la primera Dolora, titulada Cosas de la edad. Hoy escribo este prólogo para explicar y defender la doctrina que sirvió para componer aquella Dolora. Podré ser todo lo mal escritor que se quiera; pero al menos no se me negará que, al escribir mal, obedezco a principios literarios invariables. ¿No es verdad, lector mío?




ArribaAbajo- XIV -

La historia, las ciencias y la filosofía, consideradas como elementos de arte


Y como ya me fatigo y supongo al lector fatigado hace tiempo, concluyo diciendo que ahora que he llegado a esa edad en que todo es indiferente, menos la intranquilidad de conciencia, ruego a algunos biógrafos que se dignan ocuparse de mí, que, mientras que no haga un trabajo literario diciendo quién soy yo, y quiénes son ellos, dejen de hacer unas biografías que ni siquiera se puede decir de ellas aquello de que son- «retratos muy bien hechos, que no se parecen nada,»- pues los míos, en general, ni se parecen nada, ni están bien hechos. El mejor retrato mío sería el siguiente:- «Leyó por entretenerse; escribió para divertirse, vivió haciendo al prójimo todo el bien que pudo, y se morirá con gusto por olvidar el mal que muchos prójimos le hicieron».- Mi biografía es muy sencilla: la de alguno de mis detractores será un poco más complicada.

Hoy mismo ha llegado a mis manos un estudio biográfico en el cual, entre otras lindezas, se dice que yo siempre he sido- «aficionado a los placeres»;- ¡yo, que según dice el popular poeta D. Manuel del Palacio, nunca he tenido juventud; que jamás he podido aprender a fumar, y que no tengo más vicios que leer y dormir!

Pero miento: tengo una pasión que me obliga a cometer el pecado de la pereza, y es mi amor a las letras, que me hace caer en la indiferencia de toda otra cosa que no sean las manifestaciones del arte. Yo acompaño en su predilección a Carlysle cuando decía- «que sería preferible para Inglaterra no poseer la India, a no tener a Shakespeare». En la biografía a que aludo, se me acusa de poco respetuoso con la historia, la política, las ciencias y la filosofía. La censura es justa, porque para mí el arte es el fin de las cosas. Toda idea que no acaba su evolución formando parte de un objeto artístico, es un soldado que muere a la mitad del camino de la gloria.

El arte es el gran sustantivo de la inmensa oración del universo creado. Las leyes cosmológicas forman un tratado de lo sublime estético. Hasta las cosas materiales abandonadas a sí mismas, se van colocando según arte.

El sentimiento de lo bello palpita en todos los órdenes de la vida, desde el instinto hasta el razonamiento, y si inconscientemente construye el nido de la golondrina, en plena conciencia levanta el templo del Escorial. Una idea de belleza, más o menos bien comprendida, embadurna la cara del salvaje, y tiñe de púrpura el manto de los reyes.

Lo que llamaba Lucrecio la fuerza de las cosas, Bossuet la Providencia, y los autores modernos, la idea del progreso humano, no son otra cosa más que la fiebre artística del amor a lo perfecto.

Así como los cuerpos simples tienden a unirse en combinaciones binarias, y sólo la vida los fuerza a anexionarse en grupos ternarios y cuaternarios, las ideas, al asociarse, van convirtiendo los hechos en ciencia, la ciencia en filosofía, la filosofía en moral, la moral en culto, y el culto en arte.

¡Los hechos! Cosa importante para los grandes estadistas, que mueren con seguridad con ellos, si no son algo parientes de Horacio, al menos por afinidad.

¡Los hechos! ¿Quién ha visto en el mundo con agrado ni a la misma virtud de Esparta, cuando no se ha presentado vestida por alguna modista de Atenas?

¡Los hechos! ¿Qué tiene que ver el arte con semejantes groserías, si no son antes purificados por el calor del sentimiento o por la luz de la razón? La misma historia es un inventario de cosas inútiles, cuando no la escribe Tácito con el pincel de un artista. Hemos presenciado en nuestro tiempo una guerra que ha costado a la Francia, en pocos meses, cien mil hombres y cien mil millones. ¡Una bicoca! La historia probablemente se desgañitará acusando a los bárbaros de la civilización porque cometen brutalidades que oscurecen las de los bárbaros de la barbarie; pero la posteridad pondrá sobre esta hecatombe nueva, lo que sobre muchas de las antiguas, el epitafio del olvido. Después que el tiempo extinga los odios de partido, por encima de esta inmensa ruina, nuestros hermanos, los poetas futuros de Méjico, probablemente sólo verán flotar la interesante leyenda de la evasión del prisionero del fuerte de Santa Margarita, ideada y llevada a cabo por su paisana la Mariscala de Bazaine.

¡La ciencia, madre de las industrias! ¿De qué serviría lo útil si al mismo tiempo no fuese agradable? Recorriendo el Palacio de la Exposición Universal de París, se veía siempre en el rincón de una de las galerías un grupo de gente contemplando un pequeño gabinete que, al parecer, compendiaba el fin de todos aquellos esfuerzos de inteligencia y de poder, y era el cuarto de una Aspasia moderna, alhajado con más sencillez, más elegancia y más comodidad que las que han podido poner en sus pinturas los poetas que hayan pensado en la estancia de la diosa Juno. Unas ricas colgaduras que imitaban en sus pliegues las ondulaciones de las nubes; una cama primorosamente esculpida; un hermoso velador sobre el cual estaba un libro, que supongo que sería la traducción del arte de amar; el retrato de un niño que estaba allí en representación de algún hombre, y algunos objetos más, cuya relación omito, formaban un conjunto que para un público numeroso se conoce que representaba las ciencias convertidas en industrias, y todas las industrias de la exposición sintetizadas en un objeto de arte, en una Concha de Venus.

¡La filosofía! Sólo inspira un interés mediano, lo bueno que no es bello, y lo verdadero que no es hermoso.

Los sistemas filosóficos, ¿son otra cosa más que unos poemas sin imágenes? Estas creaciones, que parecen castillos amasados con tinieblas y habitados por espectros, se ocupan del bien y el mal, pero inútilmente, porque esta vida en las nubes no tiene realidad hasta que algún sacerdocio, invirtiendo el procedimiento, convierte la filosofía en acción y todo un orden moral de ideas las representa por medio de símbolos, y una completa serie de pensamientos abstractos los reduce a imágenes sensibles. ¡Cuántas filosofías y cuántos dioses han caído del Olimpo, aunque predicaban en abstracto la misma moral del cuento de la lechera, mientras que esta encantadora sonámbula se pasea viva y sonriente desde la India a Egipto, desde Egipto a Persia, desde Persia a Europa, desde Europa a América, y aún hoy sigue, y seguirá recorriendo eternamente y con gracia imperecedera todas las regiones del orbe conocido!

El día que se perdiesen todos los niños y todas las mujeres del mundo, los encontraríais ¿dónde? la mitad en los templos y la otra mitad en los teatros. ¡El teatro, templo de los sentidos, y el templo, teatro del espíritu, son los dos únicos centros donde se resumen todas las glorias de la arquitectura, de la poesía, de la música, de la escultura, de la mímica, de la indumentaria y de la elocuencia!




ArribaAbajo- XV -

Conclusión: un ruego a la crítica


¡Raza inextinguible de escribas y fariseos, que sois capaces de convertir con vuestra hipocresía los imperios más santos en reinados de farsas celestiales, dejadme morir en paz, sin perseguirme con vuestras murmuraciones, por suponer que en algunas de mis frases hay demasiado desenfado y, en el fondo de mis cuadros, disquisiciones un poco aventuradas! En materia de temeridades intelectuales yo me confieso pecador y digo como el filósofo:- «¿Hablan mal de mí? Pues si supieran otros defectos que tengo, aún hablarían peor».- Pero no me aburráis con una afectada pudibundez, a la cual no falto nunca. Además de no creer en vuestras gazmoñerías, os tengo que decir que así como San Juan Crisóstomo asegura que hay cosas que los ángeles han sabido por revelación de San Juan, yo, que no soy santo ni inspirado, os puedo revelar que con mis realismos de frase, no hago más que imitar a esos mismos ángeles, pues sé que, como complemento de delicias inefables, bajan del cielo todos los domingos y fiestas de guardar, para besar, no los ojos, sino las miradas de las mujeres de la tierra.

No convirtáis las verdades filosóficas en piedras de escándalo, porque el hombre, en último resultado, se reduce a ser una razón dudando. ¿Hay cosa más natural que el infeliz que va cruzando el camino de la inmensidad se pregunte a sí mismo, o pregunte a los demás, si viajamos sólo por impulso de nuestro libre albedrío, o por la fuerza de una implacable fatalidad? En medio de este hervidero de dolores, ¿es posible que el pensador no pregunte, como Segismundo, si la vida es un sueño en acción, o como Fausto, si es una acción horrible?

Dejad volar al alma. El pensamiento es la única atmósfera respirable del ser humano. Es menester vivir, pensar y escribir, conforme a la naturaleza. Después de todo, la virtud, más que en pensamientos, consiste en realizar buenas acciones.

Varrón contaba ya en su tiempo hasta doscientas ochenta y ocho maneras, escogitadas por los filósofos, para ser dichosos. Yo sé algo de filosofía, pero no he encontrado más que una manera de ser un poco feliz, y es la de dedicarme a la estética, ciencia que enseña a convertir lo bello ideal en bello sensible, o lo que es lo mismo, aunque parezca enteramente lo contrario, en convertir lo bello sensible en bello ideal.

Dejad que me embriague tranquilamente con el opio de las letras, porque si no, creo que para soportar el largo camino de la vida, tendría que apelar al verdadero jugo de adormideras.

¡El amor al arte y el cariño de algunos de los seres que me rodean, son las únicas ilusiones que me quedan para poder sobrellevar con gusto los pocos días que me restan de vida: ilusiones que ruego a Dios que me conserve eternamente, para que, así como fueron mi delicia en la tierra, después de mi muerte sean el premio de mis esperanzas en el cielo!

Campoamor.








ArribaAbajoPrimera parte




ArribaAbajoEl tren expreso


Poema en tres cantos

Al ingeniero de caminos el célebre escritor D. José de Echegaray, su admirador y amigo,


El Autor.                





ArribaAbajoCanto primero


La noche



I

   Habiéndome robado el albedrío
un amor tan infausto como mío,
ya recobrados la quietud y el seso,
volvía de París en tren expreso:
y cuando estaba ajeno de cuidado,
como un pobre viajero fatigado,
para pasar bien cómodo la noche
muellemente acostado,
al arrancar el tren subió a mi coche,
seguida de una anciana,
una joven hermosa,
alta, rubia, delgada y muy graciosa,
digna de ser morena y sevillana.


II

   Luego, a una voz de mando
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada,
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.


III

   Cuando miraba atento
aquel tren que corría como el viento,
con sonrisa impregnada de amargura,
me preguntó la joven con dulzura:
- ¿Sois español?- y a su armonioso acento,
tan armonioso y puro, que aún ahora
el recordarlo sólo me embelesa,
- Soy español,- le dije;- ¿y vos, señora?
- Yo- dijo- soy francesa.
- Podéis- la repliqué- con arrogancia
la hermosura alabar de vuestro suelo,
pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia
un país tan hermoso como el cielo.
- Verdad que es el país de mis amores
el país del ingenio y de la guerra;
pero en cambio,- me dijo,- es vuestra tierra
la patria del honor y de las flores:
no os podéis figurar cuánto me extraña
que al ver sus resplandores,
el sol de vuestra España
no tenga, como el de Asia, adoradores.-
Y después de halagarnos obsequiosos
del patrio amor el puro sentimiento,
nos quedamos silenciosos
como heridos de un mismo pensamiento.


IV

   Caminar entre sombras, es lo mismo
que dar vueltas por sendas mal seguras
en el fondo de un pozo del abismo.
Juntando a la verdad mil conjeturas,
veía allá a lo lejos desde el coche
agitarse sin fin cosas oscuras,
y en torno, cien especies de negruras
tomadas de cien partes de la noche.
¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!
¡Lamentos de la máquina espantosos,
que agregan el terror y el desvarío
a todos estos limbos misteriosos!...
¡Las rocas, que parecen esqueletos!...
¡Las nubes con entrañas abrasadas!...
¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!...
¡El horror que hace grandes los objetos!...
¡Claridad espectral de la neblina!...
¡Juegos de llama y humo indescriptibles!...
¡Unos grupos de bruma blanquecina
esparcidos por dedos invisibles!
¡Masas informes!,... ¡Límites inciertos!...
¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!...
¡Horizontes lejanos que parecen
vagas costas del reino de los muertos!...
¡Sombra humareda, confusión y niebla!....
¡Acá lo turbio... allá lo indiscernible...
y entre el humo del tren y las tinieblas
aquí una cosa negra, allí otra horrible!...


V

   ¡Cosa rara! Entre tanto,
al lado de mujer tan seductora
no podía dormir, siendo yo un santo
que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.
Mil veces intenté quedar dormido,
mas fue inútil empeño:
admiraba a la joven, y es sabido
que a mí la admiración me quita el sueño.
Yo estaba inquieto, y ella,
sin echar sobre mí mirada alguna,
abrió la ventanilla de su lado,
y como un ser prendado de la luna,
miró al cielo azulado,
preguntó, por hablar, qué hora sería,
y al ver correr cada fugaz estrella,
- ¡Ved un alma que pasa!- me decía.


VI

   - ¿Vais muy lejos?- con voz ya conmovida
la pregunté a mi joven compañera.
- ¡Muy lejos,- contestó- voy decidida
a morir a un lugar de la frontera!-
Y se quedó, pensando en lo futuro,
su mirada en el aire distraída,
cual se mira en la noche un sitio oscuro
donde fue una visión desvanecida.
- ¿No os habrá divertido,-
la repliqué galante,-
la ciudad seductora
en donde todo amante
deja recuerdos y se trae olvido?
- ¿Lo traéis vos?- me dijo con tristeza.
- Todo en París lo hace olvidar, señora,-
le contesté- la moda y la riqueza.
Yo me vine a París desesperado.
Por no ver en Madrid a cierta ingrata.
- Pues yo vine,- exclamó,- y hallé casado
a un hombre ingrato a quien amé soltero.
- Tengo un rencor- le dije- que me mata.
- Yo una pena- me dijo- que me muero.-
Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,
siendo su mente espejo de mi mente,
quedándose en silencio un grande rato
pasó una larga historia por su frente.


VII

   Como el tren no corría, que volaba,
era tan vivo el viento, era tan frío,
que el aire parecía que cortaba;
así el lector no extrañará que, tierno,
cuidase de su bien más que del mío,
pues hacía un gran frío, tan gran frío,
que echó al lobo del bosque aquel invierno.
Y cuando ella doliente,
con el cuerpo aterido,
- ¡Tengo frío!- me dijo dulcemente
con voz que, más que voz, era un balido,
me acerqué a contemplar su hermosa frente,
y os juro por el cielo
que, a aquel reflejo de la luz escaso,
la joven parecía hecha de raso,
de nácar, de jazmín y terciopelo;
y creyendo invadidos por el hielo
aquellos pies tan lindos,
desdoblando mi manta zamorana,
que tenía más borlas verde y grana
que todos los cerezos y los guindos
que en Zamora se crían,
cual si fuese una madre cuidadosa,
con la cabeza ya vertiginosa,
le tapé aquellos pies, que bien podrían
ocultarse en el cáliz de una rosa.


VIII

   ¡De la sombra y el fuego al claro-oscuro
brotaban perspectivas espantosas,
y me hacía el efecto de un conjuro
el ver reverberar en cada muro
de la sombra las danzas misteriosas!...
¡La joven, que acostada traslucía
con su aspecto ideal, su aire sencillo,
y que, más que mujer, me parecía
un ángel de Rafael o de Murillo!
¡Sus manos por las venas serpenteadas,
que la fiebre abultaba y encendía,
hermosas manos, que a tener cruzadas
por la oración habitual tendía!...
¡Sus ojos siempre abiertos aunque a oscuras,
mirando al mundo de las cosas puras!
¡Su blanca faz de palidez cubierta!
¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas
la celeste fijeza de una muerta!...
¡Las fajas tenebrosas
del techo, que irradiaba tristemente
aquella luz de cueva submarina;
y esa continua sucesión de cosas
que así en el corazón como en la mente
acaban por formar una neblina!...
¡Del tren expreso la infernal balumba!...
¡La claridad de cueva que salía
del techo de aquel coche, que tenía
la forma de la tapa de una tumba!...
¡La visión triste y bella
del sublime concierto
de todo aquel horrible desconcierto,
me hacían traslucir en torno de ella
algo vivo rondando un algo muerto!


IX

   De pronto, atronadora,
entre un humo que surcan llamaradas,
despide la feroz locomotora
un torrente de notas aflautadas,
para anunciar, al despuntar la aurora,
una estación, que en feria convertía
el vulgo con su eterna gritería,
la cual, susurradora y esplendente,
con las luces del gas brillaba enfrente.
y al llegar, un gemido
lanzando prolongado y lastimero,
el tren en la estación entró seguido
cual si entrase un reptil en su agujero.



ArribaAbajoCanto segundo


El día



I

   Y continuando la infeliz historia,
que aún vaga, como un sueño, en mi memoria,
veo al fin a la luz de la alborada
que el rubio de oro de su pelo brilla
cual la paja de trigo calcinada
por Agosto en los campos de Castilla.
Y con semblante cariñoso y serio,
y una expresión del todo religiosa,
como llevando a cabo algún misterio,
después de un- ¡ay, Díos mío!-
me dijo señalando a un cementerio:
- ¡Los que duermen allí no tienen frío!-


II

   El humo en ondulante movimiento
dividiéndose a un lado y a otro lado,
se tiende por el viento
cual la crin de un caballo desbocado.
Ayer era otra Fauna, hoy otra Flora:
verdura y aridez, calor y frío;
andar tantos kilómetros por hora
causa al alma el mareo del vacío;
pues salvando el abismo, el llano, el monte,
con un ciego correr que al rayo excede,
en loco desvarío
sucede un horizonte a otro horizonte
y una estación a otra estación sucede.


III

   Más ciego cada vez por la hermosura
de la mujer aquella,
al fin la hablé con la mayor ternura,
a pesar de mis muchos desengaños;
porque al viajar en tren con una bella
va, aunque un poco al azar y a la aventura
muy deprisa el amor a los treinta años.
Y- ¿dónde vais ahora?-
pregunté a la viajera.
- Marcho olvidada por mi amor primero,-
me respondió sincera,
- a esperar el olvido un año entero.
- Pero- ¿y después,- le pregunté,- señora?
- Después- me contestó- ¡lo que Dios quiera!


IV

   Y porque así sus penas distraía,
las mías le conté con alegría,
y un cuento amontoné sobre otro cuento,
mientras ella, abstrayéndose, veía
las gradaciones de color que hacía
la luz descomponiéndose en el viento.
Y haciendo yo castillos en el aire,
o, como dicen ellos, en España,
la referí, no sé si con donaire,
cuentos de Homero y de Mari-Castaña.
En mis cuadros risueños,
pintando mucho amor y mucha pena,
como el que tiene la cabeza llena
de heroínas francesas y de ensueños,
había cada llama
capaz de poner fuego al mundo entero:
y no faltaba nunca un caballero
que por gustar solícito a su dama
la sirviese, siendo héroe, de escudero.
Y ya de un nuevo amor en los umbrales,
cual si fuese el aliento nuestro idioma,
más bien que con la voz, con las señales,
esta verdad tan grande como un templo
la convertí en axioma:
que para dos que se aman tiernamente,
ella y yo, por ejemplo,
es cosa ya olvidada por sabida
que un árbol, una piedra y una fuente,
pueden ser el edén de nuestra vida.


V

   Como en amor es credo
o artículo de fe que yo proclamo,
que en este mundo de pasión y olvido,
o se oye conjugar el verbo te amo,
o la vida mejor no importa un bledo;
aunque entonces, como hombre arrepentido,
el ver a una mujer me daba miedo,
más bien desesperado que atrevido,
- Y ¿un nuevo amor- la pregunté amoroso,
-no os haría olvidar viejos amores?-
Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,
contestó con acento cariñoso:
- La tierra está cansada de dar flores;
necesito algún año de reposo.-


IV

   Marcha el tren tan seguido, tan seguido,
como aquel que patina por el hielo;
y en confusión extraña,
parecen confundidos tierra y cielo,
una mezcla de sueño y de montaña,
pues cruza de horizonte en horizonte
por la cumbre y el llano,
ya la cresta granítica de un monte,
ya la elástica turba de un pantano;
ya entrando por el hueco
de algún túnel que horada las montañas,
a cada horrible grito
que lanzando va el tren, responde el eco,
y hace vibrar los muros de granito,
estremeciendo al mundo en sus entrañas:
y dejando aquí un pozo, allí una sierra,
nubes arriba, movimiento abajo,
en laberinto tal cuesta trabajo
creer en la existencia de la tierra.


VII

   Las cosas que miramos,
se vuelven hacia atrás en el instante
que nosotros pasamos;
y, conforme va el tren hacia adelante,
parece que desandan lo que andamos:
y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen
en raudo movimiento,
los postes del telégrafo, clavados
en fila a los costados del camino;
y, como gota a gota, fluyen, fluyen,
uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,
y formando confuso y ceniciento
el humo con la luz un remolino,
no distinguen los ojos deslumbrados
si aquello es sueño, tromba o torbellino.


VIII

   ¡Oh, mil veces bendita
la inmensa fuerza de la mente humana,
que así el ramblizo como el monte allana,
y al mundo echando su nivel, lo mismo
los picos de las rocas decapita,
que levanta la tierra,
formando un terraplén sobre un abismo
que llena con pedazos de una sierra!
¡Dignas son, vive Dios, estas hazañas,
no conocidas antes,
del poderoso anhelo
dos grandes gigantes
que, en su ambición, por escalar el cielo,
un tiempo amontonaron las montañas!


IX

   Corría en tanto el tren con tal premura,
que el monte abandonó por la ladera,
la colina dejó por la llanura,
y la llanura, en fin, por la ribera;
y al descender a un llano,
sitio infeliz de la estación postrera,
le dije con amor:- ¿Sería en vano
que amaros pretendiera?
¿Sería como un niño que quisiera
alcanzar a la luna con la mano?-
Y contestó con lívido semblante:
- No sé lo que seré más adelante,
cuando ya soy vuestra mejor amiga.
Yo me llamo Constancia y soy constante.
¿Qué más queréis- me preguntó- que os diga?-
y, bajando al andén, de angustia llena,
con prudencia fingió que distraía
su inconsolable pena,
con la gente que entraba y que salía;
pues la estación del pueblo parecía
la loca dispersión de una colmena.


X

   Y, con dolor profundo
mirándome a la faz, desencajada,
cual mira a su doctor un moribundo,
siguió:- Yo os juro, cual mujer honrada,
que el hombre que me dio con tanto celo
un poco de valor contra el engaño,
o aquí me encontrará dentro de un año,
o allí!...- me dijo señalando al cielo.
Y enjugando después con el pañuelo
algo de espuma de color de rosa
que asomaba a sus labios amarillos,
el tren (cual la serpiente que escamosa
queriendo hacer que marcha, y no marchando,
ni marcha ni reposa),
mueve y remueve, ondeando y más ondeando
de su cuerpo flexible los anillos;
y al tiempo en que ella y yo la mano alzando,
volvimos, saludando, la cabeza,
la máquina un incendio vomitando,
grande en su horror y horrible en su belleza,
el tren llevó hacia sí pieza tras pieza,
vibró con furia y lo arrastró silbando.



ArribaAbajoCanto tercero


El crepúsculo



I

   Cuando un año después, hora por hora,
hacia Francia volvía,
echando alegre sobre el cuerpo mío
mi manta de alamares de Zamora,
porque a un tiempo sentía,
como el año anterior, día por día,
mucho amor, mucho viento y mucho frío;
al minuto final del año entero,
a la cita acudí cual caballero
que va alumbrado por su buena estrella;
mas al llegar a la estación aquella
que no quiero nombrar, porque no quiero,
una tos de ataúd sonó a mi lado,
que salía del pecho de una anciana
con cara de dolor y negro traje;
me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,
y echándome un papel por la ventana,
- Tomad- me dijo- y continuad el viaje!-
Y cual si fuese una hechicera vana
que después de un conjuro, en alta noche
quedase entre la sombra confundida;
la mujer, más vieja, envejecida.
De mi presencia huyó con ligereza
cual niebla entre la luz desvanecida,
al punto en que, llegando, con presteza
echó por la ventana de mi coche
esta carta tan llena de tristeza,
que he leído más veces en mi vida
que cabellos contiene mi cabeza:


II

   -«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy, que, por gustaros,
jugó a estar viva a vuestro lado un día.
    »Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo unas flores.
   Por no dar fin a la aventura mía,
la escribo larga... casi interminable!...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
   Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena os doy borrar quisiera.
   Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive, y el dichoso muere!....
¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso:
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
   ¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida:
que las cosas más íntimas ahora
se escapen de mis labios con mi vida.
   Hasta furiosa, a mí que ya no existo
la idea de los celos me importuna;
¡juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
   Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria:
¡yo os hubiera también amado tanto!...
   Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en el tren, lleguemos
de nuestra vida a la estación postrera.
   ¡Ya me siento morir!... ¡El cielo os guarde!
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
   Pues yo desde ella os estaré mirando,
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré rezando
que Dios de par en par el cielo os abra.
   ¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amasteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
   ¡Oh padre de las almas pecadoras!
¡Conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas,
mas sufrí por más tiempo todavía!
   ¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba y que me muero!»-


III

   Al ver de esta manera,
trocado el curso de mi vida entera
en un sueño tan breve,
de pronto se quedó, de negro que era,
mi cabello más blanco que la nieve.
De dolor traspasado
por la más grande herida
que a un corazón jamás ha destrozado
en la inmensa batalla de la vida,
ahogado de tristeza,
a la anciana busqué desesperado,
mas fue esperanza vana,
pues, lo mismo que un ciego deslumbrado;
ni pude ver la anciana,
ni respirar del aire la pureza
por más que abrí cien veces la ventana
decidido a tirarme de cabeza.
Cuando por fin sintiéndome agobiado
de mi desdicha al peso,
y encerrado en el coche, maldecía
como si fuese en el infierno preso,
al año de venir, día por día,
con mi grande inquietud y poco seso,
sin alma, y como inútil mercancía.
me volvió hasta París el tren expreso.

 
 
FIN
 
 




ArribaAbajoLa novia y el nido


Poema en tres cantos

Dedicado por el autor a su amigo y compañero el Excmo. Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto.






ArribaAbajoCanto primero


El nido



I

   Ya el mes de Abril a la sazón corría:
y con sus tibias y rosadas manos,
la primavera hospitalaria abría
sus puertas a los pájaros lejanos.
    Era, el mes en que, eternas peregrinas,
después que el frío del invierno pasa,
todos los años, al tranquilo techo
del cuarto de Isabel, dos golondrinas
van a anidar como en su propia casa.


II

   Isabel, que era un ángel que pasaba
en leer y rezar horas enteras,
cual si fuese educada en un convento,
al florecer sus quince primaveras
ni una hoja en su noble pensamiento
a su corona virginal faltaba;
y aunque va a ser esposa,
cuando del mal de amor nada recela,
tomando el novio que escogió su abuela,
estaba decidida a ser dichosa;
y ajena a tentaciones y deseos,
con respecto a casados y casadas,
sólo sabe haber visto en los paseos
las vides con los olmos enlazadas;
pues era para ella un casamiento
reducir a verdad un sueño hermoso,
ser más querida, realizar un cuento,
y hacer un viaje al Rhin con su esposo.
    Así, en ciega ignorancia,
Isabel, tan sencilla como hermosa,
aun pensando de un hombre en ser la esposa,
continuaba en su amor su santa infancia.


III

   Pasan los días, sin contar las horas
que como sombras huyen,
mirando con afán cómo construyen
su nido aquellas aves charladoras,
que añadiendo canciones a canciones,
entre ansias dulces y amorosos píos,
unen hojas y granzas y vellones
con el gluten y el limo de los ríos;
y, cuanto más curiosa,
mirando hacer el nido, se reía,
entreabierta su boca, parecía
una visa en el fondo de una rosa.


IV

   - ¿Para qué sirve un nido?- con sorpresa
se pregunta Isabel: cuestión oscura,
que ocurre a la vaquera y la princesa
y que una y otra de inquirir no cesa:
pero en vano resolver procura
la que el tiempo pasó, casi en clausura,
entre el rezo, las pláticas, la mesa,
la música, el paseo y la lectura.
- ¿Para qué sirve un nido?- Al ver delante
tan honda oscuridad se confundía,
y, por más que pensaba, no sabía
cómo ella, que es tan viva y penetrante,
y lee tantos idiomas de corrido,
y sabe tantas cosas de hortelana,
¡oh ciencia inútil de la vida humana!
No alcanza a comprender lo que es un nido.


V

   Viendo el nido y pensando en su himeneo,
lanza ardiente, a los pájaros que vuelan,
las confusas miradas que revelan
ya inocencia, ya miedo, ya deseo;
pues ya mujer, sin serlo todavía,
ante el hondo misterio de aquel nido,
en sus ojos azules, se encendía
poco a poco un fulgor desconocido;
y una vez que presiente algo de cierto,
con singular pudor frunce las cejas,
quedando sus mejillas pudorosas
con mucho más color y más hermosas
que las guindas que cuelga a sus orejas
cuando, alegre, corriendo por el huerto,
coge lirios y caza mariposas.


VI

   Como nunca guardada
se ha podido tener ninguna cosa
detrás de unas pupilas transparentes,
mostrando candorosa
en la ráfaga azul de su mirada,
que brilla entre sonrisas inocentes,
esa inquietud profunda y misteriosa
que causan en las vírgenes los nidos,
Isabel, más que inquieta, consternada,
al ver la turbación de sus sentidos,
como un niño que al brillo de una espada
se tapa con terror ojos y oídos,
se juzga una inocente pecadora,
y se santigua y reza, y casi llora,
y entra el aire a raudales en su pecho,
y hallando el sueño, pero no el olvido,
se cayó desplomada sobre el lecho
preguntando al dormir:- ¿qué será un nido?-



ArribaAbajoCanto segundo


El amor



I

   Disipada la noche por la aurora,
la agitada Isabel, desde su lecho,
que un sol de Mayo dora,
descorriendo las finas
colgaduras de encaje de Malinas,
busca otra vez el nido y mira al techo,
como accediendo al familiar reclamo
de aquellas habladoras golondrinas
que nunca acaban de decirse «te amo».


II

   - ¿Para qué sirve un nido?- He aquí el problema.
La novia al despertar vuelve a su tema;
pues cuando ya una niña a ser esposa,
en prueba de inocencia,
es capaz de cortar por lo curiosa
una rama del árbol de la ciencia.
¿Para qué habrán servido
los nidos todos que en el mundo han sido?
Saber lo que es un nido es cosa grave,
pues, según Isabel, nadie ha sabido,
y lo que es más aún, ninguno sabe,
por qué se junta un ave con otra ave
y juntas con amor hacen un nido.


III

   Temblando de pesar y de contento,
cual la rama agitada por el viento,
de nuevo el nido mira;
y, aunque nunca manchó su pensamiento
la pureza del aire que respira,
sin darse cuenta de ello, es aquel nido
demonio tentador que habla a su oído:
y dudando, si tiene aún su espíritu dormido,
cual se rompen las nubes en el cielo,
de sus dudas sin fin se rompe el velo:
pues en trances de amor, es cosa cierta
que, un nido, un beso, un cuento, una nonada,
en un alma inocente rompe el hielo,
y a un corazón que duerme le despierta.


IV

   ¡Sagrada oscuridad! Como cruzaban
por su frente las sombras a montones,
viendo el nido, sus ojos titilaban
como el cristal que esparce oscilaciones.
Y dudas van, y pensamientos vienen;
y, haciendo que lo mira distraída
(habilidad que las mujeres tienen
desde el día primero de su vida),
acaba por saber que es aquel nido,
edén por el misterio protegido;
y hallando en él impresos
los signos de una boda concertada
por dos seres dichosos,
con malicia entendida y saboreada,
sintiendo arder la sangre hasta en sus huesos,
ve en las aves del nido dos esposos,
y en su canto una música de besos.


V

   Porque en saber se empeña
para qué sirve un nido
que así el amor le enseña,
lanzada en pleno cielo sueña!...y sueña!...
y aguarda a que el misterio incomprensible
le baje a descifrar, compadecido,
algún viajero azul de lo invisible;
y a una malicia, en risa trasformada,
que en su mirada virginal destella,
se queda avergonzada
como sale, al salir de una enramada,
después del primer beso una doncella;
y a un brillo entre diabólico y divino,
pensando en el misterio del problema,
tanto mira Isabel, que al fin vislumbra
en yo no sé qué lúgubre penumbra,
que un nido es el misterio del destino,
que es de la vida la explosión suprema;
y ya, como mujer apasionada,
mirando a su pesar en lo invisible,
se perdió vagamente su mirada
en la luz infinita e indefinible;
y como, al fin, la juventud ligera
no sabe, al estudiar lo que son nidos,
que hay peligro en jugar con los sentidos
en un día de sol de primavera,
a Isabel, ya febril, le parecía
que alguna mano que en la luz flotaba
el velo misterioso descorría,
y en derredor la tierra se le andaba;
era su alma una noche sin aurora;
nada distinto oía ni veía;
la cabeza se le iba y le zumbaba,
y sentía una sed devoradora;
y comentando, grave y resignada,
el secreto a sí misma ha sorprendido.
- Se conoce,- pensaba,- que es forzoso
dar la mano a un esposo;
querer y ser querida,
hacer como los pájaros un nido;
cantar a Dios y bendecir la vida.-



ArribaAbajoCanto tercero


La novia



I

   Como el amor primero es tan ardiente
y despierta a las niñas tan temprano,
Isabel se despierta con el día;
y al apartar de su divina frente
un raudal de cabellos, con la mano
que en un vapor de encajes se perdía,
halla su tez de nieve, nunca hollada,
tan fresca como el agua de verano
en el fondo de un pozo serenada.


II

   De su lecho de pluma
salió Isabel cual Venus de la espuma;
después, mirando al techo,
vibró su corazón dentro del pecho
al ver la golondrina que cubría
en forma de abanico a sus hijuelos,
y al padre que en el pico les traía
pan de la tierra y besos de los cielos.
Tan grande amor su corazón inflama;
y en sus ojos, con fuego inusitado,
arde una pura y trasparente llama
al ver en los hijuelos desatado
el nudo misterioso de aquel drama.
Espantada, el misterio comprendiendo,
casi vuelve a gemir y casi reza;
y unas veces rezando, otras gimiendo,
entrando de repente en la tristeza,
ya marchitas sus puras alegrías,
la niña acaba y la mujer empieza;
y más cuando la tímida nidada
de aquel nido, asomándose a la entrada,
parece que le dice:- ¡buenos días!-
y más aún, cuando a los hijos viendo,
suspirando responde:- ¡ya lo entiendo!-
y encendido su rostro, cual la frente
de una mujer culpable y candorosa,
sobre sus ojos pudorosamente
deja caer sus párpados de rosa.


III

   Como el amor es cosa,
que, cual voz de eco en eco repetida,
palpita en la crisálida metida,
y brilla al convertirse en mariposa,
ve Isabel con encanto
que es un nido la copa misteriosa
donde está la embriaguez desconocida;
y así, pasando de capullo a rosa,
tan turbada se ve y enternecida,
que llora, aunque riendo bajo el llanto,
porque hay seres que ríen cuando lloran
con la risa común de los que ignoran
que en llorar y reír se va la vida.


IV

   Y cuando, en aquel día,
convirtiendo en historia la novela,
al altar de himeneo fue llamada
la gracia de la casa de su abuela,
¡ay! ¡cuál quedó anublada
aquella llama azul de su mirada!
¡Cómo llora y su madre la consuela!
y.¡cómo, in fin, ya enjutas sus mejillas,
se mira en los espejos ha hurtadillas,
y en ellos viendo de su boda el traje
se ríe con la risa de la aurora,
y abisma su mirada en resplandores,
mostrando pensativa y seductora
sus dientes y sus labio, maridaje
de las perlas casadas con las flores!


V

   Y va y viene Isabel, y baja y sube,
agitándose aérea y diligente
con una vaga ondulación de nube;
y aunque era a su belleza indiferente,
con natural gracejo
hoy aprende delante del espejo
a conocer lo hermoso de su frente;
y ora se juzga amada y ora amante,
y haciendo con el traje un ruido de alas,
circula como un duende por delante
de los grandes espejos de las salas;
y al verse retratada, la doncella
lleva por sí la admiración tan lejos,
que, a fuerza de mirarse en los espejos,
pierde la gracia de ignorar que es bella.


VI

   Al volver de jazmines coronada,
como una campesina desposada,
sintiendo accesos de calor y frío,
tiembla el alma en su boca seductora,
como tiembla a los rayos de la aurora
sobre una flor la gota de rocío.
    Los ojos Isabel, desconcertada,
tanto abre para ver, que no ve nada
la estatua del asombro parecía,
y no pudiendo respirar apenas,
un no se qué de eléctrico en sus venas
en generosa transfusión corría.
   Aunque casi educada en un convento,
ya sentía en su noble pensamiento
algo más que ilusión y confianza,
ignorancia y candor, fe y esperanza;
pues al mirarse de su alcoba enfrente,
del abismo de amor dulce pendiente.
la sangre que a su rostro se arrebata
la pone del color de la escarlata...
   Mas ¡oh Dios del pudor! no tengáis miedo
que aquel resumen de la vida toda
con su deliquio y sus misterios cuente...
   Yo quisiera contarlo, mas no puedo,
porque sé que a la puerta donde hay boda,
- ¡silencio!- un ángel dice, y sonriente
pone después sobre la boca un dedo.

 
 
FIN
 
 




ArribaAbajoLos grandes problemas


Poema en tres cantos

Al ilustre polemista el Sr. D. Salvador López Guijarro.






ArribaAbajoCanto primero


El idilio



I

   El cura del Pilar de la Oradada
como todo lo da, no tiene nada.
Para él no hay más grandeza
que el amor que se tiene a la pobreza.
Careciendo de pan, con alegría
lleva paz de alquería en alquería;
y siendo indiferente
la necia ambición de los honores,
se ocupa de los grandes solamente
cuando llama sus reinas a las flores.
Sin fámulo, y vestido de sotana,
cuida la higuera y toca la campana.
Su alzacuello es de seda desteñida,
pardas las medias de algodón que lleva;
y en todo el magisterio de su vida
sólo ha estrenado una sotana nueva.
Da gracias cuando reza a un Dios tan bueno
que cría los rosales y el centeno,
y llama sus orgías a las cenas
el que prueba la miel de las colmenas.
Aunque él está de su pudor seguro,
ve a una mujer, y como pueda, escapa,
dispuesto desde joven, por ser puro,
a hacer el sacrificio de una capa.
Reparte a las chiquillas
las almendras que lleva en los bolsillos,
y les da un golpecito en las mejillas
más dulce que una almendra a los chiquillos.
Da a los pobres los higos de su higuera,
que nació, sin plantarla, en donde quiera;
y si al vérselos dar uno por uno
- ¿qué guardas para ti?- le dice alguno,
responde, puesta en Dios su confianza,
como Alejandro el Grande:- ¡La esperanza!
Así con tanto amor y pudor tanto,
el cura del Pilar de la Oradada,
es, según viene la ocasión rodada,
ya eremita, ya cuákero, ya santo.


II

   Está el pueblo fundado sobre un llano
más grande que la palma de la mano,
y a falta de vecinos y vecinas
circulan por las calles las gallinas.
Pueblo al cual, aunque corto, en mujerío
otro ninguno iguala;
de agua muy buena, si tuviese río,
de agua de pozo, a la verdad, muy mala.
Pueblo feliz, que olvida el mundo entero;
que tiene ante la iglesia una plazuela,
iglesia que es más grande que la escuela,
y escuela que es más chica que un granero.


III

   En este pueblo, en fin, y ante este cura
que no puede beber más que agua pura,
la divina Teodora,
de rodillas postrada ante el anciano,
con un ritmo de flores en la mano,
ramo cogido al despuntar la aurora,
mostrando al sonreírse, nacaradas,
en dos filas iguales,
todas sus perlas justas y cabales,
en un coral prendidas y engarzadas;
inventando aquel día,
por no haberlos sufrido todavía,
mucho dolor y muchos desengaños,
antes de hacer su comunión primera,
confesándose está, como si fuera
una gran pecadora, a los diez años.


IV

   Teodora, que es mujer desde la cuna
cual todas las mujeres,
despierta ya, y durmiendo todavía
a la luz misteriosa de una luna
que hace en su alma de sol de medio día,
mira una inmensa flotación de seres,
sueños de sombra y sombras de unos sueños
opacos una vez y otras risueños.
Gracia infantil y gracia adolescente,
de niña y de mujer confusos lados,
ya ve en el porvenir desde el presente
la luz de dos crepúsculos mezclados.
Sumida en nieblas de color de rosa,
compuestas de verdad y de otra cosa,
mira, desvanecida,
llegar la realidad confusamente,
y a los diez años, como todas, siente
su inmersión en las brumas de la vida.


V

   Mirando al confesor con inocencia,
cual si fuesen sus ojos unas puntas
que hundiese del anciano en la conciencia,
fue haciéndole la niña unas preguntas,
como esta, por ejemplo,
capaz de hacer estremecerse al templo:
- Vos ¿sabéis lo que es malo, señor cura?-
- Yo de todo, hija mía, estoy al cabo,-
respondió el sacerdote con premura;
lo cual no era verdad, mas lo creía,
porque el breviario con afán leía
a la luz de un candil colgado a un clavo.


VI

   Y del amor ya viendo lontananzas,
con sus ojos tan llenos de esperanzas,
en su candor intrépido del todo
sigue ella preguntando de este modo:
-El dejarse besar ¿es malo o bueno?-
De confusión y de sorpresa lleno,
se turbó el cura, como el hombre que antes
de haber cazado un pájaro, lo vende,
y ¿sin poder cumplir lo prometido,
se queda, al fin, como el lector comprende,
el cazador corrido,
el comprador burlado,
y el pájaro vendido y no cazado.
Echó al cielo una olímpica mirada
buscando la respuesta en las estrellas;
mas como nada le dijeron ellas,
el cura del Pilar no dijo nada.


VII

   Con misterio después ella se inclina
hacia el cura, que la oye fascinado,
y prosigue:- Me ha dicho mi madrina,
que el que bese a mi primo es un pecado;
y mi primo ha jurado,
que él me habrá de besar, pese a quien pese,
pues cree que a mí me gusta que me bese;
mas como oigo decir que se propasa,
escapándome de él, toda la casa
ayer y antes de ayer y todo el año
corrí desde la cueva hasta el granero;
siempre quiere él, señor, yo nunca quiero,
miradme bien, veréis que no os engaño.-
Y abriendo aquellos ojos tan brillantes
para enseñarle el alma a aquel levita,
echa al cura una ojeada inoportuna
aquella virgen, pero virgen de antes
que en la primer visita
el ángel le anunciase cosa alguna,
y le dejó corrido y colocado
del rubor en la cúspide suprema
de un modo tal, que dijo colorado:
- ¡Primera, confesión primer problema!


VIII

   - Acúsome- la niña proseguía-
que soy inobediente y perezosa.
Acúsome, además, que el otro día,
con tristeza soñé que no era hermosa.
Me gusta más correr que ir a la escuela.
Sólo en la misa me entretiene el canto;
y escucho con más gusto una novela
que el trozo de la vida de algún santo.
Prometo, obedeciendo a mi madrina,
huir, si puedo, de él; pero os prevengo
que al mirar a mi primo, siempre tengo
la voluntad de parecer divina.-
Al ver salir el cura, atropellados,
con risa de bondad mal reprimida,
tan enormes pecados
de aquellos labios de carmín, untados
con la leche primera de la vida,
dice a la niña, de indulgencia lleno,
con singular ternura:
- No diré que eso es malo, mas no es bueno.
Más cordura, hija mía, más cordura.
Bien; adelante: vamos; adelante.-
Y por no hablar más claro, el pobre cura
jugaba con enigmas al volante
y no queriendo darle con prudencia
la más leve lección de adolescencia,
muy peligrosa en almas inocentes,
sólo después de estas ligeras riñas,
se atrevió a murmurar, aunque entre dientes:
- Son el diablo estos ángeles de niñas.


IX

   Y como todo viejo, y más si es cura,
de todo niño es natural abuelo,
con más amor que religioso celo,
le dijo a aquella hermosa criatura:
- Ten calma, estudia, y a tu madre imita,
y entrarás sin rodeos en la gloria;
reza una salve, toma agua bendita,
y cómete esta almendra en mi memoria.-
Y después que la niña se confiesa,
la mano al señor cura
en la actitud de un oficiante besa;
se levanta gentil, con la soltura
del ser a quien la vida aún no le pesa,
y ante el altar, con adorable gracia,
entre un corro de gente pecadora
se arrodilló Teodora
más grave que un alumno en diplomacia.


X

   Después supo el obispo de Orihuela,
por cierta confesión de cierta abuela,
de puro religiosa, condenada,
que, faltando a los cánones sagrados,
castiga con almendras los pecados
el cura del Pilar de la Oradada.



ArribaAbajoCanto segundo


La égloga



I

   Fue creciendo, creciendo,
y pasaron diez años; y Teodora
cuanto en gracia inocente iba perdiendo,
lo iba ganando en gracia pensadora.
La antigua pecadora,
que veinte años cuenta hoy exactamente,
tiene pupilas de horizontes llenas;
voluptuoso reír en casta frente;
y deja ver su cutis transparente
cómo corre la sangre por sus venas.
Con gusto encantador por lo sencillo,
con flores todo el año en sus cabellos,
arrollándolos bien, forma con ellos
detrás de la cabeza un canastillo.


II

   - Decidme, mi querido señor cura,
decía confesándose Teodora:
- ¿No es una gran locura
que esté tan decidida
a que me case ahora
la pobre madre a quien debí la vida?
¿No es un gran desatino
casar con otro a quien tan solo piensa
en... ya sabéis, mi primo, aquel marino
que tiene el alma como el mar inmensa?-
Mientras la escucha atento.
- Es muy común,- el cura se decía
entre burlas y veras,
- que todas las muchachas costaneras
dediquen de un marino al pensamiento
veinticuatro horas largas cada día.-


III

   - Mi primo... ya sabéis,- siguió Teodora,
- que vive hoy una vida de pesares
en Londres, un lugar donde está ahora,
más allá de los montes y los mares.
Las playas saben mi constante anhelo,
pues, sin poderlo remediar, suspiro
cuando se nubla el horizonte y miro
por el lado del mar cerrarse el cielo.
Mi primo es aquel primo, que, algún día,
os confesé que alegre me besaba;
le amé niña, mas yo no lo sabía;
ya mayor, estoy loca, y lo ignoraba.
Como siempre fantástico el deseo
me arrastra, a orillas de la mar, yo a solas
que me habla de él y su venida, creo,
el monólogo eterno de las olas.
Siempre aguardo del cielo lo imprevisto,
siempre estoy esperando,
y hasta las aves de la mar, pasando,
parece que me dicen:- ¡lo hemos visto!-


IV

   - Mas sepamos primero-
dijo el cura prudente y reservado:
- de amaros y volver, ¿él os ha dado
su palabra de honor de caballero?-
- Me juró que me amaba y volvería-
fue diciendo Teodora,
- cuando el sol por la tarde se ponía,
y al despuntar la aurora
y alguna vez también al medio día;
y alguna, y más que alguna,
por la noche a los rayos de la luna.
Y, perdonad, decir se me ha olvidado,
que en Mayo y en Abril me lo ha jurado
por todos sus jazmines y azucenas;
por los árboles todos, en estío;
por todos sus cristales, junto al río;
cerca del mar, por todas sus arenas.


V

   Mientras Teodora hablando proseguía,
como era, a fuerza de candor, profundo,
el cura por lo bajo repetía:
- ¡Cómo trae el amor revuelto al mundo!
- Mi madre quiere que a la fuerza quiera
a un hombre muy de bien, sin gracia alguna,
como es el que me espera
para darme su mano y su fortuna.
El verlo nada más me da tristeza;
él es bueno, es verdad, si no es hermoso;
tiene favor, honores y riqueza,
talento, juventud y un nombre honroso...
Mas ¡si vierais al otro, señor cura,
con gorra de oro y sable a la cintura!...
¡Cuanto mira al pasar de luz se baña!...
mientras éste de aquí, que va a ser mío
tiene una gracia, sepulcral y extraña;
donde quiera que entra él, siento yo frío.-
-Pues señor, se conoce,-piensa el cura,
- que en la misma inocencia,
para agotar de un cura la paciencia,
trasformado en hermosa criatura
coloca Satanás su residencia.-


VI

   Y ella siguió:- Vuestro favor imploro;
prestadme ayuda en tan difícil paso:
de uno me río, y por el otro lloro;
éste me hiela, y por aquél me abraso,
amo al presente y al ausente adoro,
¿qué hago, señor, me caso o no me caso?-
Mirando a un Cristo viejo
por ver si le inspiraba algún consejo,
el cura se callaba,
y del candor en la embriaguez suprema,
al ver que el Cristo nada le inspiraba,
por lo bajo entre dientes murmuraba:
- ¡Segunda confesión: otro problema!-
Entre el Cristo, ella y él, no hay uno que hable.
El viejo, que era un niño venerable,
no cayó en que Teodora
buscaba, tan sutil como traidora,
en la doblez de sus astutos planes
el apoyo moral del cristianismo:
maniobra de los grandes capitanes
que ponen de su parte el fanatismo.


VII

   Luego los dos a un tiempo se preguntan,
y para herirse al corazón se apuntan;
y cruzan de uno al otro, bien dispuestas,
como un choque de espadas, las respuestas:
- Me muero, si me caso, os lo confieso.
- Ilusión nada más de los sentidos.
- Hay voces que en el aire me hablan de eso.
- Eso será que os zumban los oídos.
-Bien, lucharé pero seré vencida.
- No volverá tal vez.- ¿Y si volviera?
- Ese hombre os ha hechizado: ¡estáis perdida!
- Así tendrá que ser como él lo quiera.
- Tras vana agitación tendréis reposo;
yo rezaré por vos, seréis dichosa:
¡dichoso aquel que os tenga por esposa!
- Y yo ¿seré feliz como él dichoso?
- ¿De qué sirve creer en lo increíble?
- Más sabe el corazón que la cabeza.
- ¿qué podrá suceder?- ¡Todo es posible;
yo amo con fe y espero con firmeza!-
Al verla disentir tan bien y tanto,
siente un temblor de espanto,
cual si tuviese frío,
al comprender el santo
que aquel tipo cabal de las mujeres
era el más bello y ¿lo diré, Dios mío?
el más inobediente de los seres.


VIII

   Teodora, ardiente y viva,
filósofa sutil y positiva,
que no pasó, cual yo, velada alguna
en cuestiones ociosas,
buscando la razón de muchas cosas
que no tienen jamás razón ninguna,
añadió, de su plan desesperada,
disparando al huir a sangre y fuego,
y haciendo una brillante retirada
mejor que en Asia Jenofonte el griego:
- Yo soy muy viva y de ventura ansiosa;
y no queriendo a este hombre, os lo prevengo,
como soy tan fantástica, no tengo
la condición de una excelente esposa.
Mas lo mandan mis padres y adelante;
yo quiero a toda costa ser honrada,
mas no sé si vivaz y enamorada,
podré ser buena esposa y buena amante...-
Hablaba así Teodora, y de repente
callando unos momentos,
con un silencio diestro y elocuente
una pausa llenó de pensamientos.
Reticencia tan vil y calculada
al obre cura de terror inmuta...
ante el saber de una mujer astuta
Cicerón y Pascal no saben nada.
Y es que desde Eva, madre de Teodora,
la raza no mejora.
Porque no oye solícito sus quejas,
anuncia astuta males sobre males:
yo recuerdo muy bien que eran iguales
las jóvenes de antaño que hoy son viejas.
Y así serán y han sido
las que están por nacer o ya han nacido,
lo mismo en todo el orbe que en España;
las madres miserables y opulentas,
las hijas titulares y harapientas,
las abuelas del trono y la cabaña.


IX

   - ¡Qué locura, Dios mío, qué locura!
¿no veis que rara vez,- le dice el cura,-
la vida nos enseña
que esos sueños de niña muy pequeña
los pueda realizar la edad madura?
Moderad el ardor de los sentidos;
¡Teodora, andad despacio,
porque siempre nos ven, desconocidos,
dos ojos desde el fondo del espacio!-
Ayudando a llevarla a su destino,
cual se lleva una oveja al matadero,
pensó el cura ponerla en el camino
de lo bueno, lo justo y verdadero;
y después que ella vio desvanecida
la poética imagen de su vida,
puestas en cruz las manos y llorosa,
recibió, con la frente prosternada,
la bendición del cura, arrodillada;
besó su mano en actitud piadosa,
con la fe de una santa resignada,
y se marchó, si no más consolada,
menos triste tal vez, y siempre hermosa.



ArribaAbajoCanto tercero


La tragedia



I

   Porque triste, muy triste, se moría
llena de desengaños,
el cura del Pilar, en cierto día,
en su postrera confesión oía
a una joven anciana de treinta años.
- ¡Ha venido!- decía
la vieja que era joven todavía,
- aquel hombre a quien amo con locura,
y debo confesaros en conciencia,
que tengo, desde entonces, señor cura,
necesidad de sueños de inocencia.
- ¿Y es pura todavía vuestra llama?-
pregunta el cura a la doliente esposa.
- La cama de mi madre es esta cama,
le respondió:- pues por mi madre os juro
que soy materialmente virtuosa;
sólo el alma es culpable, el cuerpo es puro.-


II

   - ¡Pues valor,- dijo el cura,
a fuerza de candor siempre profundo,
- que la mayor tribulación del mundo
la manda Dios para la edad madura!-
- ¡Valor, valor!- la enferma respondía;
- ¡Lucharé hasta morir! mas, ¡cosa extraña!
resistir a su encanto no podría,
¡yo que siento en mí misma una energía
capaz de levantar una montaña!-
¡Lucharemos, hija mía,-
el cura repetía
de Dios y de su fe siempre seguro,
- no hay grito de dolor que en lo futuro
no tenga al fin por eco una alegría!-
Y luego añade de la Biblia lleno,
satisfecho de Dios y de sí mismo:
- ¡Siempre entre el ángel malo y entre el bueno
hay luchas en el puente del abismo!-


III

   En querer consolar las grandes penas
de una mujer tan firme y tan amante,
era aquel pobre confesor un ciego,
sabiendo que corría por sus venas
la sangre de las viñas de Alicante
que crían una savia como el fuego.
El cura no sabía
que el no amar es muy bueno, pero es frío;
y por eso a Teodora le decía,
derramando en sus llagas el rocío
de una piedad sincera:
- Van a cumplir veinte años
que, ajena de pasiones y de engaños,
vuestra sagrada comunión primera
fue por vos de mi mano recibida;
¡sed digna del honor de vuestra historia!
¡reanimad el valor con la memoria
de los años primeros de la vida!-
- ¡Quince años hace escasos,-
Teodora murmuró,- que el dulce ruido
que levantaron al marchar sus pasos
quedó como una música en mi oído!
Y hace veinte años- añadió con torvo ceño
mirando al cielo en ademán de queja,
- que es él de mi alma y mis sentidos dueño;
¡veinte años que pasaron como un sueño!
¡Tenéis razón; no me creí tan vieja!...
Mas no hay medio: o vencer o ser vencida;
o perder la virtud o dar la vida.-
Dice así, y tiembla la infeliz esposa
cuando la causa de su mal confiesa,
como suele temblar la mariposa
que siente el alfiler que la atraviesa;
y el pobre confesor, que no sabía
que si es bueno no amar, es cosa fría,
cual sintiendo en la piel la ardiente huella
de un diablo que abrasándole le toca,
mira a la enferma con pavor, y en ella
halla una especie de perfil de loca.
Y agarrándole bien con la mirada.
- No soy loca, es que estoy enamorada,-
siguió la esposa- y lo que quiero, quiero;
vuestra piedad, no vuestra fe, reclamo;
si le amo, vivo; si no le amo, muero,
respondedme, ¿qué haré? ¿le amo o no le amo?-
Aguzando el oído,
y azorado de miedo como un gamo
que oye en el bosque de repente un ruido,
el cura sorprendido
dice cayendo en postración extrema:
- Tercera confesión: tercer problema!...-
Dudando en su fatal desconfianza
qué haría y qué diría,
por no romper el hilo todavía
que enlaza la mujer a la esperanza,
el cura del Pilar, quedando inerte,
sangre, en vez de agua, el desdichado suda;
pues a sí mismo con dolor se advierte
que es, en los actos del deber, la duda
una pregunta vil que hace la muerte.


IV

   Ahogando la emoción de su ternura
en un áspero y recio resoplido,
añadió en el umbral de la locura:
- ¡O viva en el del otro, señor cura,
o muerta en el hogar de mi marido!
¿Puede un corazón tierno
sufrir eternamente esta cadena?
¿Hay un Dios que nos salva y nos condena,
o eso también es un problema eterno?-
Oyendo esta herejía,
creyó el cura que en ella traslucía
la cara de Luzbel, oliendo a infierno,
y siendo encantadora,
y aunque era un ángel de piedad Teodora,
y el cura lo sabía,
como todo hombre bueno, algo indeciso,
oyéndola decir lo que decía,
le pareció que a Satanás veía
bañado con la luz del paraíso.


V

   Y al cura, que azorado la veía,
y estaba en todo, esto es, no estaba en nada,
después le repetía,
aceptando, Teodora, resignada
la paciencia que lleva a la agonía:
- ¡Adorarlo o morir, tal es mi suerte!-
Y el cura respondía:
- Pero pensad en Dios, la hora es sombría;
¡ved que estáis en peligro de la muerte!
Y enfermo de terror y sentimiento,
su rostro, que tapó con ambas manos,
se cubrió de ese tinte amarillento
que da tanta tristeza en los ancianos.
- Ya veis que sé morir como es debido,-
siguió Teodora con siniestra calma.
- Decidida a partir, tan sólo os pido
que echéis sobre mi cuerpo y sobre mi alma,
él su memoria, su piedad el cielo,
vos el perdón, la humanidad su olvido,
la tumba su pudor, la muerte un velo!-


VI

   Pasan después unos momentos llenos
de calma aterradora.
Y entro tanto, ¿qué hacía
en alocada expectación Teodora?
¿Dormía? No ¿Velaba? Mucho menos.
Con las manos el pecho se oprimía
queriendo hacerse el corazón pedazos.
Se incorpora después, alza los brazos,
estrecha en ilusión alguna cosa
en medio de la fiebre que la abrasa,
y dice con sonrisa, voluptuosa
dejándolos caer:- ¡Es él que pasa!
Al ver aquel amor inexorable,
a su buen Dios el cura inconsolable
la encomienda en sus santas oraciones;
y al oír, espantado,
salir de la culpable
aquella interminable
tempestad gutural de aspiraciones,
una oración sobre otra le prodiga,
y exclama el sacerdote horrorizado:
- El ángel llega tarde, y sólo espiga,
lo que ya Satanás dejó segado!-
Y así el buen cura exclama,
porque ya con dolor ha comprendido,
que es imposible, a semejante llama,
oponerse a un amante que es querido,
y entregarse a un marido que no se ama;
y aunque algo tarde, a conocer empieza
que es más fuerte el amor que los deberes,
pues rinde de los hombres la firmeza
y hasta el débil poder de las mujeres.


VII

   Llegando al fin de su terrible suerte
la enferma medio muerta tiempo hacía,
después de un gran silencio en que se oía
muy cercana de allí volar la muerte,
mirando fijamente, sin ver nada,
tiende una mano ardiente y descarnada,
busca con ella al infeliz anciano
que por su dicha ruega,
y el rostro le tocó como una ciega
que tuviese los ojos en la mano:
se ponen azuladas sus mejillas;
sale un hondo ronquido de su pecho;
el cura la bendice de rodillas:
después... ¡después era una tumba el lecho!


VIII

   Más muerto que la muerta, el pobre cura,
cuando luego miraba
el alma triste y bella
de aquella esposa fiel, culpable y pura,
flotar sobre una estrella,
- ¡Perdonadla, Dios mío!- murmuraba.
¿Cómo Dios negaría su indulgencia
a una mártir, que, fiel a otros amores,
a fuerza de sentido y de paciencia
el luto de su hogar cubrió de flores?
Cuando el cura veía
aquella alma flotar sobre una estrella,
y su perdón pedía,
es porque no sabía,
héroe feliz de una tranquila historia,
que cuando muere una mujer como ella,
toca a muerto la tierra, el cielo a gloria.


IX

   Y cuando el cura, de su buen consejo
el término funesto contemplaba,
llorando como un niño el pobre viejo
sobrecogido de terror oraba.
- ¡Yo la maté, yo he sido su asesino!-
gritaba el infeliz, desesperado,
quejándose de sí como un malvado
que asesina a la vuelta de un camino.
- Mas, fiel a su destino,
conociendo después, más serenado,
que así a volverse loco un hombre empieza,
con honor exclamó:- ¡fuera flaqueza!-
y valerosamente
reanimando uno a uno sus sentidos,
a brillar comenzó su noble frente
con la luz de los seres elegidos.
- Hago el bien y suceda lo que quiera!-
dice tranquilo y con la frente erguida.
- ¡Entre la muerte y la virtud, que muera,
que es el deber primero que la vida!-
Pasó después un siglo de un momento;
murmuró otra oración, y de repente
azotó con los pies el pavimento
y con las manos se azotó la frente;
miró a la muerta con viril firmeza,
y a repetir volvió:- ¡Fuera flaqueza!-
Y el cura del Pilar, sereno, mudo,
rendido el cuerpo y destrozada el alma,
después de un negro batallar tan rudo,
a recoger volvió su santa calma
como recoge el gladiador su escudo.

 
 
FIN
 
 




ArribaAbajoDulces cadenas


Poema en cuatro cantos

A mi fraternal amigo el Sr. D. Ramón Campos y Domenech.






ArribaAbajoCanto primero



I

   Joven, bella, adorada y poderosa,
tan rubia como el sol del medio día,
y tan fresca además como una rosa,
Jacinta, cuidadosa,
hasta el dichoso día
en que va a ser una feliz esposa,
en un cuarto atestado de primores,
y en una jaula de oro envuelta en flores,
cierto canario hospeda,
cuya pluma remeda
casi, casi, del iris los colores,
y un poco los reflejos de la seda.


II

   En un día de Marzo, húmedo y frío,
al pasar del antiguo al nuevo estado,
Jacinta, esclavizando su albedrío,
prefiriendo al ajeno su cuidado,
y el gozo celebrando de aquel día,
suelta con alegría
al canario que cuida con cariño,
y con el cual, como si fuera un niño,
en inocente intimidad vivía.
Saca al esclavo de la jaula de oro,
lo acaricia llorando y sonriendo,
se acerca a la ventana, y luego abriendo
la mano, con la cual se enjuga el lloro,
viendo al ave feliz que ya siguiendo
del aire el insondable itinerario,
como acerada espina
un dardo de pesar extraordinario
su corazón traspasa,
pues siempre es un canario,
después de la sociable golondrina,
el ave favorita de una casa.


III

   Libre, alegre, inconstante, casi loco,
como bebiendo luz. emprende el vuelo
el pájaro, que invade poco a poco
la inaccesible soledad del cielo.
Por no verle partir, Jacinta cierra
sus ojos de insondables horizontes,
y en posesión le pone de la tierra
con sus mares, sus valles y sus montes.
Entregado al calor, y expuesto al frío,
el pájaro, que siendo prisionero
prefería su jaula al mundo entero,
fue puesto en posesión de su albedrío
como el manso arrastrado al matadero.
Y volando, volando,
se alejaba y volvía,
y de su inútil libertad gozando,
- ¿a dónde voy?- parece que decía.
Y Jacinta, llorando,
y llena al mismo tiempo de alegría,
al pájaro dejando,
para volar también tras del esposo,
mandándole un adiós muy cariñoso
al ver que una tras otra recorría
las colinas cubiertas de viñedos,
con expresiones de cariño extremas,
tocándose los labios con las yemas,
le envió un beso en las puntas de los dedos.


IV

   Como dijimos antes,
era en Marzo, la aurora del estío,
y en uno de esos días inconstantes
en que alterna el bochorno con el frío,
con santa devoción, casi a la orilla
del Manzanares, su paterno río,
para unir a Jacinta en casto nudo
con el hombre más noble de la villa,
como si fuera un celestial saludo
por su madre escuchado y por su abuela,
en torno del altar de la capilla
el himno sube y el incienso vuela.
Y Jacinta, entre tanto,
cuya gracia inocente
se convertía en pensativo encanto
y en la expresión de amor más hechicera,
hacia el altar avanza
con la alegre esperanza
y la planta ligera
de quien lleva, al andar, sobre su frente,
el cántaro inmortal de la lechera.


V

   Así aquel ángel que a mujer subía,
la virgen que iba a convertirse en diosa,
con el tierno candor que en Dios confía
camina, a fuerza de ventura, hermosa,
como una niña grande honrada y pura
que suena en ser feliz, pues no sabía
que cual la flor del cactus, la ventura
esperada cien años, dura un día.



ArribaAbajoCanto segundo



I

   El canario después, desorientado,
explorando horizontes y horizontes,
voló al fin por los valles y los montes
como si fuese un pájaro escapado;
hasta que ya rendido,
de su fuerza en volar menos seguro,
con el miedo que da lo indefinido
halló en la claridad algo de oscuro.
Sintiendo luego el malestar incierto
que se llama el mareo del desierto,
y después que el canario
recorrió el horizonte ebrio de gozo,
le parecía, al verse solitario,
el universo entero un calabozo.
Y conforme caía
dentro del mar el día,
y se aumentaba con la sombra el frío,
sólo vio estupefacta su mirada
la tenebrosa estancia del vacío,
y aquel horror que dice: «¡aquí no hay nada!...»


II

   Cuando todo en la sombra era indistinto,
sintió una sensación vertiginosa;
después con el instinto
natural en un ave cariñosa,
esperando inocente,
que la prisión su dueña le abriría,
y en trance tan cruel le ampararía,
a su casa volvió, cuando inclemente
ya su alas el frío entumecía;
y volando después difícilmente,
como ni huir ni guarecerse sabe,
de las tinieblas a la luz escasa,
alrededor girando de la casa,
más parece un espíritu que un ave.


III

   Como no hay duda que era
una noche muy buena, por lo fría,
para asar en alegre compañía
castañas al rescoldo de una hoguera,
de miedo ya a las olas mugidoras
de una espantosa tempestad cercana,
y al fastidio y horror de aquellas horas,
se lanzó de su dueña a la ventana,
guarnecida de plantas trepadoras.
Mas ¡ay! que ya casada, y siempre pura,
pensando con vergüenza en su ventura,
Jacinta, con espanto verdadero,
hallando todo ruido inoportuno,
todo rayo de luz cosa liviana,
la ventana cerró con tanto esmero
que no dejó a la luz resquicio alguno,
pues en noche de boda una ventana
es la nube de sombra con que Homero
cubrió a veces a Júpiter y a Juno.


IV

   Cuando el pájaro, hastiado
de aquella inútil libertad del cielo,
a su prisión volvía, enamorado,
ya había el polo norte desatado
un recio temporal de escarcha y hielo.
Cada vez más corrientes,
y cada vez más fríos,
los arroyos de viento se hacen ríos,
y los ríos después se hacen torrentes.
Directa y reflejada,
y después toda unida,
contra aquella ventana tan cerrada
lloviendo más, sobre la ya llovida,
chisporrotea el agua ametrallada.
Cuando están a su dueña regalando
realidades tan dulces como sueños,
quejándose el canario, está piando
como pían los pájaros pequeños.
Mientras dentro, amorosa,
ve en verdad convertida su quimera
en éxtasis profundo,
por la parte de afuera
piar a media voz oye la esposa
a un ser que no parece de este mundo.
Matándolo a golpazos
la nieve sobre el pájaro se apiña,
y mientras él se queja y da aletazos,
Jacinta de su esposo entre los brazos
le habla con voz del tiempo en que era niña.
Y así al pobre canario,
sirviéndole la nieve de sudario,
de la ventana contra el duro suelo
lo sueldan vivo, el hielo
y la escarcha y la nieve endurecida.
¡Es un horror para el azul del cielo
que haya tantos dolores en la vida!



ArribaAbajoCanto tercero



I

   Ya estaba el sol muy alto, y aún dormía,
y tras de un sueño largo y retardado,
sin más cuidado ya que aquel cuidado,
como sin duda eternizar quería
la inocente ilusión de su deseo,
Jacinta, placentera,
estando el sol a la mitad del día,
cual Julieta a Romeo
le decía a su esposo:- ¡Espera, espera;
que no llega la aurora todavía!-


II

   La heroína feliz de nuestra historia,
miró al fin por la luz desvanecida
esa noche que deja en la memoria
el recuerdo más grande de la vida.
De su lecho nupcial se alza ligera,
y con un aire entre terrestre y santo,
muestra en su cara el religioso espanto
de la casada de hoy y ayer soltera.
   Se echó con un pudor algo tardío
un traje negligente de mañana,
corrió a abrir las vidrieras, y ¡ay, Dios mío!
al canario encontró muerto de frío
metido en el rincón de la ventana.
   ¿Verdad, lector amado,
que el querer ser feliz casi es locura?
Jacinta olvida en su reciente estado,
todo antiguo cuidado:
celebrando su amor y su ventura,
a soltar su canario se apresura,
y se le muere helado:
pasa además un día y otro día,
y un rosal que tenía
se le seca olvidado.
   ¡Pobre Jacinta mía!
¡Por el ingrato amor que tanto quiere,
cuanto ama, en causa de dolor se trueca;
tiene un ave que suelta, y se le muere,
tiene un rosal que olvida, y se le seca!


III

   Traspasada de pena,
viendo muerto por ella a un inocente,
piensa Jacinta de ternura llena
que es un tirano Amor que dulcemente
ata al pie del esclavo la cadena.
   Y así al pájaro muerto le decía,
con acento el más tierno y doloroso,
(y aunque el pájaro muerto nada oía,
la esposa bien sabía
que lo oía a su lado el tierno esposo):
- Buscar en el amor ventura y calma,
sólo es variar de penas:
el querer libertad para nuestra alma
es cambiar solamente de cadenas.
   Como al pájaro, al hombre le es preciso
esclavizar con libertad su llama,
porque ser el esclavo de quien se ama
es tener por prisión el paraíso.-


IV

   Hablando de esta suerte
profundamente tierna y conmovida,
besó al pájaro muerto enternecida;
y después de pensar cómo la muerte
en lo mejor nos llega de la vida,
fue a darle con ternura
al pie de un limonero sepultura,
y esto grabó con la mayor tristeza
del árbol siempre verde en la corteza:
- Murió un pájaro aquí de pesadumbre,
porque alejado de su dueña un día,
rotas ya sus cadenas, no comía
el pan de la dichosa servidumbre.-
   Y cuando esto escribía,
besándolo al grabarlo, tiernamente,
es la pura verdad que ella gemía:
aunque es verdad también que al mes siguiente
ya este recuerdo era una cosa fría.



ArribaAbajoCanto cuarto



I

   Seis meses, y algo menos, van pasados,
y ya Jacinta abandonada, prueba
el rigor de los hados;
ya de sus ojos a su boca lleva
dos surcos por las lágrimas trazados;
pues el dejar de amarse dos casados
es una historia, vieja, siempre nueva.


II

   Pasan las ilusiones,
y mas las ilusiones amorosas,
y en esa confusión de confusiones
en que parecen ya todas las cosas
una grande humareda de visiones,
la buena de Jacinta, que creía
que si no amase, el sol se apagaría,
que tuvo en este valle de amarguras
la suerte natural de las mujeres,
(rebaño de apacibles criaturas
que llenando la tierra de placeres
recogen a su paso desventuras),
tan noble y religiosa como bella,
en su inmenso dolor se vuelve al cielo,
porque, un poco olvidada, empieza en ella
de la ilusión el lúgubre deshielo;
mas, reina superior a su caída,
haciendo frente a las pasiones malas,
en su honradez se siente sostenida,
cual se sostiene el águila en sus alas.


III

   Y aunque el amor ahora
es, como antiguamente,
un duelo en que hay traidor precisamente,
y alguna vez también en que hay traidora,
Jacinta, siempre fiel, escribe y llora,
y a veces, por variar, llora y escribe;
y aquella antigua rosa, hecha azucena,
se muere de dolor, porque no vive
atada al eslabón de su cadena;
solitaria, las lágrimas que vierte,
del fondo de aquel mar perlas preciosas,
las vierte silenciosas
para que nadie entienda
cuál es la causa de su triste suerte,
porque es de esas mujeres valerosas
que del deber por la terrible senda
van al través del fuego y de la muerte.


IV

   Desde el funesto día
en que ya de su amor perdió el encanto,
si alguna vez reía,
su risa, más que risa, parecía
la amarga contracción próxima al llanto;
y siempre enamorada,
cual estarlo pudiese esposa alguna
por su esposo olvidada,
de su pena y su amor arrebatada
ya escribía canciones a la luna.
Sin rosal, sin canario, y sin amores,
su propia historia convirtiendo en cuento,
templaba sus dolores
volviendo a oír cantar los ruiseñores,
gemir la fuente y suspirar el viento;
y hermosa, rica, perspicaz, honrada,
sola, triste, benévola, estudiosa,
poetisa, mujer y abandonada,
tanto y tan bien lloraba y escribía,
que de su amor y su dolor retumba
el eco todavía
en esta corta y lúgubre elegía
que se halló en sus memorias de ultratumba.


V

   - A un canario infeliz porque era mío,
la inútil libertad le dí insensato,
a buscarme volvió, pero yo ingrata
cerré el postigo, y se murió de frío.
   El esclavo que es fiel nos causa hastío,
amamos al tirano que nos mata:
siempre es y fue la libertad más grata
tener presa en otra alma el albedrío.
   Libre correr, para humillar la frente
cambiando de cadena; he aquí el calvario
de todo libre ser que vive y siente.
   El hombre, prisionero voluntario,
dará su libertad eternamente
por vivir en prisión como el canario.-

 
 
FIN
 
 



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