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ArribaAbajo- III -

En 1618 pasó Luis Vélez a terceras nupcias, desposándose el 24 de enero, en las casas del conde de Cantillana66, con doña Ana María del Valle, que sería criada de la Condesa. Tardaron más de un año en velarse los novios, ratificando su matrimonio en la iglesia de San Andrés en 10 de abril de 1619, apadrinados por don Luis Méndez de Carrión y doña Felipa Guerrero67.

La víspera del desposorio, o sea el 23 de enero de 1618, otorgó Luis Vélez escritura de recibo de dote de su futura. En este documento se dice hijo de Diego Vélez de Guevara, «natural de Jerez de la Frontera», y de doña Francisca Negrete, natural de Écija. A su esposa la declara nacida en Madrid, e hija de Juan del Valle, natural de Espinosa de los Monteros, y de doña Luisa Trasmiera, natural de Toledo68.

Y pocos días después de la boda, en 19 de febrero, el mismo Vélez otorga una escritura de donación de 75 escudos anuales (no dice por cuántos años) en favor de Andrés de Murguía, aposentador de Su Majestad por razón «ansí de socorros graciosos, empréstidos y dádivas de dineros que diferentes veces me ha hecho en tiempos de necesidad y ocasiones en que las he tenido muy apretadas como en otras amistades y buenas obras que diversas veces dél he recibido».69

El dinero para ello había de salir de dos donaciones a Luis Vélez, hechas, una por don Juan Antonio Vicentelo, conde de Cantillana, y otra por don Juan Coloma, por escritura ante Juan de Herrera, en Madrid a 14 de febrero de 1617, situadas en los gajes de gentiles hombres, desde el día que dichos señores tomasen posesión de tal oficio hasta el fin de sus días70.

Lo que parece deducirse de este imbroglio es que Luis Vélez ofrecería a dichos dos señores conseguir las plazas cortesanas, valiéndose de su favor en palacio o en otra parte; que se las pediría a Andrés de Murguía y que entre ambos partirían la pensión ofrecida por los dos caballeros.

El papel que en este negocio haría la nueva esposa de Vélez sería el de intermediaria, por su ama la Condesa de Cantillana, si, como presumimos, era criada suya.

Hemos dicho que Luis Vélez haría valer su influjo en Palacio o en otra parte y no el que había tenido con el Conde de Saldaña, porque a la sazón ya no era de la servidumbre del Conde.

Quizá veía el ecijano eclipsarse el astro de los Sandovales o desesperanzado de arrancar óstugo de moneda al de Saldaña, le dejó por otro señor; mas no sin hacer, a lo menos, liquidación total de sus cuentas.

Así, pues, en Madrid, a 30 de junio de 1618, don Diego Hurtado de Mendoza, conde de Saldaña, declara que por escritura otorgada en Madrid, a 11 de septiembre de 1610, había hecho merced a Luis Vélez de Guevara de 200 ducados cada año, durante sus días y vida, desde principios de dicho 1610; consignados en los frutos y rentas de la Encomienda mayor de Calatrava que gozaba el Conde y tenía arrendada en 7.500 ducados anuales. Que le debía todo lo corrido hasta fin de 1617, o sean ocho años importantes 1.600 ducados y además otros 400 que le había prestado (?) Luis Vélez: total, 2.000 ducados.

Le autoriza para que se los pida al administrador de su Encomienda Domingo Ibáñez de Ibaeta y los señala en la renta del año 1621 que se cuenta «desde el día (29) de San Miguel de septiembre dél y se cumplirá otro igual día de 1622».

En Madrid, a 10 de agosto del mismo 1618, Luis Vélez declara haber obtenido de Domingo Ibáñez dos aceptaciones llanas de pagar los 2.000 ducados, en el primer semestre de 1622, en plata y oro por mitad, según escritura de este mismo día.

Pero, en 6 de septiembre de dicho año, Luis Vélez cede y traspasa este crédito en el licenciado Felipe Bernardo del Castillo, clérigo presbítero, por la mitad de su valor, o sean 1.000 ducados, que confiesa haber recibido, y que no vale más «ni aun tanto; porque para haberlos de vender he hecho muchas diligencias (¿en veintiséis días?) en esta Corte por mi persona y de corredores y no he hallado quien me los diese, a causa de ser el plazo tan largo».71

Así abandonó Luis Vélez la casa que le había albergado durante más de doce años. Tendría en ella habitación, comida y vestido, pero no sueldo más que nominalmente. Los desatinados gastos de aquellos caballeros les impedían cumplir sus temerarias ofertas, siendo ellos mismos víctimas de usureros y arrendadores.

La estrella de aquel joven tan mimado de la suerte comenzaba a palidecer. En 22 de agosto de 1619 falleció su esposa doña Luisa de Mendoza; y aunque le dejó tres hijos, uno de los cuales habría de ser Duque del Infantado, no pudo entrar, ni aun como tutor, en posesión de la gran herencia, porque su suegra, la Duquesa propietaria, vivía y le sobrevivió y se encargó de sus hijos. De modo, que como sólo le habían elegido para dar el ser a un nuevo Duque, hecho esto, volvió a su papel de segundón de la casa de Sandoval. Pero en su desgracia no pudo valerse del favor de su padre, porque había caído de él, en octubre del año anterior de 1618: y la muerte del Rey, que ocurrió en 31 de marzo de 1621, acabó de arruinar el poderío, no sólo de Saldaña, sino de toda su familia. Destierros, prisiones, rendición de cuentas, embargos, condenas en sumas enormes y, en fin, muertes prematuras afligieron a los antes omnipotentes privados.

A don Diego Gómez le alcanzó pronto y de cerca la tempestad. Aún no había transcurrido un mes de la muerte de Felipe III, cuando el nuevo privado comenzó por él la sistemática e implacable persecución de los Sandovales y sus allegados. Un cronista del tiempo, escribía: «Miércoles a 21 de abril (de 1621) al Conde de Saldaña le quitó el Rey el cargo de caballerizo mayor y otros oficios; y es que estaba revuelto con una dama de Palacio; y este día los casó en las Descalzas y, sin ir a su casa, los mandó salir de la corte a Pastrana, y después le envió a la guerra, a servir a Flandes con 6.000 ducados, que fué harto de notar».72

Quevedo que, aunque por alto, habla también de este asunto, dice que a Saldaña le dieron por dote lo que no le quitaron. Como se comprende, el enredo amoroso fue sólo el pretexto: revueltos con damas de Palacio andaban otros caballeros, sin que el joven Monarca de diez y seis años, o mejor, su favorito el Conde de Olivares, mirasen en ello. Llamábase aquella señora doña Mariana de Córdoba y era dama de la infanta doña María.

Pasados algunos años, cuando ya nadie podía hacerle sombra, Olivares restituyó a Saldaña en el goce de su Encomienda mayor de Calatrava y en el cargo de gentilhombre. Murió, joven aún, en 7 de diciembre de 163273.

Tampoco este nuevo casamiento de Vélez de Guevara tuvo duración larga. En el mes de octubre de 1619 dio al mundo su mujer una hija, bautizada con los nombres de Francisca Luisa; el primero, en recuerdo de doña Francisca Negrete, su abuela, que aún vivía y fue la madrina, y el segundo, por el padre74.

La vida de esta niña ocasionó la muerte de su madre, que otorgó testamento el 15 del mes siguiente, de noviembre, en que declara no tener más bienes que sus ropas75, que eran :

Un vestido de espolín: entero, o sea, ropa, basquiña y jubón que valdría 600 reales.

Otro «que es un hábito de chamelote de aguas, con puntillas de raso», compuesto de basquiña, jubón y escapulario, y cuyo valor sería de 300 reales.

Otro con la ropa de rizo y la basquiña y el jubón de raso negro. Pero este vestido estaba empeñado en 200 reales.

Manda que se vendan y emplea su producto en 400 misas rezadas «porque si no es de ellos no hay de donde se hacer».

Lega un manto de damasco a doña Luisa, su hermana, y a su otra hermana doña Francisca de Valle, un hábito leonado y una ropa de bayeta «que yo traía cada día», añade; y al ama que criaba a su hija, «el hábito pardillo que yo traía, de ollejo de culebra». Y, en fin, nombra por su heredera a Francisca Luisa Vélez, «que tendrá un mes... (y) de cuyo parto estoy mala», concluye. Doña Ana no sabía firmar.

Al día siguiente, 20 de noviembre, falleció y fue sepultada, según su deseo, en la iglesia de San Martín en que reposaban sus padres76. Su hija le sobrevivió poco tiempo, porque en 1626 era ya difunta, como hemos de ver.

En la partida de muerto de doña Ana se dice que Luis Vélez, que antes había vivido en la Plazuela de Santo Domingo, habíase trasladado a la calle de la Gorguera y era criado del Marqués de Peñafiel.

Llamábase este magnate don Juan Téllez-Girón y era hijo primogénito del célebre don Pedro Téllez-Girón, llamado el Gran Duque de Osuna, virrey de Sicilia y luego de Nápoles, de donde vino en 1620 para correr la misma borrasca que envolvía a sus parientes los Sandovales; porque el citado Marqués de Peñafiel estaba casado, desde 11 de diciembre de 1617, con doña Isabel de Sandoval y Rojas, séptima hija del duque de Uceda don Cristóbal, y nieta del caído favorito, el Duque de Lerma.

Era el joven Marqués no menos disipado y pródigo que el de Saldaña, tanto, que a poco de heredar, al año siguiente de 1621, se le hizo concurso de acreedores. Aprovechando, pues, Luis Vélez la excesiva generosidad del futuro cuarto Duque de Osuna, obtuvo de él, con fecha 16 de junio de 1621, una donación de no menos de 400 ducados anuales, que vendrían a ser hoy unas 5.000 pesetas.

La causa o razón de tan cuantioso regalo, probablemente hilvanada por el mismo Vélez, era que: «Considerando (dice el Marqués) la obligación que tengo de remunerar y gratificar los servicios que me ha hecho y hace cada día Luis Vélez de Guevara, mi gentilhombre de Cámara, que son muchos y a mí muy agradables y notorios», le hace donación de 400 ducados, que valen 150.000 maravedís «de renta en cada un año por todos los días de su vida y durante la mía» desde 1.º de enero del año de 1622 en adelante, «situados en los 12.000 ducados de alimentos en cada un año que a mí se me dan al presente para los míos», pagados por tercios anuales de cuatro en cuatro meses, siempre un tercio adelantado. Recibió, en efecto, la primera paga en 4 de enero de 1622 y da de ella resguardo al mayordomo del Duque de Osuna77.

Ésta sería la mejor época de Luis Vélez, aunque poco hubo de durarle; porque, envuelto el Duque de Osuna en un proceso político, acumulado y sostenido por la envidia y algo también por el altanero carácter del soberbio prócer, sufrió dura cárcel, secuestro de bienes y otras vejaciones que prematuramente le condujeron al sepulcro tres años más tarde.

En tanto, seguía Vélez cultivando la amena poesía. En 1619 honró con una décima el poema del padre Camargo titulado Muerte de Dios por vida del hombre78; escribió algunas escenas de la célebre comedia de las Hazañas del Marqués de Cañete, con otros ocho poetas79 que ocasionó la lluvia de sátiras contra los autores de ella, en especial contra el mexicano don Juan Ruiz de Alarcón, y concurrió al certamen convocado por el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid al celebrarse, en 1622, fiestas en la canonización de San Ignacio de Loyola80. Por cierto que en el mismo año y el anterior celebró la Villa otras más suntuosas por la beatificación primero y la canonización después del madrileño San Isidro, Santa Teresa, San Francisco Javier y el mismo San Ignacio, con certámenes literarios para toda clase de poesías, y en ninguno de ellos hallamos a Luis Vélez, o a lo menos, no figura su nombre entre los muchos de poetas premiados.

Sin embargo, con frecuencia le mencionan con elogio otros poetas, ya por autor cómico, el licenciado Herrera Maldonado en su Sannazaro Español81, como por elocuente y florido, Lope de Vega en su Filomena82 y por su donairosa poesía, el licenciado Tamayo de Vargas83.

Durante el primer año cobró Luis Vélez su pensión vitalicia sobre los alimentos del Marqués de Peñafiel, porque en 7 de enero de 1622, titulándose gentilhombre de Cámara del Marqués, se obliga a pagar a Bartolomé Pichón, comerciante de la Puerta de Guadalajara, 800 reales que le debe de mercaderías «que ha sacado» de su tienda; y en 16 de febrero le da poder para que cobre del administrador del Duque de Osuna en esta villa de Madrid 66.000 maravedís (unos 1.941 reales) de los 116.000 que el administrador general de la casa ducal le ha librado en 4 del mismo mes sobre los alimentos del de Peñafiel. Pichón los cobrará para sí, por debérselos Luis Vélez de mercaderías y vestidos que ha sacado de su tienda.

En 29 de agosto, nuevo poder de Vélez a Pichón para cobrar 50.000 maravedís que ha de haber en 1.º de septiembre de este año de 1622, según libranza como la anterior. También Pichón se quedará con ellos a cuenta de mercaderías tomadas por el poeta.

Pero cansado de manejar esta renta o por temor de perderla, ante el mal estado de las cosas de los Girones, acabó por venderle al referido mercader, en 2 de diciembre, toda la pensión, o sea el derecho de cobrar los 400 ducados anuales, en precio de 16.000 reales que el comprador le entrega. La venta ha de entenderse a riesgo y ventura, sin que Vélez tenga que responder de cosa alguna si Pichón no cobrase y sin más obligación que entregarle cada trimestre su fe de vida, signada de escribano.

Parte de este dinero empleó en ataviarse decentemente, comprando en casa del «platero de oro», Bartolomé Rodríguez, en precio de 5.000 reales, «cien botones de oro, nuevos, calados, esmaltados de colores; cuatro vueltas de cadena de oro, sin esmalte; una fuente de plata dorada; una pieza de agua, de bocados, y un braserito de plata blanca, y un hábito de San Juan pequeño, de oro».84

Esta última joya la compraría en espera de obtener el hábito de esta Orden, como ya lo tenía Lope de Vega.

Pero, arrepentido Vélez de su simpleza, dos años después (11 de enero de 1625), cuando ya se habían evaporado los 16.000 reales, dio poder a don Pedro de Montes para demandar a Pichón «en razón de la lesión enormísima que hay contra mí (dice) en la venta y cesión que le hice de 400 ducados de renta, por mi vida, que tengo sobre los alimentos del señor duque de Osuna, don Juan Téllez-Girón, alegando en esta razón todo lo que a mi derecho convenga».85

El nuevo Duque había heredado poco antes a su padre y entrado en el pleno disfrute de sus bienes. No corría, pues, peligro la cobranza de los 400 ducados; y ésta sería la verdadera causa de la reclamación del poeta. Ignoramos si salió adelante con ella.

Por entonces pretendió entrar en la Cámara del infante don Fernando, hermano del nuevo Rey, para lo que le envió una especie de memorial poético en cinco décimas. Soñaba con la llave, porque, según decía, le apoyaban el Marqués de Malpica, mayordomo mayor del Infante, y el Sumiller de Corps el marqués de Camarasa; pero no pudo lograrlo86.

Deparole su fortuna muy poco después el nombramiento de «portero», o sea, ujier de Cámara temporero, como si dijéramos, del Príncipe de Gales (después Carlos I de Inglaterra) cuando en 1623 vino a Madrid, donde permaneció algunos meses gestionando su nunca efectuada boda con nuestra infanta doña María, hermana del Rey.

Como Vélez no ignoraba cuán poco duraría su oficio, fue el primero en burlarse de él, exclamando en un soneto:


¡Cancerbero del Príncipe de Gales!
¿En qué pecó mi padre ni mi agüelo?
¡Aquí del Conde de Olivares, cielo,
que me como de herejes garrafales!



Y acababa:


Sáqueme Dios desta empanada inglesa
y deme para España buen viaje.



El Príncipe llegó a Madrid a fines de marzo y estuvo aquí hasta el 9 de septiembre del mismo año en que salió para su tierra; y el poeta quedó «por esos patios» mendigando nuevas mercedes


a las generosas plantas
de aquel Alcides prudente
que de tanto imperio al grave
peso la espada os previene,



como dice al Rey. El Conde de Olivares tuvo pronto ocasión de contentarle.

A fines de noviembre de 1624 llegó a Madrid el archiduque Carlos de Austria, joven de treinta y cuatro años que había sido obispo de Brigia y era a la sazón Maestre de la Orden teutónica, hermano de la reina Margarita, madre de Felipe IV. Era de carácter alegre y amigo de la buena mesa. Olivares nombró a Vélez mayordomo del austríaco príncipe, con gran contentamiento del poeta, que decía después:


   Hálleme en el nuevo oficio
excelentísimamente;
porque de cuarenta platos
soldán de Egipto era en Menfis.
Divorciéme con mi olla,
neguéme al carnero verde,
que eran desde que nací
mi eterno capón de leche...



Pero el Archiduque murió de un hartazgo el 23 de diciembre, antes del mes de su venida.


   Murióseme el Archiduque:
que, si no lo hizo adrede,
según porfió en dejarme,
juro a Dios que lo parece.
Arrugóseme la panza,
derrengóseme la suerte,
anublóseme la gula
y cayóseme el pesebre.



Llevaron al Archiduque a enterrar al Escorial; y acompañándole fue Luis Vélez, como él dice:


   Fuí a San Lorenzo cargado
de bancos y de bufetes,
hecho figón de profundis,
con un bodegón de requiem.



El tiempo era borrascoso, pues añade:


   Iba yo sobre una mula
que sirvió de caballete,
de parte del agua, pato;
de parte de Dios, arenque.
Nadando a Madrid volvimos,
si bien mi alemana gente
corrió a Brindis por el golfo
que llaman blanco y clarete.



Entonces volvió a hacer las paces con su carnero y solicitó una plaza de ayuda de guardarropa de Palacio, de dos que había «vacas o bueyes» en un memorial en verso, al que pertenecen los anteriores, dirigido al Rey, en que además le cuenta sus hechos de soldado. Desea estar cerca de la persona del Monarca, como lo estaba don Antonio de Mendoza,


porque, si no con su ingenio,
si no tan atentamente,
a las ausencias precisas
de un Mendoza pueda un Vélez
ser su luminare minus,
su consonante en rehenes,
ser su, a falta de pan, tortas
y su poeta teniente.



Obtuvo, no lo que pretendía, sino puesto mejor, el de ujier de Cámara, aunque por entonces sin gajes; pero con casa de aposento87, médico y botica. Juró el 4 de abril de 1625 en manos del Conde de los Arcos88.

Pero como por el momento no remediase su necesidad, debió de insistir con excesiva frecuencia en sus peticiones y clamores, porque Lope de Vega, en una carta de 1626 al Duque de Sessa en que le habla de su pobreza de vestido, añade: «Parece cosa de Luis Vélez», aludiendo a lo muy pedigüeño que era nuestro vate.




ArribaAbajo- IV -

Antes de expirar el año de 1626 resolvió Vélez contraer nuevas nupcias con una joven viuda llamada doña María López de Palacios, hija de un médico de Santa Cruz de la Zarza (Toledo), donde también ella había nacido, llamado el doctor Gregorio López y de su mujer doña Isabel de Palacios, ya difuntos.

Otorgaron las capitulaciones matrimoniales en Madrid, residencia accidental de la novia, el 24 de octubre de 1626, estipulando que la boda se haría dentro de un mes. Que, para conocer las aportaciones mutuas, Vélez haría inventario de sus bienes y cuenta y partición con don Juan y doña Ana Vélez de Guevara, sus hijos y de doña Úrsula Bravo de Laguna «su primera mujer». Que los bienes de doña María de Palacios han de quedar vinculados a fin de «que no se puedan vender ni enagenar en ninguna manera» para lo cual sacarán facultad real. Vélez ofrece en arras a su esposa 500 ducados.

Esta desconfianza, harto justificada, no parece ser de iniciativa personal de la futura que, aunque viuda, era menor de edad, sino de su curador Pedro de Morón, que asiste al contrato y lo ratifica.

Con fecha 5 de noviembre se obtiene la regia licencia para vincular los bienes que doña María tenía en Santa Cruz de la Zarza y en la villa de Morata, en esta provincia de Madrid; y en el mismo día nombran curador judicial a los dos hijos de Vélez, Juan y Ana, uno de quince y otra de once años89.

Dos días más tarde hizo Vélez el inventario de sus bienes, que por ser pieza biográfica no poco curiosa hemos de extractar aquí.

Tenía pocos pero no malos muebles, como eran:

Seis sillas de nogal con espaldares y asientos de baqueta de Moscovia, nueva y clavazón dorada, a seis ducados cada silla.

Un bufete de nogal con cubierta de baqueta de Moscovia.

Un baúl de baqueta leonada de Moscovia con clavazón dorada forrado de bocací pajizo; un arca, otro baúl y una arquilla pequeña labrada de la India.

Dos camas de nogal y una colcha de tafetán de dos haces, pajizo y verde, que valía 20 ducados; dos colchones llenos de lana, cuatro mantas; un repostero de boscaje y un tapetillo de lana colorada y amarilla.

Una imagen de Nuestra Señora de la Soledad de excelente pintura. Un crucifijo de el Mudo. «Dos imaginitas juntas de Ecce Homo y Nuestra Señora, que son originales». Una imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. Un crucifijo en tabla con su marco y un cuadro pequeño del Evangelio de las Cruces.

Para su despacho sólo tenía una escribanía de ébano de Portugal con sus cantoneras negras; y su biblioteca se reducía a «un libro de Refranes de Malara y otros 24 libros chicos y grandes».

Mucho mejor era su guardarropa, donde vemos:

«Un vestido de hombre de jerga noguerada, forrado en tafetán noguerado, acuchillado el dicho vestido con mangas de tela de lama con flores de oro, medias y ligas nogueradas y un jubón de ámbar, con un pasamano de oro al canto, y un tahalí bordado de seda», que valía 1.700 reales, precio que hoy sería lo menos cuatro veces esa suma.

«Un capotillo de campaña de este mismo vestido (100 reales).

Un calzón y ropilla de terciopelo labrado con mangas de raso nuevo, sin estrenar, con un ferreruelo de bayeta, con sus medias de seda negra y ligas (900 reales).

Otro vestido de hombre, de bayeta (200 reales).

Un jubón de cordobán, de ámbar, traído (50 reales).

Un vestido de damasco acuchillado, con mangas de tafetán acuchillado y ferreruelo de bayeta y medias de seda y ligas negras (200 reales).

Otro vestido de tafetán acuchillado, calzón, ropilla y jubón (150 reales).

Un ferreruelo de tela de cebolla (40 reales).

Seis camisas de Holanda con puntas. Otras tres camisas traídas.

Una espada, que la hoja es de Pedro de Archega, de Como, que tiene más de ochenta años, con su guarnición, daga y talabarte (400 reales). (El valor de las hojas de las espadas aumentaba con los años, que probaban su dureza y fino temple).

Un troquel de palo de higuera, grande, verde en su cerco y chapa de hierro (100 reales).

Un coxín y un portamanteo de terciopelo verde en 20 ducados (220 reales)».


La partición entre los dos hijos (don Juan y doña Ana), únicos que le quedaban y lo eran de su «primera mujer» doña Úrsula Bravo, se hizo nominalmente en 7 de noviembre de 1626, adjudicándose al padre (que declaró no haber aportado caudal alguno ni haber recibido dote de su referida mujer primera), unos 3.000 reales y 1.555 a cada hijo. El padre ofreció entregar a sus hijos cuando hubiese lugar la parte de cada uno.

Todos estos requisitos exigió el tutor de la nueva mujer de Luis Vélez, por cuanto ésta aportaba una buena dote y no quería que se mezclase con lo que ya había90.

Otorgose la escritura de reconocimiento de ella y la donación de arras el 11 del propio mes. En este documento, en que Vélez se adorna con el título de «ugier de Cámara de Su Majestad», se nombra a la dama «doña María López de Palacios, natural de la villa de Santa Cruz de la Zarza, hija del doctor Gregorio López y doña Isabel de Palacios, difuntos», y «viuda de Bartolomé de Montesinos». Aporta al matrimonio, además de «vestidos y ropa de casa, varios bienes», que son: unas casas en dicha villa; unas tierras que tendrán cuarenta y tantas fanegas de sembradura, una viña, un olivar, otras tierras y la mitad, con su hermana doña Bernarda de Palacios, de un molino en Morata de Tajuña y su vega91.

Puede sospecharse que la muerte prematura del marido de doña María de Palacios fue violenta, pues, en 26 de julio de 1632, aparece Luis Vélez prestando fianza a favor de cierto don Francisco Pérez Carrión, «vecino de la Cabeza y preso en la cárcel real de esta corte, a petición del fiscal del Consejo de las Ordenes, por heridas a Bartolomé de Montesinos, vecino de Santa Cruz de la Zarza».

Como en octubre de 1626 estaba ya viuda doña María y se capituló con Luis Vélez, tan larga prisión no se explica sino por causa de muerte.

La composición y arreglo, quizá instado por Vélez, no se hizo aguardar: don Francisco de Carrión se casó con la joven hermana de doña María, llamada, como va dicho, doña Bernarda de Palacios92.

Terminados los requisitos y diligencias encaminados a establecer la posición jurídica de los contrayentes, hubo de celebrarse la boda en el tiempo fijado, pues, aunque por hoy no ha parecido la partida de casamiento, no cabe duda en que se hizo, por cuanto en 29 de noviembre Luis Vélez y «su mujer doña María López de Palacios» dan poder a Juan Martínez de Soria, vecino de la villa de Santa Cruz de la Zarza, para que tome cuentas a Pedro de Morón, curador que había sido de la doña María, cargo en que había cesado por corresponder ya al marido la administración de los bienes de ella93.

De este nuevo matrimonio procedieron varios hijos que iremos señalando, siendo primera una niña que nació el 24 de septiembre del siguiente año de 1627 y fue bautizada en la parroquial de San Sebastián, varios días más tarde94.

El bienestar que este enlace produjo a nuestro poeta explica la escasez de noticias suyas que hallamos en los dos años siguientes, ausentes las usuales peticiones a monarca, ministros o magnates.

Pero no tardó en aparecer de nuevo su musa esportularia y mendicante. En 1629 se preparaba el viaje del Rey a Zaragoza, y Vélez, que, como ujier, había de acompañarle, no tenía ropa, según dice; y son de oír sus lamentaciones entre serias y jocosas:


   Luis Vélez, al fin, Luis Vélez,
mucho más sonado que
el catarro y las narices,
el relox y el almirez,
dice que va a la jornada
y que no quisiera él
ser, yendo roto y desnudo,
de la jornada entremés.


Alega que tiene tres hijos y mujer95 que no son camaleones y tiene que dejarles con que se alimenten más que del aire. Y con evidente injusticia se queja de la tacañería de los señores, él que no había vivido más que de sus dádivas generosas:


   Todos son por un rasero,
Marqueses de Peñafiel96,
Condestables de Noescuches,
Mariscales de Novés.
Tan fanfarrones de bolsas,
tan escollos de arancel,
que aunque con plagas les pidan
no darán un alfiler.


Un poco antes había dicho que para proveerse, sin acudir al regio bolsillo,


ni tiene prenda en baúl
ni tiene estaca en pared97


Por lo demás, esta clase de peticiones con vistas al indumento eran comunes en los poetas de aquel tiempo. En una carta de Lope de Vega al Duque de Sessa, aunque con menos descaro, se impetra igual remedio.


   Mi sotana sin reparos
tiene, por ser de provecho,
cuatro bocas en el pecho,
mas todas para alabaros.
Y no es por importunaros
el hablar de mi sotana;
pues tengo por cosa llana,
según es de agradecida,
que si os alaba rompida
mejor os alaba sana.


«Parece cosa de Luis Vélez (añade Lope); más, señor, v. Ex.ª tuvo la culpa; que yo me había remitido a la onra portuguesa, que en Castilla llaman bayeta.»98


Lope conocía las usuales peticiones de Vélez al Rey, en que además le decía:


   Hablen por mí lo que dejan
de acabar de encarecer
con la boca del hibierno
las bocas de mi arambel;
pues es ya, lo que vestido
por caniculares fué,
jigote de tafetán,
si escapa de pulpo a red99.


En este mismo año le nació a nuestro poeta su segunda hija de doña María de Palacios, bautizada con el nombre de su madre, el 22 de septiembre100.

A mediados de 1631 cambió de habitación, según resulta de la escritura otorgada en Madrid a 21 de agosto, en la que, Luis Vélez de Guevara, ujier de Cámara de Su Majestad, arrienda por un año a don Baltasar de Zúñiga y su mujer doña Margarita Cordero de Nevares, la casa que éstos tenían en la calle de Francos, espaldas del convento de Capuchinos, en precio de mil reales101. Pero en el siguiente año se había trasladado a la calle de la Cabeza, y allí nació su tercera hija, bautizada el 5 de noviembre de 1632, con el nombre de Francisca102. Otra hija fue bautizada casi al año justo que la anterior. Llevó el nombre de Luisa y tuvo por padrinos al Marqués de Alcañices y a la hermanita Isabel Vélez de Guevara, que tenía siete años103.

Volvieron los apremios de dinero, porque en 10 de febrero de este año de 1633 escribió Luis Vélez a don Juan de Tapia, regidor de Madrid y comisario de las fiestas del Corpus, pidiéndole adelantados los 400 reales del auto sacramental que había de escribir para ellas, y excusando la petición con la mucha pobreza al extremo de no salir de casa por no tener vestido que ponerse104.

De nuevo el Rey acudió en su socorro, concediéndole, con fecha 21 de marzo de este año 1633, una pensión de 200 reales mensuales (que suponen hoy otras tantas pesetas, poco más o menos), sacada de los gastos de su cámara; pues aquel bondadoso Monarca no tenía casi adonde volver la vista cada vez que deseaba otorgar alguna merced, porque sus voraces ministros lo necesitaban todo105.

Es de suponer que Vélez siguiese administrando los bienes de su consorte, que, además de los ya dichos, tenía otros, como un censo a su favor de 13.000 reales, por el que le pagaba anualmente el rédito de 650 un Juan Muñiz de Agustina, pues en 10 de febrero de 1633, es decir, el día mismo en que escribe al regidor Juan de Tapia, Luis Vélez y su mujer le dan recibo de 700 reales que Muñiz les adelanta a cuenta de los consabidos réditos.

No obstante la prohibición de vender los bienes dotales, en 15 de julio de este mismo año, Vélez y su mujer y don Francisco Pérez Carrión y la suya doña Bernarda de Palacios, venden al marqués de Leganés, don Diego Felípez de Guzmán, dos tierras en el término de Morata, en precio de 5.000 reales. Estas tierras habrían quedado pro indiviso, aunque las dos hermanas hicieron su partija en Morata el 12 de noviembre de 1624. Transigieron igualmente en 5 de noviembre de 1636 las diferencias que tenían sobre la herencia de un hermano de su madre, llamado Juan de Palacios; y al año siguiente Vélez y su mujer otorgan poder a favor de dos licenciados para que tomen cuentas a los herederos de Juan López Mudarra del tiempo en que había sido curador de doña María López de Palacios y de su hermana doña Bernarda. El mismo día la primera autoriza a su marido para tomar dinero y recibir pagos adelantados de los arrendamientos que hiciere106. ¡Siempre mohatras y trampas para obtener dinero, a costa de pagarlo después con las setenas!

Dejando ya los asuntos domésticos de Luis Vélez y viniendo al campo literario diremos que, no obstante su carácter esquinado y su lengua maldiciente, mantuvo no malas relaciones con los demás autores de su tiempo, aun con los de su propio oficio.

Lope de Vega, que en 1630 imprimió su Laurel de Apolo para celebrar a los poetas coetáneos suyos, dedicó a Vélez el elogio que sigue:


   Ni en Écija dejara
el florido Luis Vélez de Guevara
de ser su nuevo Apolo,
que pudo darle solo
y sólo en sus escritos
con flores de conceptos infinitos
los que los tres que faltan:
así sus versos de oro
con blando estilo la materia esmaltan107.


En 1632 publicó el doctor Juan Pérez de Montalbán su libro misceláneo titulado Para todos y, al final, puso un índice de los que en su tiempo escribían comedias solamente en Castilla, como unos 77 ingenios; y entre ellos nombra a nuestro poeta, diciendo: «Luis Vélez de Guevara ha escrito más de 400 comedias y todas llenas de pensamientos sutiles, arrojamientos poéticos y versos excelentísimos y bizarros en que no admite comparación su valiente espíritu»108.

También él supo elogiar a otros autores como al alcalde don Juan de Quiñones, en su descripción del Monte Vesubio (1632)109; colaboró en el repertorio ascético de Arellano Avisos para la muerte110, y en 1635 al ocurrir, en 27 de agosto, el fallecimiento del gran Lope de Vega, no dejaron así Luis Vélez como su hijo don Juan que comenzaba su comercio con las musas de rendir homenaje al rey de los poetas dramáticos.

Escribió el padre un soneto enfático, pero que demuestra cómo el pueblo español sentía ya la grandeza del hombre que acababa de perder. Los tercetos de Luis Vélez, que son más inteligibles que lo demás de la poesía, dicen que fue Lope:



   Cometa de sí mismo corrió el suelo;
y, siendo entre los hombres sin segundo,
no cupo en él y aposentóle el Cielo.

Constrúyale obelisco el mar profundo,
si bien a sus cenizas le recelo
bóveda estrecha el ámbito del mundo111.


El hijo hilvanó cuatro décimas llenas de retruécanos y carentes de verdadero sentimiento poético112.

En este mismo año entró, al fin, en la propiedad de su cargo de ujier de cámara del Rey. Ya su residencia en palacio era continua, como él deseaba, con la esperanza de captarse el afecto del Monarca o su privado. Algo viejo era para agradar a un joven de treinta años que el Rey tenía, y en cuanto a Olivares, nunca había mostrado grande amor a los poetas. Con todo, fue entonces cuando logró las mayores satisfacciones su vanidad de versificante y literato. Así, entre los festejos con que la corte solemnizó la llegada a España de la Princesa de Carignan, esposa del príncipe Tomás de Saboya, fue uno la celebración en Palacio, el 20 de febrero de 1637, de un certamen poético burlesco a que concurrieron, como dice León Pinelo, los mejores ingenios de la capital. En él se nombró presidente a Luis Vélez de Guevara y fueron jueces el Príncipe de Esquilache, don Luis Méndez de Haro, el Conde de la Monclova, el Protonotario de Aragón, el licenciado Francisco de Rioja, don Francisco Calatayud y don Antonio Hurtado de Mendoza, en unión de Alfonso de Batres, secretario y fiscal don Francisco de Rojas Zorrilla113.

En esta Academia leyó Luis Vélez un discurso jocoso en el que, disculpándose de no haberlo escrito en verso, decía: «¿Qué pensarán vuesas mercedes que el señor presidente había de hacer en la Academia, como en el arroyo Cedrón, una oración donde sudase consonantes de sangre? Hartos he sudado en 400 comedias que he hecho, sin los niños y viejos, que son los romances, sonetos, décimas, canciones y otras varias poesías que han corrido de mí como de una fuente agua».

A esta oración acompañan unas pragmáticas burlescas contra los malos poetas que luego incluyó en su Diablo cojuelo, y unos memoriales y cédulas supuestas en que desplegó su genio satírico y maleante.

El domingo 22, amén de otros festejos, se representó por la noche en Palacio una comedia de Luis Vélez de Guevara por la compañía de Alonso de Olmedo, célebre actor de aquellos días114.

Por esta época solían celebrarse ante Felipe IV y su corte academias semejantes, de carácter burlesco y satírico en la semana de Carnaval, que se cerraban con vejámenes picantes en que los poetas se ponían unos a otros de oro y azul, claro es, siempre en burlas, pero que a veces, ya por dar en lo vivo o por lo picante del tono, dejaban huellas y resquemores. Uno de ellos fue el de 1638, en que don Francisco de Rojas Zorrilla leyó uno muy agudo y punzante, en especial contra el poeta cortesano Alonso de Batres. De Vélez dijo también estas palabras que no sabemos cómo sentarían al viejo poeta: «Luis Vélez no se daba lenguas a decir mal de todos, y todos no se daban palabras a decir mal de Luis Vélez».

Y además de los certámenes gustaba el Rey de que se representasen comedias llamadas «de repente», porque de un asunto histórico ya conocido que el Rey designaba, los mismos poetas, revestidos de los papeles de la comedia, improvisaban lo que cada uno debía decir, a imitación de las comedias italianas llamadas del arte. Los chistes, disparates, equivocaciones y apuros de cada actor eran la salsa de esta empanada dramática, en que la libertad de conceptos y de lenguaje solía pasar la raya de lo decoroso; pero que, so capa de burla carnavalesca, todos las toleraban y aplaudían.

En el ya citado año de 1638, el jueves 11 de febrero, «hubo (como dice un cronista del tiempo) después de la máscara, comedias que hicieron los poetas, habiéndoles dado poco antes el tema de lo que habían de tratar. Dicen que fué de las cosas más ingeniosas que se han visto; porque todos se esmeraron con emulación, procurando echar el resto, por salir con la gloria y aplausos de los circunstantes, que era la nata del reino lo que allí asistía».115

De nuevo hubo comedias de repente en Palacio el domingo siguiente, que fue el de Carnaval, y el martes, parodia de una boda palaciega, en que hicieron de novia un ayuda de cámara muy viejo y feo, y de novio, un bufón llamado Zapatilla. De dueñas salieron vestidos don Jaime de Cárdenas y don Francisco de Cisneros; de damas de honor de la novia, el Almirante, el Conde de Grajal, el de Villalba, el Marqués de Aytona y otros. Los gentiles hombres entraron montados en caballos de caña. Hizo oficio de Patriarca, que había de casar a los novios, el Conde de la Monclova. Los trajes de todos eran ridículos.

A una de estas comedias improvisadas se refiere el portugués Pedro José Suppico de Moraes, mozo o ayuda de cámara del rey don Juan V, en su Colección política de apotegmas memorables116, diciendo:

«En las comedias de repente que, ante el rey Felipe IV, se representaban por los numerosos ingenios que florecieron en su tiempo, se decían, a veces, coplas muy graciosas. A Luis Vélez había hurtado unas peras don Pedro Calderón, y representándose la comedia de La Creación del mundo, en que hacía Calderón el papel de Adán y Luis Vélez el de Padre Eterno, decía Adán:


ADÁN.-
Padre Eterno de la luz,
¿por qué en mi mal perseveras?
PADRE ETERNO.-
   Porque os comisteis las peras;
    y ¡juro a Dios y a esta cruz
    que os he de echar a galeras!

Hizo luego Adán una relación en que disculpaba el hurto y descubría otros también jocosos de Luis Vélez, a lo que éste respondió:



¡Por el Cielo superior
y por mi mano formado,
que me pesa haber criado
un Adán tan hablador!


Hubo en esta comedia una escena entre Adán y Eva en que los dos poetas [que los representaban] se enternecieron en sus requiebros; y don Agustín Moreto, que hacía el personaje de Abel y estaba impaciente por salir a escena, aprovechando la ocasión, acabó esta redondilla:


ADÁN.-
Eva, mi dulce placer;
carne de la carne mía.
EVA.-
Mi bien, mi dulce alegría...
ABEL.-

 (al paño.

Estos me quieren hacer».

De los trabajos literarios de Vélez de Guevara de esta época anteriores a la publicación del Diablo cojuelo, sólo tenemos noticia de algunas poesías que escribió en elogio de varios libros como el Catálogo real y genealógico de España, de Rodrigo Méndez Silva, libro curioso por el estilo de las Reinas Católicas del padre Enrique Flórez117. Loó también con un soneto el tomo comprensivo de los elogios poéticos y descriptivos del Buen Retiro, recogidos por el vate portugués Manuel de Gallegos118, contribuyó a la formación del tomo titulado Lágrimas panegíricas a la temprana muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán119, y siguió escribiendo para la escena, siempre con apuros económicos. Así aparece de una entrega que, en enero de 1636, le hace el arrendador de los corrales o teatros de Madrid, por valor de 500 reales «como préstamo a cuenta de una comedia» que hará para el arrendamiento120 y en los autos del Corpus de 1641 se representó uno suyo, hoy no conocido, titulado Icaro.

En este último año dio al público su celebrada novelita El Diablo cojuelo, que había compuesto hacia 1637, utilizando el vejamen de Rojas Zorrilla y, más en particular, el soneto, oración y pragmática leídos por el mismo Vélez en la academia palaciega, celebrada en las Carnestolendas de dicho año, con otros muchos elementos nuevos o de origen hoy no conocido. Es obra principalmente satírica de las costumbres del tiempo, de novela en el sentido moderno tiene poco, pues carece de acción verdadera y seguida y los personajes no cambian su posición psicológica ni se enlazan íntimamente con los sucesos que se describen. Es como una revista que se pasa velozmente al través de las ridiculeces humanas por el estilo de los Sueños y La hora de todos, de Quevedo, a quien visiblemente imita Luis Vélez, pero con menos ingenio y fortuna.

Esta obrilla, aunque muy conocida de la posteridad121, fue mucho más célebre en el extranjero y aun entre nosotros después que el francés Lesage se la apropió, tradujo y desarrolló con nuevos episodios, dándole más aspecto de verdadera novela, pero desnaturalizando por completo su valor histórico y su carácter español122.

La edad o el cansancio inclinaron a Vélez, en 1642, a que hiciese dejación del cargo palatino en cuanto a servirlo personalmente, como resulta de esta exposición al Rey:

«Señor.-Luis Vélez de Guevara, ujier de cámara de Vuestra Majestad, dice ha cerca de diez y ocho años que sirve a Vuestra Majestad en dicho oficio, y se halla con algunos achaques para no asistille. Suplica a Vuestra Majestad se sirva hacerle merced del pase dél como lo tiene para su hijo don Juan Vélez de Guevara, que es mozo de buena edad y con salud: que esto se ha hecho con otros, de que hay muchas consecuencias, en que recibirá merced. A 23 de abril de 1642».


Obtuvo lo que deseaba, como aparece de la siguiente nota:

«† Don Juan Vélez de Guevara juró por ugier de cámara en 10 de junio de 1642, en manos del Conde de Barajas, y en presencia de don Vicente Ferrer, habiendo pagado la media annata, en lugar de Luis Vélez, su padre, y en conformidad de la merced que Su Majestad le hizo en consulta del Bureo, de 26 de abril de dicho año, como parece por el dicho libro».123


Por cierto que no sabemos por cuál motivo, al año siguiente quiso también renunciarlo, según expresa una declaración ante escribano, hecha en Madrid, a 27 de agosto de 1643, en la que don Juan Vélez de Guevara, ujier de cámara de Su Majestad, manifiesta que desea traspasar el cargo «para remediar con él a dos hermanas que tiene», y, en consecuencia, lo renuncia con la condición de que el Rey apruebe el traspaso, pues si no lo retiene y servirá por sí «hasta tanto que ponga persona que le sirva en su lugar... con aprobación de los señores del Bureo»124.

No consta quién se había de aprovechar de la cesión que no tuvo efecto, pues don Juan Vélez lo sirvió hasta su muerte, en 1675, como acabamos de ver.

Ocurrió por esta época el fallecimiento (14 de febrero de 1642) de la hija mayor de Luis Vélez, de nombre Ana, joven de veintisiete años, que su padre había colocado de criada de la Condesa de Oropesa, con el salario anual de 6.000 maravedíes (unos 186 reales) según aparece del recibo que el padre de la difunta da al mayordomo del Conde por 911 reales que se le habían quedado a deber125.

Habían ya muerto también otras tres hijas de las cuatro que hubo en doña María de Palacios; pero vivía una de ellas llamada también María, nacida, como hemos visto, en 1629, y que a la sazón entraba en los catorce años. Y a mediados de 1644 le nació aún otro hijo, a quien puso el nombre de Juan (que ya llevaba el mayor) y del cual fue padrino el Duque de Veragua126. Este hecho y el de que aun en este año compuso versos127 nos prueban que su salud mantúvose robusta hasta su fin, que apresuró una enfermedad aguda.

Pudo, con todo, hacer testamento. Lo otorgó en 5 de noviembre de 1644, ante Lucas del Pozo, viviendo en la calle de las Urosas, estando enfermo del cuerpo pero con juicio sano, según dice.

Empieza confesando que está «muy alcanzado y necesitado de hacienda», y así declara sólo deudas, no grandes, a mercaderes de paños y sedas de la Plaza Mayor y Puerta de Guadalajara y a varios religiosos que le habían prestado cortas cantidades.

Declara por hijos, además de don Juan, el mayor, a doña María y otro don Juan Vélez de Guevara, niño de cuatro meses, y que estos dos eran hijos de doña María de Palacios, a quien nombra tutora de ellos.

Lo más curioso de este testamento es manifestar que el Duque de Híjar la había hecho merced de dos prebendas que montaban 840 ducados, en cabeza de la hija de Vélez doña María, para ayuda de meterla en religión. No dice la fecha, sino que la escritura que se hizo la tiene el mayordomo del Duque. Desea se cobre la cantidad y lleve a cabo el objeto de la dádiva.

Entre los testigos figuran don Francisco Pérez de Carrión, «el mayor en días», y otro del mismo nombre, «el menor», que quizá sería el marido de doña Bernarda Palacios, su cuñada128.

Cinco días después falleció el poeta, como expresa la siguiente partida:

«Luis Beles de guebara casado con doña María de Palacios, calle de las Urosas: enterróse en Doña María de Aragón, en 10 de noviembre de 1644 años. Recibió los Santos Sacramentos. Testó ante Lucas del Pozo, vive en la Plazuela de Antón Martín, en cinco deste mes. Deja las misas de San Vicente, San Gregorio y San Amador, y por albaceas al Duque de Veraguas y a fray Juan de los Angeles, sacristán de San Jerónimo. Pagó de fábrica 16 reales.»


(Archivo parroquial de San Sebastián, Libro 9 de Difuntos, fol. 193.-Navarrete, Bosq. de la novela en Rivad.; t. 33, p. XCI, citó el primero en extracto la partida.)                


Su hijo don Juan Vélez, en la carta biográfica ya citada, dice:

«Fué casado tres veces con grande acierto; fué sumamente caritativo y limosnero; murió dejando muchas esperanzas de su salvación, de unas calenturas maliciosas y un aprieto de orina, a 10 de noviembre, año de 1644. Honraron su entierro, como testamentarios, los excelentísimos señores Condes de Lemos y Duque de Veragua y, a su imitación todos los demás señores de la corte. Está depositado en la bóveda de la fundadora de doña María de Aragón».


Registró su muerte el gacetista de aquella época don José de Pellicer, en sus famosos Avisos históricos, en esta forma:

«Avisos de Madrid del 15 de noviembre de 1644. El jueves pasado (fué día 10), murió Luis Vélez de Guevara, natural de Écija, ujier de cámara de Su Majestad, bien conocido por más de 400 comedias que ha escrito y su grande ingenio, agudos y repetidos dichos, y ser uno de los mejores cortesanos de España. Murió de setenta y cuatro años (eran sesenta y cuatro). Dejó por testamentarios a los señores Conde de Lemos y Duque de Veragua, en cuyo servicio está don Juan su hijo. Depositaron el cuerpo en el monasterio de doña María de Aragón, en la capilla de los señores Duques de Veragua, haciéndole por sus méritos esta honra. Ayer se le hicieron las honras en la mesma iglesia, con la propia grandeza que si fuera título asistiendo cuantos grandes, señores y caballeros hay en la Corte. Y se han hecho a su muerte e ingenio muchos epitafios, que entiendo se imprimirán en libro particular, como el de Lope y Montalbán».


No se llegó ni a componer, ni de sus obras se hizo colección alguna, y poco a poco fue perdiéndose su memoria, salvo en lo que respecta a sus dichos agudos, como recuerda Pellicer, que se conservaron muchos años oralmente y, al fin, se consignaron algunos por escrito. Ya hemos recogido el estampado por el lusitano Suppico de Moraes. Este mismo curioso, en la parte segunda (p. 70) de su libro, refiere estos otros:

«Don José de Pellicer comentaba muchos autores129. Yendo en un coche con Luis Vélez de Guevara, el cochero se acercó mucho a un despeñadero; y siendo frase de los castellanos en tal caso decir: "Haced margen", dijo así, con algo de miedo, Luis Vélez. Pellicer, por afectar que no lo tenía, preguntó con frialdad: "¿Para qué ha de hacer margen?" Y Luis Vélez, con grande aflicción, dijo continuando el mismo grito: "Haced margen para que comente el señor don José de Pellicer".

El mismo Luis Vélez, viendo un día de calor muchos caballeros cubiertos de bayeta que venían en un entierro, les dijo de repente esta copla:


   Con calores excesivos
van de bayeta cubiertos:
¡gran traza hallaron los muertos
de vengarse de los vivos!

Despidiéndose de Luis Vélez un su amigo que iba para la Mancha, le preguntó: "¿Qué quiere usted para la Mancha?". Y él le respondió: "Greda".

También es picante y aguda esta décima, que con su encabezado, dice:

"Por hallarse en necesidad Luis Vélez, el Poeta, envió a pedir a un portugués, judío muy rico, cincuenta escudos y él le envió treinta reales, á lo cual escribió esta décima:


   Por un papel en que os pido,
dineros, necesitado,
con treinta volvió el criado...
¡Notable número ha sido!
Pero, dime, ¡fementido
tesorero de Israel!:
mi mal escrito papel
¿qué talle o fisonomía
de Jesucristo tenía,
que diste treinta por él?

Esto de pedir dineros, era, como se ha visto, crónica dolencia en nuestro poeta. Hasta en obras ajenas y extrañas a él hay restos y reliquias de su pedigüeña musa. En las Poesías de don Antonio de Mendoza se leen estas décimas al secretario del Monarca:



   Rey, muy discreto señor,
don Antonio de Mendoza,
cuyo ilustre ingenio goza
dignamente el real favor:
Lauro vuestro servidor,
sin dinero ha amanecido,
de una familia oprimido,
cuyo peso extraordinario
derrengara a un dromedario
que es para bestia un marido.

   Esta falta socorred
con algo de lo que os dan,
seréis desde Tetuán
mi fraile de la Merced.
El criado conoced
que ha sido vuestro criado,
y con él está sitiado:
cualquiera socorro enviad,
y dad a la ruindad
culpa, Celio, deste enfado.

Mendoza le respondió con esta décima:


   Lauro, ya más importuno,
pues siempre obligáis pidiendo,
ciento van, y recibiendo
vos no dais ciento por uno;
tan gran lisonja a ninguno
sino al amigo ofreced
y el servicio os prometed
solo, de sola hidalguía,
que a cualquiera señoría
hace susto la merced».130


Tales son las noticias biográficas que hemos podido recoger de Luis Vélez de Guevara, prescindiendo de unas pocas de escaso valor o que no tienen con él relación inmediata. En el artículo siguiente hablaremos de sus dramas.