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Página 160, libro 2, tomo 1. (N. del A.)



 

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Sin duda, porque en las inmediaciones de estos pueblos había espesos bosques que hoy han desaparecido, gracias a nuestra incuria, por la que nos vamos quedando sin leña y por lo que dentro de poco valdrá el carbón más que la carne; sobre esto he hecho iniciativa al Congreso, pero está en la comisión y duerme, y dormirá más que Endimión, que durmió 6 meses. (N. del A.)



 

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El doce de abril de 1836, uno de los días más calurosos que se han visto en México. (N. del A.)



 

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De aquí viene el llamarle la Colección Mendocina que remitió a España: ésta, los escritos de aquella época y, sobre todo, las relaciones de Ixtlilxóchitl son el fundamento de la Historia antigua. (N. del A.)



 

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Capítulo 27, libro 3, cuyo nombre es: «De la insigne ciudad de Texcoco, casas y palacios del Rey». (N. del A.)



 

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Capítulo 28, libro 3, página 306. (N. del A.)



 

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Por lisonjear a los españoles este mal hombre se hizo fanático, de modo que cuando vinieron los primeros franciscanos con fray Martín de Valencia, y comenzaron a bautizar a la Familia Real de Texcoco, como no quisiese hacerlo su madre, porque estaba endurecida en la idolatría y desoyese sus exhortaciones, se enojó mucho con ella, y la amenazó con que la quemaría viva. Al fin cedió la señora y se hizo cristiana. Al referirse este pasaje en la Memoria de Ixtlilxóchitl que publiqué en 1829, página 74, se la mienta con el nombre de Tlacoxhuatzin. No sé cómo se ocultó al padre Torquemada y Clavijero, tan versados en la Historia. Yo creo que así se llamaba, porque Ixtlilxóchitl era descendiente de esta señora y sabía su genealogía, y de no ser así es menester concluir diciendo -en mi opinión- que o Xocotzincatzin no fue la primera mujer de Netzahualpilli, o que se llamó Tlacoxhuatzin, puesto que ambos nombres se han marcado en la historia, o que éstos se han equivocado. A la verdad no puedo creer que haya incurrido en tal error un deudo de la misma familia, cuando refiere un hecho vergonzoso y escandaloso ocurrido en la misma casa, que por tales circunstancias no pudo dejar de llamar su atención. (N. del A.)



 

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Torquemada, capítulo 63, libro 2, página 186. (N. del A.)



 

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Dejando a salvo el crédito que me merecen los respetables escritores de este suceso, Torquemada, Clavijero, Vetancurt y otros, yo no puedo creer que tan crecido número de prisioneros se hubiesen sacrificado en cuatro días en los términos que se dice. Supónese que había dos hileras, una desde San Antonio Abad hasta la calle del Reloj, en que según Vetancurt, acababa el templo mayor, inclusa la área de la Catedral; y la otra ringlera por la del poniente, según Torquemada, que comenzaba media legua del lugar del sacrificio; pues bien, en dos hileras de hombres de este espacio, que eso supone la palabra rengle quasi series, o línea, no caben setenta y dos mil trescientos cuarenta y cuatro hombres. El templo mayor tenía 78 capillas en su recinto, según dice el padre Sahagún que las describe desde el folio 197 a 211, tomo 1. Supóngase que en todas ellas se hizo sacrificio, ni aun así es creíble: en un sacrificio ordinario se empleaban seis ministros, cuatro aseguraban al prisionero por los pies y brazos, y otro le afirmaba la cabeza, otro le abría el pecho y arrancaba el corazón; no es creíble que hubiese habido tanto número de ministros para tantas operaciones. ¿Y qué se hizo de tantas víctimas? ¿Dónde se enterraron o quemaron? ¿En qué lugar se depositaron, que no consta? Setenta y dos mil y más víctimas ocupan mucho lugar, y aun cuando se hubiesen comido muchas de ellas, sólo se comían los pulpejos y mollares, y nada más, de algunos los pies y partes gelatinosas. Esta relación tiene todos los caracteres de inverosímil en los términos que se cuenta por estos escritores. Yo sí creo que se sacrificarían muchas víctimas, y si fueron en tanto número, no fueron inmoladas en cuatro días. Vaya otra prueba a mi juicio, concluyente. Cuando Moctheuzoma segundo dedicó el templo de Coatepetl y sacrificó los prisioneros que trajo de la expedición de Tuctepec en número de 800, sólo se inmolaron 220 aquel solo día, y con el último se acabó aquella escena de horror a las once de la noche, quedando tan teñido de sangre el templo, dice [Tezozómoc Alvarado] que parecía un dosel carmesí. Véase la historia de Moctheuzoma que publiqué en el Centzontli, y después por suplemento en el tomo 2 del padre Sahagún. Conque si para 220 hombres se emplea todo un día, ¿cuántos se necesitarían para setenta y dos mil y más?... Es necesaria la crítica en la Historia para no creer embustes. Ahuitzotl fue terrible y desde entonces quedó por proloquio hasta hoy cuando uno persigue a otro el decir: «Fulano es mi Ahuizote». (N. del A.)



 

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Los primeros comerciantes que se conocieron fueron dos: el primero se llamó Itzcoatzin y el segundo Tziuhtecatzin. Sus primeras mercaderías fueron plumas de papagayos, unas verdes que llaman cuetzal, otras azules cuitlatezotli, otras coloradas como grana, chamulli; después siguió por las piedras turquesas xivitl y las verdes chalchivitl; siguieron las mantas de algodón. Hízose después una reunión de comerciantes o compañía, que fomentaba las empresas de comercio al modo de la de la India en Inglaterra, y de consiguiente era el alma de las conquistas, pues en realidad sus agentes en las provincias de Anaoac y Ayotlán eran soldados con apariencias de comerciantes disimulados. Cuando el rey de México los enviaba a estos puntos y les daba sus órdenes, los fomentaba con dinero, es decir, con toldillos que se distribuían entre sí, que ellos llamaban quauhtli, con que compraban las mercaderías. Esta moneda consistía en unos pedazos de cobre cortados en figura de T, como dice el padre Clavijero tomo 2, página 349, y se distribuían entre mercaderes de Tlatelolco y mexicanos, ochocientos toldillos a cada parte. Sólo con el Rey se entendían. Estos hombres llegaron a poseer mucha riqueza que se manifestaba en sus casas, muebles, banquetes y sacrificios, y gozaban de aquella alta consideración que siempre, y en todas partes del mundo, ha dado la que proporciona el comercio, alma de la sociedad. (N. del A.)



 
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