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Conversación decimaoctava

Doña Margarita. Ya estarán ustedes cansados de oírme hablar de guerras y matanzas, ejecutadas en el reinado de Ahuitzotl, es preciso cambiarles un tanto la decoración de este teatro.

Myladi. A la verdad, señorita, que no es cosa muy grata a la oreja oír bramar a los infelices en centenares y millares en el tajón de Huitzilopuchtli, ni ver aquellos fieros verdugos armados de cuchillos de pedernal, a guisa de lobos sangrientos, y salpicados todos de sangre, ofreciendo corazones palpitantes a los ídolos... ¡Jesús! ¡Qué monstruos tan abominables, me espanta su recuerdo!

Doña Margarita. La ciudad de México había llegado a tal punto de población que ya no bastaba el agua traída de Chapultepec para el consumo de sus habitantes, por lo que Ahuitzotl trató de introducirle el agua de Coyoacán llamada Acuecuéxcatl; el pensamiento era grandioso, pero le salió muy caro, porque le costó la vida como verán ustedes. El padre Torquemada asegura que los mexicanos se hicieron antojadizos y no contentos con el agua de México, la bebían de otras partes; hoy pasa lo mismo, y no pocos la toman del mismo punto, o de San Agustín de las Cuevas, algunos por capricho, y otros porque así lo demanda su salud. Ahuitzotl mandó llamar al cacique de Churubusco llamado Tezutzumatzin para proponerle el proyecto, el cual le hizo presente que aquella agua solía faltar a la vez, pues unas ocasiones abundaba, y otras escaseaba, y cuando abundaba era en tanta copia que podría anegar a México; enojose por esta resistencia, lo despidió enojado y le mandó quitar la vida.

Myladi. Por poca causa ejecutó tal maldad, yo habría oído sus reflexiones con aprecio; habría algunas otras razones porque supuesto que como usted nos ha dicho, Ahuitzotl era hombre amable, no viene bien esta conducta con esta buena disposición del ánimo.

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Doña Margarita. Yo no he podido averiguar esa causa, lo que he leído en el bendito y candoroso padre Torquemada es que el tal cacique era un solemne hechicero, que sabiendo que lo venían a prender de orden del Rey, aunque dejó entrar a sus comisionados en su habitación, se les presentó en forma de una grandísima águila muy terrible, de figura espantable, por lo que se volvieron asaz temerosos; que después fueron otros con igual orden y tampoco hicieron palabra, pues lo vieron en figura de tigre, y lo dejaron y huyeron; finalmente, que fueron por tercera vez y lo vieron en figura de sierpe espantosa; que airado el Monarca de estos embustes, amenazó a los del pueblo con que lo asolaría y pasaría a todos a cuchillo si no se lo presentaban, y forzados por tan dura orden lo prendieron y Ahuitzotl le mandó dar garrote, porque era noble. Tal es la conseja del padre Torquemada; mas en último resultado se abrió la atajea y trajeron el agua con grandes ceremonias y supersticiones, yendo unos sacerdotes incensando a la orilla del caño; otros sacrificando codornices y untando con su sangre las paredes de la atajea; otros tañendo caracoles y haciendo música al agua para que viniese con gusto, llevando uno de los ministros de la diosa Chalchiuhtlatonac -diosa de este elemento-, vestidas sus ropas, fingiendo ser ella su conductora; todos venían saludándola y dándola la bienvenida. Efectivamente llegó de esta manera a México; pero dentro de breve se arrepintieron de su llegada, porque luego comenzó a crecer y a henchir la laguna, y estuvo a punto de anegarse la ciudad, como lo había pronosticado el pobre Tezutzumatzin, que pagó con la vida su predicción. Viendo los mexicanos sus daños, levantaron sus casas, pero no bastó el remedio, porque el agua iba creciendo a gran prisa y con mucha pujanza, y llegó a término de inundarse México y fue necesario servirse de canoas. Pronto pagó el Rey su injusticia, porque hallándose un día en un aposento bajo de palacio, entró repentinamente por la puerta un golpe de agua que lo asombró y pensando que lo anegaba, quiso salir con prisa, y se dio tan fuerte calabazada contra la puerta que quedó muy malo del cerebro de que vino a morir tres años después. En tal conflicto ocurrió a Netzahualpilli, que era muy ingenioso, para ver cómo remediaba el mal. Vino en persona con muchos oficiales, y valiéndose de grandes industrias cerraron los ojos y manantiales de agua, y cesó la avenida que anegaba a México. Sobre el modo con que esto se hizo he oído contar algunas patrañas, y no ha faltado quien diga que se arrojaron en el ojo muchas barras de plata y alhajas   -209-   preciosas, ni tampoco ha faltado quien en estos últimos tiempos haya pretendido descubrir este tesoro sacando licencia del Gobierno para hacerlo, por la parte que éste tiene, según las leyes, en el descubrimiento de los tesoros ocultos.

Agotadas las aguas -o enjutas-, el Rey trató de fortificar los edificios públicos, porque serían de adobes al tiempo de la inundación y se desmoronarían, y entonces se descubrió la cantera de piedra liviana que llaman tezontli, la cual es un lava volcánica despedida por los antiguos volcanes apagados que sin duda hubo en las inmediaciones de México, y de que dan testimonio los cerros de Ixtapalapan. Acudió mucha gente a sacarla y la primera que se empleó fue en el terraplén del templo mayor, levantándolo de la misma y haciendo una obra grandiosa. Este descubrimiento fijó una época memorable en los fastos mexicanos y se celebraba su aniversario como un gran bien.

Myladi. Efectivamente lo fue.

Doña Margarita. ¡Ojalá y se descubriera otra cantera de tezontli ligero, el cual ya se ha acabado! Sólo ha quedado el pasado que hoy quieren suplir con tepetate de los Remedios, que es pan para hoy y hambre para mañana, y no tiene duración.

Myladi. Entiendo que México necesita hoy una reparación de sus acueductos, pues según he notado, en la ribera de San Cosme hay como cien arcos enteramente cuarteados, por donde se filtra mucha agua.

Doña Margarita. No es eso lo más, sino la mucha que se roban de las haciendas inmediatas para segar sementeras; en esto hay mucho abandono: México tiene agua para abastecer dos ciudades; pero no basta la que hay para una sola, el plan de cañerías es pésimo y el agua apenas llega la muy precisa a los barrios, por lo que están despoblados y miserables.

Myladi. Y a propósito de cañerías, y dispensándoseme la curiosidad, ¿sabe usted qué virrey dispuso la de Santa Fe que concluye en el puente de la Mariscala con la caja de agua distribuidora?

Doña Margarita. Entiendo que fue el Marqués de Montes Claros, por lo que el padre Torquemada dice100. Fácilmente podría satisfacer a esta pregunta si en el año pasado no hubiesen borrado la inscripción que había en una lápida del baluarte o caja de agua. ¿Quién creerá que en estos días haya gobernantes tan bárbaros en México que borren estas inscripciones, tan sólo -y no hay otra causa- que porque se hicieron   -210-   durante el Gobierno español? Según este principio debían arrasar a México, porque se construyó durante dicho Gobierno. En la Europa todos los edificios públicos tienen una inscripción que recuerda su origen, porque las inscripciones, así como las monedas, son ramos de la Historia y suplementos de ella. Cuando paso por la iglesia de San Gregorio y veo allí una lápida donde estuvo el blasón del doctor Larragoyti, que habilitó aquella iglesia para sepulcros siendo cura de Catedral en 1795, me dan ganas de poner: «Aquí tuvo sus sesiones el primer Congreso mexicano instalado en 24 de febrero de 1822 por el general don Agustín de Iturbide». En hora buena bórrense las malas inscripciones de que abundamos, y que comienzan con un tiempo de siendo por ejemplo: Siendo virrey el Sr. D. N. se hizo este puente, etc., o Reinando la Católica Majestad de tal rey; pero déjese alguna memoria escrita en el estilo sencillo lapidario.

Myladi. Tiene usted razón, y el gobierno del distrito debe reponer aquella inscripción para que se recuerde la memoria de aquel edificio, y que la generación presente se avergüence de no igualar a la pasada, que cuidó de proporcionarnos un alimento tan necesario para la vida.

Doña Margarita. Nos hemos distraído, aunque creo que no será sin fruto, y así sigámosle los pasos a Ahuitzotl hasta meterlo en el sepulcro. Pasada esta inundación fueron los tres reyes de la triple alianza sobre la provincia de Tlacuilollan: se dio motivo para esta guerra porque saltearon a los mayordomos y recaudadores de los tributos de los reyes de México y Texcoco. Hubo mucha dificultad para subyugar esta gente; mas al fin fue vencida y subyugada, lo mismo que a los de la provincia de Huexotla en la Huasteca. También se hizo otra expedición contra los de Xaltepec y, con tantos y tan continuados triunfos, Ahuitzotl quedó muy poderoso; pero le sobrevino la muerte a consecuencia de la contusión recibida en la cabeza a los dos años de haberla recibido; esta desgracia para los mexicanos ocurrió a los diez y ocho años de su reinado. Sucediole Moctheuzoma segundo Xocoyotzin, con cuyo nombre es conocido en la Historia, y de cuya elección ya he dado a ustedes bastante idea al presentarles la felicitación que le hizo Netzahualpilli101. Hay varias opiniones sobre el modo con que se hizo esta elección y lugar donde residía Moctheuzoma cuando fue electo. El padre Vetancurt cree que se hallaba en Toluca, y que sabida la muerte de Ahuitzotl, vino a su entierro.   -211-   Alguno dice que no se halló en la elección, lo que no es creíble, porque era uno de los electores. El padre Torquemada asienta que sabida su elección vino Netzahualpilli de Texcoco, lo que tampoco es verosímil por la razón anterior, puesto que era el primer elector el rey de Texcoco; yo opino como otra vez he indicado, esto es, que no sólo se halló en la elección Netzahualpilli, sino que la activó y regentó por temor de que se suscitase la anarquía con la concurrencia de pretendientes al trono, y así he opinado con Alvarado Tezozómoc, que escribió la historia de Moctheuzoma, y como indio que era sabría mejor que los escritores españoles lo que pasaba en México. También se suscitan dudas sobre el lugar donde recibió el aviso del cuerpo electoral de su elección, pues alguno asegura que a la sazón estaba barriendo humildemente el templo con una escoba; todo esto importa poco y nada interesa a la historia, lo que sí conviene saber es que era hijo de Axayacatl y de Xochicueitl, princesa de Texcoco, y que fue electo emperador en 15 de setiembre de 1502: que tenía 34 años de edad y que a la gran felicitación de Netzahualpilli que inútilmente procuró responder, porque se le añudó la garganta y derramó un torrente de lágrimas, solamente dijo, según el padre Torquemada102: «Harto ciego estaría yo, buen rey y hermano mío, si no viera y entendiera que las cosas que me has dicho son de puro favor que me has querido hacer; pues habiendo tantos hombres nobles y generosos en este reino, echaron mano del menos suficiente que soy yo; y es cierto que siento tan pocas prendas en mí para negocio tan arduo que no sé que hacerme, sino acudir al Señor de lo creado que me favorezca y pedir a todos que le supliquen por mí». Dichas estas palabras, se tornó a enternecer y llorar, y con esto siguieron otros dándole el parabién, que supongo sería tan largo y enfadoso que por no aguantar muchos de la calaña del que hemos referido, se podía renunciar el imperio, y aun sahumado.

Myladi. ¿Tan mal avenida está usted con semejantes arengones?

Doña Margarita. No tanto con ellos como con lo que se seguía, que era un remedo de las penitencias de los caballeros tecuhtlis de marras, y si no véalo usted demostrado con lo que la historia de este príncipe nos cuenta. Cuando le fueron a dar noticia de su elección al calmecac o templo, le sahumaron con copal, le sentaron en el trono poniéndole en la   -212-   cabeza el xiuhhuitzolli o corona que semejaba a una media mitra que se ponían desde la frente, y detrás del colodrillo se ataba con una trenza sutil que remataba en delgada. Cortáronle el pelo del modo particular que lo tenían los reyes... le ahujeraron las narices poniéndole en ellas un canuto delgado de oro, que llaman acapitzactli. Ciñéronle un tecomatillo con tabaco picietl o montés que sirve de refuerzo a los caminantes; pusiéronle orejeras y bezoleras de oro; cubriéronle con una manta azul que semejaba a una toca delgada con mucha pedrería menuda y rica, pañetes costosísimos y un calzado delgado azul. Acabadas estas ceremonias entraron las felicitaciones de los reyes de Texcoco, Tacuba y los electores, exponiéndole menudamente sus obligaciones. Entre muchas cosas le dijeron que el empleo y dignidad a que se le había elevado, exigía por su parte la mayor vigilancia y esmero, con más un desvelo continuo, tanto para la seguridad interior como para la exterior; cuidado en los templos y ministros en los sacrificios, campos y sementeras; cuidado en los bosques, árboles y fuentes; mucha prudencia para emprender las grandes obras públicas, pues por no haberla tenido su tío en la introducción del agua del Acuecuéxcatl se había visto México a punto de perecer. Finalmente, le reencargaron visitase los cuatro barrios de México, plantel fecundo donde se formaban los valientes militares, donde se creaban las águilas, tigres y leones osados, y la buena república.

Concluido el acto de la felicitación pidió Moctheuzoma dos punzantes agudos, es decir, dos huesos, uno de tigre y otro de león, con los que se sacó sangre de las orejas, molledos y espinillas; luego tomó unas codornices, a las que cortó las cabezas y con su sangre salpicó la lumbre que allí había; en seguida subió al templo de Huitzilopuchtli; besó la tierra tocándola con la punta del dedo puesto a los pies de aquel horrible simulacro; tornó otra vez a punzarse en las mismas partes que en la sala de la elección y a salpicar nuevamente el templo con la sangre de las codornices; tomó el incensario, sahumó el ídolo y después las cuatro caras del templo. Hecha reverencia a los circunstantes, pasó a palacio, y concluida la comida volvió a subir al templo, y no subió las cuatro gradas que había de distancia hasta donde estaba el ídolo; sino que se quedó donde estaba la piedra redonda ahujerada por donde corría la sangre de los sacrificios humanos, y por cuyo grande ahujero se echaban los corazones de las víctimas; finalmente, tornó a hacer de nuevo sacrificio a los dioses de codornices que degolló, y volviendo a palacio despidió   -213-   la comitiva. Tal fue el ceremonial con que Moctheuzoma se emposesionó del trono de México.

Myladi. Ceremonial harto engorroso, y tanto, que presumo que las lágrimas que este príncipe derramó, oída la felicitación del de Texcoco, menos se debieron a la elocuencia que al dolor que su majestad sentiría con las ternillas de las narices recién horadadas. Confírmome en el concepto de que yo renunciaría al imperio de México por no sujetarme a un ceremonial tan crudo y engorroso.

Doña Margarita. Por eso y mucho más pasan los hombres cuando se trata de mandar a sus semejantes; la ambición no tiene límites y los filósofos son como las moscas blancas, aunque hoy todos la echan de tales, pudiendo decirse lo que antes había asegurado un escritor español: que la palabra filosofía ya estaba gastada y casi sin uso. Faltaba la segunda parte que era la más lastimosa de esta escena, y era la montería que debía hacerse de hombres infelices para inmolarlos en el templo de Huitzilopuchtli, con que se confirmaba -digámoslo así- en la posesión de aquel trono de sangre humana. Por desgracia en aquella sazón los de Atlixco estaban declarados enemigos de los mexicanos, cuyo pesado yugo no podían soportar. Salió pues a campaña y llevó consigo la flor de la caballería del reino, es decir, los caballeros, porque entonces aún no se conocían los caballos en este continente; entre los de más cuenta fueron Cuitlahuatzin, Matlatzincatzin, Pynahuitzin y Cecepaticatzin sus hermanos, hijos del rey Axayacatl. También fueron en esta jornada dos sobrinos suyos hijos de Tizoc su hermano, llamados Imactlacuiyatzin y Tepehuatzin. En esta guerra -dice el padre Torquemada- se mostró muy valeroso el nuevo Emperador, haciendo hazañas dignas de su persona, lo mismo que sus deudos, pues hicieron por sus manos varios cautivos; pero les costó caro el triunfo, pues quedaran muertos Huitzilihuitzin y Xalmich, Quatazihuatl, que eran grandes guerreros y capitanes, y con ellos murieron otros algunos.

Volvió Moctheuzoma con victoria y muy gran presa, con que se hicieron mucho después las fiestas de su coronación. Alvarado Tezozómoc en la historia de este monarca supone que para solemnizar su coronación, buscó pretextos para declarar la guerra a pueblos pacíficos y nombró embajadores a los de Huizpac, Tepeccas y a Nopalan, exigiéndoles tributos y reconocimiento, y como no se presentasen aun después de requeridos segunda vez, les declaró la guerra y convocó a los principales caciques y electores del imperio, inclusos los mejores generales   -214-   de aquel tiempo Cuauhnoctli y Tylancalqui, a quienes regaló cuando se le presentaron. Hechos los aprestos de campaña y ejercicios de la milicia para adiestrarse en las evoluciones, publicó bando para que ningún joven quedase en México, so pena de ser afrentado y desterrado por cobarde. Comenzó a marchar el ejército con el fardaje, y con él salió el Emperador con los primeros jefes -que hoy llaman estado mayor- aposentándose en diferente cuartel que el rey de Texcoco y Tacuba. Previno a su mayordomo que no se le preparasen manjares delicados, a su tránsito por los pueblos fue muy obsequiado. Llegado a Nopalan y a Icpactepec, mandó al general Cuauhnoctli dijese a los reyes que preparasen el ejército con una proclama para entrar en batalla como era costumbre en el ejército mexicano. Hízose la alocución en que se les prometía a los soldados mucha gloria por el triunfo, riqueza y comodidades con la posesión de los bienes de los vencidos, y en el caso de morir en la guerra, descanso perpetuo con Titlacahuan, Tlazotlatcuchtli y Xiuhtecuhtli, dioses de los aires, lluvias y noches. Ejecutada esta operación por los viejos cuauhhuehueques, tequihuaques y otomíes, previno que no se matasen los prisioneros que se hiciesen, sino que se trajesen vivos al sacrificio de México. Escogió de los más valientes y astutos soldados partidas de exploradores para examinar las localidades del enemigo, y adquirida noticia de ellas, reencargó el más profundo silencio a las filas, y de este modo penetraron hasta lo más interior del pueblo los batidores; y para acreditar que todo lo habían examinado, presentaron unas criaturas tiernas que quitaron del lado de sus madres, arropándolas en sus mantas para que no fuesen oídos sus lloridos. Asimismo trajeron metates y metlapillis para comprobar la verdad de su exploración. Moctheuzoma al salir el lucero de la mañana103 se aprestó para el asalto, armose de toda especie de armas de su nación, dejose ver con una divisa muy rica de plumería y encima una ave muy relumbrante que llaman tlauhquechotl, en actitud de volar; debajo llevaba un tamborcillo dorado muy resplandeciente, trenzado con una pluma de la misma ave, una rodela dorada muy fuerte, una sonaja llamada omichicahuax y una macana ancha y cortadora de pedernal. Dio un alarido para que la partida de guerrilla exploradora saliese y los escuadrones, estrechamente unidos como si formasen un paredón, avanzasen uniformemente y con impetuosidad. Moctheuzoma ganó la vanguardia   -215-   y subió a una pared de la fortaleza enemiga, desde donde comenzó a tocar su tamborcillo, y de cuando en cuando las sonajas para animar a sus soldados. Cobraron éstos tanto ánimo que comenzaron a hacer sobre sus enemigos una horrible matanza, sin perdonar sexo ni edad: quemaron luego el templo y lo asolaron, e hicieron lo mismo con las casas. En vano invocaban aquellos infelices la piedad de los mexicanos, ofreciendo tributar al Emperador como quería, pues se mostraban inexorables; sin embargo, alguno le preguntó si continuaba la carnicería y mandó que cesase luego, y que se le presentasen los caciques de aquellos pueblos como lo hicieron, y le prestaron obediencia y pagaron tributos. Mandó entonces retirar el ejército y que se expidiesen cordilleras a los pueblos del tránsito para que lo recibiesen.

Myladi. Ese modo de hacer la guerra me indica que ya los mexicanos de aquella época habían adelantado bastante en este arte funesto: querría que me dijese usted hasta qué punto habían llegado en sus conocimientos, pues entiendo que sus triunfos menos se debían al valor que a la disciplina de los mexicanos.

Doña Margarita. La pregunta es curiosa y propia de una persona que desea saber radicalmente la Historia de esta nación: no sé si podré satisfacer a usted, sin embargo probaré a hacerlo.

Aceptada la guerra, señalaban en los primeros tiempos un puesto para batirse que llamaban yauhtlalli: llegándose a juntar ambas fuerzas daban una espantosa gritería, y unos tocaban caracoles y otros silbaban. Los texcocanos solían llevar atabales para animar a la pelea; lo primero que hacían era disparar piedras con hondas, y después de éstos seguían los que traían macanas, que de una vuelta a otra, ya embistiendo, ya volviendo las espaldas, llegaban a las manos y retirados éstos disparaban flechas, que aunque iban reparándolas con las rodelas, hacían mucho daño; tenían gente suelta que cuidaba de cargar a los heridos y llevarlos a los cirujanos que al punto los curaban: eran tan diestros en tirarlas que había quien de una vez tiraba tres y cuatro juntas, dice el padre Vetancurt104, como si fuera una sola. Salían otros de refresco con lanzones de pedernal y espadas largas de lo mismo, pero asidas a la muñeca para que si se soltasen de la mano no se perdiesen; usaban de celadas, y algunas veces tan secretas que se acostaban en el suelo, y otras veces hacían   -216-   fosos para esconderse, y daban a huir para que descuidados con el alcance diesen en manos de los escondidos: seguían la victoria hasta que los contrarios hallaban dónde fortificarse. Muchas veces viéndose vencidos, se sujetaban por vasallos y si su señor no quería sujetarlos, ellos mismos le daban la muerte por no ser quemadas sus casas y destruidas.

Procuraban con singular esmero conservar la unión de las tropas, defender el pendón o bandera y retirar los heridos y muertos de la vista de los enemigos. Este estandarte se llamaba en mexicano tlahuizmatlaxopilli: era una red de oro puesta en la punta de una lanza muy alta que se alzaba cerca de diez palmos sobre la cabeza del que la llevaba para ser vista de todos, y para ello y elevarse más, el general iba sentado en una litera o andas que le daba mayor elevación. Mientras el general no moría o se conservaba aquella insignia en el centro del ejército, éste continuaba la acción; pero sucedida una de estas dos cosas, se ponía en dispersión como sucedió en Otumba cuando Cortés se vio precisado a sostener allí una acción que salvó los restos miserables de su ejército, y en cuya ocasión se acordó de que ésta era máxima militar de los mexicanos, por lo que atacó denodadamente al general Cihuacatzin que llevaba el pendón, a quien derribó de un golpe de lanza y puso a los mexicanos en total dispersión. No puede dudarse que los mexicanos tenían una verdadera y fina táctica militar, así para la guerra ofensiva como para la defensiva, sometiéndose a una ordenanza rigorosa a la que debieron sus triunfos sobre las demás naciones que en poco tiempo subyugaron, y así lo he demostrado a ustedes en la reseña que les hice de sus leyes civiles y militares105. Cautivar a un enemigo era mayor hazaña que matar diez: si el Rey lo hacía por sí mismo recibía plácemes de las provincias, y el desgraciado a quien cabía tal suerte era mirado como hijo del Rey, ornado con ricas joyas y llevado con ellas y gran pompa al sacrificio que por señal honrosa lo ejecutaba, no un sacerdote común, sino el gran sacerdote que hacía con la sangre de la víctima una aspersión por los cuatro vientos del templo, y mandaba un vaso de ella al Rey para rociar todos los ídolos que había en el Cu en acción de gracias por semejante victoria. Enfilaban -dice el padre Clavijero106- la cabeza en un palo altísimo y cuando se había secado el pellejo, lo rellenaban de algodón y colgaban en algún sitio de palacio para recuerdo   -217-   de un hecho tan glorioso, en lo que no tenía poca parte la adulación. En los asedios de las ciudades, la primera precaución de los sitiados era poner en seguro sus hijos, mujeres y enfermos, que enviaban oportunamente a otros pueblos o a los montes para salvarlos del furor de los enemigos, y que no consumiesen inútilmente los víveres de la guarnición. Terminada una acción de guerra, los vencedores celebraban con gran júbilo su triunfo y el general premiaba a los oficiales y soldados que habían hecho prisioneros. Para dar a usted una idea exacta del modo con que tenían organizada su milicia los mexicanos sería necesario hablar mucho, y entrar en pormenores que les haría fastidiosa mi conversación...

Myladi. De ninguna manera: esos ápices y pormenores que parecen despreciables a los ojos comunes, no lo son para el que estudia el carácter y costumbres de una nación, y hace comparaciones exactas de ella con otras de las que los políticos sacan consecuencias, que tarde o temprano son de gran provecho y así nada nos oculte usted, y sepa que en ello nos da placer. La nación mexicana está destinada para hacer un gran papel en el mundo, y de la antigua deben hacerse averiguaciones tan menudas como las que hizo Anacarsis de la griega.

Doña Margarita. Bien. Pues tomemos al mexicano desde su infancia y sigámosle los pasos en su educación militar hasta verlo colocado en el trono por sus hazañas en la guerra. A la edad de 12 años entraban los niños en el colegio llamado calmecac, donde se les daba una educación moral y civil muy severa; alimentábanse con alimentos groseros; sacábanse sangre del cuerpo con espinas de maguey en ciertos tiempos; dormían a raíz en los petates y apenas se cubrían con una manta ligera; muchas noches eran levantados y, a pesar de la rigidez del tiempo, les hacían bañar y nadar en estanques de agua fría, barrer el templo que estaba contiguo al calmecac, y ejercitarse en los oficios más rudos y penosos de un ganapán, llevando siempre por objeto formarles una complexión fuerte, y esta educación era verdaderamente gimnástica. Allí se les enseñaba -dice el padre Sahagún107- todas las cosas necesarias, tanto para la defensión como para la ofensión de sus enemigos. En llegando a 20 años, llevábanlos a campaña; mas antes de esto, sus padres y parientes convidaban a los capitanes y soldados viejos, hacíanles convite, dábanles mantas, maxtles labrados y les rogaban tuviesen mucho   -218-   cuidado y cargo de aquel mancebo en la guerra, enseñándole a pelear y amparándole de los enemigos, y luego lo llevaban consigo ofreciéndose alguna guerra. Trabándose la batalla no le perdían de vista y enseñábanle a los que cautivaban a los enemigos para que así lo hiciese él. En los areitos o bailes que tenían frecuentemente, que no eran otra cosa sino recuerdos gloriosos de las acciones guerreras de sus mayores, eran excitados a su imitación. En sus juegos pueriles figuraban simulacros de acciones militares; en fin, esta educación era de todo punto militar, y puedo decir a ustedes que cuando un joven salía del calmecac, ya iba formado para la campaña con toda la teoría de la milicia que allí iba a poner en ejecución. Veamos ya los grados militares por donde subían los que debían llegar a las altas dignidades de la república. Cuando eran pequeñuelos, andaban motilados o tusada la cabeza; llegando a los diez años, les dejaban crecer una guedeja en el cogote que llamaban mocuexpaltia. A los quince tenían la guedeja larga y les llamaban cuexpatchicuepul, porque ninguna cosa notable habían hecho en la guerra; y si en ésta acontecía que cautivaban a un enemigo, entonces le cortaban la guedeja y esto era señal de honra. Cuando entre dos, tres o más cautivaban a un enemigo, dividíanle de esta manera: el que más se había señalado en esta acción tomaba el cuerpo del cautivo, el muslo y pierna derecha; el que era el segundo, tomaba el muslo y pierna izquierda; y el tercero, tomaba el brazo derecho, y el cuarto el brazo izquierdo desde el codo arriba. El que era el quinto, tomaba el brazo derecho desde el codo hasta abajo, y el sexto tomaba el brazo del mismo modo; y cuando le quitaban la guedeja del colodrillo, dejábanle otra sobre la oreja derecha que se la cubría de un solo lado que era el derecho, y con esto parecía que tenía otra presencia más honrada, y era señal de que en compañía de otros había cautivado a alguno, y por haberlo hecho con compañeros y haber dejado la guedeja en señal de la honra le saludaban sus parientes diciendo: «¡Ah! Te ha lavado la cara el sol y la tierra; ya tienes otra, porque te atuviste y esforzaste a cautivar en compañía de otros... mira que valdría más perderte y que te cautivasen tus enemigos, que no que otra vez cautivases en compañía de otros, porque si esto fuese, pondríante otra guedeja de la parte de la otra oreja que parecieses muchacho, y más te valdría morir que acontecerte esto».

El mancebo que aun teniendo guedeja en el cogote iba a la guerra dos o tres veces, cuando volvía sin cautivar por sí ni en compañía, llamábanle por afrenta cuexpalchicapul, que   -219-   tanto quiere decir como bellaco, que tiene guedeja en el cogote, que no ha sido para nada en las veces que ha ido a la guerra: esto era una grande afrenta para él, y por lo mismo se esforzaba a arrojarse sobre sus enemigos, para que siquiera en compañía de algunos cautivase. Cuando estos tales en compañía de otros cautivaban algún enemigo, quitábanles la guedeja y echábanles un casquete de pluma -como peluca- pegado a la cabeza; y a los que no cautivaban por sí, ni en compañía ni de otra manera, no les quitaban la guedeja, ni tampoco les ponían el casquete, sino que les hacían una corona en medio de la cabeza, lo cual era suma afrenta. Si éste a quien hicieron la corona por afrenta vivía de su hacienda y no cuidaba de ir a la guerra, a éste no le era lícito traer manta ni maxtle de algodón, sino de ixtli o pita, y sin ninguna labor, y ésta era la señal de que era villano. El mancebo que la primera vez que entraba en la guerra y por sí solo tomaba alguno de sus enemigos, le llamaban telpuchtlitaquitlamani, es decir, mancebo guerrero y cautivador, lo presentaban al emperador para que fuese conocido por fuerte y éste le daba licencia para que pudiese teñir el cuerpo de color amarillo y la cara con colorado toda ella, y las sienes también con amarillo, operación que practicaban la primera vez los mayordomos del monarca en señal de honra. Cuando ya estaba teñido de este modo, el emperador le concedía algunas dádivas, que consistían en una manta con listas de color morado y otra labrada con ciertas labores; dábale también un maxtle largo labrado de colorado y otro de todos colores. Éstas eran insignias de honor y de allí en adelante tenía licencia de traer maxtles y mantas siempre labradas. Al que cautivaba por sí tres enemigos, no sólo le daban dones, sino también autoridad para tener cargo en la guerra, y para que fuesen elegidos por maestros de educación en el tecpuchcalli. Autorizábaseles igualmente para que mandasen a los jóvenes que fuesen a cantar a la casa donde tenían escoleta de noche. Al que tomaba por cuatro enemigos, se le cortaban de orden del soberano los cabellos como a capitán y le llamaban el capitán Mexicatl, o el capitán Tolnaoatl. Podían en adelante usar, en los estrados que ellos usaban, de petates e icpales en la sala donde se sentaban los valientes; éstos tenían barbotes largos, orejeras de cuero y borlas en las cabezas con que estaban compuestas. A los que cautivaban por sí a seis, siete o diez enemigos, si eran cuextecas o terimes, no por eso se colocaban entre los principales dichos, únicamente les llamaban capitanes, pues para subir a la honra   -220-   de los ya nombrados era necesario que cautivasen soldados de Atlixco, de Huexotzinco o de Tliliuquitepec, porque eran los más valientes enemigos que tenían los mexicanos, a éstos se les llamaba con el nombre quauhiacatl, o como si dijéramos águila que guía: a estos se les regalaba un barbote largo, verde y borla para ponerse en la cabeza con listas de plata entrepuestas en la pluma de la borla; también se les daba orejeras de cuero y una manta rica llamada cuechintli, o la que conocían con el nombre de chicoapalnacazminqui, o sea, manta teñida de dos colores, la mitad de uno y la otra mitad de otro de esquina a esquina, y una manta con correas colgadas y atadas sembradas por toda ella. Cuando alguno cautivaba a dos enemigos de Atlixco o Huexotzinco, éste era tenido por terrible y valentísimo, y lo premiaban con un barbote largo de ambas orillas y otro de chalchivite o esmeralda verde, y usaba de entrambos. He aquí, señores, de manifiesto el alto aprecio que hacían los mexicanos del valor y la sobriedad con que lo usaban para alentar a los soldados. Las señales dichas que hoy nos parecen ridículas, eran tan estimables como lo son entre nosotros los grados, los escudos, las espadas de honor, las cruces, la Legión llamada de Honor. Desengañémonos, todo en el mundo pende de la fantasía, que es la que avalora las cosas más insignificantes y caprichosas. ¿Qué hazañas no ejecutaban los romanos por optar una corona de mirto, de hojas de encino o de laurel? Ellos hacían también una distinción entre los enemigos con que combatían; así como los romanos la hicieron entre los afeminados asiáticos y los terribles galos. Pompeyo fue vencedor de aquéllos y César de éstos, y bien sabéis la diferencia con que se han graduado ambos generales, aunque ambos fueron tan ilustres como esforzados. El antiguo mexicano era soldado desde la cuna. Al tiempo de bautizarlo -como otra vez os he dicho- se le ponía en las manos una pequeña macana, un arco, rodela y flechas para enseñarle desde entonces que era un soldado de la patria. ¿Qué os admiráis, pues, de que un puñado de hombres formados sobre tales principios, y reducidos a unos carrizales de la laguna, hubiesen enseñoreádose en tan poco tiempo de todo este continente? Esto hicieron los mexicanos, enseñados y nutridos con las máximas militares de aquellos espartanos que asombraron al mundo, y que aún hoy se recuerdan con admiración, y esto harán siempre que se les ponga en la carrera del honor. El espíritu de hoy es igual al que mostraron en aquellos siglos llamados impropiamente bárbaros, y porque   -221-   no hablaban el idioma de las naciones de Europa, ni tenían sus costumbres. ¡Ah! ¡Qué gran chasco se han llevado esos ingratos texanos, que después de haber desconocido las leyes de la hospitalidad, y las obligaciones que produce esta virtud hija del cielo, han osado insultarnos, han pretendido usurpar nuestras posesiones y nos han declarado la guerra, fiados en su corporatura colosal que creyeron impondría a hombres moderados y sencillos! Ya lo han visto, ya han probado el valor de nuestra gente en cuantas acciones nos han dado o recibido de nosotros; hoy está aún humeante la sangre que hemos derramado de ellos mismos en sus atrincheramientos y fortificaciones; jamás olvidarán el terrible asalto del Álamo, en que la espada de Santa Anna no perdonó más que a un infeliz negro esclavo y a una pobre mujer...

Myladi. Efectivamente, el chasco de los yanquis les ha salido caro y este desengaño no será el último. Desearía saber ¿con qué traje se presentaba el rey de los Mexicanos en campaña para ser conocido en su ejército?

Doña Margarita. Según el padre Clavijero108, llevaba además de su armadura, ciertas insignias particulares, a saber: en las piernas unas medias botas cubiertas con planchuelas. En los brazos otros adornos del mismo metal y pulseras de piedras preciosas; en el labio inferior una esmeralda engarzada en oro; en las orejas, pendientes de lo mismo; al cuello una cadena de oro y piedras; en la cabeza un penacho de hermosas plumas que caían sobre la espalda109. Generalmente los mexicanos cuidaban mucho de distinguir las personas por sus insignias, y sobre todo en la guerra eran pulidos, airosos y tenían en su campo el mismo aire que los griegos en el de Troya; ¡ojalá llegue un día en que un pincel atrevido presente en nuestras galerías las hermosas vistas de Netzahualcóyotl triunfante en Atzcapotzalco, a Tlacaeleletl intimándole la guerra a Maxtla, y mil otros pasajes en que brilló el valor, la arrogancia y denuedo de nuestros antiguos héroes!... Aquí podré   -222-   exclamar con Horacio: Quando ego te aspiciam? Quandoque licebit? No seré yo la que vea emplearse las bellezas de este arte mágico en objetos tan grandiosos.

Myladi. Paréceme exacta y curiosa la idea que usted nos ha dado de la milicia mexicana, de su organización y premios con que se alentaba el valor: desearía saber qué armas usaban aquellos guerreros, pues esto debe tener lugar en su historia militar y formar una parte esencial de ella.

Doña Margarita. Harelo con gusto el día de mañana, pues hoy ya es tarde y nos hemos detenido más tiempo del regular; y así queden ustedes con Dios.




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Conversación decimanona

Doña Margarita. La conversación de hoy debe apoyarse en las relaciones que tenemos de los conquistadores españoles, que como duchos en la guerra, sabían calificar la naturaleza de las armas de los enemigos con quienes se batieron y despacharon algunos centenares al otro mundo: serán por lo mismo exactas y ustedes no dudarán darles asenso.

Myladi. Es claro, porque hablan en asunto propio y de su facultad.

Doña Margarita. Según ellas, había armas defensivas y ofensivas. Las primeras -dice Clavijero remitiéndose al conquistador anónimo110-, comunes a nobles, plebeyos, oficiales y soldados, eran los escudos que llamaban chimalli, y eran de diversas formas y materias. Algunos eran perfectamente redondos y otros sólo eran en la parte inferior. Los había de otate u otatli, o cañas sólidas y flexibles, sujetas con gruesos hilos de algodón y cubiertas de plumas, y los de los nobles de hojas delgadas de oro; otros eran de conchas grandes de tortuga, guarnecidos de cobre, plata u oro, según el grado militar   -223-   y las facultades del dueño. Unos eran de tamaño regular; otros tan grandes que cubrían todo el cuerpo cuando era necesario, y cuando no, los doblaban y ponían bajo del brazo a guisa de nuestros paraguas. Probablemente serían de cuero o de tela cubierta de hule, o resina elástica. Los había también muy pequeños, menos fuertes que vistosos y adornados de plumas; pero éstos no servían en la guerra, sino en los bailes que hacían figurando una batalla.

Las armas defensivas propias de los oficiales, eran unas corazas de algodón, de uno y aun dos dedos de grueso, que resistían bastante bien a las flechas, y por esto las adoptaron los españoles en sus guerras contra los mexicanos. El nombre ichcahuepilli que éstos les daban fue cambiado por aquéllos en el de escaupil. Sobre esta coraza que sólo cubría el busto se ponían otra armadura que, además del busto, cubría los muslos y la mitad del brazo. Los señores solían llevar una gruesa sobreveste de plumas sobre una coraza compuesta de pedazos de oro y plata dorada, con la que no sólo se preservaban de las flechas, sino de los dardos y espadas de los españoles. Además de estas prendas que servían de defensa al busto, brazos, muslos, y aun a las piernas, metían la cabeza en una de tigre, o de serpiente hecha de madera, con la boca abierta y enseñando los dientes para inspirar miedo al contrario.

Myladi. Un campo de batalla en que se me presentaran semejantes figurones me parecería más bien una farsa que un campo de guerra, y más me harían reír que temer.

Doña Margarita. Eso se me hace difícil de creer. Si yo me viera en medio de esos hombres como si estuviese en medio de una manada de castores, o de urang-utanes que a nadie dañan, desde luego estaría divertida; pero hallándome entre esos figurones, que a lo horrible de sus cataduras agregan el furor de unos demonios, lanzan flechas, arrojan piedras y dan sendos macanazos que dividen un cuerpo a cercén, como quien taja un requesón, me vería en el mayor conflicto y no sabría dónde meterme.

Mister Jorge. Ha respondido usted discretamente.

Doña Margarita. Todos los nobles y oficiales se adornaban la cabeza con hermosos penachos, procurando por este medio dar mayor talante y realce a su estatura. Los simples soldados iban desnudos, sin otro vestuario que el que en la cintura se ponían por decencia; pero fingían el vestido que les faltaba por medio de los diversos colores con que se pintaban el cuerpo. De esto se han maravillado los historiadores   -224-   europeos y de otros usos extravagantes de los indios; mas se olvidan de que eran comunísimos en las antiguas naciones del antiguo mundo. Por lo que he dicho a ustedes otra vez creo que los soldados texcocanos se presentaron vestidos de blanco y uniformes, como lo indica la preciosa proclama de Netzahualcóyotl, en que compara su ejército con un jardín de bellas flores en que campeaban los lirios111. Yo he inquirido de los militares que hacen la guerra hoy a los apaches y otras naciones bárbaras, la causa por que éstos aún acostumbran teñirse la cara con bermellón, y me aseguran que es porque preserva a los indios de la ardentía del sol.

Las armas ofensivas de los mexicanos eran la flecha, honda, maza, lanza, pica, espada y dardo. El arco era de una madera elástica y difícil de romperse, y la cuerda de nervios de animales y de pelo de ciervo hilado. Había arcos tan grandes -dice el padre Clavijero-, y aun los hay todavía, que la cuerda tenía cinco pies de largo: las flechas eran varas duras, armadas de un hueso afilado, o de una gruesa espina de pescado, o de puntas de pedernal, o de itztli -piedra obsidiana.

Myladi. La flecha, a lo que entiendo, es una de las armas primitivas que han usado todas las naciones en su origen, como se ve en la Escritura Sagrada, pues cuando los asirios formidaron a Jerusalén que el ángel exterminador acabó con ciento ochenta y cinco mil de ellos, los que sobrevivieron a tal destrozo, no pudiendo negarlo sino atribuyéndolo a causa natural, decían que se había soltado tal plaga de ratas en el campo que en una noche rompieron o se comieron las cuerdas de los arcos, dejándolos inutilizados. ¡En cuántas cosas convienen todos los pueblos uniformemente, que nos obligan a creer que han tenido un origen común!

Doña Margarita. Los mexicanos eran agilísimos en el uso de la flecha y a este ejercicio se aplicaban desde su niñez, estimulados por los premios que les daban sus padres y maestros. Los tepehuanes eran famosos para tirar tres o cuatro flechas a un mismo tiempo. En tiempo del virrey Conde de Gálvez, una partida de indios mansos que se presentó en México, hizo alarde ante aquel jefe de su destreza en el uso de esta arma, manteniendo una mazorca de maíz en el aire y desgranándola hasta dejar sólo el olote o tronco de ella. El padre Clavijero asienta que ninguno de los pueblos de Anáhuac se sirvió jamás de flechas envenenadas; creo que en esto padeció   -225-   equívoco tan respetable escritor, pues Moctheuzoma Xocoyotzin cuando dio por esposa al rey de los zapotecas Cocijoeza a su hija la linda Coyolicatzin112, no lo hizo por amor, sino para descubrir por medio de ella de su marido el gran secreto de envenenar las flechas que tenían sus vasallos, y con el que lograron derrotar a los mexicanos en una expedición que hicieron sobre los de Tehuantepec, y no logró saberlo; como ni tampoco que esta señora descubriese ciertos secretos a su padre para perder a su marido, pues prefirió las obligaciones de esposa a las de hija, como asegura el padre Burgoa en su Palestra. El miquahuitl era una especie de bastón de tres pies y medio de largo, y de cuatro dedos de ancho, armado por una y otra parte de pedazos agudos de obsidiana, pegados con goma laca. Hacíanla con el jugo de raíz de cacotle, mezclado con estiércol de murciélago. Estos pedazos tenían tres dedos de largo, uno o dos de ancho y el grueso de las antiguas espadas españolas. Eran tan cortantes como que de la misma materia formaban las navajas para rapar la cabeza, de que usaron -dice Vetancurt- los mismos conquistadores a falta de navajas de Europa. Chimalpain cuenta que cuando se presentó una descubierta de caballería de Cortés sobre los de Tlaxcala, salió otra de los indios y le mataron dos caballos de dos cuchilladas, y según lo dicen algunos autores fidedignos -son sus palabras- que lo vieron: «... cortaron de cada golpe un pescuezo de caballo con riendas y todo, de que quedaron maravillados y atónitos los españoles»113.

Myladi. No creo que podría hacerse más con una espada castellana esgrimida de revés o a mandoble.

Doña Margarita. Yo poseí y regalé al museo el regatón de una de esas espadas, hallado en el campo de Nuestra Señora de los Ángeles, y noté que era agudo, istriado, harto pesado y que su herida sería como de bayoneta de tres filos, y noté que era una arma ofensiva con los filos y defensiva con el peso. Entiendo que el defecto que tenían era el de embotarse a los primeros golpes. Llevaban esta arma atada con una cuerda al brazo para que no se escapase al dar el golpe. Hablemos ya de las picas. Éstas tenían en vez de hierro una gran punta de piedra o de cobre. Los de Chinantla, y algunos pueblos de Chiapas, usaban picas tan desmesuradas que según el padre Clavijero tenían diez y ocho pies de largo, y de ellos se sirvió Cortés contra la caballería de su rival Pánfilo de Narváez;   -226-   aunque anticipadamente ya había usado de otras picas muy más largas desde su campo, quiero decir de tejuelos de oro con que procuró astutamente ganar amigos en el campo del buen Pánfilo. A esta clase de picas, ¿quién resiste?

El dardo mexicano llamado tlacochtli, era de otate o de otra madera fuerte endurecida al fuego o armada de cobre, obsidiana o de hueso. Muchos tenían tres puntas para hacer tres heridas a la vez. Lanzaban los dardos con una cuerda para arrancarlos después de que habían herido. A esta arma temían mucho los españoles, porque solían arrojarla con tanta fuerza que pasaba a un hombre de parte a parte. Los soldados iban por lo común armados de espada, arco, flechas, dardo y honda. Creo que lo dicho bastará para hacer conocer a ustedes que la nación mexicana fue guerrera, a par que ilustrada, y que puede muy bien colocarse en la lista de los primeros militares del universo conocido. Fáltame para completar esta idea hablar de los medios con que alentaban el valor militar, entre los que tiene lugar la música y la bandera.

Myladi. ¿La música? ¿Y qué efectos podría producir entre los mexicanos cuando estaba reducida a pocos instrumentos e imperfectos?

Doña Margarita. Los más maravillosos...

Myladi. Dispense usted que lo tenga por una paradoja de su ingenio.

Doña Margarita. Si lo fuere me lisonjearé de que me acompaña en esta paradoja un autor muy respetable y la experiencia. Anacarsis dice, hablando sobre la parte moral de la música, que habiéndole preguntado a Filótimo114 por qué no producía hoy la música los mismos efectos prodigiosos que en otro tiempo, le dio esta respuesta: Porque entonces era más grosera; porque las naciones estaban todavía en su infancia. Si a unos hombres -le dijo- que no manifestasen su alegría, sino con gritos tumultuosos, viniera una voz acompañada de algunos instrumentos a hacerle oír una melodía sencillísima, pero sujeta a ciertas reglas, le veríais luego arrebatados de alegría, explicar su admiración con excesivos hipérboles, y esto es lo que experimentaron los pueblos de la Grecia antes de la guerra de Troya. Anfión animaba con su canto a los obreros que trabajaban en los muros de Tebas, como se hizo después cuando se reedificaban los de Mesena; y por eso se dijo que los muros de Tebas se habían levantado al son de su lira. Orfeo hacía dar a la suya un corto número de   -227-   sonidos agradables, y se dijo que los tigres deponían el furor a sus pies: veamos lo que enseña la experiencia. El vizconde de Chateaubriand refiere el pasaje siguiente: «En junio de 1701, bajábamos por el alto Canadá con algunas familias salvajes de la nación de los onontaguas. Un día que estábamos detenidos en una llanura a la orilla del río Genesio, se metió en nuestro campo una culebra de cascabel. Había entre nosotros un canadiense que tocaba la flauta, quiso divertirnos y se acercó a la serpiente con su arma de nueva especie. Lo mismo fue advertirlo el reptil que se puso en figura espiral, aplanó su cabeza, infló sus mejillas, comprimió sus labios, descubrió sus dientes emponzoñados, y su boca ensangrentada vibraba sus dos lenguas como dos llamas; sus ojos parecían dos carbones encendidos, su cuerpo hinchado de rabia se bajaba y levantaba como los fuelles de una fragua; su piel dilatada quedó sin lustre y escamosa, y su cola que hacía un ruido funesto se movía con tal rapidez que parecía un ligero vapor...».

Myladi. ¡Jesús, qué bella descripción! Sígala usted por su vida, que es digna del poeta que describió el grupo de Laoconte.

Doña Margarita. «Entonces empezó el canadiense a tocar su flauta. La víbora hizo un movimiento de sorpresa y retiró atrás la cabeza; al paso que se hallaba tocada del afecto mágico, perdían su aparato horrible los ojos, se disminuían las vibraciones de su cola, se minoraba y acababa poco a poco el ruido que hacía, y quedando sus roscas menos perpendiculares sobre la línea espiral, se dilataban por grados y venían sucesivamente a ponerse sobre la tierra en círculos concéntricos. Los matices de azul, verde, blanco y dorado volvieron a manifestar su esplendor en su piel trémula, y moviendo ligeramente la cabeza quedó inmóvil indicando la atención y placer que tenía. A este tiempo dio algunos pasos el canadiense, y haciendo con su flauta unos sonidos lentos y monótonos bajó el reptil su matizado cuello, abrió con su cabeza las delgadas yerbas y siguió las huellas del músico que la arrastraba, deteniéndose cuando él se detenía y siguiéndole cuando se alejaba. De este modo la sacó fuera de nuestro campo en medio de un gran concurso de espectadores, tanto salvajes como europeos, que apenas creían esta maravilla de la melodía, aunque la estaban mirando; todos convinieron en que se dejase marchar a aquella maravillosa serpiente»115. Ahora bien. Si estos efectos obra la música sencilla   -228-   en una víbora, ¿cuáles otros no produciría la música marcial en los indios mexicanos? Esto es tanto más cierto cuanto que ella mueve los afectos de toda especie. Alejandro se enfurecía al oír tocar cierta composición guerrera frigia, y su ánimo se relajaba al escuchar una música mole y afeminada. Por tal causa la adoptaron los mexicanos en sus combates y la conducen a los mismos las naciones europeas; ¡cuántas veces por esta consideración los monarcas de Europa han desistido de la idea de quitarla de los cuerpos militares, no obstante las inmensas sumas de dinero que se gastan en los músicos de los cuerpos!

Myladi. ¿Y de qué instrumentos se componía la música militar de los mexicanos?

Doña Margarita. Según el padre Clavijero, de tamboriles, cornetas y ciertos caracoles marítimos que daban un sonido agudísimo, que en su concepto producían más rumor que armonía; pero este rumor producía en los soldados el mismo efecto que produce en los nuestros el terrible toque de caja, acompañado de pitos que llaman el calacuerda, o paso de ataque que enfurece a los hombres, los hace poner al principio pálidos y dentro de poco desprecian la muerte... ¡Aún me espanta la memoria que hago de este sonido funesto en algunas acciones que presencié el año de 1812 y 13!

Myladi. Yo considero que los españoles hacían en la guerra las espantosas matanzas que nos refieren en sus libros.

Doña Margarita. No dudo que en las primeras acciones, cuando aún no conocían los estragos de la artillería, se harían muchas; pero después se pusieron en estado de burlarse de ella, pues sabían agazaparse al ver el fogonazo y se avanzaban luego sobre los cañones. Si dura más la guerra, y Cortés no se empeña en tomar a México, el pleito se ordinaría y los mexicanos se hacen inconquistables, sobre que ya peleaban con las mismas armas que les quitaban a los castellanos, guardaban sus mismas formaciones, oponían obstáculos de muchas piedras para que no pudiese obrar la caballería! ¡Las grandes mortandades del sitio de México no las hicieron los españoles, sino los indios auxiliares, con quienes se batían cuerpo a cuerpo!... Acuérdense ustedes de la máxima de los romanos, de no hacer la guerra por más de un año a un pueblo, porque en este tiempo aprendían de ellos a batirse y los batían con ventaja. Hablemos ya de la bandera o estandarte con que se presentaban los ejércitos en campaña. El padre Clavijero dice que eran más semejantes al llamado signum de los romanos que a las banderas de Europa. Eran unas astas   -229-   de ocho a diez pies de largo, sobre las cuales ponían las armas o insignia del estado hecha de oro, de plumas o de otra materia preciosa. La insignia del imperio mexicano era una águila en actitud de arrojarse a un tigre; la de la república de Tlaxcala, una águila con las alas extendidas; pero cada uno de los cuatro señoríos que componían aquella república tenía una insignia diferente. La de Ocotelolco era un pájaro verde sobre una roca; la de Tizatlan, una garza blanca sobre una peña elevada; la de Tepeticpac, un lobo feroz con algunas flechas en la garra, y la de Quiahuitztlan, un parasol de plumas verdes. El estandarte que tomó Cortés en la batalla de Otumba era una red de oro, que probablemente sería la insignia de alguna ciudad de la laguna.

Myladi. ¿Pues qué, no se batió con el ejército imperial de México?

Doña Margarita. No señora, ése es un disparate que nos han pretendido hacer creer los historiadores españoles, como el hiperbólico Solís para realzar el mérito de su héroe, suponiendo que se batió con todas las fuerzas del imperio mexicano. Fue una división de Cuauhtitlán y otros pueblos inmediatos que lo fue coleando o persiguiendo en la retirada que hizo de México, y le presentó acción donde le pareció que podría batirlo con ventaja. Aleje usted esa especie de su cabeza cono una patraña fabulosa para arrullar niños. Si el ejército que estaba dentro de México no se hubiera ocupado en recoger el tesoro y los despojos que dejaron los españoles en la ribera de San Cosme cuando los derrotaron la noche triste, y hubiera salido luego al alcance, no queda un español vivo; pero se entretuvieron, perdieron esos momentos favorables y los mexicanos se perdieron, porque su enemigo se rehízo en Tlaxcala y volvió a la carga con triple fuerza. El momento que se pierde en la guerra no se recobra.

Además del estandarte y principal del ejército, cada compañía compuesta de 200 ó 300 soldados, llevaba su estandarte particular, distinguiéndose no sólo en las plumas que lo adornaban, sino también en la armadura de los nobles y oficiales que a ella pertenecían. La obligación de llevar el estandarte del ejército -dice Clavijero- tocaba a lo menos en los últimos años del imperio al general, y el de las compañías -según presume- a sus jefes respectivos. Llevaban el asta del estandarte atada tan estrechamente a la espalda que era imposible apoderarse de ella sin hacer pedazos al que la llevaba. Los mexicanos siempre la colocaban en el centro del ejército, los tlaxcaltecas en las marchas a la vanguardia y en las acciones a retaguardia.

  -230-  

Myladi. En esta parte puede decirse que todas las naciones han obrado por un mismo instinto y como de concierto.

Doña Margarita. Es innegable, y no lo es menos que todas han visto y ven esta señal como sagrada, que fijan en ella su atención y la ven con cierto respeto que les inspira qué sé yo que especie de confianza y amor. Soy una pobre mujer y cuando veo una bandera que flota en medio de un batallón, siento en mi alma un regocijo que no acertaría a explicar si lo pretendiese, sobre todo, desde que se hizo nuestra independencia; ¡bendito sea Dios -digo-, que ya tenemos un pabellón peculiar nuestro! ¡Ah! ¡Bajo la sombra y alas de esta águila generosa viviremos seguros! En derredor de ella nos reuniremos a defender nuestra independencia y libertad... Ya no necesitamos acogernos a un pabellón extraño para figurar en el catálogo de los pueblos... ya al fijar la vista sobre un buque que viene allende de los mares, no se nos sobresaltará el corazón y nos preguntaremos como antiguamente lo hacíamos: ¿Qué órdenes traerá ese leño que fluctúa entre las aguas y viene de dos mil leguas de distancia? ¿A qué familia vestirá de luto y hará que el objeto más precioso de su corazón sea trasladado por un rasgo de pluma de un mal ministro a las mazmorras de Ceuta o de Orán, para morir entre cadenas y arrastrar una vida congojosa? Todo esto ha desaparecido, pudiendo decir con el divino Tagle en loor del que consumó nuestra independencia116:


Y al solo arrimo de tus fuertes brazos,
se caen los eslabones a pedazos.



Myladi. Tiempo es ya de que nos cumpla usted la promesa que nos hizo de hablarnos de la guerra defensiva de los mexicanos, guerra que no harían, sino en puestos fortificados y de consiguiente tendrían fortalezas que hoy no vemos.

Doña Margarita. En esas últimas palabras nos presenta usted uno de los argumentos con que los enemigos de la gloria de la nación mexicana han pretendido persuadir al mundo que era bárbara. Los monumentos de arquitectura de las naciones antiguas que permanecen a pesar de las injurias del tiempo, sirven de grande recurso para conocer el carácter de los que los fabricaron, siempre que hay falta de autores coetáneos, como también para suplir a la omisión o mala fe de los historiadores. Un edificio manifiesta el carácter y cultura de las gentes, porque es cierto -dice el sabio padre Alzate- que la civilidad y barbarie se manifiestan por el progreso que las naciones   -231-   hacen en las ciencias y en las artes. Los árabes cuando fueron sabios dispusieron fábricas que aún en el día se admiran; pero al punto que cayeron en la ignorancia no fabricaron sino despreciables chozas. Las pirámides de Egipto nos enseñan que sus habitantes sabían fabricar sólidamente, como también sus conocimientos en la astronomía, porque dispusieron las fachadas según los cuatro puntos cardinales. Esto sólo, aun cuando careciésemos de los documentos que manifiestan sus progresos en las ciencias, bastaría en el día para convencernos de que componían una nación muy civilizada. Sentadas estas verdades, en que seguramente convendrán ustedes, será preciso concluir con esotras de no menor importancia, a saber: que la nación mexicana fue sabia por lo que he referido de su historia y... que fue guerrera por los monumentos que nos han quedado que así lo atestiguan.

Myladi. ¿Y cuáles son esos monumentos a que usted se refiere?

Doña Margarita. Son varios: el primero es el castillo o fortaleza de Xochicalco, no muy lejos de México; daré a ustedes una corta idea de la descripción que nos ha dejado el sabio padre Alzate entre sus obras117: «Al sur de Cuernavaca -dice- a la distancia de seis leguas con 13 grados de declinación del sur al oeste, se halla el cerro Xochicalco, que en mexicano quiere decir casa de flores. Es un cerro cuya superficie toda se halla fabricada a mano: su altura es de ciento cuatro varas. Toda su circunferencia está rodeada de un foso hecho a mano y la superficie consta de cinco terrazas o terraplenes mantenidos por paredes de mampostería, los que son de diferente elevación. Dichas terrazas no son horizontales, sino inclinadas a la parte del sudueste. En la parte superior se baila una plaza cuadrilonga que tiene de norte a sur ochenta y siete varas y media, y del este al oeste ciento tres y media, y está rodeada de un muro de piedra que tiene de elevación dos varas. La plazuela está más baja dichas dos varas respecto de los parajes que sirven de cumbre a Xochicalco, en la que los indios mostraron su habilidad respecto a la arquitectura militar; pues aunque perdiesen los inferiores terrenos retirados, a lo que se puede llamar ciudadela, combatían cubiertos a favor de la trinchera, respecto a que tenían un muro elevado dos varas, y los contrarios se hallaban a cuerpo descubierto. Los terraplenes inferiores que circunvalan el cerro no tienen dimensiones iguales, aprovecháronse de la   -232-   misma pendiente para dar a unos más o menos ancho, más o menos altura; pero todos están fabricados a mano y mantenidos con paredes de piedra. Todas estas fábricas demuestran lo inteligente que eran los indios en el arte militar, pues disponían sus fortificaciones de manera que poco a poco iban perdiendo terreno, lo mismo que se ejecuta actualmente en la Europa respecto de las ciudades fortificadas, en las que la defensa va de la circunferencia al centro. Todo esto no es comparable al castillo -que así llaman- que se halla en el centro de la plaza. Componíase, según he indagado, de cinco cuerpos que iban de mayor a menor. En la superficie del último se halla una silla -o chimotlale en mexicano- de piedra delicadamente construida; todo ha sido destruido por la avaricia de los hacenderos inmediatos para fabricar sus ingenios de azúcar y oficinas. Dicha silla no se hallaba situada en el centro de la superficie del último cuerpo, sino a un lado. Esta hermosísima arquitectura, que puede compararse con las pirámides de Egipto por su solidez y en mucha parte por su figura cónica, fue destruida, como se ha dicho, por la avaricia de los dueños de haciendas de azúcar, pues necesitando de parrillas para sus hornillas, ocurrieron a destruir la fábrica de Xochicalco. En el centro de la plaza se halla un cuadrilongo todo formado de piedra de talla hermosísimamente labrado con jeroglíficos mexicanos. El primer cuerpo que existe por la mayor parte tiene del este a oeste veinte y una varas, y de norte a sur veinte y cinco. Lo que causa asombro es ver aquellos grandísimos pedrones exactamente labrados, de manera que el mejor cantero no es capaz de ejecutar obra superior, aunque use de la más prolija atención y experiencia. Se hallan ajustados los más sin mezcla ni betún, y tan sólidamente unidos que parecen ser obra más natural que artificial. La parte del primer cuerpo que está fabricado en talus tiene dos varas de altura, y de aquí a la cornisa tiene dos varas. Todo dicho primer cuerpo está adornado con jeroglíficos mexicanos esculpidos a medio relieve, y se conoce que los esculpieron después de fabricado el castillo, porque de otro modo no era posible que los figurones que ocupan, dos, tres o más piedras, guardasen entre sí la bella disposición en que están: algunas faltas de la escultura, y también algunas junturas de piedra a piedra, están suplidas con mezcla de cal y arena. En las fachadas que miran al sur y oeste permanecen algunos pedrones, que hacen patente que el segundo cuerpo era de la misma arquitectura que el primero de ellos; se hallan unos danzantes de medio relieve y la fortaleza de la obra se manifiesta, porque no obstante de haber   -233-   destruido y arrancado las piedras que servían de basa a la fachada sur y oeste, permanecen en su colocación las partes de las referidas fachadas. Aún se ven algunos restos de pintura con bermellón o cinabrio, lo que hace conjeturar que a todo el castillo le dieron el color referido. Las piedras son todas de mucho volumen: medí algunas, y entre ellas una que está arrojada al suelo y tiene vara y tres cuartas de largo, una vara de ancho y media en lo grueso. Las paredes del castillo de Xochicalco se componen de dos órdenes de piedras trabadas, según las reglas de arquitectura. El castillo estaba hueco, sin duda para que sirviese de habitación...». Hasta aquí en lo esencial la descripción del padre Alzate, la cual ha excitado tanto la admiración de los extranjeros que algunos han hecho viaje formal para efectuar un reconocimiento prolijo118. Resulta pues probado, señores míos, con la sabia descripción que nos ha dejado el señor Alzate, que en este continente había verdaderas fortificaciones ajustadas a los principios del arte militar, y proporcionadas a la naturaleza de las armas con que entonces se combatía, y que los mexicanos no eran menos sabios en la guerra ofensiva que en la defensiva. Si no se hubiera descubierto la fortaleza de Xochicalco a presencia del Gobierno español, y hecho relación de ella por la imprenta, quizá la que nos presenta de otras el padre Clavijero, se tendrían   -234-   por soñadas y fabulosas. En el día no lo son, porque además de los vestigios que existen, durante la revolución del año de 1810 a 1821, se descubrieron varias antiguas fortalezas de los antiguos mexicanos, en las que se ubicaron y defendieron los llamados insurgentes, como fueron la de cerro Colorado junto a Tehuacán, la de la Palmilla en Acazonica, no lejos de Veracruz: en ambas he estado, y examinándolas hallé que estaban formadas según los principios de fortificación.

Myladi. Usted por satisfacer a mis preguntas se ha olvidado de Moctheuzoma...

Doña Margarita. Nada de eso, mi señora, lo tengo bien presente; por señas que lo dejamos regresando victorioso para México y entrando en Chimalhuacán Chalco, donde fue recibido por los habitantes de las inmediaciones del volcán con muchas rosas y perfumadores; mas como ya era de noche no se le hizo la ofrenda del tributo hasta el día siguiente, el cual consistía en varias cargas de ropa. Si a usted le parece bien dejaremos a Su Majestad Imperial por hoy en aquel pueblo y mañana regresaremos a acompañarlo hasta México, pues el calor no nos permite por ahora formarle el cortejo.

  -235-  

Myladi. Nos parece muy bien y que usted tenga muy buen día. Hasta mañana.




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Conversación vigésima

Myladi. Supongo que Su Majestad habrá pasado feliz noche: incorporémonos en su comitiva y vámonos a México con su real persona.

Doña Margarita. Más de una vez tendrá usted que arrepentirse de seguir a tan ilustre personaje. Llegó al día siguiente a Chalco y las felicitaciones de los viejos fueron muy expresivas: «¡Oh bienaventurados nosotros pobres -decían- que, aunque somos polvo y lodo, te hemos visto con salud!... Vendréis cansado y trabajado de los ásperos caminos, de los montes, lluvia, aires y soles que habréis padecido!... Descansad, señor, hijo y nieto querido de todos los mexicanos...». Concluida la comida vinieron a felicitarlo los atenhuaques comarcanos de la laguna, cargados con toda especie de peces, patos y sabandijas que pescaban, y el Emperador les agradeció el obsequio, se condolió de ellos, mandó a sus mayordomos que les diesen de comer y beber, a los viejos rosas y perfumadores, y a las mujeres de aquellos pescadores humildes, enaguas y hueipiles con que cubrir su desnudez. Marchó el ejército para la corte y el Príncipe se quedó a retaguardia. Los cautivos se colocaron en dos largas filas y al entrar por Mazatlán comenzaron a dar horrendos gritos en su idioma, que penetraban de dolor los corazones más insensibles; tanto más cuanto que se les violentaba a que entonasen o endechasen la próxima muerte a que se les condenaba...

Myladi. Por Jesús, señora, que no siga usted esa horrible relación; mi corazón se afecta de pesadumbre... ¡Ah! ¡Quién pudiera haberlos redimido!... Dichoso el hombre, y mil veces dichoso, que baja al sepulcro diciendo: «¡Por mí no se ha derramado una gota de sangre, no se ha enjugado una lágrima dolorida, ni se ha exhalado un suspiro de pena!...».

Doña Margarita. ¿No le dije a usted, bien que le había de pesar   -236-   seguir en el cortejo de este monarca hasta su capital?... Pues, señora mía, ahora comenzamos; no será ésta la última vez que usted se afecte de pesadumbre; el que quisiere saber la historia de estos malhadados monarcas es necesario que pase por estas melancólicas relaciones, o que renuncie al deseo de saberlas... Agradezcamos con toda la sensibilidad de nuestro corazón al Dios de paz que pasaron aquellos tiempos tan calamitosos, y que alumbró aquí la luz evangélica. Señorita, quedemos en lo que hemos de quedar. ¿Me callo o sigo?, porque la historia de los últimos reyes mexicanos es la historia de los hombres fanático-religiosos, convertidos en demonios, yo así la defino.

Myladi. Siga usted; pero por Dios que no apure esas descripciones, ni use de tintas tan fuertes, que a guisa de un puñal buido atraviesen mi corazón.

Doña Margarita. Colocados los viejos y sacerdotes que habían quedado en México sobre el templo mayor, resonaban cornetas y caracoles, que eran correspondidos de los demás templos: esto hacía las veces de nuestras campanas tocadas a vuelo. Formaron los viejos en dos hileras, entrenzados los cabellos con correas de cuero colorado, vestidos con ichaupiles armados con rodelas y bastones en lugar de macanas. Ni les faltaba el calabacillo de tabaco picietl, y en las manos llevaban muchos incensarios. Entraron por Xoloco donde hoy está la iglesia de San Antonio Abad, y abrían la marcha del ejército los prisioneros, a quienes saludaron los viejos diciendo: «Bienvenidos seáis, hijos del sol; ya habéis llegado a la casa del gran señor Huitzilopuchtli». Lleváronlos luego a los pies del ídolo de este nombre, al que presentaron e hicieron arrodillar uno a uno a los pies del simulacro, tocando la tierra con el dedo en señal de reverencia. Allí los recibieron los sacerdotes tocando sus bocinas y los llevaron a una casa fuerte llamada qauhcalco o casa del águila119. Moctheuzoma llegó entre una nube de sahumerios hasta la gran plaza, donde se tocaron multitud de cornetas y caracoles. Subiose a lo alto del templo, donde se punzó con un agudo hueso de tigre las extremidades de las orejas, molledos y espinillas. Tomó el incensario y perfumó al ídolo. Luego se bajó y fue a palacio donde lo felicitaron por su llegada los reyes de la triple alianza y los señores de su corte, diciéndole con frases muy lisonjeras: «Ya, señor, habéis cumplido con vuestra obligación...   -237-   Pasa como águila volante, sobre nuestras cabezas, señoreador de todos los mortales: descansa en vuestra casa que nosotros pasamos a hacer lo mismo en la nuestra». Moctheuzoma agradeció la expresión y dispuso que a todos se les regalase con comida y ropas. Después se le presentaron a cumplimentarlo los jefes de los cuatro barrios de México, y también mandó que se distribuyesen ropas a los soldados de ellos y a las viejas pobres.

Su ministro de Estado Zihuacóatl Tilpotonqui, por cuyo conducto se expedían las órdenes, convocó a los principales jefes mexicanos y les previno despachasen mensajeros hasta los lugares más remotos, participándoles el nombramiento de su señor para que le acudiesen con sus tributos. Efectivamente, dentro de poco comenzaron a venir. Mandó el Emperador que se convidase a todos los príncipes enemigos para la fiesta de su exaltación, con acuerdo del Senado que convino en ello. Escogiéronse para la empresa de pasar a países enemigos, hombres valientes y resueltos, principalmente mercaderes, a quienes la codicia pone espuelas para arrostrar toda clase de peligros, y se les ofreció cuidar de sus familias si morían en su comisión. Llegados al monte, en los lindes de Huexotzinco, hicieron cargas de ocote, cubriéndolas con la yerba que llaman ocoxochitl, y aparentando ser leñeros entraron de este modo en Cholula, Tlaxcala y Huexotzinco, donde lograron hablar a sus jefes, que los trataron muy bien y aceptaron el convite. Los magistrados de Tlaxcala, que sin duda tuvieron aviso anticipado de la salida de estos enviados, pues invigilaban mucho sobre los movimientos de la corte de México, acordaron que los enviados mexicanos fuesen recibidos para su mayor seguridad en la mitad del monte del volcán. Igual éxito tuvieron los que fueron a la Huaxteca, Cuextlan, Mextitlán y Michoacán -según refiere Alvarado Tezozómoc.

Prevínose a los mayordomos de palacio que recibiesen a los huéspedes y los tratasen con toda opulencia y dignidad. Catorce salas se limpiaron y aderezaron en palacio de la manera más exquisita para recibirlos, y se mandó que entrasen de noche, de secreto para no ser vistos del pueblo... He aquí una especie de tregua o suspensión de armas, en la que se guardó el derecho de gentes, la garantía fue la palabra real. En medio del gran patio del palacio se puso una galera o jacalón donde se colocaron los instrumentos de música: teponaxtli y tlapahuehuetl, con que hacían la armonía de la orquesta. Veíanse allí las armas de la nación, es decir, la Águila pintada naturalmente sobre una peña, en un grande tunal   -238-   teniendo en un pie una víbora despedazada, bien dorada y rica pedrería en derredor de ella a usanza mexicana, que llaman teocuitlaamaixcuatzolli. En los lados del jacalón, en cada esquina, había una ave grande, cuyas plumas eran de las llamadas huahquechotlitzintzcan, cuya plumería relumbraba. Había también unas enramadas enfloradas con toda clase de bellas flores, bajo las cuales había asientos grandes y adornados que llamaban tepotzoycpalli, y a sus pies cueros de tigres. Los mejor dispuestos eran los de los tlaxcaltecas, huexotzincas y chololtecas. En otra sala estaban los de los señores de Michoacán, Cuextlan, Tliliuhquitecpecas y Mextitlán, cada uno por su orden. Después de medianoche, diez principales personajes muy adornados pasaron a llamar a los señores de Tlaxcala, Fluexotzinco y Cholula con grandes luces; lleváronlos a sus salas en palacio y comenzó el baile o mitote en su obsequio.

La mañana del primer día de la fiesta preparada mandó el Emperador se diese al rey de Texcoco, primero que a otros, una trenzadera de cabello con muy rica plumería, bezolera de oro, una banda ancha muy bien dorada llamada en mexicano teocuitlamatemecatl, un collar de pies dorado con campanillas de oro como rapacejos, una manta azul de red con mucha pedrería rica en los ñudos donde se ataba como capa judía y unos pañetes azules como toallas, cuyas borlas traían también campanillas de oro y lo mismo de la manta. Igual obsequio se hizo al rey de Tacuba. Dejáronse ver en el baile estos príncipes adornados con gran plumería en la cabeza, brazaletes y pulseras de oro en los brazos, y llevando la delantera, comenzaron a danzar. Moctheuzoma llamó a su mayordomo Petlacalcatl y le mandó repartiese entre los príncipes forasteros las alhajas que tenía bajo su custodia; mas a los señores mexicanos, él por sí mismo y por mano de Zihuacóatl los obsequió, de modo que ningún principal quedó sin recibir dádiva; díjoles estas memorables palabras: Vestíos, señores, pues al fin hemos de morir, sea hoy o mañana: hoy lo hacemos por nuestros enemigos y mañana lo harán ellos por nosotros... y acordaos de lo que os digo...

Myladi. Creo que tuvo razón el buen Emperador y que pudo decir aquello del romance que compuso don Fernando de Alva, que se nos refirió días pasados120. ¿No se acuerda usted de aquellas memorables palabras?...

  -239-  

Gozad, poderosos reyes,
esta majestad tan alta
que os ha dado el Rey del Cielo,
con gusto y placer gozadla.
Que en esta presente vida
de la máquina mundana,
no habéis de imperar dos veces,
gozad, porque el bien se acaba.



Doña Margarita. Está bien aplicado el concepto; alégrome de que usted lo tenga tan presente y quiera Dios que todos los que hoy se hallan en pujanza, no se olviden de la caducidad de sus placeres y... de lo que se les aguarda. Para que el pueblo no entendiese que allí estaban los señores de Tlaxcala y demás extranjeros -se me olvidaba decir a ustedes-, se mandó que no se iluminasen los lugares donde ellos estaban, sino que sólo hubiese braceros con carbón para el uso indispensable. Dichos señores dijeron que querían saludar a Moctheuzoma, y presentándosele lo saludaron con cortesía y respeto, haciéndole los de Tlaxcala una oración elocuente de parte de Magiscatzin: lisonjeáronse de verlo y presenciar aquel espectáculo de grandeza, y de que a pesar de las diferencias que había entre ambas naciones, les regalaba el Emperador con su vista. Suplicáronle que en señal de aprecio que de su persona hacía Magiscatzin, recibiese a su nombre un arco y plumería groseras, y unas mantas de nequén o pita, y unos calzados, pues los tlaxcaltecas eran gente pobre, serrana chichimeca... Moctheuzoma respondió con grave continente a esta arenga, y semejante a un oráculo lacónico dijo estas precisas palabras: «Desde aquí saludo a mi buen sobrino y le deseo mucho acrescentamiento en todos sus bienes»121.

Hízoles después sentar en sus respectivos puestos. En seguida entraron los señores de Cuextlan, Huasteca y Mextitlán, quienes después de saludarlo le presentaron ropas de las que en su país se labraban. Las que ofrecieron eran unos capisayos librados con unos canutillos de oro bajo122, y unas   -240-   cuentas gruesas de piedras finas123, unos collares de gargantas de pies anchos124, que después de abrochada la garganta del pie llevaba como una ala pequeña de ave que sonaba con cascabeles de oro pequeñitos, y unos como medios guantes125 con plumería muy menuda que relumbraba mucho. Entraron después los señores de Michoacán, quienes aunque mostraron un comedimiento muy urbano, expusieron su embajada con mucho laconismo a nombre del rey Catzonzi. Es reparable el obsequio que hicieron, pues consistía en unos hueipiles como manteos de clérigo abrochado por el pescuezo, y hasta la espinilla y brazos remangados, mantas cortas que llamaban tranaton, muy bien labradas con arcos, carcajes de flechas doradas con cien varas o tiros cada uno. Finalmente, le presentaron por obsequio varios pescados condimentados en barbacoa, que seguramente serían de la laguna de Pátzcuaro, y con que aún en el día regalan, pues es producción peculiar de aquel país126. Después de estos señores, felicitaron al Emperador los de Yopitzinco y le ofrecieron por obsequio piedras muy ricas de diferentes colores, canutillos de pluma llenos de oro en polvo y cueros de tigres, leones y lobos muy bien adobados. Luego, concluido este acto, pasaron todos a una gran sala donde el Emperador les dio una espléndida mesa y, concluida ésta, se distribuyeron a tan ilustres convidados muy delicadas piezas de ropa, en cuya descripción me permitirán ustedes detener. Mantas que llamaban xahualquauhyo con labores azules; otras de varios colores, ixnextlacuiloló; otras de color de cuero de tigre, ozelotlimatli; otras de culebras, itzcoayo; pañetes de diversas maneras y colores, yopimaxtlatl, itzohuatzaltmaxtl, icuayahualuchqui, rodelas muy ricas, macanas y divisas de guerra. A los tlaxcaltecas se les dieron encima de la plumería cabezas de oro de cuetzolotl, o sea de perro sin orejas, y otras como de agua corriente que llamaban tzococolli a los de Huexotzinco. A los de Huasteca en las armaduras una divisa de la muerte toxmiquixtli; a los de Michoacán armas y divisas con mariposas de oro, y alas azules muy al natural; a los yopicas otro género de mariposas sobre las divisas militares de color de pedernal negro y leonado. Concluido este acto de retribución,   -241-   el ministro Zihuacoatltilpotonqui tomó la palabra a nombre del Emperador y del Senado de México, e hizo a todos los enviados un hermoso razonamiento para que se congratulasen con sus respectivos jefes y señores de parte de Moctheuzoma; y que en el entretanto regresaban a sus provincias, holgasen con gran satisfacción en el gran patio de Huitzilopuchtli. Inmediatamente fueron al baile más de dos mil personas. Repitiéronse los areitos -o bailes- cuatro noches con cantos y para que el pueblo no conociese a los extranjeros, los desfiguraron con cabelleras largas al modo de nuestras máscaras y comieron en los festines hongos monteses, vianda que sin duda era tan exquisita y regalada como también lo fue en tiempo de los antiguos romanos127; pero éstos embriagaban.

Terminada la función al quinto día, los enviados se despidieron del Emperador, y el ministro respondió por él deseándoles un feliz viaje. Finalmente, Moctheuzoma les regaló una especie de corona o media mitra para sus señores, pues en esta divisa se simbolizaba la autoridad civil y le llamaban teocuitlayxcuaamatlitzoyo, y mosqueadores para libertarse de los ardores del sol. Así partieron llenos de gozo y satisfacción, llevando mucho que contar de la hermosa y opulenta México, y del gran señor que regía los destinos de este pueblo.

Jamás se había visto una función más augusta y en la que hubiese presidido la hospitalidad, la decencia, buena fe y confianza como en ésta. El Emperador no quiso que en su celebridad se turbase la alegría común con los clamores y ayes de los infelices como lo hizo su antecesor Ahuitzotl, pues mandó que los prisioneros hechos en la guerra de Nopalan -dice Alvarado Tezozómoc- se reservasen para la fiesta anual de Atlacahualco, o principio del año, diciendo con política que no era justo que el templo de Huitzilopuchtli, teatro de aquella función, apestase con la sangre de los sacrificios humanos. Dispensad, señores, lo molesta que he sido en esta relación, porque entiendo que os parecerá fabulosa.

Myladi. No necesita usted dispensa por el placer que nos ha dado. Usted nos ha transportado a un país que nos era de todo punto desconocido, como lo hacen los escritores cuando nos conducen a las cortes de los asirios, persas, medos, macedones o egipcios, y nos hacen recordar lo que pasó en sus opulentas capitales. Esta relación nos afecta más íntimamente   -242-   que aquéllas, porque vivimos bajo el mismo cielo y atmósfera en que respiró este desgraciado monarca, y vemos las mismas montañas y objetos invariables en que él fijó sus ojos, y fueron testigos de su opulencia y de su gloria. Usted insensible e involuntariamente nos arrastra a decir en el fondo de nuestro corazón un anatema a los bárbaros destructores de tanta grandeza...

Doña Margarita. ¡Ah!, mírelos usted como unos instrumentos -como otra vez he dicho y, antes que yo, dijo el padre Sahagún- fatales, con que se cumplió la profecía de Jeremías sobre Jerusalén cuando dijo a sus habitantes: «Yo traeré sobre vosotros una nación de lejos; una nación robusta y antigua; una nación cuya lengua no entenderéis... Talará vuestras mieses y devorará vuestros hijos e hijas...». A la infeliz España tocó esta desgracia: destronó nuestros reyes, se tomó sus tesoros, esclavizó nuestros hermanos, los despojó de sus bienes y los redujo a tal extremo de miseria que muchos de nuestros pueblos necesitaron a poco, mendigar la leña para el fogón de sus hogares. La posesión de sus riquezas usurpadas formó en la mayor parte una nación de mayorazgos holgazanes que se han mantenido por tres siglos en la ignorancia, sin adelantar cosa alguna en la civilización respecto de las otras naciones cultas de la Europa, su riqueza pasó a los extranjeros y quedó pobre en medio de ellas. El mismo Felipe II, ¡quién lo creyera!, receptador de los más cuantiosos tesoros de México y del Perú, necesitó alguna vez salir a guisa de cuestor o demandante en su corte a pedir limosna de sus vasallos para suplir las necesidades de su erario. Esos miserables conquistadores llevaron en el pecado la penitencia, porque tal ha sido la decadencia de España por los mismos elementos que debieran serlo de su engrandecimiento. Triste es este cuadro, a fe mía; ora sea con respecto a nuestros antepasados los indios; ora con respecto a los españoles con quienes tenemos vínculos, y que a mí me hacen desear su prosperidad de que la vemos muy distante... Pero apartemos la consideración de este asunto y para consolarnos digamos: Ya no hay Huitzilopuchtli; ya no se ultraja a la Divinidad con la infame idolatría; el estandarte de la cruz flamea en el mismo lugar donde se inmolaban millares de víctimas... ¡Albricias! Jesucristo es adorado en espíritu y verdad, y teniéndolo por guía y maestro ningún pueblo es infeliz.

Myladi. Consuelan esas reflexiones, y creo que son las únicas que pueden hacer llevadero su infortunio a los mexicanos cuando mediten sobre la suerte de sus mayores; ello es   -243-   muy duro decir: Nos quitaron los españoles la tierra por darnos el cielo.

Doña Margarita. Mucho dudo que hayan ido allá los caudillos de aquellos bandoleros; yo a lo menos no trueco mi alma por la del más justo conquistador. Apenas ocupó el trono Moctheuzoma cuando se propuso cambiar toda la servidumbre de su casa, y conferir los principales empleos del imperio a los nobles en desprecio de los plebeyos; un anciano que había sido ayo suyo, le manifestó los inconvenientes de esta medida; pero desoyendo sus consejos la llevó a cabo. Yo entiendo con don Fernando de Alvarado que la mente del Emperador fue destinar en los primeros puestos a los hijos de los príncipes mexicanos habidos en barraganas. Efectivamente, reunió porción de jóvenes de los barrios para pajes suyos y presentándoselos Zihuacóatl les dio muchos consejos sobre el modo de comportarse, y particularmente les previno que siempre le hablasen verdad sin trastrocarle las palabras, que jamás se le presentasen agitados y les reencargó el aseo de la casa y de su persona. Desde entonces toda la servidumbre imperial se compuso de personas principales. La corte diaria era de seiscientos señores feudatarios y nobles: cada uno de éstos tenía sus respectivos criados, los cuales por su muchedumbre llenaban los tres patios de palacio -dice Clavijero- y algunos se quedaban fuera. No era inferior el de criadas, esclavas y señoras que vivían en una especie de serrallo, custodiadas por dueñas y matronas; tomaba el Rey, no de éstas, sino de las hermosas, las que más le agradaban, y aunque muchos escritores mordaces han pintado a Moctheuzoma un monstruo de voluptuosidad, la respetable pluma del español Herrera nos dice que era hombre templado. Introdujo además el Emperador un nuevo ceremonial político para ser tratado en la audiencia que daba. Nadie podía entrar en palacio para servirlo o tratarle de algún asunto sin descalzarse antes en la puerta, como si entrara en un santuario, ni podía hacerlo con vestido de gala, pues si se quedaban con él era poniéndolo debajo de alguno tosco u ordinario, en señal de humildad, menos sus parientes; capricho raro, pues que aun los más orgullosos monarcas de la tierra siempre han tenido por desprecio el que los que se les presentan no lo hagan con la decencia posible. Todos al entrar en la sala de audiencia, y antes de hablarle, hacían tres inclinaciones diciendo en la primera, Tlatoani: Señor; en la segunda, Notlatocatzin: Señor mío. En la tercera Hucitlatoani: Gran Señor. Hablaban con voz baja y con la cabeza inclinada exponían su asunto, y recibían la respuesta por   -244-   medio de un secretario que tenía al lado; pero con tanta humillación como si saliese de la boca de un oráculo.

Myladi. Esta conducta era demasiado chocante...

Doña Margarita. Sí, por cierto. Los mexicanos estaban en posesión de tratar a sus reyes con el respeto y decencia que la hacían compatible con aquella noble franqueza con que en sus felicitaciones se avanzaban a darles consejos, e inspirarles ciertas máximas morales para que acertasen a gobernarlos como ya hemos visto; de consiguiente, esta novedad no pudo dejar de herirlos en gran parte y tal orgullo lo pagó Moctheuzoma en los últimos días de su reinado, humillándose a los españoles que osaron aprisionarlo en su palacio, y después sus mismos mexicanos que lo denostaron con palabras injuriosas y lo insultaron en su desgracia aun después de muerto.

Al tratar el padre Clavijero de estas novedades introducidas en el ceremonial de palacio, describe el modo de tratarse Moctheuzoma en su vida privada. Comía -dice- en la misma sala en que daba audiencia. Servíale de mesa un gran almohadón y de silla un banco bajo128. La vajilla de uso diario era del barro fino de Cholula, la mantelería de algodón muy fina, blanca y limpísima. Ningún utensilio de mesa servía más que una vez, pues los regalaba a alguno de los nobles de su corte. Las copas en que le presentaban el chocolate, y las otras bebidas hechas con cacao, eran de oro o de conchas hermosas del mar, o ciertos vasos naturales curiosamente barnizados. Tenía platos de oro; pero sólo los usaba en el templo y en ciertas solemnidades.

Myladi. ¿Y cuáles eran los manjares más exquisitos de la mesa de Moctheuzoma? Déjeme usted hacerle esta pregunta propia de la curiosidad mujeril.

Doña Margarita. La pregunta es propia de la historia y para no demorarme en responderle a usted, creo debo remitirla al padre Sahagún, que le dará una completa idea de lo que desea saber; pues si mal no me acuerdo, en el tomo 2 trae un capítulo intitulado: «De las comidas que usaban los señores»129. Allí verá usted que la cocina de los mexicanos era bien abastecida y que los epulones podían ponerse, como dice un adagio,   -245-   de arrieros a revienta cinchas. El padre Clavijero nos asegura que los manjares de la mesa de este Monarca eran tantos y tan varios que los españoles que los vieron quedaron admirados. Cortés dice que llenaban el pavimento de una gran sala y que se presentaban a Moctheuzoma fuentes de toda especie de volatería, peces, frutas y legumbres. Llevaban la comida trescientos o cuatrocientos jóvenes nobles en bien ordenadas filas. Ponían los platos en la mesa antes que el Rey se sentase e inmediatamente se retiraban; y a fin de que no se enfríase la comida, cada plato tenía un braserillo debajo. El Monarca señalaba con una vara que tenía en la mano los platos que quería comer, y lo demás se distribuía entre los nobles que estaban en las antecámaras. Allí no había un maestre sala, ni un doctor Pedro Recia que le impidiese comer, como el que se presentó en la mesa del gobernador de Barataria que matase al soberano de hambre; Su Majestad comía lo que gustaba; pero siempre lo hacía con sobriedad. Antes de sentarse le ofrecían agua para lavarse las manos cuatro de sus mujeres las más hermosas de su palacio, que permanecían en pie todo el tiempo de la comida, juntamente con los principales ministros y el mayordomo. Luego que se sentaba a la mesa cerraba éste la puerta de la sala para que ninguno de los nobles le viese comer. Los ministros se mantenían a cierta distancia sin hablar, excepto cuando respondían a lo que Moctheuzoma les preguntaba. El mayordomo y las cuatro mujeres le servían los platos, y otras dos el pan de maíz o tortillas amasadas con huevos. Muchas veces se tocaban instrumentos músicos durante la comida; otras se divertía el Emperador con los dichos burlescos de los enanos o corcovados que los señores mexicanos mantenían por ostentación. Tenía gran placer en oírlos y decía que entre las burlas solían darle avisos importantes. Concluida la comida fumaba tabaco mezclado con ámbar en una pipa preciosamente barnizada, y con el humo conciliaba el sueño.

Después de haber dormido un poco daba audiencia, oía atentamente cuanto le decían, animaba a los que no se atrevían a hablarle y respondía por medio de sus ministros y secretarios a quienes daba el punto. Seguía a la audiencia un rato de música en que tenía placer oyendo cantar las acciones ilustres de sus antepasados. Otras veces se divertía en ver jugar ciertos juegos, como el que aún juegan nuestros indios y llaman el patolli. Cuando salía de casa iba en una litera abierta o andas en hombros de nobles, y bajo un espléndido dosel acompañábalo un séquito numeroso de cortesanos, y por   -246-   donde pasaba se detenían y bajaban los ojos; precedíanle tres nobles que alzaban las manos y llevaban en ellas unas varas de oro, insignias de la majestad con las que se anunciaba al pueblo la presencia del soberano, así como los lictores en Roma anunciaban la de los cónsules con sus fasces, que representaban la soberanía de la nación.

Myladi. ¿Qué hay de cierto en cuanto a los palacios de Moctheuzoma?

Doña Margarita. No me parecen exageradas las relaciones que nos han quedado de ellos, hechas por los conquistadores; porque aunque los derribaron así en la conquista de México como para aprovecharse de sus ruinas y edificar sus casas, las mismas ruinas dan testimonio de su antigua grandeza y magnificencia; obsérvense si no las enormes piedras que aún existen en el palacio que fue de los virreyes y las que sirven de umbral en las puertas de la iglesia de la Concepción, y de otras partes, y veremos comprobada esta verdad. El palacio de la ordinaria residencia de Moctheuzoma, que hoy es del Presidente de la República, era un vasto edificio -según Clavijero- de piedra y cal, con veinte puertas, que daban a la plaza y a las calles, tres grandes patios y en uno de ellos una hermosa fuente, muchas salas y más de cien piezas pequeñas. Algunos cuartos o cámaras tenían muros cubiertos de mármol o de otra hermosa piedra.

Myladi. ¿De mármol ha dicho usted?

Doña Margarita. El uso de esta piedra no era desconocida a los mexicanos, pues tenían como tenemos hoy canteras de muchas clases de que sacarlo, como lo acredita el ciprés del señor de Santa Teresa la antigua, sus altares laterales, y el de la Catedral de Puebla matizado de diversos colores como de rosa, veteado de negro y otros. Los españoles quisieron ocultar por mucho tiempo la existencia de jaspes y mármoles en esta América, y lograron persuadir al bajo pueblo que las columnas de jaspe que existen en el ciprés de México se habían traído de España por obsequio de los Reyes Católicos, lo cual desmiente el padre Vetancurt diciendo que se sacaron del pueblo de Tecali, jurisdicción de Tepeaca, obispado de Puebla, y las labraron los indios con arena130. Los techos del palacio eran de cedro, ciprés y de otras excelentes maderas bien trabajadas que ya no existen, porque las han acabado, y por uno u otro pedazo que hoy vemos y admiramos se conoce la proceridad de aquellos cedros, y cuidado que   -247-   los indios tuvieron en conservarlos131. Como el piadosísimo Hernán Cortés para dar a Moctheuzoma el cielo le quitó -comenzando por la vida- su imperio, sus palacios y cuanto tenía, y todo lo hizo suyo, sus enemigos, tan santos como el conquistador, le acusaron de que tenía cuarenta mil cedros en sus casas, sin reflexionar que esta madera era entonces en México tan común como la encina y roble en España. También había en el palacio habitaciones para los consejeros, ministros, etc., para alojar a los extranjeros ilustres y reyes aliados. El padre Sahagún da idea muy exacta de estas salas del palacio de México. A la primera, donde presidía Moctheuzoma para determinar los graves negocios, la llama tlacxitlan; a la segunda, que era la de la audiencia de las causas civiles donde se terminaban las causas de la gente popular, tecalco; a la tercera, donde se daba audiencia a la gente noble, la llama tecpilcalli: allí parece que fue sentenciado a morir apedreado de orden de Moctheuzoma por haber cometido adulterio, un gran principal llamado Vitznaoatlecamalacotl. De esta sala y de tales jueces hay mucha necesidad hoy en México, pues pocas casadas viven seguras en sus casas. A la sala del consejo de guerra llama tequioacacalli. A la en que residían los verdugos para ejecutar las sentencias llama achcauhcalli, es decir; que todo lo había dentro de casa. La en que se juntaban los maestros albañiles para hacer las obras públicas se llamaba tiachcaon; también se reunían en esta sala los cantores que venían del tepuchcalli o colegio, y allí formaban su escoleta de canto y baile, retirándose a su colegio como a las once de la noche. La sala o trox de maíz que había en palacio se llamaba petlacalco: en ella habitaba un   -248-   mayordomo que debía responder de las semillas destinadas para la provisión de México. En cada sala de este nombre había mil anegas de veinte años sin dañarse; secreto que ignoran hoy los labradores de México, menos los de Toluca, que lo atribuyen al temperamento. En otras salas se guardaban diversas semillas, sal gruesa, pepitas de calabaza, chile, etc. En la custodia de estas bodegas había hombres que habían cometido delitos leves. La sala de los mayordomos donde se reunían para llevar la cuenta de lo que recaudaban, y estaba a su cargo, se llamaba calpixcalli o texancalli. En este lugar se aposentaban los forasteros que venían a negocios con el Emperador y existían con salvoconducto del Monarca. La sala donde se reunían los cantores de México y Tlatelolco se llamaba mixcoalli, allí estaban a punto para cantar o bailar, según se les mandaba. Los bailes tenían diferentes trajes y máscaras, y de ellas se vestían según era el areito que se les mandaba ejecutar. La casa o sala donde los mayordomos cuidaban los cautivos, se llamaba malcalli. La en que habitaban los que tenían a su custodia todo género de aves se llamaba totocalli; aquí se reunían los oficiales herreros, los de plumajes, pintores, lapidarios y entalladores. Me he detenido en dar a ustedes idea de estos edificios que formaban parte del palacio, para que disipen las ideas que han esparcido los españoles para degradar a la nación mexicana. El conquistador anónimo, según el padre Clavijero, dice que habiendo estado cuatro veces en el palacio, y andado por él hasta cansarse, no pudo verlo todo. Tomemos nosotros aliento para continuar esta divertida relación mañana, y ustedes tengan muy buen día. A Dios, señores.




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Conversación vigesimaprima

Myladi. Ayer quedamos en el laberinto del palacio de Moctheuzoma y yo quiero que usted nos saque hoy de él.

Doña Margarita. Dese usted por salida; pero es menester que me acompañe a otras dos casas, una para las aves que no eran de rapiña, y otra para éstas, y para los cuadrúpedos   -249-   y reptiles. En la primera -dice el padre Clavijero- había muchas cámaras y corredores con columnas de mármol de una pieza. Estos corredores daban a un jardín, donde entre la frondosidad de los árboles se veían diez estanques, los unos de agua dulce para las aves acuátiles de río, y los otros de agua salada para las de mar.

Myladi. ¿Y de dónde se podía traer esa agua salada, distando el mar cerca de cien leguas de México?

Doña Margarita. Sin duda se suplía con la del piso de México que es harto salobre. Para que a ustedes no parezcan exageradas ni fabulosas esas relaciones, es preciso que sepan que son tomadas por el padre Clavijero de las que escribieron los mismos españoles, testigos presenciales de estas preciosidades, como el conquistador anónimo venido con Cortés; el mismo Cortés en su relación primera a Carlos V, página 160; López de Gomara, revisado por Chimalpain, y Torquemada, de consiguiente es preciso deponer toda sospecha de que esto sea una patraña para divertir niños.

Myladi. Esa prevención es oportuna y nuestra creencia será fundada. Siga usted, que ahora la escucharemos con doble placer.

Doña Margarita. En lo demás de la casa había tantas especies de pájaros que los españoles que los vieron quedaron maravillados, y no creían que faltaba ninguna de las especies que hay en la tierra. A cada una se subministraba el mismo alimento con que se nutría en su estado de libertad; ora de granos; ora de insectos. Sólo para los pájaros que vivían de peces se consumían diez canastas de éstos diarias, y trescientos hombres se empleaban en cuidar de aquellas aves, que además tenían médicos que curaban sus enfermedades. De dichos empleados unos buscaban lo que debía servir de alimento a las aves; otros lo distribuían; otros cuidaban los huevos y otros las desplumaban en la estación oportuna, pues además del placer que el Emperador tenía en ver allí reunida tanta muchedumbre de animales, se empleaban las plumas en los famosos mosaicos que hacían los mexicanos y en otros adornos: las plumas para ellos eran un artículo de riqueza. Las salas y cuartos de aquellas casas eran tan grandes que -según el conquistador anónimo- hubieran podido alojarse en ellas dos príncipes con sus comitivas. Una de ellas estaba situada en el lugar que ocupa hoy el convento de San Francisco.

La otra casa, destinada para las fieras, tenía un grande y hermoso patio, y estaba dividida en muchos departamentos. En uno de ellos estaban todas las aves de presa, desde   -250-   el águila real hasta el cernícalo, y de cada especie había muchos individuos. Éstos estaban distribuidos, según sus especies, en estancias subterráneas de más de siete pies de profundidad, y más de diez y siete de ancho y largo. La mitad de cada pieza estaba cubierta de petates, y además tenían estacas fijas en la pared para que pudieran dormir y defenderse de la lluvia132. La otra mitad estaba cubierta de una celosía con otras estacas para que pudiesen gozar del sol. Para mantener a estas aves se mataban cada día quinientos guajolotes. En el mismo edificio había muchas salas bajas con gran número de jaulas fuertes de madera, donde estaban encerrados los leones, tigres, lobos, coyotes, gatos monteses y todas las otras fieras, a las que se daban de comer ciervos, conejos, liebres, techiches y me estremezco al decirlo... los intestinos de los infelices hombres sacrificados. No puedo omitir la terrible descripción que en esta parte hace Chimalpain y que jamás he leído sin conmoverme133: «Era mucho de ver -dice- el bullicio de hombres que entraban y salían en esta casa, y que andaban curando las aves, animales y serpientes, y los españoles se holgaban de mirar tanta diversidad de ellas, tanta braveza de bestias fieras y el conocimiento de las ponzoñosas serpientes... pero no podían oír de buena gana los espantosos silbos de las culebras, los temerosos bramidos de los leones, los aullidos tristes de los lobos, ni los gemidos de las onzas y tigres, ni de los otros animales que daban en teniendo hambre, o acordándose de que estaban acorralados y no libres para ejecutar su saña; y certísimamente era de noche un traslado del infierno y morada del diablo. Daban a las culebras, y a sus compañeras por sustento de ellas, la sangre de personas muertas en sacrificio que chupasen y lamiesen, y aun como algunos cuentan, les echaban de la carne, que muy gentilmente la comen, a unos lagartos. Los españoles no vieron esto; pero sí vieron el suelo cuajado de sangre como un matadero, que hedía terriblemente y que temblaba si metían un palo».

Myladi. Efectivamente, es terrible descripción y un verdadero retrato del infierno.

Doña Margarita. Tal cuadro no había hecho en mi ánimo una impresión tan profunda como la que me causó la vista   -251-   de unas fieras traídas por unos extranjeros a esta ciudad. Hallábame allí a la sazón que iban a darles de comer, olieron la carne que aún no se les presentaba, comenzaron a rebullirse con una indecible inquietud en las jaulas queriendo romperlas; un hermoso león africano comenzó a sacudir sus guedejas, a estremecerse y a bramar terriblemente; hacía lo mismo el tigre, echáronle a éste una porción de carne que osó disputársela la tigre hembra, entonces se lanzó sobre ella y comenzó una lucha espantosísima acompañada de bramidos tales que tuve que salir huyendo, creyendo que aquellas fieras romperían la jaula y harían mucho estrago en los circunstantes. Jamás olvidaré esta escena, ni la recordaré sin asombro.

Myladi. Es horrorosa: presencié otra igualmente terrible en Londres hace poco, en el parque de las fieras del Rey.

Doña Margarita. Pues mayor en el orden moral será el que voy a referir del mismo Chimalpain: «En una sala -dice- de ciento y cincuenta pies de largo134 y cincuenta de ancho estaba una como capilla chapada de oro y plata, de gruesas planchas, con muchísima cantidad de perlas y piedras ágatas, cornelinas, esmeraldas, rubíes, topacios y otras suertes de piedras preciosas; estaba toda ella adornada y guarnecida, y es que en ella entraba Moctheuzoma a orar y hacer sus ritos con el demonio. Cuando Cortés le pidió oro a este Monarca, dijo que le placía dárselo y que fuesen algunos españoles con unos criados suyos a la casa de las aves, que era donde estaba el tesoro y riqueza suya; fueron allá muchos y vieron asaz oro135 en planchas, tejuelos, joyas y piezas labradas que estaban en una sala y dos recámaras que les abrieron, y espantados de tanta riqueza, no quisieron o no osaron tocarla sin que primero lo viese Cortés, y así lo llamaron y él fue, y con consentimiento del Rey tomolo y llevolo todo a su aposento... Esto es independiente del que descubrió en la casa donde estaba acuartelado, cuya puerta que estaba recién tapeada mandó abrir y después hizo cerrar»136. Al referiros este suceso, quisiera tener aquí presentes a los españoles con su caudillo para preguntarles: Miserables ¿por qué os habéis sobrecogido al ver tanta riqueza acumulada? ¿Por qué no osasteis tomarla? ¿No era éste el objeto de vuestros deseos? ¿Por conseguirla   -252-   no habéis aventurado vuestra existencia, lanzándoos en un océano desconocido, luchado mil veces con la muerte y con toda clase de peligros?... ¿Qué os detiene?... ¿Por qué titubeáis? Y tú, conquistador famoso, ¿sientes aquietarse ya tu corazón, dueño de esos tesoros por que tanto ansiabas? ¿No es verdad que tu espíritu no goza todavía de paz, y que tu vida en lo sucesivo no ha sido sino un continuado tormento de agitaciones, sobresaltos y remordimientos hasta expirar?... Y dichoso tú si los tuviste al tiempo de presentarte en el tribunal del Eterno.

Don Carlos. Muy oportunas y filosóficas serían esas preguntas; pero yo haría otras a los ministros de la reina Cristina y les diría: ¿Con qué cara exigís indemnizaciones por una conquista en la que no invirtieron vuestros soberanos ni un maravedí?

Myladi. Eso es querer que ustedes canten el alabado como los mexicanos pretendieron que se lo cantasen los cautivos de Atlixco que trajo Moctheuzoma a Huitzilopuchtli, cuando los traían a inmolar al templo.

Doña Margarita. Por ahí, por ahí. No solamente mantenía Moctheuzoma todas aquellas especies de animales que sus antecesores mantuvieron por ostentación, sino también los que por su naturaleza parecen exentos de la esclavitud como los lagartos y las culebras. Éstas, que eran de muchas especies, estaban en grandes vasijas y los lagartos en estanques rodeados de paredes. Había también otros muchos estanques para peces, de los cuales existe uno destruido en Chapultepec. No contento Moctheuzoma con haber reunido toda clase de animales, reunió también todos los hombres que, o por el color del cabello, o por el del pellejo, o por alguna otra deformidad, podían mirarse como rarezas de su especie; vanidad ciertamente provechosa, pues aseguraba la subsistencia a tantos miserables y los preservaba de los crueles insultos de los otros hombres. En todos los palacios tenía hermosísimos jardines, donde crecían las flores más preciosas, las yerbas más fragrantes y las plantas de que se hacía uso en la medicina. Tenía también bosques rodeados de tapias y llenos de animales, en cuya caza se solía divertir. Uno de estos bosques era una isla de la laguna, conocida actualmente con el nombre del Peñón.

Mister Jorge. No sé qué especie he oído de que Moctheuzoma era tan afecto a las flores que por haberle negado cierto régulo un árbol exquisito para sus jardines, le declaró e hizo una guerra cruel. ¿Qué hay en esto de verdad?

  -253-  

Doña Margarita. No han engañado a usted; el padre Torquemada refiere el pasaje137 que en substancia es como sigue: «En el segundo año del reinado de este Monarca, envió con un buen presente unos embajadores a la provincia de Tlachquiauhco -o sea Tlaxiaco en el departamento de Oaxaca- a Malinal, señor de ella, diciéndole que su tío el rey Ahuitzotl le dejó dicho que en sus jardines tenía un árbol llamado tlapalizquixóchitl de lindas y olorosas flores, el cual deseó tener en sus jardines, y por hallarse ocupado en asuntos graves no se lo había mandado pedir, y que poseído del mismo deseo Moctheuzoma le suplicaba se lo mandase ofreciendo pagárselo por el precio que quisiese; que el cacique altanero respondió negativamente con desprecio de Moctheuzoma, a quien desconocía por Emperador de México, y además le dijo otros insultos y esto motivó la guerra».

Myladi. ¿Y usted ha visto ese árbol tan precioso por el que se causó una guerra?

Doña Margarita. No señora; pero entiendo que es una especie de cacaloxóchitl -o plumeria rubia según la nomenclatura botánica de Lineo-. La guerra no fue por el árbol, fue por el desprecio con que se le trató a Moctheuzoma cuando lo solicitó. Lo mismo puede decirse del huitziltetetl que conocemos con el nombre de ojo de gato, que es una piedra que apreciaban mucho los mexicanos. Moctheuzoma se valió de unos mercaderes que iban a Quetzaltepec y Tututepec, a quienes previno que cuando llegasen a aquel pueblo le dijesen al cacique que tendría gusto en que le mandase algunas piedras de éstas; de hecho cumplieron con la orden: el cacique de Quetzaltepec les dijo que descansasen y que les daría la respuesta cuando se hubiese puesto de acuerdo con el de Tututepec; lo que resultó de esta consulta fue que cada cacique mataría en su pueblo a los enviados, es decir, la mitad uno y la otra mitad otro de los que en cada pueblo estuviesen; verificáronlo así con la mayor inhumanidad, arrojaron los cuerpos al río inmediato, levantaron un gran baluarte, se confederaron con otros pueblos, se convinieron en que en el punto de Quetzaltipan pondrían guarniciones, alternando en ellas los soldados de ambos régulos para impedir la entrada a todo mexicano, y de este modo declararon la guerra a Moctheuzoma. La cosa era seria, y tanto, que según Alvarado Tezozómoc veinte mil indios trabajaron en formar el baluarte de oposición que hicieron para resistir el ejército que intentara atacarlos.   -254-   Todo esto se ignoraba en México, hasta que al cabo de algunos días se presentaran allí por accidente unos comerciantes mexicanos, a quienes negaron la entrada, y éstos encontraron en las represas del río los cadáveres de sus compañeros muertos a palos, tomaron algunas de sus ropas y cabelleras, aunque podridas, con que comprobaron al Emperador la verdad del hecho que refirieron. A pesar de esto no les prestó asenso el Monarca, sino que nombró personas de su confianza que rectificasen el hecho, que regresaron afirmándolo. Con tales noticias, y con acuerdo de los reyes de la triple alianza, se puso un ejército en campaña reuniéndose en Xaltianquixco, que fue el punto de reunión, y Moctheuzoma tomó la vanguardia. Pasó el ejército en balsas, burló la vigilancia de las centinelas que guardaban el fuerte, avanzó el Emperador con suma rapidez, y por medio de estas operaciones logró subyugar aquellos pueblos que dieron justa causa para esta guerra, de la que entró triunfante en México como la vez pasada y guardando el mismo ceremonial de dar gracias en el templo.

Myladi. Ha saciado usted completamente nuestra curiosidad en esta parte.

Doña Margarita. Alégrome de ello y continuando mi relación digo: que de todas estas preciosidades dichas no se nos ha conservado más que Chapultepec, que los virreyes procuraron conservar para su recreo; y aun en estos últimos tiempos que... dizque llaman de ilustración, y en que se procura sólo con la boca apreciar nuestras antigüedades, no ha faltado bárbaro que haya pretendido... ¡me indigno al decirlo!, que se venda aquel hermosísimo sitio y entiendo que se habría verificado a no estar allí una fortaleza que le conviene al Gobierno conservar para contener desórdenes en caso de revolución, y hallarse en la falda de la montaña el ojo de agua que provee la mitad de la ciudad de México. Se ha intentado poner el jardín botánico y de esto no se ha hecho más que un ensayo, cuando si se formalizase este proyecto sería aquél el jardín botánico por excelencia de todo el mundo, pues allí se dan plantas de todos temperamentos y climas. Todo lo demás de nuestras antiguas bellezas ha sido destruido por los conquistadores y sus dignos hijos; ya por un celo indiscreto de la religión; ya por venganza; ya, en fin, por servirse de los materiales. Abandonaron -dice el padre Clavijero- el cultivo de los jardines reales, abatieron los bosques y redujeron a tal estado este infeliz país que hoy no se podría creer la opulencia de sus reyes... si no constase por el testimonio de los mismos que la aniquilaron, testimonio el más inequívoco   -255-   e irrecusable. Tanto los palacios como los otros sitios de recreo se tenían siempre con la mayor limpieza, aun aquéllos a que no iba Moctheuzoma, pues no había cosa en que tanto se esmerase como en el aseo de su persona, y de todo lo que le pertenecía. Bañábase cada día y para esto tenía baños en todos sus palacios. Cada día se mudaba cuatro veces de ropa y una misma no le servía dos veces, sino que la regalaba a los nobles y a los soldados que se distinguían en la guerra. Empleaba más de mil hombres en barrer las calles de la ciudad. En una de las casas reales había una grande armería donde se guardaban toda especie de armas ofensivas y defensivas, y las insignias y adornos militares usados en estos pueblos. En la construcción o arsenales de estos objetos empleaba un crecido número de operarios. Para otros trabajos tenía plateros, artífices de mosaico, escultores, pintores y había un distrito entero habitado por bailarines destinados a su diversión. Pocos príncipes en la tierra gozaron de mayores satisfacciones de la fortuna que éste... pero, ¡ah!, tampoco ha habido alguno que puede quejarse más de la inconstancia de esta deidad fabulosa como tal vez podré algún día mostraros. Sin embargo, indicaré algunos de los medios que el orden de los sucesos presentaron durante su reinado para ocasionar no sólo su ruina, sino la de todo el imperio. Éste tomó su incremento en el reinado de Ahuitzotl, que hizo a los tlaxcaltecas abrir los ojos y conocer la crítica posición en que se hallaban; reconcentráronse entonces cuidadosamente para no perder su libertad, conservando la paz que hasta entonces habían mantenido con las naciones vecinas; mas a pesar de estas prevenciones y recatos138, movidos de mortal envidia los huexotzincas, cholultecas y otras provincias sujetas a los tenuchas mexicanos, procuraron por astucias y maña impedir la contratación de los tlaxcaltecas por cuantas partes pudieron y que se redujesen a sus tierras. Para mover más y más a los mexicanos contra ellos les dijeron que los tlaxcaltecas se iban apoderando de varias provincias por medio del comercio, especialmente de las litorales del norte. Estas insinuaciones produjeron su efecto, porque apoderándose de ellas los mexicanos, redujeron a los tlaxcaltecas a su territorio y obstruyéndoles el comercio, los condenaron a la miseria. En tan lastimoso estado enviaron a la corte de   -256-   México sus embajadores para inquirir la causa porque se les había reducido a semejante situación, pues ellos por su parte no habían dado el menor sentimiento a los mexicanos. Respondióseles que el gran señor de México lo era de todo el mundo y los nacidos en él sus vasallos, y por tanto había resuelto sujetar por sus armas a los que no le quisiesen prestar obediencia hasta asolar sus ciudades y arrancarlas por los cimientos poblándolas de nuevas gentes, que procurasen tenerle por soberano, so pena de que si no lo hacían de grado, vendría sobre ellos con todas sus fuerzas. Entonces fue cuando los tlaxcaltecas dieron esta respuesta, que hasta hoy se escucha con dolor por los mexicanos, y que fue el anuncio de la ruina que se les preparaba para lo futuro: «Tlaxcala no os debe vasallaje, ni desde que salieron sus mayores de las siete cuevas han reconocido con tributo, ni pecho a ningún príncipe del mundo, porque siempre han conservado su libertad y como no acostumbrados a pagarlo, jamás os querrán obedecer, morirán antes que tal suceda. Entendemos que eso que les pedís procurarán pediros a vosotros y sobre ello derramarán más sangre que la que hicieron correr en la batalla de Poyauhtlan, pues los actuales tlaxcaltecas descienden de aquéllos»139. Extinguido todo comercio, estuvieron, puede decirse, los tlaxcaltecas cercados más de sesenta años, necesitando de todos los principales artículos de la vida, de lujo y de necesidad; no tenían algodón con que vestirse, ni oro ni plata con que adornarse, ni plumería verde, ni de otros colores para sus galas que tanto estimaban, ni cacao para beber, ni sal para comer; quedaron tan habituados a pasarse sin este artículo indispensable de la vida -y cuya falta produjo en la Florida, según dicen los historiadores de aquella provincia, el que muriesen prontamente los hombres y se corrompiesen muy luego- que a los cincuenta y cinco años de conquistado México por los españoles, no la sabían comer, ni se les daba nada pasarse sin ella140. A pesar de esto, la república de Tlaxcala siempre iba en aumento y su población se multiplicaba enormemente, porque a ella se venían a retraer y guarecer todos los quejosos y perseguidos, como lo hicieron   -257-   los xaltocamecas, otomíes y chalcas, a consecuencia de las revoluciones que tuvieron con los mexicanos; dábales allí tierras, sometíanse a contribuir con el canon de arrendamiento a sus señores y se obligaban a defender ciertos puntos de la línea contra los mexicanos; así es que a los otomíes se les confió la defensa de la gran muralla, por donde pasó Cortés, que la abandonaron, y luego los caciques de la señoría para congraciarse con él cuando los venció, le alegaron que los tlaxcaltecas jamás habían sido sus enemigos, sino los otomíes advenedizos, con quienes se había batido.

Myladi. Según eso, Tlaxcala fue un lugar de asilo para los descontentos.

Doña Margarita. Sin duda, como hoy lo son los Estados Unidos del Norte, guarida de muchísimos hombres perversos que no caben en la Europa por sus vicios y que extienden la desmoralización por este continente, donde el criminal queda sin castigo y el delito triunfa de las leyes. En los pequeños intervalos de paz, o llámese tregua, los mexicanos y texcocanos comerciaban furtiva y secretamente con los tlaxcaltecas, y los señores mandaban a sus amigos sal, cacao, mantas y otros efectos, como lo hacían los de esta capital con los insurgentes, durante la primera revolución; pero apenas pasaba este periodo cuando se renovaban las hostilidades y renacía la suma escasez de estos artículos. Desavenidos los tlaxcaltecas con los huexotzincas y chololtecas, de quienes eran vecinos inmediatos, y sometidos a Moctheuzoma -como después diré, porque los proveyó de semillas en el hambre que sufrieron, porque los de Tlaxcala les cegaron sus sementeras- no cesaban de excitar a Moctheuzoma a que les declarase abiertamente la guerra. Pocas excitaciones necesitaba este monarca, porque hallándose en paz, después de haber subyugado las provincias de la Mixteca y otras que se le habían sublevado, no conociendo ya límites su ambición, se decidió a hacer la guerra de una manera rápida para concluirla de un golpe. Un día -dice Alvarado Tezozómoc- hallándose rodeado de sus grandes les dijo: «Muy ociosos estamos... Yo quisiera probar ventura con nuestros enemigos». Todos le aprobaron el pensamiento, como lo hacen los aduladores de los reyes, sin contar para nada con la sangre de los pueblos, ni preveer los resultados y vicisitudes de la guerra. Citose a los reyes de Texcoco y Tacuba para que acudiesen con su contingente de tropas; mandáronse acopiar prontamente víveres para el ejército; el general Quauhnoctli recibió orden de hacer salir la gente de los cuatro barrios de México dentro de   -258-   otros tantos días, y que al cuarto del alba estuviesen cerca de Chalco, siendo el punto de reunión Atzitzihuacan.

Myladi. ¿Y por qué se dispuso esta campaña peligrosa tan ejecutivamente?

Doña Margarita. Es claro que para tomar descuidados a los tlaxcaltecas, y que la primera noticia que tuvieran de la expedición se las diera el ejército mexicano que se hallaría a sus puertas. Encomendose el ejército a Tlacahuepantzin, hijo primogénito de Moctheuzoma, esto indica lo grandioso de la empresa y hace creer que, presumiendo su padre que obtendría el triunfo, tal vez podría sucederle en el imperio. Como era aún joven se le dieron por principal jefe del ejército y segundos a los famosos capitanes Tlacatecatl, Tlacochcalcatl, Nezhuahuacatl, Acolnahuatl y Tecociahuacatl. Al despedirse Tlacahuepantzin del Emperador le dijo: «Toma las armas de mi padre Axayacatl y póntelas». Consistían en una divisa de oro, llamada teocuitlatontec, con una ave encima del tlanquechotl y una macana de muy ancha navaja. El joven general le dijo: «Creo, señor, que sea ésta la última vez que te vean mis ojos, mi voluntad es morir en la demanda». Mostró luego su ardor, pues fue el primero que llegó al campo y punto de reunión, y dijo a sus compañeros de armas: «Mañana es mi día; si me he hecho odioso en México, estoy en parte donde todo lo pagaré»; expresiones que indican que su ánimo estaba disgustado en la corte.

El autor del manuscrito da una idea completa de esta campaña y dice que ocurrió en 1502, es decir, a poco de haber tomado el mando Moctheuzoma, gobernando en la cabecera de Ocotelulco Maxizcatzin, en la de Titzatlan, Xicotencalt, en Quavistlan, Taohuayacatzin, y en Tepeticpac, Tlehuexoletzin. En Huexotzinco gobernaba Tecayhuatzin, el mayor enemigo de Tlaxcala, que pregonó la guerra a sangre y fuego contra esta república, convocó a los cholultecas que accedieron a su interpelación, tomando por instrumento el favor de los mexicanos. Algo más, intentaron sobornar a los del pueblo de Hueyolotlipan, que estaba en la frontera de México, y a todos los otomíes que guarnecían la línea. El plan formado era que atacando los mexicanos por todos los puntos simultáneamente, no sólo no peleasen a favor de los tlaxcaltecas, sino que en aquella sazón crítica se tornasen contra éstos; púsose en movimiento el oro y se hicieron grandes promesas a los otomís, mas no accedieron a semejante pretensión, sino que se mantuvieron fieles a la señoría de Tlaxcala. Según la relación del manuscrito, las fuerzas de Huexotzinco,   -259-   como más inmediatas a Tlaxcala, fueron las primeras que avanzaron sobre el territorio de la república, y haciendo el mayor daño posible a sangre y fuego llegaron al pueblo de Xiloxochitlan, distante una legua de la ciudad donde cometieron horrendas crueldades en las gentes que hallaron descuidadas, y mataron a Tizacatlatzin, que salió con alguna gente a la defensa; muerte que fue muy sentida, porque era persona principal y de mérito. Los tlaxcaltecas lograron rechazar a sus enemigos y los arrinconaron en lo alto de la Sierra Nevada; pero vinieron en su auxilio los mexicanos, los cuales hicieron su entrada por la parte de Tetela, Tochimilco y Quauhquechollan, acudiendo allí los de Izúcar y Chictla, que eran súbditos de Moctheuzoma. Para estorbar la entrada de los ejércitos del Emperador, los tlaxcaltecas los atacaron a retaguardia, y fue tan impetuosa su arremetida que los mexicanos sufrieron una derrota completa, quedando muerto Tlacahuepantzin en este ataque, regresando los de Tlaxcala a su ciudad cargados de despojos. Éste es un suceso muy principal de la historia y merece por lo mismo que nos detengamos en su relación, examinando la de Alvarado Tezozómoc que la detalla.

Myladi. Yo me intereso en oírla por el influjo que tendría en la ruina del imperio mexicano. Tezozómoc dice: «Que los mexicanos pelearon con mucho brío y rabia; pero que reforzados los tlaxcaltecas y cargando reciamente, los envolvieron, y que perecieron tantos que el número de muertos embarazaba a los vivos. Que Tlacahuepantzin, después de haber quitado la vida por su mano a más de veinte enemigos, rompió por lo más espeso de los escuadrones de éstos animando a los suyos, y viéndose muy pronto rodeado de tlaxcaltecas le tomaron vivo, a quienes dirigió la palabra diciéndoles: Por mí ya todo está concluido... ya me he divertido con vosotros, haced de mí lo que queráis. Que viéndolo sus soldados prisionero temieron que el Emperador los castigase y dijeron: Vamos a sacarlo, o a morir. Entraron de recio y oyeron que su general decía a los tlaxcaltecas: No me llevéis a vuestra ciudad, matadme aquí mismo. Despojáronlo al momento de sus vestidos y armas, y lo hicieron pedazos. Los que los seguían de los mexicanos mataron a dos capitanes tlaxcaltecas; pero como eran muchos, revolvieron sobre ellos y los mataron. Los principales jefes mexicanos perecieron en la acción, no menos que los de Texcoco y Tacuba; finalmente, no quedó pueblo ni familia de que no muriesen algunos, ascendiendo la pérdida de todos los ejércitos a más   -260-   de cuarenta mil hombres. Tal éxito tuvo una guerra emprendida por el orgullo de Moctheuzoma, poseído de vanagloria, y ansioso acrescentamiento de un poder que no necesitaba».

Mister Jorge. ¿Y qué hizo Su Majestad cuando supo tamaña desgracia?

Doña Margarita. En lo pronto se echó a llorar, prorrumpiendo en tristes lamentaciones; mas después volviéndose a su ministro y otros ancianos que con él se hallaban dijo: «¡Ah!, no murieron entre damas y regalos, ni entre vicios mundanos, sino como hombres esforzados con suave muerte en batalla florida, en campo de gloria y de nosotros deseada». Mandó luego a su ministro que hiciese salir a los sacerdotes y gente principal a recibir al ejército como si volviese triunfante. Así lo hicieron, pero en el rostro de aquellos soldados traían pintado el horror y desaliento. Venían cabizbajos, sin rodela ni adornos, no tocaban bocinas ni caracoles, ni atabales como en otros días de triunfo; sino que derramaban lágrimas con los que fueron a recibirlos a Xoloco. Presentáronse los jefes al ídolo Huitzilopuchtli y luego bajaron a saludar al Emperador, y éste mandó que los obsequiasen y fuesen vestidos de un color.

Mister Jorge. Yo noto que Moctheuzoma guardó en esta vez la misma conducta que en iguales casos observó el Senado de Roma: si por desgracia eran derrotados sus ejércitos, su empeño era... que no desesperase el pueblo de salvar la patria.

Doña Margarita. Sabida por todo el imperio la derrota del ejército, comenzaron a acudir de muchas partes a manifestar al Emperador su sentimiento, trayendo mantas ricas veteadas de negro sus labores141, y muchos presentaron esclavos que tenían en su servicio para inmolarlos por los difuntos; asimismo presentaron mantas para envolver la estatua del príncipe Tlacahuepantzin en las exequias funerales que deberían hacérsele. Efectivamente el Emperador se las decretó, no menos que por los demás capitanes muertos en la acción, y que se hiciese una gran tumba con cuatro estatuas de madera liviana, como corcho, que llaman tzompantli. Para darles la mejor configuración y semejanza con los originales, se llamaron los mejores estatuarios y pintores, así como para la construcción del sarcófago. Situose éste en el templo de Huitzilopuchtli; rodeáronlo de leña y en torno de él, al son del teponaxtli y atabales, los viejos con rodelas en las manos y bordones comenzaron a cantar el romance de la muerte. La estatua del infante se colocó en medio y las de los demás jefes al derredor. Dieron   -261-   fuego al túmulo rodeado de ocote seco y en la hoguera quemaron sus ropas, armas, divisas y joyas preciosas, hallándose presentes sus mujeres, hijos y parientes, que lloraban sin consuelo. Recogieron después los sacerdotes sus cenizas y las enterraron en el Tzompantitlan, detrás del mismo templo. Después los concurrentes al duelo pasaron a palacio a consolar a Moctheuzoma, hablando por todos Netzahualpilli, que procuró consolarle diciendo: «Que todos estaban contentos y descansados con el dios del sol, gozando dobles satisfacciones de las que acá tenían». Concluido este acto se retiraron todos a sus casas, como yo me retiro ahora a la mía, dejando a Moctheuzoma sumergido en el dolor, aunque ni yo ni ustedes tomamos parte en su pesar. A Dios.




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Conversación vigesimasegunda

Myladi. He meditado mucho sobre la conversación de ayer y deseo saber en qué quedó Moctheuzoma con los tlaxcaltecas, pues la pérdida de un hijo primogénito, y de un ejército tan numeroso, no me parece que pudiera dejarlo tranquilo y sin deseos de tomar una cruel venganza; tanto más cuanto que con tal desgracia menguaba mucho su reputación militar y su prestigio.

Doña Margarita. Esa reflexión fluye naturalmente de los hechos referidos y es bastante exacta. Moctheuzoma se decidió a volver a la carga y de hecho lo hizo; pero es mucho de extrañar que la relación de tan importante suceso la haya omitido el sabio Clavijero, aunque el autor del manuscrito la ha referido muy circunstanciadamente; yo estoy por ella y paso a referirla, porque es esencialísima en la historia de este príncipe y hace mucho honor al pueblo tlaxcalteca. He aquí cómo se refiere en substancia en dicho manuscrito, de cuyas palabras usaré alguna vez para que este suceso no se tenga por fabuloso: «Pasada -dice- esta acción tan sangrienta en el valle de Atlixco y muerto Tlacahuepantzin su general, hijo de Moctheuzoma, recibió este gran pesar y mostró mucho sentimiento,   -262-   por lo que determinó asolar y destruir de todo punto la provincia de Tlaxcala. Para esto mandó por todo su reino que sin ninguna piedad fuesen a destruir el señorío de los tlaxcaltecas, pues le tenían enojado, y que hasta entonces no los había querido destruir por tenerlos enjaulados como codornices, y también para que el ejercicio militar de la guerra no se olvidase, y porque oviese en qué se ejercitasen los hijos de los mexicanos, y también para tener cautivos qué sacrificar a sus dioses; mas que agora que le habían muerto a Tlacahuepantzin su hijo con atroz atrevimiento, su voluntad era destruir a Tlaxcala, porque no convenía que en el gobierno del mundo oviese más de una voluntad, un mando y un querer; y que estando Tlaxcala por conquistar, él no se tenía por señor universal del mundo. Por tanto, que todos a una hora y en un día señalado se entrasen por todas partes y fuesen destruidos a sangre y fuego».

Myladi. Paréceme que con expresiones tan claras no puede razonablemente dudarse de la repetición del ataque, y que si Moctheuzoma aseguraba que no había conquistado a Tlaxcala por tener una almáciga de prisioneros que sacrificar al dios de la guerra, decía lo que la zorra con las uvas, que no podía alcanzar por estar muy altas: No las quiero comer... no están maduras.

Doña Margarita. Todavía no está completa la relación, oígala usted: «Vista la voluntad del poderoso rey, envió sus capitanes por todo el circuito y redondez de Tlaxcala, y comenzando a entralles en un solo día por todas partes, fue tan grande la resistencia que hallaron los mexicanos que al cabo fueron huyendo desbaratados o heridos, con pérdida de muchas gentes y riqueza, que parece cosa imposible creerlo, y antes más parece patraña que verdad... mas está tan autorizado este negocio, y lo tienen por tan cierto, que ponen porque se juntaron tantas gentes y de tantas provincias y naciones, que me causan notable admiración. Halláronse por las partes del norte los zacatecas y tozapanecas, tetelaques, iztaquimaltecas y tzacuhtecas, y luego los tepeyaquenos y quechollaquenos, tecamachalcas, tecalpanecas, totomihuas, chololtecas, huexotzincas, texcocanos, aculhuaques, tenuchcas, mexicanos y chalcas. Finalmente, ciñeron todo el horizonte de la provincia de Tlaxcala para destruirla, y fue tal su ventura y dichosa suerte que, estando en sus deleites los tlaxcaltecas y pasatiempos, les llegó la nueva de esta tan grande entrada y cerco que Moctheuzoma les había hecho para tomallos acorralados, estando así seguros para acabarlos e   -263-   que no oviese más memoria de ellos en el mundo. Las fronteras142 de todas partes pelearon valerosísimamente, siguieron en el alcance a muchos enemigos, y para más fe de lo que había sucedido y ganado trajeron grandes despojos de la guerra que habían hecho, y muchos prisioneros tomados a poca costa, presentándolos a los señores de las cuatro cabeceras. Éstos, que entendieron haber ganado sus capitanes tan grande empresa sin que fuesen sabedores de ello, les hicieron grandes muestras casando a sus capitanes con sus propias hijas, y armaron caballeros a muchos de ellos para que fuesen estimados y tenidos por personas calificadas, como lo fueron de aliende en adelante. Los otomís que guardaban las fronteras, ganaron mucho crédito de fieles súbditos y amigos de la república de Tlaxcala. Habida tan gran victoria, hicieron en señal de alegrías muy grandes y solemnes fiestas, ofreciendo sacrificio a sus falsos dioses con increíbles ceremonias. Dende allí en adelante vivieron los tlaxcaltecas con más cuidado en sus fuertes con fosos y reparos, porque Moctheuzoma no volviese sobre ellos en algún tiempo y los sujetase, y ansí con esta continuación y vigilancia vivieron mucho tiempo hasta la venida de Cortés, procurando los mexicanos de sujetalles siempre, y ellos con ánimo invencible de resistirse como siempre lo hicieron».

Este trozo del manuscrito, en mi entender, quita toda duda de que los mexicanos hicieron sobre Tlaxcala segunda invasión, y también en ella fueron resistidos. Continuaron sin embargo las hostilidades entre los tlaxcaltecas contra los mexicanos y huexotzincas de una manera muy terrible, sirviendo éstos de auxiliares del ejército de Moctheuzoma, y también se hostilizaron los huexotzincas con los de Cholula, motivando esta guerra el deslinde de sus tierras respectivas. Yo no encuentro un orden cronológico en la relación que los historiadores han hecho de estos sucesos, más que en el padre Vetancurt, y para referirlos con alguna extensión me parece que debo seguir las huellas de Alvarado Tezozómoc, que escribió la vida del Emperador. Después los ajustaré al orden que presenta aquel autor, sin difundirme en algunos. Éste dice que después de hechos los funerales de Tlacahuepantzin, pasados dos meses, se recibió en México la noticia de la sublevación de los pueblos de Yanhuitlan y Zozola en la Mixteca, sobre cuyos acontecimientos y guerra que se les hizo podrán ustedes   -264-   ver cuanto se ha escrito en el Centzontli; memoria que sirve de suplemento a la estadística de Oaxaca143. Los pueblos de Huaquechula y Atzitzihuacan se quejaron a Moctheuzoma -dice Tezozómoc Alvarado- de que los de Huexotzinco y Atlixco les habían causado grandes daños en sus sementeras, e imploraron su protección. No se las negó, pues deseaba pretextos para hacerles la guerra. Convocó para esto a los régulos, y entre ellos se presentó el cacique de Tula que pidió por gasconada se le diese la vanguardia de los mexicanos; pero el mando del ejército se confió al general Cuauhtzolli. Presentose el ejército de los huexotzincas a la vista del de los mexicanos como si fuesen a entrar en un sarao: antes de comenzar la acción le echaron flores y comenzaron a sahumarlos. Rompieron la acción los tultecas, y luego su cacique se dejó ver ricamente vestido y, singularizándose por sus armas y vestidos, llamó la atención de sus enemigos que se lanzaron sobre él y le hicieron prisionero, y como muchos de los suyos se empeñaron en recobrarlo, he aquí comprometida la lid, en que sacaron la peor parte los de Tula; entonces la acción se hizo general con los mexicanos, que casi corrieron la misma suerte que los toltecas, pues murieron muchos y quedaron prisioneros Zezepatic y Tezcatlipuca, capitanes acreditados. Acorrieron entonces los chalcas y matlazincas -o dígase los toluqueños- en auxilio de los mexicanos; y, o sea por más valientes, o porque entraron de refresco, hicieron retirar a los huexotzincas y se terminó entonces la acción, por la que quedaron amigos los mexicanos y huexotzincas. Sabida esta noticia por Moctheuzoma, aunque hizo llanto por los mexicanos muertos que no bajaron de diez mil, y tres famosos capitanes, mandó que en celebridad de la terminación de la guerra fuese recibido con pompa y alegría el general Cuauhtzolli, y aun el mismo Emperador salió llevando una rodela en una mano, y en otra su macana como si fuese un bastón. Ordenó que se obsequiase a sus soldados y que al siguiente día se hiciesen solemnes funerales por los muertos en la campaña, a la que asistieron los principales de su corte, no menos que al sacrificio de muchos cautivos, en expiación de los difuntos que perecieron en la misma.

Myladi. Estas señales de aprecio que Moctheuzoma hacía   -265-   a sus generales, es imposible que dejara de alentarlos a servirle con el mayor esmero.

Doña Margarita. Concluido este acto, Moctheuzoma dije a los jefes que estaba acabado el nuevo templo de Coatepetl y diosa Centeotl, y para estrenarlo con sacrificios era necesario hacer la guerra a los de Tuctepec y Coatlan, para donde marchó el ejército. Efectivamente se les hizo a aquellos desgraciados pueblos, de los que se trajeron ochocientos prisioneros. A la celebración de este triunfo precedió la distribución de premios a los que más se habían distinguido en la guerra: repartiéronse entre ellos armas y divisas, y a los que habían hecho algunos prisioneros, y hubo una gran trasquila de cabellos con que se marcaron los que debían quedar reconocidos por tequihuaques, o valientes de acreditado valor, que podían adornarse con plumería rica.

Myladi. ¡Qué bueno sería que entre ustedes se adoptase esta clase de premios! ¡Qué lindas figuras se nos presentarían ahorrando a su erario muchas sumas de dinero, y esas otras condecoraciones que también lo cuestan!

Doña Margarita. Sus soldados, agradecidos a la trasquilada que habían llevado, lo proclamaron en el campo: Zamanahuaca Tlatoani...

Myladi. ¿Qué quiere decir eso?

Doña Margarita. No es nada lo del ojo... Emperador y Señor del mundo.

Myladi. ¡Poca idea tenían esos pobres hombres de lo grande que es el globo de la tierra!... Bien que no me hace fuerza, porque ¿cuántas de esas disparatadas proclamaciones se hacen hoy, no obstante que sabemos a poco más o menos la extensión del globo!

Doña Margarita. Serían las nueve del día cuando pusieron a los prisioneros en hileras en la plaza de Tzompantitlán, junto a la gran piedra cuauhxicalli o degolladero: los convidados se colocaron enfrente del ídolo. Presentose el Monarca ricamente vestido y embijado, cubierto con una manta que llaman teoxihuatl, con un calzado verde sembrado de esmeraldas, y lo mismo la corona. A su izquierda venía Zihuacóatl vestido de la misma manera por ser su segundo, primo del Monarca, y gobernador de México en sus ausencias. Llegaron luego los cuauhhuehueques o verdugos sacrificadores, armados con dos terribles navajones; tocaron luego los sacerdotes sus horrísonas cornetas y entre cinco o seis viejos arrebataron furiosos al primer cautivo, y comenzó aquella horrible matanza; acercáronse el Emperador y su segundo a ver   -266-   cómo les arrancaban los corazones: los sacrificadores corrían luego a meterlos humeantes en la boca del infame ídolo y después arrojaban los cadáveres por las trescientas sesenta gradas que tenía el templo. Otra vez he dicho a ustedes que en este solo día se inmolaron doscientos veinte infelices, acabándose tan horrible escena a las once de la noche, quedando el templo tan teñido de sangre que parecía un dosel carmesí. ¡Pobre humanidad! Concluida esta espantosa matanza pasó Moctheuzoma a una de las salas principales de palacio, donde hizo grandes obsequios a los convidados y los despidió para que se fuesen en secreto, como así lo hicieron y era costumbre.

Myladi. ¿Y qué clase de ídolo era ése que mereció tan abominables obsequios?

Doña Margarita. En la teogonía mexicana, según el padre Clavijero, tenía el mismo lugar que la diosa Cibeles o Madre de los dioses de los griegos, y por eso le llamaban los mexicanos nuestra abuela. Era -dice el padre Sahagún144- la diosa de las medicinas y yerbas medicinales, adorábanla los médicos, cirujanos y sangradores, las parteras y las que daban yerbas para abortar, no menos que los adivinos que decían la buena o mala ventura145 que habían de tener los niños según su nacimiento. También la adoraban los que tenían en sus casas baños o temazcalis, y ponían la imagen de esta diosa en la puerta de ellos; por tanto la llamaban Temazcalteci, o sea la abuela de los baños. Yo descubrí su estatua colosal de medio cuerpo formada de piedra que llaman Serpentina, la cual se halla hoy en el museo de la Universidad, y creo que al pie de esta estatua se hicieron los horribles sacrificios de que he hablado, pues la corporatura y materia de este ídolo así me lo persuaden, no menos que el lugar donde se halló, que fue en donde estaba el palacio de Axayacatl, donde se acuarteló Cortés y descubrió el tesoro del padre de Moctheuzoma146. Cuando se comenzó la fábrica de las casas en aquel lugar, presumí que se habían de hacer descubrimientos de antigüedades, y se lo previne al sobrestante de la obra, como a poco se verificó; lo avisé al Gobierno y éste ofreció comprar aquel monumento al convento de la Concepción;   -267-   pero la madre abadesa -doña María Josefa Travieso- lo cedió gustosa147, y que haría lo mismo con cuantos se descubriesen; presumo por el volumen de esta estatua y su pesantez que su templo estaría cerca de aquel lugar; tal vez lo ocuparía donde ahora está la iglesia de Santa Teresa, donde es adorado el prodigioso Cristo que en su renovación sufrió el triduo de la muerte; pues la cruz triunfó sobre las ruinas de la idolatría.

Myladi. ¿Y con qué motivo edificó Moctheuzoma este templo?

Doña Margarita. El padre Vetancurt satisface a esta pregunta diciendo148: «Que al cuarto año del reinado de este Príncipe fue tanta el hambre que hubo en México que las madres llegaron a comerse a sus hijos, y aunque abrió sus tesoros para socorrer la necesidad, no bastó este auxilio y así concedió licencia para que cada cual buscase alimento donde pudiese hallarlo. Que en este tiempo humeó el volcán de Popocatépetl por veinte días, y por tal causa pronosticaron que al siguiente año sería muy copiosa la cosecha de maíz, como se verificó; y Moctheuzoma, para implorar gracia de esta diosa, edificó este templo porque era la diosa de la abundancia».

Myladi. Usted nos ha referido varios hechos del reinado de Moctheuzoma; mas yo no me contento con saberlos saltuariamente, exijo que lo haga por un orden cronológico para formarme una idea exacta del gobierno de este emperador hasta la llegada de los españoles.

Doña Margarita. Probaré a hacerlo en el orden que señala dicho padre Vetancurt: «Empezó a reinar desde 15 de septiembre de 1502. Antes de su coronación marchó sobre los de Atlixco. Al segundo marchó su ejército sobre Malinalco a Tlaxiaco. Al tercero marchó el ejército sobre Tlaxcala. Al cuarto sobrevino el hambre que acabo de contar. Al quinto hizo un famoso acueducto, es decir, reparó el antiguo de Chapoltepec, trazado por Netzahualcóyotl, que después repararon los españoles y concluyeron la obra en 1774. Al sexto marchó una expedición contra los iztecas e Izcuintepec, cuya provincia asolaron los mexicanos y trajeron muchos cautivos. En este año se renovó el fuego del templo, y fue la última vez, de cuya función hablaré después. Al séptimo marchó el ejército contra los de Zolá o Zozola y Mictlán en el obispado de Oaxaca, y como en aquella sazón se rebelaron los de   -268-   Quauhquechola, el ejército marchó sobre ellos e hizo tres mil doscientos prisioneros que se sacrificaron en el templo de Zommolli, ubicado en Tlatelolco, incendiolo un rayo, se armó gran bulla con tal motivo, Moctheuzoma creyó que era alguna sublevación contra los mexicanos como la del rey Moquihuix, por lo que se indignó contra los tlatelolcas y los echó de su palacio; pero desengañado de su error los volvió a su gracia. Al octavo envió un ejército contra los de Huexotzinco, por el poco respeto que tuvieron al templo de Quetzalcóatl de Cholula, que era de la devoción de los reyes, y cautivaron setenta. Otro ejército fue contra los de Amatlán y en el camino tuvieron una tempestad de huracán, que arrancaba los árboles, y de nieve, que murieron algunos; los que quedaron pasaron a Amatlán, y en la guerra murieron muchos, y así volvieron pocos; y aunque no fueron vencidos, fueron los cautivos menos, de que quedó el Emperador desconsolado. Este mismo año apareció en el aire una columna de fuego que nacía del Oriente y llegaba hasta la mitad del cielo, y cuando salía el sol desaparecía».

Myladi. ¿Qué fundamentos puede tener la verdad de este fenómeno?

Doña Margarita. Que cuantos autores hay, así indígenas como españoles, lo refieren y tienen por un hecho incuestionable, consignado en sus pinturas e historias. Yo he solicitado saber si en la historia de los cometas de aquel año apareció alguno de enorme magnitud, y sé que no hay noticia. El pueblo se quejaba al ver aparecer esta columna, y por todas partes no se oían más que gritos y lamentos de los populares, presintiendo por esta señal alguna desgracia. Si algún día hablare a usted de la conquista, me extenderé sobre diversas señales que precedieron a ella con otras muchas. No obstante, diré algo sobre ésta por la conexión que tiene con la historia de Netzahualpilli, a quien hizo llamar Moctheuzoma para consultarle sobre este fenómeno como hombre que tenía conocimientos astronómicos. Tezozómoc dice que en una noche se dejó ver una nube muy blanca por el Oriente, la cual daba tanta claridad que parecía mediodía, aumentábase en razón de lo que iba subiendo y figuraba la imagen de un gigante que se elevaba majestuosamente. Uno de los centinelas del templo mayor observó este fenómeno y llamó a sus compañeros para que también lo observasen; diósele parte al día siguiente a Moctheuzoma, quien nada creyó y trató a los que se lo dijeron de soñolientos y borrachos; no obstante, se puso a observarlo por sí mismo y llamó a muchos de los tenidos   -269-   por nigromantes para consultarles, y nada supieron responderle, diciéndole que ellos nada habían observado; entonces mandó a su mayordomo Petlacalcatl que los encerrase en la cárcel y matase de hambre, so pena de que él sufriría la misma si por compasión les daba de comer. Ellos rogaban que les quitasen la vida prontamente por no sufrir semejante castigo. Moctheuzoma hizo llamar prontamente al rey de Texcoco149 y afectando dudar de la verdad de este metéoro le dijo: «¿Acaso vos sois el único que dudáis de él cuando todos lo han visto? Yo nada os había hablado de él, porque supuse que nada ignoraríais». Entonces le exhortó a que recibiese con resignación el golpe de la fortuna que le amagaba. «Yo nada he de ver -le añadió-, porque me voy a acostar, es decir, a morir. Ésta será la última vez que os hable; por tanto, os recomiendo mi casa y mi reino, y que a mis súbditos veáis como a vuestros propios hijos». Ambos príncipes comenzaron a llorar creyendo su pérdida inevitable y Moctheuzoma le decía: ¿Adónde iré yo? ¿Me volveré pájaro para ocultarme o habré de aguardar a que el cielo disponga de mí?». El padre Clavijero, conforme en todo con lo que Torquemada refiere, asegura que Netzahualpilli para rectificar la exactitud de sus predicciones, se convino con Moctheuzoma en que éste las creería siempre que aquél le ganase un partido al juego de pelota... Convinieron -dice- en que si el rey de México ganaba al de Acolhuacán, renunciaría a su interpretación y la creería falsa; y si ganaba éste, aquél la adoptaría por verdadera. Netzahualpilli quedó vencedor, no obstante que Moctheuzoma ya se lisonjeaba de ganárselo llevando dos rayas -iban a tres-, cuando su competidor no llevaba una. En pocas partes de la historia se conoce el candor y sencillez de este bendito padre como en este lugar, oigan ustedes cómo se explica: «Netzahualpilli dijo a Moctheuzoma que para que viese en cuánto estimaba su señorío -de Texcoco- se lo jugaría con solos tres gallipavos... Que Moctheuzoma aceptó el juego, no tanto por verse señor de un reino cuanto por certificarse de aquella verdad el que texcocano le certificaba. Fuéronse al juego de pelota y cada señor se puso a su parte, acompañado de los suyos, y según parece no iba más que   -270-   a tres rayas. Ganó Moctheuzoma primero dos, sin que el texcocano ganase ninguna, y dicen que lo hizo de intento Netzahualpilli, por darle aquel favor y contento a Moctheuzoma, el cual viéndose con dos rayas hechas y que no tenía ninguna el acúlhua, le dijo: "Paréceme, señor Netzahualpilli, que me veo ya señor de los aculhuas, como lo soy de los mexicanos"; a lo cual respondió Netzahualpilli: "Yo, Señor, os veo sin señorío, y que acaba en vos el reino mexicano, porque me da el corazón que han de venir otros que a vos, a mí y a todos nos quiten nuestros señoríos, y porque lo creáis así, pasemos adelante con el juego y lo veréis". Prosiguiéronle y por más que Moctheuzoma hizo, no le pudo ganar más raya, y el texcocano le ganó las tres; de que el mexicano quedó sumamente triste y lo mostró en el semblante de su cara. Sonaron luego las músicas a su usanza, que así lo acostumbraban hacer cuando jugaban los reyes, y como a victorioso fueron todos a dar el parabién a Netzahualpilli, el cual dijo a Moctheuzoma: "Señor, ya que gané los gallos, me pesa no haber perdido en esta ocasión el reino, porque entrando en vos era ganarlo, y en ganar gallos ahora creo que lo he de perder después, y lo he de entregar a gentes... que aunque se lo dé no me lo agradezcan150. Este hecho fue público en la corte y quizá por esta circunstancia abatió tanto el ánimo de Moctheuzoma, que desde entonces se melancolizó profundamente hasta el despecho. Apeló del dictamen de Netzahualpilli a un famoso agorero y porque le dijo lo mismo le mandó derribar la casa, bajo la cual pereció. A poco sucedió en Texcoco que una liebre corriendo del campo se metió en el palacio del Rey, y no paró -dice Torquemada- hasta llegar corriendo a lo más interior, y queriéndola matar sus criados, les dijo Netzahualpilli: Dejadla, no la matéis, que ésa dice la venida de otras gentes que se han de entrar por nuestras puertas, sin resistencia   -271-   de sus moradores151. ¡Tan convencido estaba de la invasión que amenazaba cuando hizo esta aplicación oportuna! De hecho, los españoles se entraron hasta lo más recóndito y no dejaron lugar de los palacios que no registrasen y se robasen, como os he dicho que hicieron en el palacio de Moctheuzoma, encontrándose el felicísimo hallazgo de los saquetes de piojos secos, que creyeron que fuera oro, aquel oro a quien sacrificaron todo.

Myladi. Es asombroso cuánto usted nos ha contado; pero en buena crítica díganos usted, ¿a qué causa deberemos atribuirle a Netzahualpilli la exactitud y puntualidad de sus profecías, ya naturales, ya sobrenaturales?

Doña Margarita. No es fácil dar una respuesta acertada. El padre Clavijero dice152: «Es imposible adivinar el primer origen de una opinión tan general; pero desde que en los siglos 15 y 16 los navegantes ayudados por la invención de la brújula empezaron a perder el miedo a la alta mar, y los europeos estimulados por la ambición y sed insaciable del oro, se habían familiarizado con los peligros del Océano... aquel maligno espíritu, enemigo capital del género humano, que no cesa de espiar en toda la tierra las acciones de los mortales... pudo fácilmente conjeturar los progresos marítimos de los pueblos de Oriente, el descubrimiento del Nuevo Mundo y una parte de los grandes sucesos que allí debían ocurrir... y no es inverosímil que los predijese a la nación consagrada a su culto para confirmar con la misma predicción del porvenir, la errónea persuasión de su pretendida divinidad». Juicioso me parece este modo de opinar, y muy apoyado en el suceso que en seguida refiere de la resurrección de la princesa Papantzin, en que todos están de acuerdo, como he dicho a ustedes otra vez. Pero si podemos recurrir a causas naturales y que están en el orden común, ¿para qué apelar a sobrenaturales? En once de octubre de 1492, descubrió Colón la isla del Salvador. En seguida de este descubrimiento comenzaron a venir expediciones de España sobre las Antillas; el tráfico del comercio marítimo se aumentó prodigiosamente por el mucho oro que se extraía para España de aquellas islas. En principios de julio de 1502, salió de la isla española la gran flota de veinte y ocho navíos que llevaba el grano de oro descubierto a las márgenes del río Ayna, y sobre el que comieron   -272-   un cochino asado los españoles -tal era su magnitud-, y mucho tesoro para España, y se dispersó y naufragó a vista del puerto. Pregunto: ¿No pudo llegar alguno de estos buques, o de otros del comercio a nuestras costas con indios de los muchos que llevaban siempre a España para el servicio de la marina, y dar razón a nuestros indígenas de Yucatán y Tabasco de la gente barbuda -pues con este carácter los denominaban los indios a los españoles cuando los esperaban-, y decirles que prontamente vendrían, pues buscaban el oro que aquí abundaba? ¿No sucedió este mismo naufragio tres meses antes de que fuese electo Moctheuzoma emperador de México? Sí; pues es probable que por este medio anunciasen los indios sabios, como lo era Netzahualpilli, la venida de los españoles. De otro modo, señores, no era posible que la vaticinase con tanta aseveración, como de un hecho que le constaba como el de la liebre que os he contado. Si esta profecía fuera como la del reparador del templo de Jerusalén, hecha quinientos años antes de su cumplimiento, yo la tendría por divina y maravillosa; pero pronosticar la venida de unos hombres que ya estaban en nuestro continente no tiene nada de prodigioso, ni debe atribuirse a causas sobrenaturales. Yo recurro a ellas cuando las naturales no me bastan, como no me bastaron para la vocación de Netzahualcóyotl al conocimiento de la unidad de Dios. Tal es mi opinión en la duda que ustedes me consultan.

Myladi. No la considero destituida de fundamento.

Doña Margarita. A pesar de estas predicciones, que sin duda creía Moctheuzoma, pues lo indicaba con su melancolía, y que veía conformes con las de sus mayores, por las que no opuso como debiera en tiempo resistencia a la entrada de los españoles; él continuó sus conquistas. En el año noveno de su imperio -dice Vetancurt- sujetó a sus armas a los icpatecas, trayendo tres mil ochocientos cautivos, ciento cuarenta de los de Malinaltepec, y de Izquixótitlan cuatrocientos. Entonces los mexicanos tuvieron guerra con los tlaxcaltecas y no pudiéndoles sujetar, volvieron sobre los huexotzincas en favor de los texcocanos, a cuyo rey habían puesto asechanzas y les hicieron algunos prisioneros. Los de Cuetaxtla en la costa de Veracruz se sublevaron en estos días y Moctheuzoma se abstuvo de castigarlos, aunque se negaron a pagarle tributo, porque dijeron que sus agoreros habían visto en un pozo una gente barbuda en caballos enjaezados, tras de los cuales iban los mexicanos cargados de huacales e instrumentos de servicio: creyeron por esta superchería que era llegado el   -273-   tiempo de no pagar tributo a México por ser concluida su dominación, y el Emperador aguardó saber el resultado de aquella visión y se abstuvo de castigarlos. Aparecieron en este año varios monstruos de extraordinaria configuración, cayó una columna de piedra junto al templo, hubo un grande terremoto, se anegaron los tuzpanecas en la costa del norte y fueron vencidos los de Xochitepec que se habían rebelado.

En el año décimo pretendió Moctheuzoma desenojar a sus dioses e hizo un edificio grande en el templo mayor; acrescentó sus cercados y salas, erigió otros templos menores, y como le pareciese pequeña la piedra de los sacrificios, hallándose una grande en Tenantitlan, junto a Coyoacán, la hizo labrar y entallar, y la trajeron con grande regocijo hasta cerca de San Antonio Abad, donde hoy está el rastro, y al pasar por el puente, aunque era de madera muy fuerte, se hundió, llevándose a un sacerdote que la incensaba y a otros muchos. El padre Vetancurt dice que la sacaron con harto trabajo, y dedicada en el templo de Huitzilopuchtli se hicieron con este motivo grandes fiestas con concurrencia de muchos señores, y se estrenó sacrificándose en ella doce mil y doscientos cautivos...

Myladi. Esa sí que puede llamarse con propiedad la piedra del escándalo.

Doña Margarita. Convengo en ello y añado que no sólo lo fue en lo moral, sino en lo histórico. Don Fernando Alvarado Tezozómoc niega este hecho; llama a esta piedra la piedra habladora, porque se oía claramente que decía: No me llevaréis, palabras que repitió muchas veces; dice que se hacía más y más pesada o remolona; que se rompieron muchas sogas o calabrotes con que era tirada; que sobre ella se hicieron muchos sacrificios de codornices, quemándosele copalli; que al llegar a Xoloco, dizque que dijo: «Hasta aquí ha de ser, y no más», y se hundió; que avisado Moctheuzoma de este suceso fue en persona a las doce del día a presenciar el buceo y la encontraron en Acolco Chalco en el mismo lugar donde se había labrado, y quitándola el papel de metl con que habían cubierto sus labores y en el que los sacerdotes habían pegado el copal blanco, se lo presentaron al Emperador diciéndole: Matadnos; señor; pero sabed que allí está la piedra misma labrada en su propio asiento y lugar donde la sacamos primero. El padre Clavijero coincide con la opinión referida de Vetancurt y aun casi lo copia en su relación153. Pero Alvarado Tezozómoc era indio, sabía la historia   -274-   de Moctheuzoma que escribió. El padre Sahagún en el libro 8, capítulo 1, página 270, refiriendo varias maravillas ocurridas en México que precedieron a la conquista, entre las que incluye la resurrección de Papantzin, que cree Clavijero, y tiene por incuestionable, dice: «En una casa grande donde se juntaban a cantar y bailar, una viga grande que estaba atravesada encima de la pared, cantó como una persona este cantar: Veya no queztepole vello mitotia atlantévetztoce, que quiere decir: "¡Ay de ti!, mi anca baila bien, que estarás en la agua"; lo cual aconteció cuando la fama de los españoles ya sonaba en esta tierra de México». Si esto es cierto, pudo serlo con más razón esotro. Aquí tenemos dos textos en la historia, que son el padre Torquemada, de quien tomó la noticia Vetancurt, y el padre Clavijero que fue el eco de ambos, y Alvarado Tezozómoc, a quien yo miro como auténtico. ¿A cuál de ellos estamos? ¿Preferiremos a un alienígena sobre el indígena? Creo que dicta la buena crítica estar por el segundo, porque escribía de los sucesos de su propia casa y de su propia nación, y escribió ex profeso la vida de Moctheuzoma. Por otra parte, el padre Sahagún, maestro en Tlatelolco del padre Torquemada, nos presenta un caso de naturaleza semejante, porque las mismas disposiciones tiene para cantar una viga que para hablar una piedra, o una burra como la de Balaán. Conque ustedes decídanse por estos principios, sin olvidar que el padre Sahagún vino a los ocho años de la conquista, trató con los testigos presenciales de aquella historia, consultó con ellos y en el espacio de más de cincuenta años que estuvo en México, no se ocupó mas que de instruir a los indios y escribir su historia. Yo os ministro datos para que os decidáis...

Por otra parte, son notorias las maravillas que obró aquí Dios para predisponer a estos pueblos a que recibiesen la doctrina evangélica, y ésta siempre se ha apoyado en milagros y maravillas. Yo pregunto: ¿De que se ejecutase ésta resultaba algún bien a la humanidad? Es claro que sí; el evitar no menos que se multiplicasen los sacrificios humanos, y se repitiesen menos actos de idolatría, que es el crimen más abominable para Dios, que la detesta, como se ve en los capítulos 13 y 14 del libro de la Sabiduría. Yo, señores, acaso pasaré en vuestro concepto por una mujer menguada y fanática, y me haré despreciable a vuestros ojos en un tiempo en que de todo se duda, aun de lo que se palpa; para sincerarme a vuestros ojos dejadme que lamente esta desgracia con las mismas palabras del sabio Masillon: «¡A qué extremo -dice- ha llegado hoy la falsa delicadeza del siglo   -275-   en orden a los sucesos que tienen señales de prodigios! Se deja para el simple pueblo la sencillez y el candor: la religión de los que se tienen por instruidos es una religión de especulaciones y dudas, y se hace gala de ser incrédulos, como si el reino de Dios se alcanzara con el discurso. No es mi intento dar aquí crédito a las supersticiones, ni autorizar todas las falsedades que el buen celo por falta de instrucción dejó introducir en los pasados siglos en la historia de los santos; pero me da lástima que, con pretexto de buen gusto y por costumbre a dudar de los hechos indiferentes, lleguen tarde o temprano a dudar de los necesarios». Creo bastante lo dicho para mi indemnización. En esta época se construyó el templo de Tlamatzinco y la casa de Quauhxicalli, a cuya fábrica vinieron los de Quauhquiahuac y Mixcohuatepetl; hízose en este tiempo la expedición contra el cacique Malinal, que pagó con la vida sacrificado entre los cautivos.

En el año undécimo fueron sojuzgados los yopitzincas, de los que fueron cautivados doscientos. En la expedición de Nopallan fueron prisioneros ciento cuarenta. En el año duodécimo se hizo guerra a los chichimecas de la Huaxteca. Al siguiente marcharon los mexicanos contra los de Cihuapohualoyan, que fueron asolados. En el año catorce se hizo la guerra a los de Cuexcomaixtlahuacan, que se escaparon, encastillándose en un cerro, y como éstos eran súbditos del rey de Texcoco mandó al año siguiente un ejército que los venció, y sujetó a los de Ixtlactlalocan. En esta campaña hubo una cosa particular, y fue que en ella hizo su aprendizaje Quauhtimotzin, sobrino de Moctheuzoma, que después fue su sucesor en el imperio y se señaló por su valor, sirviendo de voluntario en el ejército de Texcoco. En el año decimoquinto del reinado de Moctheuzoma ocurrió la muerte de Netzahualpilli, rey de Texcoco. Este grande acontecimiento exige que terminemos por ahora nuestra conversación para hablar de un príncipe, digno hijo de Netzahualcóyotl, y que tanta honra y fama dio al reino de Acolhuacán.

Myladi. Paréceme muy bien, y que nos retiremos, porque el norte sopla y los constipados y pulmonías abundan. A Dios, señores.



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Conversación vigesimatercia

Myladi. Tiempo ha que nada nos decía usted de Netzahualpilli, y yo deseo saber cómo concluyó su reinado.

Doña Margarita. Fue feliz, porque no tuvo más que seguir las huellas de su buen padre, que todo se le dejó hecho: debió a la fortuna un buen coadjutor durante su infancia y aunque su familia, envidiosa de su gloria, le suscitó persecuciones y armó trampas para destronarlo valiéndose de los huexotzincas, él tuvo valor y astucia para defenderse y burlar sus planes, como lo hemos visto. Precisado a seguir él de coalición con el imperio mexicano, necesitó franquear sus ejércitos para cooperar a las inicuas conquistas de Moctheuzoma, y aun acompañarlo en sus expediciones militares. Entre ambos monarcas no reinó la mejor armonía en lo secreto. Moctheuzoma lo veía como a un loco entregado al estudio de la astronomía; valíase de él cuando lo necesitaba, así como para trazar las obras que evitasen las inundaciones de México y consultarle sobre la adivinación de los fenómenos que se presentaban a su vista, y lo llenaban de pavura; ni era posible que combinaran dos caracteres opuestos, el del uno era el de un filósofo sencillo, y el del otro el de un monarca orgulloso, lleno de ambición y petulancia; cuando aquél se ocupaba en estudiar la naturaleza y el curso de los astros, el otro sólo meditaba conquistas y se ocupaba de gravar a sus pueblos para llenar su tesoro de riquezas. Aquél reprobaba en el fondo de su corazón el culto sanguinario, y éste no procuraba sino propagarlo y llenar de víctimas los templos de sus dioses. La repugnancia del uno con el otro se dejó ver principalmente en las expediciones militares, en que no permitía Moctheuzoma que Netzahualpilli se campase con él, ni se reuniese en un mismo cuartel; mas el rompimiento parece que se mostró a toda luz luego que Moctheuzoma fue desairado por un disgusto doméstico ocurrido entre las Familias Reales de México y Texcoco; fue el caso. Había dado una ley, por la cual prohibía bajo pena de muerte que se dijesen palabras   -277-   indecentes: violola su querido hijo Huexotzincatzin, primero que tuvo de su mujer Xocotzin, pues éste dijo algunas palabras licenciosas a una concubina. Súpolo el Rey por una de éstas y preguntole si el lance había ocurrido a presencia de otras personas, y como se le dijese que sí, pues había pasado delante de los ayos del Príncipe, se retiró a un aposento destinado para las épocas de luto. Allí hizo comparecer a los ayos para examinarlos, y temerosos de ocultarle la verdad porque los castigaría, se la confesaron claramente; mas también procuraron excusar al niño. Dijéronle que ni sabía lo que había hablado, ni tampoco las expresiones habían sido inhonestas. Mandó, sin embargo, que se le arrestase y en el mismo día pronunció contra él la sentencia de muerte. Consternose toda la corte con semejante novedad; intercedió la nobleza con lágrimas; hizo lo mismo Xocotzin, madre del Príncipe; pero no pudo recabar la revocación de la pena, ni aun llevando consigo otros hijos, que también imploraron su piedad. Entonces la Reina, destrozado su corazón de pena, y destituida de esperanza de optar la gracia, no oyendo de la boca de su esposo más que estas palabras: «Mi hijo ha violado la Ley; si lo perdono dirán mis súbditos que las leyes no son para todos. Sepan todos mis vasallos que a ninguno de ellos será perdonada la transgresión, puesto que la castigo en el hijo que más amo...».

Myladi. ¡Vive Dios que fue una severidad terrible! ¿Y qué hizo entonces esa malhadada esposa?

Doña Margarita. «Ya que por tan ligera causa -le dijo- arrojáis de vuestro corazón los sentimientos de padre y de esposo, y queréis ser el verdugo de tu hijo, consumad la obra, dame también a mí la muerte y a estos niños que te he dado». Oyendo entonces el Rey este reproche, con grave aspecto la mandó que se retirase, puesto que ya no había remedio. Fuese la Reina a su aposento, donde con sus damas y personas que le acompañaban se entregó a todo el exceso de su dolor. Entretanto los ministros encargados del suplicio de Huexotzincatzin lo iban difiriendo para dar tiempo a que se calmase el celo de la justicia, y el amor paterno diese lugar a la clemencia; pero penetrando su intención Netzahualpilli, mandó ejecutar la sentencia sin pérdida de tiempo, como se verificó con general descontento de los pueblos y gravísimo disgusto de Moctheuzoma, no sólo por el parentesco que tenía con el Príncipe, sino por el desprecio con que el Rey había mirado su interposición. Muerto este desgraciado niño, se encerró su padre por cuarenta días en una sala, sin dejarse ver de nadie,   -278-   para entregarse sin reserva a su pesadumbre, y mandó tapiar las puertas de la habitación del Príncipe para apartar de sus ojos cuanto pudiese recordarle tamaña desventura.

Myladi. ¿Qué juicio forma usted de ese hecho, señorita?

Doña Margarita. No seas nimiamente justo, ha dicho Dios y el derecho añade: El sumo derecho es suma injusticia154. Es cierto que las leyes se hacen para todos, y que desde el monarca hasta el pastor deben observarlas, comenzando por los soberanos, pues la fuerza de las leyes está en la observancia de los reyes; pero si este joven transgresor, por razón de su corta edad y malicia, no tenía el conocimiento necesario de la perversidad y malicia de la acción, ni de sus consecuencias, entiendo que debió tratársele con clemencia. Desengáñese usted, los juicios domésticos son muy terribles, así como la tiranía doméstica es muy más cruel que la civil y pública. En ellos ejecuta la mano lo que piensa la cabeza. Yo me estremezco cuando considero a un rey que hace justicia en su casa; porque o la hace por su propio dictamen, o por la de su Consejo, que pocas veces deja de adoptar su opinión por complacerlo; esto es muy raro, y tanto que apenas se hace creíble que el honrado Consejo de Castilla hubiese absuelto a Fernando VII, cuando llevó su padre a él la causa que le formó por las sugestiones del valido Godoy y de María Luisa su madre. Aún me estremezco cuando leo el fallo que dio Felipe II con el Consejo de la Inquisición contra el príncipe don Carlos su hijo, y me indigno cuando le veo llorar y levantar los ojos al cielo al tiempo de firmar su sentencia... Allí hubo un rejuego de pasiones y de intrigas de un palacio, harto vergonzosas, cubiertas con la égida de la religión. No habría quizás nada de esto en el caso que hablamos; no soy capaz de deturpar el mérito de un rey reconocido generalmente por el modelo de los reyes virtuosos. ¿Pero no era hombre? ¿No había concubinas en su palacio? ¿No pudo haber celos y rivalidades?

Myladi. Claro es que sí.

Doña Margarita. Pues con tales antecedentes dude usted mucho de la justicia de su fallo. Tal es mi opinión. Esta severidad -dice el padre Clavijero- en el castigo de los culpables estaba contrapesada por la compasión que le inspiraban las desgracias de sus súbditos. Había en su palacio una ventana que daba a la plaza del mercado, y estaba cubierta con una celosía; desde la cual miraba sin ser visto lo que allí ocurría,   -279-   y cuando notaba que alguna mujer iba mal vestida la mandaba llamar, se informaba de su vida y necesidades, y la proveía de todo lo necesario para ella y para sus hijos, si los tenía. Daba todos los días limosna en su palacio a huérfanos y enfermos. Había en Texcoco un hospital para los que habían quedado inválidos en la guerra, donde a expensas del Monarca se mantenían los enfermos y estropeados, según su condición, y muchas veces él mismo los visitaba; de este modo gastaba una parte de sus rentas. Su ingenio ha sido muy celebrado por los historiadores mexicanos, a par que sus virtudes: cuando se mienta a este Monarca se ve brillar el gozo en el semblante de los texcocanos, y enorgullecerse con haber poseído un príncipe que trae en pos de sí la admiración de más de tres siglos, la gratitud y las ideas correlativas de virtuoso, valiente e ilustrado.

Myladi. ¿Y no nos ha quedado alguna pieza de literatura de este sabio príncipe?

Doña Margarita. No sé de ninguna. De su padre ya he referido a ustedes la «Oda del árbol»155, y registrando mis papeles después de habérselas relatado, me encontré en las Tardes americanas la de la flor, que sentí no haberla tenido presente para recitárselas, que es no menos hermosa.

Myladi. ¿Conque son dos composiciones diversas?

Doña Margarita. Sí señora, y aun entonces lo dije. Porque como los indios estudiaban en el libro de la naturaleza, sus objetos eran asunto de sus conversaciones y cantos.

Myladi. Pues yo suplico a usted me la refiera ahora, aunque hagamos una digresión en nuestra historia; todo conducirá a nuestro aprovechamiento y a formar ideas justas de la literatura antigua de este pueblo.

Doña Margarita. Me place, dice así: «Son las caducas pompas del mundo como los verdes sauces, que por mucho que anhelen a la duración, al fin un inopinado fuego los consume, una cortante hacha los destroza, un cierzo los derriba, y la avanzada edad y decrepitud los agobia y entristece.

Siguen las púrpuras, las propiedades de la rosa en el color y la suerte. Dura la hermosura de éstas en tanto que sus castos botones avaros recogen y conservan aquellas porciones que cuaja en ricas perlas la aurora, y económica deshace y derrite en líquidos rocíos; pero apenas el padre de los vivientes dirige sobre ellas el más ligero rayo de sus luces, les despoja su belleza y lozanía, haciendo que pierdan por marchitas   -280-   la encendida y purpúrea color con que agradablemente ufanas se vestían. En breves períodos cuentan las deleitosas repúblicas de las flores sus reinados; porque las que por la mañana ostentan soberbiamente engreídas la vanidad y el poder, por la tarde lloran la triste caída de su trono, y los repetidos parasismos que las impelen al desmayo, la muerte y el sepulcro.

Todas las cosas de la tierra tienen término, porque en la más festiva carrera de su engreimiento y bizarría, calman sus alientos, caen y se despeñan para la fosa. Toda la redondez de la tierra es un sepulcro: no hay cosa que sustente que con título de piedad no la esconda y entierre. Corren los ríos, los arroyos, las fuentes y las aguas, y ningunas retroceden para sus alegres nacimientos: aceléranse con ansia para los vastos dominios de Tluloca -Neptuno-, y cuanto más se arriman a sus dilatadas márgenes tanto más van labrando las melancólicas urnas para sepultarse. Lo que fue ayer no es hoy, ni lo de hoy se afianza que será mañana. Llenas están las bóvedas de pestilentes polvos, que antes eran huesos, cadáveres y cuerpos con alma, ocupando los tronos, autorizando los doseles, presidiendo las asambleas, gobernando ejércitos, conquistando provincias, poseyendo tesoros, arrastrando cultos, lisonjeándose con el fausto, la majestad, la fortuna, el poder y la dominación.

Pasaron estas glorias como el pavoroso humo que vomita y sale del infernal fuego de Popocatépetl, sin otros monumentos que recuerden su existencia en las toscas pieles en que se escriben... ¡Ah!... ¡ah!... si yo os introdujera en los obscuros senos de esos panteones y os preguntara que cuáles eran los huesos del poderoso Achalchiutlanetzin, primer caudillo de los antiguos tultecas; de Necaxecmitl, reverente cultor de los dioses; si os preguntara dónde está la incomparable belleza de la gloriosa emperatriz Xiuhtzatl, y por el pacífico Topiltzin, último monarca del infeliz reino tolteca...; si os preguntara que cuáles eran las sagradas cenizas de nuestro primer padre Xólotl, las del munificentísimo Nopaltzin, las del generoso Tloltzin, y aun por los calientes carbones de mi glorioso inmortal, aunque infeliz y desventurado padre Ixtlilxóchitl...; si así os fuera preguntando por todos nuestros augustos padres y progenitores, ¿qué me responderíais?... Lo mismo que yo respondiera: Indipohdi... indipohdi. Nada sé, nada sé; porque los primeros y últimos están confundidos con el barro: lo que fue de ellos ha de ser de nosotros y de los que nos sucediesen. Anhelemos, pues, invictísimos príncipes, capitanes   -281-   esforzados, fieles amigos y súbditos leales, aspiremos al cielo, que allí todo es eterno y nada se corrompe. El horror del sepulcro es lisonjera cuna para él, y las funestas sombras, brillantes luces para los astros. No hay quien tenga poder para inmutar esas celestes láminas; porque como inmediatamente sirven para la inmensa grandeza del autor, hacen que hoy vean nuestros ojos lo mismo que registró la edad pretérita, y registrará nuestra posteridad».

Mister Jorge. Paréceme magnífica, aunque su lenguaje es más afiligranado y pulido que la del árbol; pero sus conceptos son bellos.

Myladi. Bien puede servir esta oda de punto de meditación para un ascético, y a fe mía que podría sacar de ella mucho fruto.

Doña Margarita. Sí señora, Dios habla incesantemente al corazón con todos los objetos que nos presenta a la vista, sean de cualesquier género o especie. Es a la vez un director, y a la vez un fiscal, que nos acusará de no haber meditado sobre las obras maravillosas de sus manos, para llamarnos así y atraernos suavemente a su amor, sin violentar nuestra voluntad. Criola con disposición para amar todo lo bueno, y por medio de esta aptitud deja salvo el libre albedrío. ¡Qué economía tan admirable, digna de Dios!, notándola los teólogos, manifiestan la compatibilidad de la gracia con el libre albedrío, o libertad del hombre. Con Netzahualpilli se acabó la gloria de los reyes chichimecas.

Myladi. ¿Y por qué?

Doña Margarita. Porque no nombró sucesor a su reino, sino que sintiéndose próximo a morir, llamó a los primeros señores de su reino y les dijo que no hallándose en disposición de gobernar, quería retirarse a sus jardines y recreaciones a dar un poco de vado a sus cuidados, y que en su lugar gobernasen dos deudos suyos inmediatos, a quienes delegó el mando y allí nombró. Mandó asimismo que ninguno de sus hijos saliese de la ciudad, sino que permaneciesen en ella aguardando sus órdenes. Fuese luego a Tezcutzinco donde tenía un gran jardín de recreación, llevándose en su servicio personas de su mayor confianza, a Xocotzin su mujer, madre de Cohuanacotzin y de Ixtlilxóchitl, que era la más querida, y otras tres o cuatro mujeres, que serían para que lo asistiesen, y no consintió que otra persona fuese a esta retirada que hacía.

De esta casa de recreación salía cada día a caza, y se   -282-   entretuvo en este tiempo por espacio de seis meses, y de noche comunicaba con una tertulia de astrónomos los movimientos de los astros que observaba. Pasado este tiempo -dice el padre Torquemada156-, se volvió a Texcoco y mandó a la reina Xocotzin que con sus hijos se recogiese al palacio de Tecpilpan, y esto lo hizo por dejarla, pues ya no trataba de otra cosa; pasados algunos días se entró muy secretamente, pero tan oculto en su palacio que, aunque preguntaban por él, a nadie daban razón los porteros. A poco que pasó esto, deseosas sus mujeres e hijos de verlo, instaron mucho a sus porteros para saber del Rey; mas algunos señores viejos, que con él se habían quedado, dijeron que era muerto y sólo mostraron una figura que representaba un cuerpo, que tenían puesto en su trono real, y aunque esta vista causó mucha turbación a los circunstantes, dijeron aquellos señores que del hecho ellos no tenían culpa alguna, porque su señor les había mandado callar y encubrir su muerte; añadiendo que les había prevenido no se divulgase su fallecimiento por grandes inconvenientes que había, y como le tenían por sabio, creyeron que así convendría hacerse como lo mandaba, y por esto quemaron su cuerpo sin pompa ni majestad. Añade Torquemada que aquella figura o estafermo se quemó tan fácilmente como si hubiera sido de trapos o paja. Todo esto lo califica este autor de fábula y patraña, y yo creo lo mismo.

Myladi. En conclusión, yo digo que este rey no supo morir, pues dejó expuesto su reino a muchas revoluciones y disputas entre sus hijos, que se creerían con derecho a la sucesión del trono.

Doña Margarita. Piensa usted con juicio, y así se verificó puntualmente. El sabio padre Clavijero157 nos las detalla con aquel buen criterio y finura con que se explica en todas sus relaciones; dice en substancia que estando seguro este Consejo Supremo del Rey de su fallecimiento, se creyó obligado a elegir un sucesor a ejemplo de los mexicanos. Reunidos sus vocales y comenzando a discutir el más anciano, después de ponderar los perjuicios que se seguirían de diferir la resolución en punto tan grave, dijo que su opinión era que la sucesión al trono pertenecía a Cacamatzin, pues además de la prudencia de que estaba dotado y valor, era el primogénito de la primera princesa mexicana, esposa de Netzahualpilli. Los demás consejeros se adhirieron a este dictamen   -283-   que parecía tan justo y provenía de persona tan respetable. Los príncipes, que aguardaban en una sala inmediata la resolución del Consejo, recibieron la invitación de entrar para saber la noticia de su resultado. Habiendo entrado se dio el principal asiento a Cacamatzin, joven de veinte años, y a sus lados se sentaron sus hermanos Coanacotzin que era de veinte, e Ixtlilxóchitl de diez y nueve. Levantose el anciano que había tomado la palabra y declaró la decisión del Consejo, a la cual se había sometido de antemano toda la nación. Ixtlilxóchitl que era un joven ambicioso y emprendedor, se opuso diciendo que si el Rey hubiera muerto, en verdad habría nombrado sucesor; que el no haberlo hecho era señal segura de que aún vivía, y existiendo era un atentado en sus súbditos nombrarle sucesor. Los consejeros no le contradijeron por entonces, conociendo su índole dura, y sólo rogaron a Coanacotzin que dijera su parecer. Éste alabó y confirmó con su opinión la resolución del Consejo, y mostró los inconvenientes que se seguirían de diferir su ejecución. Ixtlilxóchitl se le opuso, lo trató de ligero e inconsiderado, porque abrazando aquel partido favorecía los designios de Moctheuzoma que era muy amigo de Cacamatzin, y procuraba colocarlo en el trono para tener en él un rey de cera y amoldarlo a su arbitrio. «No es prudente -dijo Coanacotzin- oponerse a una resolución tan sabia como justa. ¿No ves que aun cuando no fuese rey Cacamatzin, la corona me pertenecía a mí y no a ti?». «Es cierto -respondió Ixtlilxóchitl- que si en este negocio no se atiende a otro derecho que al de la edad, la corona se debe a Cacamatzin y a ti por su falta; pero si se prefiere, como es justo, el valor, a mí solo me corresponde». Los consejeros entonces, por impedir cuestiones y conociendo que la cólera se iba encendiendo en los príncipes, levantaron prudentemente la sesión. Entonces fueron los príncipes a continuar el debate a presencia de la reina Xocotzin, y Cacamatzin, acompañado de muchos nobles, pasó inmediatamente a México y dio cuenta de lo que había pasado a Moctheuzoma. Éste, que además del amor que le tenía -o a lo menos aparentaba-, conocía la legitimidad de sus derechos, sancionados además por el consentimiento de la nación, le aconsejó que antes de todo pusiese en salvo el tesoro real y le prometió interponer su mediación con el hermano, empleando la fuerza en su favor en caso de que nada consiguiese con las negociaciones. Cuando Ixtlilxóchitl supo la salida de su hermano para México previó sus consecuencias, y se marchó con sus partidarios a los estados que sus ayos poseían en la sierra   -284-   de Mextitlán. Coanacotzin avisó a Cacamatzin de esta novedad para que sin tardanza volviese a Texcoco y se aprovechase de tan oportuna ocasión para coronarse, como de hecho tomó este Consejo, y pasó a Texcoco en compañía de Cuitlahuatzin hermano del emperador Moctheuzoma y de muchos nobles mexicanos. Iba de comisionado del Emperador a darlo a reconocer por soberano legítimo de Aculhuacán, y para este objeto lo presentó a la nobleza texcocana: aceptolo quedando señalado el día para la solemnidad de la coronación, que fue preciso suspender, porque se supo que con el objeto de impedirla bajaba Ixtlilxóchitl con un ejército numeroso de Mextitlán.

Myladi. Malo, ¡y muy malo! Este asunto se enreda, se pone en pleito, Moctheuzoma promedia... protección de león a cordero... Me pasa por las narices que Cacamatzin se queda sin trono como yo me quedé sin madre.

Doña Margarita. Algo de ello; oiga usted el desenlace de este drama, aunque no lo verá en su totalidad porque es de otra época. Ixtlilxóchitl al llegar a Mextitlán convocó a todos los señores de los pueblos de aquellas grandes montañas, y les dio parte de su designio de oponerse a su hermano Cacamatzin, protestando su celo por el honor y libertad de la nación chichimeca y aculhua. Díjoles que era una cosa indigna y peligrosa someterse a un rey tan flexible a la voluntad de Moctheuzoma; que los mexicanos, olvidados de cuanto debían a los aculhuas, querían aumentar sus usurpaciones con la del reino de Texcoco; que él por su parte estaba resuelto a emplear todo el valor que Dios le había dado en defender su patria de la tiranía de Moctheuzoma. Con estas razones -que a juicio del padre Clavijero le sugerirían sus ayos- enardeció de tal manera los ánimos de aquellos caciques que todos ellos ofrecieron ayudarle con sus fuerzas; y efectivamente, levantaron tantas tropas que cuando Ixtlilxóchitl bajó de la montaña su ejército, dicen que llegaba a cien mil hombres. Por donde pasaba era bien recibido; ora sea por miedo, o por inclinación a favorecer sus designios. Desde Tepepolco mandó una embajada a los de Otumba para que lo obedeciesen como a rey; mas ellos respondieron que no lo reconocían por tal, sino a Cacamatzin; irritado con tal respuesta marchó contra aquella ciudad, saliéronle al encuentro sus habitantes en formación de batalla, los atacó, venció, y como en la acción muriese su cacique, esta circunstancia le facilitó el triunfo. Semejante suceso puso en inquietud a Cacamatzin y a toda su corte; fortificose en Texcoco, pero Ixtlilxóchitl no se movió de   -285-   Otompan. Entonces Cacamatzin, conociendo que era menos malo sacrificar una parte de su reino que perderlo todo, le envió una embajada proponiéndole un convenio. Sus proposiciones se redujeron a cederle todos los dominios de las montañas, contentándose él con la capital y los estados de la llanura. Aceptó Ixtlilxóchitl la propuesta, protestando que si mantenía un ejército a sus órdenes sólo era por contener los designios ambiciosos de Moctheuzoma, de cuyos lazos le encargaba que procurara precaverse. Esta advertencia fue oportuna y el tiempo lo acreditó... Moctheuzoma hizo traición a Cacamatzin, lo entregó con perfidia a los españoles, sorprendiéndole en su mismo palacio y poniéndolo en sus manos, que lo asesinaron indignamente el día que precedió a la noche triste, después de haberse defendido con bizarría de sus asesinos, aunque estaba atado como perro en la prisión con una fuerte cadena. Ixtlilxóchitl mantuvo su ejército hasta la llegada de los españoles, hostilizando con suceso vario a los mexicanos; siendo mucho de notar que en una acción de muchas que tuvo, logró prender a un pariente de Moctheuzoma que llevaba orden de llevárselo amarrado; Ixtlilxóchitl, que era cruelísimo, lo hizo atar, y puesto sobre un gran montón de zacate le prendió fuego y quemó vivo; habría hecho otro tanto con el Emperador de México si lo hubiese cogido. He aquí el término que tuvieron los afanes de Netzahualcóyotl para elevarlo al apogeo de su gloria, y que poco más o menos todos los imperios han corrido la misma suerte... ¡Ah! ¡Sólo el de Jesucristo es eterno; reflexión consoladora y que nos debe alentar para poseerlo algún día! Fáltame que dar la última mano al cuadro del reinado de este príncipe, que principalmente lo forman sus conquistas.

Myladi. Deseo saber cómo las extendió hasta el reino de Guatemala, provincia de Honduras y Nicaragua, que creo era el término del imperio mexicano cuando llegaron los españoles.

Doña Margarita. Ya he dicho a ustedes que el vehículo de estas conquistas eran los mercaderes, y que las caravanas de éstos realmente eran de soldados. La fama del imperio mexicano precedía a la llegada de éstos; cuando se presentaban con el achaque de comerciar eran bien recibidos; unos -dice el padre Torquemada158- se les daban de paz con el reconocimiento de algún tributo; y otros, que se querían mostrar   -286-   valientes, se les entregaban después rendidos y destrozados; los que más animosos se mostraron fueron los de Nicaragua, que acompañados de otras gentes salieron a oponérseles para que no llegasen, haciéndoles una formal intimación; mas los mexicanos, que estaban en posesión de vencer, los despreciaron; pero les salió muy mal la cuenta, porque fueron derrotados y como hábiles y astutos sacaron partido de su mismo vencimiento. Fingieron que querían paz con ellos y sólo pasar adelante para comerciar en otras partes; pero dijeron que trayendo muchos enfermos y estropeados del camino sólo necesitaban que les diesen los tamenes o indios de carga, que levantasen y llevasen sus mercaderías. Creyéronlos de buena fe los incautos nicaraguas y les dieron cinco o seis mil hombres, a los que los mexicanos cargaron y mandaron por diferentes rumbos; entonces una buena sección de tropa que tenían oculta a retaguardia, salió repentinamente, tomó las avenidas y ocupó los puntos principales que necesitaban para enseñorearse del país; así es que cuando regresaron a sus casas los tamenes ya las encontraron tomadas y sin esperanza de recobrarlas; he aquí lo que los mexicanos del día llaman jugar un vinatero. De esta manera, y por iguales ardides, llegaron hasta Vera Paz, es decir, que Moctheuzoma extendió su dominación más de cuatrocientas leguas hacia el oriente de México, habiendo contado por supuesto con los auxilios de sus colegas, que fueron a la partija en lo que se tomaba en estas ejecuciones. El padre Burgoa habla de las guerras y acciones que se dieron en Tehuantepec con las tropas de México, en las que éstas no sacaron la mejor parte, y de las que hubo entre zapotecas y mixtecas, que terminaron con la llegada de los españoles. El señor Zurita, tantas veces citado por mí, habla de la guerra que pocos años antes de la llegada de Hernán Cortés sostenía Moctheuzoma con el rey Catzontzi de Michoacán en Taximaroa, a la que mandó con un cuerpo de tropas a Tlahuicole, general de Tlaxcala, que no quiso tomar armas contra su patria. El Emperador de México desfrutó de muchas satisfacciones durante su gobierno; pero también éstas se mezclaron con grandes pesares; llegó a enseñorearse de los chololtecas y huexotzincas; ya por medio de las armas; ya aprovechándose de la ocasión que le proporcionó la horrible hambre que aquellos pueblos sufrieron, porque el cielo negó las lluvias a sus sementeras y porque los tlaxcaltecas talaron aun las que no daban fruto; dioles acogida en su imperio, proveyolos de sus graneros y esto los adhirió a su dominación; pero este acrescentamiento de poder   -287-   fue harto funesto a los mexicanos, porque multiplicó contra ellos el odio de los tlaxcaltecas, que lo desarrollaron cuando se reunieron a Cortés marchando para México y causaron la horrible matanza que sabemos en Cholula. El imperio mexicano había llegado a un punto de grandeza que era imposible dejara de venir a tierra, al modo que aquellos enormes edificios de mucha elevación, que no pueden mantenerse sobre su basa. La opresión de los pueblos era suma; la exacción de tributos cuantiosa y violenta; la rivalidad de los grandes contra el Monarca estaba un tanto sufocada; pero pronta a reaparecer como el fuego oculto bajo las cenizas; el orgullo del Monarca, ejercitado de mil maneras, les era insoportable; su religión bárbara y sanguinaria les hacía desear un cambio de culto, porque el mexicano en la guerra era una víctima destinada, o a morir en las manos de sus enemigos despechados, o en las aras de Huitzilopuchtli, o de otros númenes si era prisionero. Los oráculos vaticinaban la ruina del imperio y su desolación, españolizaban así como filipizaban los de la Grecia la ruina de su libertad; oíanse gritos heridos y lamentaciones sin cuento en el silencio de la noche de los pueblos consternados, porque la naturaleza presentaba por doquier monstruos horribles que hablaban a la imaginación, o fenómenos raros que la llenaban de pavura; la fantasía de Moctheuzoma, hundida en la más negra melancolía, le hacía exhalar profundos suspiros en el secreto de su palacio, o en medio de sus pocos amigos y confidentes, a quienes preguntaba qué haría, si se ocultaría en la cueva de Zincalco... Sus nigromantes le aumentaban el desconsuelo con sus interpretaciones y oráculos, nada favorables a sus consultas, y cuyas respuestas eran dadas, a pesar de que estaban ciertos de su desagrado, y sabían que los haría víctimas su despecho. Tal y tan deplorable era la situación de este soberano, cuando después de haber aparecido Juan de Grijalva un año antes por la Costa de Veracruz y retirádose con el rescate de oro que en ella hizo ofreciendo volver, tuvo la triste noticia de la batalla dada por Cortés al cacique de Tabasco, y en que las armas castellanas triunfaron por primera vez en el continente mexicano.

He dádoos, señores, una ligera idea del modo con que se pobló este continente; de qué puntos del antiguo emigraron algunas naciones a estos países; cómo se diseminaron por ellos sus pobladores; qué clase de gobierno establecieron; qué religión adoptaron; qué progresos hicieron en su civilización y cómo extendieron sus conquistas. Os he descrito el carácter de   -288-   sus grandes héroes y personajes, y cómo dominaron hasta la llegada de los españoles159. Os he hablado asimismo de sus progresos en las artes y ciencias; de sus leyes y costumbres en lo general; de sus conquistas y arte militar hasta los días de Moctheuzoma II. Quisiera ya hablaros de la conquista de los castellanos y del gobierno de los Virreyes hasta el año de 1810, en que por primera vez se oyó el grito de independencia en el pueblo de Dolores, y para lo que tengo acopiados muchos materiales que otros no han podido adquirir aunque lo han intentado vanamente; pero el estado de mi salud no lo permite: me hallo muy quebrantada, sin digestión, sin sueño y extenuándome rápidamente. Voy, pues, a buscar mi recobro al pueblo de Coyoacán, a ese pueblo donde fijó su cuartel general el famoso Hernán Cortés, donde desfrutó las mayores satisfacciones, recibió los homenajes de este grande imperio rendido a sus pies, y donde tiznó para siempre su reputación y fama, haciendo atormentar en un potro infame con tormento de aceite hirviendo al desgraciado Quauhtimotzin, y en el que expiró su fiel ministro Zihuacóatl. Disimulad, os ruego, los defectos que hubiereis notado en mis relaciones; los transportes a que a la vez me ha llevado mi imaginación exaltada cuando he tenido que acordarme de que soy mexicana, y me he enorgullecido con este nombre de honor; sobre todo, disimulad aquel entusiasmo, con que en ocasiones -no pocas- he hablado de materias de religión, inculcando las máximas generales de la moral, desatinando como pobre mujer que soy y discurriendo sobre asuntos superiores a mis conocimientos. Tolerad mis faltas, especialmente en esta clase, porque mi corazón se despedaza de amargura cuando reflexiono sobre el modo vil e infame con que hoy se pretende desacreditar la religión de mis padres. A Dios, pues, señores míos, en todos tiempos y lugares yo recordaré vuestra memoria, y cuando os viereis más allá de los mares, dad por mí un suspiro; ésta es la única recompensa que exijo de vuestro cariño... tendreme por feliz si lo consigo.

Myladi. No esperaba yo este golpe fatal para mi corazón... ¡Ojalá y no nos hubiéramos conocido por no sufrirlo!... No un suspiro, sino muchos daremos por esta Margarita preciosa... Mi esposo y yo le aseguramos nuestro tierno afecto con las mismas expresiones de aquel amante tierno que decía al objeto más caro de su alma: «A la tarde, a la mañana, a la noche, al amanecer la aurora, siempre estaré   -289-   contigo y escucharé tu voz festiva y melodiosa»160; y estos árboles, y esta fuente, y este prado hermoso, y estas tórtolas que con sus dulces arrullos han multiplicado la alegría de nuestra amistad, serán testigos fieles de que nosotros amamos a quien tanto esmero ha puesto en complacernos. A Dios, pues, señora mía; haga el cielo que usted recobre una salud que es tan preciosa para su amiga. A Dios.




 
 
FIN DEL TOMO SEGUNDO
 
 


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Nota

El editor de esta obrita da las más humildes gracias a los señores que han contribuido a su impresión, en quienes ve unos protectores de la ilustración de su Patria, y publica sus nombres para honor eterno suyo. Son los siguientes:

SEÑORES SUBSCRITORES FORÁNEOS

El excelentísimo señor gobernador de Xalisco don José Antonio Romero, que dio impulso a la publicación de esta obra.
El ilustrísimo señor obispo de Durango don José Antonio Zubiría.
El ilustrísimo señor obispo de Sonora don Ángel Mariano Morales.
El excelentísimo señor general don Luis Cortázar.
Señor don José María López.
Señor don Mariano Rivas.
Señor don Lino Casares.
ÍDEM DE MÉXICO

El Supremo Gobierno costeó las láminas y dio 50 pesos


Señor don Lucas Alamán.
Señor don Gregorio Miera.
Señor don Manuel Tejada.
Señor don Ignacio Cortina Chávez.
Señor diputado don Rafael Adorno.
Señor diputado don José Gorozpe.
Señor diputado don Julián del Rivero.
Señor diputado don Felipe Neri del Barrio.
Señor diputado don Ignacio Loperena.
Reverendo padre fray José Servín de la Mora.
Señor general don José Rincón.
Señor don José Martínez del Campo.
Señor don Juan Rodríguez Puebla.
Señor don Manuel Salceda.
Señor don Vicente Pozo.
Señor general don Manuel Barrera.
Señor don José María Mejía.
El reverendo padre prior de Santo Domingo fray Ignacio Velasco.
Señor don José Salgado.
Señor doctor don José María Aguirre.
Señor don Rafael Gutiérrez Martínez.
Señor don Manuel Escandón.
La señora Condesa de la Cortina.
Señor don Anselmo Zurutuza.
-309-
Señor don Miguel Monzón.
Señor don Nicolás Icazbalzeta.
Señor Marqués del Apartado.
Señor don Eusebio García.
Señor don Manuel María Canseco.
Señor don José María Medina.
Señor don Joaquín Lebrija.
Señor licenciado don Mariano Domínguez.
Señor don Agustín López.
Señor diputado don Rafael Irazabal.
Señor don Joaquín Rosas.
Señor don José Fontecha.
Señor licenciado don Mariano Esteva.
Señor don Antonio Icaza.

Tengo acopiados materiales para publicar igualmente la Historia de la Conquista, y en seguida la del gobierno de todos los Virreyes hasta el Conde del Venadito161. Empresa ardua que se ha acometido inútilmente por varios americanos; pero que conociendo su dificultad han desistido de ella. Muy pocos saben lo que ha pasado en estos que se pueden llamar siglos medios de nuestra literatura, pues apenas se ha publicado uno que otro hecho aisladamente, como por ejemplo el del levantamiento o tumulto de México, ocurrido en el gobierno del Marqués de Gelves, y sobre el que hay hasta cinco relaciones discordes; el del Duque de Escalona mandado a España por el señor Palafox a pretexto de hacer independiente la Nueva España; la invasión de Veracruz, llamada de Lorencillo. Si estos señores favorecedores arriba listados quisieren contribuir para la publicación de historia tan importante y digna de saberse, principalmente por el Congreso y Supremo Gobierno General, yo estoy pronto a publicarla sin más recompensa ni aprovechamiento que el deseo de ser útil a mi patria, a quien tengo consagrada mi existencia.

México, 16 de mayo de 1836.



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