 Libro noveno
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Teseo y Aqueloo (II): Aqueloo y
Hércules
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Cuál de
su gemido, al dios el Neptunio héroe pregunta, |
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y de su trunca frente la causa,
cuando así el calidonio caudal |
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comenzó, coronado de arundo
en sus no ornados cabellos: |
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«Triste
ofrenda pides, pues quién sus batallas, vencido, |
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conmemorar quiere. Lo
referiré aun así por su orden, pues no tan |
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indecente fue el ser vencido cual
haber contendido decoroso es, |
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y grandes consuelos da a nos un tan
grande vencedor. |
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Por el nombre suyo, si una tal
finalmente ha arribado a los oídos |
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tuyos, Deyanira, un día la
más bella virgen, |
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y de muchos pretendientes fue la
esperanza envidiosa; |
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con los cuales, cuando del suegro
pretendido en la casa entramos: |
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«Recíbeme a mí
de yerno», dije, «de Partaón el
nacido». |
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Lo dijo también el Alcida.
Los otros cedieron a los dos. |
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Él, que a Júpiter por
suegro daba él, y la fama de sus labores, |
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y superadas contaba las
órdenes de su madrastra. |
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Por contra yo: «Indecente que
un dios a un mortal ceda», dije |
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-todavía no era él
dios-: «el dueño a mí me ves de las aguas |
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que con sus cursos oblicuos por
entre tus dominios fluyo; |
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y no un yerno huésped, a ti
mandado desde extrañas orillas, |
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sino paisano seré y del
estado tuyo parte una. |
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Tan sólo no sea para mi mal
que a mí la regia Juno |
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no me odia y todo castigo me falta
de las ordenadas labores. |
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Pues del que te jactas, de Alcmena
el hijo, engendrado, |
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Júpiter, o falso padre es, o
por delito el verdadero. |
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De una madre por el adulterio un
padre pretendes: elige si fingido |
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que sea Júpiter prefieres, o
que tú por desdoro hayas nacido». |
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A mí que tal decía ya
hacía tiempo que con luz torva |
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él me contempla y,
encendida, no es fuerte de imperar sobre su ira |
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y palabras tantas devuelve:
«Mejor en mí la diestra que la lengua. |
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En tanto que luchando gane,
tú vence hablando», |
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y ataca feroz. Me dio
vergüenza, recién esas grandes cosas dichas, |
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de ceder: rechacé de mi
cuerpo su verde vestidura |
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y mis brazos le opuse y sostuve
desde mi pecho zambas |
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en posta las manos y para la lucha
mis miembros preparé. |
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Él, con sus huecas palmas
recogido, me asperja de polvo, |
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y a su vez al contacto de la fulva
arena amarillece él, |
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y ya el cuello, ya las piernas
centelleantes intenta apresarme, |
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o que lo intentaba dirías, y
por todos lados me acosa. |
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A mí mi pesadez me
defendía y en vano se me buscaba, |
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no de otro modo que una mole a la
que con gran murmullo los oleajes |
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combaten: resiste ella y por su
peso está segura. |
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Nos distanciamos un poco y de nuevo
nos juntamos a las guerras, |
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y en un paso estábamos
apostados, seguros de no ceder, y estaba |
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con el pie el pie junto, y yo,
inclinado sobre todo mi pecho, |
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los dedos con los dedos y la frente
con la frente le apretaba. |
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No de otro modo he visto, fuertes,
correr en contra a los toros |
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cuando, botín de su lucha,
de todo el soto la más espléndida |
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ansía de esposa; lo
contempla la manada, y tienen miedo |
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sin ella saber a quién
quedará la victoria de tan gran reino. |
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Tres veces sin provecho quiso en
contra |
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desprender de sí,
esplendente, mi pecho, a la cuarta |
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se sacude de mi abrazo y a
él juntados desata mis brazos |
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y golpeándome con la mano
-pues he decidido confesar la verdad- |
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en seguida me da la vuelta y a mi
espalda pesadamente se prende. |
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Si crédito hay, pues la
gloria con fingida voz |
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no busco, hundido por un monte a
mí impuesto me creía. |
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Apenas pude insertar, aun
así, chorreando mucho sudor, |
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los brazos, apenas desatar de mi
cuerpo sus duras cadenas. |
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Me oprime asfixiándome y me
impide retomar mis fuerzas |
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y de mi cerviz se apodera. Entonces
por fin hunde |
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la tierra la rodilla nuestra y las
arenas con la boca mordí. |
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Inferior en virtud me refugio en
mis artes |
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y me escurro de este hombre
figurado en una larga serpiente. |
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El cual, después que
curvé mi cuerpo en retorcidos círculos |
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y cuando moví con fiera
estridencia mi lengua bifurcada, |
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se rió, y burlándose
el tirintio de mis artes: |
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«De mis cunas es tarea el
superar serpientes», |
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dijo, «y aunque venzas,
Aqueloo, a otros dragones, |
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¿parte cuánta de la
de Lerna hidra serás, una sola serpiente? |
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De sus propias heridas era ella
fecunda y ni una cabeza, |
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de cien en número, fue
cortada impunemente |
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sin que con un gemelo heredero su
cerviz más fuerte se hiciera. |
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A ella yo, ramosa de las culebras
nacidas de la matanza |
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y que crecía con su
desgracia, la domé y domada la recluí. |
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¿Qué confías
que ha de ser de ti, que convertido en una serpiente |
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falsa, armas ajenas mueves, a quien
una forma precaria esconde?». |
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Había dicho, y a lo alto de
mi cuello arroja las cadenas |
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de sus dedos: me asfixiaba, como
apretada mi garganta por unas tenazas, |
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y de sus pulgares pugnaba por
arrancar mis fauces. |
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Así también, vencido,
me quedaba la tercera, |
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la forma de toro asesino: en toro
mutado mis miembros rebelo. |
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Reviste él con sus toros por
la izquierda parte mis brazos |
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y tirando de mí, a la
carrera, me sigue y bajándome los cuernos |
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los clava en la dura tierra y a
mí me tumba en la alta arena. |
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Y no bastante había sido
esto: con su fiera diestra, mientras sostiene |
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rígido mi cuerno, lo quiebra
y de mi trunca frente lo arranca. |
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Las náyades, de frutos y
olorosa flor relleno, |
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lo consagraron; y rica es la Buena
Abundancia por mi cuerno». |
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Partida de Teseo
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Había
dicho, y una ninfa, remangada al rito de Diana, |
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una de sus ministras, derramados a
ambas partes sus cabellos, |
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entró y trajo en ese muy
rico cuerno todo |
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un otoño, y las mesas
-frutos felices- segundas. |
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La luz llega y
con el primer sol hiriendo las cimas |
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se marchan los jóvenes; y no
esperan, pues, mientras paz |
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y plácido discurrir tengan,
y todas vuelvan |
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a asentarse las aguas. Su rostro el
Aqueloo agreste |
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y su cabeza lacerada de un cuerno
esconde en medio de las aguas. |
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Hércules, Neso y
Deyanira
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Sin embargo, a
éste que domó la pérdida de su arrebatada
gracia, |
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el resto salvo lo tiene. De su
cabeza el daño, además, con fronda |
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de sauce o sobrepuesta caña
lo esconde. |
100 |
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Mas a ti, Neso fiero, tu ardor por
esa misma doncella |
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te había perdido, atravesado
en tu espalda por una voladora saeta. |
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Pues regresando con su nueva esposa
a los muros patrios |
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había llegado,
rápidas del Eveno, el hijo de Júpiter a sus
ondas. |
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Más abundante de lo
acostumbrado, por las borrascas invernales acrecido, |
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concurrido estaba de torbellinos e
intransitable ese caudal. |
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A él, no temeroso por
sí mismo, pero preocupado por su esposa, |
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Neso se acerca y, fuerte de cuerpo
y conocedor de sus vados: |
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«Por servicio mío
será ella depositada en aquella |
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orilla,» dice, «Alcida.
Tú usa tus fuerzas nadando». |
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Y a ella, palideciente de miedo y
al propio río temiendo, |
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se la entregó el Aonio, a la
asustada Calidonia, a Neso. |
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En seguida, como estaba y cargado
con la aljaba y el despojo del león |
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-pues la clava y los curvos arcos a
la otra orilla había lanzado-: |
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«Puesto que lo he empezado,
venzamos a las corrientes», dijo, |
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y no duda, ni por dónde es
más clemente su caudal |
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busca y desprecia ser llevado a
complacencia de las aguas. |
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Y ya teniendo la orilla, cuando
levantaba los arcos por él lanzados, |
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de su esposa conoció la voz,
y a Neso, que se disponía |
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a defraudar su depósito:
«¿A dónde te arrastra», le clama, |
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«tu confianza vana, violento,
en tus pies? A ti, Neso biforme, |
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te decimos. Escucha bien y no las
cosas interceptes nuestras. |
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Si no te mueve temor ninguno de
mí, mas las ruedas |
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de tu padre podrían
disuadirte de esos concúbitos prohibidos. |
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No escaparás, aun
así, aunque confíes en tu recurso de caballo; |
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a herida, no a pie te daré
alcance». Sus últimas palabras |
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con los hechos prueba y lanzando a
sus fugitivas espaldas una saeta |
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los traspasa: sobresalía
corvo de su pecho el hierro. |
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El cual, no bien fue arrancado,
sangre por uno y otro orificio |
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rielaba, mezclada con la sanguaza
del veneno de Lerna. |
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La recoge Neso; «Mas no
moriremos sin vengarnos», |
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dice entre sí y unos velos
teñidos de su sangre caliente |
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da de regalo a su secuestrada como
si fuera un excitante de amor. |
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Muerte y apoteosis de
Hércules
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Larga fue la
demora del tiempo intermedio, y los hechos del gran |
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Hércules habían
colmado las tierras y el odio de su madrastra. |
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Vencedor, desde Ecalia, preparaba
unos sacrificios votados |
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a Júpiter Ceneo, cuando la
Fama locuaz se anticipó hasta los oídos, |
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Deyanira, tuyos, la que a la verdad
se goza de añadir |
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|
mentiras y desde lo más
pequeño crece merced a sus mentiras, |
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de que el Anfitrionida era presa
del fuego de Iole. |
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Lo cree su enamorada, y aterrada
por la fama de esa nueva Venus |
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condescendió, a lo primero,
a las lágrimas, y llorando disipó, |
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digna de compasión, el dolor
suyo. Justo después: «¿Por qué
empero |
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lloramos?», dice. «Mi
rival se alegrará de estas lágrimas. |
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La cual, puesto que va a llegar,
algo habré de apresurar e inventar, |
145 |
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mientras se puede, y en tanto
aún no tiene otra mis tálamos. |
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|
¿Me quejaré o
callaré? ¿Volveré a Calidón o me
demoraré? |
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¿Saldré de estos
techos o, si otra cosa no, me opondré a ellos? |
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¿Qué si acordada,
Meleagro, de que soy tu hermana |
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acaso preparo un crimen y
cuánto la injuria pueda, |
150 |
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y mi femíneo dolor,
degollando a mi rival atesto?». |
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En cursos varios marcha su
ánimo. A todos ellos |
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prefirió, embebida de la
sangre de Neso, una veste |
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enviarle que las fuerzas le
devuelva de su repudiado amor, |
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y a Licas, que lo ignora, sin ella
saber qué entrega, sus lutos |
155 |
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|
propios ella entrega, y que con
tiernas palabras, la muy desgraciada, |
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|
dé los regalos esos a su
esposo, le encarga. Los coge el héroe, sin él
saber, |
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y se inviste por los hombros el
jugo de la hidra de Lerna. |
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|
Inciensos daba y palabras
suplicantes a las primeras llamas, |
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y vinos de una pátera
vertía en las marmóreas aras. |
160 |
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Se calentó la fuerza aquella
del mal y, desatada por las llamas, |
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|
marcha ampliamente difundida de
Hércules por los miembros. |
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Mientras pudo con su acostumbrada
virtud su gemido reprimió. |
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Después que vencido por los
males fue su sufrimiento, empujó las aras |
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y llenó de sus voces el
nemoroso Eta. |
165 |
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Y no hay demora, intenta rasgar su
mortífera vestidura: |
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por donde tira, tira ella de la
piel, y horrible de contar, |
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o se prende a su cuerpo en vano
intentándosela arrancar, |
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o lacerados miembros y grandes
descubre huesos. |
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El propio crúor, igual que
un día la lámina candente |
170 |
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mojada en la helada cuba, rechina y
se cuece del ardiente veneno, |
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y medida no hay, sorben
ávidas sus entrañas la llamas |
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y azul mana de todo su cuerpo un
sudor |
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y quemados resuenan sus nervios y,
derretidas las médulas |
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de esa ciega sanguaza, levantando a
las estrellas sus palmas: |
175 |
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«De las calamidades»,
grita, «Saturnia, cébate nuestras, |
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|
cébate y esta plaga
contempla, cruel, desde el alto, |
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y tu corazón fiero sacia. O
si digno yo de compasión hasta para un enemigo, |
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|
esto es, si para ti lo soy, de
siniestros tormentos mi enfermo |
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y odiado aliento y nacido para las
penalidades, llévate. |
180 |
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La muerte me será un regalo.
Decoroso es estos dones dar a una madrastra. |
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¿Así que yo al que
manchaba sus templos con crúor extranjero, |
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a Busiris he sometido, y al salvaje
Anteo arrebaté |
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el alimento de su madre, y ni a
mí del pastor ibero |
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su forma triple, ni la forma triple
tuya, Cérbero, me movió, |
185 |
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y ¿acaso vosotras, manos, no
agarrasteis los cuernos del fuerte toro? |
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¿Vuestra obra Elis tiene,
vuestra las estinfálides ondas |
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y el partenio bosque? ¿Por
vuestra virtud devuelto, |
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en oro del Termodonte labrado, el
tahalí, |
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y las frutas concustodiadas por el
insomne dragón, |
190 |
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y no a mí los Centauros me
pudieron resistir, ni a mí |
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|
el devastador jabalí de la
Arcadia, ni le sirvió a la hidra |
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el crecer merced a su merma y
retomar geminadas fuerzas? |
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|
¿Y qué de cuando los
caballos del tracio vi, cebados de sangre humana, |
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|
y llenos de cuerpos truncos sus
pesebres vi |
195 |
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y vistos los derribé y a su
dueño y ellos di muerte? |
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|
Por estos brazos golpeada yace la
mole de Nemea, |
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|
a[por éstos Caco. Horrendo
monstruo del litoral tiberino], |
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|
|
en este cuello llevé el
cielo. De dar órdenes se agotó |
|
|
|
la salvaje esposa de
Júpiter: yo no me he agotado al realizarlas. |
200 |
|
|
Pero esta nueva plaga llega, a la
cual ni con virtud |
|
|
|
ni con armas y armaduras
resistírsele puede. Por los pulmones profundos |
|
|
|
vaga un fuego voraz y se ceba por
todos los miembros. |
|
|
|
Mas vivo está Euristeo,
¿y hay quienes creer puedan |
|
|
|
que hay dioses?», dijo, y por
el alto Eta herido |
205 |
|
|
no de otro modo camina que si
venablos un toro |
|
|
|
en su cuerpo clavado lleva y al
autor del acto rehuyera. |
|
|
|
Lo vieras a él muchas veces
dejando escapar gemidos, muchas veces |
|
|
|
bramando, muchas veces reintentando
quebrantar esas vestiduras |
|
|
|
todas, y tumbando troncos, y
enconándose |
210 |
|
|
en los montes, o tendiendo los
brazos al cielo de su padre. |
|
|
|
He aquí
que a Licas, escondido tembloroso en una peña ahuecada, |
|
|
|
divisa, y como el dolor
había reunido toda su rabia: |
|
|
|
«¿No has sido
tú, Licas», dijo, «el que estos funerarios dones
me has dado? |
|
|
|
¿No has de ser tú el
autor de mi muerte?». Tiembla él y se estremece, |
215 |
|
|
pálido, y tímidamente
palabras exculpatorias dice. |
|
|
|
En diciéndolas, y mientras
se disponía a llevar las manos a las rodillas de
él, |
|
|
|
lo agarra el Alcida y
rotándolo tres y cuatro veces |
|
|
|
lo lanza más fuerte que en
el tormento de la catapulta hacia las ondas eubeas. |
|
|
|
Él, suspendido por las
aéreas auras se puso rígido, |
220 |
|
|
y como dicen que las lluvias se
endurecen con los helados vientos, |
|
|
|
de donde se hacen las nieves, y
también, blando, de las nieves al rotar, |
|
|
|
se astriñe y se aglomera su
cuerpo en denso granizo, |
|
|
|
que así él, lanzado a
través del vacío por esos vigorosos brazos |
|
|
|
y exangüe de miedo y sin tener
líquido alguno, |
225 |
|
|
en rígidas piedras fue
él convertido, cuenta la anterior edad. |
|
|
|
Ahora también en el profundo
euboico, en el abismo, una peña breve |
|
|
|
emerge, y de su humana forma
conserva las huellas, |
|
|
|
al cual, como si lo fuera a sentir,
los navegantes hollar temen, |
|
|
|
y le llaman Licas. Mas tú,
célebre hijo de Júpiter, |
230 |
|
|
cortados los árboles que
llevara el arduo Eta |
|
|
|
e instruidos en una pira, que tu
arco y tu aljaba capaz, |
|
|
|
y las que habrían de ver de
nuevo los reinos troyanos, esas saetas, |
|
|
|
ordenas que las lleve al hijo de
Peante, por servicio del cual fue aplicada |
|
|
|
la llama, y mientras de
ávidos fuegos se prende toda esa empalizada |
235 |
|
|
en lo alto del montón de
bosque tiendes tu vellón |
|
|
|
de Nemea e imponiendo tu cuello en
la clava te recuestas, |
|
|
|
no con otro rostro que si cual
comensal yacieras |
|
|
|
entre copas llenas de vino puro,
coronado de guirnaldas. |
|
|
|
Y ya vigorosa y
derramándose por todos lados sonaba, |
240 |
|
|
y sus tranquilos miembros y a su
despreciador buscaba |
|
|
|
la llama: temieron los dioses por
su defensor en la tierra. |
|
|
|
A los cuales así -pues lo
notó- con alegre boca se dirige |
|
|
|
el Saturnio Júpiter:
«Para nuestro agrado es el temor este, |
|
|
|
oh altísimos, y
pláceme en todo mi pecho y agradezco |
245 |
|
|
que de un pueblo atento se me dice
soberano y padre, |
|
|
|
y también mi descendencia
por vuestro favor está a salvo. |
|
|
|
Pues aunque ello se concede a los
ingentes hechos de él mismo, |
|
|
|
obligado estoy yo también.
Pero no se atemoricen, pues, vuestros fieles |
|
|
|
pechos por un miedo vano:
despreciad las eteas llamas. |
250 |
|
|
El que todo lo ha vencido
vencerá, los que veis, a esos fuegos, |
|
|
|
y no, sino en su parte materna,
sentirá al poderoso |
|
|
|
Vulcano: eterno es lo que
sacó de mí y ajeno |
|
|
|
e inmune a la muerte y no domable
por ninguna llama, |
|
|
|
y ello yo, cuando él haya
acabado en la tierra, en las celestes orillas |
255 |
|
|
lo recibiré, y en que a
todos los dioses placentero será |
|
|
|
mi acto confío; si alguno,
aun así, de Hércules, si alguno |
|
|
|
acaso se habrá de doler de
él como dios, no querrá que estos premios se le hayan
dado, |
|
|
|
pero sabrá que ha merecido
que se le den y contra su voluntad lo aprobará». |
|
|
|
Asintieron los
dioses; la esposa regia también pareció |
260 |
|
|
que lo demás con no duro
semblante, con duro las últimas |
|
|
|
palabras, había admitido, y
que se dolía hondo de que se la señalara. |
|
|
|
Mientras tanto, cuanto fue
devastable a la llama, Múlciber se lo llevó, |
|
|
|
y no reconocible quedó la
efigie de Hércules y nada sacado de la imagen |
|
|
|
de su madre posee y sólo las
huellas de Júpiter conserva; |
265 |
|
|
y como una serpiente nueva cuando,
depuesta su piel vieja, |
|
|
|
exuberar suele y resplandecer con
su escama reciente, |
|
|
|
así, cuando el tirintio se
despoja de sus miembros mortales |
|
|
|
la parte mejor de sí cobra
vigor y empieza él a parecer |
|
|
|
más grande y a volverse por
su augusta gravedad temible. |
270 |
|
|
Al cual su padre el todopoderoso,
arrebatándolo entre las cóncavas nubes |
|
|
|
con su cuadriyugo carro lo indujo
entre los radiantes astros. |
|
|
|
Galántide
|
|
Sintió
Atlas el peso, y todavía el Esteneleio no había
desatado |
|
|
|
sus iras, Euristeo, y atroz
ejercía en su descendiente el odio |
|
|
|
de su padre; mas, angustiada por
sus largas inquietudes, |
275 |
|
|
la argólide Alcmena, donde
poner sus lamentos de vieja, |
|
|
|
a quien contar las penalidades de
su hijo, atestiguados en el mundo, |
|
|
|
o a quien sus propios casos, a Iole
tiene; a ella por los mandatos |
|
|
|
de Hércules en su
tálamo y en su ánimo había acogido Hilo, |
|
|
|
y le había llenado el
vientre de su noble simiente, cuando así |
280 |
|
|
empieza Alcmena:
«Favorézcante a ti las divinidades al menos, |
|
|
|
y abrevien las demoras cuando
madura invoques |
|
|
|
a quien preside a las temerosas
parturientas, a Ilitía, |
|
|
|
esa a la que a mí me hizo
contraria la influencia de Juno. |
|
|
|
Pues del sufridor de las
penalidades, de Hércules, cuando ya era |
285 |
|
|
el tiempo de su nacimiento y por la
décima constelación pasaba la estrella, |
|
|
|
me extendía su peso el
vientre y lo que llevaba |
|
|
|
tan grande era que bien
podrías decir que el autor del encerrado |
|
|
|
peso, era Júpiter, y ya
tolerar esas fatigas |
|
|
|
más allá yo no
podía: como que ahora también mis miembros,
mientras |
290 |
|
|
hablo, ocupa un frío horror,
y una parte es recordarlo de ese dolor. |
|
|
|
Atormentada durante siete noches y
otros tantos días, |
|
|
|
agotada por mis males y tendiendo
al cielo los brazos, llamaba |
|
|
|
yo a grandes gritos a Lucina y a
los parejos Nixos. |
|
|
|
Ella ciertamente vino, pero
previamente corrompida, |
295 |
|
|
y queriendo regalarle mi cabeza a
la inicua Juno. |
|
|
|
Y cuando oyó mis gemidos se
sentó en aquella |
|
|
|
ara de delante de las puertas y
apretándose con la corva derecha |
|
|
|
la rodilla izquierda y con los
dedos entre sí juntados en peine |
|
|
|
contenía mis partos; con
tácita voz también dijo |
300 |
|
|
unos encantos y retuvieron esos
encantos los emprendidos partos. |
|
|
|
Pujo y digo al ingrato
Júpiter, fuera de mí, insultos |
|
|
|
vanos, y deseo morirme y en
palabras que habrían de mover |
|
|
|
a las duras piedras me lamento; las
madres Cadmeides me asisten |
|
|
|
y mis votos sostienen y animan a la
doliente. |
305 |
|
|
Una de mis sirvientas, de la media
plebe, Galántide, |
|
|
|
flava de pelo, allí
asistía, diligente en hacer mis mandatos, |
|
|
|
querida por sus propios servicios.
Ella sintió que alguna cosa |
|
|
|
pasaba por causa de la inicua Juno,
y mientras sale y entra |
|
|
|
sin cesar por las puertas, a la
divina allí sentada vio en el ara, |
310 |
|
|
y los brazos en las rodillas, y sus
dedos enlazados manteniendo, |
|
|
|
y: «Quien quiera que
eres», dice, «felicita a la señora. Aliviado se
ha |
|
|
|
la argólide Alcmena y es
dueña, recién parida, de su voto». |
|
|
|
Se sobresaltó y
aflojó sus manos juntas, llena de temor, |
|
|
|
la divina señora del
vientre, de mis cadenas me alivio yo al aflojarse ellas. |
315 |
|
|
Engañada su divinidad, fama
es que se rió Galántide; |
|
|
|
riendo y cogida por su propio pelo
la diosa salvaje |
|
|
|
la arrastró y, queriendo
ella de la tierra levantar el cuerpo, |
|
|
|
se lo impidió y sus brazos
mutó en patas delanteras. |
|
|
|
Su diligencia antigua permanece, ni
sus espaldas su color |
320 |
|
|
perdieron: su hermosura, a la
anterior, es ahora opuesta. |
|
|
|
La cual, puesto que con mentirosa
boca ayudó a una parturienta, |
|
|
|
por la boca pare y nuestras casas,
como también antes, frecuenta». |
|
|
|
Dríope
|
|
Dijo, y
conmovida por el recuerdo de su vieja sirvienta |
|
|
|
gimió hondo. A la cual en su
dolor así se dirigió su nuera: |
325 |
|
|
«A ti con todo, oh madre, la
belleza arrebatada de una persona |
|
|
|
ajena a nuestra sangre te conmueve.
¿Qué si a ti los hados portentosos |
|
|
|
de mi propia hermana te refiriera?
Aunque las lágrimas y el dolor |
|
|
|
me impiden y me prohíben
hablar. Fue única para su madre |
|
|
|
-a mí mi padre me
engendró de otra-, la más notable por su
hermosura |
330 |
|
|
de entre las Ecálides,
Dríope. A la cual, careciendo de su virginidad |
|
|
|
y habiendo sufrido violencia del
dios que Delfos y Delos tiene, |
|
|
|
la acoge Andremon y se le tiene por
feliz de esa esposa. |
|
|
|
Hay un lago que cuesta arriba hace,
por su declinante margen, |
|
|
|
la forma de un litoral; su altura
mirtales la coronan. |
335 |
|
|
Había venido aquí
Dríope, ignorante de sus hados, y para que |
|
|
|
te indignes más, para
llevarle a las ninfas unas coronas; |
|
|
|
y en el seno su niño, que
aún no había cumplido un año, |
|
|
|
llevaba de dulce carga, y por medio
de tibia leche lo alimentaba. |
|
|
|
No lejos de ese pantano, remedando
los tirios colores, |
340 |
|
|
en esperanza de bayas
florecía un acuático loto. |
|
|
|
Había cogido de ahí
Dríope, que de entretenimiento a su hijo |
|
|
|
extendiera, unas flores, y lo mismo
me parecía que iba a hacer yo |
|
|
|
-pues presente yo estaba-: vi unas
gotas caer de la flor, |
|
|
|
cruentas, y las ramas moverse en
tembloroso horror. |
345 |
|
|
Claro era, como cuentan ahora por
fin, tarde, los agrestes lugareños, |
|
|
|
que Lótide, la ninfa,
huyendo de las obscenidades de Priapo, |
|
|
|
a ella había conferido,
salvando su nombre, su transformado aspecto. |
|
|
|
No sabía mi hermana esto; la
cual, cuando aterrada quiso |
|
|
|
irse hacia atrás, y
retirarse ya adoradas de las ninfas, |
350 |
|
|
prendidos quedaron de una
raíz sus pies; por arrancarlos pugna |
|
|
|
y no otra cosa sino su parte
más alta mueve. Le crece desde abajo |
|
|
|
y poco a poco le aprieta todas las
ingles una flexible corteza. |
|
|
|
Cuando lo vio, intentando con la
mano mesarse los cabellos, |
|
|
|
de fronda su mano llenó:
frondas su cabeza toda ocupaban. |
355 |
|
|
Mas el niño Anfiso -pues tal
nombre su abuelo Éurito a él |
|
|
|
le había añadido-
siente que se endurecen los pechos |
|
|
|
de su madre y no obedece al que lo
saca el lácteo humor. |
|
|
|
Espectadora asistía yo de
ese hado cruel, y ayuda |
|
|
|
no podía a ti ofrecerte,
hermana, y cuanto podían mis fuerzas, |
360 |
|
|
creciente el tronco y sus ramas,
los detenía estrechándolos y, |
|
|
|
lo confieso, bajo la misma corteza
quise esconderme. |
|
|
|
He aquí que su marido
Andremon y su padre desgraciadísimo llegan |
|
|
|
y buscan a Dríope: a
Dríope, a los que la buscaban, |
|
|
|
se la mostré de loto. A su
tibio leño dan besos |
365 |
|
|
y derramándose por las
raíces de su querido árbol a él quedan
prendidos. |
|
|
|
Nada sino ya su rostro, que no
fuera árbol, tenía |
|
|
|
mi qurida hermana: sus
lágrimas entre las hojas formadas de su desgraciado |
|
|
|
cuerpo roran, y mientras puede y su
boca ofrece |
|
|
|
de voz un camino, tales derrama al
aire sus lamentos: |
370 |
|
|
«Si alguna fe se da a los
desgraciados, por las divinidades juro |
|
|
|
que yo no he merecido esta
impiedad; sufro sin culpa un castigo. |
|
|
|
Vivimos inocente; si miento, que
árida pierda |
|
|
|
las frondas que tengo y cortada a
segures se me queme. |
|
|
|
Mas quitad a este niño de
las maternas ramas |
375 |
|
|
y dadlo a una nodriza, y bajo mi
árbol muchas veces |
|
|
|
su leche haced que beba, y que bajo
nuestro árbol juegue, |
|
|
|
y cuando pueda hablar, a su madre
haced que salude |
|
|
|
y triste diga: 'Se oculta en este
tronco mi madre'. |
|
|
|
Pero que los estanques tema y no
coja del árbol sus flores, |
380 |
|
|
de los retoños todos piense
que el cuerpo son de dioses. |
|
|
|
Querido esposo, adiós, y
tú, germana, y padre: |
|
|
|
si es que tenéis piedad, de
la herida de la aguda hoz, |
|
|
|
del mordisco del rebaño
defended mis frondas, |
|
|
|
y puesto que a mí
lícito inclinarme a vosotros no me es, |
385 |
|
|
erigid aquí los brazos y a
mis besos venid, |
|
|
|
mientras ser tocados pueden, y
levantad a mi pequeño nacido. |
|
|
|
Más cosas decir no puedo.
Pues ya por mi blanco cuello una blanda |
|
|
|
corteza serpea y en lo alto de una
copa me escondo. |
|
|
|
Quitad de mis ojos las manos. Sin
la ofrenda vuestra |
390 |
|
|
tape la corteza que los va
cubriendo mis moribundos ojos». |
|
|
|
Dejó a la vez su boca de
hablar, a la vez de existir, y mucho tiempo |
|
|
|
en su cuerpo mutado sus ramas
recientes se mantuvieron tibias». |
|
|
|
Iolao y los hijos de
Calírroe; rejuvenecimientos
|
|
Y mientras
cuenta Iole ese hecho portentoso, y mientras |
|
|
|
las lágrimas de la
Eurítide allegándole su pulgar le seca |
395 |
|
|
Alcmena -llora también ella-
contuvo toda |
|
|
|
tristeza una cosa nueva. Pues en el
alto umbral se detuvo, |
|
|
|
casi un niño,
cubriéndose de un dudoso bozo sus mejillas, |
|
|
|
devuelto su rostro a sus primeros
años, Iolao. |
|
|
|
Eso le había dado a
él de regalo la Junonia Hebe, |
400 |
|
|
vencida por las súplicas de
su marido; la cual, cuando a jurar se disponía |
|
|
|
que dones tales no habría de
atribuir ella, después de éste, a nadie, |
|
|
|
no lo permitió Temis:
«Pues ya mueve Tebas |
|
|
|
las desavenidas guerras»,
dijo, «y Capaneo, sino por Júpiter, no
podría |
|
|
|
ser vencido, y resultarán
parejos en heridas los hermanos |
405 |
|
|
y, sustraída la tierra, sus
propios manes verá |
|
|
|
-vivo todavía- el profeta, y
habrá de vengar a su padre con su padre |
|
|
|
su hijo, piadoso y criminal por el
mismo hecho, |
|
|
|
y, atónito por sus
desgracias, desterrado de su mente y de su casa, |
|
|
|
por los rostros de las
Euménides y de su madre las sombras será acosado |
410 |
|
|
hasta que a él su esposa le
demande el oro fatal, |
|
|
|
y su costado beba -su pariente-la
espada de Fegeo. |
|
|
|
Sólo entonces
pretenderá del gran Júpiter la Aqueloide |
|
|
|
suplicante, Calírroe, estos
años para sus hijos pequeños; |
|
|
|
para no dejar que la muerte del
vencedor quede largo tiempo sin vengar, |
415 |
|
|
Júpiter, por ello conmovido,
proveerá estos dones a su hijastra |
|
|
|
y a su nuera y los hará
hombres en sus impúberes años». |
|
|
|
Cuando esto con
su fatícana boca, pronosticadora del avenir, |
|
|
|
hubo dicho Temis, con diversa
opinión rumoreaban los altísimos, |
|
|
|
y por qué no a otros estaba
permitido conceder los mismos dones |
420 |
|
|
su murmullo era: se lamenta la
Palantíade de que viejos los años |
|
|
|
de su esposo sean, se lamenta de
que encanezca su Iasíon |
|
|
|
la tierna Ceres, una repetida edad
demanda |
|
|
|
Múlciber para Erictonio, a
Venus también le alcanza el cuidado |
|
|
|
del fururo, y los años de
Anquises estipula que se renueven. |
425 |
|
|
Por quién afanarse dios todo
tiene; y crece con el favor |
|
|
|
la túrbida sedición,
hasta que su boca Júpiter |
|
|
|
libera y: «Oh, de nos si
tenéis algún temor», dijo, |
|
|
|
«¿a dónde os
lanzáis? ¿Acaso tanto se cree alguno que puede |
|
|
|
que incluso a los hados supere? Por
los hados ha vuelto |
430 |
|
|
Iolao a los años que
pasó, por los hados rejuvenecer deben |
|
|
|
de Calírroe los engendrados,
no por ambición ni armas. |
|
|
|
A vosotros también, y para
que lo admitáis con un ánimo mejor, |
|
|
|
incluso a mí los hados me
rigen, los cuales, si para mudarlos tuviera fuerza, |
|
|
|
no encorvarían a mi querido
Éaco sus tardíos años, |
435 |
|
|
y perpetua la flor de su edad, con
el Minos mío, Radamanto |
|
|
|
tendría, al cual, a causa de
los amargos pesos |
|
|
|
de la vejez, se le desprecia y no
en el orden que antes reina». |
|
|
|
Las palabras de Júpiter
conmovieron a los dioses y ninguno puede, |
|
|
|
al ver agotados a Radamantis y a
Éaco de sus años, |
440 |
|
|
y a Minos, quejarse; el cual,
mientras estuvo intacto de su edad, |
|
|
|
había aterrado a grandiosos
pueblos incluso con su solo nombre; |
|
|
|
entonces hallábase
inválido, y del Diónida, en el vigor |
|
|
|
de su juventud, de Mileto, soberbio
de su padre Febo, |
|
|
|
tenía miedo, y creyendo que
se alzaba contra sus reinos |
445 |
|
|
no, aun así, alejarle de sus
penates patrios osó. |
|
|
|
Por tu voluntad, Mileto, propia
huyes, y en una rápida quilla |
|
|
|
mides las aguas egeas, y en la
tierra asiática |
|
|
|
constituyes unas murallas que
tienen el nombre de su ponedor. |
|
|
|
Biblis
|
|
Aquí
tú, mientras sigue ella las curvaturas de su ribera
paterna, |
450 |
|
|
la hija de Menandro, el que tantas
veces regresa a sí mismo, |
|
|
|
cuando la conociste, a
Ciánea, de prestante hermosura su cuerpo, |
|
|
|
a Biblis junto con Cauno
parió ella, prole gemela. |
|
|
|
Biblis de ejemplo está para
que amen lo concedido las niñas: |
|
|
|
Biblis, arrebatada por el deseo de
su hermano, el descendiente de Apolo: |
455 |
|
|
no como una hermana a su hermano,
ni por donde debía, le amaba. |
|
|
|
Ella realmente al principio no los
entendió fuegos ningunos, |
|
|
|
ni pecar considera el que tantas
veces sus labios le una, |
|
|
|
el que de su hermano circunden sus
brazos el cuello, |
|
|
|
y mucho tiempo se engaña de
la piedad con la mendaz sombra. |
460 |
|
|
Poco a poco declina el amor, y a
ver a su hermano |
|
|
|
arreglada viene y demasiado desea
hermosa parecer, |
|
|
|
y si alguna hay allí
más hermosa, se enoja de ella. |
|
|
|
Pero todavía no se es
manifiesta a sí misma y bajo aquel fuego |
|
|
|
no hace ningún voto, empero
bulle por dentro. |
465 |
|
|
Ya dueño le llama, ya los
nombres de la sangre odia, |
|
|
|
Biblis ya prefiere, a que la llame
él hermana. |
|
|
|
Pero esperanzas obscenas a su
corazón no se atreve |
|
|
|
a condescender despierta; relajada
en el descanso plácido, |
|
|
|
a menudo ve lo que ama: le
pareció incluso que unía a su hermano |
470 |
|
|
su cuerpo y enrojeció aunque
dormida yacía. |
|
|
|
El sueño marcha. Calla ella
largo tiempo y recuerda del descanso |
|
|
|
ella suyo la imagen y con
dubitativo corazón así habla: |
|
|
|
«Desgraciada de mí,
¿qué pretende esta imagen de la callada noche, |
|
|
|
cual no quisiera yo que ratificado
fuera? ¿Por qué he visto esos sueños? |
475 |
|
|
Él realmente es hermoso a
los ojos, aun los inicuos, |
|
|
|
y gusta, y podría yo, si no
fuera mi hermano, amarle, |
|
|
|
y de mí digno era; pero para
mi mal soy su hermana. |
|
|
|
En tanto que nada tal despierta
acometer intente, |
|
|
|
puede muchas veces volver bajo
semejante imagen el sueño. |
480 |
|
|
Testigo no tiene el sueño y
no poco tiene de imitado placer. |
|
|
|
Por Venus y con su tierna madre el
volador Cupido, |
|
|
|
goces cuán grandes
sentí, cuán manifiesto deleite |
|
|
|
me ha alcanzado, cuán
relajada hasta en las médulas he quedado, |
|
|
|
cómo acordarse agrada.
Aunque breve ese placer, |
485 |
|
|
y la noche fue precipitada, y
envidiosa de lo emprendido en mí. |
|
|
|
«Oh yo, si lícito sea,
mutado el nombre, unirnos, |
|
|
|
qué bien, Cauno,
podría la nuera ser de tu padre, |
|
|
|
qué bien, Cauno,
podrías el yerno ser de mi padre. |
|
|
|
Todo -los dioses lo hicieran-
sería común para nosotros, |
490 |
|
|
excepto los abuelos: tú, que
yo, quisiera que más noble fueras. |
|
|
|
No sé a quién
harás pues, bellísimo, madre, |
|
|
|
mas para mí, la que mal he
sido agraciada con los padres que tú, |
|
|
|
nada sino hermano serás. Que
lo impide, esto tendremos solo. |
|
|
|
¿Qué me indican
entonces mis visiones? Aunque qué peso |
495 |
|
|
tienen los sueños. ¿O
es que tienen también los sueños peso? |
|
|
|
Los dioses mejor lo quieran... Los
dioses, por cierto, suyas hicieron a sus hermanas. |
|
|
|
Así Saturno a Ops, unida a
él por sangre, la tomó, |
|
|
|
Océano a Tetís, a
Juno el regidor del Olimpo. |
|
|
|
Tienen los altísimos sus
propias leyes. ¿Por qué los ritos humanos |
500 |
|
|
hacia los celestiales y opuestos
pactos intento pasar? |
|
|
|
O, prohibido, de mi corazón
se ha de ahuyentar este ardor, |
|
|
|
o si esto no puedo, perezca yo,
suplico, antes, y que en el lecho |
|
|
|
muerta se componga y depositada me
dé de su boca besos mi hermano. |
|
|
|
Y aun así del arbitrio de
dos requiere un tal asunto. |
505 |
|
|
Supón que me place a
mí: crimen le parecerá que es a él. |
|
|
|
Mas no temieron los Eólidas
los tálamos de sus hermanas. |
|
|
|
¿Pero de dónde
conozco a ésos? ¿Por qué he preparado estos
ejemplos? |
|
|
|
¿A dónde me llevo?
Obscenas llamas, marchad lejos de aquí, |
|
|
|
y no, sino por donde es
lícito a una hermana, mi hermano sea amado. |
510 |
|
|
Pero, si él mismo de mi amor
el primero hubiera sido cautivado, |
|
|
|
quizás al de él
podría yo condescender, a su loco amor. |
|
|
|
¿Así pues yo, lo que
no habría de rechazar a su pretendiente, |
|
|
|
debería yo misma pretender?
¿Podrás hablar? ¿Podrás confesar? |
|
|
|
Obligará el amor,
podré. O, si el pudor mi boca tiene, |
515 |
|
|
una carta arcana confesara mis
fuegos escondidos». |
|
|
|
Esto decide,
esta decisión venció su dubitativo
corazón; |
|
|
|
hacia un lado se yergue y apoyada
en su codo izquierdo: |
|
|
|
«Él
verá», dice. «Malsanos, confesemos estos
amores. |
|
|
|
Ay de mí, ¿en
qué estoy cayendo? ¿Cuál el fuego que ha
concebido mi mente?». |
520 |
|
|
Y las meditadas palabras compone
con mano temblorosa. |
|
|
|
Su diestra sostiene un hierro, la
cera vacía sostiene la otra. |
|
|
|
Empieza y duda,
escribe y condena las tablillas, |
|
|
|
y anota y borra, cambia e inculpa y
aprueba |
|
|
|
y en turnos cogidas las deja y
dejadas las retoma. |
525 |
|
|
Qué cosa quiere, no sabe.
Cuanto le parece que va a hacer, |
|
|
|
le desplace. En su rostro
está la audacia mezclada con el pudor. |
|
|
|
Escrita «Tu hermana»
estaba: le pareció borrar a la hermana, |
|
|
|
y palabras grabar en las corregidas
ceras tales: |
|
|
|
«La que si tú no le
dieras no ha de tener ella, salud |
530 |
|
|
te manda tu enamorada. Le
avergüenza, ay, le avergüenza revelar su nombre |
|
|
|
y si qué deseo quieres
saber, sin mi nombre quisiera |
|
|
|
que pudiera llevarse mi causa, y
que no conocida antes |
|
|
|
Biblis fuera, de que la esperanza
de mis votos certera hubiese sido. |
|
|
|
De mi herido pecho, realmente,
serte podía el delator |
535 |
|
|
mi color, mi delgadez y mi rostro,
y húmedos tantas veces |
|
|
|
mis ojos, y mis suspiros movidos
por causa no patente, |
|
|
|
y los continuos abrazos, y los
besos -si acaso notaste- |
|
|
|
que sentirse podían que no
eran los de una hermana. |
|
|
|
Yo misma, aun así, aunque en
mi ánimo una grave herida tenía, |
540 |
|
|
aunque en mi interior había
un furor de fuego, todo lo hice |
|
|
|
-me son los dioses testigos- para
que por fin más sana estuviera, |
|
|
|
y pugné mucho tiempo por
ahuyentar, violentas, las armas |
|
|
|
de Cupido, infeliz, y más de
lo que creerías que puede soportar |
|
|
|
una muchacha, dura, yo lo he
soportado. A confesarme vencida |
545 |
|
|
obligada me veo, y la ayuda tuya a
implorar con temerosos votos: |
|
|
|
tú puedes salvar, tú
perder el único a tu amante. |
|
|
|
Elige qué de ambas cosas
harás. No una enemiga tal te suplica, |
|
|
|
sino la que, aunque a ti
esté unidísima, más unida estar |
|
|
|
ansía y con un lazo contigo
más cercano atarse. |
550 |
|
|
Las leyes conozcan los viejos y,
qué sea lícito y sacrílego |
|
|
|
y piadoso sea, ellos inquieran, y
de las leyes los fieles observen. |
|
|
|
Conveniente Venus es la temeraria a
los años nuestros. |
|
|
|
Qué sea lícito
ignoramos aún, y todo lícito |
|
|
|
creemos y seguimos de los grandes
dioses el ejemplo. |
555 |
|
|
Y no un duro padre o el temor de la
fama |
|
|
|
o el miedo se nos opondrá;
aunque haya motivo de temor: |
|
|
|
dulce, bajo el nombre fraterno,
nuestros hurtos esconderemos. |
|
|
|
Tengo la libertad de hablar contigo
en secreto, |
|
|
|
y nos damos abrazos y unimos los
labios en público. |
560 |
|
|
¿Cuánto es lo que
falta? Compadécete de quien confiesa su amor |
|
|
|
y no lo habría de confesar
si no la obligara el último ardor, |
|
|
|
y no merezcas ser suscrito como
causa en mi sepulcro». |
|
|
|
La cera
abandonó, llena, a su mano que en ella surcaba en vano |
|
|
|
tales cosas, y en el margen
quedó prendido el supremo verso. |
565 |
|
|
En seguida firma sus delitos
imprimiéndoles su gema, |
|
|
|
la cual tiñó de sus
lágrimas -a su lengua había abandonado su
humor-, |
|
|
|
y de sus criados a uno, pudorosa,
llamó |
|
|
|
y -asustado de ello-
lisonjeándolo: «Llévalas, el más fiel, a
nuestro...» |
|
|
|
dijo, y añadió tras
largo tiempo, «hermano». |
570 |
|
|
Al dárselas,
escurriéndosele de las manos cayeron las tablillas; |
|
|
|
por el presagio quedó
turbada, las mandó aun así. El sirviente, cuando
halló |
|
|
|
unos tiempos aptos, se acerca y le
entrega las ocultas palabras. |
|
|
|
Atónito, con súbita
ira el joven Meandrio |
|
|
|
tiró las tablillas
recibidas, leída una parte, |
575 |
|
|
y apenas conteniendo su mano de la
cara del tembloroso sirviente: |
|
|
|
«Mientras puedes, oh criminal
autor de este vedado placer, |
|
|
|
huye», dice, «que si
tus hados no se llevaran |
|
|
|
consigo mi pudor, tus castigos me
habrías pagado con tu muerte». |
|
|
|
Él huye espantado y a su
dueña las feroces palabras |
580 |
|
|
de Cauno refiere. Palideces,
Biblis, al oír su repulsa, |
|
|
|
y se espanta asediado por un
glacial frío tu cuerpo. |
|
|
|
Pero cuando en sí
volvió su mente al par volvieron sus furores |
|
|
|
y su lengua apenas dio al aire, por
ellas herido, palabras tales: |
|
|
|
«Y con razón, pues
¿por qué, temeraria, de la herida esta |
585 |
|
|
he hecho delación?
¿Por qué, las que esconder se hubieron, |
|
|
|
tan rápido encomendé
a unas apresuradas tablillas, mis palabras? |
|
|
|
Antes con ambiguas frases
debí sondear el designio |
|
|
|
de su corazón. Para que no
dejara de seguirme en mi camino, |
|
|
|
en parte alguna de la vela hubiera
debido notar cuál sería la brisa, |
590 |
|
|
y por un mar seguro correr quien
ahora |
|
|
|
por no explorados vientos he
llenado mis lienzos. |
|
|
|
Me veo arrastrada a los escollos
pues, y volcada me cubre |
|
|
|
el océano todo, y no tienen
mis velas retornos. |
|
|
|
Y qué de que con presagios
ciertos se me prohibía |
595 |
|
|
condescender al amor mío, ya
entonces, cuando al ordenar llevarla |
|
|
|
se me cayó e hizo la cera
caducas nuestras esperanzas. |
|
|
|
¿Acaso no debió ser o
aquel día o toda mi voluntad |
|
|
|
-pero mejor el día-
cambiado? Un dios mismo me amonestaba |
|
|
|
y señales ciertas me daba:
de no haber estado mal sana. |
600 |
|
|
Aun así yo misma hablar, y
no encomendarme a la cera, |
|
|
|
había debido, y presente
descubrir mis locos amores. |
|
|
|
Hubiese visto él mis
lágrimas, mi rostro hubiese visto de amante, |
|
|
|
más cosas decir podía
que las que las tablillas cogieron. |
|
|
|
Contra su voluntad pude circundar
mis brazos a su cuello |
605 |
|
|
y si fuera rechazada pudo
vérseme casi morir, |
|
|
|
y abrazarme a sus pies, y
allí derramada demandarle la vida. |
|
|
|
Todo lo hubiese hecho, de entre lo
cual, si cada cosa su dura |
|
|
|
mente doblegar no pudiera, lo
hubiese podido todo junto. |
|
|
|
Quizás incluso sea
también alguna la culpa del sirviente que envié: |
610 |
|
|
no se acercó apropiadamente,
ni eligió, creo, idóneos |
|
|
|
los tiempos, ni buscó la
hora y el ánimo desocupado. |
|
|
|
Esto es lo que me hizo mal; pues de
una tigresa no ha nacido, |
|
|
|
ni rigurosas piedras o
sólido en su pecho el hierro |
|
|
|
o acero lleva, ni la leche
bebió él de una leona. |
615 |
|
|
Será vencido. Habrá
de buscársele nuevamente, ni cansancio alguno |
|
|
|
admitiré de lo emprendido
mientras el aliento este permanezca. |
|
|
|
Pues lo primero era, si lo que he
hecho se pudiera revocar, |
|
|
|
no haber empezado: lo empezado
expugnar es lo segundo. |
|
|
|
Es lo cierto que él no
puede, aunque ya abandonara mis votos, |
620 |
|
|
no acordarse para siempre, con
todo, de mi osadía. |
|
|
|
Y, porque he desistido, más
livianamente pareceré |
|
|
|
que lo he querido, o incluso que a
él lo he tentado, o que con insidias lo he buscado: |
|
|
|
o incluso realmente que no por
éste que omnipresente empuja y quema |
|
|
|
el pecho nuestro, por este dios,
sino por el mero deseo me creerá vencida. |
625 |
|
|
Finalmente, ya no puedo nada haber
cometido nefando; |
|
|
|
le he escrito y lo he pretendido:
mancillada está mi voluntad; |
|
|
|
aunque nada añada no puedo
no culpable ser llamada. |
|
|
|
Lo que resta mucho es para mis
votos, para mis delitos poco». |
|
|
|
Dijo y -tanta es
la discordia de su incierta mente- |
630 |
|
|
aunque le pesa el haberlo
intentado, gusta de intentarlo, y de la medida |
|
|
|
se excede e infeliz acomete muchas
veces el que se la rechace. |
|
|
|
Luego, cuando ya no tiene un final,
de su patria huye él y de la abominación, |
|
|
|
y en una tierra extraña pone
unas nuevas murallas. |
|
|
|
Entonces verdaderamente dicen que
la afligida Milétide de toda |
635 |
|
|
su mente se apartó, entonces
verdaderamente de su pecho se rasgó |
|
|
|
el vestido, y se golpeó en
duelo furibunda sus propios brazos, |
|
|
|
y ya abiertamente está fuera
de sí misma, y de la no concedida Venus |
|
|
|
confiesa su esperanza, sin la cual,
su patria y sus odiados penates |
|
|
|
abandona y sigue las huellas de su
prófugo hermano, |
640 |
|
|
e igual que movidas por tu tirso,
vástago de Sémele, |
|
|
|
las ismarias bacantes celebran tus
reiterados trienios, |
|
|
|
a Biblis no de otro modo aullar por
los anchos campos |
|
|
|
vieron las nueras de Búbaso;
las cuales dejadas, |
|
|
|
anda errante ella por toda la Caria
y los acorazados Léleges, y Licia. |
645 |
|
|
Ya el Crago y Límira
había dejado atrás, y del Janto las ondas, |
|
|
|
y la cima en que la Quimera por sus
partes de en medio, fuego, |
|
|
|
pecho y rostro de leona, cola de
serpiente poseía: |
|
|
|
te abandonan los bosques cuando
tú, agotada de la persecución, |
|
|
|
caes al suelo, y puestos en la dura
tierra tus cabellos, |
650 |
|
|
Biblis, quedas tendida, y sobre las
frondas tu cara pones, caducas. |
|
|
|
Muchas veces a ella las nifas con
sus tiernos brazos, las Lelégides, |
|
|
|
levantarla intentaron, muchas veces
de que remedie su amor |
|
|
|
la aperciben y allegan consuelos a
su sorda mente. |
|
|
|
Muda yace, y verdes hierbas retiene
en sus uñas |
655 |
|
|
Biblis y humedece las gramas con el
río de sus lágrimas. |
|
|
|
Las Naides a ellas una vena que
nunca secarse pudiera |
|
|
|
dicen que debajo le pusieron. Pues
¿qué más grande que darle habían? |
|
|
|
En seguida, como de la cortada
corteza de una pícea las gotas, |
|
|
|
o como tenaz de la grávida
tierra mana el betún, |
660 |
|
|
y como al adviento del favonio, que
sopla lene, |
|
|
|
con el sol se ablanda de nuevo la
onda que el frío detuvo, |
|
|
|
así de sus lágrimas
consumida la Febeia Biblis |
|
|
|
se torna en manantial, el cual
ahora todavía en los valles aquellos |
|
|
|
el nombre tiene de su dueña,
y bajo una negra encina mana. |
665 |
|
|
Ifis
|
|
La fama de ese
nuevo portento las cien ciudades quizás |
|
|
|
de Creta hubiese llenado, si los
prodigios poco antes |
|
|
|
de Ifis mutada, más
cercanos, no hubiese sufrido Creta. |
|
|
|
Próxima al reino
gnosíaco, en efecto, en otro tiempo, la tierra |
|
|
|
de Festo engendró, de nombre
desconocido, a Ligdo, |
670 |
|
|
hombre de la plebe libre, y no su
hacienda en él |
|
|
|
mayor era que su nobleza, pero su
vida -y su crédito- |
|
|
|
inculpada fue. El cual, a los
oídos de su grávida esposa, |
|
|
|
con las palabras estas le
advertía cuando ya cerca se hallaba el parto: |
|
|
|
«Lo que yo
encomendaría dos cosas son: que con el mínimo dolor
te alivies, |
675 |
|
|
y que un varón paras.
Más onerosa la otra suerte es |
|
|
|
y fuerzas la fortuna le niega. Cosa
que abomino, así pues, |
|
|
|
si ha de salir acaso una hembra de
tu parto, |
|
|
|
-contra mi voluntad te lo encargo:
piedad, perdónamelo- se la matará». |
|
|
|
Había dicho, y de
lágrimas profusas su rostro bañaron |
680 |
|
|
tanto el que lo encargaba como a la
que los encargos eran dados. |
|
|
|
Pero aun así incluso,
Teletusa a su marido con las vanas |
|
|
|
súplicas inquieta de que no
le ponga a ella su esperanza en esa angostura; |
|
|
|
cierta la decisión suya es,
de Ligdo. Y ya de llevar |
|
|
|
apenas capaz era ella su vientre
grave de su maduro peso, |
685 |
|
|
cuando en medio del espacio de la
noche, bajo la imagen de un sueño |
|
|
|
la Ináquida ante su lecho,
cortejada de la pompa de sus sacramentos, |
|
|
|
o estaba o lo parecía:
puestos en su frente estaban sus cuernos |
|
|
|
lunares, con espigas rutilantes de
nítido oro, |
|
|
|
y con su regio ornato; con ella el
ladrador Anubis |
690 |
|
|
y la santa Bubastis, variegado de
colores Apisa, |
|
|
|
y el que reprime la voz y con el
dedo a los silencios persuade; |
|
|
|
y los sistros estaban, y nunca
bastante buscado Osiris, |
|
|
|
y plena la serpiente extranjera de
somníferos venenos. |
|
|
|
entonces, como a una que se hubiera
sacudido el sueño y viera lo manifiesto, |
695 |
|
|
así se le dirigió la
diosa: «Parte, oh Teletusa, de mis seguidoras, |
|
|
|
deja tus graves pesares y a los
mandados de tu marido falta; |
|
|
|
y no duda, cuando de tu parto
Lucina te aligere, |
|
|
|
en recoger lo que ello sea. Soy la
diosa del auxilio, y ayuda |
|
|
|
cuando se me implora llevo, y no te
lamentarás de haber adorado |
700 |
|
|
a un numen ingrato». Le
aconsejó, y se retiró de su tálamo. |
|
|
|
Contenta se
levanta del lecho y levantando sus puras manos |
|
|
|
suplicante la cretense a las
estrellas, que sus visiones sean confirmadas suplica. |
|
|
|
Cuando el dolor creció y a
sí mismo se expulsó su propio peso |
|
|
|
a las auras, y nació una
hembra, sin saberlo el padre, |
705 |
|
|
ordenó que se le alimentara
su madre mintiéndola niño; crédito |
|
|
|
la cosa tuvo y no era del
fingimiento cómplice sino la nodriza. |
|
|
|
Sus votos el padre cumple y el
nombre le impone de su abuelo: |
|
|
|
Ifis el abuelo había sido.
Se alegró del nombre la madre |
|
|
|
porque común era y a nadie
se engañaría con él. |
710 |
|
|
Desde ahí emprendidas las
mentiras, en ese piadoso fraude quedaron ocultas: |
|
|
|
su tocado era el de un niño,
su cara la que si a una niña, |
|
|
|
o si la dieras a un niño,
fuera hermoso uno y la otra. |
|
|
|
El tercer año mientras tanto
al décimo había sucedido, |
|
|
|
cuando tu padre, Ifis, te promete a
la rubia Iante, |
715 |
|
|
entre las Festíadas, la que
más alabada por la dote |
|
|
|
de su hermosura fue, la virgen,
nacida del dicteo Telestes. |
|
|
|
Pareja la edad, pareja su hermosura
era, y las primeras artes |
|
|
|
recibieron de unos maestros -los
rudimentos de su edad- comunes; |
|
|
|
de aquí que el amor de ambas
alcanzara su inexperto pecho, y una igual |
720 |
|
|
herida a las dos hizo, pero era su
confianza dispar: |
|
|
|
el matrimonio y los tiempos de la
pactada antorcha ansía, |
|
|
|
y la que hombre piensa que es, que
su hombre será cree Iante; |
|
|
|
Ifis ama a una de quien poder gozar
no espera, y aumenta |
|
|
|
por ello mismo sus llamas y arde
por la virgen una virgen, |
725 |
|
|
y apenas conteniendo las
lágrimas: «¿Qué salida me espera»,
dice, |
|
|
|
«de quien conocida por nadie,
de quien el prodigioso pesar de una desconocida |
|
|
|
Venus se ha adueñado? Si los
dioses me querían salvar, |
|
|
|
salvar me habían debido, si
no, y perderme querían, |
|
|
|
un mal natural al menos y de
costumbre me hubiesen dado. |
730 |
|
|
Y a la vaca no el de la vaca, y a
las yeguas el amor de las yeguas no abrasa; |
|
|
|
abrasa a las ovejas el carnero,
sigue su hembra al ciervo; |
|
|
|
así también se unen
las aves, y, entre los seres vivos todos, |
|
|
|
hembra arrebatada por el deseo de
una hembra ninguna hay. |
|
|
|
Quisiera que ninguna yo fuera. Para
que no dejara Creta, aun así, |
735 |
|
|
de criar todos los portentos, a un
toro amó la hija del Sol, |
|
|
|
hembra desde luego a un macho: es
más furioso que aquel, |
|
|
|
si la verdad profeso, el amor
mío; aun así, ella seguía |
|
|
|
una esperanza de esa Venus; aun
así ella, con engaños y la imagen de una vaca, |
|
|
|
sintió al toro, y
había, al que se engañara, un adúltero. |
740 |
|
|
Aquí, aunque de todo el orbe
la destreza confluyera, |
|
|
|
aunque el mismo Dédalo
revolara con sus enceradas alas, |
|
|
|
¿qué había de
hacer? ¿Acaso a mí muchacho, de doncella, con sus
doctas |
|
|
|
artes me volviera? ¿Acaso a
ti te mutaría, Iante? |
|
|
|
Por qué no afirmas tu
ánimo y tú misma te recompones, Ifis, |
745 |
|
|
y carentes de consejo y
estúpidos rechazas unos fuegos. |
|
|
|
Qué hayas nacido, ve, si no
es que a ti misma también te engañas, |
|
|
|
y busca lo que lícito es y
ama lo que mujer debes. |
|
|
|
La esperanza es quien lo capta, la
esperanza es quien alimenta al amor: |
|
|
|
de ella a ti la realidad te priva:
no te aparta una custodia del querido |
750 |
|
|
abrazo, ni de un cauto marido el
cuidado, |
|
|
|
no de un padre la aspereza, no al
tú rogarla ella misma a sí se niega, |
|
|
|
y no, aun así, has de
poseerla tú, y no, aunque todo ocurriera, |
|
|
|
puedes ser feliz, aunque dioses y
hombres se afanen. |
|
|
|
Ahora incluso, de mis votos,
ninguna parte hay vana |
755 |
|
|
y los dioses a mí propicios
cuanto pudieron me han dado. |
|
|
|
Lo que yo quiere mi padre, quiere
ella misma, y mi suegro futuro; |
|
|
|
mas no quiere la naturaleza,
más potente que todo esto, |
|
|
|
la que sola a mí me hace
mal. He aquí que llega un deseable tiempo |
|
|
|
y la luz conyugal se acerca, y ya
mía se hará Iante... |
760 |
|
|
Y no me alcanzará: tendremos
sed en medio de las ondas. |
|
|
|
¿Por qué,
Prónuba Juno, por qué, Himeneo, venís |
|
|
|
a estos sacrificios, en los que
quien nos lleve falta, donde somos novias ambas?». |
|
|
|
Calló tras esto su voz. Y no
más lene la otra virgen |
|
|
|
se abrasa, y que rápido
llegues, Himeneo, suplica. |
765 |
|
|
Lo que pide, a ello temiendo
Teletusa, ya difiere los tiempos, |
|
|
|
ahora con fingida postración
la demora alarga, augurios muchas veces |
|
|
|
y visiones pretexta; pero ya
había consumido toda |
|
|
|
materia de mentira y, dilatados,
los tiempos de la antorcha |
|
|
|
apremiaban, y un solo día
restaba: mas ella |
770 |
|
|
la venda del pelo a su hija y a
sí misma de la cabeza |
|
|
|
detrae y sueltos, al ara abrazada,
los cabellos: |
|
|
|
«Isis, el paretonio y los
mareóticos campos y Faros, |
|
|
|
tú, que honras, y
distribuidos en siete cuernos el Nilo, |
|
|
|
presta, te suplico», dice,
«tu ayuda y remedia nuestro temor. |
775 |
|
|
A ti, diosa, a ti misma hace
tiempo, y tuyas estas enseñas, vi, |
|
|
|
y todo lo he reconocido, el sonido
y el séquito de bronce... |
|
|
|
De los sistros y en mi memorativo
corazón tus mandatos inscribí. |
|
|
|
El que ella vea esta luz, el que yo
no sufra castigo, he aquí |
|
|
|
que consejo y regalo tuyo es.
Compadécete de las dos, |
780 |
|
|
y con tu auxilio nos ayuda».
Lágrimas siguieron a esas palabras. |
|
|
|
Pareció la diosa que
movió -y había movido- sus aras, |
|
|
|
y del templo temblaron las puertas,
y que remedan a la luna, |
|
|
|
fulgieron sus cuernos, y
crepitó el sonable sistro. |
|
|
|
No tranquila, ciertamente, pero del
fausto augurio contenta, |
785 |
|
|
la madre sale del templo; la sigue
su acompañante, Ifis, al ella marchar, |
|
|
|
de lo acostumbrado con paso
más grande, y no su albor en su rostro |
|
|
|
permanece, y sus fuerzas se
acrecen, y más acre su mismo |
|
|
|
rostro es, y más breve la
medida de sus no acicalados cabellos, |
|
|
|
y más vigor le asiste que
tuvo de mujer. Pues la que |
790 |
|
|
mujer poco antes eras, un muchacho
eres. Dad ofrendas a los templos, |
|
|
|
y no con tímida confianza
alegraos. Dan ofrendas a los templos, |
|
|
|
añaden también un
título; el título una breve canción
tenía: |
|
|
|
«ESTOS · DONES
· DE · MUCHACHO · CUMPLIÓ · QUE
· DE · MUJER · VOTÓ ·
IFIS». |
|
|
|
La posterior luz
con sus rayos había revelado el ancho orbe, |
795 |
|
|
cuando Venus y Juno e Himeneo a los
sociales fuegos |
|
|
|
concurren, y posee, de muchacho,
Ifis a su Iante. |
|
|
|
|