 Libro sexto
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Aracne
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Había
prestado a relatos tales la Tritonia oídos, |
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y las canciones de las
Aónides y su justa ira había aprobado. |
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Entonces, entre sí:
«Alabar poco es: seamos alabadas también nos
misma |
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y los númenes nuestros que
sean despreciados sin castigo no permitamos». |
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Y de la meonia Aracne a los hados
su ánimo dirige, |
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la cual, que a ella no cedía
en sus alabanzas en el arte de hacer la lana, |
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había oído. No ella
por su lugar ni por el origen de su familia |
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ilustre, sino por su arte fue; el
padre suyo, el colofonio Idmón, |
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con focaico múrice
teñía las bebedoras lanas; |
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había muerto su madre, pero
también ella de la plebe, a su marido |
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igual, había sido; aun
así ella por las lidias ciudades |
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se había buscado con su
ejercicio un nombre memorable, aunque |
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surgida de una casa pequeña,
y en la pequeña habitaba Hipepa. |
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De ella la obra admirable para
contemplar, a menudo |
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abandonaron las ninfas los
viñedos de su Timolo, |
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abandonaron las ninfas
Pactólides sus propias aguas. |
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Y no hechos sólo los
vestidos contemplar agradaba; |
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entonces también, mientras
se hacían: tanto decor acompañaba a su arte, |
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bien si la ruda lana aglomeraba en
los primeros círculos |
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o ya si con los dedos hacía
subir la obra y, buscados largo trecho, |
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unos vellones ablandaba que
igualaban a las nubes, |
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o si con ligero pulgar giraba el
pulido huso, |
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o si cosía a aguja; la
sabrías por Palas instruida, |
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lo cual, aun así, ella
niega, y de tan gran maestra ofendida: |
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«Compita», dice,
«conmigo: nada hay que yo vencida rehúse». |
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Palas una vieja
simula, y falsas canas en las sienes |
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se añade y unos infirmes
miembros con un bastón también sostiene. |
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Entonces así comenzó
a hablar: «No todas las cosas la más avanzada
edad |
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que debamos huir tiene; viene la
experiencia de los tardíos años. |
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El consejo no desprecia mío.
Tú la fama has de buscar |
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máxima de hacer entre los
mortales lana; |
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cede ante la diosa y perdón
por tus palabras, temeraria, |
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con suplicante voz ruega; su
perdón dará ella a quien lo ruega». |
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La contempla a ella, y con torvo
semblante los emprendidos hilos deja |
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y apenas su mano conteniendo y
confesando en tal semblante su ira |
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con tales palabras replicó a
la oscura Palas: |
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«De tu razón privada y
por tu larga vejez vienes acabada, |
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y demasiado largo tiempo haber
vivido te hace mal. Las oiga, |
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si tú una nuera tienes, si
tienes tú una hija, esas palabras. |
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Consejo bastante tengo en mí
yo, y advirtiéndome |
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útil haberme sido no creas:
la misma es la opinión nuestra. |
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¿Por qué no ella
misma viene? ¿Por qué estos certámenes
evita?». |
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Entonces la diosa: «Ha
venido», dice, y de su figura se despojó de vieja |
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y a Palas exhibió.
Reverencian sus númenes las ninfas |
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y las migdónides nueras;
sola quedó no aterrada esta virgen, |
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pero aun así se
sonrojó y, súbito, su involuntaria cara |
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señaló un rubor, y de
nuevo se desvaneció, como suele el aire |
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purpúreo hacerse en cuanto
la Aurora se mueve, |
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y breve tiempo después
encandecerse, del sol al nacimiento. |
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Persiste en su empresa y de una
estúpida palma por el deseo |
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a sus propios hados se lanza, pues
tampoco de Júpiter la nacida rehúsa |
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ni le advierte más
allá ni ya los certámenes difiere. |
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Sin demora se colocan en opuestas
partes ambas |
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y con grácil urdimbre tensan
parejas telas: |
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la tela al yugo unido se ha, la
caña divide la urdimbre, |
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se insertan en mitad de la trama
los radios agudos, |
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la cual los dedos desenredan y,
entre las urdimbres metida, |
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los entallados dientes la nivelan
del peine al golpear. |
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Ambas se apresuran y,
ceñidos al pecho sus vestidos, |
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sus brazos doctos mueven mientras
el celo engaña a la fatiga. |
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Por allí, esa púrpura
que sintió al caldero tirio |
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se teje, y también tenues
sombras de pequeño matiz, |
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cual suele el Arco, los soles por
la lluvia al ser atravesados, |
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manchar con su ingente curvatura el
largo cielo, |
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en el cual, diversos aunque brillen
mil colores, |
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su tránsito mismo, aun
así, a los ojos que lo contemplan engaña: |
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hasta tal punto los que se tocan lo
mismo son, sin embargo los últimos distan. |
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Por allí también
dúctil en los hilos se entremete el oro, |
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y un viejo argumento a las telas se
lleva. |
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Palas la peña de Marte en el
cecropio recinto |
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pinta, y la antigua lid sobre el
nombre de esa tierra. |
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Una docena de celestiales, con
Júpiter en medio, en sus sedes altas |
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con augusta gravedad están
sentados; su faz a cada uno |
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de los dioses lo inscribe: la de
Júpiter es una regia imagen; |
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apostado hace que el dios del
piélago esté, y que con su largo |
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tridente hiera unas ásperas
rocas y que de la mitad de la herida de la roca |
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brote un estrecho, prenda con la
que pueda reclamar la ciudad; |
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mas a sí misma se da el
escudo, se da de aguda cúspide el astil, |
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se da la gálea para su
cabeza, se defiende con la égida el pecho, |
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y, golpeada de su cúspide,
simula que la tierra |
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produce, con sus bayas, la
cría de la caneciente oliva, |
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y que lo admiran los dioses; de su
obra la Victoria es el fin. |
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Aun así, para que con
ejemplos entienda la émula de su gloria |
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qué premio ha de esperar por
una osadía tan de una furia, |
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por sus cuatro partes
certámenes cuatro añade, |
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claros por el color suyo, por sus
breves figurillas distinguidas. |
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A la tracia Ródope contiene
el ángulo uno, y a su Hemo, |
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ahora helados montes, mortales
cuerpos un día, |
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que los nombres de los supremos
dioses a sí mismos se atribuyeron. |
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La otra parte tiene el hado
lamentable de la pigmea |
90 |
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madre; a ella Juno, vencida en
certamen, le mandó |
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ser grulla y a los pueblos suyos
declarar la guerra. |
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Pintó también a
Antígona, la que osó contender un día |
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con la consorte del gran
Júpiter, a la cual la regia Juno |
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en ave convirtió, y no le
fue de provecho Ilión a ella, |
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o Laomedonte su padre, para que,
cándida con sus adoptadas alas, |
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no a sí misma se aplauda
ella, con su crepitante pico, la cigüeña. |
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El que queda único, a
Cíniras tiene ese ángulo, huérfano, |
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y él, los peldaños
del templo -de las nacidas suyas los miembros- |
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abrazando y en esta roca yacente,
llorar parece. |
100 |
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Rodea las extremas orillas con
olivos de la paz |
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-esta la medida justa es- y de la
obra suya hace con su árbol el término. |
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La
Meónide a la engañada representa por la imagen de un
toro, |
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a Europa. Verdadero el toro, los
estrechos verdaderos creerías. |
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Ella misma parecía las
tierras abandonadas contemplar |
105 |
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y a sus acompañantes clamar
y el contacto temer |
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del agua que hacia ella saltaba y
sus temerosas plantas querer retornar. |
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Hizo también que Asterie por
un águila luchadora fuera sostenida, |
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|
hizo que de un cisne Leda se
acostara bajo las alas. |
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Añadió cómo de
un sátiro escondido en la imagen, a la bella |
110 |
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|
Nicteide Júpiter llenara de
un gemelo parto, |
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Anfitrión fuera cuando a ti,
Tirintia, te cautivó, |
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cómo áureo a
Dánae, a la Esópide engañara siendo
fuego, |
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a Mnemósine pastor, a la
Deoide variegada serpiente. |
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A ti también, mutado,
Neptuno, en torvo novillo, |
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en la virgen eolia te puso;
tú pareciendo Enipeo |
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engendras a los Aloidas, carnero a
la Bisáltide engañas, |
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y la flava de cabellos, de los
frutos la suavísima madre, |
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te sintió caballo, te
sintió volador la de melena de culebras, |
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|
madre del caballo volador, te
sintió delfín Melanto. |
120 |
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A todos estos la faz suya y la faz
de sus lugares |
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devolvió. Está
allí, agreste en su imagen Febo, |
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y cómo ora de azor alas, ora
lomos de león |
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llevara, cómo de pastor a la
Macareide Ise burlara, |
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cómo Líber a
Erígone con falsa uva engañara, |
125 |
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cómo Saturno de caballo al
geminado Quirón creó. |
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La última parte de la tela,
circundada por un tenue limbo, |
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con néxiles hiedras contiene
flores entretejidas. |
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|
No en
ésta Palas, no en esta obra la Envidia |
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podría cebarse: se
dolió de su éxito la flava guerrera |
130 |
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y rompió las pintadas
-celestiales delitos- vestes, |
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y tal como el radio del
citoríaco monte sostenía, |
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tres, cuatro veces la frente
golpeó de la Idmonia Aracne. |
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No lo soportó la infeliz y
con un lazo, ardida, se ligó |
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|
su garganta: a la que así
colgaba, Palas compadecida la alivió |
135 |
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y así: «Vive pues,
pero cuelga, aun así, malvada» dijo, |
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|
«y esta ley misma de tu
castigo, para que no estés libre de inquietud en el
futuro, |
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|
declarada para tu descendencia y
tus tardíos nietos sea». |
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Después
de eso, cuando se marchaba, con jugos de la hierba de
Hécate |
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la asperjó: y al instante,
por la triste droga tocados, |
140 |
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se derramaron sus pelos, con los
cuales también su nariz y sus orejas, |
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y se hace su cabeza mínima;
en todo su cuerpo también pequeña es, |
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en su costado sus descarnados
dedos, en vez de piernas se adhieren, |
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|
el resto el vientre lo ocupa, del
cual, aun así, ella remite |
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una urdimbre y sus antiguas telas
trabaja, la araña. |
145 |
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Níobe
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La Lidia entera
brama y de Frigia por las fortalezas la noticia |
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del hecho va, y el gran orbe con
esos discursos ocupa. |
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Antes Níobe de sus
tálamos la había conocido a ella, |
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por el tiempo en que, de virgen,
Meonia y el Sípilo habitaba; |
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y no, aun así, advertida
quedó con el castigo de su paisana Aracne |
150 |
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de ceder ante los celestiales y de
palabras menores usar. |
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|
Muchas cosas le daban arrestos;
pero ni de su esposo las artes |
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ni la familia de ambos y de su gran
reino el poderío |
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así la placían
-aunque ello todo le pluguiera- |
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como su progenie; y la más
feliz de las madres |
155 |
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dicha hubiera sido Níobe, si
no a sí misma se lo hubiera parecido. |
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Pues la simiente de Tiresias, del
porvenir présaga, Manto, |
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por mitad de las calles, excitada
por una divina fuerza, |
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había vaticinado:
«Isménides, marchad incesantes |
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y dad a Latona y a los dos hijos de
Latona |
160 |
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con su plegaria inciensos
píos, y con laurel enlazaos el pelo. |
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|
Por la boca mía Latona lo
ordena». Se obedece, y todas |
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las tebaides con las ordenadas
frondas sus sienes ornan |
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|
|
e inciensos dan a los santos -y
palabras suplicantes- fuegos. |
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|
He aquí que viene
rodeadísima Níobe de la multitud de sus
acompañantes, |
165 |
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|
por sus vestidos frigios de oro
entretejido vistosa |
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|
y, cuanto su ira permite, hermosa;
y, moviendo con su agraciada |
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cabeza sueltos por ambos hombros
sus cabellos, |
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|
se detuvo, y cuando sus ojos
soberbios alrededor hubo llevado, alta: |
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«¿Qué furor,
unos oídos dioses», dijo, «anteponer |
170 |
|
|
a los vistos, o por qué se
honra a Latona por las aras, |
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|
cuando el numen todavía
mío sin incienso está? Tántalo el autor
mío, |
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único al que fue permitido
de los altísimos tocar las mesas; |
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|
de las Pléyades hermana es
la genetriz mía; el máximo Atlas |
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es mi abuelo, el que lleva sobre su
cuello el etéreo eje; |
175 |
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|
Júpiter mi otro abuelo; como
suegro también me glorío de él. |
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|
A mí los pueblos me temen de
Frigia; debajo de mí, su dueña, |
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|
el real de Cadmo está, y
reunidas por las liras de mi esposo, |
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|
estas murallas con sus pueblos por
mí y mi marido son regidas. |
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|
A cualquier parte de mi casa al
volver mis ojos |
180 |
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|
inmensas riquezas vense; adviene a
esto mismo, |
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|
digna de una diosa, mi faz;
aquí mis nacidas pon, siete, |
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|
y otros tantos jóvenes, y
pronto yernos y nueras. |
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|
Preguntad ahora qué causa
tenga nuestra soberbia, |
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a la simiente de no sé
qué Ceo atreveos, a la Titánide |
185 |
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Latona, a preferir a mí, a
la cual la máxima tierra un día |
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|
una exigua sede cuando iba a parir
le negó. |
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Ni en el cielo ni en el suelo ni en
las aguas la diosa vuestra recibida fue: |
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|
una desterrada era del cosmos hasta
que compadecida de su vagar: |
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«Huésped tú por
las tierras vas errante: yo», dijo Delos, |
190 |
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|
«en las ondas» y un
inestable lugar le dio. Ella de dos |
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|
se hizo madre: del útero
nuestro la parte esta es la séptima. |
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Soy feliz -pues quién niegue
esto- y feliz permaneceré |
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|
-esto también quién
lo dude-: segura a mí mi abundancia me hizo. |
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Mayor soy que a quien pueda la
Fortuna dañar, |
195 |
|
|
y mucho aunque me arrebatara, que
mucho a mí más me quedará. |
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|
Han excedido al miedo ya mis
bienes: fingid que quitarse |
|
|
|
algo a este pueblo de los nacidos
míos pudiera: |
|
|
|
no, aun así, al
número de dos me reduciría expoliada, |
|
|
|
de Latona la multitud, la cual,
cuánto dista de una huérfana. |
200 |
|
|
Dejad † deprisa estos
sacrificios † y el laurel de los cabellos |
|
|
|
quitaos». Se lo quitan y los
sacrificios inconclusos abandonan, |
|
|
|
y, lo que lícito es, con
tácito murmullo veneran su numen. |
|
|
|
Indignóse
la diosa y en el sumo vértice del Cinto |
|
|
|
con tales palabras a su gemela
prole habló: |
205 |
|
|
«Heme yo, vuestra madre, de
vosotros ardida, mis criaturas, |
|
|
|
y que si no a Juno a ninguna
cedería de las diosas, |
|
|
|
si una diosa soy se duda y, a
través de todos los siglos adoradas, |
|
|
|
se me aparta, oh mis nacidos, si
vosotros no me socorréis, de mis aras. |
|
|
|
Y no el dolor este solo: a su
siniestra acción insultos |
210 |
|
|
la Tantálide ha
añadido y a vosotros posponer a los nacidos |
|
|
|
suyos se ha atrevido y a mí
-lo cual en ella recaiga- huérfana |
|
|
|
me ha dicho y ha exhibido la
lengua, maldita, paterna». |
|
|
|
Añadido súplicas
habría la Latona a estos relatos: |
|
|
|
«Deja», Febo dice.
«Del castigo dilación una larga queja es». |
215 |
|
|
Dijo lo mismo Febe, y en
rápida caída por el aire |
|
|
|
alcanzaron, cubiertos por unas
nubes, de Cadmo el recinto. |
|
|
|
Plana había, y a lo ancho
abriéndose cerca de las murallas, una llanura, |
|
|
|
por asiduos caballos batida, donde
una multitud de ruedas |
|
|
|
y dura pezuña había
mullido los terrones a ellos sometidos. |
220 |
|
|
Una parte allí de los siete
engendrados de Anfíon en fuertes |
|
|
|
caballos montan y, rojecientes de
tirio jugo, |
|
|
|
sus lomos hunden y de oro pesadas
moderan sus riendas. |
|
|
|
De los cuales Ismeno, que para la
madre suya el fardo un día |
|
|
|
primero había sido, mientras
dobla en un certero círculo |
225 |
|
|
de su cuadrípede el curso y
su espumante boca somete: |
|
|
|
«¡Ay de
mí!», clama, y en mitad del pecho clavadas |
|
|
|
unas flechas lleva y los frenos su
mano moribunda soltando, |
|
|
|
hacia el costado poco a poco
él se derrama desde el diestro ijar. |
|
|
|
Próximo a él, tras
oír un sonido de aljaba a través del
vacío, |
230 |
|
|
los frenos soltaba Sípilo,
igual que cuando barruntando lluvias |
|
|
|
al ver una nube huye, y
dejándolas colgar por todas partes su gobernador, |
|
|
|
los linos arría para que ni
una leve aura efluya: |
|
|
|
los frenos, aun así,
soltando, no evitable, una flecha |
|
|
|
lo alcanza y en lo alto de su nuca
temblorosa una saeta |
235 |
|
|
se queda clavada y
sobresalía desnudo de su garganta el hierro; |
|
|
|
él, como estaba, inclinado
hacia adelante, por la cruz liberada y crines |
|
|
|
se rueda, y con su cálida
sangre la tierra mancha. |
|
|
|
Fédimo, el infeliz, y del
nombre de su abuelo el heredero, |
|
|
|
Tántalo, una vez que fin
pusieron al acostumbrado trabajo, |
240 |
|
|
habían pasado a la obra
juvenil de la nítida palestra. |
|
|
|
Y ya habían confrontado,
luchando en estrecho nudo, |
|
|
|
pecho con pecho, cuando disparada
por el tenso nervio |
|
|
|
como estaban, unidos,
atravesó a uno y otro una saeta. |
|
|
|
Gimieron a la vez, a la vez
encorvados por el dolor |
245 |
|
|
sus miembros en el suelo pusieron,
a la vez sus supremas luces |
|
|
|
giraron, yacentes, su aliento a la
vez exhalaron. |
|
|
|
Los contempla Alfénor y su
desgarrado pecho golpeando |
|
|
|
a ellos vuela para con sus abrazos
aliviar sus helados miembros, |
|
|
|
y en el piadoso servicio cae; pues
el Delio a él |
250 |
|
|
lo íntimo de su torso
rompió con un mortífero hierro. |
|
|
|
El cual, una vez que sacado fue,
parte fue del pulmón en sus arpones |
|
|
|
extraída y con su aliento su
crúor se difundió a las auras. |
|
|
|
Mas no al intonso Damasicton una
simple herida |
|
|
|
infligió: herido
había sido por donde el muslo a serlo empieza, y por
donde |
255 |
|
|
su blanda articulación hace
la nervosa corva, |
|
|
|
y mientras con la mano intenta
sacar la fúnebre flecha |
|
|
|
otra saeta a través de la
garganta hasta las plumas le entró. |
|
|
|
Expulsó a ésta la
sangre, que proyectándose a lo alto |
|
|
|
riela y, largamente por ella
horadada el aura, saltando sube. |
260 |
|
|
El último Ilioneo, rezando,
unos brazos que no le habían |
|
|
|
de aprovechar había elevado
y: «Dioses oh, en común, todos», |
|
|
|
había dicho, sin él
saber que no todos debían ser rogados, |
|
|
|
«guardadme». Conmovido
se había, cuando ya revocable la flecha |
|
|
|
no era, el señor del arco;
de una mínima herida aun así muere él, |
265 |
|
|
no profundamente perforado su
corazón por la saeta. |
|
|
|
La noticia de
ese mal y de su pueblo el dolor y las lágrimas |
|
|
|
de los suyos a la madre de tan
súbita ruina cercioraron, |
|
|
|
admirada de que hubieran podido, y
enconada de que se hubieran |
|
|
|
a ello atrevido los
altísimos, de que tan gran poder tuvieran; |
270 |
|
|
pues el padre, Anfíon, su
hierro a través del pecho empujando |
|
|
|
había puesto fin, muriendo,
juntamente con la luz, a su dolor. |
|
|
|
Ay, cuánto esta Níobe
de la Níobe distaba aquella |
|
|
|
que ahora poco a su pueblo
había apartado de las Latoas aras |
|
|
|
y por mitad de su ciudad
había llevado sus pasos, alta la cabeza, |
275 |
|
|
malquerida para los suyos, mas
ahora digna de compasión incluso para su oponente. |
|
|
|
Sobre sus cuerpos helados se postra
y sin orden ninguno |
|
|
|
besos dispensa, los supremos, por
sus nacidos todos, |
|
|
|
desde los cuales al cielo sus
lívidos brazos levantando: |
|
|
|
«Cébate, cruel, de
nuestro dolor, Latona, |
280 |
|
|
cébate», dice,
«y sacia tu pecho de mi luto |
|
|
|
y tu corazón fiero
sacia», dijo. «Mediante funerales siete |
|
|
|
a mí me llevan: exulta, y,
vencedora enemiga, triunfa. |
|
|
|
¿Pero por qué
vencedora? A mí desgraciada más me quedan |
|
|
|
que a ti feliz; después de
tantos funerales también venzo». |
285 |
|
|
Había
dicho, y sonó desde su tensado arco un nervio, |
|
|
|
el cual, excepto a Níobe
sola, aterró a todos. |
|
|
|
Ella en su mal es audaz. Apostadas
estaban con sus ropas negras |
|
|
|
ante los lechos de sus hermanos,
suelto el pelo, sus hermanas, |
|
|
|
de las cuales una, sacándose
unas flechas clavadas en su vientre, |
290 |
|
|
impuesto sobre su hermano,
moribunda, el rostro, languidece; |
|
|
|
la segunda, consolar a su
desgraciada madre intentando |
|
|
|
calló súbitamente y
doblegada por una herida ciega quedó |
|
|
|
[y su boca no cerró sino
después que su espíritu se fuera]. |
|
|
|
Ésta en vano huyendo se
desploma, aquélla sobre su hermana |
295 |
|
|
muere; se esconde ésta,
aquélla temblar habrías visto. |
|
|
|
Y seis dadas ya a la muerte y
diversas heridas padeciendo |
|
|
|
la última restaba; a la cual
con todo su cuerpo su madre, |
|
|
|
con todo su vestido cubriendo:
«Ésta sola y la más pequeña deja; |
|
|
|
de muchas la más
pequeña te pido», clamaba, «y ella
sola», |
300 |
|
|
y mientras suplicaba la que rogaba
muere. Huérfana se sentó, |
|
|
|
entre sus exánimes nacidos y
nacidas y marido, |
|
|
|
y rigente quedó por sus
males; cabellos mueve la brisa ningunos, |
|
|
|
en su rostro el color es sin
sangre, sus luces en sus afligidas |
|
|
|
mejillas están
inmóviles, nada hay en su imagen vivo. |
305 |
|
|
Su propia lengua también
interiormente con su duro paladar |
|
|
|
unida se congela y las venas
desisten de poder moverse; |
|
|
|
ni doblarse su cuello, ni sus
brazos hacer movimientos, |
|
|
|
ni su pie andar puede; por dentro
también de sus entrañas roca es. |
|
|
|
Llora aun así y circundada
por un torbellino de vigoroso viento |
310 |
|
|
hasta su patria es arrebatada;
allí, fija a la cima de un monte |
|
|
|
se licuece y lágrimas
todavía ahora sus mármoles manan. |
|
|
|
Los paisanos licios
|
|
Entonces
verdaderamente todos la manifiesta ira de su numen, |
|
|
|
mujer y hombre, temen, y con el
culto más afanosamente todos |
|
|
|
los grandes númenes veneran
de la divina madre de los gemelos; |
315 |
|
|
y, como se suele, según el
hecho más reciente los anteriores se vuelven a narrar. |
|
|
|
De los cuales uno dice: «De
la Licia fértil también por los campos |
|
|
|
no impunemente a la diosa los
viejos colonos despreciaron. |
|
|
|
Cosa oscura ciertamente es por la
falta de nobleza de sus hombres, |
|
|
|
admirable, aun así. Vi en
persona el pantano y su lugar, |
320 |
|
|
por el prodigio conocido; pues ya
mayor de edad |
|
|
|
e incapaz de soportar el viaje, a
mí mi genitor traer unos escogidos |
|
|
|
bueyes me había encargado de
allí, y del pueblo aquel al irme |
|
|
|
él mismo un guía me
había dado, con el cual, mientras esos pastos lustro, |
|
|
|
he aquí que del lago en
medio, negro del rescoldo de sus sacrificios |
325 |
|
|
un ara vieja se alzaba, de
trémulas cañas rodeada. |
|
|
|
Se detuvo y con pávido
murmullo: «Propicio a mí seas», dijo |
|
|
|
el guía mío, y con
semejante murmullo: «Propicio a mí», yo
dije. |
|
|
|
Si de las Náyades o de Fauno
fuera, aun así, el ara, le preguntaba, |
|
|
|
o si de un indígena dios,
cuando tal cosa me refirió mi huésped: |
330 |
|
|
«No en este ara, oh joven, un
montano numen hay; |
|
|
|
aquélla suya la llama a
quien un día la regia esposa |
|
|
|
el orbe le vetó, a quien
apenas la errática Delos, |
|
|
|
suplicante, la acogió
cuando, leve isla, nadaba; |
|
|
|
allí recostándose,
junto con el árbol de Palas, en una palmera, |
335 |
|
|
dio a luz a sus gemelos -contra la
voluntad de la madrastra- Latona. |
|
|
|
De allí también que
huyó de Juno la recién parida se refiere |
|
|
|
y que en su seno llevó, dos
númenes, a sus nacidos. |
|
|
|
Y ya cuando un sol grave quemaba
los campos en los confines |
|
|
|
de Licia, la autora de la Quimera,
la diosa, de su larga fatiga cansada |
340 |
|
|
y desecada del calor estelar, sed
contrajo, |
|
|
|
y sus pechos lactantes los
habían agotado ávidos sus hijos. |
|
|
|
Por azar en un lago de mediana agua
reparó, en unos profundos |
|
|
|
valles; unos paisanos allí
leñosos mimbres |
|
|
|
recogían, y con ellos juncos
y, grata a los pantanos, ova. |
345 |
|
|
Se acercó, y bajando la
rodilla la Titania en la tierra |
|
|
|
la apoyó para sacar helados
licores que bebiera. |
|
|
|
La rústica multitud lo
impide; la diosa así se dirigió a los que la
impedían: |
|
|
|
«¿Por qué
prohibís las aguas? Un uso compartido el de las aguas
es |
|
|
|
y ni el sol privado la naturaleza,
ni el aire hizo, |
350 |
|
|
ni las tenues ondas: a
públicos beneficios he venido; |
|
|
|
los cuales, aun así, que me
deis, suplicante os pido. No yo nuestros |
|
|
|
cuerpos a lavar aquí y
cansados miembros me disponía, |
|
|
|
sino a aliviar la sed. Carece la
boca de quien os habla de humedad |
|
|
|
y la garganta seca tengo y apenas
hay camino de la voz en ellas. |
355 |
|
|
Un sorbo de agua para mí
néctar será y la vida confesaré |
|
|
|
que he recibido a la vez: la vida
me daríais en el agua. |
|
|
|
Éstos también os
conmuevan, los que en nuestro seno sus brazos |
|
|
|
pequeños tienden», y
por acaso tendían los brazos sus nacidos. |
|
|
|
¿A quién no las
tiernas palabras de la diosa hubieran podido conmover? |
360 |
|
|
Ellos, aun así, a quien
rogaba persisten en prohibirlas, y amenazas, |
|
|
|
si no lejos se retira, e insultos
encima añaden. |
|
|
|
Y no bastante es; los propios
incluso lagos con pies |
|
|
|
y mano enturbiaron y desde el
profundo abismo el blando |
|
|
|
limo aquí y allá con
saltos malignos removieron. |
365 |
|
|
Difirió la ira la sed, y no,
pues, ya, la hija de Ceo |
|
|
|
suplica a unos indignos, ni decir
sostiene por más tiempo |
|
|
|
palabras menores la diosa, y
levantando a las estrellas sus palmas: |
|
|
|
«Eternamente en el
pantano», dijo, «este viváis». |
|
|
|
Suceden los deseos de la diosa:
gustan de estar bajo las ondas |
370 |
|
|
y ora todo su cuerpo sumergir en la
cóncava laguna, |
|
|
|
ahora sacar la cabeza, ora por lo
alto del abismo nadar, |
|
|
|
a menudo sobre la ribera del
pantano sentarse, a menudo |
|
|
|
a los helados lagos volver a
brincar; pero ahora también sus torpes |
|
|
|
lenguas en disputas ejercitan y
haciendo a un lado el pudor, |
375 |
|
|
aunque estén bajo agua, bajo
agua maldecir intentan. |
|
|
|
Su voz también ya ronca es y
sus inflados cuellos hinchan |
|
|
|
y sus propios voceríos les
dilatan las anchas comisuras. |
|
|
|
Sus espaldas la cabeza tocan, los
cuellos sustraídos parecen, |
|
|
|
su espinazo verdea, su vientre, la
parte más grande del cuerpo, blanquea, |
380 |
|
|
y en el limoso abismo saltan,
nuevas, las ranas». |
|
|
|
Marsias
|
|
Así,
cuando no sé quién hubo referido de los hombres |
|
|
|
del pueblo licio la
destrucción, del sátiro se acuerda el otro, |
|
|
|
al cual el Latoo, con su
Tritoníaca caña venciéndole, |
|
|
|
le deparó un castigo.
«¿Por qué a mí de mí me
arrancas?», dice; |
385 |
|
|
«ay, me pesa, ay, no
vale», clamaba, «la tibia tanto». |
|
|
|
Al que clamaba la piel le fue
arrancada de lo sumo de sus miembros, |
|
|
|
y nada sino herida él era;
crúor de todas partes mana, |
|
|
|
y destapados se ven sus nervios y
trémulas sin ninguna |
|
|
|
piel rielan sus venas; sus
palpitantes vísceras podrías |
390 |
|
|
enumerar, y diáfanas en su
pecho las fibras. |
|
|
|
A él los campestres faunos,
de las espesuras númenes, |
|
|
|
y sus sátiros hermanos, y su
entonces también querido Olimpo, |
|
|
|
y las ninfas le lloraron, y quien
quiera que en los montes aquellos |
|
|
|
lanados rebaños y ganados
astados apacentaba. |
395 |
|
|
Fértil se humedeció,
y humedecida la tierra caducas |
|
|
|
lágrimas concibió, y
con sus venas más profundas las embebió; |
|
|
|
las cuales, cuando las hizo agua, a
las vacías auras las emitió. |
|
|
|
Desde entonces el que busca
rápido por sus riberas inclinadas la superficie |
|
|
|
por Marsias su nombre tiene, de
Frigia el más límpido caudal. |
400 |
|
|
Pélope
|
|
Con tales
relatos al instante vuelve a lo presente |
|
|
|
la gente y al extinguido
Anfíon, con su estirpe, hace duelo. |
|
|
|
La madre en inquina cae: a ella
entonces también se dice que una persona |
|
|
|
le lloró, Pélope, y
en su hombro, después que las ropas |
|
|
|
se quitó del pecho, el
marfil mostró, en el siniestro. |
405 |
|
|
De concorde color este hombro en el
momento de su nacimiento que el diestro, |
|
|
|
y corpóreo, había
sido; por las manos paternas luego cortados |
|
|
|
sus miembros, cuentan que los
unieron los dioses, y aunque los otros encontraron, |
|
|
|
el lugar que está intermedio
entre la garganta y la parte superior del brazo |
|
|
|
faltaba: impuesto le fue en uso de
la parte |
410 |
|
|
que no comparecía ese
marfil, y por el hecho ese Pélope quedó entero. |
|
|
|
Tereo, Progne y Filomela
|
|
Los vecinos
aristócratas se reúnen y las ciudades
próximas |
|
|
|
rogaron a sus reyes que fueran a
los consuelos, |
|
|
|
y Argos y Esparta y la
Pelópide Micenas |
|
|
|
y todavía no para la torva
Diana Calidón odiosa |
415 |
|
|
y Orcómenos la feraz y noble
por su bronce Corinto |
|
|
|
y Mesene la feroz y Patras y la
humilde Cleonas, |
|
|
|
y la Nelea Pilos y todavía
no piteia Trecén |
|
|
|
y las ciudades otras que por el
Istmo están encerradas, el de dos mares, |
|
|
|
y las que fuera situadas por el
Istmo son contempladas, el de dos mares. |
420 |
|
|
Creerlo quién podría,
sola tú no cumpliste, Atenas. |
|
|
|
Se opuso a ese deber la guerra, y
transportadas por el ponto |
|
|
|
bárbaras columnas aterraban
los mopsopios muros. |
|
|
|
El tracio Tereo
a ellas con sus auxiliares armas |
|
|
|
las había dispersado y un
claro nombre por vencer tenía; |
425 |
|
|
al cual consigo Pandíon, en
riquezas y hombres poderoso, |
|
|
|
y que su linaje traía desde
acaso el gran Gradivo, |
|
|
|
con la boda de su Progne,
unió. No la prónuba Juno, |
|
|
|
no Himeneo asiste, no la Gracia a
aquel lecho. |
|
|
|
Las Euménides sostuvieron
esas antorchas, de un funeral robadas, |
430 |
|
|
las Euménides tendieron el
diván y sobre su techo se recostó, |
|
|
|
profano, un búho, y del
tálamo en el culmen se sentó. |
|
|
|
Con esta ave uniéronse
Progne y Tereo, padres |
|
|
|
con esa ave hechos fueron; les
agradeció, claro está, a ellos |
|
|
|
la Tracia, y a los dioses mismos
ellos las gracias dieron, y a ese día |
435 |
|
|
en el que dada fue de
Pandíon la nacida al preclaro tirano, |
|
|
|
y en el que había nacido
Itis, festivo ordenaron que se dijera. |
|
|
|
-hasta tal punto se oculta el
provecho-. Ya los tiempos del repetido |
|
|
|
año el Titán a
través de cinco otoños había conducido, |
|
|
|
cuando, enterneciendo a su marido
Progne: «Si estima», dijo, |
440 |
|
|
«alguna la mía es, o a
mí a ver envíame a mi hermana |
|
|
|
o que mi hermana aquí venga.
Que ha de volver en tiempo pequeño |
|
|
|
prometerás a tu suegro. De
un gran regalo a mí, en la traza, |
|
|
|
a mi germana el haber visto me
darás». Ordena él las quillas |
|
|
|
a los estrechos bajar y a vela y
remo en los puertos |
445 |
|
|
cecropios entra y del Pireo los
litorales toca. |
|
|
|
En cuanto de su suegro estuvo en
presencia, la derecha a la diestra |
|
|
|
se une, y con ese fausto presagio
se acomete la conversación. |
|
|
|
Había empezado, de su
llegada el motivo, los encargos a referir |
|
|
|
de su esposa, y rápidos
retornos de la enviada a prometer: |
450 |
|
|
he aquí que llega, en gran
aparato rica, Filomela, |
|
|
|
más rica en hermosura,
cuales oír solemos |
|
|
|
que las náyades y las
dríades por mitad avanzan de las espesuras |
|
|
|
si sólo les des a ellas
adornos y semejantes aparatos. |
|
|
|
No de otro modo se abrasó,
contemplada la virgen, Tereo, |
455 |
|
|
que si uno bajo las canas espigas
fuego ponga, |
|
|
|
o si frondas, y puestas en los
heniles, crema hierbas. |
|
|
|
Digna ciertamente su hermosura,
pero también a él su innata lujuria |
|
|
|
lo estimula, e inclinada la raza de
las regiones aquellas |
|
|
|
a Venus es; flagra por el vicio de
su raza y el suyo propio. |
460 |
|
|
El impulso es de él el celo
de su cortejo corromper |
|
|
|
y de su nodriza la fidelidad, y no
poco con ingentes a ella misma |
|
|
|
dádivas inquietarla y todo
su reino dilapidar, |
|
|
|
o raptarla y con salvaje guerra
raptada defenderla, |
|
|
|
y nada hay que, cautivado por ese
desenfrenado amor, |
465 |
|
|
no osara, y no abarca las llamas su
pecho en él encerradas. |
|
|
|
Y ya las demoras mal lleva y con
deseosa boca se vuelve |
|
|
|
a los encargos de Progne y hace sus
votos bajo ella. |
|
|
|
Elocuente lo hacía el amor,
y cuantas veces rogaba |
|
|
|
más allá de lo justo,
que Progne así lo quería decía. |
470 |
|
|
Añadió también
lágrimas, como si las hubiese encargado también a
ellas. |
|
|
|
Ay, altísimos, cuánto
los mortales pechos de ciega |
|
|
|
noche tienen. Por la propia
instrucción de la maldad a Tereo |
|
|
|
piadoso se le cree y gloria de su
crimen obtiene. |
|
|
|
Y qué decir de que lo mismo
Filomela ansía, y que de su padre los hombros |
475 |
|
|
con sus brazos, tierna,
sosteniendo, que pueda ir a ver a su hermana, |
|
|
|
y que por la suya, y contra su
salud, pide ella. |
|
|
|
La contempla a ella Tereo y de
antemano la toca al mirarla |
|
|
|
y su boca y su cuello y sus
circundados brazos divisando, |
|
|
|
todo por estímulos y
antorchas y cebo de su furor |
480 |
|
|
toma, y cuantas veces se abraza
ella a su padre |
|
|
|
ser su padre quisiera, pues no
menos impío sería. |
|
|
|
Vence al genitor la súplica
de ambas: se goza y le da |
|
|
|
ella al padre las gracias, y que ha
salido bien para las dos |
|
|
|
esto cree la infeliz, que
será lúgubre para las dos. |
485 |
|
|
Ya labor exigua
a Febo restaba, y sus caballos |
|
|
|
pulsaban con sus pies el espacio
del declinante Olimpo. |
|
|
|
Regios manjares en las mesas y Baco
en oro |
|
|
|
se pone; después al
plácido sueño se dan sus cuerpos. |
|
|
|
Mas el rey odrisio, aunque se
retiró, en ella |
490 |
|
|
arde, y recordando su faz y
movimientos y manos |
|
|
|
cuales las quiere imagina las cosas
que todavía no ha visto y los fuegos |
|
|
|
suyos él mismo nutre,
mientras esa inquietud le aleja el sopor. |
|
|
|
La luz llega, y de su yerno la
diestra estrechando que marchaba, |
|
|
|
Pandíon a su
compañera con lágrimas le encomienda brotadas: |
495 |
|
|
«A ella yo, querido yerno,
porque una piadosa causa me obliga |
|
|
|
y lo quisieron ambas, lo quisiste
tú también, Tereo, |
|
|
|
te doy a ti, y por tu lealtad y tu
pecho a mí emparentado suplicante, |
|
|
|
y por los altísimos, te
ruego que con amor de padre la guardes, |
|
|
|
y que a mí, angustiado, este
alivio dulce de mi vejez |
500 |
|
|
cuanto antes -cualquiera
será para mí una demora larga-, me devuelvas. |
|
|
|
Tú también cuanto
antes -bastante es que lejos esté tu hermana-, |
|
|
|
si piedad alguna tienes, a
mí, Filomela, vuelve». |
|
|
|
Le encargaba, y al par daba besos a
la nacida suya |
|
|
|
y lágrimas suaves entre los
encargos caían; |
505 |
|
|
y de fe como prenda las diestras de
cada uno demandó |
|
|
|
y entre sí dadas las
unió, y que a su nacida y nieto |
|
|
|
ausentes por él con
memorativa boca saluden, pide; |
|
|
|
y el supremo adiós, llena de
sollozos la boca, |
|
|
|
apenas dijo, y temió los
presagios de su mente. |
510 |
|
|
Una vez que
impuesta fue Filomela sobre la pintada quilla |
|
|
|
y removido el estrecho a remos, y
la tierra despedida fue: |
|
|
|
«Hemos vencido», clama,
«conmigo mis votos vienen», |
|
|
|
y exulta y apenas en su
ánimo sus gozos difiere |
|
|
|
el bárbaro, y a
ningún lugar la vista separa de ella, |
515 |
|
|
no de otro modo que cuando con sus
pies corvos, predador, |
|
|
|
depositó en su nido alto una
liebre, de Júpiter el ave: |
|
|
|
ninguna huida hay para el cautivo;
contempla su premio el raptor. |
|
|
|
Y ya el camino
concluido, y ya a sus litorales de las fatigadas |
|
|
|
popas habían salido, cuando
el rey, de Pandíon a la nacida |
520 |
|
|
a unos establos altos arrastra,
oscuros de sus espesuras vetustas, |
|
|
|
y allí, palideciente y
temblorosa y todo temiendo |
|
|
|
y ya con lágrimas
dónde esté su germana preguntando, |
|
|
|
la encerró y confesando la
abominación, y virgen ella y una sola, |
|
|
|
por la fuerza la somete, en vano
llamando unas veces a su padre, |
525 |
|
|
otras a la hermana suya, a los
grandes divinos sobre todas las cosas. |
|
|
|
Ella tiembla, como una cordera
asustada que, herida, de la boca |
|
|
|
de un cano lobo se ha sacudido, y
todavía a sí misma a salvo no se cree, |
|
|
|
o como una paloma, humedecidas de
su propia sangre sus plumas, |
|
|
|
se horroriza todavía y tiene
miedo de esas ávidas uñas con las que la
cogieron. |
530 |
|
|
Luego, cuando en sí
volvió, desgarrando sus sueltos cabellos, |
|
|
|
a la que una muerte plañe
semejante, heridos a su golpe sus brazos, |
|
|
|
tendiéndole las palmas:
«Oh por tus siniestros hechos bárbaro, |
|
|
|
oh cruel», dijo, «ni a
ti los encargos de un padre |
|
|
|
con sus lágrimas piadosas te
han conmovido, ni tu cuidado de mi hermana, |
535 |
|
|
ni mi virginidad, ni las
matrimoniales leyes. |
|
|
|
Todo lo has turbado: rival yo hecha
he sido de mi hermana, |
|
|
|
tú, doble esposo. Como
enemigo yo hubiera debido tal castigo. |
|
|
|
¿Por qué no el
aliento este, para que ninguna fechoría a ti, perjuro, te
reste, |
|
|
|
me arrebatas? Y ojalá lo
hubieras hecho antes de estos execrables |
540 |
|
|
concúbitos. Vacías
hubiese tenido de crimen yo mis sombras. |
|
|
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Si, aun así, esto los
altísimos contemplan, si los númenes de los
divinos |
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son algo, si no se perdieron todas
las cosas conmigo, |
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alguna vez tus castigos me
pagarás. Yo misma el pudor |
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rechazando tus hechos diré,
si ocasión tengo |
545 |
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de llegar a gentes; si en estas
espesuras encerrada me quedo |
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llenaré estas espesuras y a
estas piedras, testigos, conmoveré. |
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Oirá esto el éter y
si dios alguno en él hay». |
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Con tales cosas
después que la ira del fiero tirano conmovida, |
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y, no menor que ella, su miedo fue,
por ambos motivos acuciado, |
550 |
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de la que estaba ceñido, de
su vaina libera la espada, |
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y arrebatándola por el pelo
y doblados tras su espalda los brazos, |
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a padecer cadenas la obligó;
su garganta Filomela aprestaba, |
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y esperanza de su muerte al ver la
espada había concebido. |
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Él, ésa que estaba
indignada y por su nombre al padre sin cesar llamaba |
555 |
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y luchaba por hablar,
cogiéndosela con una tenazas, su lengua, |
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se la arrancó con su espada
fiera. La raíz riela última de su lengua. |
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Ésta en sí, yace, y a
la tierra negra, temblando, murmura, |
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y, como saltar suele la cola de una
mutilada culebra, |
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palpita, y muriendo de su
dueña las plantas busca. |
560 |
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|
Después también de
esta fechoría -apenas me atrevería a creerlo- se
cuenta |
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que a menudo por su lujuria
volvió a buscar el lacerado cuerpo. |
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|
Es capaz,
después de tales hechos, de volver a Progne, |
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la cual al ver al esposo por su
germana pregunta, mas él |
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da unos gemidos fingidos y unos
inventados funerales narra |
565 |
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|
y sus lágrimas hicieron el
crédito. Sus vestimentas Progne |
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destrozó desde sus hombros,
de oro ancho fulgentes, |
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y se cubre de negros vestidos y un
inane sepulcro |
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|
instruyó y a unos falsos
manes expiaciones ofreció, |
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|
y plañe los hados de una
hermana que no así de plañirse había. |
570 |
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|
Su doble senario
de signos el dios había revistado, pasado un
año. |
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|
|
¿Qué hacía
Filomela? La huida una custodia le cierra, |
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|
|
construidos se erigen en
sólida roca los muros de los establos, |
|
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|
su boca muda carece de delator del
hecho. Grande es del dolor |
|
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el ingenio, y acude la astucia a
las desgraciadas situaciones. |
575 |
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|
Una urdimbre suspende, experta, del
bárbaro telar, |
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|
y unas purpúreas notas
entretejió en los hilos blancos, |
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|
indicio de la abominación, y
concluido se lo entregó a una, |
|
|
|
y que lo lleve a su dueña
con el gesto le ruega. Ella lo rogado |
|
|
|
llevó hasta Progne: no sabe
qué entregue en ello. |
580 |
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|
Desplegó las ropas la
matrona del salvaje tirano |
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|
y de la fortuna suya la
canción deplorable lee, |
|
|
|
y, milagro que pudiera, calla. El
dolor su boca reprimió, |
|
|
|
y palabras bastante indignadas a la
lengua que las buscaba |
|
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|
faltaron, y no a llorar tiempo
entrega, sino que lo piadoso y lo impío |
585 |
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|
a fundir se lanza y del castigo en
la imagen toda está. |
|
|
|
El tiempo era en
que los sacrificios trienales suelen de Baco |
|
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|
celebrar las sitonias nueras: la
noche es cómplice de los sacrificios, |
|
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|
de noche suena el Ródope con
los tintineos del bronce agudo, |
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|
de noche de su casa salió la
reina y para los ritos |
590 |
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|
del dios se equipa y coge de furia
unas armas. |
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|
Con vid la cabeza se cubre, de su
costado siniestro vellones |
|
|
|
de ciervo penden, en su hombro una
leve asta descansa. |
|
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|
Precipitándose por las
espesuras, de la multitud acompañada de las suyas, |
|
|
|
terrible Progne, y por las furias
agitada del dolor, |
595 |
|
|
Baco, las tuyas simula. Llega a los
establos inaccesibles al fin |
|
|
|
y aúlla y el euhoé
hace sonar, y las puertas destroza |
|
|
|
y a su germana rapta, y a la
raptada de las enseñas de Baco |
|
|
|
inviste, y su rostro con frondas de
hiedra le esconde, |
|
|
|
y arrastrándola
atónita hasta dentro de sus murallas la conduce. |
600 |
|
|
Cuando
sintió que había tocado la casa nefanda Filomela |
|
|
|
se horrorizó la infeliz y en
todo palideció el rostro. |
|
|
|
Alcanzando un lugar Progne, de los
sacrificios las prendas le quita |
|
|
|
y la cara descubre avergonzada de
su desgraciada hermana |
|
|
|
y estrecharla intenta; pero no
levantar en contra |
605 |
|
|
soporta ella sus ojos, rival a
sí misma viéndose de su hermana, |
|
|
|
y bajado a tierra el rostro, al
querer ella jurar |
|
|
|
y por testigos poner a los dioses
de que por la fuerza a ella la deshonra aquella |
|
|
|
inferida fue, por voz su mano
estuvo. Arde y la ira suya |
|
|
|
no abarca la propia Progne, y el
llanto de su hermana |
610 |
|
|
conteniendo: «No se ha con
lágrimas esto», dice, «de tratar, |
|
|
|
sino con hierro, sino si algo
tienes que vencer al hierro |
|
|
|
pueda. Para toda abominación
yo, germana, me he preparado: |
|
|
|
o yo, cuando con antorchas estos
reales techos creme |
|
|
|
a su artífice echaré,
a Tereo, en medio de las llamas, |
615 |
|
|
o su lengua o sus ojos y los
miembros que a ti el pudor |
|
|
|
te arrebataron a hierro le
arrancaré, o por heridas mil |
|
|
|
su culpable aliento le
expulsaré. Para cualquier cosa grande me he preparado; |
|
|
|
qué sea, todavía
dudo». Mientras concluye tales cosas Progne |
|
|
|
a su madre venía Itis. De
qué era capaz por él |
620 |
|
|
advertida fue, y con ojos
mirándolo inclementes: «Ah, cuán |
|
|
|
eres parecido a tu padre»,
dijo y no más hablando |
|
|
|
la triste fechoría prepara y
se consume en callada ira. |
|
|
|
Cuando aun así se le
acercó su nacido y a su madre su saludo |
|
|
|
ofreció y con sus
pequeños brazos se acercó a su cuello, |
625 |
|
|
y mezclados con ternuras de
niño su boca le unió, |
|
|
|
conmovida ciertamente fue su
genetriz, y quebrantada se detuvo su ira, |
|
|
|
y sus involuntarios ojos se
humedecieron de lágrimas obligadas. |
|
|
|
Pero una vez que por su excesiva
piedad su mente vacilar |
|
|
|
sintió, desde él otra
vez al rostro se tornó de su hermana, |
630 |
|
|
y por turno mirando a ambos:
«¿Por qué me hace llegar», dice, |
|
|
|
«el uno sus ternuras y calla
la otra, arrancada su lengua? |
|
|
|
A la que llama él madre
¿por qué no llama aquélla hermana? |
|
|
|
Con qué marido te hayas
casado, vélo, de Pandíon la nacida. |
|
|
|
Le desmereces: la
abominación es piedad en tu esposo Tereo». |
635 |
|
|
No hay demora, coge a Itis, igual
que del Ganges una tigresa |
|
|
|
la cría lactante de una
cierva por las espesuras opacas, |
|
|
|
y cuando de la casa alta una parte
alcanzaron remota |
|
|
|
a él, tendiéndole sus
manos y ya sus hados viendo |
|
|
|
y «madre, madre»
clamando y su cuello buscando, |
640 |
|
|
a espada hiere Progne, por donde al
costado el pecho se une, |
|
|
|
y no el rostro torna; bastante a
él para sus hados incluso una |
|
|
|
herida era: la garganta a hierro
Filomela le tajó, |
|
|
|
y vivos aún y de aliento
algo reteniendo sus miembros |
|
|
|
le despedazan. Una parte de
ahí bulle en los cavos calderos, |
645 |
|
|
parte en asadores chirrían.
Manan los penetrales de sueros. |
|
|
|
Con estas mesas
acoge la esposa al ignorante Tereo, |
|
|
|
y un sacrificio al uso de su patria
mintiendo, al que solo |
|
|
|
lícito sea asistir al
marido, a cortesanos y sirvientes retira. |
|
|
|
Él mismo, sentado en su
solio ancestral Tereo alto, |
650 |
|
|
se ceba y en su vientre sus
entrañas acumula y |
|
|
|
-tanta la noche de su ánimo
es-: «A Itis aquí traedme», dijo. |
|
|
|
Disimular no puede sus crueles
goces Progne, |
|
|
|
y ya deseosa de erigirse en
mensajera de su propia calamidad: |
|
|
|
«Dentro tienes a quien
reclamas», dice. Alrededor mira él |
655 |
|
|
y dónde esté
pregunta: mientras lo busca y de nuevo lo llama, |
|
|
|
como ella estaba, asperjados de su
sangría de furia sus cabellos |
|
|
|
se abalanzó y de Itis la
cabeza cruenta Filomela |
|
|
|
le lanzó a la cara de su
padre y en ningún momento más quiso |
|
|
|
poder hablar y con las merecidas
palabras testimoniar sus gozos. |
660 |
|
|
El tracio con un ingente alarido
las mesas repelió |
|
|
|
y a las vipéreas hermanas
mueve del estigio valle, |
|
|
|
y ora, si pudiera, por sacar
abriéndose el pecho los siniestros |
|
|
|
manjares de allí, y sus
engullidas entrañas, arde, |
|
|
|
ya llora, y a sí mismo se
llama pira desgraciada de su nacido, |
665 |
|
|
ahora persigue con el desnudo
hierro a las engendradas de Pandíon. |
|
|
|
Los cuerpos de las
Cecrópides con alas volar pensarías: |
|
|
|
volaban con alas, de las cuales
acude la una a las espesuras, |
|
|
|
la otra en los techos se mete, y no
todavía de su pecho se han desprendido |
|
|
|
las marcas de la matanza, y sellada
con sangre su pluma está. |
670 |
|
|
Él por el dolor suyo y de
castigo por el ansia veloz, |
|
|
|
se torna en pájaro, al que
se alzan en su coronilla crestas. |
|
|
|
Le sobresale, inmódico, en
vez de su larga cúspide un pico. |
|
|
|
Su nombre abubilla de ave, su porte
armado parece. |
|
|
|
Bóreas y Oritía
|
|
Este dolor antes
de su día y de los extremos tiempos de una larga |
675 |
|
|
vejez a las tartáreas
sombras a Pandíon envió. |
|
|
|
Los cetros del lugar, y del estado
el gobierno toma Erecteo, |
|
|
|
si por su justicia en duda, o
más poderoso por sus vigorosas armas. |
|
|
|
Cuatro muchachos él,
ciertamente, y otras tantas había creado |
|
|
|
de suerte femenina, pero era par la
belleza de dos de ellas. |
680 |
|
|
De las cuales el Eólida
Céfalo contigo como esposa, feliz, |
|
|
|
Procris, fue; a Bóreas Tereo
y sus tracios daño hacían, |
|
|
|
y de su elegida mucho tiempo
careció el dios, de Oritía, |
|
|
|
mientras le ruega, y de plegarias
prefiere que de las fuerzas servirse. |
|
|
|
Mas cuando con ternuras no se hace
nada, hórrido de ira, |
685 |
|
|
cual la acostumbrada es en
él y demasiado familiar en ese viento: |
|
|
|
«Y con razón»,
dijo, «pues ¿por qué mis armas he
abandonado, |
|
|
|
la fiereza y las fuerzas e ira y
arrestos amenazantes, |
|
|
|
y he empleado súplicas, de
las cuales a mí me desmerece el uso? |
|
|
|
Apta a mí la fuerza es: por
la fuerza las tristes nubes expulso, |
690 |
|
|
por la fuerza los estrechos sacudo
y nudosos robles vuelco |
|
|
|
y endurezco las nieves y las
tierras con granizo bato. |
|
|
|
El mismo, yo, cuando a mis hermanos
en el cielo abierto encuentro |
|
|
|
-pues mi llanura él es- con
tanto ahínco lucho |
|
|
|
que en medio de nuestros ataques
resuene el éter |
695 |
|
|
y salten despedidos de las
cóncavas nubes fuegos. |
|
|
|
El mismo, yo, cuando entro a las
convexas perforaciones de la tierra |
|
|
|
y he puesto, feroz, mi espalda bajo
las profundas cavernas |
|
|
|
angustio a los manes, y con mis
temblores a todo el orbe. |
|
|
|
Con esta ayuda debiera mis
tálamos haber buscado, y suegro |
700 |
|
|
no he debido rogar que él
fuera mío, sino hacerlo, a Erecteo». |
|
|
|
Estas cosas
Bóreas, o que éstas no inferiores diciendo, |
|
|
|
sacudió sus alas, con cuyas
sacudidas toda |
|
|
|
aventada fue la tierra, y el ancho
mar estremeció, |
|
|
|
y su polvorienta capa llevando por
las altas cimas |
705 |
|
|
barre la tierra y, pávida de
miedo, por una calina cubierto, |
|
|
|
a Oritía amando, en sus
fulvas alas la estrecha. |
|
|
|
Mientras vuela ardieron agitados
más fuertemente sus fuegos, |
|
|
|
y no antes las riendas
reprimió de su aérea carrera |
|
|
|
que de los Cícones
alcanzó los pueblos y sus murallas el raptor. |
710 |
|
|
Allí del helado tirano
esposa la Actea, |
|
|
|
y también genetriz hecha
fue, y partos gemelos dio a luz, |
|
|
|
que el resto de la madre, las alas
del genitor tuvieran. |
|
|
|
No, aun así, éstas al
par, recuerdan, con el cuerpo nacidas fueron, |
|
|
|
y mientras barba faltaba bajo sus
rútilos cabellos |
715 |
|
|
implumes Calais el niño y
Zetes fueron. |
|
|
|
Luego, al par las alas empezaron,
al modo de las aves, |
|
|
|
a ceñirles ambos costados,
al par a dorarse sus mejillas. |
|
|
|
Así pues, cuando
cedió el tiempo infantil a su juventud, |
|
|
|
los vellones con los minias, de
nítido vello radiantes, |
720 |
|
|
por un mar no conocido con la
primera quilla buscaron. |
|
|
|
|