 Libro séptimo
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Medea y Jasón
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Y ya el estrecho
los Minias con la Pagasea popa cortaban |
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y bajo una perpetua noche llevando
su desvalida vejez |
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a Fineo visto habían, y los
jóvenes de Aquilón creados |
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las virginales aves de la boca del
desgraciado viejo habían ahuyentado, |
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y tras muchas peripecias bajo el
claro Jasón finalmente |
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habían alcanzado, robadoras,
del limoso Fasis las ondas. |
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Y mientras acuden al rey y de Frixo
los vellones le demandan |
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† y la condición es
dada a su números, † horrenda, de grandes
trabajos, |
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concibe entre tanto la
Eetíade unos vigorosos fuegos, |
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y tras combatirlos mucho tiempo,
después que con la razón su furor |
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vencer no pudo: «En vano,
Medea, resistes. |
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No sé qué dios se
opone», dice, «y milagro si no esto es, |
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o algo ciertamente semejante a
esto, a lo que amar se llama. |
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Pues, ¿por qué las
órdenes de mi padre demasiado a mí duras me
parecen? |
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Son también duras demasiado.
¿Por qué a quien ahora poco recién he
visto |
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de que muera tengo miedo?
¿Cuál la causa de tan gran temor? |
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Sacude de tu virgíneo pecho
las concebidas llamas, |
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si puedes, infeliz. Si pudiera
más sana estaría. |
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Pero me arrastra, involuntaria, una
nueva fuerza, y una cosa deseo, |
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la mente de otra me persuade. Veo
lo mejor y lo apruebo, |
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lo peor sigo. ¿Por
qué en un huésped, regia virgen, |
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te abrasas y tálamos de un
extraño mundo concibes? |
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Esta tierra también puede lo
que ames darte. Viva o él |
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muera, en los dioses está.
Viva, aun así, y esto suplicarse |
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incluso sin amor lícito es,
pues ¿qué ha cometido Jasón? |
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¿A quién sino a un
cruel no conmueva de Jasón la edad |
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y su estirpe y su virtud? ¿A
quién no, aunque lo demás falte, |
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su rostro conmover puede?
Ciertamente mi pecho ha conmovido. |
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Mas si ayuda no le presto la boca
de los toros a él le soplará, |
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y correrá contra su propio
sembrado -los enemigos por la tierra |
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creados-, o al ávido
dragón será entregado como fiera presa. |
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Esto yo, si lo tolero, entonces yo
de una tigresa nacida, |
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entonces que hierro y peñas
llevo en el corazón confesaré. |
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¿Por qué no
también lo miro morir y mis ojos al verlo |
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contamino? ¿Por qué
no los toros instigo contra él, |
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y a los hijos de la tierra fieros,
y al insomne dragón? |
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Los dioses mejor lo quieran. Aunque
no esto he de rogar, |
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sino de hacer yo. ¿Y
traicionaré yo los reinos de mi padre |
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y por la ayuda nuestra no sé
qué recién llegado se salvará, |
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para que, por mí salvado,
sin mí dé sus lienzos a los vientos |
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y el marido sea de otra, para el
castigo Medea quede? |
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Si hacer esto, o a otra puede
anteponernos a nos, |
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muera el ingrato. Pero no tal el
rostro en él, |
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no tal la nobleza de su
ánimo es, tal la gracia de su hermosura, |
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que tema su engaño, y del
mérito nuestro los olvidos. |
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Y dará antes su fe y
obligaré a que en esos pactos testigos |
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sean los dioses ¿Qué
segura temes? Cíñete y toda |
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demora desecha: a ti él
siempre se deberá, Jasón, |
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a ti con antorcha solemne se
unirá y por las pelasgas |
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ciudades como su salvadora te
celebrará la multitud de las madres. |
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¿Así pues yo a mi
germana y hermano, y padre y dioses |
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y mi natal suelo, por los vientos
llevada, he de dejar? |
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Naturalmente mi padre cruel,
naturalmente es la mía una bárbara tierra, |
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mi hermano todavía un
bebé. Están conmigo los votos de mi hermana, |
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el más grande dios dentro de
mí está. No grandes cosas atrás
dejaré, |
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grandes cosas seguiré: el
título de haber salvado la juventud aquea |
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y el conocimiento de un lugar mejor
y fortalezas cuya fama |
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aquí incluso florece, y el
cultivo y artes de esos lugares, |
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y aquél que yo con las cosas
que todo posee el orbe, |
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el Esónida, mutar
querría, con el cual, como esposo, feliz |
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y querida a los dioses se me diga y
con mi cabeza las estrellas toque. |
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¿Y qué decir de no
sé qué montes que se dice que en medio |
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de las ondas atacan, y, de las
naves enemiga, Caribdis, |
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que ahora sorbe el estrecho, ahora
lo devuelve, y, ceñida de salvajes |
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perros, de una Escila rapaz, que en
el profundo siciliano ladra? |
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Naturalmente reteniendo lo que amo
y a su regazo en Jasón sujeta |
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por estrechos largos iré.
Nada a él abrazada temeré |
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o si de algo tengo miedo,
tendré miedo de mi esposo solo. |
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¿Acaso matrimonio lo crees y
unos especiosos nombres a la culpa, |
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Medea, tuya, impones? Es
más, mira a qué gran |
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impiedad avanzas, y mientras
lícito es, huye del crimen». |
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Dijo y ante sus ojos lo recto y la
piedad y pudor |
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se erigían, y con la vencida
daba ya la espalda Cupido. |
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Marchaba junto a
unas antiguas aras, de Hécate la Perseide, |
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las cuales un bosque sombrío
y una secreta espesura cubría, |
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y ya fuerte era, y rechazado se
resedaba su ardor, |
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cuando ve al Esónida, y la
extinguida llama reluce. |
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Enrojecieron sus mejillas y en todo
se recandeció su rostro |
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y como suele con los vientos
alimentos cobrar y, la que |
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pequeña bajo el acumulado
rescoldo se escondía, la brasa, |
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crecer, y hasta sus viejas fuerzas,
agitada, resurgir, |
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así ya lene su amor, ya cual
languidecer creerías, |
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cuando vio al joven, con la
hermosura de él presente, se enardeció |
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y, por acaso, de lo acostumbrado
más hermoso de Esón el nacido |
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en aquella luz estaba:
podrías perdonar a la enamorada. |
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Lo mira, y en su rostro, como
entonces al fin visto, |
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sus luces fijas mantiene, y no que
ella un mortal |
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rostro ve, demente, cree, ni se
desvía de él. |
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Cuando empero empezó a
hablar y la diestra le prende |
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el huésped y auxilio con
sumisa voz le rogó |
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y le prometió su lecho, con
lágrimas dice ella desbordadas: |
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«Qué haré, veo,
y no a mí la ignorancia de la verdad |
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me engañará, sino el
amor. Salvado serás por regalo de nos: |
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salvado lo prometido me
darás». Por los misterios de la triforme |
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diosa, él, y el numen que
estuviera en aquella floresta, |
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y por el padre de su suegro futuro,
que divisa todas las cosas, |
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y los eventos suyos y tan grandes
peligros jura. |
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Creído recibe en seguida
unas encantadas hierbas |
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y aprende su uso y alegre a sus
techos se retiró. |
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La posterior
Aurora había despedido a las estrellas rielantes. |
100 |
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Se reúnen los pueblos en el
sagrado campo de Marte |
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y se instalan en sus cimas. En
medio el rey mismo se aposenta |
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del grupo, en púrpura, y por
su cetro marfileño insigne. |
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He aquí que por sus aceradas
narinas vulcano soplan |
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los toros de pies de bronce, y
tocadas por sus vapores las hierbas |
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arden, y como suelen llenas resonar
las chimeneas, |
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o cuando en un horno de tierra los
sílices sueltos |
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conciben fuego con la
aspersión en ellos de límpidas aguas, |
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sus pechos así, por dentro
revolviendo las encerradas llamas, |
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y su garganta quemada, suenan. Aun
así, de ellos, el nacido de Esón |
110 |
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al encuentro va. Volvieron
bravíos a la cara del que llegaba |
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sus terribles rostros y sus
cuernos, prefijados con hierro, |
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y el polvoriento suelo con su pie
bipartido pulsaron |
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y de humeantes mugidos el lugar
llenaron. |
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Rígidos de miedo quedaron
los Minias; se acerca él y no lo que ellos |
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exhalan siente -tanto las drogas
pueden-, |
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y sus colgantes papadas acaricia
con audaz diestra, |
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y abajo puestos del yugo el peso
grave les obliga del arado |
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a llevar, y el desacostumbrado
campo a hierro hender. |
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Se admiran los colcos, los Minias
con sus clamores le acrecen |
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y suman arrestos. De su
gálea de bronce entonces toma |
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los vipéreos dientes y en
los arados campos los esparce. |
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Esas semillas ablanda la tierra, de
un vigoroso veneno antes teñida, |
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y crecen y se hacen los sembrados
dientes nuevos cuerpos |
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y como su aspecto humano toma en el
materno vientre |
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y en sus proporciones dentro se
compone el bebé, |
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y no, sino maduro, sale a las
comunes auras, |
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|
así, cuando en las
entrañas de la grávida tierra su imagen |
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completada fue de hombre, en ese
campo preñado surge, |
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y lo que más milagroso es,
al par dadas a la luz, sacude sus armas. |
130 |
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A los cuales cuando vieron, para
blandir preparados sus astas |
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de puntiaguda cúspide contra
la cabeza del hemonio joven, |
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bajaron de miedo su rostro y su
ánimo los pelasgos. |
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Ella también se
aterró, la que seguro lo había hecho a
él, |
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y cuando que acudían vio al
joven tantos enemigos, uno él, |
135 |
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palideció y
súbitamente sin sangre, fría, sentada estaba, |
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y para que no poco puedan las
gramas por ella dadas, una canción |
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auxiliar canta y sus secretas artes
invoca. |
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Él, un pesado sílice
lanzando en medio de los enemigos |
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un Marte de sí despedido
vuelve contra ellos. |
140 |
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Los hijos de la tierra perecen por
mutuas heridas, los hermanos, |
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y en civil columna caen. Le
felicitan los aqueos |
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y al vencedor sostienen y en
ávidos abrazos lo estrechan. |
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Tú también al
vencedor abrazar, bárbara, quisieras. |
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Pero a ti, para que no lo hicieras,
te contuvo el temor de tu fama: |
145 |
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se opuso a tu intento el pudor; mas
abrazado lo hubieras. |
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Lo que se puede, con afecto
tácito te alegras y das |
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a tus canciones las gracias y a los
dioses autores de ellos. |
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Al siempre
vigilante dragón queda con hierbas dormir, |
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el que con su cresta y lenguas tres
insigne, y con sus corvos |
150 |
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dientes horrendo, el
guardián era del árbol áureo. |
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A él, después que lo
asperjó con grama de leteo jugo |
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y las palabras tres veces dijo
hacedoras de los plácidos sueños, |
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las que el mar turbado, las que los
lanzados ríos asientan: |
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cuando el sueño a unos
desconocidos ojos llegó, y del oro |
155 |
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el héroe Esonio se apodera,
y del despojo, orgulloso, |
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a la autora del regalo consigo
-despojos segundos- portando, |
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vencedor tocó con su esposa
de Iolco los puertos. |
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Medea y Esón
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Las hemonias
madres por sus hijos recobrados, dones, |
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y los padres de avanzada edad,
ofrecen, y amontonados en la llama |
160 |
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inciensos licuecen, y cubiertos sus
cuernos de oro |
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una víctima los votos hace,
pero falta entre los agradecidos Esón |
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ya más cercano a la muerte y
cansado en sus seniles años, |
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cuando así el
Esónida: «Oh a quien deber mi salvación |
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confieso, esposa, aunque a
mí todas las cosas me has dado |
165 |
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y ha excedido a lo creíble
la suma de los méritos tuyos, |
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|
si, aun así, esto pueden
-pues qué no tus canciones pueden-, |
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quítame de mis años,
y los quitados añade a mi padre», |
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y no contuvo las lágrimas:
conmovióse ella de la piedad del que rogaba |
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y a su desemejante ánimo
acudió el Eetes que ella abandonó. |
170 |
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Y no, aun así, afectos tales
confesando: «¿Qué
abominación», |
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dice, «ha salido de la boca
tuya, esposo? ¿Así, que yo puedo |
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a alguien, crees, transcribir un
espacio de tu vida? |
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|
Ni permita esto Hécate ni
tú pides algo justo, pero que esto |
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que pides mayor, probaré a
darte un regalo, Jasón. |
175 |
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Con el arte mía la larga
edad de mi suegro intentaremos, |
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no con los años tuyos,
renovar, sólo con que la divina triforme |
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|
me ayude y presente consienta estos
ingentes atrevimientos. |
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Tres noches
faltaban para que sus cuernos todos se unieran |
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y efectuaran su círculo:
después de que llenísima fulgió |
180 |
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y con su sólida imagen las
tierras miró la luna, |
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sale de los techos, de ropas
desceñidas vestida, |
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desnuda de pie, desnudos sus
cabellos por los hombros derramados, |
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y lleva errantes por los mudos
silencios de la media noche |
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no acompañada sus pasos. A
hombres y pájaros y fieras |
185 |
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había relajado una alta
quietud. Sin ningún murmullo serpea ella: |
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a la que está dormida
semejante, sin ningún murmullo, la serpiente. |
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Inmóviles callan las
frondas, calla el húmedo aire. |
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Las estrellas solas rielan, a las
cuales sus brazos tendiendo |
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tres veces se torna, tres veces con
aguas cogidas de la corriente |
190 |
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|
el pelo se roró y en ternas
de aullidos su boca |
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libera, y en la dura tierra puesta
de hinojos: |
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«Noche», dice, «a
los arcanos fidelísima, y los que áureos |
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|
sucedéis, con la luna, a los
diurnos, astros, |
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y tú tricéfala
Hécate, que cómplice de nuestras empresas |
195 |
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|
y fautora vienes, y cantos y artes
de los magos, |
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y la que a los magos, Tierra, de
potentes hierbas equipas, |
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y auras y vientos y montes y
caudales y lagos |
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y dioses todos de los bosques, y
dioses todos de la noche, asistid, |
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|
con cuya ayuda cuando lo quise ante
sus asombradas riberas los caudales |
200 |
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|
a los manantiales retornaron suyos;
y agitados calmo, |
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|
y quietos agito con mi canto los
estrechos; las nubes expulso |
|
|
|
y las nubes congrego, los vientos
ahuyento y llamo, |
|
|
|
vipéreas fauces rompo con
mis palabras y canción, |
|
|
|
y vivas rocas y convulsos robles de
su tierra, |
205 |
|
|
y espesuras muevo y mando temblar
los montes |
|
|
|
y mugir el suelo y a los manes
salir de sus sepulcros. |
|
|
|
A ti también, Luna, te
arrastro, aunque de Témesa los bronces |
|
|
|
las fatigas tuyas minoren, el carro
también con la canción nuestra |
|
|
|
palidece de mi abuelo, palidece la
Aurora con nuestros venenos. |
210 |
|
|
Vosotros para mí de los
toros las llamas embotasteis, y con el corvo |
|
|
|
arado su cuello ignorante de carga
hundisteis, |
|
|
|
vosotros a los nacidos de serpiente
contra sí fieras guerras disteis, |
|
|
|
y al centinela rudo de sueño
dormisteis, y el oro, |
|
|
|
a su defensor engañando,
mandasteis a las griegas ciudades. |
215 |
|
|
Ahora menester es de jugos, por los
cuales renovada la senectud, |
|
|
|
a la flor vuelva y sus primeros
años recolecte, |
|
|
|
y los daréis, pues ni
rielaron las estrellas en vano |
|
|
|
ni en vano por el cuello de
voladores dragones tirado |
|
|
|
mi carro aquí
está». Estaba allí, descendido del éter,
su carro. |
220 |
|
|
Al cual una vez hubo ascendido y
los enfrenados cuellos de los dragones |
|
|
|
acarició y con sus manos
sacudió las leves riendas, |
|
|
|
sublime es arrebatada y sometido el
tesalio Tempe |
|
|
|
abajo mira y a arcillosas regiones
acopla sus sierpes: |
|
|
|
y las que el Osa ofrece, las
hierbas que el alto Pelión, |
225 |
|
|
y el Otris y el Pindo, y que el
Pindo mayor el Olimpo, |
|
|
|
observa, y las que complacen, parte
de raíz saca, |
|
|
|
parte abate con la curvatura de su
hoz de bronce. |
|
|
|
Muchas también le
pluguieron, gramas de las riberas del Apídano, |
|
|
|
muchas también del Anfriso,
y no eras tú inmune, Enipeo, |
230 |
|
|
y no dejó el Peneo, no
dejaron del Esperquío las ondas |
|
|
|
de contribuir algo, y los juncosos
litorales del Bebe. |
|
|
|
Cogió también de la
eubea Antédona vivaz grama, |
|
|
|
todavía no vulgar por el
cuerpo mutado de Glauco. |
|
|
|
Y ya el noveno día con su
carro y alas de dragones, |
235 |
|
|
y la novena noche todos los campos
lustrar la habían visto, |
|
|
|
cuando regresó, y no
habían sido tocados sino del olor los dragones, |
|
|
|
y aun así de su añosa
vejez la piel dejaron. |
|
|
|
Se detuvo al
llegar más acá del umbral y las puertas, |
|
|
|
y sólo del cielo se cubre, y
rehúye los masculinos |
240 |
|
|
contactos, e instituye unas aras de
césped, en número de dos, |
|
|
|
la más diestra de
Hécate, mas por la izquierda parte de Juventa. |
|
|
|
Éstas cuando de verbenas y
de espesura agreste hubo ceñido, |
|
|
|
no lejos sacando tierra de dos
hoyos, |
|
|
|
sus sacrificios hace, y cuchillos a
unas gargantas de vellón negro |
245 |
|
|
lanza, y las anchurosas fosas
inunda de sangre. |
|
|
|
Entonces, encima vertiendo unas
vasijas de transparente vino, |
|
|
|
y otras vasijas vertiendo de tibia
leche, |
|
|
|
palabras a la vez derrama y los
terrenos númenes aplaca |
|
|
|
y de las sombras ruega, con su
raptada esposa, al rey, |
250 |
|
|
que no se apresuren esos miembros a
defraudar de su aliento senil. |
|
|
|
A los cuales, cuando los hubo
aplacado con sus plegarias y un murmullo largo, |
|
|
|
que el cuerpo agotado de
Esón fuera sacado a las auras |
|
|
|
ordenó, y a él,
relajado por su canción en plenos sueños, |
|
|
|
a un muerto semejante, lo
extendió en un lecho de hierbas. |
255 |
|
|
De allí lejos al
Esónida, lejos de allí ordena marchar a los
sirvientes, |
|
|
|
y les advierte que de los arcanos
quiten sus ojos profanos. |
|
|
|
Se dispersan, así ordenados.
Sueltos Medea sus cabellos, |
|
|
|
de las bacantes al rito, las
flagrantes aras circunda |
|
|
|
y antorchas de múltiples
hendiduras en la fosa de sangre negra |
260 |
|
|
tiñe, y manchadas las
enciende en las gemelas aras, |
|
|
|
y tres veces al anciano con llama,
tres veces con agua, tres veces con azufre lustra. |
|
|
|
Mientras tanto
una vigorosa droga en un dispuesto caldero |
|
|
|
hierve, y bulle, y de espumas
henchidas blanquea. |
|
|
|
Allí las raíces en el
valle hemonio cortadas |
265 |
|
|
y las semillas y flores y jugos
negros cuece. |
|
|
|
Añade piedras en el extremo
Oriente buscadas, |
|
|
|
y, que el mar refluente del
Océano lavó, arenas. |
|
|
|
Añade también,
recogidas en una trasnochadora luna, escarchas, |
|
|
|
y de un búho infame, junto a
sus mismas carnes, las alas, |
270 |
|
|
y del que solía en hombre
mutar sus rostros ferinos, |
|
|
|
de un ambiguo lobo, las
entrañas; y no faltó a esas cosas |
|
|
|
la escamosa membrana de una
cinifia, tenue, fétida hidra, |
|
|
|
y de un vivaz ciervo el
hígado, a los cuales encima añade |
|
|
|
la boca y cabeza de una corneja que
nueve generaciones había pasado. |
275 |
|
|
Después que con éstas
y mil otras cosas sin nombre |
|
|
|
un propósito instruyó
la bárbara más grande que lo mortal, |
|
|
|
con una rama, árida desde
hacía mucho tiempo, de clemente olivo |
|
|
|
todo lo confundió y con lo
de más arriba mezcló lo más profundo. |
|
|
|
He aquí que el viejo palo
que daba vueltas en el caliente caldero |
280 |
|
|
se hace verde a lo primero, y en no
largo tiempo de frondas |
|
|
|
se viste, y súbitamente de
grávidas olivas se carga; |
|
|
|
mas por donde quiera que del cavo
caldero espumas lanzó |
|
|
|
el fuego y a la tierra gotas
cayeron calientes, |
|
|
|
retoña la tierra y flores y
mullidas pajas surgen. |
285 |
|
|
Lo cual una vez que vio,
empuñando Medea la espada |
|
|
|
abre la garganta del anciano, y el
viejo crúor dejando |
|
|
|
salir, rellena con sus jugos; los
cuales, después que los embebió Esón |
|
|
|
o por la boca acogidos o por la
herida, la barba y los cabellos, |
|
|
|
la canicie depuesta, un negro color
arrebataron, |
290 |
|
|
expulsada huye la delgadez, se van
la palidez y la decrepitud |
|
|
|
y con añadido cuerpo se
suplen las cavas arrugas |
|
|
|
y sus miembros exuberan:
Esón se asombra y en otro tiempo, |
|
|
|
antes cuatro decenas de
años, que tal era él, recuerda. |
|
|
|
Había
visto desde lo alto las maravillas de tan gran portento |
295 |
|
|
Líber y advertido de que sus
jóvenes años a las nodrizas suyas |
|
|
|
podían devolverse, toma este
regalo de la Cólquide. |
|
|
|
Medea y Pelias
|
|
Y para que no
sus engaños cesen, un odio contra su esposo falso |
|
|
|
la Fasíade simula, y de
Pelias a los umbrales suplicante |
|
|
|
huye, y a ella, puesto que abrumado
él por la vejez está, |
300 |
|
|
la reciben sus nacidas; a las
cuales la astuta cólquide, en un tiempo |
|
|
|
pequeño, de una amistad
mendaz con la imagen, atrapa, |
|
|
|
y mientras relata entre los
máximos de sus méritos haber quitado |
|
|
|
a Esón la decrepitud y en
esta parte se demora, |
|
|
|
la esperanza ha introducido entre
las vírgenes de Pelias creadas |
305 |
|
|
de que por arte pareja rejuvenecer
podría el padre suyo, |
|
|
|
y esto buscan, y un precio le
ordenan que sin límite pacte. |
|
|
|
Ella por breve espacio calla y
dudar parece |
|
|
|
y suspende los ánimos,
fingiendo gravedad, de las que le rogaban. |
|
|
|
Luego, cuando su propuesta hace:
«Para que sea la fe más grande |
310 |
|
|
del regalo este», dice,
«el que mayor en edad es, |
|
|
|
el jefe de la grey entre las ovejas
vuestras, cordero con mi droga se hará». |
|
|
|
En seguida,
agotado por sus incontables años un lanado |
|
|
|
traen, curvado su cuerno alrededor
de sus cavas sienes; |
|
|
|
del cual, cuando con su cuchillo
hemonio su marchita garganta |
315 |
|
|
perforó y de su exigua
sangre manchó el hierro, |
|
|
|
los miembros a la vez de la res y
unos vigorosos jugos la envenenadora |
|
|
|
sumerge en un caldero cavo:
disminuye esto las articulaciones de su cuerpo, |
|
|
|
sus cuernos se esfuman y no menos,
con sus cuernos, sus años, |
|
|
|
y tierno se oye un balido en medio
del caldero, |
320 |
|
|
y sin demora, a las que del balido
se asombran, les salta un cordero |
|
|
|
y retoza en su huida y unas ubres
lecheras quiere. |
|
|
|
Pasmáronse las engendradas de Pelias, y después que
las promesas |
|
|
|
exhibían su fe, entonces en
verdad más encarecidamente la instan. |
|
|
|
Tres veces los yugos Febo a sus
caballos, en la ibérica corriente sumergidos, |
325 |
|
|
había quitado, y en la
cuarta noche radiantes rielaban |
|
|
|
las estrellas, cuando a un
arrebatador fuego la falaz Eetíade |
|
|
|
impone puro líquido y sin
fuerzas unas hierbas. |
|
|
|
Y ya a la muerte parecido el
sueño, relajado su cuerpo, |
|
|
|
del rey, y con el rey suyo de sus
centinelas, se había apoderado, |
330 |
|
|
al cual los habían entregado
sus cantos y la potencia de su mágica lengua; |
|
|
|
habían entrado al serles
ordenado, junto con la cólquide, en los umbrales sus
nacidas |
|
|
|
y rodeaban el lecho:
«¿Por qué ahora dudáis, inertes? |
|
|
|
Empuñad», dice,
«las espadas y el viejo crúor sacadle, |
|
|
|
que yo rellene las vacías
venas con juvenil sangre. |
335 |
|
|
En las manos vuestras la vida
está y la edad de vuestro padre. |
|
|
|
Si piedad alguna hay y no unas
esperanzas tenéis vanas, |
|
|
|
servicio prestad a vuestro padre y
con las armas la vejez |
|
|
|
sacadle y su pus extraedle aunando
vuestro hierro». |
|
|
|
Con tales apremios, según
cada una de piadosa es, la impía primera es, |
340 |
|
|
y para no ser abominable, hace una
abominación. Aun así, los golpes |
|
|
|
suyos ninguna contemplar puede y
sus ojos vuelven |
|
|
|
y ciegas heridas dan, vueltas de
espalda, con sus salvajes diestras. |
|
|
|
Él, crúor manando,
sobre su codo, aun así, levanta el cuerpo, |
|
|
|
y semidesgarrado del lecho intenta
levantarse, y en medio |
345 |
|
|
de tantas espadas sus palidecientes
brazos tendiendo: |
|
|
|
«¿Qué
hacéis, mis nacidas? ¿Quién para los hados de
un padre |
|
|
|
os arma?», dice. Cayeron en
ellas arrestos y manos. |
|
|
|
Al que más iba a decir,
junto con sus palabras la garganta la cólquide |
|
|
|
le cortó, y despedazado lo
sumergió en las calientes aguas, |
350 |
|
|
que si con sus aladas serpientes no
se hubiese ido a las auras, |
|
|
|
no exenta hubiera quedado de
castigo: |
|
|
|
Huida de Medea
|
|
huye alta sobre el
Pelión
|
|
|
|
sombrío, del Filireo los
techos, y sobre el Otris, |
|
|
|
y por el suceso del viejo Cerambo
esos lugares conocidos: |
|
|
|
él, con ayuda de las ninfas
sostenido en el aire con alas, |
355 |
|
|
cuando la pesada tierra fuera
enterrada por el ponto que la inundaba, |
|
|
|
huyó, él no
enterrado, de las ondas de Deucalión. |
|
|
|
La eolia
Pítane por la parte izquierda deja, |
|
|
|
y hechos de piedra los simulacros
de un largo dragón, |
|
|
|
y del Ida el bosque, en el que los
hurtos de su nacido, un novillo, |
360 |
|
|
ocultó Líber bajo la
imagen de un falso ciervo, |
|
|
|
y en donde el padre de
Córito enterrado en un poco de arena fue, |
|
|
|
y los campos que Mera con su nuevo
ladrido aterrorizó, |
|
|
|
y de Eurípilo la ciudad, en
donde las madres de Cos cuernos |
|
|
|
llevaron, entonces, cuando se
alejaba de Hércules la tropa, |
365 |
|
|
y la Rodas de Febo, y de
Iáliso los Telquines, |
|
|
|
cuyos ojos, que con su misma
visión arruinaban todas las cosas, |
|
|
|
Júpiter lleno de odio a las
ondas de su hermano sometió. |
|
|
|
Atravesó también las
murallas carteas de la antigua Cea, |
|
|
|
en donde su padre Alcidamante se
habría de asombrar de que pudiera |
370 |
|
|
nacer plácida, del cuerpo de
su hija, un paloma. |
|
|
|
Desde ahí el lago de Hirie
la ve, y de Cigno el Tempe, |
|
|
|
que un súbito cisne
frecuentó: pues Filio allí, |
|
|
|
por mandato del muchacho, unas aves
y un fiero león |
|
|
|
había entregado domados; a
un toro también vencer siéndole ordenado |
375 |
|
|
lo había vencido, y enconado
por su amor tantas veces despreciado, |
|
|
|
al que esos premios supremos
demandaba del toro, le negaba. |
|
|
|
Él indignado:
«Desearás dármelo», dijo y de su
alta |
|
|
|
roca saltó. Todos que
había caído muerto creían: |
|
|
|
hecho cisne con unas níveas
alas se suspendía en el aire. |
380 |
|
|
Mas su genetriz Hirie, de su
salvación ignorante, llorando |
|
|
|
se delicueció y un pantano
de su nombre se hizo. |
|
|
|
Junta yace a ello Pleurón,
en la cual con trepidantes alas |
|
|
|
la Ofíade huyó,
Combe, de las heridas de sus nacidos. |
|
|
|
De ahí de
Calaurea los campos la Letoide contempla, |
385 |
|
|
de ese rey, vuelto ave junto con su
esposa, cómplices. |
|
|
|
Diestra Cilene está, en la
cual con su madre Menefron |
|
|
|
de acostarse había, al modo
de las salvajes fieras. |
|
|
|
Al Cefiso lejos de aquí, que
lloraba los hados de su nieto, |
|
|
|
vuelve su mirada, en una henchida
foca por Apolo convertido, |
390 |
|
|
y de Eumelo a la casa, haciendo
duelo en el aire de su nacido. |
|
|
|
Finalmente con
sus vipéreas plumas la Éfira Pirénide, |
|
|
|
alcanza: aquí los antiguos
divulgaron que en la edad primera |
|
|
|
mortales cuerpos de unos pluviales
hongos habían nacido. |
|
|
|
Medea y Teseo
|
|
Pero
después que con los colcos venenos ardió la
recién casada |
395 |
|
|
y flagrante la casa del rey vieron
los mares ambos, |
|
|
|
con la sangre de sus nacidos se
inunda su impía espada |
|
|
|
y vengándose a sí
misma mal la madre, de las armas de Jasón huyó. |
|
|
|
De aquí, por los dragones
arrebatada del Titán, entra |
|
|
|
en los recintos de Palas, los que a
ti, justísima Fene, |
400 |
|
|
y a ti, anciano Périfas, al
par os vieron volando, |
|
|
|
y apoyada en unas nuevas alas a la
nieta de Polipemon. |
|
|
|
La acoge a ella Egeo, sólo
por este hecho condenable, |
|
|
|
y no bastante la hospitalidad es,
del tálamo también con la alianza a él la
une. |
|
|
|
Y ya estaba
allí Teseo, prole ignorada para su padre, |
405 |
|
|
y, por la virtud suya, el de dos
mares había pacificado, el Istmo. |
|
|
|
De él para la
perdición mezcla Medea el que un día |
|
|
|
había traído consigo
de las escíticas orillas, ese acónito. |
|
|
|
Aquel recuerdan que de los dientes
de la equidnea perra |
|
|
|
surgido fue: una gruta hay, por su
tenebrosa abertura ciega, |
410 |
|
|
hay un camino declinante, por el
cual el tirintio héroe |
|
|
|
al que se resistía y contra
el día y sus rayos rielantes |
|
|
|
sesgaba sus ojos, con cadenas
unidas a acero, |
|
|
|
a Cérbero, arrastró,
el cual, su rabiosa ira concitada, |
|
|
|
llenó al par con sus ternas
de ladridos las auras |
415 |
|
|
y asperjó los verdes campos
de sus espumas blanqueantes. |
|
|
|
Que éstas se solidificaron
creen, y que obteniendo alimentos de su feraz |
|
|
|
y fecundo suelo, las fuerzas
cobraron de hacer daño; |
|
|
|
a los cuales, puesto que nacen
vivaces en los duros escollos, |
|
|
|
los rústicos acónitos
los llaman; éstos por astucia de su esposa |
420 |
|
|
su propio padre, Egeo, a su nacido
extendió como a enemigo. |
|
|
|
Había cogido con ignorante
diestra Teseo las dadas copas, |
|
|
|
cuando su padre en el puño
de marfil de su espada conoció |
|
|
|
las señales de su familia y
la fechoría sacudió de su boca. |
|
|
|
Escapó ella de la muerte con
unas nubes mediante sus canciones movidas. |
425 |
|
|
Mas su genitor,
aunque se alegra de su salvo nacido, |
|
|
|
atónito aun así
está de que una ingente abominación, por tan
poca |
|
|
|
distancia, cometerse pudo: templa
con fuegos las aras |
|
|
|
y de presentes a los dioses colma y
hieren las segures |
|
|
|
los cuellos torosos de bovinos,
atados sus cuernos con cintas. |
430 |
|
|
Ninguno entre los Erectidas se dice
que más celebrado que aquel |
|
|
|
día lució; preparan
convites los padres |
|
|
|
y el medio pueblo, y canciones -el
vino su ingenio |
|
|
|
haciendo- no dejan de cantar:
«De ti, máximo Teseo, |
|
|
|
se ha admirado Maratón por
la sangre del creteo toro, |
435 |
|
|
y que, a salvo del cerdo, ara su
Cromión el colono, |
|
|
|
regalo y obra tuya es; la tierra
epidauria por ti |
|
|
|
vio, portadora de la maza, sucumbir
de Vulcano a la prole, |
|
|
|
vio también al inclemente
Procrustes la cefisíade orilla; |
|
|
|
de Cerción la muerte vio la
Cereal Eleusis. |
440 |
|
|
Cayó aquel Sinis, que de sus
grandes fuerzas mal se sirvió, |
|
|
|
el que podía curvar los
troncos, y bajaba desde lo alto |
|
|
|
a la tierra los que a lo ancho
habían de esparcir cuerpos: unos pinos. |
|
|
|
Segura hasta Alcátoe,
lelegeias murallas, una senda, |
|
|
|
una vez terminó con
Escirón, se abre, y dispersos la tierra |
445 |
|
|
les niega una sede, una sede le
niega a sus huesos de ladrón la onda, |
|
|
|
los cuales, agitados mucho tiempo,
se dice que los endureció su vejez |
|
|
|
en escollos; de escollos el nombre
de Escirón está prendido. |
|
|
|
Si tus glorias y los años
tuyos contar quisiéramos, |
|
|
|
tus hechos someterían a tus
años. Por ti, valerosísimo, estos votos |
450 |
|
|
públicos asumimos, de Baco
por ti tomamos estos sorbos». |
|
|
|
Resuena, del asentimiento del
pueblo y las súplicas de los fautores, |
|
|
|
el real, y lugar triste alguno en
toda la ciudad no hay. |
|
|
|
Minos y Céfalo (I)
|
|
Aun así
-hasta tal punto ningún placer es limpio |
|
|
|
e inquietud alguna en las
alegrías interviene-, Egeo |
455 |
|
|
unos goces no percibió
íntegros por su nacido recobrado: |
|
|
|
guerras prepara Minos, el cual,
aunque en soldado, aunque |
|
|
|
por su armada es fuerte, aun
así por su paterna ira es firmísimo |
|
|
|
y del asesinato de Androgeo se
venga con justas armas. |
|
|
|
Antes, con todo, para la guerra
busca fuerzas amigas |
460 |
|
|
y con la que poderoso es
considerado, con su voladora armada, los estrechos recorre. |
|
|
|
Por aquí a Anafe se adhiere
y los reinos de Astipalea |
|
|
|
-con promesas a Anafe, los reinos
de Astipalea con la guerra-, |
|
|
|
por aquí la humilde
Míconos, y los arcillosos campos de Cimolos, |
|
|
|
y floreciente de tomillo a Citnos,
y la plana Serifos, |
465 |
|
|
y la marmórea Paros, y a la
que impía traicionó Arne, |
|
|
|
† Siton † : recibido
el oro, que avara había demandado, |
|
|
|
mutada fue en un ave que ahora
también ama el oro, |
|
|
|
negra de pies, de negras plumas
velada, la corneja. |
|
|
|
Mas no
Olíaros y Dídime y Tenos y Andros |
470 |
|
|
y Gíaros y de su
nítida oliva feraz Peparetos |
|
|
|
a las naves ayudaron de Gnosos. De
allí por su costado siniestro |
|
|
|
a Enopia Minos acude, de los
Eácidas los reinos: |
|
|
|
Enopia los antiguos la llamaron,
pero el propio |
|
|
|
Éaco Egina, de su genetriz
con el nombre, le llamó. |
475 |
|
|
La multitud se lanza y de tanta
fama a un hombre conocer |
|
|
|
ansía; al encuentro corren
de él Telamón y menor |
|
|
|
que Telamón Peleo y, la
prole tercera, Foco; |
|
|
|
el mismo también sale, tardo
por la pesadez senil, |
|
|
|
Éaco, y cuál sea de
su venida la causa pregunta. |
480 |
|
|
Al serle recordado de su padre el
luto suspira y a él |
|
|
|
palabras le refiere tales el
regidor de los cien pueblos: |
|
|
|
«Que estas armas favorezcas
te pido, por mi nacido tomadas, y de esta piadosa |
|
|
|
milicia parte seas: para su
túmulo consuelos demando». |
|
|
|
A él el Asopíada:
«Pides cosa inútil», dijo, «y que la
ciudad |
485 |
|
|
no ha de hacer mía; pues no
más unida ninguna |
|
|
|
tierra a los cecrópides que
ésta está: tales las alianzas nuestras». |
|
|
|
Triste se va y: «Se
mantendrán para ti tus pactos a alto precio», |
|
|
|
dijo, y más útil una
guerra amenazar piensa que es, |
|
|
|
que hacerla, y sus fuerzas
allí previamente consumir. |
490 |
|
|
La armada lictia
desde los enopios muros todavía |
|
|
|
contemplarse podía, cuando a
plena vela lanzada |
|
|
|
una ática popa llega y en
esos puertos amigos entra, |
|
|
|
la cual a Céfalo, y de la
patria a la vez unos encargos, llevaba. |
|
|
|
Los Eácidas jóvenes,
después de largo tiempo visto, |
495 |
|
|
reconocieron, aun así, a
Céfalo y sus diestras le dieron |
|
|
|
y de su padre a la casa lo
condujeron. Digno de ver el héroe, |
|
|
|
y de su vieja hermosura reteniendo
todavía ahora las prendas |
|
|
|
avanza, y una rama sosteniendo de
su paisana oliva |
|
|
|
a su diestra y su siniestra a dos
de edad menor, |
500 |
|
|
él el mayor, tiene, a Clito
y Butes, por Palante creados. |
|
|
|
Después
que sus encuentros primeros sus palabras propias llevaron, |
|
|
|
del Cecrópida los encargos
Céfalo cumple y le ruega |
|
|
|
auxilio y el pacto le recuerda y
las leyes de sus padres |
|
|
|
y que el dominio se pretende de
toda la Acaya añade. |
505 |
|
|
Así, cuando la encargada
causa su elocuencia hubo alentado, |
|
|
|
Éaco, en el puño de
su cetro su mano siniestra apoyando: |
|
|
|
«Auxilio no pedid, sino
tomadlo», dijo, «oh Atenas, |
|
|
|
y sin dudar las fuerzas que esta
isla tiene, vuestras |
|
|
|
decidlas, y todo lo que de las
cosas mías el estado es. |
510 |
|
|
Reciedumbre no falta: me sobra a
mí soldado y hueste. |
|
|
|
Gracias a los dioses, feliz e
inexcusable tiempo este». |
|
|
|
«Mejor que así
sea», Céfalo: «Que crezca tu urbe en
ciudadanos |
|
|
|
te deseo», dice.
«Llegando yo, ciertamente, ahora poco, gozos
sentí |
|
|
|
cuando una tan bella, tan semejante
en edad, esta juventud |
515 |
|
|
a mi encuentro avanzaba; muchos,
aun así, entre ellos echo de menos, |
|
|
|
a los que un día vi en
vuestra ciudad anteriormente al ser recibido». |
|
|
|
La peste de Egina
|
|
Éaco
gimió hondo y con triste voz así hablando: |
|
|
|
«A un luctuoso principio una
mejor fortuna ha seguido. |
|
|
|
Ésta ojalá pudiera a
vosotros remembraros sin aquél. |
520 |
|
|
Por su orden ahora lo
recordaré y para no con un largo rodeo deteneros: |
|
|
|
huesos y cenizas yacen los que con
memorativa mente echas de menos, |
|
|
|
y cuánta parte, ellos, del
estado mío, perecieron. |
|
|
|
Una siniestra
peste por la ira injusta de Juno sobre estos pueblos |
|
|
|
cayó, al odiar ella, dichas
por su rival, estas tierras. |
525 |
|
|
Mientras pareció mortal la
desgracia y de tan gran calamidad |
|
|
|
se escondía la causa
dañina, combatióse con el arte médica; |
|
|
|
la perdición superaba al
remedio, que vencido yacía. |
|
|
|
Al principio el cielo una espesa
bruma sobre las tierras |
|
|
|
puso y unos perezosos ardores
encerró entre esas nubes, |
530 |
|
|
y mientras cuatro veces juntando
sus cuernos completó su círculo |
|
|
|
la Luna, cuatro veces su pleno
círculo, atenuándose, destejió, |
|
|
|
con mortíferos ardores
soplaron los calientes austros. |
|
|
|
Consta que también hasta los
manantiales el daño llegó, y los lagos, |
|
|
|
y muchos miles de serpientes por
los incultivados campos |
535 |
|
|
vagaron y con sus venenos los
ríos profanaron. |
|
|
|
En el estrago de los perros
primero, y de las aves y ovejas y bueyes |
|
|
|
y entre las fieras, de la
súbita enfermedad se captó la potencia. |
|
|
|
De que caigan el infeliz labrador
se maravilla, vigorosos, |
|
|
|
entre la labor, los toros, y en
mitad se tumben del surco. |
540 |
|
|
De las lanadas greyes, balidos
dando dolientes, |
|
|
|
por sí mismas las lanas caen
y sus cuerpos se consumen. |
|
|
|
El acre caballo un día y de
gran fama en el polvo, |
|
|
|
desmerece de sus palmas, y de sus
viejos honores olvidado |
|
|
|
junto al pesebre gime a punto de
morir de enfermedad inerte; |
545 |
|
|
no el jabalí de su ira se
acuerda, no de confiar en su carrera |
|
|
|
la cierva, ni contra los fuertes
ganados de correr los osos. |
|
|
|
Todo el languor lo posee y en las
espesuras y campos y caminos |
|
|
|
cuerpos feos yacen y vician con sus
olores las auras. |
|
|
|
Maravillas diré: no los
perros y las ávidas aves, |
550 |
|
|
no los canos lobos a ellos los
tocaron; caídos se licuecen |
|
|
|
y con su aflato dañan y
llevan sus contagios a lo ancho. |
|
|
|
«Llega a
los pobres colonos con daño más grave |
|
|
|
la peste y en las murallas
señorea de la gran ciudad. |
|
|
|
Las vísceras se queman a lo
primero, y de la llama escondida |
555 |
|
|
indicio el rubor es y el producido
anhélito. |
|
|
|
Áspera la lengua se hincha,
y por esos tibios vientos árida |
|
|
|
la boca se abre, y auras graves se
reciben por la comisura. |
|
|
|
No la cama, no ropas soportarse
algunas pueden, |
|
|
|
sino en la dura tierra ponen sus
torsos, y no se vuelve |
560 |
|
|
el cuerpo de la tierra helado, sino
la tierra de ese cuerpo hierve, |
|
|
|
y moderador no hay, y entre los
mismos que la medican salvaje |
|
|
|
irrumpe la calamidad, y en contra
están de sus autores sus artes. |
|
|
|
Cuanto más cercano alguien
está y sirve más fielmente a un enfermo, |
|
|
|
al partido de la muerte más
pronto llega, y cuando de salvación |
565 |
|
|
la esperanza se ha ido y el fin ven
en el funeral de la enfermedad, |
|
|
|
ceden a sus ánimos y ninguna
por qué sea útil su preocupación es, |
|
|
|
pues útil nada es. Por todos
lados, dejado el pudor, |
|
|
|
a los manantiales y ríos y
pozos espaciosos se aferran |
|
|
|
y no la sed es extinguida antes que
su vida al beber; |
570 |
|
|
de ahí, pesados, muchos no
pueden levantarse y dentro de las mismas |
|
|
|
aguas mueren; alguno aun así
toma también de ellas. |
|
|
|
Y, tan grande es para los
desgraciados el hastío del odiado lecho, |
|
|
|
de él saltan, o si les
prohíben sostenerse sus fuerzas, |
|
|
|
sus cuerpos ruedan a tierra y huye
de los penates |
575 |
|
|
cada uno suyos, y a cada uno su
casa funesta le parece, |
|
|
|
y puesto que la causa está
oculta, su lugar pequeño está bajo
acusación. |
|
|
|
Medio muertos errar por las calles,
mientras estar de pie podían, |
|
|
|
los vieras, llorando a otros y en
tierra yacentes |
|
|
|
y sus agotadas luces volviendo en
su supremo movimiento, |
580 |
|
|
y sus miembros a las estrellas
tienden del suspendido cielo, |
|
|
|
por aquí y allá,
donde la muerte los sorprendiera, expirando. |
|
|
|
Cuánto yo
entonces ánimo tuve, o cuánto debí de
tener, |
|
|
|
que la vida odiara y deseara parte
ser de los míos. |
|
|
|
Adonde quiera que la mirada de mis
ojos se volvía, por allí |
585 |
|
|
gente había tendida, como
cuando las pútridas frutas |
|
|
|
caen al moverse sus ramas y al
agitarse su encina las bellotas. |
|
|
|
Unos templos ves enfrente, sublimes
con sus peldaños largos |
|
|
|
-Júpiter los tiene-:
¿quién no a los altares esos |
|
|
|
defraudados inciensos dio?
¿Cuántas veces por un cónyuge su
cónyuge, |
590 |
|
|
por su nacido el genitor, mientras
palabras suplicantes dice, |
|
|
|
en esas no exorables aras su vida
terminó, |
|
|
|
y en su mano del incienso parte, no
consumida, encontrada fue? |
|
|
|
¿Llevados cuántas
veces a los templos, mientras los votos el sacerdote |
|
|
|
concibe y derrama puro entre sus
cuernos vino, |
595 |
|
|
de una no esperada herida cayeron
los toros? |
|
|
|
Yo mismo, sus sacrificios a
Júpiter por mí, mi patria y mis tres |
|
|
|
nacidos cuando hacía,
mugidos siniestros la víctima |
|
|
|
dejó escapar, y,
súbitamente derrumbándose sin golpes algunos, |
|
|
|
de su exigua sangre
tiñó, puestos bajo ella, los cuchillos. |
600 |
|
|
Sus entrañas también
enfermas las señas de la verdad y las advertencias de los
dioses |
|
|
|
habían perdido: tristes
penetran hasta las vísceras las enfermedades. |
|
|
|
Delante de los sagrados postes vi
arrojados cadáveres, |
|
|
|
delante de las mismas -para que la
muerte trajera más inquina- aras. |
|
|
|
Parte su aliento con el lazo
cierran y de la muerte el temor |
605 |
|
|
con la muerte ahuyentan y
voluntariamente llaman a unos hados que se acercan. |
|
|
|
Los cuerpos enviados a la muerte en
ningún funeral, como de costumbre, |
|
|
|
se llevan, pues tampoco abarcaban
los funerales las puertas; |
|
|
|
o no sepultados pesan sobre las
tierras o son dados a las altas |
|
|
|
piras, no dotados. Y ya reverencia
ninguna hay |
610 |
|
|
y acerca de las piras pelean y en
ajenos fuegos arden. |
|
|
|
Quienes les lloren no hay, y no
lloradas vagan |
|
|
|
de los nacidos y hombres las
ánimas, y de jóvenes y viejos, |
|
|
|
y ni lugar para los túmulos,
ni bastante árbol hay para los fuegos. |
|
|
|
Atónito
por tan gran torbellino de desgraciadas cosas: |
615 |
|
|
«Júpiter, oh»,
dije, «si que tú, relatos no falsos |
|
|
|
cuentan, a los abrazos de Egina, la
Esópide, fuiste, |
|
|
|
ni tú, gran padre, nuestro
padre te avergüenzas de ser, |
|
|
|
o a mí devuelve a los
míos, o a mí también guárdame en el
sepulcro». |
|
|
|
Él una señal con el
relámpago dio, y el trueno siguiente. |
620 |
|
|
«Los acojo y sean
éstos, te ruego, felices signos |
|
|
|
de la mente tuya», dije;
«el presagio que me das tomo por prenda». |
|
|
|
Por acaso había allí
junto, de anchurosas ramas ralísima, |
|
|
|
consagrada a Júpiter, una
encina de simiente de Dodona. |
|
|
|
Aquí nos unas recolectoras
observamos, en fila larga, |
625 |
|
|
una gran carga en su exigua boca,
unas hormigas, llevando, |
|
|
|
que por la rugosa corteza
preservaban su calle. |
|
|
|
Mientras su número admiro:
«Otros tantos, padre óptimo», dije, |
|
|
|
«tú a mí dame,
y estas vacías murallas suple». |
|
|
|
Se estremeció y, sus ramas
moviéndose sin brisa, un sonido |
630 |
|
|
la alta encina dio: de pavoroso
temor el cuerpo mío |
|
|
|
se estremeció y erizado
tenía el pelo; aun así, besos a la tierra |
|
|
|
y a los robles di, y que yo
tenía esperanzas no confesaba; |
|
|
|
tenía esperanzas, aun
así, y con mi ánimo mis votos alentaba. |
|
|
|
La noche llega y, hostigados por
las inquietudes, de los cuerpos el sueño |
635 |
|
|
se apodera: ante mis ojos la misma
encina a mí que estaba, |
|
|
|
y que prometía lo mismo, y
los mismos animales en las ramas |
|
|
|
suyas llevaba, me pareció, y
que parejamente temblaba con aquel movimiento, |
|
|
|
y que la recolectora fila
esparcía en sus subyacentes campos; |
|
|
|
que crece de súbito, y mayor
y mayor parece, |
640 |
|
|
y se levanta en la tierra y en un
recto tronco se asienta |
|
|
|
y su delgadez y su número de
pies y negro color |
|
|
|
depone y que la humana forma a su
miembros introduce. |
|
|
|
El sueño
se va. Condeno despierto mis propias visiones y me lamento |
|
|
|
de que en los altísimos de
ayuda no haya nada; mas en las estancias un ingente |
645 |
|
|
murmullo había y voces de
hombres oír me parecía, |
|
|
|
ya para mí desacostumbradas.
Mientras sospecho que ellas también del sueño |
|
|
|
son, viene Telamón presto y,
abriéndose las puertas: |
|
|
|
«Que la esperanza y la fe,
padre», dijo, «cosas mayores verás. |
|
|
|
Sal». Salgo y, cuales en la
imagen del sueño |
650 |
|
|
me pareció haber visto unos
hombres, por su orden tales |
|
|
|
los contemplo y reconozco: se
acercan y a su rey saludan. |
|
|
|
Mis votos a Júpiter cumplo y
a estos pueblos recientes la ciudad |
|
|
|
reparto y, vacíos de sus
primitivos cultivadores, los campos, |
|
|
|
y mirmidones los llamo, y de su
origen sus nombres no privo. |
655 |
|
|
Sus cuerpos has visto; sus
costumbres, las que antes tenían, |
|
|
|
ahora también tienen: parca
su raza es y sufridora de fatigas |
|
|
|
y de su ganancia tenaz y que lo
ganado conserve. |
|
|
|
Éstos a ti a tus guerras,
parejos en años y ánimos, te seguirán, |
|
|
|
tan pronto como el que a ti
felizmente te ha traído, el euro» |
660 |
|
|
-pues el euro le había
traído- «háyase mutado en austros». |
|
|
|
Céfalo (II)
|
|
Con tales y
otros discursos ellos llenaron |
|
|
|
el largo día: de la luz la
parte última a la mesa, |
|
|
|
fue dada, la noche a los
sueños. Su resplandor el áureo Sol había
levantado; |
|
|
|
soplaba todavía el euro y
unas velas que habían de regresar retenía. |
665 |
|
|
A Céfalo los engendrados de
Palante, cuya edad mayor era, |
|
|
|
al rey, Céfalo junto a los
creados de Palante, |
|
|
|
acuden, pero todavía al rey
un sopor alto retenía. |
|
|
|
Los recibe un Eácida a ellos
en la entrada, Foco, |
|
|
|
pues Telamón y su hermano
los hombres para la guerra elegían. |
670 |
|
|
Foco a un más interior
espacio y a unos bellos recesos |
|
|
|
a los Cecrópidas conduce,
con los que a la vez él se sienta. |
|
|
|
Observa que el
Eólida, de un desconocido árbol hecha, |
|
|
|
lleva en la mano una jabalina, de
la cual fuera áurea la cúspide. |
|
|
|
Pocas cosas antes en las
intermedias conversaciones habiendo dicho: |
675 |
|
|
«Soy a los bosques
aficionado», dice, «y a la matanza de fieras. |
|
|
|
De qué espesura, aun
así, tengas ese astil cortado |
|
|
|
hace tiempo que dudo. Ciertamente
si de fresno fuera |
|
|
|
de bermejo color sería; si
cornejo, nudo en medio tendría. |
|
|
|
De dónde sea lo ignoro, pero
no más hermosa que ella |
680 |
|
|
han visto los ojos nuestros un arma
arrojadiza». |
|
|
|
Toma la palabra de los acteos
hermanos el otro, y: «Un uso |
|
|
|
mayor que su hermosura
admirarás», dijo, «en él. |
|
|
|
Alcanza cuanto busca y la fortuna,
cuando es lanzado, |
|
|
|
a él no le rige, y vuelve
volando, sin que nadie lo traiga, cruento». |
685 |
|
|
Entonces verdaderamente el joven
Nereio todo pregunta, |
|
|
|
por qué le fue y de
dónde dado, quien de tan gran regalo el autor. |
|
|
|
Céfalo (III) y Procris
|
|
Lo que pide él relata, pero
lo que narrar pudor le da, |
|
|
|
por qué merced lo obtuvo,
guarda silencio, y tocado del dolor |
|
|
|
de su esposa perdida, así,
con lágrimas brotadas, habla: |
690 |
|
|
«Ésta, nacido de una
diosa -¿quién podría creerlo?- |
|
|
|
esta arma llorar me hace y lo
hará por mucho tiempo, si vivir a nos |
|
|
|
los hados por mucho tiempo dieran:
ella a mí, con mi esposa querida, |
|
|
|
me perdió: de éste
regalo ojalá hubiera carecido siempre. |
|
|
|
Procris era, si
acaso más ha arribado a los oídos tuyos |
695 |
|
|
Oritía, hermana de la
raptada Oritía. |
|
|
|
Si la hermosura y el
carácter quisieras comparar de las dos, |
|
|
|
más digna ella de ser
raptada. Su padre a ella a mí la unió, Erecteo, |
|
|
|
a ella a mí la unió
el amor: feliz se me decía y era. |
|
|
|
No así a los dioses les
pareció, o ahora también quizás yo lo
sería. |
700 |
|
|
El segundo mes pasaba,
después de los sacrificios conyugales, |
|
|
|
cuando a mí, que a los
cornados ciervos tendía redes, |
|
|
|
desde el vértice supremo del
siempre floreciente Himeto, |
|
|
|
ocre por la mañana, me ve la
Aurora, ahuyentadas las tinieblas, |
|
|
|
y contra mi voluntad me rapta.
Lícito me sea la verdad referir, |
705 |
|
|
con la venia de la diosa: aunque
sea por su cara de rosa digna de admirar, |
|
|
|
aunque tenga los de la luz, tenga
los confines de la noche, |
|
|
|
aunque de nectáreas aguas se
alimente, yo a Procris amaba. |
|
|
|
En mi pecho Procris estaba, Procris
siempre en mi boca. |
|
|
|
De los sacramentos del diván
y de las uniones nuevas y tálamos recientes |
710 |
|
|
y primeros pactos le contaba de mi
abandonado lecho. |
|
|
|
Conmovióse la diosa y:
«Detén, ingrato, tus lamentos. |
|
|
|
A Procris ten», dijo,
«que si la mía providente mente es, |
|
|
|
no haberla tenido
querrás». Y a mí a ella, llena de ira, me
remitió. |
|
|
|
Mientras vuelvo y conmigo las
advertencias de la diosa repaso, |
715 |
|
|
a existir el miedo empezó de
que las leyes conyugales mi esposa |
|
|
|
no bien hubiera guardado. Su
hermosura y su edad me ordenaban |
|
|
|
creer en su adulterio. Me
prohibían creerlo sus costumbres. |
|
|
|
Pero aun así yo había
estado ausente, pero también ésta era, de donde
volvía, |
|
|
|
de ese crimen ejemplo, pero todo
tememos los enamorados. |
720 |
|
|
Indagar por lo que me duela decido,
y con regalos su púdica |
|
|
|
fidelidad inquietar. Alienta este
temor la Aurora |
|
|
|
y transmuta -me parece haberlo
sentido- mi figura. |
|
|
|
A la Paladia Atenas llego no
reconocible |
|
|
|
y entro en mi casa: de culpa la
casa misma carecía |
725 |
|
|
y castas señales daba y por
su dueño raptado estaba angustiada: |
|
|
|
apenas acceso, por mil
engaños, a la Eréctide fue logrado. |
|
|
|
Cuando la vi me quedé
suspendido y casi abandoné las premeditadas |
|
|
|
tentaciones a su fidelidad. Mal,
para no confesarle la verdad, |
|
|
|
me contuve, mal para -como oportuno
era- besos no ofrecerle. |
730 |
|
|
Triste estaba, pero ninguna aun
así más hermosa que ella |
|
|
|
triste haber puede, y por la
nostalgia se dolía |
|
|
|
de su esposo arrebatado. Tú
colige cuál en ella, |
|
|
|
Foco, la gracia sería, a
quien así el dolor mismo la agraciaba. |
|
|
|
Para qué referir
cuántas veces las tentaciones nuestras su púdico |
735 |
|
|
carácter rechazara,
cuántas veces: «Yo», había dicho,
«para uno solo |
|
|
|
me reservo. Donde quiera que
esté, para uno solo mis goces reservo». |
|
|
|
¿Para quién en su
sano juicio bastante esta comprobación de su fidelidad |
|
|
|
grande no sería? No me
quedé contento y contra mis propias heridas |
|
|
|
pugno, mientras diciéndole
que fortunas le daría yo por una noche, |
740 |
|
|
y los regalos aumentando, al fin a
dudar la obligué. |
|
|
|
Grito yo, en mala hora farsante:
«Delante tienes en mala hora fingido a un
adúltero: |
|
|
|
tu verdadero esposo era yo:
conmigo, perjura, como testigo has sido cogida»; |
|
|
|
ella nada; en su callado pudor
únicamente vencida, |
|
|
|
de esos insidiosos umbrales, y con
ellos de su esposo en mala hora, huye, |
745 |
|
|
y ofendida del mío, por todo
el género llena de odio de los hombres, |
|
|
|
por los montes erraba a los afanes
dedicada de Diana. |
|
|
|
Entonces a mí, abandonado,
más violento un fuego hasta los huesos |
|
|
|
me llega. Rogaba su perdón y
haber pecado confesaba |
|
|
|
y que hubiera podido, dados esos
regalos, sucumbir a semejante |
750 |
|
|
culpa yo también, si regalos
tan grandes se me dieran. |
|
|
|
A mí, que tales cosas
confesaba, su herido pudor antes vengando, |
|
|
|
regresa ella, y dulces en concordia
pasó los años. |
|
|
|
Me da a mí además,
como si consigo pequeños dones |
|
|
|
me hubiese dado, un perro de
regalo, el cual, cuando se lo entregara a ella |
755 |
|
|
su Cintia: «Corriendo
superará», había dicho, «a
todos». |
|
|
|
Me da a la vez también la
jabalina que nos, como ves, tenemos. |
|
|
|
El perro de caza y la fiera
|
|
¿De este
regalo otro cuál sea la fortuna, quieres saber? |
|
|
|
Escucha cosa admirable. Por la
novedad te conmoverás del hecho. |
|
|
|
Canciones el
Láiada no comprendidas por los talentos |
760 |
|
|
de sus predecesores había
resuelto, y despeñada yacía, |
|
|
|
olvidada de los ambages suyos, la
vate oscura. |
|
|
|
[Claro es que la nutricia Temis no
tales cosas deja sin venganza.] |
|
|
|
En seguida a la aonia Tebas se
envía una segunda |
|
|
|
peste, y por la destrucción
de sus ganados muchos payeses, |
765 |
|
|
y la suya propia, tuvieron miedo de
la fiera. La juventud vecina |
|
|
|
acudimos, y los anchos campos en
ojeo ceñimos. |
|
|
|
Ella, por su ligero salto veloz,
superaba las redes |
|
|
|
y lo alto de los linos traspasaba
de las puestas redes. |
|
|
|
Su cópula se quita a los
perros, de los que ella, que la perseguían, |
770 |
|
|
huye, y su contacto no más
lenta que un ave burla. |
|
|
|
Se me demanda a mí por
consenso grande a mi Lelaps: |
|
|
|
de mi regalo, éste el
nombre; ya hace tiempo que de sus ataduras lucha |
|
|
|
por despojarse él mismo, y
con el cuello, al ellas retenerlo, las tensa. |
|
|
|
No bien soltado fue, y ya no
podíamos dónde estaba |
775 |
|
|
saber. De sus pies las huellas el
polvo caliente tenía, |
|
|
|
él de nuestros ojos se
había arrancado: no más rápida que
él |
|
|
|
una asta, ni sacudidas de la
arremolinada honda las balas, |
|
|
|
ni el cálamo leve sale de un
arco de Gortina. |
|
|
|
De mitad de una colina el pico
emerge sobre los campos a ella sometidos. |
780 |
|
|
Me alzo a él y percibo el
espectáculo de una novedosa carrera |
|
|
|
en la que ora ser cogida, ora
sustraerse de la misma |
|
|
|
herida la fiera parece, y no por
una senda recta, astuta, |
|
|
|
y a un espacio huye, sino que burla
la boca de su perseguidor |
|
|
|
y vuelve en redondo, para que no
mantenga su ímpetu su enemigo. |
785 |
|
|
La acosa éste, y la sigue
pareja y, semejante al que la tuviera, |
|
|
|
no la tiene y vanos repite en el
aire sus mordiscos. |
|
|
|
A la ayuda me volvía yo de
mi jabalina, la cual, mientras la derecha mía |
|
|
|
la balancea, mientras los dedos en
sus correas aplicar intento, |
|
|
|
mis luces giré, y, revocadas
de nuevo, al mismo sitio |
790 |
|
|
las había devuelto: en medio
-asombroso- del llano dos mármoles |
|
|
|
contemplo. Huir éste,
aquél ladrar creerías. |
|
|
|
Claro es que invictos ambos en la
disputa de esa carrera |
|
|
|
que quedaran un dios quiso, si
algún dios les asistió a ellos». |
|
|
|
Muerte de Procris
|
|
Hasta
aquí, y calló: «¿Y en la jabalina
propia, qué crimen hay?», |
795 |
|
|
Foco dice. Y de la jabalina
así los crímenes recontó él: |
|
|
|
«Nuestros
goces el principio son, Foco, de nuestro dolor: |
|
|
|
ellos antes te contaré.
Agrada, oh, acordarse de ese feliz |
|
|
|
tiempo, Eácida, en el que
durante los primeros años, como es rito, |
|
|
|
con mi cónyuge era feliz,
feliz era ella con su marido. |
800 |
|
|
Una mutua inquietud a los dos y un
amor común nos tenía, |
|
|
|
y ni de Júpiter ella a mi
amor los tálamos preferiría, |
|
|
|
ni a mí que me atrapara, no
si Venus misma viniera, |
|
|
|
alguna había. Iguales
abrasaban llamas nuestros pechos. |
|
|
|
Con el sol apenas con sus radios
primeros hiriendo las cumbres |
805 |
|
|
de caza a las espesuras
juvenilmente ir yo solía, |
|
|
|
ni conmigo sirvientes ni caballos
ni de narinas acres |
|
|
|
ir perros, ni los linos nudosos
seguirme solían: |
|
|
|
seguro estaba con la jabalina. Pero
cuando saciado de matanza |
|
|
|
de fieras mi derecha se
había, regresaba yo al frío y las sombras, |
810 |
|
|
y, la que de los helados valles
salía, aura. |
|
|
|
Esa aura buscaba lene en medio yo
del calor, |
|
|
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esa aura ansiaba, descanso era ella
para la fatiga. |
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«Aura», pues, recuerdo,
«vengas tú», cantar solía, |
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«y a mí me confortes y
entres en los senos, gratísima, nuestros |
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y, como haces, volver a aliviar
quieras, con los que ardemos, estos calores». |
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Quizás añadiera
-así a mí mis hados me arrastraban- |
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ternuras más, y:
«Tú para mí gran placer», |
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decir habría solido,
«tú me repones y alientas, |
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tú haces que las espesuras,
que ame estos lugares solos: |
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el aliento este tuyo siempre sea
buscado por mi boca». |
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A estas voces ambiguas
engañado oído prestó |
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no sé quién, y el
nombre del aura, tan a menudo invocado, |
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ser cree de una ninfa, a una ninfa
cree que yo amo. |
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Al instante, de ese crimen fingido
temerario delator, |
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a Procris acude y con su lengua
refiere los oídos susurros. |
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Crédula cosa el amor es. Por
el súbito dolor desvanecida, |
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según a mí se narra,
cayó, y tras largo tiempo |
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reponiéndose, desgraciada
ella, ella de un hado inicuo se dijo |
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y de mi fidelidad se
lamentó, y por un crimen incitada vano, |
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de lo que nada es tuvo miedo, tuvo
miedo sin cuerpo de un nombre, |
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y se duele la infeliz como de una
rival verdadera. |
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Muchas veces aun así duda y
espera, desgraciadísima, engañarse |
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y de la delación la
veracidad niega y, si no los viera ella misma, |
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de condenar no ha los delitos de su
marido. |
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Las siguientes
luces habían ahuyentado de la Aurora a la noche. |
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Salgo y a las espesuras acudo, y
vencedor por las hierbas: |
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«Aura, ven», dije,
«y nuestra fatiga remedia», |
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y súbitamente unos gemidos
entre mis palabras me pareció, |
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no sé cuáles, haber
oído: «Ven», aun así, «la
mejor», mientras yo decía, |
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una fronda caduca un leve crujido
de nuevo al hacer, |
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consideré que era una fiera
y mi dardo volátil le lancé. |
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Procris era, y en medio sosteniendo
de su pecho su herida: |
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«¡Ay de
mí!», clama. La voz cuando fue conocida de mi
fiel |
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cónyuge a su voz en picado y
amente corrí. |
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Medio muerta y sus asperjadas ropas
ensuciando la sangre, |
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y sus regalos, triste de mí,
de la herida sacando |
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la encuentro, y su cuerpo, que el
mío para mí más querido, con codos |
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blandos levanto y
desgarrándome desde el pecho la ropa |
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sus heridas salvajes ligo e intento
inhibir el crúor, |
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y que no a mí, por la muerte
suya abominable, me abandone, le imploro. |
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De fuerzas ella carente y ya
moribunda se obligó |
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a estas pocas palabras decir:
«Por los pactos de nuestro lecho |
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y por los dioses suplicante te
imploro, por los altísimos y los míos, |
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por lo que quiera que he merecido
de ti bien y por el que permanece |
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ahora también, cuando muero,
causa para mí de muerte, mi amor, |
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en los tálamos nuestros que
Aura entre no toleres como esposa», |
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dijo, y el error entonces por fin
que había de un nombre |
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sentí y le mostré.
¿Pero qué mostrarlo ayudaba? |
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Se resbala y sus pocas fuerzas
huyen con su sangre, |
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y mientras algo mirar puede, a
mí me mira y en mí |
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su infeliz aliento, y en mi boca,
exhala. |
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Pero, por su semblante mejor, morir
tranquila parece». |
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Céfalo (IV)
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A quienes
lloraban estas cosas, llorando el héroe, remembraba, y he
aquí |
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que Éaco entra con su doble
prole y el nuevo |
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ejército; el cual recibe
Céfalo, junto con sus fuertes armas. |
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