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Mira de Amescua y su teatro

Emilio Cotarelo y Mori






ArribaAbajo- I -

Fama del poeta


Gozó el doctor don Antonio Mira de Amescua no escasa nombradla en su tiempo. Citáronle con elogio Cervantes, Agustín de Rojas, Lope de Vega, el doctor Suárez de Figueroa, Montalbán, Tamayo de Vargas y esbozaron su biografía don Nicolás Antonio1 y el analista guadijeño don Pedro Suárez2. Pero hasta tiempos muy recientes era muy poco lo que se sabía de sus orígenes y de su vida que no fuese la meramente literaria.

Tampoco los historiadores de nuestro teatro se mostraron muy enterados de su representación en él, y eso que no faltan ejemplares de sus obras dramáticas en las colecciones más conocidas de ellas y aun sueltas. Y algunos, como el Conde de Schack, hasta negaron que tuviese especial importancia en la historia de nuestra escena, acumulándole más defectos que buenas cualidades como tal autor dramático3.

A reparar lo que haya de injusto y deficiente en estos juicios tienden algunos trabajos modernos que iremos citando en las páginas que siguen y al mismo fin se encaminan estos renglones. Empezaremos por trazar la biografía del poeta, sirviéndonos de lo escrito hasta el presente sobre la materia y de lo allegado por nuestro esfuerzo y trabajo, con lo cual ya puede obtenerse un cuadro bastante completo y exacto de cómo fue la vida del insigne autor de El esclavo del Demonio.




ArribaAbajo- II -

Nacimiento, juventud y estudios


Nació don Antonio Mira de Amescua4, en la ciudad de Guadix, hacia el año 1574, y fue hijo natural de un caballero de dicha ciudad llamado Melchor de Amescua y Mira y de doña Beatriz de Torres Heredia, irregularidad que no le impidió obtener cargos y dignidades eclesiásticos, hasta el de Arcediano en la catedral de su patria, en 1631, cuando resolvió retirarse a ella5.

Guadix, importante ciudad, medio mora y medio romana, está situada en el fondo de un valle, hacia el oriente de la provincia,


en medio de un campo verde,
con agremanes de plata,



según decía nuestro dramático, aludiendo al curso del río Fardes, que la baña, y posee aún venerables restos que pregonan su antigua grandeza. Celebridad de otro género le atribuía en 1638 el ingenioso Luis Vélez de Guevara cuando en su Diablo Cojuelo (Tranco VI) exclamaba: «No nos olvidemos de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones, y mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Amescua, hijo suyo y arcediano». Reconquistáronla del poder agareno los Reyes Católicos en el curso del año 1489, durante el largo sitio de Baza, plaza fuerte cuya capitulación trajo consigo las de otros muchos pueblos cercanos y aun la de Almería, y encomendaron la guarda y gobierno de estos lugares al adelantado de Cazorla, don Diego Hurtado de Mendoza, hermano del gran cardenal de España, don Pedro, principal ministro del reino.

Hízose entre los conquistadores el repartimiento de los pueblos y tierras adquiridos, uno de los cuales era cierto hidalgo, criado de los Reyes, llamado Juan de Mira, que obtuvo buenos heredamientos en tierra de Guadix y, sobre todo, en Baza, donde se estableció de asiento, ya casado con Mariana Páez de Sotomayor.

Hijo de ambos fue Antonio de Mira, que abandonó su ciudad natal para avecindarse en la de Guadix, y allí se casó con Luisa de Amescua, natural y vecina de ella. Aquí nacieron sus hijos, que fueron tres: Melchor, que no sabemos por qué capricho cambió el orden de sus apellidos, y dos hermanas, que parece murieron solteras. Antonio de Mira y su mujer alcanzaron larga vida, hasta cerca del año 1570, y él era, según afirma uno de los testigos de las pruebas de su nieto, «hombre pequeño y gotoso».

Melchor de Amescua y Mira fue persona de gran cuenta en Guadix, donde residió toda su vida, en la parroquia mayor, llamada del Sagrario y en casa principal. Fue muy dado a fiestas caballerescas, como juegos de cañas y sortija; pero hombre de bastante autoridad para ejercer los cargos de regidor, alcalde de aguas, de la Santa Hermandad y alcalde ordinario muchas veces.

A Guadix vino, en buena o mal hora para ella, a vivir con un tío médico, llamado don Matías Figueras, vecino de la parroquia de San Miguel, la joven doña Beatriz de Torres Heredia, de familia no vulgar ciertamente, aunque no abastada de bienes6.

Era natural de la villa de Berja, donde vivieron y murieron sus padres, el capitán Francisco de Heredia y doña Francisca de Morales. Por los años de 1567 desempeñaba Heredia los cargos de alcaide de la fortaleza de Salobreña y capitán de la gente de a caballo de la villa de Adra y su partido, cuando hizo heroica ofrenda de su vida por la patria en la noche de Navidad, que fue la del levantamiento de los moriscos de las Alpujarras. Oigamos a uno de los testigos de su nieto contar el triste suceso; habla doña Isabel Juez, viuda de un administrador de la Hacienda del Rey en aquella tierra:

«El dicho capitán Francisco de Heredia murió a manos de los moros en defensa de la santa fe católica y de la gente desta villa (Berja) cuando los moriscos se alzaron en este reino. Y esta testigo se halló presente en la iglesia desta villa, con muchos cristianos que se habían recogido en dicha iglesia por la fuerza de los moros la noche de Navidad del primero año de la guerra, de adonde los dichos moros sacaron al dicho capitán con otros muchos cristianos y los hicieron pedazos en la plaza desta villa que está delante de la puerta de la iglesia, adonde estaba esta testigo; y después la sacaron y la llevaron cautiva a la villa de Lanjar de Andarax y la encerraron en la iglesia de dicha villa, con otras muchas mujeres y niños, de adonde los sacó y dio libertad el Marqués de Mondéjar, cuando vino con su ejército al socorro destas Alpujarras»7.



Dejó el capitán cuatro hijos: doña Francisca, que se casó con un caballero de Almería; don Antonio, que en 1631 era capitán de infantería en la isla de Madera; don Cristóbal, sargento mayor en las Canarias, y doña Beatriz, que fue la madre de nuestro poeta dramático.

Melchor de Amescua no se casó nunca con ella, quizá por haber muerto prematuramente8; y los testigos añaden, como en disculpa, que tampoco él se casó con otra ninguna. Pero sí recibió como hijo y en su propia casa, apenas nacido, aquel pobre fruto de sus malogrados amores9.

Respecto de la fecha del nacimiento, ningún testigo lo declara; uno de ellos dice que «por estar la casa del dicho Melchor en la parroquia mayor desta ciudad, cree y tiene por cierto que se bautizó el susodicho don Antonio en la parroquia mayor». Pudo y debió de ser así, si el nacimiento ocurrió en dicha parroquia y también si el niño fue trasladado a casa del cirujano Figueras. De lo contrario, su bautizo se haría en la parroquia de San Miguel. Pero en uno y otro caso la partida ha desaparecido si en ellas estuvo alguna vez10.

Aproximadamente quizá pueda señalarse con alguna precisión, teniendo en cuenta otros datos. Uno de los testigos, doña Beatriz de Montiel, dice conocer a don Antonio «desde que nació, que habrá cincuenta y cuatro a cincuenta y seis años». Otros le suponen de cincuenta y siete. La primera cifra no puede admitirse porque en 1600 era ya mayor de edad, o sea de veinticinco años. Sólo quedan como fechas probables de su nacimiento las de 1575, 1574 ó bien 1573; la segunda parece preferible.

El testigo Andrés de Cózar manifestó que hacía más de cuarenta y nueve años que conocía al doctor Mira. A un niño sin uso de razón no puede aplicarse aquel verbo. Serían de la misma edad y el conocimiento empezaría a los ocho años o poco antes. En 1600 fue nombrado Mira, como veremos, alcalde mayor de Guadix: para éste y otros cargos semejantes se necesitaba tener veinticinco años cumplidos.

Que el futuro autor dramático se crió en casa del padre resulta de las declaraciones ya indicadas. El testigo Luis Pérez Cardador, familiar del Santo Oficio, depone que, siendo niños ambos jugaban a la puerta de la casa de Mira, o sea la de su padre.

El testigo Miguel Guiral y Villafañe añade que su padre «le crió y alimentó en su casa y le dio estudio en la ciudad de Guadix y en la de Granada hasta ponerle en estado de sacerdote, tratándole siempre honrada y principalmente como tal su hijo»11.

Sus estudios, pues, empezaron en Guadix y se prosiguieron en Granada: así lo dice también el médico Andrés Rodríguez de Cózar: «Después de haber estudiado en esta ciudad (de Guadix) la Gramática, fue colegial en el colegio imperial de San Miguel de la ciudad de Granada, cinco o seis años, en donde estudió la facultad de Cánones y Leyes». Otro de los testigos confirma estos hechos «por haber sido su condiscípulo en los estudios de Cánones y Leyes»12.

Había terminado ya estos estudios, incluso el doctorado, el año de 1600, por cuanto, en 4 de septiembre de dicho año, don Fernando del Pulgar, corregidor de la ciudad de Guadix, nombró por su teniente y alcalde mayor de ella y su jurisdicción «al señor doctor Antonio de Mira, abogado»13. Los alcaldes mayores ejercían funciones judiciales y como no tenían sueldo fijo percibían derechos bastante crecidos por los pleitos y causas que sustanciaban.

No poca capacidad y condiciones de carácter verían en el joven abogado para confiarle un tan delicado cargo civil; pero mayor confianza aún en sus dotes de energía supone otro que obtuvo pocos meses después. Y fue el nombramiento hecho en Guadix, a 8 de mayo de 1601, por don Juan de Fonseca, obispo de la diócesis, a favor «del dotor Antonio de Mira, clérigo, presbítero, vecino desta ciudad», para que en nombre de Su Ilustrísima vaya a la ciudad de Baza a dar posesión del cargo de prior de aquella iglesia al licenciado Juan Ortega de Grijalba, en representación del doctor don Francisco de Solórzano, en quien el Rey había proveído dicho empleo.

El licenciado Ortega, canónigo de Guadix, había ya intentado cumplir su cometido; pero el abad y cabildo de la colegiata de Baza, hijuela de Guadix, no le quisieron dar la posesión, apoyados por el provisor que el obispo tenía allí; por cuya razón el obispo nombra además a Mira provisor para este caso, revocando el poder dado al otro. Como el delegado ejercía ya otras funciones de carácter judicial más severas, es de suponer que no anduviese en blanduras con los rebeldes de Baza14.

Poco tiempo hubo de ejercer Mira un empleo que, como el de alcalde mayor, no se avenía mucho con su profesión eclesiástica y quizá por eso le hallamos en 1602 residiendo en Granada, cuando Lope de Vega fue a visitar la hermosa ciudad morisca. Mira era ya conocido como poeta, aunque hasta 1605 no salieron a luz las Flores de poetas ilustres, de Pedro Espinosa15, en que por primera vez se vieron de molde versos suyos. Antes había escrito, en 1595, una mediana y muy obscura canción sobre el desembarco en Cádiz de la escuadra inglesa, enemiga nuestra, y es de creer que manuscritas circulasen ya otras varias composiciones entre sus amigos.

Lope, al restituirse a Castilla, dedicó un soneto «Al doctor Mira de Mescua», que se imprimió el mismo año en el tomo de La Hermosura de Angélica, con otras rimas16. Quéjase Lope de la indiferencia con que había sido recibido en Granada por los poetas, con excepción de Mira, que le dirigió sus versos, y agradecido, exclama:



   A que sois primavera me resuelvo,
por quien las flores que perdí restauro;
tal abundancia vuestro ingenio cría.

   Y así, en tanto que al patrio Tajo vuelvo,
serán, entre las márgenes del Dauro,
las flores vuestras y la vega mía.



Habíase ido formando y fortaleciendo la inclinación a las letras en nuestro poeta, puesto que al año siguiente de 1603 le vemos citado como autor dramático por el célebre Agustín de Rojas Villandrando, en su Loa de la Comedia, entre los que a la sazón cultivaban el género, como


El licenciado Mejía,
el buen don Diego de Vera,
Mescua, don Guillén de Castro,
Liñán, don Félix de Herrera17.



Qué obras dramáticas serían éstas y dónde se habrían representado es lo que por hoy no se puede especificar con certeza. La más antigua de las que conocemos es La rueda de la Fortuna, que parece haberse estrenado en Toledo en 1604, por la compañía de Juan de Morales18. Rojas, que anduvo por Andalucía y especialmente por Granada, luego que se restableció en 1600 el uso de las representaciones (prohibidas por Felipe II en 1598) habrá tenido ocasión de ver y acaso de tomar parte en funciones dedicadas a obras del doctor Mira.

Pero estos éxitos en círculo tan reducido no satisfacían el ansia de gloria y voluntad de producir para mayor y más selecto público que abrigaba el poeta. Acaso habrá influido en su deseo de abandonar su tierra y venirse a la corte la muerte del autor de sus días, ocurrida en 1605, o no mucho antes19. No es posible vislumbrar en qué situación respecto de los bienes de su padre quedase el poeta. Como hijo natural reconocido y a falta de herederos forzosos, tenía, sin duda alguna, buena representación en la herencia; pero nos inclinamos a creer que respetaría el derecho de sus tías y se limitaría a gozar durante la vida de ellas los alimentos que quisieren concederle.




ArribaAbajo- III -

Venida de Mira a la corte. Su viaje a Nápoles


De cualquier modo que fuese, Mira, por los años de 1606 enderezó sus pasos a la corte. El tan citado testigo de sus pruebas, licenciado Andrés Rodríguez de Cózar, que es el que más explícito se muestra, decía en su declaración de julio de 1631: «Habrá tiempo de veinticuatro o veinticinco años que el susodicho se fue a vivir a la villa de Madrid, en donde está de presente al servicio del serenísimo Infante Cardenal, en ministerio honroso de capellán de su Alteza»20.

En efecto, después de una ausencia de cinco años la corte había vuelto a establecerse en Madrid ya definitivamente y estaba organizando de nuevo todos los servicios inherentes al gobierno de la monarquía. Según parece, luego que Mira de Amescua tomó pie firme en la corte y pudo orientarse en el camino que le convendría seguir, pensó en utilizar sus estudios y carrera y colocarse en alguno de los tribunales civiles o eclesiásticos de esta villa. No a otro fin habrá de referirse la certificación y traslado que, con fecha 9 de junio de 1607, pidió el procurador Jerónimo de Madrid, «en nombre del doctor Antonio de Mira y Amescua, residente en corte de S. M. y vecino de Guadix», del nombramiento de teniente de corregidor y alcalde mayor de dicha ciudad que había obtenido en 160021.

No produjo resultado; pero dos años después obtuvo una de las plazas de la Real Capilla que en la catedral de Granada fundaron los Reyes Católicos, para la cual le presentó Felipe III como patrono de ella, en Real provisión firmada en Segovia a 1º de septiembre de 1609, para sustituir al capellán fallecido don Pedro Muñoz de Espinosa22.

Como esta capellanía llevaba consigo la residencia, a Granada hubo de volverse nuestro «doctor Antonio de Mira y Amescua» (aún no se había antepuesto el don) para posesionarse del empleo y ocuparlo algún tiempo23.

En los cuatro años anteriores que llevaba de residencia en Madrid se había ya dado a conocer como literato y quizá como autor dramático24, aunque ninguna noticia hasta hoy tengamos de las obras que haya estrenado. Verdad es que en estos años en que los teatros de Madrid estuvieron administrados y gobernados por las cofradías de la Soledad y de la Pasión, son de gran escasez, o mejor dicho, penuria, las noticias relativas a la representación de comedias. Las notas no suelen contener más que el nombre de los directores de las compañías (Velázquez, Salcedo, Ríos, Pinedo, etc.), los días que representaron y cuánto dieron al fondo pío de los hospitales y hospicios. Esta pobreza de documentos y noticias nos aflige y desconsuela porque nos priva de seguir paso a paso el desarrollo de nuestro teatro en su verdadero principio y del talento de sus grandes fundadores, como Lope y Tirso, y sus primeros discípulos, como nuestro doctor Mira de Amescua, del cual sólo conocemos en este tiempo otras manifestaciones secundarias de su producción literaria.

Por los años de 1602 el licenciado Francisco Bermúdez de Pedraza, erudito granadino y abogado de los Reales Consejos, había ya terminado su libro histórico de las Antigüedades y excelencias de Granada, que fue aprobado, en Valladolid, por el licenciado Berrio y privilegiado por diez años el autor, «a petición de la ciudad de Granada», con fecha 25 de agosto de dicho año; pero no salió a luz hasta el de 1608, en Madrid, en la oficina de Luis Sánchez25. Para que sirvieran de ornamento a su obra solicitó Bermúdez y obtuvo los elogios poéticos de varios amigos, entre los que no podía faltar su casi paisano Mira de Amescua, que compuso unas décimas «a la ciudad de Granada» y fueron impresas con ella. Pero en la segunda edición del libro, hecha en Granada en 1638, fueron suprimidos estos y otros elogios y adornos poéticos.

El doctor don Bernardo de Valbuena, que en 1609 se hallaba en Madrid preparándose con grados, títulos y sermones de gran elocuencia para altos puestos eclesiásticos, como el de abad de Jamaica y obispo de Puerto Rico, había dado cima a su gigantesco poema épico El Bernardo o Victoria de Roncesvalles; y como en él cantaba el origen y excelencias de la casa de los Castros, le pareció oportuno dedicárselo al conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, personaje entonces poderoso, como yerno y predilecto del primer ministro y favorito real, el Duque de Lerma. Aceptó el Conde la dedicatoria y aun se propuso costear la impresión del ingente poema, que ningún editor de Madrid se había atrevido a acometer; pero se interpuso la ausencia del Conde, que luego mentaremos y su prematura muerte, y el poema quedó sin imprimir por entonces. Con su manuscrito ya dispuesto para la estampa se volvió a América el autor, hasta que en 1624, siendo ya obispo, regresó a la patria y a su costa pudo darlo a luz con nueva dedicatoria a don Francisco Fernández de Castro, conde de Lemos, hermano del difunto don Pedro.

En esta obra, pues, se incluyó una aprobación firmada por don Antonio Mira de Amescua, que la dio bien expresiva a 9 de febrero de 160926. Seguramente que el motivo de encargar este servicio a Mira no sería tanto la amistad con Valbuena, a quien quizá no conocía pues había pasado buena parte de su vida en Méjico, como las consideraciones debidas al alto Mecenas que amparaba el libro. Sin embargo, el elogio del libro está hecho sin restricciones y en tono amistoso.

«Este Poema Heroyco, llamado el Bernardo que v. m. me remitió he visto con particular atención y pienso que los españoles ingeniosos dados a la lección de poetas no tienen en su lengua poema como éste; porque en la variedad de los sucesos y episodios hallarán imitado a Ludovico Ariosto y en la unidad de la acción y contextura de la fábula a Torquato Tasso; y así merece ser impreso y leído y su autor alabado. También advierto a v. m. que no hay en él cosa contra la fe católica y buenas costumbres. Guarde Dios a v. m. largos años, de casa y Febrero a 9 de 1609 años. El Doctor Mira de Mescua».



Antes de partir a tomar posesión de su capellanía dejó Mira de Amescua en poder del editor de las Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza, frey Juan Díaz Hidalgo, caballero sanjuanista, capellán y músico de la Cámara de Felipe III, el soneto que figura al frente de dichas poesías, titulándose ya «Capellán de Su Magestad»27.

Dice así el soneto:



   Hijo de aquel espíritu divino
que de su ilustre cárcel desatado
será siglos eternos laureado
sobre el salir del cielo cristalino.

   Salid, salid al mundo y peregrino
(que debe ser el bien comunicado)
en alas de la fama habréis andado
siendo émulo del sol igual camino.

   Si la lira de Tracia tiene asiento
en las altas imágenes y aún arde
atrevida su luz a hacer dos soles,

   vos perdéis su lugar por nacer tarde;
pero si estrella no del firmamento,
sois luz de los ingenios españoles.



A fines de este año de 1609 había sido nombrado virrey de Nápoles el ya citado don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos y yerno del privado; pero no pudo disponer su salida hasta muchos meses después. En el intermedio se proveyó de personal adecuado al gran empleo que iba a desempeñar. Nombró secretario de Estado y Guerra al célebre poeta Lupercio Leonardo de Argensola, encargándole que eligiese los demás oficiales de la Secretaría y otros cargos, empezando por llevar Argensola a su propio hijo Gabriel Leonardo de Albión y a su hermano Bartolomé Leonardo, después Rector de Villahermosa.

Escogieron los Argensolas amigos suyos, en general personas obscuras o insignificantes, como fueron un don Francisco de Ortigosa, a quien Pellicer y Navarrete llaman «singular y desgraciado ingenio», única noticia que de él tenemos; un Gabriel de Barrionuevo, que ambos autores suponen famoso por «sus sazonados entremeses»; pero de quien sólo se conoce uno (si es que es suyo) titulado El triunfo de los coches28; un don Antonio Laredo y Coronel, «de felicísima vena» pero de quien no se conoce un solo verso, y un don Diego Duque de Estrada, especie de pícaro o aventurero, según él mismo se retrata en una pretensa autobiografía, llena de embustes y patrañas29.

En cambio prescindieron de Cervantes y de Góngora, que tenían grandes deseos de ir con el Conde. Cervantes se quejó al mismo Lemos en su poema El Viaje del Parnaso, que publicó cuatro años después, lamentando, sobre todo, la mala fe de los Argensolas en no cumplirle las grandes ofertas que le habían hecho:


   Que no me han de escuchar estoy temiendo...
   Que no sé quien me dice y quien me exhorta
que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad como la vista corta.
   Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan hondo desatino.
   Pues si alguna promesa se cumpliera
de aquellas muchas que al partir me hicieron,
lléveme Dios si entrara en tu galera.
   Mucho esperé, si mucho prometieron;
mas podrá ser que ocupaciones nuevas
les obligue a olvidar lo que dijeron30.



Por el contrario, Góngora lo echó a broma, y se desahogó en un soneto jocoso que principia:


   El Conde, mi señor, se va a Napoles,
y el Duque, mi señor, se va a Francía:
Príncipes, muy buen viaje, que este día
pesadumbre daré a unos caracoles31.



Salió de Madrid, el Conde de Lemos, con toda su familia y gran séquito el 17 de mayo de 1610; y pasando por Lerma, donde a la sazón estaban los reyes, para despedirse de ellos y llegó a Vinaroz, donde se embarcó en la escuadra ya prevenida, sin necesidad de ir a Barcelona, adonde por aquellos días arribaba su antecesor en el virreinato, el Conde de Benavente.

La única persona de mérito y reputación, entre las conocidas, que los Argensolas llevaron a Italia, sería don Antonio Mira de Amescua. Así lo afirma Pellicer32 y repite Navarrete33, tomando la noticia del viaje de los Comentarios del ya citado don Diego Duque, pero que es, no obstante, cierta.

Alguna duda pudiera suscitarse, en vista de la obligación de la Capellanía de Granada, de la que se halla tomando posesión el mismo año de 1610. Pero no parece suficiente, por cuanto en lo relativo a la residencia pudo haber obtenido dispensa de ella, como la obtuvo el mismo Lupercio, que era cronista de Aragón, primero por dos años y luego por el tiempo que estuviese ausente. Y en cuanto a la posesión debió de haberla tomado en los primeros días del año, porque no siendo más de dos meses el plazo para ella y teniendo la Real Cédula la fecha de septiembre de 1609, aun contando el viaje, no podría Mira alargar mucho más de tres meses el plazo concedido; fácil, pues, le hubo de ser tomar la posesión en enero y hallarse holgadamente en Madrid en mayo.

Ni tiene mayor fuerza el hecho de que aparezca un soneto suyo, por cierto muy culterano, al frente de La Cristíada34, poema de fray Diego de Hojeda, que salió a luz en Sevilla en 1611, porque los versos pudieron y debieron de ser escritos antes de empezarse a imprimir el libro. Es, por consiguiente, muy posible que al empezar el año de 1610, o acaso antes, diese Mira el soneto al autor o editor del poema.

Tampoco nos parece de importancia la objeción que pudiera desprenderse del estudio de la comedia La Fénix de Salamanca. Esta pieza, a juzgar por las alusiones del acto primero al gran prior Filiberto Manuel de Saboya, estaba ya compuesta mucho antes del otoño de 1610, época en que el Prior llegó a España y en que, según lo dicho, Mira estaría ya en Italia35.

Pero, sea como fuere, no puede dudarse que en Nápoles estuvo por esta época. Así lo declara, en 1631, el testigo de la información Luis Pérez Cardador, diciendo: «Es muy notorio en esta ciudad que cuando el dicho doctor don Antonio de Mira y Amescua pasó al reino de Nápoles con el Conde de Lemos, que fue virrey de dicho reino, estuvo a pique de ser obispo en Italia, y que tuvo mucho tiempo el gobierno de un obispado de Italia, no se acuerda en qué ciudad y que dio muy buena cuenta de él»36.

Y lo confirma Cervantes en el pasaje a que hemos aludido de su Viaje del Parnaso. Cervantes aprovechó para formular sus quejas la orden que supone le dio Mercurio de que fuese a recoger de Nápoles a los hermanos Argensola y los condujese a la galera de Apolo para que, en unión de otros buenos poetas, rechazasen la acometida de los malos, que intentaban apoderarse del monte Parnaso, y sobre esto versa el poema. A la vez le manifestó dudas sobre que los dos hermanos quisiesen venir a la empresa, y que bien puede dejarlos tranquilos en Nápoles, cosa que irrita a Mercurio, haciéndole exclamar:


   «Ninguno, dijo, me hable de ese modo,
que si me desembarco y los embisto,
¡voto a Dios! que me traiga al Conde y todo...»
   Y prosiguió diciendo: «El dotor Mira,
apostaré, si no lo manda el Conde,
que también en sus puntos se retira.
   -Señor galán, parezca; ¿a qué se asconde?
Pues, a fe, por llevarle, si él no gusta,
que no le busque, aceche ni le ronde».



También en esta frase se ve algo de desdén o resentimiento hacia el guadijeño poeta. ¿Cuáles habrán sido las relaciones de él y Cervantes en los cuatro años anteriores en que ambos residieron en Madrid?




ArribaAbajo- IV -

Regreso a España. Su vida en Madrid. Obras dramáticas


En Nápoles permaneció, según todas las apariencias, don Antonio Mira hasta 1616 en que el Conde, concluido el quinquenio de su virreinato, regresó a Madrid. Es buen indicio de ello el no hallar vestigio suyo ni en los prólogos o preliminares de libros ajenos ni como elogiador ni como aprobante hasta 1618 y la frecuencia con que después de dicho año le vemos desempeñando estos oficios. Enumeraremos algunos casos, pues todo ilustra la biografía del poeta.

En 1618 loa con una décima el poema, escrito en esta clase de estrofas métricas por el padre fray Hernando de Camargo, titulado Muerte de Dios por vida del hombre, para el cual escribieron poesías laudatorias igualmente varios de los mejores poetas que a la sazón se hallaban en Madrid, como Lope de Vega, el maestro Valdivielso, Luis Vélez de Guevara, Guillén de Castro y Vicente Espinel37.

La décima, muy ingeniosa, es ésta:


   ¿Qué cisne es este que canta
la muerte de nuestra vida
con voz tan enternecida
que la tierra y cielo encanta?
Nuevos pasos de garganta
con dulces finales suenan
y en todo el orbe resuenan,
dando voces de tal suerte
que cuando repiten «muerte»
el mundo de vidas llenan.



Al año siguiente, con fecha 2 de julio de 1619, aprueba en esta corte el poema de Nuestra Señora de los Remedios, compuesto por el madrileño Francisco del Castillo, en nueve cantos en octavas reales. Lleva al fin una Centuria de la limpia Concepción, en 99 octavas, escritas por el licenciado Felipe Bernardo del Castillo, conocido en nuestro Parnaso dramático como escritor de Loas, y hermano del autor del poema, que aparece elogiado hasta por la propia mujer del poeta, una doña Baltasara de Cuéllar, que igualmente celebra con sus versos la Centuria escrita por su cuñado38.

En 24 de agosto de 1620 aprobó también Mira la novela pastoril de Jacinto Espinel y Adorno, sobrino del célebre poeta y novelista rondeño Vicente Espinel, titulada El premio de la Constancia y pastores de Sierra-Bermeja39.

Con fecha 29 de enero de 1622 firma la aprobación del primer volumen de las Comedias de don Juan Ruiz de Alarcón, diciendo que hay en ellas «mucha doctrina moral y política digna del ingenio y letras de su autor». Pero este tomo no salió a luz hasta seis años más tarde.

De los elogios que hizo de varios libros de sus amigos trataremos más adelante: ahora recogeremos los que de él se hicieron por este tiempo. Fueron los primeros en citarle, entre los más famosos poetas dramáticos, el celebrado recitante Andrés de Claramonte, en su Letanía moral, escrita antes de mediar el año 161040, y el doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, en su Plaza universal de todas ciencias y artes, impresa en Madrid, en 161541, pero compilada y traducida en parte dos o tres años antes.

En el referido año de 1615, en que Cervantes publicó sus Comedias, le recuerda en el prólogo como imitador y discípulo de Lope de Vega, ponderando «la gravedad del doctor Mira de Amescua, honra singular de nuestra nación»42.

Lope de Vega, al dirigir en 1621 a don Francisco de Rioja su Epístola con el título de El jardín de Lope, donde supone colocado en su alegórico vergel el retrato del Doctor, nos da la noticia de haberle pintado el famoso Heredia el Mudo, diciendo:


   El divino pincel del Mudo Heredia
(que entera no pudiera) al doctor Mira,
de su figura retrató la media,



en lo que parece aludir a la gran estatura del retratado.

En 1622, don Tomás Tamayo de Vargas, en el prólogo que puso a su edición de las Obras de Garcilaso de la Vega43, nombra y ensalza entre otros varios poetas al doctor Mira de Mescua por su «discurso»; es decir, por su inventiva u originalidad.

Esta es, en efecto, su cualidad más relevante, que algunas veces le llevó a la extravagancia.

Al regresar a la península halló Mira el teatro en su apogeo y mayor grandeza; pues no sólo Lope de Vega seguía produciendo con inagotable vena, sino que a su lado se agrupaban otros fecundos y admirables dramáticos, como el maestro Tirso de Molina, Guillén de Castro, Alarcón, Vélez de Guevara y muchos más de menos fama. A ellos se unió nuestro guadijeño, quien en los quince años que siguieron a su regreso compuso e hizo representar la mayor parte de las cincuenta comedias que han llegado hasta nosotros, aunque sólo de algunas conocemos la fecha exacta de su composición o estreno.

Una de las primeras sería la titulada Nardo Antonio, bandolero, si, como creemos, es suya y no de Lope esta comedia, saturada de recuerdos de Nápoles, de asunto napolitano y escrita por quien tenía interés en defender los de España en aquella tierra44.

A la vez cuidaba de sus provechos materiales. En 1619 fue nombrado capellán del infante don Fernando, hijo de Felipe III que a la edad de diez años (el 29 de julio) acababa de obtener el capelo cardenalicio y la mitra de Toledo. Por ambas dignidades tuvo casa y servidumbre especiales, aun sin abandonar la mansión regia45.

Y como durante su ausencia no había percibido Mira los productos de su capellanía granadina, con fecha 22 de enero de 1619, diciéndose «residente en esta corte», dio poder a su compañero don Juan de Fonseca, «capellán de la Capilla Real de Granada, para cobrar todo lo que se le debe por su prebenda de capellán de la dicha Capilla».

Pero el negocio debía de ser más fácil de proponer que de conseguir. El cargo exigía la residencia, pues si se concedía dispensa para uno, la misma razón había para otros, y llegaría el caso de que no hubiese quien dijese las misas y demás preces para las que habían fundado los Reyes Católicos su Capilla. Los otros capellanes formularían sus quejas, que el Arzobispo hallaría fundadas, y entonces se optaría por suspender el pago de la pensión que a Mira correspondiese. Este debió de hallar su posición muy difícil, porque desde este mismo año de 1619 se propuso conseguir la permuta del cargo por otro más o menos semejante. Y al efecto, en 30 de octubre, el doctor Bartolomé de Llerena, magistral de Almería y a la sazón residente en Madrid, en una exposición al Rey le dice que si bien S. M. le ha hecho merced de presentarle a una canonjía de la catedral de Guadix, de la que aún no ha tomado posesión, por ser él natural de Granada y «haber leído en aquella Universidad», desea residir en ella para continuar sus lecciones y poder acudir a su madre, que la tiene allí, «atento lo cual, suplica a V. Mag.d se sirva hacerle merced de presentar a la dicha canongía al doctor Antonio Mira Mesqua, capellán de la Capilla real de Granada y a él (Llerena) a la capellanía que vacará por su promoción y el dicho doctor Mira lo suplica a V. M. por ser natural de Guadix, y no haberse hallado bien de salud en Granada y ser ambas prebendas de una mesma renta, y estar con esto los dos cada uno en su natural, y con más ocasión de acudir continuamente al servicio y residencia de la dicha Iglesia y capellanía. -El D.or Mira de Amescua.- El Doctor Llerena».

En 16 de septiembre de 1620 se manda por el Consejo que se consulte al Rey la permuta pedida.

Pero en 31 agosto 1620, el secretario Jorge de Tovar dice al Obispo de Guadix que «habiéndose notificado al Dr. Mira de Mesqua que vaya a residir en la capilla Real de Granada, se excusa con decir que con licencia de S. M. tiene tratado de permutar su prebenda con el Dr. Llerena, canónigo de esa iglesia, y los despachos para ello están firmados de S. M. y no acude a llevarlos ni desiste de la permuta (el Dr. Llerena); y así él (Mira) está embarazado, sin saber cuál de las prebendas se ha de disponer de ir a servir. Y habiéndose visto en la Cámara, se ha acordado que v. S. haga notificar al dicho Doctor Llerena que dentro de 30 días acuda a tomar sus despachos para que este negocio corra y la Capilla no esté falta de un ministro».

Se hizo el requerimiento y contestó lo que el obispo fray Plácido Tosantos traslada a Tovar, con fecha 12 de septiembre del mismo 1621 y fue que al doctor Llerena «un amigo del licenciado (sic) Mira de Amescua le había pedido que dilatase la respuesta porque ansí lo pedía el dicho Licenciado. Trazas son (añade el Obispo) para no salir de esa corte, en que se debe de hallar bien; porque a mí me pidió que le hiciese mi familiar, para poder estar en la corte gozando de su canonjía; y cuando le respondí que no se podía hacer con buena conciencia, mudó de opinión y dijo que no quería la canonjía; y ahora se quiere coplear de nuevo por dilatarlo. Buena Pascua dé Dios a V. m. porque hace una cosa tan acertada como es hacer que vengan los prebendados a servir en sus iglesias; que es lástima ver lo que pasa, porque con cualquier cosilla se excusan algunos de ir al choro, como si tuviese peste, señal que quieren más las prebendas por el temporal que por el servicio de Dios».

En fin, el doctor Llerena, que se acomodó a su canonjía de Guadix, no quiso permutar; y entonces Mira se entendió con don Diego de Bracamonte, clérigo granadino que había sido canónigo de Palencia, para que le diese 200 ducados de pensión anual sobre un beneficio simple en la iglesia de Medinasidonia, diócesis de Cádiz, que en todo valía más de 600 ducados anuales, cediéndole, en cambio, su capellanía de Granada. Y antes de aprobar esta nueva permuta pregunta el Rey, por intermedio de su Secretario Tovar, al presidente de la Chancillería de Granada, el licenciado Martín Fernández Portocarrero, si el tal Bracamonte reúne las condiciones para el empleo (Madrid, 23 de marzo de 1622).

Con fecha 12 de abril siguiente el licenciado Portocarrero informa favorablemente y agrega un dictamen del capellán mayor don Diego de Córdoba, en que a nombre de la Capilla suplica se conceda la permuta, «por el remedio que da a la falta de residencia del doctor Mira de Mescua, que ha diez años que no entra aquí ni habernos podido reducillo a que lo haga». Este dictamen no tiene fecha, pero debe de ser anterior al 12 de abril, en que el Presidente lo transcribe.

Entonces, por Real cédula fechada en Aranjuez, a 3 de mayo de 1622, el Rey aprobó la permuta y designó por capellán de Granada a don Diego de Bracamonte46.

Antes trataron de obtener la aprobación pontificia; y para ello el doctor Mira de Amescua dio poder, fechado en Madrid a 16 de mayo de 1622, a Juan Bautista Cavana y a Pedro Cossida, agente de S. M. en Roma, para que parezcan ante S. S. y su Datario, y en su nombre resignen en Su Santidad y renuncien la capellanía que tiene en la Capilla Real de Granada, que es del patronato de S. M. en favor de Diego de Bracamonte, presbítero de Granada, con reservación de una pensión anual de 200 ducados de España, de a 11 reales uno, situados sobre los frutos y emolumentos del beneficio simple de la iglesia parroquial de Medinasidonia que posee el dicho don Diego de Bracamonte, la cual dicha pensión ha de pagar el citado don Diego y sus sucesores en el beneficio, en la ciudad de Granada o en la villa de Madrid, a voluntad del renunciante, a costa de los poseedores, en dos pagas: San Juan y Navidad. Esto a condición de que Su Santidad ha de dar su beneplácito y el Rey de España lo haya de aprobar también.- Sigue la aceptación de Bracamonte47.

Con este beneficio, con la capellanía del infante don Fernando, lo que ganase con sus obras dramáticas y con los otros ingresos que su profesión le producían, no hay duda que el doctor Mira podría vivir más que holgadamente en la corte. Todo ello sin contar con los extraordinarios que tal cual vez le ofrecerían sucesos y circunstancias del tiempo, como el que sigue.

En las fiestas que hizo Madrid a mediados de 1620 para solemnizar la beatificación de su hijo San Isidro, labrador, el Ayuntamiento encargó a Mira la dirección de alguna parte de los festejos populares, como la Máscara y Danzas alegóricas y otros simulacros caballerescos, para lo cual empezó por entenderse con los encargados de construirlos, luego que celebraron sus contratos con el Municipio. Así, en 30 de abril de dicho año formalizaron obligación Gabriel de la Torre y Luis de Monzón de hacer todos los vestidos y más cosas necesarias para la máscara y danzas que se han de hacer en las fiestas de la beatificación de San Isidro, según la Relación escrita por el doctor Mira de Mezcua, en precio de 2.000 ducados.

A este contrato y redactada por don Antonio Mira, sigue la Relación, que es casi el único documento en prosa suyo que conocemos.

Los personajes de la Máscara son en gran parte figuras de la mitología, con sus trajes distintivos y acompañamientos: Apolo, Diana, Neptuno, Ceres, Vulcano, Venus, Cupido, Marte, Baco, Pan, Jano y Júpiter. Músicos, nueve poetas, las Estaciones y los Meses, «Una figura de la seta de Mahoma, turco, en caballo morcillo, con su espada desnuda». La Verdad; «una figura de Madrid, dama bizarra», y otra «San Isidro, labrador bizarro; dos castellanos nuevos a caballo, dos castellanos viejos, dos portugueses y dos flamencos; dos indios, dos negros a caballo, todos con propiedad de vestido. Aquí han de ir los músicos que pudieren con sayos de tela cantando los versos que yo daré y tañiendo»48.

Celebraron también convenio con la villa Jerónimo Rodríguez, Ludovico Cueto, Benito Moreno y Lorenzo de Salazar, obligándose a presentar siete carros «para las fiestas que han de hacer para la beatificación de S. Isidro... conforme a la Relación que ha dado el doctor Mira de Mescua», en precio de 800 ducados (Madrid, 30 de abril de 1620).

Según la relación, los carros serían: uno tirado por ciervos (imitados), otro de la diosa Ceres, otro de Vulcano, otro de Venus y otro de Baco, todos con las alegorías de cada deidad, poco más o menos como hoy se haría. Otro carro será el del Tiempo, con el Sol y la Luna y «el último carro es de madroños, con la testera dorada, en que vayan tres personas: le han de tirar cuatro osos», que como se sabe son atributos de Madrid.

Bosquejó también Mira la Máscara del Triunfo de la Verdad a San Isidro, que igualmente se compondría de carros. En el primero iría el dios Apolo, seguido «de dos poetas insignes de cada nación, con sus rótulos en las espaldas para ser conocidos: Virgilio y Horacio, a lo romano; Homero y Menandro, a lo griego; Petrarca y el Dante, laureados ambos, a lo italiano; Juan de Mena, a lo español antiguo; Garcilaso, a lo español moderno, y Camoens a lo portugués. Estas figuras han de ir a caballo». Siguen otros carros de dioses mitológicos: Diana, Neptuno, Ceres, Vulcano, Venus, etc. (Los mismos diseñados en la relación anterior.) El carro último, que es el de Madrid, varía algo, pues además de San Isidro irá otra figura de San Dámaso; y a este carro «seguirán, a caballo de dos en dos, todas las naciones sujetas a España que tengan diferencia en el traje», españoles portugueses, flamencos, indios y negros49.

Y, por fin, en 2 de mayo se firma la obligación de Luis Colomés, vecino de Alceda, en el reino de Valencia, de hacer el Castillo de la perfección, según la relación dada por el doctor Mira de Mescua, en precio de 2.500 ducados. Esta especie de roca, a uso valenciano, había de ser una imitación de las aventuras difíciles y peligrosas de los libros de caballerías, que acabará un labrador humilde. En acción se representarán diversos episodios y milagros de San Isidro. Fracasan en la tentativa de llegar al Castillo un emperador romano que representa la gentilidad; la secta de Mahoma, personificada en un turco, la herejía, y el judaísmo, que vence y pasa la primera puerta, pero se despeña en la segunda jornada. «Desciende a este tiempo el oso con el madroño brotando fuego. Sale del Isidro y llega a probar la aventura». Y la acaba, terminando todo con gran estrépito de fuegos de artificio. La montaña y castillo se plantaron en la Puerta de Guadalajara50.

Sin duda por estas ocupaciones no pudo Mira componer versos para los certámenes que entonces se celebraron; y por eso no le menciona Lope en la relación poética de los concurrentes a ellos.

Pero concurrió a la justa poética de la canonización del mismo santo, que se celebró dos años después, escribiendo unas décimas que obtuvieron el primer premio.

Compuso también en el dicho 1622 una Silva elogiando uno de los altares que se prepararon en aquellas fiestas.

Lope de Vega, en la Relación que escribió de ellas, llama a Mira capellán de Su Alteza, cargo que, como se ve, seguía desempeñando.

En el mismo año el Colegio Imperial celebró otras fiestas para solemnizar la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier y también concurrió Mira de Amescua a la fiesta poética, en la cual obtuvo dos premios. En la Relación de estas fiestas que escribió don Fernando de Monforte51 se copian52 estas inspiradas poesías. La primera lleva el encabezado que dice: «Del Doctor Mira de Mescua. | A las profecías de San Francisco Xauier. | Arte mayor.»


   Cantemos, ¡oh, Musas!, el águila nueva
que en alas de tronos el vuelo levanta
al sol que preside en la fábrica santa
y sin que a sus rayos los párpados mueva.
En éxtasis raro los ojos eleva,
apóstol que al Asia da cultos y altares
penetra los montes, traciende los mares
seráfico Padre con ser hijo de Eva.
   Mas callen Euterpes, no digan Talías
mortales elogios del lince divino
que esferas discurre sulcando el camino
de climas y zonas ardientes y frías.
Moisés soberano, segundo Isaías
que ve lo pasado, que ve lo futuro,
y estrella que al polo nadir del Arturo
condujo el hermoso esplendor de los días.



Sigue citando varias de sus profecías y acaba con este verso imitando el lenguaje antiguo:


maguer que los homes non finquen pasmados.



Llevaron estas coplas el segundo premio: el primero lo obtuvo Francisco del Castillo.

La otra composición tiene el título «Parabién y gracia a la villa. Madrigales». Antes dice que son del doctor Mira de Mescua. Empieza así:


   ¡Oh, tú, Mantua dichosa
cuyos campos y flores
inundados se ven de resplandores,
que la deidad hermosa
de Isidro les llovió, cuyos palacios
que a los del sol eclipsan los topacios
de sus rayos fecundos
la magestad abrevian de dos mundos!



Siguen en este estilo elevado y cada vez más poético otras siete estrofas. Esta composición llevó el primer premio en su clase; y por esto no se le dio el de las coplas del arte mayor (pues ninguno podía tener dos), aunque el jurado las diputó «por las mejores».

Esta poesía y la anterior son, en efecto, muy buenas.

Lope, en la Relación de las fiestas en la canonización de San Isidro, alabó a Mira diciendo, después de llamarle honor del Monte Parnaso:


   Sus comedias ingeniosas
vencen en arte a Terencio,
latino, con su inventor
rodio, Aristófanes griego.



También copia los versos de nuestro poeta53.

Que Mira no había dejado en todo este tiempo de componer para el teatro lo prueba una carta de Lope de Vega al Conde de Lemos, con fecha 6 de mayo de 1620, diciéndole: «Paso, señor excelentísimo, entre librillos y flores de un huerto, lo que queda de la vida, que no debe de ser mucho, compitiendo en enredos con Mescua y don Guillén de Castro sobre cuál los hace mejores en sus comedias».

A esta época corresponden, entre otras, El esclavo del Demonio, impresa en 1612; El primer Conde de Flandes y La casa del tahúr, que son de 1616; El mártir de Madrid, de 1619, y otras muchas cuya fecha exacta aún no se ha podido averiguar. No hay burlas con las mujeres es algo posterior a 1621, pues nombra a Felipe IV como rey efectivo de España.




ArribaAbajo- V -

Relaciones literarias. Obras en este período


Ocurrió en tanto un suceso que no por insignificante en sí mismo dejó de producir gran remolino entre los versificadores cortesanos.

A 21 de agosto de 1623 hubo en Madrid fiestas de toros y cañas para festejar al Príncipe de Gales, que vino a España como pretendiente de nuestra joven infanta doña María, hermana del rey don Felipe IV.

El Duque de Cea encargó a don Juan Ruiz de Alarcón la descripción en ellas, y éste, quizá por la prisa, hubo de valerse, como auxiliares, de varios poetas, sus amigos, como fueron Mira, Belmonte, Anastasio P. de Ribera y otros.

Contra el poema descriptivo de las fiestas escribieron décimas burlescas en una academia de Madrid Lope, Góngora, Tirso, Montalbán, Mendoza, Vélez, el mismo Mira de Amescua, Salas Barbadillo, Castillo Solórzano y otros menos conocidos. Fueron impresas estas décimas muchos años después en la Poesías varias de grandes ingenios españoles (Zaragoza, 1654) por Tomás Alfay, librero de Zaragoza.

Mira en la suya no critica el poema; pero reclama del célebre corcovado la mitad del dinero que el de Cea pagó por su composición, fundándose en haber sido él quien inventó el componer de consuno. Hartzenbusch, que en el tomo de Alarcón, en Rivadeneyra, comenta este suceso y copia las décimas, opina que Mira alude a ser invención suya la costumbre de escribir comedias entre dos o más autores54.

En los años sucesivos vemos que escribe con mayor frecuencia versos encomiásticos a las obras de sus amigos que, no obstante su carácter esquinado y agrio, eran todos los literatos madrileños.

Y los arrendadores de teatros y directores de compañías buscaban con preferencia sus obras, como nos demuestra un contrato celebrado en 16 de noviembre de 1623 entre el arrendador de los de Madrid, Luis de Monzón, con el autor de compañías Juan Bautista Valenciano, según el cual, el primero, además de poner a su disposición en tiempo oportuno uno de los teatros de la corte, «le ha de comprar dos comedias nuevas del doctor Mira de Mescua»55.

En este año de 1623 elogió con una silva dirigida al lector, el libro de su casi paisano Pedro Soto de Rojas, Desengaño de amor en rimas, que dio a luz, con dedicatoria al Conde de Olivares, en Madrid, en la imprenta de la viuda de Alonso Martín de Balboa. Este tomito, en que el autor recogió versos de diez años antes, está lleno de recuerdos de Granada, su patria, y la última parte contiene poesías leídas en la Academia Selvaje, que se abrió en la casa de don Francisco de Silva el domingo de Ramos de 1621. Por ambas razones era llamado Mira a elogiar esta obra, pues también perteneció a la célebre Academia. El libro se dio al público en agosto56.

La silva es bastante incolora y el elogio vago y poco caluroso. Dice así: «El Dotor Mira de Amescua. Al lector».


   La figura del joven Doriforo
(pincel de Policleto,
valiente admiración del siglo de oro),
el tipo fue perfeto
de quien la antigüedad aprendió el arte
de la noble pintura:
estas las reglas son para enseñarte
la dulce elocución y la hermosura
con que su voz en números desata.
La Espérica Talía,
que las esferas de Zafir trasciende,
lector, imita, aprende
cuando furor divino te arrebata.
Feliz la musa mía
si se atreve a imitar tanta armonía.
El fénix canta al fénix y en las horas
que en la margen florida
del Dauro dedicaba a las auroras
resistidas al ocio y blando sueño,
que fragmentos usurpan de la vida
como divino dueño
del coro de Hipocrene
dio su fecunda voz parto solene,
en este plectro, en esta dulce lira
en quien España como Menfis mira
al ave que renace,
produciéndose a sí, y de siglos hace
una edad generosa
que aromas fueron ya su cuna y pira,
siendo en voz numerosa
que al Caístro da espanto,
fénix en lo inmortal, cisne en el canto.



Loó en el mismo año con otra silva y llamándose «capellán de su Alteza» y hablando en nombre del libro con el lector, la Exposición parafrásica del Psalterio y de los cánticos del Breviario, escrita por su compañero de capellanía el maestro José de Valdivielso.

El libro estaba compuesto desde 1620, pero no salió al público hasta fines de 1623, en la imprenta de la viuda de Alonso Martín y dedicado al cardenal-infante don Fernando, en cuyo servicio se hallaban Mira y Valdivielso. Lleva también elogios poéticos de Lope, Montalbán y Francisco de Francia y Acosta.

La poesía es no poco culta; pero no puede negarse que el estilo y lenguaje son elevados y poéticos57:


   No son estos que ves metros dictados
de las hijas de Júpiter; no es Clío
la que inspira a mi voz ritmos sagrados:
no fue el impulso mío
bebido en los cristales de Hipocrene
ni en Tespia los halló Belerofonte
ni soy parto del monte
donde sus aras tiene
la cítara de Apolo y de Talía.
Deidad más generosa fue la mía.
Los nueve Coros del Impirio cielo,
las Piérides fueron de mi canto;
Parnaso es el Carmelo;
fuentes que en Rafidin ameno y santo
al herir de la vara
del Capitán de Dios han prorrumpido
milagrosos cristales,
Aganipes han sido
que liban a mi voz sonora y clara
ardores celestiales.
Mi instrumento es Psalterio;
herida cada cuerda es un misterio;
si en castellano suena
débase al Cisne que en la rubia arena
del Tajo desató nevadas plumas
compitiendo el candor de sus espumas
y el oro que salpica la ribera;
de cuya voz Pitágoras creyera
que es alma de David la que hoy nos canta:
tanta es su fuerza, su dulzura tanta.



Una décima laudatoria suya acompaña al poema en cien octavas, compuesto por Francisco de Contreras, natural de Argamasilla de Alba, con el título de Nave trópica de la India de Portugal, dedicado a Lope de Vega por el autor, e impreso en casa de Luis Sánchez al expirar el año de 162458.

En Madrid, a 5 de octubre de 1624, aprobó con grandes encomios la Parte veinte de las comedias de Lope de Vega Carpio, que salió a luz al empezar el año siguiente, impresa por la Viuda de Alonso Martín y a costa de Alonso Pérez, padre del poeta Montalbán, que también aprueba este tomo. La aprobación de nuestro poeta guadijeño contiene este honorífico encabezado:

«Otra del insigne ingenio en letras divinas y humanas, el doctor Mira de Amescua, capellán de su Alteza», seguramente puesto por el propio Lope de Vega59.

En el mismo año, suscrita el 8 de diciembre, firma la aprobación de los Epigramas y hieroglíficos a la vida de Cristo, festividades de Nuestra Señora, excelencias de Santos y grandezas de Segovia, por Alonso de Ledesma, que salían a principios de 1625, en la imprenta madrileña de Juan González, y en octavo60.

Continuaba siendo capellán del Infante y así se llama en el epígrafe de un soneto suyo laudatorio de un poema a San Nicolás de Tolentino, compuesto por don Fernando de Salgado y Camargo, concluido y aprobado ya a fines de 1625, aunque no se imprimió hasta 162861.

El soneto dice:



   Cantan de Ulises y del gran troyano
los que mejor sintieron sus victorias,
y cuanto más realzaron sus memorias
por ser vano el sujeto es todo vano.

   Si Camargo a cantar tomó la mano
fue en referir santísimas historias
y por objeto verdaderas glorias
de la gloria del gremio augustiniano.

   Gran Tolentino, si por vos ha obrado
y obra milagros Dios, claro se entiende
por los que este discurso enseña y muestra.

   Y darle a tal ingenio tal cuidado
ser para el fin que el mismo Dios pretende,
su honra propria de Augustino y vuestra.



Escribió en el siguiente año un soneto laudatorio del Arte de enfrenar del capitán don Francisco Pérez de Navarrete, buscando con ingenio relaciones entre la materia del libro y la bella poesía62.




«El Doctor Mira de Amescua al autor. Soneto.»


   La antigüedad o sabia o lisonjera,
a Tesalo nombraba entre sus lares,
dedicándole en dóricos altares
imágenes de mármol y de cera,

   porque al bruto veloz en la carrera
sujeto a disciplinas militares
y a pesar de los montes y los mares
volar hizo sin alas a una fiera.

   No de otra suerte tú sabio y valiente,
¡oh, Tesalo español, leyes impones
al caballo feroz, inobediente!

   ¡Qué mucho, si en antárticas regiones
con asombros gloriosos del poniente
rindes al yugo bárbaras naciones!



En 1629 compuso una silva en la Eternidad del rey D. Felipe III, de doña Ana de Castro Egas. La composición lleva el encabezado: «Del Doctor Mira de Amescua. Silva.» Consta de veinticuatro versos insulsos, de los que sólo en la nota daremos el principio63.

En dicho año aprobó el libro de fray Alonso Remón descriptivo de los festejos que en Madrid hizo el convento de la Merced en celebración del centenario de su fundador, San Pedro Nolasco64.

Ya próximo a dejar la corte, escribió en el Anfiteatro de Felipe el Grande, que dio a luz don José de Pellicer, en 1631, unas valientes y correctas octavas reales, que prueban su buen gusto y poder imaginativo al sacar a su lira tan vigorosos acentos para conmemorar un hecho insignificante65.

Es el ultimo de los elogiadores y sus primeros versos, con el encabezado, dicen:




«Del doctor don Antonio Mira de Amescua, Capellán de su Alteza i Arcediano de la Santa Iglesia de Guadix. Estancias.»


   En Mantua occidental, dosel sagrado
donde la augusta majestad reside,
emporio sobre fuego edificado
y clima que los céfiros no impide.
En Mantua, punto y centro del Estado
que con los rayos de luz se mide,
quiso el Monarca de las dos esferas
hallarse a un espectáculo de fieras.
   En el ameno parque de Palacio
anfiteatro se formó eminente
distribuido en proporción y espacio
bastante para ver la lid valiente.



Sigue narrando las peripecias del hecho, que no tuvo nada de extraordinario, sino el que a Pellicer se le ocurriese poner en prensa el ingenio de tantos poetas, para asunto tan baladí.

Son, en todo, once octavas reales las de Mira.

Y todavía, antes de partir, dejó una décima para elogiar el poemita El Adonis, compuesto por don Antonio del Castillo de Larzábal, que no salía a luz hasta el siguiente año de 163266.

Las comedias que podemos atribuirle en este último período son Amor, ingenio y mujer, que en 1624 tenía en Valencia para representar el comediante y director de compañías Roque de Figueroa; El ejemplo mayor de la desdicha y Capitán Belisario, que pertenece al año 1623; La desgraciada Raquel, cuyo manuscrito autógrafo lleva una inscripción de 1625; La tercera de sí misma, que es de 1626; No hay dicha ni desdicha hasta la muerte, escrita o representada en 1628; Cuatro milagros de amor, compuesta en 1629; Hero y Leandro, representada no mucho antes de 1629, pues Calderón la cita con encomio en su Dama duende, estrenada en dicho año, y Galán, valiente y discreto, que lo fue en 1630.

De todas ellas y de las antes citadas daremos mayor noticia en la segunda parte de este trabajo, destinado a la bibliografía.




ArribaAbajo- VI -

Retiro y muerte del poeta


Había, entretanto, vacado el arcedianazgo de la catedral de Guadix, su patria, y Mira, que se veía cerca de cumplir los sesenta años de su edad y estaba cansado de la vida cortesana, solicitó y obtuvo esta dignidad para su retiro.

Antes de ir a tomar posesión suplicó se le admitiese allí la usual probanza de limpieza de sangre. Hízolo así el obispo don fray Juan de Arauz, por decreto de 20 de julio de 1631; y en su virtud presentó Mira diversos testigos, que tanta luz derramaron sobre los orígenes y parentescos de nuestro poeta.

Por espacio de un mes y veintitrés días declararon treinta y un testigos, unos en Guadix, otros en Baza y los demás en Berja, lugares todos en que el pretendiente había tenido familia y antepasados. Y el Obispo, previa la dispensa que hace del defecto de ilegitimidad, mandó, en 13 de septiembre del mismo año, que a don Antonio Mira de Amescua se le diese la colación canónica y posesión legal del cargo para el que había sido designado por Su Majestad como patrono de todas las dignidades del reino.

Todavía permaneció Mira varios meses en Madrid, que emplearía en zanjar sus cuentas, renunciar la capellanía del Infante, que ya no podía servir; despedirse de todas sus amistades y relaciones, y, al mediar la primavera de 1632, emprendió el viaje de regreso a su patria, después de veinticinco años de ausencia.

A poco de llegar a ella tomó posesión del cargo según refiere el acta, que dice:

«Entró en este cabildo (el de 16 de junio de 1632) el doctor don Antonio Mira de Amesqua y exhibió ante los dichos señores una provisión en que consta quel Sr. Obispo le dio colación y canónica institución del arcedianato de esta S.ª Iglesia que está vaco por promoción del Sr. Doctor D. Juan de Soto y Rueda a una canongía de la... iglesia de Córdoba».



Pidió y le dieron la posesión con todas las ceremonias de costumbre; entradas y salidas; juramentos, protestación de la fe en manos del Deán, etc.; «le sentaron en su silla de Arcediano; leyó en un libro; derramó dineros y hizo otros actos de posesión», abrazando al final a sus nuevos compañeros67.

Ya no salió de Guadix. Pasados los primeros meses, en que la novedad de vida, el verse entre sus viejos amigos de la infancia y los deberes anejos al cargo, pues a veces, en ausencia del Deán, presidía el Cabildo, ocuparían su actividad sin tedio ni fatiga, comenzó a revelarse su inquietud y malestar causados por las menudas intrigas propias de lugares pequeños. Quizá no sería mirado con el respeto a que el alto papel literario que había desempeñado en el mundo le daba derecho; quizás él mismo no consideraría a sus compañeros en términos de igualdad fraternal; su carácter y genio naturalmente desapacibles exacerbarían los inevitables choques que traería un mutuo y continuo desacuerdo; ello es que nuestro poeta, provocado o no, se entregó a arrebatos de ira que, a más del natural escándalo, hubieron de quedar consignados en las actas capitulares de la iglesia guadijeña.

El magistral ya difunto de dicha catedral, don José J. Domínguez, halló y extractó en el archivo de esta iglesia unos curiosos expedientes relativos a este asunto.

En el cabildo celebrado a 7 de junio de 1633, para nombrar colectores, designado que fue para este cargo en el Río de Alcudia un tal Jusepe Rodríguez «se levantó de su silla el señor Arcediano y se salió de este Cabildo diciendo que en Ginebra no se podía hacer lo que aquí se hacía; porque habiendo su merced propuesto para esta colecturía un sacerdote caballero, beneficiado y deudo suyo, le habían excluido, y elegido un sastre. Y se salió como está dicho dando voces descompuestas, sin hacer venia al Cabildo y dando un golpe a la puerta dél».

Suspendiéronle de voz y voto; le multaron en diez ducados y dieron cuenta al Obispo para que le corrigiese. A la mañana siguiente, según el mismo expediente, Mira «ocasionó al señor Maestrescuela en la puerta desta santa iglesia grandes pesadumbres». Según una nota de Gallardo68, a Mira se le siguió «un proceso... por haber dado a un canónigo un bofetón, de cuyas resultas estuvo preso, teniendo la iglesia por cárcel». Estas serían las pesadumbres del compañero de Cabildo del doctor Amescua. Pero presos lo fueron ambas dignidades, mientras el tribunal del Obispo sustanciaba la causa.

A Mira le cobraron los diez ducados y más otros 44 «en que estaba multado por el señor Deán por otro exceso que había hecho». Y aún más: el Cabildo suplicó al Obispo que «pues le consta que el señor Arcediano desde que entró en esta Santa Iglesia ha tenido varias pesadumbres, ocasionando a ellas a muchos señores capitulares, como es notorio, y no ha tenido enmienda... se sirva el señor Obispo reparar en estos inconvenientes».

Todo ello fue nube de verano; porque nueve días después, en otro Cabildo, asistente el Obispo, los mismos capitulares rogaron a S. I. «que aquel negocio no pasara adelante pues ya ambos (Maestrescuela y Arcediano) estaban amigos». Y añadió el Obispo «que el dicho señor Arcediano se hallaba muy arrepentido y pesaroso de lo hecho y con muchos deseos de dar la satisfacción en presencia de S. S.ª, lo cual así se lo había enviado a decir con el Prior de San Agustín y otras personas graves». En su vista, se acordó alzar la mano en todo y remitir las penas impuestas69.

El arrepentimiento debió de ser duradero o bien sus compañeros tuvieron en adelante más respeto a la persona y puños del Arcediano, porque no consta que ni unos ni otros reincidiesen en causarse nuevas «pesadumbres». Mira, por su parte, se acomodó de tal modo a su nuevo estado, que ni aun en las más solemnes ocasiones se acordó de que había sido uno de los primeros literatos de España.

Tal sucedió al ocurrir, en 1635, el fallecimiento del gran Lope de Vega. Todos los vates y otros ingenios españoles y muchos extranjeros, en una o en otra forma, manifestaron el dolor que la pérdida del patriarca de las letras les causaba. Todos los que no eran sus enemigos colaboraron con sus trabajos a ensanchar y enriquecer la Fama póstuma que fue ordenando y publicó el más querido de los discípulos de Lope, el doctor Juan Pérez de Montalbán, en dicho año. En ella falta el nombre de Mira de Amescua, que no era adversario de Lope. Ya hemos visto que éste, en 1620, se consideraba, como a Guillén de Castro, digno de competir con él en la invención dramática. Diez años después seguía teniendo el mismo elevado concepto de su talento, exclamando en su Laurel de Apolo (silva II):


   ¡Oh, musas, recibid al doctor Mira
que con tanta justicia al lauro aspira
si la inexhausta vena,
de hermosos versos y conceptos llena,
enriqueció vuestras sagradas minas
en materias humanas y divinas!



Tampoco era Mira enemigo del colector de los elogios de Lope, para que fuese el hecho óbice a una colaboración amistosa. Montalbán, en el Para todos, publicado en 1632, cuando el doctor estaba ya retirado en su patria y nada podía esperar ni temer de él, le dedicó un elogio tan grande como sincero, al incluirle entre los que escriben comedias en Castilla, diciendo:

«El doctor D. Antonio Mira de Amescua, gran maestro deste nobilísimo arte, así en lo divino como en lo humano, pues con eminencia singular logra los autos sacramentales y acierta las comedias humanas».



Es forzoso, por tanto, atribuir el silencio de nuestro poeta al absoluto despego y desasimiento de cuanto le recordase el campo de sus luchas y de sus triunfos literarios.

Y ni aun los autos sacramentales, en cuya composición tanto había sobresalido, antes de que don Pedro Calderón se alzase con el monopolio y exclusiva del género, pudieron hacerle quebrantar su propósito de no escribir más versos. El auto de La Ronda del mundo, que parece se representó en 1641, cuando Calderón, ausente de Madrid, en el ejército de Cataluña, no podía escribir autos ni comedias, es de seguro muy anterior a dicha fecha, y el ayuntamiento habrá echado mano de él como pieza supletoria.

Este absoluto y sistemático aislamiento del mundo hizo que el mundo, a su vez, le fuese olvidando a él. Así es que al ocurrir su muerte nadie tuvo noticia de ella; ni los gaceteros del tiempo que, como Pellicer, registraban los más triviales sucesos de la monarquía, se acordaron o no supieron de tal muerte; ni aun los corresponsales que los Padres Jesuitas tenían en casi todos los pueblos de alguna importancia y cuyas noticias tanto han venido a ilustrar la historia anecdótica de aquellos años, la han consignado en su Costas, y eso que era clérigo y dignidad de una catedral.

Más aún; dos meses después que Mira de Amescua, falleció en Madrid su antiguo amigo y compañero de faenas dramáticas Luis Vélez de Guevara, y no faltó en Pellicer el correspondiente Aviso de 15 de noviembre de 1644, que empezaba así:

«El jueves pasado murió Luis Vélez de Guevara, natural de Écija y ugier de cámara de S. M., bien conocido por más de 400 comedias que ha escrito y su grande ingenio, agudos y repetidos dichos», y sigue narrando otras circunstancias biográficas, terminando así: «Ayer se le hicieron las honras en la mesma iglesia (de doña María de Aragón) con la propia grandeza que si fuera título, asistiendo cuantos grandes, señores y caballeros hay en la corte. Y se han hecho a su muerte e ingenio muchos epitafios, que entiendo se imprimirán en libro particular, como el de Lope y Montalbán»70.

Mira, aunque no hubiese escrito cuatrocientas comedias, no merecía menos elogios y recuerdo que Vélez. Pero no tuvo más que la solitaria, y hasta nuestros días desconocida inscripción, que dice:

«En ocho días del mes de septiembre de 1644 falleció el señor Arcediano, doctor don Antonio Mira de Amescua. Recibió los santos sacramentos. Otorgó su testamento cerrado ante Pablo Hinojosa, escribano público. Enterróse en esta santa iglesia; fue a su entierro su Ilustrísima y el Deán y Cabildo, Albaceas, el doctor don Diego Gómez de Mora y el doctor Antonio Mesas, canónigo y racionero desta sancta iglesia, y heredera su ánima. Dije la misa de vigilia y firmé ut supra.- Hierónimo Alfocea de la Obra»71.



Pasemos a tratar de sus obras, empezando por hacer el catálogo de ellas, nota de sus ediciones y autenticidad de las mismas.



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