Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

421

Juan Paredes Núñez, Los cuentos de Emilia Pardo Bazán, Universidad de Granada, 1979, pág. 362.

 

422

Es uno de los casos de máxima concentración: el cuentecillo tiene un carácter evidentemente oral, popular. Del mismo modo, y con el apropiado gracejo, nos cuenta Pérez de Ayala un chiste o cuentecillo que no me resisto a apuntar aquí. No aparece en un contexto de narraciones, sino introducido en un artículo que puede leerse en el libro Pequeños ensayos, Madrid, Biblioteca Nueva, 1963; en págs. 72-75 encontramos el art. titulado «Por ser cojo», que comienza: «Casi todos conocen aquel cuentecillo que reza así: Era un ricacho que tenía suntuoso palacio, más para mover la admiración y envidia de quienes le visitaban que para gozar de él. Teníalo abierto en todo punto a quienes quisieran visitarlo, y gustaba él mismo de mostrarlo, a modo de guía de museo, celoso de encarecer sus bellezas y fastuosidades, y, sobre todo, de que no le tocasen y estropeasen nada. Artesones, pinturas, esculturas, mármoles y bronces, todo era de mucho precio y primor. Pero lo que más le enorgullecía eran los tillados, taraceados con las maderas más ricas y exóticas, pulimentados como lunas de Venecia. No consentía que nadie los pisase, y por evitarlo había tendido al paso mullida alfombra de ruedo. Sucedió que un general, su amigo, vino a visitarle y a visitar el palacio. Era un bravo y desenvuelto militar que usaba una pierna de palo, habiendo perdido la suya propia en una acción de guerra. 'Por aquí, por la alfombra', decía el ricacho señalando el camino. Pero el general, como si nada oyese, metiase por el tillado, andando de un lado para otro y levantando con el palo de la falsa pierna un ruido deplorable que al ricacho le hacía eco en el corazón. No sabiendo cómo atajar el mal, el ricacho suplicó: 'Por Dios, general, no ande usted sobre el tillado, que va a resbalar'. En esto, el general se volvió sonriente, levantó en el aire con prodigioso alarde de equilibrio la pierna de palo, hasta mostrar al ricacho una formidable contera puntiaguda y respondió: '¡Quía! Llevo un buen pincho'. La historia no concluye así: como es de presumir, al ricacho le dio un soponcio».

 

423

Además de los relatos citados, que presentan evidentes rasgos teatrales (El otro padre Francisco, Artemisa, Pandorga), habría que mencionar no sólo obras de clara disposición teatral (La dama negra, Sentimental Club), sino también gran número de cuentos y de novelas cortas en que aparecen verdaderas escenas: Éxodo, La araña, La caída de los Limones, Don Rodrigo y don Recaredo, La fuerza moral, Pilares, La triste Adriana, El árbol genealógico, Tío Rafael de Vaquin... Es fácil para cualquier lector de los relatos de Ayala comprobar lo que aquí se afirma.

 

424

Wayne C. Booth, La retórica de la ficción, Barcelona, Bosch, Casa Editorial, S.A., 1974, pág. 19. La conclusión citada viene precedida por una completa enumeración de «las muchas voces» que puede adoptar el autor, la variedad de formas en que éste puede hacer su aparición; y añade una concisa sentencia: «... aunque el autor puede hasta cierto punto elegir sus disfraces, él nunca puede elegir el desaparecer».

 

425

Rafael Cansinos-Assens, «Ramón Pérez de Ayala», en La nueva literatura. IV. La evolución de la novela. Colección de estudios críticos, Madrid, ed. Páez, 1927. En págs. 102-103 se pregunta: «¿Son verdaderas novelas, en el sentido moderno de la palabra, esos frutos de su ingenio, que con tal título nos brinda, y en todo caso, puede considerársele un maestro de ese género literario?»; y, a continuación, se responde: «es lo cierto que cuando se habla de él siempre surge cierta necesidad de modificar en algún modo la rotunda rotulación genérica que sin salvedades empleamos cuando se trata de otros escritores. El mismo da muestras de perplejidad, al clasificar sus obras narrativas, llamándolas 'novelas dramáticas, 'tragicomedias', etc.». Para este crítico, la característica esencial de estos escritos es su hibridez: no duda en afirmar que Ayala está «más o menos» fuera del género novelístico, y concluye en pág. 106: «En Pérez de Ayala predominan siempre el poeta, el ensayista, sobre el novelador».

 

426

El mismo Pérez de Ayala nos ofrece la siguiente distinción: «Es de sentido común que hay dos categorías de autores: unos que no hacen sino lo que pueden hacer; otros que hacen aquello que creen que deben hacer. Es decir, los productores intuitivos, inconscientes, inspirados; y los escritores con estética personal meditada» («El periodismo literario», en Divagaciones literarias, O. C., IV, pág. 1001).

 

427

R. Pérez de Ayala, «El liberalismo y La loca de la casa», Las máscaras, en O. C., III, pág. 52.

 

428

He intentado apuntar concisamente en el texto la entidad del elemento ensayístico en las mejores narraciones del escritor asturiano: la misma disposición del texto, construido sobre unas ideas que van tomando cuerpo en personajes y acciones, y encauzando hacia unas conclusiones determinadas. De la misma manera, el elemento poemático no se reduce a la inclusión de poemas ni a un determinado tono lírico de la prosa. Con el calificativo de «poemático» aplicado a lo narrativo se alude a lo que constituye lo más esencial, lo que define a la novelística ayaliana: su condición de obras de pura creación, de arte no reproductivo, como fue advertido inteligentemente por César Barja en su estudio «Pérez de Ayala», en Literatura española: libros y autores contemporáneos, Madrid, Victoriano Suárez, 1935, págs. 439-466.

 

429

Así, Eugenio G. de Nora, ante el desenlace de Prometeo, opina: «Caso, podría pensarse, de fatalidad trágica, antes que de lógica novelesca. Pero aún ese efecto, si es el que se pretende, no está del todo logrado» («Ramón Pérez de Ayala», en La novela española contemporánea (1898-1927), vol I, Madrid, ed. Gredos, 1973 (2ª ed.), pág. 488.

 

430

Véase el sentido que este personaje tiene en los primeros años de actividad literaria de su creador en el excelente art. de Ángeles Prado «Seudónimos tempranos de Pérez de Ayala», Ínsula, núms. 404-405 (julio-agosto, 1980), págs. 1, 18 y 19.