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Neruda: hablar frente al espejo

Sergio Ramírez





La primera parte del III Congreso Latinoamericano de Escritores se desarrolla en Puerto Azul, un balneario situado a sesenta kilómetros de Caracas, donde estamos alojados los cien participantes. Entre la concentración de nombres, Rosario Castellanos, León de Grief, Ricardo Molinari, Manuel Zapata Olivella, Sara Ibáñez, Elvio Romero. El grupo más compacto y representativo es el de Centroamérica: Carlos Solórzano, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Mejía Sánchez, Óscar Acosta, Ernesto Gutiérrez, Samuel Rovinski, entre otros. Y de allí ha salido la idea del crear la Comunidad Centroamericana de Escritores, cuya reunión constitutiva se realizará en Costa Rica en enero de 1971.

Y entre los grandes ausentes, Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, está también Ernesto Cardenal, de visita en Cuba. El Presidente Rafael Caldera (quien habló en el acto inaugural) pidió que lleváramos la esperanza a nuestros pueblos: los escritores, somos de una manera o de otra, profesores de esperanza; pero somos profesores de la denuncia de toda iniquidad también.

La figura central del Congreso es Pablo Neruda, quien se presentó a hablar ante el plenario el domingo 5 de julio, acompañado de Miguel Otero Silva. Ha dicho, voz doliente, gestos suaves, mirada profunda, que hablar frente a un grupo de escritores es como colocarse ante el espejo, y verse uno mismo en sus frustraciones y defectos, rodeado de enemigos sombríos; el escritor, en el camino de todos, camino defendido ayer por tanto otros, y defendido ahora por nosotros mismos.

Después del saludo inicial, Neruda habla de América y resuenan en sus palabras los ecos del Canto General: nuestros pueblos, dice, se acercan a su verdadera independencia. Habitamos un continente amargo:

Las tinieblas infernales que envuelven a Haití.

Las torturas en el Brasil, pan sangriento de cada día.

Los admirables hermanos nuestros encarcelados, como José Revueltas.

El boicot contra Cuba, contra hombres de nuestra raza y de nuestra lengua, a quienes se niega hasta las medicinas.

Prisioneros que van siendo olvidados con los años en el Paraguay.

Los asesinatos terribles en Guatemala.

La herida siempre abierta en Nicaragua.

«Hablo de todos estos dolores», dice, «que nos persiguen y nos rodean».

Frente a todos estos dolores, repite, conservamos la esperanza de una nueva independencia, de que se acerca la redención del hombre americano, hijo de patrias tan parecidas y tan amadas, de cuya libertad habrá de alimentarse un día: «Aspiramos a la libertad de los pueblos de América, nuestra América tan dolorosa, nuestra razón de amor, nuestro tormento, nuestro destino».

Neruda concluye sus palabras para cerrar la sesión de esa tarde. Breves palabras. La ovación que sigue, es por supuesto, prolongada. Y sus frases regresan a nosotros aún después, como en un eco constante. Los asesinatos terribles en Guatemala. La herida siempre abierta en Nicaragua.

San José, Costa Rica, julio de 1970.





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