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Obra plástica del exilio español en México 1939/1989

Exposición presentada por el Ateneo español de México

Bajo el patrocinio del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Departamento del Distrito Federal y la Embajada de España en México



Cubierta



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ArribaAbajoPresentación

Hace medio siglo, México abrió sus brazos entrañablemente a la emigración española republicana. Ello constituyó un gran acontecimiento de consecuencias trascendentes, que dejará huella para la vida y la historia de nuestro país. Hablo en plural, porque a estas alturas, es decir cincuenta años después, mexicanos y españoles republicanos debemos considerarnos un solo pueblo. En aquel entonces, llegó entre la gente de todos los estratos sociales, además de competentes obreros y campesinos, muchos de los cuales he encontrado en el interior del país, un grupo nutrido de grandes personalidades sobresalientes en diferentes campos, lo mejor de un pueblo de una cultura rica y singular, una de las altas culturas de Occidente. Arribaron profesores y filósofos, científicos de muchas disciplinas, militares, marinos y pilotos, hombres de Estado, economistas, hombres de empresa, poetas y escritores, músicos, editores, gente de teatro y de cine, pintores, escultores, dibujantes y grabadores.

Entre los muchos que ya no viven, un gran número de ellos honró nuestro suelo con sus restos mortales. Recuerdo con fervor y rindo mi tributo a Luis Buñuel, Rodolfo Halffter, Remedios Varo, Roberto Fernández Balbuena, quien junto con Sánchez Cantón, Alberti, Renau y Ceferino Colinas, salvó los tesoros del Museo del Prado, transportando sus colecciones a Ginebra, bajo el fuego de bombardeos aéreos, en un enorme convoy formado por más de treinta inmensos camiones, episodio heroico que yo presencié en Valencia en 193 7. La lista es larga: los doctores Pedro Bosch Gimpera, el oftalmólogo Manuel Márquez, Enrique Díez- Canedo, Joaquín Xirau, José Giral, José Puche, Juan Comas, los entomólogos Ignacio y Cándido Bolívar, José Gaos, Adolfo Salazar, el economista Antonio Sacristán, Pí Suñer, Bernardo Giner de los Ríos, Max Aub, Emilio Prados, Eduardo Ugarte, Pedro Garfias, Luis Recaséns Siches, Eugenio Imaz, Alardo Prats, Agustí Bartra, Juan Rejano, León Felipe, Ceferino e Isabel Palencia, Ricardo Vinós, Rubén Landa, Margarita Nelken, Adrián Vilalta, Concha Méndez, Demófilo De Buen, Mariano Ruiz-Funes, el general José Miaja, el defensor de Madrid, a quien conocí en aquella heroica capital en 1937, Enrique F. Gual -que fue director de este museo-, Otto Mayer Serra, los sacerdotes católicos José Ertze Garamendi y José María Gallegos Rocafull, Juan Naves, en fin, tantas y tantas grandes figuras a quienes tuve el honor de tratar y con muchas de las cuales trabajé estrechamente y las recuerdo con veneración, sobre todo a Juan Larrea y a José Bergamín, quienes murieron lejos de México, pero que hicieron tanto por él.

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Todos ellos patriotas que sostuvieron una guerra heroica contra la traición y la intromisión internacional, porque no fue sólo una guerra civil, lo fue de invasión y por ello desigual: las batallas se sostuvieron a cuerpo limpio contra tanques y de frágiles aviones contra los junkers nazis y los tetramotores de Mussolini -como me dijo una vez aquel gran piloto y soldado que fuera Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana. Todo eso sucedió, yo estaba allí y pude atestiguarlo.

Cuando a partir de 1939 arribó a México la pléyade de artistas plásticos, resonaba aún en sus oídos el grito brutal de «muera la inteligencia», lanzado por uno de los generales sublevados, así como el estruendo de las bombas incendiarias, arrojadas al anochecer del 24 de diciembre de 1938 sobre el Paseo de Gracia y las Ramblas de Barcelona. Y asimismo, en enero de 1939, en pleno éxodo hacia Francia, las del brutal bombardeo sobre Figueras y la carretera a la frontera. Llegaron embargados por el espanto que habían sentido ante las atrocidades vividas, la dolorosa experiencia de su salida de España y las inclemencias de su amarga estadía en Francia. Muchas de sus obras reflejaban negrura. Ya en nuestro país, con la libertad recuperada, pero sin olvidar jamás su patria de origen y su noble carga cultural, como tampoco su condición de republicanos exiliados, se dedicaron con pasión a la labor creativa y con generosa entrega a México a la formación de artistas, entre los cuales han destacado valiosos pintores nacionales.

El encanto y la valía de la exposición que hoy se presenta en el Museo de San Carlos de la ciudad de México constituye la celebración de un aniversario positivo. Al mismo tiempo que es un recordatorio a la obra realizada por los artistas republicanos y del resto de los exiliados -cada uno en la esfera de su competencia-, con cuyos conocimientos aportaron nuevos y fructíferos derroteros a la cultura mexicana. Esta interesante muestra aumentará la riqueza espiritual de quienes la contemplen, y estimo que debería servir como un homenaje especial para los artistas plásticos que ya desaparecieron, varios de los cuales he mencionado, así como para otros que murieron lejos. Quisiera caracterizarlos a ellos y también a los que aún están activos siquiera con una frase breve. Voy a empezar con la pintura pensada y la calidad sostenida de José Moreno Villa, gran estudioso de nuestro arte virreinal; el ágil pincel de José Renau, gran cartelista y retratista, que fuera Director de Bellas Artes, y a quien el arte universal le debe el haber promovido la creación del «Guernica» de Picasso. No dejaré de mencionar la extraordinaria contribución de Miró, del arquitecto José María Sert y del escultor norteamericano Alexander Calder, realizador de la impresionante «Fuente de Mercurio», cuyo conjunto de obras de arte conmovió al mundo entero en la Exposición Universal de París en 1937. Sigo con la excelencia postimpresionista de Camps Ribera, contemporáneo de Picasso en Barcelona; con Antonio Rodríguez Luna, el andaluz, de cuyas manos salieron tantas dramáticas obras maestras; la pintura de buen gusto de Enrique Climent; las escenas de niños de Germán Horacio, los cuadros de Arturo Souto, el gallego de luminosos ocres vivos como el oro, y los sueños poéticos de Remedios Varo; el taurinismo de Alfredo Just; la inquietud plástica de Benito Messeguer, y de Miguel Prieto, que introdujo el diseño moderno en las artes gráficas mexicanas y cuyo punto culminante en la actualidad es su gran discípulo Vicente Rojo, el pintor de las lluvias; con este último a los creadores todavía activos y admiramos el trazo ágil de línea continua de Elvira Gascón; el arte lúdico, de Vicente Gandía, el dramatismo del notable grabador Francisco Moreno Capdevila; el arte imaginativo, lírico y dionisiaco de Antoni Peyri; las tapicerías de Pedro Preux y Martha Palau; el clásico y a la vez inquieto Eugenio Sisto; la hermosa plástica de Lucinda Urrusti y el toque lúcido de Paloma, la hija de quien fuera uno de mis más admirados poetas y amigos -Manuel Altolaguirre-, entre tantos otros más.

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Como un testimonio de excepción, todo este grupo resume la buena calidad en su arte y en las diversas técnicas, no pocas veces sorprendentes en cuanto a que no son repeticiones artificiales. Algunas son espejo de la realidad, otras son interpretaciones lúdicas; en muchas se percibe el sentido trágico de la vida española, y todas ellas dan testimonio de la nobleza del conjunto de artistas ibéricos en el exilio mexicano, que marcan -repito- una honda huella en nuestro tiempo y en nuestra historia.

Fernando Gamboa

México, D. F., 7 de septiembre de 1989

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Antonio Machado

Cristóbal Ruiz: Retrato de Antonio Machado





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ArribaAbajoLos pintores del exilio español en México

Manuel Ulacia



- I -

La obra de los pintores españoles exiliados en México es inmensa y muy variada. Si se la pudiera calificar con una palabra sería: pluralidad. Pluralidad en los temas, en las estéticas, en las técnicas empleadas, en las edades de los pintores. Lo mismo encontramos pintores académicos que cubistas, puristas que surrealistas, expresionistas que fantásticos, impresionistas que constructivistas. La pintura del exilio español es rica porque es polifacética. Hay pintores que llegan a México adultos, otros en su primera juventud, otros niños y aquí se forman junto con sus colegas mexicanos. Un punto común a todos los pintores, a casi todos los pintores, fue su defensa de la legalidad de la República, es decir, de la estructura democrática de aquellos años, de la libertad, de la pluralidad de ideas y de partidos dentro de un orden constitucional.

Dado el número de pintores, he decidido sólo hablar de algunos de ellos. Referirme a todos sería imposible. Además, toda generalización elimina la diferencia. Y la diferencia es, precisamente, lo que hace que una obra de arte sea única. Me referiré a los que conozco, ya sea por estar familiarizado con sus obras o por haber encontrado catálogos, libros o monografías sobre ellas. Los he dividido en tres grandes grupos. Los dos primeros llegan a México ya formados, el tercero está dedicado a los pintores emigrados en la infancia.




- II -

Dentro del primer grupo, Moreno Villa sería uno de los primeros exiliados en llegar a México. Por muchos años su obra pictórica estuvo olvidada. Aun se llegó a pensar que sus dibujos y sus óleos habían sido un mero pasatiempo, ya que su labor principal había sido la del escritor. En México pocos conocían lo que había pintado en España, y en España casi nadie conocía lo que había hecho en México. Con motivo del centenario del nacimiento de Moreno Villa, el Ministerio de Cultura de España organizó una serie de eventos relacionados con la multidisciplinaria obra del malagueño, entre los cuales figuraron la primera exposición retrospectiva de su obra pictórica inaugurada en la Biblioteca Nacional de Madrid (la exposición se presentó luego en México en el Museo Nacional de Arte), así como la publicación de un libro en donde se incluyen ensayos sobre su labor como poeta, crítico y pintor. En México, por esas fechas, además de la exposición mencionada, la revista Vuelta me encargó que preparara un número dedicado a su obra y el Fondo de Cultura Económica1 publicó un libro en donde se incluían textos de interés.

La producción pictórica de Moreno Villa es muy grande y variada. Es uno de los pintores del exilio que supo mejor absorber las distintas tendencias del arte vanguardista. El primer contacto que tuvo con la pintura fue a través de las clases que tomó con un discípulo malagueño de Fortuny, llamado Fernández Alvarado. Sin embargo, no fue sino hasta 1924 cuando Moreno Villa se entregó de lleno a este arte. Por esas fechas asiste, junto con Salvador Dalí, Benjamín Palencia y Maruja Mallo, al estudio del pintor Julio Moisés. Es ahí cuando empieza su interés por el cubismo2. A pesar de que ese movimiento había sido iniciado alrededor de 1909, entre otros por dos españoles, Picasso y Gris, no llegaría a España sino años después. Hay que recordar que el cubismo en España no sólo incidiría en pintura, sino también en poesía. Libros publicados en la década de los veinte, como el Romancero gitano de Lorca, Perfil del aire de Cernuda, Las islas invitadas de Altolaguirre, y Jacinta la pelirroja del mismo Moreno Villa, dan fe de ello.

El período cubista en la obra pictórica de Moreno Villa se da entre 1924 y 1929 y abarca tanto dibujos como pintura al óleo. En esos cuadros, muchos de ellos de gran calidad, Moreno Villa geometriza la realidad, yuxtapone planos, intentando lograr la cuarta dimensión deseada por los participantes del movimiento, y tal como quedó explicada por Apollinaire en su libro Los pintores cubistas. Entre los ejemplos que puedo mencionar de este periodo, están los tres óleos que se conservan en el Museo de Bellas Artes de Málaga. En uno de ellos, titulado «As de corazones», aparecen superpuestos dos botellas, una máscara y el as de corazones de la baraja. En otro, titulado «Guitarra», el instrumento aparece visto simultáneamente desde distintos planos.

A partir de 1927, Moreno Villa pinta toda una serie de cuadros neo-figurativos que recuerdan en ocasiones el trazo de las pinturas rupestres primitivas. Pienso, por ejemplo, en el óleo titulado «Ciervo» perteneciente a la Biblioteca Nacional de Madrid, o en «Figuras y ciervos» exhibido en el Museo de Bellas Artes de Málaga.

El interés de Moreno Villa en el surrealismo fue de larga duración. Empezaría alrededor de 1930 y continuaría, aunque con interrupciones, a lo largo de su vida. En los años anteriores a la guerra, la incidencia del movimiento en su obra es especialmente notoria y afortunada. Hay que recordar que es en esos años cuando el surrealismo irrumpe en España de una manera violenta. Además de los pintores surrealistas españoles (Maruja Mallo y Dalí entre   —8→   otros), pienso en libros influidos por el movimiento, tales como La flor de California de José María Hinojosa -libro prologado por Moreno Villa-, Un rió, un amor y Los placeres prohibidos de Cernuda, así como en El público y Poeta en Nueva York de Lorca.

Moreno Villa incorporaría a su pintura la imagen, el automatismo y el empleo del material onírico, tal como los define Breton en su primer Manifiesto surrealista. En muchos de sus cuadros encontramos lo que la crítica ha llamado «aproximaciones insólitas», es decir, el acercamiento de dos o más realidades alejadas entre sí para producir la imagen de superrealidad que Breton proclama en ese manifiesto. Por ejemplo, en el cuadro titulado «El encuentro», se acercan realidades tan alejadas entre sí como lo son un elefante, un matrimonio decimonónico, una escultura en mármol, un farol y un caracol de jardín, todos reunidos en un desierto amarillo. En otros, como «El caballo blanco en el salón», la escena que se presenta es onírica. Según Eugenio Carmona Mato, en muchos de los dibujos hechos durante los primeros años de la década de los treinta, Moreno Villa practicó el «automatismo» tal como lo hicieron también Cocteau, Picasso y Max Ernst, entre otros.

A su llegada a México, Moreno Villa atravesaría por un período expresionista, como se puede observar en sus cuadros «Alocada suicida», «San Sebastián» o «El paisaje dramático». Después de un viaje a Cuba, empezaría la famosa serie de cuadros influidos por el «negrismo». En ellos Moreno Villa pinta, con técnicas expresionistas, el ritmo de la música afro-antillana y los colores intensos y alucinantes del trópico.

Un período interesante de Moreno Villa es el que se daría en los años cincuenta cuando sus «Dibujos abstractos». Esa serie recuerda algunas de las obras de Miró. Otro período de interés es aquel en que pinta la serie de óleos titulada «Constelaciones». En ella el pintor integrará muchas de las corrientes que hasta entonces ha absorbido.

Finalmente, me parece importante destacar su labor como retratista e ilustrador de libros, Moreno Villa retrató a los más ilustres escritores del exilio, entre ellos a Jorge Guillén, a Díez-Canedo, a Altolaguirre. También pintó a estrellas de cine como María Félix, a su familia y a algunos amigos cercanos.

Uno de los pintores más importantes del exilio es Roberto Fernández Balbuena. Hasta ahora no existe ni un catálogo, ni tampoco una monografía sobre su obra, lo cual es realmente lamentable. Vale la pena repetir lo que ya dije de Moreno Villa: su producción española no se conoce en México y la mexicana se desconoce en España. Nacido en Madrid en 1890, estudió arquitectura en la Escuela Superior de Madrid, de la cual fue profesor hasta 1938, año en que se trasladaría a Estocolmo como Agregado Cultural de la República. Entre 1923 y 1938 también sería Profesor de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Madrid. En esos años recibe, entre otros premios, el Grand Prix de Roma (1914), la Medalla de oro del Salón de Otoño (1925), y la Medalla de plata en la Exposición Nacional (1927), por su cuadro «En el claustro».

En 1936 fue Delegado de la Dirección General de Bellas Artes y Presidente de la Junta de Protección del Tesoro Artístico Español. Gracias a sus gestiones, el patrimonio artístico de España no sufrió daños durante la guerra civil.

En 1914, con motivo del Gran Premio de Roma, pasa unos meses en Italia. Este viaje fue fundamental para su pintura ya que entabla relaciones con el grupo futurista, encabezado por Marinetti, así como con el gran pintor Giacomo Balla, que tanto hizo por revolucionar la pintura de vanguardia. Allí también hace amistad con Gabriele D'Annunzio y con Gino Severini. En Italia participó en varias exposiciones colectivas y más tarde empezó a presentar su trabajo en exposiciones individuales. El impacto que le causa la obra de Giacomo Balla se puede percibir sobre todo en el dinamismo y movimiento de sus formas. Por ejemplo, en «Bodegón con cuatro naranjas», el paño blanco que envuelve el frutero de cristal está en absoluto movimiento, en contraste con las naranjas, que están en reposo.

En una entrevista que le hicieron en México en la Cultura en 1963, con motivo de una exposición realizada en la Galería Novedades, Balbuena diría que sus dos maestros más importantes habían sido Zurbarán y El Greco. Al observar cuadros como «Maternidad», «Desnudo» o el retrato de su hija «Lupita», uno en seguida establece la relación con estos dos grandes de la pintura. En los cuadros de Balbuena aparece aquel dinamismo escultórico tan característico de la pintura de El Greco; dinamismo que se da tanto en las figuras como en los paños que aparecen pintados en el lienzo. También está muy presente la luminosidad de Zurbarán.

Por la fecha de su nacimiento Enrique Climent pertenece a este primer grupo de pintores. Sin embargo, por los alcances de su obra, encaja más bien en la generación siguiente. En realidad, Climent no encontraría su camino sino hasta llegar a México. Aquí transformaría su arte y lograría acuñar su sello tan propio y característico. En sus años de formación Climent estudia pintura en la Academia de San Carlos de su ciudad natal, Valencia. Después de trabajar como escenógrafo en París, regresa a Madrid, en donde conoce al grupo de intelectuales que se reúne en el café de Pombo, presididos por Ramón Gómez de la Serna, a quien le ilustra algunas de sus Greguerías. El encuentro con Ramón dejaría una huella importantísima en su creación artística. Hay que recordar que Gómez de la Serna fue el primer escritor español en sufrir la influencia de las vanguardias europeas. A través de él, Climent conoce los distintos movimientos artísticos, incluso aquel que el propio Ramón, en su libro Ismos, denomina como botellismo, y que incidiría en la pintura de Climent del período mexicano3. El botellismo tiene sus orígenes en las naturalezas muertas de Cézanne y triunfa como movimiento   —9→   en los cuadros de Morandi, Braque, Ozenfant y Manuel Ángeles Ortiz, entre otros.

En los años veinte, después de vincularse temporalmente con el surrealismo, Climent se integra en Madrid al grupo de pintores llamados «Los Ibéricos», los cuales intentaban inspirarse en el arte primitivo español. Este vínculo también es significativo, ya que al observar algunos de sus cuadros (pienso por ejemplo en «Ánfora Crayola»), se pueden encontrar reminiscencias de cerámicas primitivas ibéricas y mediterráneas.

A su llegada a México, Climent empieza a acercarse a ciertas tendencias realistas. Sin embargo, muy pronto se da una ruptura con el arte mimético. En Climent el botellismo adquiere una dimensión abstracta. Sus cuadros tienen como tema la pintura misma. Climent pinta formas, colores, texturas. Sus cuadros no aluden únicamente a los modelos de la realidad, aluden a la pintura misma. Sus naturalezas muertas, floreros, relojes, pájaros, jaulas y músicos son formas plásticas estáticas en las cuales el silencio habla.

Otro pintor conocido dentro de este primer grupo es Cristóbal Ruiz, quien nace en Jaén en 1881. Fue profesor de la Academia de San Fernando en Madrid y uno de los firmantes del Manifiesto de Artistas Ibéricos en 1925. Durante la guerra se exilia, como Juan Ramón Jiménez y otros españoles, en Puerto Rico, en donde es profesor de pintura en la Universidad de Río Piedras y en el Instituto Politécnico de esa isla. En 1944, llega a México. Su actividad como retratista y paisajista es muy conocida. Entre sus obras más célebres hay que recordar el famoso retrato de Antonio Machado, que custodia el Ateneo Español de México.




- III -

Dentro del segundo grupo, la pintura de Ramón Gaya es una de las más interesantes. Olvidada por muchos años, hoy es sumamente valorada en España. Sin duda alguna, la pintura de este murciano está emparentada con las posturas estéticas del «purismo», movimiento que representaba, en la España de los años veinte, una alternativa muy socorrida (piénsese, en literatura, en la obra de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén, Pedro Salinas, entre otros). Como consecuencia del «impresionismo» en pintura y del «simbolismo» y del «modernismo» en literatura, el «purismo» tuvo como objeto decantar el exceso de elementos que intervenían en la creación, excluir todo aquel material ajeno al arte mismo, estilizar las formas, buscar una intensidad que se acercara a la sensación de absoluto que produce la música.

Esta filiación de Gaya con el «purismo» tiene que ver con su biografía. Desde que empieza a pintar, en los años veinte, Gaya se relacionaría, a través de Juan Guerrero Ruiz, con Juan Ramón Jiménez. Hay que recordar que la influencia de Jiménez fue enorme, no sólo en los poetas (en la Generación del 27, o en el Grupo Contemporáneos en el caso de México), sino también en los pintores. Además del ejemplo que había dado Juan Ramón Jiménez de decantación y estilización de las formas era notoria su postura de conciliar tradición y vanguardia. El poeta español insistía en que el arte moderno no debía estar reñido con la tradición. El público recordará que casi todos los Ismos, proponían una ruptura con el arte producido hasta entonces (piénsese, por ejemplo en los manifiestos de Marinetti). Gaya, en un principio mantuvo la postura de Jiménez de combinar vanguardia y tradición, postura seguida también por otros pintores amigos de Gaya, tales como Bores, Jahl y los hermanos Vicente4.

Después de un período impresionista, influido enormemente por Cézanne (véanse los cuadros «El azucarero» [1927] o «El retrato de su padre» [1926]), Gaya incorporará a su pintura ciertos elementos cubistas. Pienso, por ejemplo, en «El bodegón de la mandolina» (1927). Sin embargo, después de la exposición que monta en París en 1928, cuando el cubismo ha sido abandonado ya en Francia, Gaya vuelve a España, rechazando las vanguardias parisinas y ahondado cada vez más en un purismo fundamentado en el estudio de la tradición. Y de la misma manera que había rechazado poco antes el arte de vanguardia en 1937, en la Ponencia colectiva publicada por un numeroso grupo de pintores, escritores e intelectuales en la Hora de España, rechazaría los postulados de un arte comprometido con las ideologías tan defendidos por los partidarios tanto del comunismo como del fascismo internacional. En esa Ponencia colectiva, firmada por Sánchez Barbudo, Ángel Gaos, Serrano Plaja, Arturo Souto, Juan Gil-Albert, Miguel Prieto y el mismo Gaya entre otros, se diría:

No podíamos admitir como revolucionaria, como verdadera, una pintura, por ejemplo, por el solo hecho de que su concreción estuviese referida a pintar un obrero con el puño levantado, o con una bandera roja, o con cualquier otro símbolo, dejando la realidad más esencial sin expresar. Porque de esa manera resultaba que cualquier pintor reaccionario -como persona y como pintor-, podía improvisar, en cualquier momento, una pintura que incluso técnicamente fuese mejor y tan revolucionaria, por lo menos, como la otra, con sólo pintar el mismo obrero con el mismo puño levantado. Con sólo pintar un símbolo y no una realidad5.



Al terminar la guerra, Gaya se traslada a México en donde permanece hasta 1952. Durante su estancia en nuestro país, continúa con su labor de pintor, escritor y viñetista. Entre los cuadros más conocidos de aquellos años, hay que mencionar: «Chapultepec: Barca con tres personas», «El merendero por la mañana», «Palacio de Maximiliano», «Veracruz al atardecer». En todos ellos, con unos cuantos trazos que recuerdan a veces a la pintura y   —10→   caligrafías orientales, Gaya logra captar la transparencia del instante.

Sin embargo, su estancia en México no sería tan afortunada. Su rechazo a los movimientos de pintura vanguardista y al realismo socialista, le crearía más de un enemigo. En 1952 abandonaría el país rumbo a Italia, donde se reúne con otros exiliados españoles de tradición republicana. En Italia pintaría las transparencias acuáticas de Venecia, la bruma de un invierno en París, el Coliseo y el Foro romanos, el puente Vecchio de Florencia. En todas esas pinturas una intensa melancolía nos hace meditar sobre el paso del tiempo, sobre la eternidad del instante en que la belleza se revela. Ramón Gaya vive ahora en España y sigue pintando.

La pintura de Souto es muy distinta de la de Gaya. Si la del segundo evoca en sus paisajes y bodegones la transparencia del mediterráneo, la del primero evoca la bruma, el misterio, la oscura trama del paisaje de su tierra natal, Galicia. Si los cuadros de Gaya apuntan hacia una realidad idealizada, los de Souto hacia el mundo de la ensoñación, de la memoria, de las emociones, de la interioridad. Sin embargo, ambos son pintores con elementos neo-románticos. Los cuadros de Gaya parece que quisieran detener el tiempo que pasa, cristalizar en forma y color una experiencia estética; los de Souto, evocar un tiempo, un espacio a punto de desaparecer, una realidad extinguida. Por otra parte, ambos se interesan en ocasiones por temas semejantes: ciudades, pueblos, figuras humanas, personajes reconocibles en la tradición española: mujeres goyescas, toreros, jinetes, picadores, gente del pueblo. Sin embargo, la forma en la que cada uno de estos temas se plasma es muy distinta. Souto es un pintor que oscila entre calidades impresionistas y expresionistas, Gaya un artista que, partiendo del impresionismo, se alimenta de la tradición clásica.

El neo-romanticismo de Souto apunta hacia varias direcciones. En algunos cuadros como «León», «Zamora» y «Pont Neuf», apunta hacia la evocación de un tiempo ido. Una inmensa nostalgia habita esos cuadros. En ellos aparecen coches de caballos en movimiento, diligencias de viajeros agotados, torres góticas, puentes romanos, señoras elegantes con sombrero caminando por el bulevar. Posiblemente el mundo que evoca Souto sea el de su infancia. Hay que recordar que el pintor nacería en 1902, en una región de España a la cual el siglo XX, con sus aviones y coches de motor, tardaría en llegar. En algunos de estos cuadros neo-románticos se pueden encontrar ciertos elementos surrealistas. En un dibujo a tinta, en donde aparece una calle por la que pasa un coche de caballos, de la fachada de una casa, en vez de faroles, están colgados un sombrero de copa, un guante gigantesco y una estrella iluminada. Estos elementos, sin duda alguna, le dan una textura onírica a la composición. Pareciera que los habitantes de la calle del cuadro caminaran sonámbulos en una noche demencial.

En otras pinturas se puede encontrar la evocación de una España romántica, tal como la entendieron en literatura escritores como Mérimée, autor de la famosa obra Carmen, que serviría como argumento para la ópera de Bizet, y ya en el siglo XX, los hermanos Machado, o también Federico García Lorca, autor de un Romancero gitano. En esas pinturas Souto pinta toreros, corridas de toros, caballos con picadores, españolas con mantillas y madroños, en fin, muchas de las escenas de la España tradicional y mítica.

En otros óleos, dibujos y aguafuertes, Souto parece evocar el mundo de Baudelaire. En ellos, el tema principal es la mujer deseante y deseada. Las mujeres de Souto aparecen en ropa interior, quitándose las medias, vistiéndose o pintándose en el espejo, sentadas en una habitación con los pechos al aire, como si esperaran algo, como si algo fuera a suceder o ya hubiera sucedido. No se trata de desnudos femeninos según la tradición clásica; se trata más bien de cuerpos semi-desnudos, que sugieren algo que en la composición no aparece. Hay un elemento de transgresión parecido al que logran plasmar Toulouse-Lautrec o Balthus en sus obras.

En otros cuadros, y con la misma técnica expresionista, Souto pinta los desastres de la guerra civil. Pienso en los óleos titulados «Fusilamientos» o «Escenas de guerra» en donde la violencia y la muerte recuerdan a veces a Goya.

Otro de los pintores que adquiriría importancia en México es Antonio Rodríguez Luna. Nacido en Montoro (Córdoba) en 1910, Rodríguez Luna expondría por primera vez en el Ateneo de Madrid en 1929 y, un año después, en una Exposición de Artistas Ibéricos en Copenhague. Junto con el gran pintor uruguayo Torres García, participaría, antes de la guerra civil española, en la fundación del grupo de los Constructivistas, que tendría repercusiones importantísimas en ambas orillas del Atlántico.

La obra de Rodríguez Luna es multifacética. Se puede decir que su producción a lo largo de los años sufre varias rupturas. En un primer momento hay que relacionar su obra con el constructivismo antes mencionado. En 1933, Rodríguez Luna junto con Manuel Ángeles Ortiz, Maruja Mallo, Benjamín Palencia, Alberto Sánchez y Moreno Villa celebran en el Salón de Otoño de Madrid la primera exposición de Arte constructivo. En las obras que prepara Luna durante la Guerra Civil, se puede percibir la asimilación de los distintos movimientos de la vanguardia europea, así como también una alegorización dantesca que recuerda al periodo negro de Goya. Una tercera etapa se da en México, después de haberse exiliado, durante la década de los años cuarenta. Posiblemente estos cuadros, junto con la obra pintada antes de la guerra, sean la parte más interesante de su producción. En estos cuadros, Luna dejaría atrás ciertos elementos futuristas y surrealistas, pero conserva un trazo expresionista goyesco. Merece la pena recordar sus famosos «Éxodos», en los cuales el pintor recrea,   —11→   de manera mítica, la tragedia del exilio. En esos años, Luna también pintaría con sus característicos colores oscuros y su pincelada gruesa, habitaciones con estantes llenos de libros, instrumentos musicales, retratos de amigos o familiares, paisajes nocturnos. Los claroscuros de Luna de ese periodo evoca un mundo íntimo, familiar, donde la creación artística es uno de los temas más constantes. Pienso en cuadros como «El pintor», «El músico», «Los instrumentos». En todos ellos hay transparencia y nitidez.

El cuarto período importante, quizá el más conocido, es aquel en que Luna lleva el expresionismo a un orden abstracto. En esos cuadros, Luna pinta toros, gatos, muros.

Uno de los dibujantes más conocidos del exilio español es Elvira Gascón. Aunque su obra incluye óleos, murales, esmaltes, se ha destacado por la perfección de sus dibujos, que están íntimamente relacionados con su educación clásica. Nacida en Soria en 1911, estudia en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, especializándose en dibujo al desnudo. Más tarde sería profesora en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y del Museo Arqueológico de esa ciudad. Sin duda el tiempo que pasaría en esta última institución sería fundamental para su formación artística. Allí encuentra Elvira Gascón los modelos que alimentarían su obra por varias décadas. Lo mismo encontramos en sus dibujos reminiscencias helénicas que romanas, etruscas que ibéricas. Unida a su gusto por el arte antiguo, está la influencia determinante de Picasso, influencia que ella misma ha reconocido en más de una ocasión. Con un trazo firme y seguro, evoca un mundo mítico en donde el amor, la pasión, el deseo y la creación son elementos esenciales de la vida.

Remedios Varo es quizá la pintora más conocida del exilio. Su obra ha interesado a pintores, críticos, escritores, poetas y novelistas de distintas partes del mundo. Se podría decir que es uno de los pocos pintores fantásticos que ha dado España en este siglo. Utilizo el adjetivo fantástico, pensando en aquella corriente que surge con el romanticismo, inspirada, entre otras cosas, en la Edad Media, y que desemboca en el Surrealismo. La obra de Remedios Varo está llena de referencias medievales, de alusiones a los pintores flamencos, de espacios idealizados, de sueños románticos, de realidades creadas por la imaginación. Su pintura encarna admirablemente lo que André Breton definiríala en su primer Manifiesto del surrealismo como lo maravilloso. Los cuadros de Varo no constituyen una negación de la realidad, sino la afirmación de la amplitud de lo real, que abarca tanto el mundo visible como el invisible. Cada una de sus pinturas parece surgir precisamente del encuentro entre esas dos realidades, es decir, del encuentro entre la realidad percibida por los sentidos y la percibida por la imaginación y los sueños. La integración de estos dos planos de la realidad -los físicos y los metafísicos-, tiene como objeto alcanzar la experiencia del absoluto, tan anhelada por los surrealistas. Remedios Varo, en su pintura, integra lo vivido, lo soñado y lo imaginado, ahondando siempre en una metafísica. En algunas obras pinta las relaciones existentes entre los muertos y los vivos. Pienso en cuadros como «Visita al pasado» o «Luz emergente». En otros, como «La ruptura», «Locomoción capilar», «Cazadora de astros» o «Presencia inesperada», pinta realidades oníricas. En algunos otros, como «La huida», «El gato helecho», «El malabarista», retrata las percepciones de la imaginación. Sin embargo toda su obra hace alusión a los procesos de la creación. Por ejemplo, en el óleo «Bordando el manto terrestre», la creación del mundo es producida por la triple correspondencia: música-escritura-alquimia. En el cuadro «Tres destinos», los sinos del poeta, del pintor y posiblemente del músico, están regidos por una extraña máquina de poleas que está conectada, a su vez, a la Luna. Y en el cuadro titulado «El flautista», el personaje central construye una torre octogonal con el poder de la música. Remedios Varo pinta los hilos invisibles que rigen el universo. Para ella, como para los simbolistas, el universo es una estructura musical.

La asimilación del surrealismo en Remedios Varo tiene que ver con su biografía. Nacida en Cataluña en 1908, después de estudiar en la Academia de San Fernando en Madrid, conocería al poeta Benjamín Péret, con quien se casaría, y a través de él, a los otros integrantes del movimiento surrealista. A su llegada a México, junto con su marido, se integraría al grupo de surrealistas radicado en México, entre los que se encontraban Leonora Carrington, Wolfgang Paalen y el mexicano Octavio Paz, quien escribiría uno de los prólogos al primer libro que se publicaría sobre su obra. La incidencia de Remedios Varo en nuestra pintura y en nuestra literatura es inmensa.

Otro de los pintores firmantes de la Ponencia colectiva publicada en la revista Hora de España es Miguel Prieto, quien nace en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), en 1907 y se exilia en México en 1939, después de haber pasado por un campo de concentración en Francia. Prieto antes de la guerra estudió, como muchos otros, en la Escuela de San Fernando y más tarde con los escultores Julio Prat y Victorio Macho. Como escenógrafo colaboró con el poeta Federico García Lorca en la Barraca y, a su llegada a México, en un buen número de óperas y ballets que se representaron en el Palacio de Bellas Artes. Su labor como ilustrador y tipógrafo es muy conocida. Además de haber sido, durante muchos años, director artístico del suplemento cultural México en la Cultura del periódico Novedades, colaboró en las revistas Romance y Revista de la UNAM. A pesar de que Prieto muere a la edad de 49 años, dejó escuela en México. Entre sus discípulos más destacados se encuentra Vicente Rojo.

Opositor de la postura defendida por los firmantes de la Ponencia colectiva (Gaya, Souto, Prieto), es el pintor, muralista   —12→   y publicista valenciano, exiliado también en México, José Renau, quien se había educado primero en un colegio católico y después en la Academia de San Carlos en Valencia. Esta oposición de Renau a la libertad creativa del artista y del intelectual, tiene que ver con sus creencias ideológicas. Renau pensaba que el artista debía ser un militante de la revolución comunista, y por lo tanto, su arte debía servir de propaganda para esa causa. El arte de Renau tiene que relacionarse con el movimiento de «realismo socialista» surgido en la URSS y apoyado sobre todo por el régimen de Stalin. Descendiente directo de algunos movimientos de vanguardia como el expresionismo y el futurismo, dicho movimiento tenía como objetivo hacer propaganda para el Comunismo y exaltar la fuerza del proletariado y su supuesta capacidad de instaurar un progreso industrial.

Renau, dentro de esta estética, realizaría la mayor parte de su obra. Como muralista, pintaría su primer mural en 1930, en el Sindicato de Trabajadores Portuarios de Valencia. A su llegada a México continuaría esa labor, pintando entre otros murales el del Sindicato Mexicano de Electricistas, realizado en colaboración con Siqueiros; o aquel otro, hecho en colaboración con su mujer, la pintora Manuela Ballester -excelente retratista-, en el Hotel Casino de la Selva en Cuernavaca, titulado «España conquista América».

Su labor como cartelista empezaría en 1930. Entre las series más conocidas están las tituladas «Por qué lucha el pueblo español» y «Fata Morgana USA-American Way of Life», así como sus innumerables carteles de propaganda cinematográfica. Entre ellos son notables los de las películas Lucrecia Borgia, Vértigo, Necesito dinero y Arroz amargo. El arte de Renau es un arte de propaganda. La técnica de fotomontaje que emplea en sus carteles de alguna manera se adelanta al arte Pop.

A este grupo de pintores se deben añadir algunos nombres de importancia, tales como las hermanas Ballester, quienes han trabajado en México por muchos años, José Bardasano y José Bartolí.




- IV -

El tercer grupo de pintores está integrado por los artistas que llegan a México en la infancia. Todos ellos se educan en el país y sus obras forman parte, en la actualidad, de la pintura contemporánea mexicana. Este grupo se distingue por haber integrado en sus obras la tradición mexicana con la española, así como por haber dialogado con la tradición internacional.

Entre los representantes más interesantes de este grupo hay que mencionar a Vicente Rojo, quien es uno de los mejores pintores abstractos de México; a Moreno Capdevila, buen grabador y muralista emparentado con la escuela mexicana; a Vicente Gandía, pintor y grabador que ha tenido mucho éxito en los últimos años; a Paloma Altolaguirre, grabadora y pintora de calidad; a Lucinda Urrusti, pintora purista que celebra en sus cuadros la espiritualidad de la materia; a Martha Palau, artista abstracta que pinta y diseña tapices con fuerza. Se podrían mencionar muchos más pintores. La obra de esta generación es tan fecunda y tan variada que merecería un ensayo aparte.





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