Poesías
Nicomedes Pastor Díaz
Prólogo de esta edición
de Juan Eugenio Hartzenbusch
En el año de 1840 publicó sus versos en Madrid el Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz con el discreto prólogo que sigue a éste, y debiera excusar el nuestro; pero la costumbre o manía reinante de prologuizar toda publicación exige que, antes de lo que previno muy al caso el autor, vaya impreso algo de otra pluma, que de seguro no ha de ser tan propio ni tan necesario.
Aquí sólo convendría manifestar que no es la presente colección igual del todo a la del año 1840; pues, en efecto, sale ordenada en otra forma, y enriquecida con catorce composiciones, de gran valor algunas, y todas de alguno.
Después de tal aviso, nada puede añadirse que no sepa el lector, o pueda saber, ya por sí, ya por la noticia biográfica inserta en el primer tomo, de estas obras, ya en fin por el prólogo que va reimpreso a las pocas páginas. Quien ignore que el señor Pastor Díaz ha sido uno de los mejores poetas españoles de nuestros tiempos; el que no conozca ya el carácter por que se distingue su poesía, no espere de nosotros una filosófica disertación, destinada a probar qué fue Pastor Díaz como poeta, y por qué lo fue: aquello nos lo declara él mismo; esto nos lo indica también suficientemente, y no tratamos de esclarecerlo más, porque no es tiempo aún de que salgan a luz todos los secretos y pormenores de una vida forzosamente relacionada con las de otros, que, o viven aún, o bajaron al sepulcro dejando a sus familias tiernos recuerdos, que merecen ser atendidos y respetados.
«Mis versos (dijo nuestro difunto amigo en el prólogo ya citado) no pertenecen al porvenir, ni a la sociedad, ni a la moral, ni a la religión, ni a objeto alguno universal, o, como ahora se dice, humanitario; son composiciones individuales.» Ama mi corazón todo lo triste, añade en una de las obras nuevamente agregadas a nuestro libro; y en la primera de él, intitulada Mi inspiración, se nos presenta desde luego como cantor de amores y desventuras: una visión, una fantasma, que se le aparece misteriosa y lúgubre y le llama infeliz, le anuncia:
«... El dedo del destino | |
Trazó tu oscura y áspera carrera. | |
Yo he leído en su libro diamantino | |
La suerte que te espera. | |
A vano, eterno llanto | |
Te condenó, y a fúnebres pasiones... | |
El rigor de la suerte | |
Cantarás sólo, inútiles ternuras, | |
La soledad, la noche, y las dulzuras | |
De apetecida muerte.» |
La predicción de la fantasma, en su parte primera, no fue cumplida. Llevado pronto Nicomedes Pastor Díaz a puestos honrosos, luego a mandar una provincia, después al Consejo de la Corona y al Senado; Embajador y Ministro, condecorado con cinco grandes cruces, insigne en el periodismo, en el Parlamento y en el Parnaso, la carrera de Pastor Díaz como hombre público no fue ni oscura ni áspera, sino llana, próspera y brillante. Pero las amarguras de su juventud habían puesto desde muy al principio la queja en los labios de su musa, que nunca supo sonreír sino con tristeza. La prematura muerte de una mujer tiernamente amada, célebre por él con el nombre de Lina, fijó su carácter poético; nacieron de una tumba las flores de la corona que ornó sus sienes; y para todas las impresiones que agitaron su corazón después, y le movieron a tomar en las manos la lira, sólo tuvo, como el cantor de Eliodora,
Voz de dolor y canto de gemido.
Vemos ya declarado, por quien mejor lo pudo saber, el hecho con la causa, la índole poética melancólica de los versos de nuestro amigo, y la razón de ella: fue un deplorable suceso, de consecuencias permanentes, una desgracia de la juventud, que lastimó el corazón del autor y su imaginación, igualmente sensible, para toda la vida. En los discursos, en las lecciones, en las demás obras de Pastor Díaz, aparece el repúblico, el literato, el orador, el hombre de Estado; en sus poesías el hombre a solas: allí su ingenio, aquí su corazón: pudiéramos decir de ellas, repitiendo una inscripción muy sonada, tiempo antes que naciese nuestro poeta: Son coeur est ici, son esprit est partout.
A la verdad, muchos han sido los escritores que experimentaron en su juventud pérdidas semejantes, y no se acibaró tanto y tan largamente por eso el carácter de su poesía. Y no eran hombres que sentían menos que otros las pesadumbres; pero sabían o podían sentir cual el mal el bien, y en la vida hay de todo. Pastor Díaz hubo de nacer con una predisposición señalada para la elegía; y reuniéndose en él una causa natural y otra fortuita y fuerte, hubo de escoger para sus poemas asuntos dolorosos, los cuales no escasean en la vida más apacible. A los diez y siete años no cumplidos, cuando, según él mismo nos lo dice, amaba sin objeto, ya las inspiraciones de su musa eran tristes, ya (quejándose de soledad espantosa) deseaba la muerte. Vivía entonces, y no la conocería tal vez aún, la que había de ser otra Laura para el Petrarca nuevo, y ya la queja era la voz del joven poeta. Desde el primer arrullo ya emite la tórtola tonos dolientes: el presentimiento de la desgracia es en ciertos corazones innato; y entre temerla antes y plañirla después, consumen los breves días de su existencia. Quien apetecía morir si no había de gozar las dichas de amor, para él todavía incógnitas, bien podía, al amar con objeto, y hallarse separado de él, anhelar otra vez la muerte, como fin de una ausencia cruel y desesperada. «¡Verla y expirar!» decía Leandro a las olas que le repelían de la torre, donde le esperaban en vano los brazos amantes de la tierna Hero.
Procede a la composición dirigida A la muerte, que tiene la fecha de 1829, la que lleva el título de La inocencia, escrita después (en 1830); pero está muy bien colocada primero, porque los afectos del autor expresados en ella se refieren de hecho a tiempos anteriores. Contaría Pastor Díaz de veinticuatro a veinticinco años a lo sumo cuando se hallaba en la situación que allí se describe. Podía entonces decir a Amelia:
«Y cuando de tu angélica ternura | |
Inspirado me veo, | |
Yo creo en la virtud, en la hermosura, | |
Y hasta en la dicha creo.» | |
Amargo es, por cierto, ese hasta, cuya explicación se hallará en los versos siguientes:
«Ángel de la inocencia, yo te imploro!... | |
Disipa estas quimeras. | |
Celestial hermosura, yo te adoro... | |
Mas ¡ay! Tú no me quieras. | |
No se fijen tus vagas ilusiones | |
Sobre mi ardiente seno. | |
Teme el triste furor de mis pasiones | |
Y su oculto veneno. | |
Todos los fuegos que mi pecho inflama | |
Son rayos matadores. | |
Quema mi corazón todo lo que ama; | |
Sólo inspira dolores.» |
Desde que Pastor Díaz había escrito El amor sin objeto, hasta cuando se retrató en estas estrofas, había recorrido muchas revueltas en el laberinto del mundo; por fortuna podía decir:
«Allá en otros momentos | |
Podré sentir, mi bien, palpitaciones, | |
Nunca remordimientos.» |
Acaudalaba ya experiencia bastante para prorrumpir en este otro pensamiento, uno de los más profundos y más bellos que se leen en las obras de nuestro autor:
«Y abarcando a su fin de una mirada | |
Mi efímera existencia, | |
Diré: Felicidad... o no eres nada, | |
O fuiste la Inocencia.» |
¡Hermosísimo rasgo, de exquisita delicadeza y sólida verdad! La dicha nace de la virtud, y la virtud del hombre, el cual es por naturaleza frágil, suele ser hija del arrepentimiento: así, a la candidez inmaculada de la inocencia no iguala felicidad alguna: toda otra virtud, toda otra dicha será puramente de hombres; la felicidad propia de la inocencia es de ángeles, criaturas predilectas de la Suma Sabiduría.
Siguiendo el autor la historia de sus deseos y sentimientos, nos cuenta:
«Corrí a las fuentes dó mi labio ardiente | |
Beber el bien quería; | |
Y a su hidrópico afán inobediente, | |
El néctar del deleite no corría... | |
Y corrió por mi mal... ¡y era veneno! | |
Bebiéronle conmigo: | |
Crimen en vez de amor ardió en mi seno; | |
Fui amante inútil y funesto amigo.» | |
Al crimen sigue indefectiblemente el remordimiento: estos versos, pues, a pesar de su fecha, se refieren a un tiempo, según va dicho, posterior.
En las composiciones tituladas Desvarío, Su memoria y A la luna, encontrará el lector acá y allá esparcidos los trémulos y confusos rasgos de la catástrofe tan vivamente sentida por el poeta: de una vaguedad tétrica semejante participan los versos de Su mirar y Una voz. A la fuerza del tiempo, consolador el más eficaz de los tristes, ceden las penas en el corazón del amante de Lina; ya era dulce su sueño, sus días plácidos; ya no pasaban por su frente negras nubes que le arrancasen lágrimas, cuando en una noche serena y clara, levantando con gratitud los ojos al cielo, vio delante de sí revolar una Mariposa negra, que turbó de nuevo la paz de su espíritu, laboriosamente adquirida; y, con pesar ya sobre el volcán gruesa capa de nieve,
«Las nieves del volcán se derritieron | |
Al fuego que ligeras encendieron | |
Dos alas de crespón.» |
En la lucha que mantiene el hombre consigo mismo, no hay arma, no hay auxilio, por endeble que sea, que no baste para decidir la victoria del sentimiento: La mano fría de la razón es impotente para extinguir la llama que brota más pujante cuanto más concentrada estuvo. Aconsejamos al lector que vea la composición titulada La mano fría, o ya entre las primeras, porque allí es su lugar por la fecha, o ya entre las últimas, porque a ellas corresponde más por su objeto y su tono.
Dulcísimo es el de los versos dedicados a la muerte de aquel hermano, que se le murió en la niñez; misericordioso y benévolo el de los que forman la composición aplicada A un ángel caído; blandamente amorosas (como que expresan el cariño filial) las estrofas con que remite su retrato Nicomedes-Pastor a su digna madre. Bajo los rudos majestuosos arcos del acueducto de Segovia discurre con severa filosofía; con la autoridad de la ciencia católica en el largo romance que leyó la noche de Navidad de 1857 en casa del Sr. Marqués de Molins: de la titulada El quince de Octubre juzgarán los políticos; en ciertos versos de ella habló el autor en nombre de algunos; los sentimientos expresados en los cuartetos A S. M. la Reina Gobernadora fueron los de muchos millones de habitantes de España. Con citar aquí La Sirena del Norte habremos recorrido la lista de todo lo bello, de casi todo lo que en poesía escribió nuestro amigo: no mucho en cantidad, mucho, sí, por su alta valía: el tierno Latorre y el sentido cantor de la Arrebolera, nos dejaron aún menos rasgos de sus felices plumas, atinadas hasta en aquella sobriedad para producir, que deja al lector con deseo de más largo placer entre la admiración de lo que disfruta.
D. Nicomedes-Pastor Díaz, nacido con exquisita sensibilidad y con imaginación ardiente, viviendo su juventud en una época turbulenta, cuando el hierro y el fuego devastaban su patria; cuando veía derrocar los alcázares de lo pasado, y no alzaba todavía la edad presente sus monumentos para la venidera; herido en sus afectos, contrariado en sus más dulces inclinaciones, burlado en el logro de sus más vehementes anhelos, reservó casi exclusivamente para sí la voz de su poesía, que no pudo ser sino dolorosa; y cantando sus sentimientos en dulce sonido, atrajo a su alrededor a las almas tiernas, que le oyeron y le oyen con viva simpatía, con melancólico deleite, con admiración y entusiasmo. Producto de su juventud los más de sus versos, a la juventud los dedicó, más capaz de sentirlos y saborearlos, que la madurez de la vida ni su decadencia. Los jóvenes hallarán en ellos fieles pinturas de pasiones y padecimientos, de esperanzas y desengaños, que les son ya o les habrán de ser conocidos; algo tal vez oscuro en el pensamiento o por la expresión, mucho que les admire, mucho que los enseñe, nada que ofenda, nada que perjudique ni su moralidad ni su gusto.
La poesía de Pastor Díaz se explaya en conceptos graves o delicados, o brillantes y enérgicos; su versificación bien trabajada une del continuo la propiedad, la variedad y la armonía. No diremos que por variar el ritmo de los endecasílabos convenga usarlos de la factura de estos:
Así las ondas de este Landro hermoso... | |
¡Mísero yo! No soy más que un mortal... | |
Miro do quier como un mortuorio manto... | |
Y sobre sus tormentos y avenidas... | |
La copa busca de un pensil de estrellas... |
Sin embargo, estos versos, con la buena, con la oportunísima entonación que les daba Nicomedes-Pastor al leerlos, encantaban al que los oía. El verbo convulsar, el violento monosílabo lee, convertido en consonante de ve; leerá e ideal hechos voces disílabas, y alguna que otra incorrección harto leve, ¿qué son entre tantos excelentes versos que forman esta colección preciosa, modelo de arte métrica de los mejores que puede presentar nuestro siglo en España? No eran tan esmerados, por cierto, los autores del siglo de oro de nuestras letras, cuyo estudio se prescribe en reglamentos y cátedras, en libros de clase y en controversias críticas. El que busque versos defectuosos en las obras de Pastor Díaz, tardará en encontrarlos; quien los apetezca fluidos, valientes, sonoros, buenos en fin, abra por cualquiera de sus páginas este libro, sincera historia de un corazón doliente, sembrada de episodios y digresiones interesantes, donde una rica imaginación reviste de galas deslumbradoras las maduras sentencias de la filosofía.
Juan Eugenio Hartzenbusch
Prólogo del autor
En la edición de 1840
Al dar a la prensa estas composiciones, creo de mi deber manifestar el principal motivo que me ha decidido a hacerlo. Si la prensa fuera el público, no me atrevería a llamar su atención sobre estas producciones; pero le respeto demasiado, y le conozco lo bastante, para que yo pueda presumir que dar a la estampa meramente este libro es publicarle. La prensa es un medio de copiar como cualquier otro; y cuando el número de personas, que por afición, por curiosidad o por cortesía me piden copias de mis versos, ha llegado a ser demasiado considerable para que yo pueda satisfacerlas a todas, he creído más cómodo, formar esta pequeña colección y tenerla impresa.
Por otra parte, habiéndoseme llamado más de una vez poeta, debo presentar mis títulos a fin de no usurpar un nombre no merecido, y de no arrogarme, a la sombra del misterio, una reputación fundada en lo que no existe; porque tal vez no existirá más que lo que al presente imprimo. Las composiciones que ahora doy a luz, muchas de ellas publicadas ya en folletines o en periódicos literarios, cuentan por la mayor parte siete u ocho años de fecha. Hace tiempo que, dedicado a negocios y ocupaciones de muy distinta naturaleza, no he podido entregarme al delicioso placer de hacer versos. Tal vez no puedo hacerlos ya; tal vez no los haré nunca. En esta época desventurada, las facultades poéticas se extinguen pronto, la imaginación se desencanta, el corazón se hiela, el gusto, en vez de perfeccionarse, se corrompe, las ilusiones se disipan, y la región poética del mundo se eclipsa, quedando sólo a la vista el mundo real y positivo, o la parte de él llamada así por los desdichados que creen que la imaginación, el sentimiento, el alma, el amor de lo bello y el éxtasis de lo sublime no son nada, como los ciegos pudieran llamar mundo real al que ellos palpan, creyendo fantástico el que nosotros vemos.
He aquí las razones que me asisten para aventurarme a dar a luz estas páginas; he aquí la disculpa de mi osadía.
Por lo demás, todo el que lea el prólogo que escribí para las poesías de mi amigo el Sr. Zorrilla, conocerá la poca importancia que yo puedo dar a estos versos, y aun al género a que pertenecen. En aquel escrito están consignados mis principios literarios, y allí se puede ver lo que a mis ojos vale y significa la estéril y anárquica literatura de nuestra edad. Mis versos son hijos de esta triste edad, y de esta literatura más triste aún: no pertenecen al porvenir, ni a la sociedad, ni a la moral, ni a la religión, ni a objeto alguno universal, o, como ahora se dice, humanitario: son composiciones individuales, acentos aislados, plegarias, suspiros, desahogos, gemidos solitarios de un corazón que, como la mayor parte de los corazones que nos rodean, gime y llora solamente por haber nacido. Y si nadie puede estar más convencido que lo estoy yo de que la poesía debe tener un fin social, y una misión fecunda, moral y civilizadora; si a nadie pueden parecer más vanas, fútiles y efímeras todas esas obras de escombro, que van esparciendo como el polvo de su camino los que hoy peregrinan por el desolado campo de las artes; si creo que la ráfaga del huracán que sobre ellos sopla, barrerá pronto ese polvo, y barrerá sus huellas; si estoy evidentemente penetrado de que poesía social no puede existir donde no hay sociedad, y de que en Europa la sociedad pereció, y no hay más que individuos; y si de tan terrible anatema creo heridas las más célebres producciones y las más ilustres capacidades literarias de nuestra época, dejo a cualquiera colegir lo que de estos obscuros cantos podré yo creer y esperar. Por eso he dicho que no los publicaba, sí que los imprimía. En la poesía puede suceder lo que en la arquitectura; en torno de los monumentos es preciso que se eleven las obras pasajeras que sólo duran la vida de un hombre. A par del Escorial y del Vaticano se alzan miles de casas comunes, que se derriban y se renuevan cada generación: y al pie de las Pirámides levanta el árabe su barraca de palmas, que dura sólo un día; como a vista de Homero, Virgilio, Dante, Tasso, Shakespeare y Calderón, que, cantaron para los siglos y para las generaciones, hoy se escribe para una población, para una clase, para una tertulia. He aquí todo el interés, toda la importancia que, a lo más, doy a mis versos. Hasta desgracia es no tener más fe, y carecer de la arrogante presunción del que estampó al frente de los suyos: Exegi monumentum aere perennius.
Por eso al imprimir estos preludios, he creído deber disculparme para con el público y para con los artistas, del arrojo de publicarlos.
Primer período: Adolescencia
Mi inspiración | |
Cuando hice resonar mi voz primera | |
Fue en una noche tormentosa y fría: | |
Un peñón de la cántabra ribera | |
De asiento me servía: | |
El aquilón silbaba; | |
La playa y la campiña estaban solas; | |
Y el Océano rugidor sus olas | |
A mis pies estrellaba. | |
No brillaban los astros en el cielo, | |
Ni en la tierra se oía humano acento; | |
Estaba oscuro, silencioso el suelo, | |
Y negro el firmamento. | |
Sólo en el horizonte | |
Alguna vez relámpagos lucían; | |
Y al mugir de las mares respondían | |
Los pinares del monte. | |
Fuera ya entonces cuando el pecho mío, | |
Lanzado allá de la terrestre esfera, | |
Vio que el mundo era un árido vacío; | |
El bien, una quimera. | |
Nunca un placer pasaba | |
Blando ante mí, ni su ilusión mentida; | |
Y el peso enorme de una inútil vida | |
Mi espíritu agobiaba. | |
Quise admirar del mundo la hermosura, | |
Y hallé do quiera el mal. De amor ardía, | |
Y nunca a mi benévola ternura | |
Otro amor respondía. | |
Sólo y desconsolado, | |
Cantar quise a la tierra mi abandono, | |
Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono | |
Para un desventurado?... | |
Al destino acusé, y acusé al cielo | |
Porque este corazón dado me habían; | |
Y de mi queja, y de mi triste anhelo | |
Los cielos se reían. | |
¿Dó acudir?... ¡Ay!... Demente | |
Visitaba las rocas y las olas | |
Por gozarme en su horror, llorar a solas, | |
Y gemir libremente. | |
Un momento a mi lánguido gemido | |
Otro gemido respondió lejano, | |
Que sonó por las rocas, cual graznido | |
De acuático milano. | |
De repente se tiende | |
Mi vista por la playa procelosa, | |
Y de repente una visión pasmosa | |
Mis sentidos sorprende. | |
Alzarse miro entre la niebla oscura | |
Blanco un fantasma, una deidad radiante, | |
Que mueve a mí su colosal figura | |
Con pasos de gigante. | |
Reluce su cabeza | |
Como la luna en nebuloso cielo: | |
Es blanco su ropaje, y negro velo | |
Oculta su belleza | |
Que es bella, sí; de cuando en cuando el viento | |
Alza fugaz los móviles crespones, | |
Y aparecen un rápido momento | |
Celestiales facciones. | |
Pero nube de espanto | |
Tiñó de palidez sus formas bellas, | |
Y sus ojos, luciendo como estrellas, | |
Muestran reciente el llanto. | |
Cual ciega tromba que aquilón levanta | |
En los mares del Sur, así camina; | |
Y sin hollar el suelo con su planta, | |
A mi escollo se inclina. | |
Llega, calladamente | |
En sus brazos me ciñe, y yo temblando | |
Recibí con horror ósculo blando | |
Con que selló mi frente. | |
El calor de su seno palpitante | |
Tornóme en breve de mi pasmo helado: | |
Creí estar en los brazos de una amante, | |
Y... «¿quién, clamé, arrobado, | |
Quién eres... que mi vida | |
Intentas reanimar, fúnebre objeto? | |
¿Calmarás tú mi corazón inquieto? | |
¿Eres tú mi querida?» | |
«¿O bien desciendes del elíseo coro | |
Sola, y envuelta en el nocturno manto, | |
A ser la compañera de mi lloro, | |
La musa de mi canto? | |
Habla, visión oscura; | |
Dame otro beso, o muéstrame tu lira; | |
De amor o de estro el corazón inspira | |
A un mortal sin ventura.» | |
«No, me responde con acento escaso, | |
Cual si exhalara su postrer gemido; | |
Nunca, nunca los ecos del Parnaso | |
Mi voz han repetido. | |
No tengo nombre alguno; | |
Y habito entre las rocas cenicientas, | |
Presidiendo al horror y a las tormentas | |
Que en los mares reúno.» | |
«Mi voz sólo acompaña los acentos | |
Con que el alción en su viudez suspira, | |
O los gritos y lánguidos lamentos | |
Del náufrago que expira. | |
Y sí una noche hermosa | |
Las playas dejo y su pavor sombrío, | |
Sólo la orilla del cercano río | |
Paseo silenciosa.» | |
«Entro al vergel, só cuya sombra espesa | |
Va un amante a gemir por la que adora; | |
Voy a la tumba que una madre besa, | |
O dó un amigo llora. | |
¡Pero en vano mi anhelo! | |
Sé trocar en ternezas mis terrores, | |
Sé acompañar el llanto y los dolores; | |
Más nunca los consuelo.» | |
«¡Ni a ti, infeliz!... el dedo del Destino | |
Trazó tu oscura y áspera carrera. | |
Yo he leído en su libro diamantino | |
La suerte que te espera. | |
A vano, eterno llanto | |
Te condenó, y a fúnebres pasiones, | |
Dejándoos sólo los funestos dones | |
De mi amor y mi canto.» | |
«De ébano y concha ese laúd te entrego | |
Que en las playas de Albión hallé caído; | |
No empero de él recobrará su fuego | |
Tu espíritu abatido. | |
El rigor de la suerte | |
Cantarás sólo, inútiles ternuras, | |
La soledad, la noche, y las dulzuras | |
De apetecida muerte.» | |
«Tu ardor no será nunca satisfecho; | |
Y sólo alguna noche en mi regazo | |
Estrechará tu desmayado pecho | |
Iluso, aéreo abrazo. | |
¡Infeliz si quisieras | |
Realizar mis fantásticos favores! | |
Pero, ¡más infeliz si otros amores | |
En ese mundo esperas!» | |
Diciendo así, su inanimado beso | |
Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente. | |
Quise gustar su fúnebre embeleso; | |
¡Pero huyó de repente! | |
Voló; de mi presencia | |
Desapareció cual ráfaga de viento, | |
Dejándome su lúgubre instrumento, | |
Y mi fatal sentencia. | |
¡Ay! se cumplió!.,. que desde aquel instante | |
Mi cáliz amargar plugo a los cielos, | |
Y en vano a veces mi nocturna amante | |
Torna a darme consuelos. | |
Mis votos más queridos | |
Fueron siempre tiranas privaciones; | |
Mis afectos, desgracias o ilusiones; | |
Y mis cantos... ¡gemidos! | |
En vano algunos días la fortuna | |
Ondeó sobre mi faz gayos colores; | |
En vano bella se meció mi cuna | |
En un Edén de flores; | |
En vano la belleza | |
Y la amistad sus dichas me brindaron; | |
Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron | |
¡Mi sepulcral tristeza!... | |
Escrito está que este interior veneno | |
Roa el placer que devoré sediento. | |
Canta, pues, los combates de mi seno, | |
¡Infernal instrumento! | |
Destierra la alegría, | |
Que nunca pudo a su región moverte; | |
Y exhala ya tus cánticos de muerte | |
Sin tono ni armonía. | |
Y tú, amor, si tal vez te me presentas, | |
No pintaré tu imagen adorada; | |
Describiré el horror de las tormentas, | |
Y mi visión amada. | |
En mi negro despecho | |
Rocas serán mis campos de delicias, | |
Lánguidas agonías mis caricias, | |
¡Y una tumba mi lecho! | |
El amor sin objeto(1) | |
Vanamente mis ojos inquietos | |
Por do quiera se tienden y giran; | |
Vanamente mis labios suspiran | |
Abrasados de fúnebre ardor. | |
Soledad espantosa me cerca, | |
Noche eterna mi pecho ha cubierto; | |
Para mí todo el mundo es desierto... | |
¡Pues que nadie responde a mi amor! | |
Todo es fuego mi pecho exaltado; | |
Sólo amando me place la vida, | |
Y fijando en otra alma querida | |
De existir la penosa ilusión. | |
Ilusión... ilusión desgraciada | |
Que la triste verdad no realiza; | |
Ilusión que mi pena eterniza... | |
¡Porque nadie responde a mi amor! | |
Yo no sé lo que quiere mi pecho, | |
Yo no sé porque tiemblo y qué lloro, | |
No conozco lo mismo que adoro, | |
No hallo objeto a mi triste pasión. | |
Sólo encuentro un inmenso vacío | |
Donde el alma se agita sedienta, | |
Y esta sed de querer se acrecienta... | |
¡Porque nadie responde a mi amor! | |
Tal vez amo en mis tristes delirios | |
A un fantasma que forja mi mente; | |
Y dó quiera le miro presente, | |
Le da vida mi fúnebre ardor. | |
Yo le escucho, le estrecho en mis brazos, | |
Yo su aliento de aroma respiro; | |
Yo... ¡infelice!... demente deliro... | |
¡Nadie, nadie responde a mi amor! | |
Vanamente de nácar y rosas | |
El Oriente engalana la aurora; | |
Vanamente su faz brilladora | |
Lanza el sol con radioso esplendor | |
Ni la tarde en los campos me agrada, | |
Ni de noche la luna brillante; | |
Luz y sombra buscaba en mi amante, | |
¡Ay!... ¡y nadie responde a mi amor! | |
Con mi amante risueña la aurora | |
Me inundara de blanda alegría; | |
Con mi amante gozara yo el día, | |
Campo y sombras, y grato frescor. | |
Con mi amante la luna me viera, | |
De sus rayos bañado y de llanto, | |
Apurar ese mágico encanto | |
¡Que a las penas les presta el amor! | |
Tú tal vez, corazón que yo busco, | |
Tú tal vez solitario palpitas, | |
Y en fantásticos sueños te agitas, | |
Y suspiras y lloras cual yo. | |
Ven a mí, yo te haré venturoso, | |
Yo te ofrezco esas horas risueñas, | |
Yo te ofrezco esa dicha que sueñas... | |
Ven, querida... ¡responde a mi amor! | |
¡Ven a mil... yo no busco hermosura; | |
No apetece este pecho vacío | |
Sino un pecho de amor como el mío, | |
Sino el alma, sino el corazón. | |
¡Ven!... abiertos te esperan mis brazos; | |
Ya parece que en ellos te estrecho; | |
Ya parece que siento tu pecho | |
Contra el mío latiendo de amor. | |
¡Nadie me oye!... mis voces se apagan, | |
Y se apaga con ellas mi vida; | |
Donde no halla mi pecho querida, | |
Un sepulcro hallará mi dolor. | |
Un sepulcro es el lecho florido | |
Que apetece mi anhelo postrero; | |
Un sepulcro la dicha que espero, | |
Pues no existe la dicha de amor. | |
La inocencia | |
A Amelia | |
Tendió su manto ya de oro y de rosa | |
La tarde en la pradera. | |
¡Qué tranquilo está el mar! ¡Qué silenciosa | |
La ría y la ribera! | |
Mas... ¡qué en vano a mis ojos tan brillante | |
Decoración se pinta, | |
Si no refleja otra mirada amante | |
Su inanimada tinta! | |
Que el alma sin amor, y sin profundos | |
Latidos, y aun pesares, | |
Se halla más sola en medio de esos mundos | |
Que un bajel en los mares. | |
Mas aún benigno compadece el cielo | |
Mi espíritu postrado; | |
Y un ángel me depara de consuelo | |
De su altura bajado. | |
Aun hay para mi noche luz de aurora; | |
Aún Amelia me ama. | |
Bella inocente, ven... tu amigo llora, | |
Y en su dolor te llama. | |
No tardes ¡ay!... Tus ojos virginales, | |
Tu celeste inocencia, | |
Me infunden nuevo amor a los mortales | |
Y a mi triste existencia. | |
Y cuando de tu angélica ternura | |
Inspirado me veo, | |
Yo creo en la virtud, en la hermosura... | |
¡Y hasta en la dicha creo! | |
Ya viene allá... ¡Cuán cándidas, cuan bellas | |
Se ostentan sus facciones! | |
Aún no surcan ¡su rostro, cual centellas, | |
Fogosas las pasiones. | |
Mas sus ojos mirándome se inflaman | |
De rayos de alegría, | |
Y con magia del cielo la derraman | |
¡Hasta en el alma mía!... | |
Ven a mi corazón, dulce hermosura; | |
Ven, ángel, a mis brazos; | |
Ven, y de tu pureza y mi ternura | |
Forme el dolor los lazos; | |
¡Ay! ven... que aunque mi pecho los rigores | |
Del desengaño oprimen, | |
Aún no trocara al mundo mis dolores | |
Por sus goces de crimen... | |
¡Santa ilusión que en la desgracia imploro!... | |
A ser vuelve mi anhelo | |
No es ilusión esa virtud que adoro: | |
Conservádmela ¡oh cielo! | |
Eternizad de este ángel la pureza, | |
Y esa celeste calma: | |
Que es el supremo bien esa belleza | |
Que da la paz del alma. | |
¡Amelia!... Un corazón desencantado | |
Nada puede ofrecerte; | |
Ni tú hallarás donde te guarde el hado | |
Más venturosa suerte. | |
Fascinada por mágicas visiones | |
Creerás en otros seres; | |
Suspirarás por nuevas sensaciones, | |
Por extraños placeres. | |
Abrazarás la nube engañadora | |
De esa dicha mentida, | |
Y llorarás, como tu amigo llora, | |
La bella edad perdida. | |
Verás al fin de era esperada calma | |
Un letargo sombrío, | |
Y llegarán los vuelos de tu alma | |
Al caos del vacío. | |
Así las ondas de este Landro hermoso | |
Corren al mar vecino, | |
Apeteciendo el natural reposo | |
De su raudo camino. | |
Hélas, empero, aquí, por los juncales, | |
Tan puras, tan serenas, | |
Retratando en sus plácidos cristales | |
Las márgenes amenas. | |
Y hélas allá cuan bravas y verdosas | |
Tus ojos amedrentan; | |
Y en montañas alzándose espumosas... | |
En las rocas revientan. | |
Quédate, Amelia mía, en la ribera, | |
Quédate entre las flores; | |
No agoste tu lozana primavera | |
Canícula de amores. | |
Vive los días de tu alegre mayo | |
Enlazada a tu amigo; | |
Que aún tiene rama el árbol que hirió el rayo | |
Para darte su abrigo. | |
No serás tú la nube que le encienda, | |
¡Leve vapor de aurora! | |
Ni será que a tu soplo se desprenda | |
Su cima protectora. | |
No... ni el cariño avivaré risueño | |
Que tu candor me ofrece; | |
Ni seré osado a despertar el sueño | |
Que feliz te adormece. | |
Y ¡ojalá que jamás se despertara! | |
Y piadosa la suerte, | |
De ese sueño a los dos nos transportara | |
¡Al sueño de la muerte!... | |
¿Quién sabe en tanto si pasión traidora | |
Su tiro oculto apresta? | |
¿Si en tu pecho sonar podrá una hora | |
De mudanza funesta? | |
¿Qué?... ¿sonó ya tal vez?... En tu alma bella | |
La compasión trocada | |
¿Habrá encendido la primer centella | |
Que brota en tu mirada?... | |
¡Tú tiemblas!... ¡tú enmudeces!... ¡tú suspiras! | |
Y reprimiendo el llanto, | |
Mi mano estrechas, y mis ojos miras | |
Con sonrisa de espanto. | |
¡Ángel de la inocencia, yo te imploro!... | |
Disipa estas quimeras. | |
Celestial hermosura, yo te adoro... | |
Mas ¡ay!... ¡Tú... no me quieras! | |
No se fijen tus vagar, ilusiones | |
Sobre mi ardiente seno. | |
Teme el triste furor de mis pasiones, | |
¡Y su oculto veneno! | |
Todos los fuegos que mi pecho inflama | |
Son rayos matadores. | |
Quema mi corazón todo lo que ama; | |
Sólo inspira dolores. | |
Sufra yo solo, y mi feliz querida | |
Enjugue en paz mi llanto; | |
Su voz arrulle el sueño de mi vida | |
Como un celeste canto. | |
Y duerma tu ilusión con mis temores | |
Tan sumida en el pecho, | |
Que pueda la virtud mullir de flores | |
Para los dos un lecho. | |
Alcémosle, mi bien, en la espesura | |
Que este valle guarece, | |
Lejos del mundo que con risa impura | |
La inocencia escarnece. | |
Y no importa que oscuros e ignorados | |
Nos rechace aquí el suelo, | |
Si nos ven a su gloria aproximados | |
Los ángeles del cielo... | |
¡Ven, ángel mío, ven!... La unión más santa | |
En mis brazos te espera... | |
Mira cómo la luna se levanta | |
Por la azulada esfera. | |
Como ella, por el cielo sostenidos, | |
Nosotros volaremos | |
Dó la oscura región de los sentidos | |
De lo alto miraremos. | |
Y pasarán cual sombra las pasiones; | |
Y allá, en otros momentos, | |
Podré sentir, mi bien, palpitaciones... | |
¡Nunca remordimientos! | |
Y abarcando, a su fin, de una mirada | |
Mi efímera existencia, | |
Diré: «Felicidad... o no eres nada, | |
O fuiste la Inocencia.» | |
1830. | |
A la muerte | |
Te teneam moriens, Tib. Eleg. , lib. I. | |
Ven a mis manos, de la tumba oscura, | |
Ven, laúd lastimero, | |
Dó Tibulo cantaba su ternura, | |
Dando a Delia su acento postrimero. | |
Y tráeme los ayes encantados | |
Con que dulce gemía, | |
Cuando ya con los párpados cerrados, | |
En brazos de su amor, desfallecía. | |
Ven, y el son de tu armónico suspiro, | |
Sobre mi arpa vibrando, | |
Al viento dé las ansias que respiro, | |
El fin de mi existencia preludiando. | |
Yo lloraré de un alma solitaria | |
El insaciable anhelo, | |
Invocando en mi lúgubre plegaria | |
Él solo bien que me reserva el cielo. | |
Yo ensalzaré tu celestial dulzura, | |
Muerte consoladora. | |
Yo cantaré en tus brazos tu hermosura; | |
Nadie en el mundo como yo te adora. | |
Parece ya que en el dintel sombrío | |
De la tumba dichosa | |
Siento exhalarse un delicioso frío | |
Que el ardor templa de mi sed fogosa; | |
Y que un ángel más bello que mi Lina, | |
Con semblante risueño, | |
En féretro de rosas me reclina, | |
Y el himno entona de mi eterno sueño. | |
«Venid, exclama, a los sepulcros yertos | |
A terminar los males. | |
No es ilusión la dicha de los muertos; | |
¡La nada es el vivir de los mortales!...» | |
-Lo sé, lo sé; mas de otro modo, un día, | |
Brillante a mis ardores | |
El campo de la vida se ofrecía | |
Vertiendo aromas y brotando flores. | |
«Dó más placer divise, dije ufano, | |
Allí está mi ventura. | |
El ser que me formó no es un tirano; | |
Y el bien en el gozar puso natura.» | |
«Destiérrese de mí la razón lenta | |
Y su impotente brillo; | |
Será mi norte lo que el pecho sienta; | |
Será feliz mi corazón sencillo.» | |
Dije, y cual ave del materno nido | |
Lancéme en vuelo osado; | |
La senda del placer hollé atrevido, | |
Siempre de sed inmensa arrebatado. | |
Corrí a las fuentes dó mi labio ardiente | |
Beber el bien quería; | |
y a su hidrópico afán desobediente, | |
El néctar del deleite no corría... | |
Y corrió por mi mal... ¡y era veneno! | |
Bebiéronle conmigo; | |
Crimen en vez de amor ardió en mi seno, | |
Fui amante inútil y funesto amigo. | |
Denso vapor al fin anubló el alma; | |
Y en letargo profundo | |
De quietud falsa, de horrorosa calma, | |
Dejé los hombres, y maldije al mundo... | |
¡Oh natura falaz! Tú me engañaste | |
Con pérfida mentira, | |
Cuando en mi débil corazón grabaste | |
Esa imagen ideal por quien suspira. | |
Pasó de mis fantásticas visiones | |
La magia encantadora; | |
¡Destino atroz!... no tengo ya pasiones; | |
Y un solo bien mi corazón implora. | |
Envía sólo un rayo de contento | |
Sobre mi hora postrera; | |
Dame un solo placer, sólo un momento... | |
El momento no más en que me muera. | |
Ya que entoldaste siempre mi ventura | |
Con tan nubloso velo, | |
Rasga en mi ocaso su cortina oscura, | |
Déjame, cuando expire, ver el cielo. | |
¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo | |
Que da la patria eterna, | |
A la que fue mi patria en este mundo | |
Volver me deja una mirada tierna. | |
Llévame de mi Landro a los vergeles, | |
Y allí, muerte piadosa, | |
Bajo los mismos sauces y laureles | |
Dó mi cuna rodó, mi tumba posa... | |
Apura, oh muerte, mi deseo apura... | |
Y a mis votos te presta. | |
Lleva a su colmo mi postrer ventura; | |
Premia un instante una pasión funesta. | |
Propicia a la ilusión que me alucina, | |
Llévame a la que adoro; | |
Tremola entre los brazos de mi Lina | |
Tu crespón para mí, bordado de oro. | |
En ellos ¡ay! exánime posando, | |
Mi rostro al suyo uniendo, | |
Al compás de su lloro agonizando, | |
Y sus tardías lágrimas bebiendo, | |
Mis brazos se enlazaran a su cuello, | |
Que apoyo me prestara | |
Para esforzar el último resuello | |
Que en sus labios mi espíritu exhalara... | |
¡Ay! accede al ansiar de un alma triste, | |
¡Muerte que anhelé tanto!... | |
Y en vez de esa corona que no existe, | |
¡Cubra una flor no más tu negro manto! | |
Mas no... no cederás tu poderío, | |
¡Oh destino inclemente! | |
Y contra el mármol del sepulcro mío | |
Con furor ciego estrellarás mi frente. | |
Mi tierna juventud, mis padeceres, | |
Mi llanto no te apiada... | |
¡Moriré, moriré!... mas sin placeres; | |
¡Ay! ¡moriré fin ver a mi adorada! | |
1829. | |
A alborada | |
Poesía gallega | |
¡Ay miña pequeniña! | |
¡Qu'ollos bonitos tés! ¡Que brilladores! | |
¡Case salta a alma miña, | |
É vendo os teus colores, | |
Ver me parece todos os amores! | |
Agora qu'á alborada | |
Os dulce paxariños xa cantaron, | |
É da fresca orballada, | |
N'as perlas os ramiños se pintaron, | |
Agora ¡qué diviños | |
Brillaran os teus ollos cristaliños! | |
¡Ay! asoma esas luces, | |
Asoma a esa ventana, miña hermosa; | |
Tú que sempre reluces | |
Con elas máis lustrosa | |
Qu'á Luna, cando nace silenciosa. | |
Verásme aquí cantando, | |
Xunto estas augas craras, estas penhas, | |
Verásme aquí agardando | |
Que se rompan as lúgubres cadenas | |
D'a noite que m'aparta | |
De quén nunca a alma miña se véu farta. | |
Mírame, sí, querida, | |
Cando d'o blando sono te levantes, | |
Máis fresca, é máis garrida | |
Qu'estas frores fragantes, | |
Qu'á espuma d'estas ondas resonantes. | |
¿E ainda non parecen | |
Eses olliños teus? ¿Dormes rosiña? | |
¿Dormes, é resplandecen | |
Os campanarios altos d'a mariña? | |
¿Ainda non oiche | |
Aquela dulce voz que m'aprendiche? | |
¿Déixasme qu'aquí solo | |
Á as áugas lles dirixa os meus acentos, | |
É non vés ao meu colo | |
Fartarme de contentos, | |
É amante aproveitar esteis momentos? | |
Des d'aquí vexo os mares | |
Serenos, estenderse alá no ceo; | |
Oio d'aquí os cantares | |
Da pillara fugaz, d'o merlo feo, | |
Pero o teu seno lindo | |
Non ovexo, meu bén, qu'estas durmindo. | |
Xa se foi o luceiro; | |
Desperta d'esa cama, miña rosa; | |
Desperta, é ven primeiro | |
Abrir á venturosa | |
Ventana d'o teu carto: ven graciosa. | |
Sál como sempre sales, | |
Máis diviña qu'á diosa de Citera | |
Salindo dos cristales, | |
Máis galana qu'á leda primavera | |
Esparcindo rosales: | |
Venus pra min, amante, | |
Primavera, mañan, é fror fragante. | |
Xa te vexo salindo | |
Mirarme, é retirarte avergonzada, | |
¿É de quén vás fuxindo | |
Tontiña arrebatada? | |
¿Do teu amor que canta n'a enramada? | |
Non fuxas, non, querida; | |
Ven aquí: baixa á escala sin temores: | |
Esa frente garrida | |
Á miña man á cubrirá de frores; | |
Xa as teño aquí xuntiñas; | |
¡Qué venturosas son! ¡Qué bonitiñas! | |
Ven despeinada ainda | |
Darme o primeiro abrazo, darm'a vida | |
¡Canto es así máis linda! | |
Ven qu'a mañan frorida | |
Solo pr'os que se queren foi nacida. | |
Non, non, durme, descansa, | |
Naide turbe o reposo d'o teu peito: | |
Plácida quietud mansa | |
Sin cesar vele o téu hermoso leito: | |
Durme, que non tés penas, | |
É acaso en min soñando te enaxenas. | |
Reposen os teus ollos, | |
Eses ollos diviños, venenosos: | |
Tamén finos cogollos | |
N'os rosales pomposos | |
Agardan por abrirse recelosos. | |
Sí, miña prenda amante: | |
Eu cantarei aquí mentras que dormes. | |
¡Ay qu'o Landro brillante | |
Non é dourado Taxo; nin o Tormes | |
Alinda o meu retiro! | |
Durme, si, durme, mentras qu'eu suspiro. | |
Mayo 11 de 1828. | |
La inmortalidad | |
Epístola a Genaro(2) | |
... anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est | |
Sublimes animas; iterumque ad tarda reverti | |
Corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?... | |
Virg. AEneid. lib. VI. | |
Decretada ya está por el Destino | |
Mi eterna suerte al fin: siempre sombrío, | |
Sólo la oscura soledad me agrada; | |
Claustros y torres, bosques y ruinas. | |
Buscando alivio a una pasión tan triste, | |
Cual hoy me abrasa lo interior del pecho, | |
Vengo a templar las llamas que me cercan, | |
Junto a estos muros santos, dó reposan | |
Generaciones mil; aquí gustoso | |
Cerca miro las olas estrellarse, | |
Las luchas remedando de mi pecho; | |
Y más cerca, las urnas solitarias | |
¡Aumentando el pavor de las tinieblas! | |
Ellas me aguardan, ¡ay! ¡Genaro amigo! | |
Cual incierto marino, descubriendo | |
La playa a dó los vientos le conducen, | |
Primero ve desde la erguida popa | |
Qué mansión el destino le prepara; | |
Así yo, de las olas dó fluctúo | |
Contemplo el puerto a dó ru rumbo lleva | |
La contrastada nave de mis días. | |
La contrastada nave de mis días. | |
¡Ignorada región!... ¡Oh! si a lo menos | |
De aquel país oscuro, algún viajero | |
¡Tornase a las mansiones de la vida!... | |
¡Supiera el hombre su eternal destino! | |
Mas ¡ah! no vuelven; y el postrer letargo, | |
Es cima que, una vez ya traspasada. | |
El mísero mortal nunca recobra. | |
Pero ¿puede lo eterno a los humanos | |
Parar arrebatado el pensamiento? | |
¡En vano un muro inmenso nos separa! | |
¡Cuan corta es la carrera de la vida | |
Al rápido correr de aquella mente, | |
Que altiva, impetuosa, irresistible, | |
Supo escalar la cima de los cielos | |
Ensanchando el espacio, y de los mundos | |
La inmensidad continua dilatando! | |
¡Cuán estrecha, al vagar interminable | |
De la ambición continua de aquel pecho, | |
De aquellos corazones, incesantes | |
En querer disfrutar; de aquella hidra | |
Que siempre en mil pasiones renaciendo, | |
Nunca tranquila reposó y cansada! | |
¡Vano es parar el rápido torrente | |
A orillas del abismo en que se sume! | |
Deseó siempre el corazón humano... | |
¡Hasta la tumba, deseó constante! | |
Vio el sepulcro; cesó la ilusión grata | |
De por siempre existir, y al fin un día, | |
A fuerza de ver muertes, convencíase | |
Que era fuerza morir. Más... ¿pudo entonces | |
Contener sus miradas, y sereno | |
El cuadro terminar de sus afanes | |
En el abismo horrible de la nada? | |
¿Pudo ver sin espanto el desgraciado | |
Su vida terminar hórrida y triste, | |
Sin aguardar un bien, entre las tumbas, | |
Que en el mundo engañoso no topara? | |
¿Pudo mirar el déspota tranquilo | |
No reinar más, ni ya bajo sus plantas | |
La humanidad postrarse? ¿Pudo un día | |
El tierno esposo, el cariñoso padre, | |
El sensible amador, adiós eterno | |
A la esposa querida, al hijo amado | |
Decir sereno, y de los dulces lazos | |
De amor... ¡por siempre más!... desenredarse? | |
No; que en el sueño de la corta vida | |
Soñó también que prolongados fueran | |
Con la muerte sus días; y abrazóse | |
Con tan dulce ilusión. Quiso a la muerte | |
El velo arrebatar con que cubriera | |
Del porvenir inmenso los abismos; | |
Y al abrir con sus ojos el sepulcro, | |
A través de las fétidas reliquias, | |
Del placer y la paz vio los destellos. | |
¡Ay! ¡No fue engaño su dichosa idea! | |
¡Encanto dulce! ¡imagen de consuelo! | |
¡Oh! si del hombre todos los delirios | |
Fuesen tan gratos... ¡venturoso fuera! | |
Aquí, mi amigo, de Platón guiado, | |
A la luz de las lámparas sombrías | |
Que sobre estas columnas reverberan, | |
Mi mente me dictaba lo que al hombre, | |
Ambicioso por siempre, extender place | |
Más allá de la tumba ¡oh mi querido! | |
¿Por qué en sueño tan grato despertarme | |
Quiere una ciencia inútil y funesta? | |
¿Por qué abrirme a la luz los ojos ciegos, | |
Luz que no pueden, débiles, llorosos, | |
Sufrir sin turbación? Ya que el humano | |
Marchitó las guirnaldas, que a la vida | |
Al salir de sus manos, dio natura, | |
Deja que espere, al fin de su carrera, | |
Puro placer y paz interminable. | |
¡Ah! ¡qué importa si es sólo una esperanza! | |
También sobre la tierra una esperanza, | |
¡Son solamente los ansiados goces! | |
Al alma nunca sacia lo presente; | |
Esperar el placer... ¡es disfrutarle! | |
Pero, ¿qué pudo en manos de los hombres | |
Puro permanecer? Todo... inocente | |
Nace; mas ¡ay! que al soplo del malvado | |
Brota la sangre... agóstanse las flores! | |
Deseaba intranquilo el infelice | |
Sus días terminando, ver de nuevo | |
Sin término otra vida levantarse; | |
Cuna el sepulcro fue de su ventura, | |
E impávido corrió, de sus vacíos | |
A lanzarse en la sima. En todas partes | |
Creó delicias raras y tormentos | |
Su mente arrebatada, y en diversas | |
Esperanzas el hombre dividido | |
Fue, como en cultos, razas y países. | |
Vio el muelle egipcio, el ingenioso griego, | |
Bajo las cavernosas catacumbas, | |
Mansiones de placer; deja el humano | |
Sus prendas breve plazo, se adormece, | |
Y allá despierta en ignorado reino. | |
El anciano Carón, barquero adusto, | |
Su sombra guía por neblosas ondas | |
Del Averno a los campos infinitos; | |
Ve del Erebo en la profunda noche, | |
En derredor de lóbregas cavernas, | |
Los genios de maldad silbar horribles, | |
¡Furias, Parcas y fúnebres ensueños! | |
De la orilla en el barro cenagoso, | |
Sumidos ve los manes insepultos, | |
Y escuchando los gritos penetrantes, | |
Que lejos dan los malos en sus penas, | |
Del Tártaro imagina los tormentos, | |
Y huye aterrado, y al Elíseo vuela, | |
De siempre pura luz mansión dichosa. | |
Allí torna otra vez a las delicias | |
Que tal vez suspendió; ve las queridas | |
Sombras que amara un día entre los hombres!... | |
¡Si allí bajara la que el ser me ha dado, | |
La estrecharía Madre cariñosa, | |
Cuál siempre la miré; y embriagada | |
Los elíseos jardines recorriendo, | |
A par de aquellos hijos que adoraba, | |
Prolongara el placer! | |
En vano Tisbe | |
Baja amorosa al hórrido sepulcro; | |
Su Píramo querido, entre los bosques | |
De fragante arrayan, prepara el lecho | |
Donde un amor eterno los corona | |
En juventud inacabable, ardiente!... | |
Allí, olvidados de su error funesto, | |
Se estrechan con placer: llanto de fuego | |
Baña sus rostros; el amante labio | |
Se une al labio feliz; juntos palpitan | |
Por siempre sus ardientes corazones... | |
Y si algún tanto su delirio cesa, | |
Un breve, suavísimo desmayo, | |
Cual fresca aurora del tostado Julio, | |
Suspende sus fatigas, y de nuevo | |
Los encendidos besos, los suspiros | |
Restallan ¡ay!... para durar eternos!... | |
¡Oh puerta del vivir... tumba dichosa! | |
Baja, si gustas, al risueño albergue | |
Dó el oriental voluptuoso espera, | |
Atravesando el peligroso puente, | |
Ceñir sus sienes con las palmas de oro | |
Del árbol de la dicha. En vano un día | |
Lloran su sangre de Ismael los hijos | |
Só el yugo de un sultán, o en los desiertos | |
¡La sed los quema y abrasados mueren! | |
La muerte es su placer; allá, acostados | |
En grutas de ámbar olorosas, miran | |
Serpear por campiñas de diamante | |
Ríos de miel y néctar deliciosos. | |
Allí, entre flores y banquetes santos, | |
Dó angélicas criaturas administran | |
Al labio humano copas de ambrosía, | |
Mil candorosas jóvenes deidades, | |
Más puras que el azul de los espacios, | |
Siempre nuevos placeres añadiendo, | |
Jóvenes siempre, y siempre más hermosas, | |
Halagan sin cesar entre sus brazos | |
A aquellos pechos que el amor subyuga | |
Hasta más lejos de la triste huesa. | |
Allí en días más plácidos y tiernos | |
Que una noche de luna a los amantes | |
Recostados, al margen de un arroyo, | |
En brazos de sus célicas amadas | |
Se encantan con los sones melodiosos | |
De mil campanas de cristal radiante, | |
Que se mecen pendientes de las ramas, | |
Como un vergel de fúlgidas estrellas. | |
También entre el ramaje, que guarnece | |
De topacio las rocas, en las márgenes | |
De las divinas sonorosas fuentes | |
Entonan dulces cánticos y trinos | |
Mil pintadas suaves avecillas; | |
Donde nadan en éxtasis absortas | |
Las almas de los jóvenes poetas. | |
Tibulo encantador, Nasón amante(3) | |
Melodioso Meléndez, en aquellos | |
Retiros cantaríais a las bellas, | |
De estro y de amor perpetuos embriagados. | |
¡Oh si también allá, bajo los sauces, | |
O en el triste rincón de una pradera, | |
Posado entre las hojas de un aliso, | |
Cantase yo la luna y las tristezas! | |
¡Oh si cuando, mi acento entrecortado, | |
Cesase de llorar, y en mi extravío, | |
«¡Lina adorada!» extático exclamase... | |
Lina me oyera, y un suspiro solo, | |
Un sólo palpitar sacrificara | |
A la triste pasión que me devora!... | |
¡Oh cielo hermoso, a mi deseo vano... | |
Pero deja recuerdos ¡ay! tan dulces | |
A más sencilla edad; deja que el griego, | |
El romano, el egipcio, el persa muelle, | |
Y el bárbaro habitante de Bizancio, | |
Corran sus encantados paraísos; | |
Deja que torvo el Druida sangriento, | |
El fiero escandinavo, el bretón frío | |
Que en los bosques de Albión un tiempo erraba, | |
Circuyan las mansiones sepulcrales, | |
Para más destrozar sus enemigos, | |
Y devorar en bárbaros banquetes | |
Sus cadáveres negros humeando; | |
Deja que el europeo al cielo suba, | |
Entre celestes coros conducido, | |
A ver de Dios la majestad augusta; | |
Deja al árido ateo contemplando | |
Su ciego acaso y su espantoso nada! | |
Tú ahora, ven conmigo, atravesando | |
El paso hercúleo, y las turbadas ondas | |
Del mar que fiera dominó Cartago. | |
Ve allá en la margen del Ésaro humilde | |
Que atraviesa los muros de Crotona, | |
De un templo las columnas ruinosas. | |
Allí sentado un venerable anciano | |
Te dirige su voz, la voz que un tiempo | |
Los doctores del Indo le enseñaron; | |
Oye, mi amigo, su lección divina. | |
Pitágoras os habla; no el empíreo, | |
No campos placenteros, no festines | |
Os promete, ni amor: «Mortal», os dice, | |
«Tu vida pasará como las mieses | |
Que doran las llanuras cada estío, | |
Y otra vez volverás a la existencia. | |
Dó quier circula el fuego de la vida, | |
Y de una en otra criatura, corre | |
La inmensa escala de los seres todos». | |
Bien como el agua, que del mar se eleva | |
Vaga en nubes, despéñase en torrentes, | |
Y sosegada, fecundando el suelo, | |
Vuelve a la mar en variado curso. | |
Si felizmente la virtud hermosa | |
Orna tu vida, ilustra tus desgracias, | |
Serás dichoso en existencia nueva | |
Que el cielo te destina. ¡Oh tú, abatido | |
Mísero labrador, que só el arado | |
Desfallecido expiras, canta alegre | |
Himno de gloria; que a las altas gradas | |
Del sólio subirás, donde ora brilla | |
Tu bárbaro opresor. Y si allí sabio | |
La deprimida humanidad doliente | |
Tu corazón benéfico levanta, | |
Más dichoso serás, y a las campiñas | |
Y a las cabañas tornarás tranquilo! | |
¡Dogma consolador! ¡Dogma del cielo! | |
¡Oh, amigo mío! ¿Pudo más suave | |
Esperanza halagar mortales pechos? | |
Otro espere de Elíseos la fragancia; | |
Otro al Olimpo y los mayores orbes | |
Subir pretenda en venturoso vuelo. | |
Mas ¡ay! ¡cuán poco el corazón del hombre | |
Si es una siempre, halaga la esperanza! | |
La vida es lo que anhela; en vano dura | |
La desgracia, y anubla de sus días | |
La breve aurora; la desgracia misma | |
Le une a la vida más. Así el salvaje | |
Que en Spitzberg, de los eternos hielos | |
Entre el duro crujir pasó su infancia, | |
A la margen del Betis trasladado, | |
Suspira, en su vergel, por la natía | |
Estéril roca, y el erguido abeto, | |
La larga noche, y la enterrada choza | |
Envuelta en pieles y apretada nieve. | |
¡Oh, mi Genaro! Déjame que ceda | |
A tan grata ilusión: yo también quiero | |
Renacer otra vez. Odié la vida... | |
Y la espero mejor. ¡Ah! ¡cuán dichoso | |
Veré la tumba abrirse, y recibirme! | |
Sí, naceré otra vez. Desde otro asilo | |
Escribiré a mi amigo mis deseos; | |
Aspiraré otra vez de mi ardores | |
La llama infausta, vana, y los pesares | |
De la amistad, a par de sus delicias; | |
Aun otra vez en mi laúd doliente | |
La muerte cantaré; veré de nuevo | |
Las amenas riberas del Landrove | |
De otras flores cubiertas y otras ninfas. | |
Viviré un día, cuando ya no truene | |
Sobre la tierra la injusticia armada, | |
Y la oliva que nazca en el sepulcro | |
De los malvados, cubra con sus ramos | |
Los dichosos jardines de mi patria. | |
Ya no entonces mi voz saldrá rugiente | |
Entonando los himnos sanguinosos | |
Que el libre pecho entre los hierros canta. | |
Solo que aún triste, mi cansada huella | |
Vagará en los extensos panteones, | |
Y el polvo de los déspotas pisando, | |
Recorreré el recinto religioso | |
Dó reposan sus víctimas heladas. | |
Tal vez allí mi tumba descubriendo, | |
Meditando yo mismo en mis despojos, | |
Diré: «¡Aquí yace un amador sombrío! | |
No lejos mora su adorada Lina.» | |
Y el dulce sentimiento que me excite | |
El recuerdo que salga de la huesa. | |
De aquel sentir antiguo de mi pecho | |
Será tal vez el renovar confuso. | |
Allí vendrá un anciano, a quien el brazo | |
Dará una bella joven, cual guiaba | |
Al venerable Ossian blanda Malvina, | |
Entre las tumbas de Morvén sombrío. | |
«Joven», aquel anciano me dijera, | |
Cuando en los años de que tú disfrutas | |
Me vieron juguetón estas orillas, | |
¡Oh cuánto amaba al desgraciado amigo | |
Que ese mármol cubrió!... ¡cuántos momentos | |
Entre mis brazos acalló sus penas | |
Y exhaló su tristeza que expiraba! | |
¡Cuántos, al vislumbrar de oscura noche, | |
Un mismo lecho en calma deliciosa | |
Unió nuestro cariño, y escuchaba | |
La triste relación de nuestros goces! | |
¡Cuánto esa Lina!... ¡cuánto esa memoria!... | |
No ames, ¡oh joven!... Y llorando entonces, | |
Él posara su sien sobre mis hombros, | |
Yo bañara sus canas con mi llanto... | |
Otra vez y otras mil a mi Benino | |
Entre mis brazos enlazando al pecho. | |
¿Qué hay más bello, Genaro, entre los sueños | |
Que al hombre pensador dulces halagan? | |
¿Prefieres aguardarlo en las estrellas, | |
Mansión extraordinaria, que no idea | |
Por sí la humana mente, donde en éxtasi, | |
Ya sin humano sentimiento, vive? | |
Será el supremo este deleite acaso; | |
Pero a quien sus encantos no imagina | |
Profano... ¡ni es consuelo, ni esperanza! | |
No, amigo, no; si en lo futuro incierta | |
Vaga mi mente, mi razón me dice | |
Que sólo al soplo del placer franquea | |
Mi pobre corazón, fácil entrada. | |
¡Ay mi querido! Si la vida fuese | |
Dulce, como será la ansiada tumba, | |
No así sumiera en tétrico letargo | |
Aqueste corazón tan infelice, | |
Aqueste pecho, que vivir no puede | |
Sin que el aliento del amor aspire! | |
Dame, Genaro, tus consejos santos; | |
Haz que brillen mis días más serenos, | |
Y deja que la mano de la Parca | |
Se adelante hacia mí; nunca he temido | |
El filo atroz que a tantos estremece! | |
Me acordaré, muriendo, de mi amada, | |
Y expiraré tranquilo; mis deseos, | |
Mis placeres, e inquietas esperanzas, | |
Y mis delirios, todos, se acabaron; | |
¡Venga después lo que me guarde el cielo!... | |
¡Mejor será que mi penosa vida! | |
¡Acaso mi memoria algún agrado | |
Te traiga entonces!... viéndose, con flores, | |
-Sin ambición, ni envidias, ni rencores-, | |
El ciprés de mi tumba engalanado. | |
Abril 21 de 1829. | |
Mi color | |
¡Oh cual me place, hermosa, | |
La blancura festiva | |
Con que pinta la aurora | |
La cuna de los días! | |
El cisne en los estanques | |
Que sus alas erguidas | |
Ostenta, y por los aires, | |
Cual blanco rayo, gira; | |
La cándida paloma, | |
Mensajera de dichas; | |
El jazmín oloroso, | |
Y la azucena altiva; | |
Las nacaradas conchas | |
Por la playa esparcidas, | |
La espuma de los mares, | |
Y la nieve en las cimas, | |
Cuando el cierzo las nubes | |
Allí apiñadas limpia... | |
¡Qué blancas y qué hermosas | |
Son a mis ojos, Lina! | |
Cuando la primavera | |
Sale vertiendo risas, | |
Coronando los bosques, | |
Vistiendo las campiñas, | |
Y a los frescos arroyos | |
Esmalta las orillas, | |
Con mil cándidas flores | |
Nevadas margaritas, | |
Parece al firmamento, | |
Cuando en noche tranquila | |
Mil plateados astros | |
Por los espacios vibran; | |
También la pura rosa | |
Con su color hechiza | |
El seno que perfuma, | |
Los ósculos que liba; | |
¡Ay qué color tan bello | |
El de la rosa, Lina! | |
El oriente y ocaso | |
Con sus nubes carmíneas, | |
Inspirando deleites | |
Al expirar el día; | |
Los pacíficos mares | |
Cuando el sol ya declina, | |
Y en las olas oculta | |
Sus trenzas de oro, tibias; | |
Los pechos palpitantes | |
Donde el amor anida, | |
O en atrevido vuelo | |
Regalado se agita; | |
Las mejillas que besa | |
Cuando ardiente se anima... | |
Todo la bella rosa | |
Con su color eclipsa; | |
¡Todo!... bien que si brotan | |
Halagüeña sonrisa | |
Los amorosos labios | |
De la adorada mía... | |
Escóndese la rosa | |
No púdica... ¡de envidia! | |
¿Y no es también hermoso | |
El color de la espiga | |
Cuando en mares de oro | |
Fluctúa con la brisa, | |
O cuando resplandecen | |
Allá por las marinas | |
Las apartadas playas | |
Que el horizonte alindan? | |
Pues, ¿y el dorado fruto | |
Que en el vergel domina? | |
¿La olorosa naranja, | |
Las pomas que Amor pinta, | |
Y a través de las hojas | |
Se mecen suspendidas? | |
Es hermoso el dorado; | |
Y más bello, mi Lina, | |
El azul majestuoso | |
De la bóveda empírea; | |
El verde de los mares, | |
y el verde, que varía | |
En mil gratos matices, | |
Si el aire y sol le rizan! | |
Vedle ya, de esmeraldas, | |
Y de grama que ahija, | |
De las blandas praderas | |
Tejer la alfombra rica, | |
Dó el triste Sar arrastra | |
Sus aguas escondidas; | |
Ya con tortuosas ramas | |
De las lozanas viñas | |
Vestir con verdes visos | |
Las amantes colinas | |
Que el raudo Miño asorda. | |
O el Avia fertiliza; | |
Ya en el vergel frondoso, | |
Corona siempre viva | |
De aquel plácido Landro | |
Que vio nacer mis días, | |
Donde voló mi infancia... | |
(¡Halague mis cenizas!) | |
Pintar los tiernos juncos, | |
Las hojas, que acarician | |
El pérsico meloso, | |
Las fresas y las guindas; | |
Al nogal corpulento, | |
Las copudas encinas | |
Cubrir de augusta sombra; | |
Y en la choza pajiza | |
Dó el labrador sencillo | |
Goza serenas dichas, | |
Teñir el musgo y yedra | |
Que los muros abrigan. | |
-Mas ¡ah! ni el blanco puro | |
Ni la rosa encendida, | |
Ni el oro refulgente, | |
Ni el azul que ilumina | |
Los ámbitos del cielo, | |
Ni el verde que matiza, | |
Son, amada, a mis ojos, | |
De más plácida vista | |
Que el negro de la noche, | |
Cuando triste respira | |
Mi corazón perdido | |
En su melancolía; | |
¡Entonces todo es negro! | |
Las montañas erguidas, | |
Los árboles espesos, | |
Los campos y las villas; | |
Negro es el Sar medroso, | |
Y negras sus orillas; | |
Negros esos retiros | |
Donde el alma medita; | |
Y puesto que tus ojos | |
También con negros, Lina... | |
Negro mi color sea... | |
¡Negra la suerte mía! | |
Diciembre 11 de 1828. | |
Mi reclusión | |
Cuando al sumirse la existencia mía | |
Bajo estos elevados paredones, | |
De sus vagos delirios e ilusiones | |
Libre creí mi ciega fantasía; | |
Cuando, dejado el mundo tumultuoso, | |
Estos tranquilos techos me acogieron, | |
Y sombras, y silencio delicioso | |
A mi inquietud febril sobrevinieron, | |
Mis labios sonrieron, | |
De blando gozo se inundó mi pecho, | |
Y exclamé satisfecho: | |
«¡Al fin tendré aquí paz!... y sepultado | |
En mi lúgubre asilo, | |
Aquí seré olvidado; | |
¡Viviré oscuro, viviré tranquilo!» | |
«De vana gloria, y ambición exento, | |
Sobre el dolor y el infortunio alzado, | |
No se verá mi corazón manchado | |
De orgullo vil, ni vil abatimiento. | |
Yo seré el mismo; empero mis pasiones | |
Las mismas no serán... ¡ya se apagaron! | |
Sin pábulo mis ciegas ilusiones, | |
Un pecho dejarán que atormentaron. | |
Mis deseos se helaron, | |
Que ya no los inflama la esperanza; | |
Y en súbita mudanza | |
Despeñado al abismo del olvido, | |
Menospreciado luego, | |
Después aborrecido, | |
¡Al fin también se extinguirá mi fuego!» | |
Dije, y entré. Mi tétrico retiro | |
Me abrió en silencio sus antiguas puertas, | |
¡Salve! les dije a sus paredes yertas, | |
Y mi triste saludo fue un suspiro. | |
Extático quedé; se heló mi acento; | |
No lloraron mis ojos cual solían, | |
Creí sentir la calma del contento, | |
Y mis afectos pareció que huían. | |
No huyeron ¡ay!... dormían; | |
Dormían fatigados, y humeando; | |
Estaban reposando, | |
Por más fuerza cobrar... ¡y despertaron! | |
Despertaron ardiendo, | |
Y otra vez circularon | |
Con nuevo brío en torbellino horrendo. | |
¡Vana fue mi quimérica esperanza! | |
¡Vano el encierro y soledad oscura! | |
Los males de mi pecho no hallan cura, | |
¡Jamás mi corazón tuvo mudanza! | |
No dejará de amar hasta que expire, | |
¡No dejará de arder hasta que muera! | |
Y aunque a breñas y a yermos me retire, | |
Conmigo llevaré mi pasión fiera. | |
Si aborrecer pudiera | |
Me juzgara infeliz, lo soy ahora | |
Porque mi pecho adora; | |
¡Y siempre lo seré!... mi aciaga suerte | |
Al amor me condena, | |
Y amor será mi muerte, | |
Amor mi vida abrasa, y la envenena. | |
Él es, él es el bárbaro castigo | |
De un infeliz que no conoce el crimen; | |
Sus lazos son los grillos que me oprimen, | |
No los cerrojos de mi oscuro abrigo, | |
No, ¡mármoles sagrados, altos muros! | |
Tal vez mi bien de vuestra guarda espero | |
¡Oh! no me le neguéis, patios oscuros; | |
Atended a mi acento lastimero. | |
No entre vosotros quiero, | |
Fantasmas de placer; no, de ilusiones | |
Que cebéis mis pasiones; | |
Corred tan sólo por mi mente un velo | |
De letárgico olvido, | |
Y aquí hallaré consuelo; | |
Aquí el reposo que lloré perdido. | |
Aquí de mi adorada los acentos; | |
No me harán palpitar, ni sus miradas | |
Sobre mis tristes ojos desmayadas | |
Tendrán en suspensión mis movimientos. | |
Vendrá a alumbrar mi calabozo el día. | |
¡Y yo no la veré!... la noche helada | |
Vendrá también, y entre su niebla umbría, | |
Tampoco la veré; ni en mi morada, | |
Contra mí reclinada, | |
Podrá tocar mi labio enardecido | |
La orla de su vestido; | |
Ni exhalando en su seno mi tristeza, | |
Posaré en su regazo | |
Mi lánguida cabeza; | |
¡Ni de su cuello penderá mi brazo! | |
Y así borrada en mi cruel despecho | |
Será su imagen, su recuerdo amante. | |
Yo llegaré a no amar, vendrá un instante | |
Que yerto quede, y sin amor mi pecho. | |
¡Vendrá... pronto vendrá!... cuando me muera, | |
Cuando al sepulcro baje ya vecino... | |
Allá en su seno la quietud me espera; | |
Allí te olvidaré. No; no imagino, | |
Mi bien, otro destino | |
Donde no pueda amarte; ni en la muerte | |
¡Dejaré de quererte! | |
Que ni desgracias, ni mi oscura vida, | |
Ni mi injusto castigo | |
Me privarán, querida, | |
De verte siempre, y de vivir contigo. | |
¡Nunca! En vano se cubre mi morada | |
De ciega oscuridad; en sus visiones | |
Veo brillar tus ojos, tus facciones, | |
Siento sonar tu voz enamorada | |
Por estos patios lúgubres vagando | |
En el silencio de la noche oscura. | |
Siempre estás ante mí... siempre temblando | |
¡De ti imploro el abrazo de ternura! | |
Mi planta se apresura | |
Por volar a tus pies. Mas... ¡sombra vana! | |
Cada vez más lejana, | |
Mi frenético anhelo no te alcanza; | |
Y delira, y te sigue, | |
Y en trémula esperanza | |
¡Cada vez más iluso te persigue! | |
Breve tal vez y turbulento sueño | |
Reposo intenta dar a mis ardores; | |
Pero entre sus fantásticos vapores | |
Yo te busco, y te tengo, dulce dueño! | |
Y torna al punto mi cruel desvelo, | |
Y en hórrido delirio me levanto; | |
Brilla la aurora; se ilumina el cielo, | |
¡Mas mi ilusión no cesa, ni mi encanto! | |
Ni el ardoroso llanto | |
Su curso suspendió... ¡triste mañana!... | |
La fúnebre campana | |
Pulsa en mi corazón; pero sus sones | |
Al anunciar el día | |
No alejan las visiones, | |
De mi siempre anublada fantasía. | |
A todas horas sin cesar te veo; | |
Siempre están palpitando tus acentos | |
Sobre mi alma... ¡Todos los momentos, | |
Mi vida toda... en adorarte empleo! | |
Que mi vida es amar; mi pecho ardiente | |
Mas no sabe ni quiere; ¡mas no espera! | |
Mi deidad es amor (mi labio miente), | |
¡Mi deidad eres tu!... Yo no existiera | |
Si amor no sostuviera | |
Esta máquina débil, en alimento | |
Es la pasión que aliento; | |
Y en el combate eterno en que batallo, | |
Es mi sangrienta daga; | |
La sola dicha que hallo, | |
¡El único deleite que me embriaga! | |
¡Cuan puro este place naciera un día, | |
Y que en breve mudó! Mi desventura | |
Aquella aurora emponzoñó tan pura, | |
¡Hoy ya suplicio de la vida mía! | |
¡Tú... tú también mudaste, dulce dueño! | |
Ya no es tu rostro el plácido semblante | |
Dó lozano vigor brilló risueño, | |
Cuando yo no cuidaba ser tu amante, | |
Palidez devorante | |
Marchita tus mejillas nacaradas; | |
Tus célicas miradas | |
Salen allá de esos hundidos ojos... | |
Tus labios son ruinas; | |
Tus cabellos, despojos. | |
¡Tú también al sepulcro te avecinas! | |
Pero nunca más gracias te hechizaron | |
¡Nunca tan bella así me pareciste! | |
¡Ama mi corazón todo lo triste!... | |
Y esos los rayos son que me abrasaron. | |
¡Pero... más triste yo! -Si se presenta | |
En mis ardidos labios falsa risa, | |
Es calma que presagia la tormenta, | |
Como presagia el huracán la brisa; | |
¡Oh mi Lina!... sumisa | |
Tu nombre al pronunciar, la voz me falta | |
Mi cabeza se exalta | |
Sólo a tu idea... tiemblo al escucharte, | |
Mi vista desvaría | |
Atónita al mirarte, | |
¡Y al asirte en mis brazos, moriría! | |
No... no es éste el amar de los mortales; | |
No es este su querer pálido y frío... | |
¡Es gozar, es morir!... ¡luz... desvarío! | |
¡Gloria sin fin, tormentos infernales! | |
-Ven a mí, dulce bien, tú mi consuelo, | |
Y yo el tuyo seré; ¡y uno seremos! | |
No en vano tan iguales nos dio el cielo | |
El amor y el dolor, lazos extremos! | |
Ven... los dos lloraremos: | |
Yo enjugaré tus lágrimas ardientes, | |
Con besos más fervientes. | |
Tú sostendrás con plácidos abrazos | |
Mi triste caimiento; | |
Y si muero en tus brazos, | |
¡Tuyo será mi postrimer aliento! | |
¡Imagen de placer! ¡Sombra perdida | |
De un delicioso fin! ¡Sorda venganza | |
Del Destino, ahogó en germen mi esperanza! | |
Esperanza del bien... ¿dónde eres ida? | |
Mas... ¡cuando esperé yo!...Días pasaron | |
Que feliz pude ser -¡nunca lo he sido! | |
¡Ay! ¡cuando más mis llamas se elevaron, | |
Fue cuando el cielo decretó su olvido! | |
¡Ay dulce bien querido!... | |
No, ya no pido amor; guárdale pura | |
A quien con más ventura, | |
(Si con menos amor) lograrte pueda, | |
¡Oh! ¡nunca merecerte! | |
A mí sólo me queda | |
¡Llorar, amarte... ambicionar la muerte! | |
En la muerte de un hermano niño | |
¡Caro hermanito mío! | |
¡Cómo el soplo ligero de tu vida | |
Dejó tu cuerpo frío! | |
¡Qué pronto fue abatida, | |
La flor de tu existencia interrumpida! | |
¡Cuán breve cesó el lloro | |
Que las primeras penas te arrancaron! | |
¡Como al empíreo coro | |
Tus lágrimas se alzaron, | |
Y a las caricias nuestras te robaron! | |
Aún la undécima luna | |
De tu vivir efímero duraba; | |
Aún la vaga cuna | |
Tu dormir arrullaba, | |
Y el néctar maternal te alimentaba. | |
¡Cuál tu trémula mano | |
Ya en cariñosa muestra se tendía! | |
Ya juguetón y ufano, | |
La primera alegría | |
En tu purpúreo labio sonreía. | |
Y ya tu informe acento, | |
Por un plácido instinto, señalaba | |
El rayo de contento, | |
Que a tu labio asomaba | |
Si el nombre maternal balbuceaba. | |
Bello cual la inocencia, | |
En tus mejillas derramara Flora, | |
Sus tintas y su esencia; | |
Tu risa encantadora, | |
Era como la risa de la aurora. | |
Dormías al arrullo | |
De tu Madre, envidiada y envidiosa; | |
Cual yace en su capullo | |
El botón de la rosa, | |
Que mece el aura, de gozarle ansiosa. | |
Como un sutil aliento | |
La encapotada muerte, introducida | |
En súbito momento, | |
A tu cuna querida, | |
¡Vino a apagar la antorcha de tu vida! | |
¡Vano fue que en sus brazos | |
El maternal cariño te estrechase!... | |
Que en ansiosos abrazos | |
Tu calor alentase, | |
Y alma nueva en sus besos te inspirase. | |
Su llanto enardecido | |
Sobre tus yertos miembros descendía; | |
Con ardiente gemido | |
Su pecho te oprimía... | |
¡Y nueva vida al tuyo dar quería! | |
Tus ojuelos brillantes | |
De una pálida nube se empañaron; | |
Tus venas palpitantes | |
Su curso retardaron, | |
Y en inacción helada desmayaron! | |
La Parca destructora | |
En tus lívidos labios ha tendido | |
Su mano engañadora; | |
Tu aliento fue oprimido, | |
Y el color de tus rosas extinguido. | |
En tanto... Ángel airoso, | |
Rápido de los cielos descendiendo, | |
Con un beso amoroso | |
Tu vida recogiendo, | |
En sus labios a Dios la fue subiendo. | |
Tu espíritu divino | |
Voló sobre la esfera refulgente; | |
Y el cielo cristalino, | |
En su primera fuente | |
Recibió el soplo que animó tu mente. | |
Dejaste los mortales, | |
Dejaste nuestro suelo de dolores; | |
Dejaste nuestros males, | |
Y en eternos dulzores | |
Trocaste nuestros duros amargores. | |
¿Quién sabe si la suerte | |
Mil ásperas cadenas te forjaba? | |
Para tu dura muerte, | |
Si tal vez afilaba | |
La más cruel saeta de su aljaba? | |
Acaso algún tirano | |
En ti su torva saña esgrimiría; | |
Tal vez luchando en vano, | |
En desigual porfía | |
Tu infelice vivir terminaría. | |
Tal vez de injusta guerra | |
El odioso aparato te llevara | |
A desolada tierra, | |
Do tu vida acabara | |
Lejos del seno de tu Patria cara. | |
En vano en los desiertos, | |
Tu lánguido ayear repetirías; | |
Con los brazos abiertos, | |
En vano te alzarías, | |
Y a tu mísero hermano llamarías | |
¡En cuán feliz instante | |
Las miserias terrenas te dejaron! | |
Pero aún tierno infante, | |
Los dolores turbaron | |
Ese corto vivir que te arrancaron. | |
Sin gustar los placeres | |
Bajaste a los abismos del olvido, | |
Continuos padeceres, | |
Y continuo gemido... | |
Lloro continuo tu vivir ha oído! | |
Pero no las pasiones | |
En sus volcanes fieros te abrasaron; | |
Ni en rebeldes facciones | |
Tus deseos se alzaron, | |
Y en pos de falsos bienes se afanaron. | |
Jamás las amarguras | |
De los nombres más dulces conociste; | |
Ni en las mismas ternuras | |
De la amistad, sentiste | |
Cuanto pueda doler al alma triste! | |
Nunca tiernos abrazos | |
Inflamarán el fuego de tus venas; | |
Nunca en amantes lazos | |
Sentirás duras penas, | |
Ni el peso oprimidor de sus cadenas. | |
Ni de ambición sangrienta | |
En carro atronador serás llevado; | |
Ni la espada cruenta | |
Penderá de tu lado. | |
-¡Ay! duerme, duerme en sueño reposado! | |
En el dulce regazo, | |
Tu alientose apagó dó se encendiera; | |
Tu muerte fue un abrazo, | |
¡Oh... feliz!... ¡quién muriera | |
Tan dulcemente... sin cuidar que muera! | |
Breve sueño dormirte, | |
¡Cuán lejos ¡ay de mí! y te ha amanecido! | |
¡La vida transpusiste!... | |
-Hermanito querido; | |
¡Salí tras ti clamando... y eras ido! | |
Tiende a mí tus alitas | |
Del seno del Señor, donde reposas... | |
-Llévame adonde habitas; | |
Enséñame eras cosas | |
Que no oyó humano oído... ¡tan sabrosas! | |
De ellas siempre sediento | |
Mi corazón está desque respira; | |
Por ti serán mi aliento... | |
El estro de mi lira, | |
¡Y nueva vida que en mis venas gira! | |
Junio 26 de 1829. | |
Al silencio | |
Oda | |
Cuando mi alma embelesada canta | |
Allá dentro del pecho extasiado, | |
-Mi labio está callado, | |
Mi vista absorta, estática mi planta. | |
Y sólo en triste giro | |
Rompe el silencio con algún suspiro. | |
Mientras... la noche en negra colgadura | |
Enluta el orbe; callan las praderas; | |
En las solas riberas | |
Apenas el Océano murmura; | |
Y el silencio prosigue, | |
Y mi anhelante corazón le sigue. | |
Las fúlgidas estrellar, centellean; | |
Giran miles de globos por los cielos, | |
En prolongados vuelos | |
Los funestos cometas se pasean, | |
¡Y todo calla!- en tanto... | |
Cunde en silencio el tenebroso manto. | |
Temblorosa Diana se presenta | |
El ámbar del rocío destilando, | |
Huye y vuela callando; | |
Llega la aurora y el silencio aumenta, | |
Arde el sol encendido, | |
Arde inmenso, y no se oye su ruido. | |
¡Salve, salve, silencio majestoso! | |
¡Sigue, callando, tu eternal carrera, | |
Mientras de esta ribera, | |
Mirando al mar y al campo nebuloso, | |
Solitario palpito... | |
El ruidoso gozar no necesito. | |
¿Qué era un tiempo la grata melodía | |
En el vergel umbroso resonando, | |
Y el eco fiel y blando | |
Que mi amor y mis penas repetía, | |
Si, mientras más sonaba, | |
Más mi pecho afligido se apenaba? | |
En este valle y fúnebres retiros | |
Oí un día mil plácidos acentos, | |
Amorosos lamentos, | |
Cánticos tiernos, flébiles suspiros... | |
Y del son regalado... | |
¡Sólo un recuerdo ingrato me ha quedado! | |
Oí por las cabañas de esta orilla | |
Mil repetidas quejas elevarse; | |
Al pastor lamentarse, | |
Al pescador gritar de en barquilla, | |
Y en sus alas el viento | |
Prolongaba el tristísimo lamento. | |
Allá en las puertas de ciudad oscura | |
Sólo tristes murmullos me aterraban; | |
En derredor zumbaban | |
Confusos gritos de maldad impura | |
Con audacia funesta, | |
Mientras callaba la virtud modesta. | |
El cavernoso abismo, de su seno | |
Abortó los tiranos y la guerra! | |
Gimió dó quier la tierra: | |
Tembló la mar al pavoroso trueno, | |
Y donde se mostraron, | |
Allí la humanidad encadenaron. | |
No es mío, no, los ayes lastimeros | |
Con que en los campos la miseria llora, | |
Ni recordar ahora. | |
Quiero vanos placeres pasajeros, | |
No humeantes murallas, | |
Ni el sangriento fragor de las batallas. | |
Que recostado en estas rocas quiero, | |
Lejos huyendo el turbulento mundo, | |
El silencio profundo | |
De la noche abarcar; y el orbe entero, | |
Cuan compasadamente | |
Eterno marcha, contemplar mi mente. | |
Sí, cual oculta el remontado cielo, | |
La sublime verdad en su tesoro, | |
Así el placer que adoro | |
Cubre su faz de silencioso velo; | |
Y el que en su seno goza | |
Mientras se oculta más, más se alboroza. | |
La noche, el mar, los cielos no acabados, | |
Los campos y desiertos extendidos. | |
Los ojos encendidos | |
Dó prende amor en vuelos abrasados... | |
Todo en silencio mueve... | |
Y el alma mía en su quietud se embebe. | |
Y como alguna vez ruge el Tonante | |
Con sorda tempestad, porque más puro | |
Brille el etéreo muro; | |
O cual se opone al triste caminante | |
Desierto inanimado | |
Porque más goce en el vergel cuidado; | |
Así exhala natura breve acento, | |
Que más vivo el silencio resucita; | |
Más amante palpita | |
El corazón en fatigado aliento, | |
Y de variar gustoso, | |
Torna más dulce al plácido reposo. | |
Tal de noche las aguas sonorosas | |
Se oyen bramar, retiemblan las montañas; | |
De sus hondas entrañas | |
Lanza el abismo voces temerosas; | |
Y otra vez se adormecen, | |
Y los lúgubres ecos enmudecen. | |
Mientras, suspira el viento en la floresta, | |
El río se desliza murmurando; | |
La fiera vagueando | |
Lanza por las tinieblas voz funesta; | |
Se queja Filomena... | |
Y mi amada tal vez llora su pena. | |
Sí, mi amada, mi bien, mi dulce Lina | |
A mí se acerca, y mudos nos hablamos; | |
En silencio gozamos, | |
Y mi frente en su seno se reclina; | |
Nuestros pechos se oprimen, | |
Y nuestros labios ¡ay! aman y gimen. | |
Gimen, sí, gimen: el sollozo ardiente | |
En que el seno agitado al fin prorrumpe. | |
Mi placer no interrumpe; | |
Más extasía la embargada mente; | |
Y cuanto más suspira | |
Más, en silencio, el corazón delira. | |
Así, cuando mi alma se arrebata | |
Contemplando en las tumbas silenciosas | |
Las sombras pavorosas | |
Que animadas mi mente se retrata, | |
Cuando la visión crece, | |
Al compás, la ilusión se desvanece. | |
Torno al silencio, los contentos míos, | |
El blando lloro, el meditar sereno, | |
Hallo sólo en su seno; | |
Y la pasión, los ciegos desvaríos, | |
La razón que los calma: | |
¡Salve, oh silencio... bálsamo del alma! | |
Enero 7 de 1829. | |