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ArribaAbajoCarta LXV

A la madre priora, y religiosas del convento de san José de Granada


Jesús

Sea con vuestras reverencias el Espíritu Santo. En gracia me cae la barahúnda, que tienen de quejarse de nuestro padre provincial, y el descuido que han tenido en hacerle saber de sí, desde la carta primera, en que le decían que habían fundado; y conmigo han hecho lo mesmo.   —279→   Su reverencia estuvo aquí el día de la Cruz, y ninguna cosa había sabido más de lo que le dije; que fue lo que por una carta me escribió la priora de Sevilla, en que le decían compraban casa en doce mil ducados.

2. A donde había tanta prosperidad, no es mucho fuesen patentes tan justas. Mas allá se dan tan buena maña a no obedecer, que no me ha dado poca pena esto postrero, por lo mal que ha de parecer en toda la Orden, y aun por la costumbre que puede quedar en tener libertad las prioras, que tampoco le faltarán disculpas. Y ya que hacen vuestras reverencias tan cortos a esos señores, ha sido gran indiscreción haber estado tantas, y como tornaron a enviar a esas pobres tantas leguas, acabadas de enviar, que no sé qué corazón bastó.

3. Pudieran haber tornado a Veas las que vinieron de allá, y aun otras con ellas, que ha sido terrible desconcierto estar tantas, en especial sintiendo daban pesadumbre, ni sacar las de Veas, pues sabían ya, que no tenían casa propia. Cierto me espanto de la paciencia, que han tenido. Ello se erró desde el principio: y pues vuestra reverencia no tiene más remedio del que dice, bien es se ponga, pues se tiene tanta cuenta, si entra una hermana, que por eso lo ha de haber. En lugar tan grande mucha menudencia me parece.

4. Reídome he del miedo que nos pone, que quitará el arzobispo el monasterio. Ya él no tiene que ver en él: no sé para qué le hace tanta parte. Primero se morirá que saliese con ello. Y si ha de ser para poner principios en la Orden de poca obediencia, harto mejor sería no le hubiese; porque no está nuestra ganancia en ser muchos los monasterios, sino en ser santas las que estuvieren en ellos.

5. Estas cartas que vienen para nuestro padre provincial, no sé cuándo se le podrán dar. He miedo no será de aquí a mes y medio, y aun entonces no sé por dónde irán ciertas; porque de aquí fue a Soria, y de allí a tantas partes visitando, que no se sabe cosa cierta a dónde estará, ni cuándo sabremos dél. A mi cuenta, cuando llegasen las pobres hermanas, estaría en Villanueva: que me ha dado harta pena la que ha de recibir, y el corrimiento: porque el lugar es tan pequeño, que no habrá cosa secreta, y hará harto daño ver tal disbarate; que pudieran enviarlas a Veas hasta avisarle, pues no tenían tampoco licencia para donde tornaron, que ya eran conventuales desa casa, por su mandamiento, y no tornárselas a los ojos. Parecía había algunos medios; pues se tiene vuestra reverencia toda la culpa de no haber avisado las que llevó de Veas, o si ha tomado alguna freila, sino no haber hecho más caso dél, que si no tuviese oficio.

6. Hasta el invierno (según me dijo, y lo que tiene que hacer) es imposible   —280→   ir allá. El padre vicario provincial plegue a Dios esté para ello; porque me acaban de dar unas cartas de Sevilla, y escríbeme la priora que está herido de pestilencia (que la hay allá, aunque anda en secreto) y fray Bartolomé de Jesús, que me ha dado harta pena. Si no lo hubieren sabido, encomiéndenlos a Dios, que perderá mucho la Orden. El padre vicario dice en el sobrescrito de la carta, que está mejor, aunque no fuera de peligro. Ellas están harto fatigadas, y con razón: que son mártires en aquella casa de otros trabajos que en esa, aunque no se quejan tanto. Donde hay salud, y no les falta de comer, que estén un poco apretadas, no es tanta muerte: si muy acreditadas con muchos señores, no sé de qué se quejan: que no había de ser todo pintado.

7. Dice la madre Beatriz al padre provincial, que están esperando al padre vicario, para tornar las monjas de Veas, y Sevilla a sus casas. En Sevilla no están para eso, y es muy lejos, y en ninguna manera conviene. Cuando tanta sea la necesidad, nuestro padre lo verá.

8. Las de Veas es tan acertado, que si no es por el miedo que tengo de no ayudar a hacer ofensas de Dios con inobediencia, enviara a vuestra reverencia un gran precepto; porque para todo lo que toca a las Descalzas, tengo las veces de nuestro padre provincial. Y en virtud dellas digo, y mando: Que lo más presto que pudiere tener acomodamiento de enviarlas, se tornen a Veas las que allá vinieron, salvo la madre priora Ana de Jesús: y esto aunque sean pasadas a casa por sí; salvo si no tuviesen buena renta para salir de la necesidad que tienen. Porque para ninguna cosa es bueno comenzar fundación con tantas juntas, para muchas conviene.

9. Yo lo he encomendado a nuestro Señor estos días (que no quise responder de presto a las cartas) y hallo que en esto se servirá a su Majestad; y mientras más lo sintieren, más. Porque va muy fuera de espíritu de Descalzas ningún género de asimiento, aunque sea con su priora; ni medrarán en espíritu jamás. Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo él; y no quiero que comience esa casa a ir como ha sido en Veas, que nunca me olvido de una carta, que me escribieron de allí, cuando vuestra reverencia dejó el oficio. Es principio de bandos, y de otras hartas desventuras, sino que no se entiende a los principios. Y por esta vez no tengan parecer sino el mío, por caridad: que después que estén más asentadas, y ellas más desasidas, se podrán tornar, si conviniese.

10. Yo verdaderamente que no sé las que fueron quien son, que bien secreto lo han tenido de mí, y de nuestro padre. Ni pensé vuestra reverencia llevara tantas de ahí; mas imagino, que son las muy asidas a   —281→   vuestra reverencia. ¡Oh espíritu verdadero de obediencia, cómo en viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla! Por él pido a vuestra reverencia, que mire que cría almas para esposas del Crucificado: que las crucifique en que no tengan voluntad, ni anden con niñerías. Miren que es principiar en nuevo reino, y que vuestra reverencia, y las demás están más obligadas a ir como varones esforzados, y no como mujercillas.

11. ¿Qué cosa es, madre mía, en si la pone el padre provincial presidente, o priora, o Ana de Jesús? Bien se entiende, que si no estuviera por mayor, no ternían para qué la nombrar más que a las demás, porque también han sido prioras. A él le han dado tan poca cuenta, que no es mucho no sepa, si eligieron, o no. Por cierto que me han afrentado, que a cabo de rato miren ahora las Descalzas en esas bajezas. Y ya que miren, lo pongan en plática, y la madre María de Cristo haga tanto caso dello. O con la pena se han tornado bobas, o pone el demonio infernales principios en esta Orden. Y tras esto loa vuestra reverencia de muy valerosa, como si eso le quitara el valor. Déseles Dios de muy humildes, y obedientes, y rendidas a mis Descalzas, que todos esotros valores son principio de hartas imperfecciones, sin estas virtudes.

12. Ahora se me acuerda, que en una de las cartas pasadas me escribieron, que tenía ahí parientes una, que les había hecho provecho llevarla de Veas. Si esto es que lo hace, dejo en la conciencia de la madre priora, que si le parece la deje; mas no a las demás.

13. Yo bien creo que vuestra reverencia terná hartas penas en ese principio. No se espante, que una obra tan grande no se ha de hacer sin ellas, pues el premio dicen que es grande. Plegue a Dios, que las imperfecciones con que yo lo hago, no merezcan más castigo que premio; que siempre ando con este miedo.

14. A la priora de Veas escribo, para que ayude al gasto del camino, como hay ya tan poca comodidad. Yo le digo, que si Ávila estuviera tan cerca, que me holgara yo harto de tornar mis monjas. Podrase hacer, andando el tiempo, con el favor del Señor; y ansí les puede decir vuestra reverencia, que en fundando, y no siendo menester allá, se tornarán a sus casas, como hayan tomado monjas ahí.

15. Poco ha que escribí largo a vuestra reverencia, y a esas madres, y al padre fray Juan, les di cuenta de lo que por acá pasaba, y ansí me ha parecido no escribir más desta para todas. Plegue a Dios no se agravien, como de llamarla nuestro padre a vuestra reverencia presidente, según anda el negocio. Hasta que acá hicimos elección, cuando vino nuestro padre, ansí la llamábamos, que no priora, y todo es uno.

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16. Cada vez se me olvida esto. Dijéronme que en Veas, aun después del Capítulo, salían las monjas a aderezar la iglesia. No puedo entender cómo, que aun el provincial no puede dar licencia; porque es un Motu propio del Papa con recias descomuniones, dejado de ser constitución bien encarecida. Luego, luego se nos hacía de mal, ahora nos holgamos mucho: ni salir a cerrar la puerta de la calle. Bien saben las hermanas de Ávila, que no se ha de hacer: no sé por qué no lo avisaron. Vuestra reverencia lo haga por caridad, que Dios deparará quien aderece la iglesia, y medios hay para todo.

17. Cada vez que me acuerdo, que tienen a esos señores tan apretados, no lo dejo de sentir. Ya escribí el otro día, que procurasen casa, aunque no sea muy buena, ni razonable, que por mal que estén, no estarán tan encogidas. Y si lo estuvieren, más vale que padezcan ellas, que quien las hace tanto bien. Ya escribo a la señora doña Ana, y quisiera tener palabras para agradecerle el bien que nos ha hecho. No lo perderá con nuestro Señor, que es lo que hace al caso.

18. Si quiere algo a nuestro padre, hagan cuenta que no le han escrito. Porque, como digo, será muy tarde cuando yo le pueda enviar las cartas. Procurarlo he. Desde Villanueva habrá de ir a Daimiel a admitir aquel monasterio, y a Malagón, y Toledo; luego a Salamanca, y a Alba, y a hacer no sé cuántas elecciones de prioras. Díjome, que pensaba hasta agosto no venir a Toledo. Harta pena me da verle andar por tierras tan calientes tantos caminos. Encomiéndenlo a Dios, y procuren su casa como pudieren con amigos. Las hermanas bien podían estar ahí, hasta hacerlo saber a su reverencia, y viera lo que convenía, ya que no le han dado parte de nada, ni haber nadie escrito la causa de por qué no llevan esas monjas. Dios nos dé luz, que sin ella poco se puede acertar, y guíe a vuestra reverencia. Amén. Hoy 30 de mayo.

Sierva de vuestra reverencia.

Teresa de Jesús.

19. A la madre priora de Veas escribo sobre la ida de las monjas, y que sea lo más secreto que pudiere: y cuando se sepa, no va nada. Esta dé vuestra reverencia, que la lea la madre supriora, y sus dos compañeras, y el padre fray Juan de la Cruz, que no tengo cabeza para escribir más.


Notas

1. Esta carta es extremada, y tiene un picante admirable de enseñanza; porque lo que escribía la Santa, o enojada, o enamorada, es de lo fino, y refino de la Iglesia.

Escribiola disgustada con las religiosas de Granada, de quien era prelada la madre Ana de Jesús, su más querida hija, y que después fue dechado de perfección en el mundo, como parece por su vida, escrita con pluma muy delgada, por el reverendísimo padre maestro fray Ángel Manrique, después ilustrísimo obispo de Badajoz, catedrático de Prima de Salamanca, hijo, y padre de la insigne, y real casa de Huerta, de cuya religiosa comunidad holgara yo copiar la observancia, y las virtudes.

2. Fue el caso, que estando santa Teresa de partida para la fundación de Burgos, se ofreció la de Granada, la cual encomendó la Santa a la madre Ana de Jesús, que a la sazón estaba en Veas, enviándole para ello dos monjas de Ávila: la una, la madre María de Cristo, de quien habla en esta carta, que acababa de ser priora; y la otra, Antonia del Espíritu Santo, una de las cuatro primeras, y el padre provincial le mandó, que llevase las demás del convento de Veas. Con esta ocasión debieron de ir algunas más de las que convenía. En lo cual le pareció a la Santa, que habría obrado algo el afecto natural de las religiosas de Veas, para con la madre Ana de Jesús, que las había criado a sus pechos desde su fundación.

3. Demás desto no dieron cuenta de lo obrado en la de Granada, ni a la Santa, ni al padre provincial. Y entre las religiosas debió de haber algún reparo, en si escribiendo a la madre Ana no la daba el título de priora. Estas fueron las culpas tan leves a nuestros ojos, que en los de la Santa merecieron tan agria reprensión, como aquí les dio, cuatro meses, y cuatro días antes de su felicísima muerte, en que dejó, como en testamento, a su sagrada reforma el oro precioso de las virtudes, en especial de la humildad, y obediencia. Imitando en esto a Cristo redentor nuestro, que al morir dejó impresas en el corazón de los fieles, con doctrina, y ejemplo, estas soberanas virtudes. Y al despedirse de sus discípulos, después de resucitado, les dio una severa reprensión, que llenó de mártires la Iglesia, como advirtió san Gerónimo: Et exprobavit incredulitatem eorum, et duritiam cordis: ut succedat cor carnem charitate plenum. Hinc quot catervæ Martyrum mortem hujus sæculi libenter affectant? (Marc. 16, v. 14; D. Hier. ibi.). ¿Qué de mártires ha dado a la Iglesia (dice san Gerónimo) y qué de coronas al cielo esta reprensión, que dio Cristo a sus discípulos al ausentarse de sus ojos? ¿Y qué de almas puras (diré yo) habrá dado, y dará a la gracia, y santos a la gloria, esta que dio santa Teresa a sus hijas al partirse dellas?

4. Aunque las faltas fueron tan leves, yo me persuado, que si oyéramos sus disculpas, pasaran de leves a ningunas; pero la Santa, como gran maestra, las va mortificando, enseñando, y disciplinando excelentísimamente: y dejó tan enseñada aquella casa de Granada para siempre jamás, que yo pasé por allí el año de 49, y hallé a las hijas, y sucesoras de la venerable Ana tan espirituales, y perfectas, que podían dar los consejos, que recibieron sus primeras fundadoras de la Santa.

5. En el número primero dice: En gracia me ha caído la barahund que tienen de quejarse de nuestro padre provincial. Tiene razón la Santa de llamarla así, porque raras veces hay quejas de comunidades, y va1   —284→   contra sus prelados, que no sea con grande barahúnda; porque comúnmente todas son voces, confusión, desorden, mucho ruido, y poca razón.

6. Añade luego: Y el descuido, que han tenido en escribirle: y conmigo han hecho lo mismo. Como quien dice: Quéjanse ellas, cuando nos hemos de quejar nosotros. Quéjase la culpa, cuando se ha de quejar la jurisdicción. Quéjanse los súbditos, cuando se han de quejar los superiores. Ni del padre, ni de la madre se acuerdan, y quieren después acertar, y sobre eso quejarse.

¡Oh qué dello hay en el mundo desto! Está ardiendo una comunidad en relajaciones, y porque el prelado toma la disciplina para reformarla, arde luego en quejas, y sentimientos. Cuando se ha de quejar el prelado de que prevalece lo malo, y no le dejan reducirle a lo bueno, se queja de lo bueno lo malo.

Pero no eran muy desentendidas mis madres, pues salían a las quejas ajenas al encuentro con las propias; y para mitigar el enojo que temían, manifiestan el enojo que tenían. Pero habíanlas con santa Teresa, que las conocía mejor que a sí mismas; y así les pone a la vista la culpa de sus descuidos, y la barahúnda de sus quejas.

7. En el número segundo, notándolas de que hubiesen comprado casa con tanto dinero, como doce mil ducados, dice: Que fueron justas (esto es de veras) contra ellas justamente las patentes del provincial. Como quien dice: A los prósperos, y felices es menester ajustar, y mortificar, que los infelices, y pobres harto andan mortificados.

Nunca recalcitraba el pueblo de Dios tanto como en sus felicidades. Así lo dice Moisés su caudillo: Incrassatus est dilectus, et recalcitravit: incrassatus, impinguatus, dilatatus, dereliquit Deum factorem suum, et recessit a Deo salutari suo (Deut. 32). En sus infelicidades era cuando se volvía a Dios. Así es el alma, con riquezas temporales se arriesga; y lo que es más, aun con las espirituales se suele desvanecer. ¡Oh Señor, lo que os debemos en habernos enseñado el camino de la cruz, y de las penas, la pobreza, y humildad!

8. Añade la Santa con grandísima gracia: Mas allá se dan tan buena maña a no obedecer, que no me ha dado poca vena esto postrero, por lo mal que ha de parecer en toda la Orden. Es discretísima frase: Buena maña de no obedecer; porque sin duda debían de no obedecer con maña. No obedecer abiertamente, no cabe en Carmelitas descalzas; pero no obedecer con buena maña, dando a entender, que no ha llegado el caso de obedecer, y que es mucho mejor no obedecer, y dar infinitas razones para no obedecer, y de la inobediencia hacer maña para no obedecer, eso sí que puede caber en Descalzas, y en Descalzos, y en cuantas personas hay espirituales, y perfectas. Pero aunque tal vez puede ser tolerable, y aun buena esta maña, más comúnmente suele ser imperfecta.

Es menester pensar dignamente de los superiores, y creer que saben más que nosotros. Es menester discurrir más en cómo se ha de obedecer, que en cómo se dejará de obedecer; porque si no se hace así, bien cierto es que nunca faltarán razones para todo: y muchas más en nuestra vanidad, para no obedecer, que para obedecer.

9. Añade la Santa: Que lo ha sentido por lo mal que ha de parecer   —285→   en toda la Orden. Como quien dice: Cuando se ha de establecer con la obediencia la Orden, establecer con la desobediencia el desorden, no puede ser cosa más desordenada. Es la obediencia los fundamentos de la Orden; si en su lugar ponemos la inobediencia, caerá por el suelo la Orden, y todo será desorden.

10. Arrima luego la Santa al inconveniente del escándalo el de la mala consecuencia, y ejemplo, donde dice: Y aun por la costumbre que puede quedar en tener libertad las prioras, que tampoco les faltarán disculpas. Como si dijera: ¿Cómo les han de faltar disculpas a las madres prioras, siendo hijas de nuestra madre Eva, que en su culpa fue la madre de las disculpas?

Tengan paciencia las madres prioras del Carmelo, y aun los padres priores; y pues mandan tres años enteros en sus oficios, mortifíquense en esta ocasión, y oigan esta severa conclusión de su madre: No han de tener libertad en el Carmelo los priores, ni las prioras: siervos han de ser, más que priores: inferiores, más que superiores: han de gobernar, y mandar sin libertad. ¡Fuerte cosa! ¿El que manda no ha de tener libertad? ¿Qué será del que obedece? Fuerte es, pero necesaria, y santa.

11. El que manda, no ha de mandar como quien manda, sino como quien obedece. ¿A quién? A Dios, a sus reglas, a sus constituciones, y a sus prelados, y con eso mandará con humildad, y no con soberbia, y vanidad. Muy diferente cosa es, que yo mande, porque debo, o porque quiero, porque Dios quiere, o porque yo gusto. Con esto último se envenena todo, por la propia voluntad, y con lo otro con la divina se mejora. Si yo mando, porque quiero, me obedecen penando, y reventando: y si porque Dios lo quiere, con alegría, y gozando. Si se quejan, digo: No lo mando yo, sino la constitución; no lo mando yo, sino Dios: y con esto no puede haber quejas, ni desabrimientos.

12. Nótalas luego, de que se quejen de los que las tenían en casa, y que paguen un beneficio con una queja. Pero cierto que en esto no andaban muy fuera de la orden de nuestra naturaleza miserable; porque no hay cosa más frecuente, que satisfacer un gusto con un disgusto, y dar por paga de un beneficio un sentimiento.

Sólo se puede extrañar, que esto sucediese a Carmelitas descalzas, porque en mi vida he visto criaturas tan agradecidas. Y no se les debe mucho en ello, pues lo heredaron todo de su madre; y las reprendería desde el cielo, si no lo hiciesen así.

13. Por eso para la Santa, que era sumamente agradecida, era esto de muy sensible tormento: conque defendiendo a su bienhechor, les dice: Que si era así, que no era tan largo, como querían, había sido gran indiscreción poner más peso del que podía tener sobre sí, llenándole la casa de más religiosas.

Una de las sinrazones del mundo es no medir bien los necesitados la carga a sus bienhechores, sino que cuanto más les dan, más les piden, y más les cargan, y sobrecargan: y si habiéndoles dado cincuenta les niegan uno, perdiéronse los cincuenta concedidos por el uno negado. Flacos somos al reconocer los beneficios, y al olvidarlos muy fuertes.

14. Luego dice con grande resolución en el número cuarto (porque   —286→   debía ser una de las discípulas de las religiosas para lo que obraron el ponderar, que el arzobispo quitaría la fundación): Reídome he del miedo que nos pone, que quitará el arzobispo el monasterio. Ya él no tiene que ver en él: no sé para qué le hace tanta parte, primero se morirá, que saliese con ello. En esta razón se manifiestan tres virtudes en la Santa excelentes. La primera, la de la prudencia, y conocimiento, con que reconoce que eran todas excusas, y vanos temores los que proponían sus hijas del recelo del arzobispo, al cual tomaban por capa, para conseguir su intento de excusarse con la Santa.

¡Pobres obispos y arzobispos! Ellos han de tener la culpa de todo. Si castigan, porque castigan; si callan, porque callan; si defienden la jurisdicción, son inquietos; si no la defienden, omisos.

15. Muestra la Santa su valor, donde dice: Ya el arzobispo no tiene que ver en el convento: no sé para qué le hace tanta parte. Como si dijera: Ya nos ha dado la licencia, y estamos exentas de su jurisdicción, ¿para qué me trae a este cuento el arzobispo?¿También el arzobispo tiene culpa de la inobediencia de vuestras reverencias? ¿Pecan vuestras reverencias, y págalo el arzobispo?

16. Pero si acaso se empeñaba en ello este prelado (que es lo más cierto; porque el Sr. D. Juan Méndez de Salvatierra, arzobispo que era de Granada, con la apretura de los años estériles, y de los muchos conventos de monjas; dificultó mucho esta fundación) la Santa con un celo de su padre Elías, y una vivísima confianza en Dios, añade: Primero se morirá, si lo intentare, que saliese con ello. ¡Qué profundas tienen echadas las raíces los santos patriarcas en la Providencia divina! ¡Qué segura su confianza en Dios! Lo contingente tienen por imposible; lo venidero aseguran cómo sucedió.

También puede ser que fuese muy viejo ese prelado, o que estuviese muy enfermo, conque le sería más fácil el morirse, que arrancar de cuajo una fundación. Algo parece esto a lo que refiere el docto, elocuente, y reverendo padre Pedro de Ribadeneira en la vida de san Ignacio, que habiendo entendido lo que el venerable, y docto cardenal Siliceo, arzobispo de Toledo, mortificaba a su religión en sus principios, cuando lo supo el santo en Roma, dijo: El arzobispo es viejo, y la Compañía moza, naturalmente más vivirá ella que no él.

17. Reduplica luego otra ponderación de inimitable celo la Santa: Y se ha de ser (dice) para poner principios en la Orden de poca obediencia, harto mejor sería no la hubiese. Como si dijera: Muera el arzobispo, y muera el convento, si no ha de haber obediencia en el convento; porque convento sin obediencia, no es convento, sino ruina, y perdición de las almas.

O qué justamente san Agustín reduce a la obediencia todas las virtudes, y a la inobediencia todos los vicios, cuando hablando de el precepto, que Dios puso a nuestros primeros padres, viendo que les prohibió una cosa antes del precepto permitida, pondera la excelencia de esta virtud, con que puso el precepto sólo por acreditarla, diciendo: Non potuit Deus perfectius demonstrare, cuantum sit bonum obedientiæ, nisi cum prohibuit ab ea re, quæ non erat mala. Sola ibi obedientia, tenet palmam: sola ibi inobedientia invenit pœnam (san Agustín in Sal. 70, v. 19).

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18. Dice luego la Santa: Porque no está nuestra ganancia en ser muchos los monasterios, sino en ser santas las que estuvieren en ellos. Esta máxima es tan clara, que parece que sobra la nota; y todavía es bien advertir, que aquí templa la Santa discretamente una ansia, que arde en el corazón humano comúnmente, no sólo en materias temporales, sino en las espirituales de multiplicar su semejante.

Porque en siendo un hombre soldado, a todos los querría hacer soldados: en siendo letrado, a todos los querría hacer letrados: en siendo religioso, a todos los querría hacer religiosos; y también en siendo malo, todos querría que fuesen malos. La Santa era fundadora, y santa: como santa a todos los querría hacer santos: como fundadora (mirando a su celo) querría estar siempre fundando conventos. En lo primero no puede haber inconveniente, porque hacerlos a todos santos, bueno es, y santo; pero que sean todos religiosos, y que todos sean Carmelitas, y que todas sean religiosas, puede haber inconveniente.

19. Por eso la Santa, hablando con sus hijos, e hijas, y templándoles el ansia de fundar (superior su razón a su deseo) les dice: Que procuren más mirar a la calidad de los conventos, que al número; y que procuren que sean los conventos buenos, y observantes, más que muchos: porque muchos, y no observantes, no eran del corazón de la Santa.

20. Dicen discretamente los místicos, que no consiste la habilidad en la vida del espíritu en los verbos, sino en los adverbios. No está lo bueno del obispo en el ser obispo, sino en ser buen obispo: no en ser pontífice, sino en ser buen pontífice: no en ser esposa del Señor, sino en servir bien el ministerio, y profesión de esposa del Señor. Aquella palabra bien, y mal, hace amables, y apetecibles, o aborrecibles, y censurables los puestos, sean grandes, medianos, o pequeños; porque por el adverbio se ha de tomar la cuenta en la eterna vida, para averiguar cómo servimos en esta.

Así aquí la Santa: Muchas fundaciones (dice) bien disciplinadas, bueno. Muchas mal gobernadas, malo. Como si dijera: Escójase lo mejor, no lo mucho; porque muchas veces lo mucho en este mundo, es contrario de lo mejor.

21. Y no quiero decir con esto otra máxima, que suele traerse para el gobierno, y es buena, bien entendida; y peligrosa, mal entendida: Lo mejor es contrario de lo bueno. Porque esta máxima tiene muchas, y grandes limitaciones.

En lo político es tolerable, cuando el gobernador, por querer reducir las cosas a lo mejor, alborota, e inquieta lo bueno, y eso es malo; y aun en el gobierno espiritual es lo mismo. Pero en lo místico, lo mejor no es contrario de lo bueno, sino que asegura lo bueno con lo mejor; y antes bien, si no aspiramos a lo mejor, no podremos conservarnos en lo bueno. Y así es menester, como dice el profeta Rey, andar de virtud en virtud, caminando siempre por lo bueno, y lo mejor, y ejercitándonos en lo mejor, para no perder lo bueno, porque Qui spernit modica (como dice el Espíritu Santo) paulatim decidet (Sal. 84, vers. 8, Eccl. 19, vers. l).

22. A más de que yo no digo aquí, que lo mejor es contrario de lo bueno, ni la Santa dijo esto, sino que lo mayor suele ser contrario de lo   —288→   mejor; porque en esta vida comúnmente no es lo mejor lo mayor, antes suele ser lo mejor lo menor. Porque no de balde los de la Orden seráfica se llaman Menores, y los de san Francisco de Paula Mínimos. Bien lo entendían estos dos Franciscos, que fueron luz, y consuelo de la Iglesia.

Pars pesima in orbe major, dijo el filósofo (Séneca): La mayor parte del mundo es la peor; luego es mejor la menor: Multi sunt vocati, pauci vero electi (Matth. 20, v. 16): Muchos son los llamados, y pocos los escogidos. ¡Oh Señor! Haced que seamos de los pocos escogidos, no de los muchos llamados, y no escogidos. De esta suerte, y de otras muchas se entiende, que lo mayor es enemigo de lo bueno, y de lo mejor.

23. En el número quinto pondera la pena, que el padre fray Gerónimo Gracián recibiría de haberse errado esta materia, diciendo: Que tendrá el provincial corrimiento, y pena. Como quien dice: Tendrá vergüenza de que las que son vírgenes dedicadas a Dios, y por esa parte deben ser prudentes (porque para las necias está cerrada la puerta del cielo) no obren con prudencia en las resoluciones. Y añade: Sino no haber hecho más caso dél, que si no tuviera oficio. No les dice pesadumbres la Santa, sino póneles presente su culpa, como quien sabe que en la perfección, y espíritu de sus hijas, esta es la mayor afrenta, y pesadumbre.

24. En el número sexto llama mártires a sus hijas las de Sevilla, porque padecieron el martirio espiritual de los santos confesores, que son calumnias, persecuciones, y afrentas por la virtud.

Vuelve a herir luego a las de Granada, conque se quejan más sin causa, que las de Sevilla con ella: y a mi parecer esta fue la mayor disciplina, y mortificación. Porque declara una madre tan santa por más perfectas a las unas, que a las otras, sabiendo muy bien que allá se ha de ir su amor, donde estuviere la mayor perfección; es pesadumbre de suprema magnitud.

25. Luego reprendiéndolas de quejosas y congojosas, les dice con grandísima gracia: ¿De qué se quejan? Donde hay Salud, y no les falta de comer, que estén un poco apretadas, no es tanta muerte. Muy acreditadas con muchos señores: no sé de qué se quejan, que no había de ser todo pintado.

Es muy discreta la reprensión de la Santa, porque les dice: Dentro de casa tienen qué comer, y fuera de casa estimación; dentro sustento, fuera honra: sufran lo demás por Dios. Es como si dijera: Si dentro tienen sustento, y fuera honra, y luego están muy acomodadas de casa, no tendrán en qué padecer. Si todo lo tienen pintado, será su virtud pintada, y no viva. Tanto va de la virtud que goza, a la que padece, como de lo vivo a lo pintado.

26. En el número octavo sube de punto la reprensión, diciendo: Si no es por el miedo que tengo de no ayudar a hacer ofensas de Dios con inobediencia, enviaría a vuestra reverencia un gran precepto; porque para todo lo que toca a las Descalzas, tengo las veces de nuestro padre provincial. Cuando la Santa toma la vara de la jurisdicción en la mano, grande quería que fuese el peso de la corrección; y terrible golpe fue decirle a su hija más querida, que temía el mandarle, porque recelaba   —289→   el no obedecerle: y que la tenía por tan flaca, que no se atrevía a ponerle sobre los hombros la obediencia, por que no cayese en el suelo con su peso.

Con esto dejó a los superiores del Carmelo, y aun a todos los demás encomendado un consejo prudentísimo, y lleno de caridad: y es, que no se ponga el precepto a quien no tiene fuerzas de espíritu, para llevarlo sobre sí: y que midamos siempre, y pesemos la carga antes de sobreponerla. Porque si Dios no nos envía las tentaciones, sino según nuestras fuerzas: Qui non patitur vos tentari supra id quod potestis (1, Cor. 10, v. 13), ¿por qué hemos de hacer con nuestros súbditos, lo que no hace Dios con nosotros?

27. Mas aquella razón de la Santa fue reprensión; pero no desconfianza. Porque muy bien sabía ella, que en el espíritu de su hija Ana de Jesús, y en su humildad había fuerzas robustas para mayores preceptos. Esto se conoce, porque luego en el mismo número se le puso muy de lleno en lleno, mandándole que enviase luego a las religiosas que trajo de Veas, que eran las que ella más quería.

Debió de conocer la Santa, cuán alto espíritu era el de Ana de Jesús (como se vio después), porque viéndola algo asida a las criaturas, aun con tan santo intento, fue cortando las ramas de aquel árbol, para que descollase entre los del Carmelo.

28. Añade en el mismo número: Porque para ninguna cosa es bueno comenzar fundación con tantas religiosas juntas: y para otras muchas conviene. Esta es una máxima extremada. Tratábase de la fundación dicha de Granada, y habríase llegado al conocimiento de que convenía no comenzar con tanto número de religiosas, y andarían con juntas, y rejuntas, consultas, y más consultas; y la Santa cansose de ello, y díjoles, que en llegando a ser tiempo de la ejecución, que no hay que fatigarse, ni detenerse, o revolcarse en el consejo: Tempus faciendi, Domine (Sal. 118, v. 126): Ya ha llegado el tiempo de hacer, dejemos el consultar. Claro está; porque la duda me ha de llevar al consejo, el consejo ha de ponerme en la ejecución. Por eso dicen los políticos prudentes, que la ejecución ha de estar en la mano del consejo: Consilium sub manu. Porque aconsejar el entendimiento, y obrar la mano, ha de ser todo uno. Esto es bueno para las cosas del mundo, y para las de Dios, y para estas más; porque no gusta Dios de dilaciones: Nesci tarda molimina Spiritus Sancti gratia (D. Amb. ni cap. 2).

Aun a sepultar a su padre no quería Dios que se detuviese el llamado de su santa vocación, y le dijo: Dimitte mortuos sepelire mortuos suos (Lucæ. Matth. 8, v. 22): Deja a los muertos que sepulten a los muertos. Como si dijera: Muertos son los que me dejan; vivos son los que me siguen: no te detengas con los muertos, sigue con velocidad viva, ardiente, y eficaz; vivo a los vivos, y al que es la vida, camino, y verdad, que corona a los vivos.

29. En el número nono añade otras dos máximas muy buenas. La primera, donde dice: Yo lo he encomendado a nuestro Señor estos días, que no quise responder de presto a las cartas. Es famoso, y utilísimo documento. Porque materia grave (como era la de una fundación) necesita de oración; y aunque fuera más ligera, todo cae bien sobre la oración.   —290→   Y es cosa notable, que con ser así que era materia de fundación, tan de la inclinación de la Santa, y que le parecía a ella tan clara, que no había de consultar, ni reparar, porque así lo escribió; todavía quiso, antes de responder a las cartas, acudir a Dios con ella por la oración.

30. ¿Pues no es claro? ¿Pues no reprende, que anden con dilaciones, consejos, y consultas? Sí: pero aquellos eran consejos, y consultas de criaturas, y entre criaturas; mas el irse a aconsejar con el Criador, y consultar la oración, no sólo no lo prohíbe con la pluma, sino que lo acredita con el ejemplo. La oración no sólo ha de preceder a la resolución, sino que la ha de acompañar; porque todo es riesgo al comenzar, al ejecutar, al seguir, proseguir, y acabar, sin oración.

Antes bien porque era materia muy de su corazón, y conforme a su inclinación el hacer fundaciones, se fue a consultarlo en la oración. Porque en aquellas cosas, que hemos de resolver, conforme a nuestras inclinaciones, hemos de andar más recatados, detenidos, y advertidos, y darles más vueltas, y consultas, y reconsultas con la oración; por que no sea mi inclinación la que resuelve, cuando pienso que resuelve Dios. Esta máxima es muy buena, y si la platicáremos, nos granjeara utilidades grandísimas.

31. La segunda nos enseña admirablemente, en aquellas palabras: Porque es muy fuera del espíritu de Descalzas ningún género de asimiento, aunque sea con su priora, ni medrarán en espíritu jamás. Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo él. Descubrió la Santa (como tan gran maestra) algún género de asimiento, para con la venerable madre Ana de Jesús en las religiosas que fueron con ella de Veas a la fundación de Granada, y díceles que quiere a sus hijas libres, y desnudas de todo afecto, y sólo asidas a Dios; porque así quiere Dios a sus esposas. Nada han de querer las esposas de Dios, sino a Dios; es muy celoso Dios con sus esposas. El amor a su prelada, y a su soledad, y a su retiro con propiedad, le causa celos a Dios.

No hay amor, que se dé a la criatura con asimiento, que no se le quite a Dios. La razón es clara. Porque siendo señor legítimo del amor de todas sus criaturas, darlo a las criaturas es quitarlo del altar del Criador. Y cierto es que tenemos malísimo, y pestilencial gusto en quitar de Dios el amor, para darlo a un poco de estiércol, y basura.

32. Por eso la Esposa le pidió al Esposo (Cant. 2, v. 4), que le ordenase la caridad, y el Esposo se la ordenó, y fue aumentándole la caridad divina, con que consiguió, y redujo a buenos términos la humana.

A todos los hemos de querer por Dios; pero a nadie sin Dios. A mi padre más que al extraño; pero a mí, y al extraño sólo, y no más, y todo, y en todo por Dios. El marido a la mujer, pero amándola cuanto quiere Dios. La mujer al marido; pero poniendo en primer lugar el amor de Dios. El pastor a sus ovejas espirituales; pero para llevarlas a Dios. Las ovejas al prelado; pero para obedecer, y servir, y agradar a Dios.

Finalmente todo amor, y más el de las esposas del Señor, ha de nacer de Dios, tenerse con Dios, conservarse por Dios, y ofrecerse a Dios; y de esta suerte andarán las almas desasidas de las criaturas, y asidas sólo a su Criador, que es Dios.

  —291→  

33. Dice luego en el mismo número nono: Que no quiere que comience la casa a ir, como ha sido en Veas. Pues cierto que fue muy santa su fundación. ¿Pero qué importa, si quiere que sea santísima la de Granada? En Veas, lugar pequeño, basta una moderada santidad; en Granada, cabeza de reino, es menester que sea grandísima. A más alto candelero, mayor luz; basta menor en el menor.

34. También les advierte: Que el asimiento de las religiosas a sus preladas, o de las mismas religiosas entre sí, suele ser principio de bandos, y disensiones, sino que no se entiende a los principios. ¡Oh Señor, qué flaco es este humano corazón! No sabemos amar sin aborrecer, ni aborrecer sin amar. Si nos amamos unos a otros, aborrecemos a los otros, que no nos aman a nosotros; y si los aborrecemos, amamos desordenadamente a aquellos que nos ayudan a aborrecer, y perseguir a los otros. Con esto es bandolero el amor; y cuando había de estar muy lleno de suavidad, se suele hallar vestido, y lo que es peor, revestido de rigor, y crueldad. Y así, almas, no hay otro amor que el de Dios.

35. Dice discretamente, y con soberano espíritu: Que no se entiende a los principios el asimiento. Y es certísimo, porque va prendándose de tal manera la voluntad de la amiga en la amiga, que nunca llega a pensar, aquello puede hacerle daño, sino provecho grandísimo; y halla en aquella amistad infinitas conveniencias, y en su amiga innumerables virtudes. Ni ella la quiere (dice) para sí, sino para Dios; ni porque le parece mejor su condición, o persona, sino porque es más santa que las demás. ¿Pero cómo no ha de ser más santa, si la quiere más que a las demás? Desta manera entrando libre a los principios en la amistad, queda cautiva en los fines.

Yo daría un remedio para esto, y es, que en esta vida, ni amemos, ni aborrezcamos. Sólo a Dios amemos, sólo a lo malo aborrezcamos. Esto, alma, es provecho, y comodidad. Es provecho, porque desasida el alma del amor a las criaturas, arde en el de su Criador; y así es menester mirarnos siempre con celos, y con recelos, y tener con cien mil llaves guardado sólo para Dios el corazón.

36. Este recato, y cuidado de sí mismo debía de ser el que tenía dentro de sí la venerable doña Luisa de Carabajal (a quien por el parentesco, y su virtud le debo yo la devoción) cuando decía harto discretamente en unos versos, que andan con su Vida:


De mí muy más recatada
Ando, que de un bravo toro:
Y como sobre enterrada,
Sobre mí viéndome lloro,
Sin hallar descanso en nada.



Vivía aquella alma bendita recatada, y huyendo dentro de sí de su propia voluntad, no hallaba descanso en cosa criada; llorábase como muerta, y sólo en Dios, como viva, se alegraba.

37. Dice, que es provecho, y comodidad. El provecho espiritual, ya lo hemos visto; pero la comodidad de no amar a nadie con asimiento, cada día la tocamos con las manos. Porque el que no ama a nadie, sino a Dios, sólo da cuenta de sus cuidados; los demás, ni le tocan, ni le   —292→   dañan, ni le afligen; pero el corazón asido a las criaturas, tantos cuidados, pesadumbres, y zozobras padece, cuantos son los asimientos, y ligaduras que tiene su cautivo corazón. Si son hijos, son suyos sus trabajos, y penalidades. Si son amigos, en sus disgustos padece; conque siendo una persona al ser, es muchas al padecer.

¿Pues quién me mete a mí en eso (debe decir el cuerdo, y espiritual) pudiendo amar desasido a Dios, y por él solo amando a sus criaturas? ¿Para qué quiero ser cautivo de ninguna criatura? A todas las amo por Dios, y a ninguna sin Dios. Haga su divina Majestad lo que fuere servido de ellas, y de mí, que sólo quiero vivir enamorado de la voluntad, y gusto de mi Dios, y Criador.

38. Acaba el número nono, diciendo: Por esta vez, no tengan otro parecer, sino el mío, por caridad. Y yo estoy pensando, que no sólo por aquella vez, sino por toda la vida, no tuvo otro parecer la venerable Ana de Jesús, ni las demás religiosas, sino el de su santa madre, y que se siguió inmediatamente la enmienda a la reprensión.

39. Lo que añade en los dos números siguientes, merecía estar impreso, más que en el papel, en los corazones de todos, de los religiosos en especial; porque sentida de ver en sus hijas la virtud de la obediencia con algún asimiento a la prelada, exclama en el número décimo en favor de esta celestial virtud: ¡Oh espíritu verdadero de obediencia! ¡Cómo en viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla!

Da principio la Santa a esta exclamación, invocando la obediencia, madre de toda la perfección religiosa, medicina de la propia voluntad, reposo de la divina, alcázar de las virtudes, en donde se deshace el querer humano, y se cría, recrea, y crece, y resplandece el divino, por donde yo dejo de ser yo (que es lo peor que puedo ser) y comienzo a estar en mi Dios (que es lo mejor que puedo ser) por donde san Pablo pudo decir: Vivo yo, mas ya no yo, sino que vive en mí Cristo: Vivo ego, jam non ego: vivit vero in me Cristus (Galat. 2, v. 20). Porque si yo en todo obedezco a la voluntad de Dios, obro las cosas como si obrara Dios en mí; porque a él he dado mi voluntad, y él es el que manda en mí, y él vive en mí, que yo no en mí, ni mi propia voluntad.

40. Añade: Que viendo a una en lugar de Dios, no le queda repugnancia para amarla. Enseña con esto la Santa, que los que obedecen, no vivan con lo que ven, sino con lo que creen. Ven al hombre, y creen, que aquél representa a Dios. Obedezcan por lo que creen a aquel hombre, como si fuera Dios, y no resistan, por lo que ven, al que aunque es hombre el que ven representa a Dios, a quien no ven.

Dice: Que no tiene fuerzas para resistir a Dios, a quien mira en su prelado; porque el espíritu, y la obediencia, y la resignación, quita en el alma las fuerzas a la propia voluntad, que es lo malo, y las da a la humildad, que es lo bueno.

41. Añade en el mismo número: Que pues cría las almas para esposas del Crucificado, las crucifique, que no tengan voluntad, ni anden con niñerías, para que parezcan esposas del Crucificado. Si anduviese pobre, y roto un marido, y rica, y galana su mujer, ¡qué locura! Si anduviese el marido llorando, y la mujer cantando, ¡qué desatino! Si cuando está el marido padeciendo estuviese la mujer bailando, ¡qué despropósito!

Pues mayor lo es, que la esposa del Crucificado ande prendida, vana, y galana, teniendo al Esposo por ella preso, herido, y crucificado; y que mirándolo con corona de espinas, ande ella con tocados desatinados, que aumenten a su Esposo las espinas; que estando su Esposo deshonrado, ande ella anhelando por vanidades, y honras; que habiéndonos dejado para el vivir en el mundo, la instrucción en su Pasión, queramos vivir en este mundo con las glorias de la Resurrección, que reservó para el otro mundo: que no andemos pretendiendo la gloria con el misterio, y por el misterio, sino los deleites, y las glorias muy contrarias al misterio.

42. ¿Por qué traen las religiosas velo negro en la cabeza, sino para significar la corona de espinas, y los sentimientos de la Pasión del Señor; y para qué, por traerlo negro en esta vida, se lo den blanco con la corona en la eterna? ¿Pues qué cosa es traer velo negro en la cabeza, y muy verde el corazón? ¿Crucificado el Señor en una cruz, muy suelta, y libre fuera de la cruz la esposa? Por eso dice santa Teresa, que las crucifique, y mortifique, quitándoles la propia voluntad, que es la que causa toda nuestra perdición, liviandad, y libertad.

43. Acaba este número, diciendo a sus hijas: Que adviertan, que es principiar en nuevo reino. Lo cual dijo en sentido literal, porque aquel convento era el primero de religiosas, que fundó la reforma en el de Granada; o en el espiritual, porque la vida religiosa, y más la de la Descalcez, es principio de nuevo reino. Porque al salir del mundo, salió del reino del mundo, y al entrar en la religión, entró en el reino de Dios. Salió del reino de las pasiones, al reino de las virtudes. Salió de la ciudad de Babilonia, a la santa Jerusalén, ciudad de Dios. Salió de los lazos de la culpa, a la libertad de la gracia; del penar sin mérito, y con tormento, al penar con mérito, y alegría.

Y así dice la Santa: Es principiar en nuevo reino. Como si dijera: En nuevo reino, nueva vida: en el reino que dejaron mis hijas, mandaba la propia voluntad: en el reino que han entrado, manda sólo la voluntad de Dios. Muera a las manos de la voluntad de Dios, la propia voluntad de mis hijas; y para eso crucifíquelas, y reinen en nuevo reino.

44. Llama a la vida espiritual, y religiosa reino; porque en el mundo todo es servir, ya sea sirviendo, ya mandando; y así no puede llamarse reino, sino servidumbre; sólo que sirve en figura de mandar, cuando se manda. Porque el que obedece, sirve al que le manda; y el que manda, sirve al apetito, o al vicio, o a la pasión, o por lo menos a la necesidad de mandar, y gobernar que suele ser bien penoso, y peligroso servir. Conque todos sirven en el mundo, ya de esta, ya de aquella manera.

Pero en el reino de Dios, que es el espiritual, el que manda, que es Dios, manda como Dios; y el que sirve reina sólo con servir a Dios, pues servir a Dios, es reinar; y así sólo es reino el reino de Dios; y Dios ese llama reino en todas sus parábolas, que comienzan: Simile est regnum cælorum, etc. Todos los demás de esta vida, respecto de este reino, no son reinos, sino figura, y sombra de reinos, que apenas nacen, y ya   —294→   se desaparecen: Præterit enim figura hujus mundi (1, Cor. 7, v. 31). Son un teatro, y una representación, y comedia, como dice san Juan Crisóstomo, que parece lo que no es, y es lo que no parece. Y aun algunas veces son tan grandes los trabajos del reinar, y tan importunos, y cansados, que diría yo, que parecen lo que no son, porque son penosos, y cansados, y lo parecen.

45. Añade: Vuestra reverencia, y las demás están obligadas a andar como varones esforzados, y no como mujercitas. Así andaba la Santa, como quería que anduviesen sus hijas, como un varón valeroso, y esforzado, como un capitán general de las batallas de Dios, ya animado, ya advirtiendo, ya reprendiendo, ya consolando.

Sigue aquí la misma comparación, y parábola del Señor: Regnum cælorum vim patitur, et violenti rapiunt illud (Matth. 11, v. 12). Como si dijera la Santa: Miren, hijas, que dice el Señor, que este nuevo reino, en que han entrado, se conquista con fuerza, con valor, con vencerse a sí mismas, con atropellar la propia voluntad, con rendirla a la divina, como varones esforzados peleando, y no como mujercitas huyendo. Raro fue el valor espiritual de esta Santa, el modo, el entendimiento, la gracia. En todo parecía un doctor de la Iglesia, si miramos a la sabiduría; uno de los más esforzados mártires, si miramos al valor; e imitadora de los Apóstoles, si miramos al cielo. Rara sin duda fue en todo.

46. En el número undécimo, se da por afrentada la Santa, cuando reprende a sus hijas, de que reparen en que el padre provincial, cuando escribía a la venerable madre Ana de Jesús, la llame presidente, y no priora. Y tiene razón de afrentarse, porque el descuido de las hijas, es la afrenta de la madre. Así lo decía san Pablo a sus discípulos: Gaudium meum, et corona mea (Philipp. 4, v. 1): Vosotros sois mi corona, y mi gloria, porque los que eran su ignominia errando, eran su corona mereciendo. Así se afrentan los buenos maestros con los ignorantes discípulos, los buenos padres con los malos hijos, los valerosos capitanes con los soldados cobardes.

Y también lenta razón en reñir, que reparasen si la obediencia ponía en el sobrescrito de sus cartas a la madre Ana de Jesús, presidente, o vicaria, y no priora. Como si dijera la Santa: O entramos a obedecer, o a mandar; si a mandar, perdidas vamos; si a obedecer, ¿por qué resistimos? ¿Por ventura al entrar en el convento dimos la obediencia con limitación? ¿Con condiciones? ¿Con obligación de que me habían de poner aquí, y no allí? No por cierto, sino que nos dimos a Dios sin condición, ni limitación alguna. ¿Pues por qué le quitamos después a Dios, lo que primero le dimos? ¿Por qué le quitó a Dios, y a su voluntad aquella parte, que ahora le hurta para mí esta mi propia voluntad?

47. De esa manera se puede hacer una monja seglar dentro de poco tiempo; porque quitándole a Dios de lo que le ofreció, hoy un poco, y mañana otro poco, y otro día otro poco, poco a poco se le alzará con todo a Dios, quitándole todo aquello que le dio en la profesión, y se quedará Dios sin lo que le dio, y ella sin Dios; ¡y ay de la monja sin Dios! Y así las religiosas, y aun todos, y los obispos mejor que los otros nos hemos de dar a Dios de una vez, y del todo; y una vez dados, no hemos de quitarle la voluntad, cuando está tan bien dada, entregada, y   —295→   empleada; y cuanto vamos quitando de la voluntad que le dimos, tanto más vamos despojándonos de Dios.

48. Prosigue en el mismo número, diciendo: Que se admira, que ya que miren, y reparen en eso, lo pongan en plática. Como si dijera: Que pase por la imaginación la tentación, pase; pero que pase de la imaginación al corazón, es cosa terrible. Que allá ellas lo sintieran, pase; pero que de el sentimiento se pase al consentimiento, es cosa fuerte. Que allá ellas lo censuraran en sus aposentos, no es bueno; pero que se opongan al provincial, y apelen a la fundadora, es más que malo.

Y añade: Y la madre María de Cristo haga tanto caso de esto. Era una de las religiosas de Ávila, que envió la Santa a la fundación de Granada, y fue religiosa muy santa. Y es como si dijera: ¿Y la madre María de Cristo resiste al provincial, que representa a Cristo? ¿La madre María de Cristo en el nombre rehúsa el serlo en las obras? O deje el nombre de Cristo, o se vista de la humildad de Cristo.

49. Y más adelante pondera con gracia, y con santo enojo: O con la pena se han vuelto bobas, o pone el demonio infernales principios en esta Orden. ¡Qué celo! ¡Qué valor! ¡Qué fortaleza! Tiemblen los hijos, y las hijas del Carmelo, que está enojada su madre: Se han tornado bobas (dice) con la pena. Aquí la pena significa la pasión, e imperfección, que les causó la pena. Porque con la pasión, se turbó la razón, y turbada la razón, prevalecía la pasión; y en prevaleciendo la pasión, la discreta se vuelve necia, y la entendida boba; y en volviéndose necia, porfía porque no se hace lo que quiere, y pena sin mérito, y con culpa, que es grandísima bobería.

50. Por eso dice el Espíritu Santo, que no hay pecador, que no sea ignorante, y tonto; porque se le echan sobre los ojos de la razón los párpados de la pasión, y queda ignorante, como ciego, y ciego como ignorante. Y a más de ser tonto, es necio; porque escoge penar, para condenarse, y no gozar, sirviendo a Dios para salvarse.

De esto se quejaban sin remedio en el infierno los condenados, diciendo: Ambulavimus vias difficiles (Sapient. 5, v. 7). Como si dijeran: Pudiéndonos ir por camino llano al cielo, hemos venido por despeñaderos al infierno.

51. Dice luego con grandísima gracia: Y tras esto loa a vuestra reverencia de muy valerosa. Como si dijera: Valerosa, cuando está resistiendo a su provincial. Ese valor, flaqueza lo llamo yo. Dar las espaldas a la obediencia, y el pecho a la culpa, no es valor, sino cobardía. Dar el pecho por tierra a la obediencia, y las espaldas a la culpa, ese es valor. Hijas mías, la razón es: porque en la guerra de la religión (que es toda del espíritu) no es la valentía vencer a los otros, sino vencerse a sí mismo: y así, todo el tiempo, que los súbditos resisten al prelado, cuando parece que pelean, caen; y cuando parece que ganan, pierden; y cuando ellos salen con su intento con el prelado, el demonio sale con su intento con ellos, y bien podrá ser, que ellos venzan al prelado, pero el demonio al mismo tiempo los irá venciendo a ellos: ¡pero ay de la victoria, que al tiempo que yo estoy venciendo me está el demonio triunfando!

52. Y añade luego: Que todos estos valores, son principios de hartas imperfecciones, sin estas virtudes. Antes había dicho: Principios infernales;   —296→   porque así como la humildad fabrica para el cielo, la soberbia, y la propia voluntad fabrica para el infierno. El Señor con su humildad, hizo su edificio al cielo desde el suelo, y el demonio con la soberbia, hizo su edificio desde el cielo hasta el infierno: y así la obediencia, almas, nos salva, y la propia voluntad nos destruye, y nos condena.

53. Por eso acaba este número, dando el remedio a este daño, diciendo: Déseles Dios de muy humildes, y obedientes, y rendidas a mis Descalzos carmelitas que las gobiernan, que ese es el mayor valor. Como si dijera: Tengan humildad, obediencia, y resignación, que son el manantial, y origen de todos los bienes, y lo contrario de todos los males, y ese es el verdadero valor.

Muchas máximas, y reglas se podían deducir de aquí, pero yo no quiero más que ofrecer a las almas: y es, que nos demos a Dios sin limitaciones, ni condiciones, y a todo dar, y desear, y seamos en sus manos bolas, y globos de Dios, para que nos eche a rodar por donde quisiere: y como la bola corre, y rueda ligera, porque no tiene esquinas, vivamos, y vamos sin repugnancia a donde Dios nos llevare. Y como la bola, por ser de forma esférica, toca en la tierra lo menos que puede ser; así nosotros no estemos de cuadrado asentados en la tierra, sino tomando de tierra lo menos que pueda ser, y lo más que pueda ser del cielo; y aunque sea sintiéndolo esta porción inferior, vamos caminando al cielo.

54. Y en este caso, cuando se obra, y hace por Dios lo que da disgusto a nuestra naturaleza, tengamos por muy enemiga a la razón, que no nos deja hacer razón. Porque esta razón falsa nuestra está resistiendo a la razón verdadera, y santa de Dios. No es razón, que a una mujer como yo la pasen de más a menos, cuando nunca una mujer como vuestra reverencia es menos, que cuando quiere ir de menos a más, y no quiere volver de más a menos, dentro de la religión.

55. Después de eso, se le ofrecerán mil razones, espirituales en la apariencia, y soberbias en la sustancia, para defender su razón, tan asidas al alma, que es menester un escoplo, y un mazo para quitarlas de la imaginación, y vencer con la buena razón aquella maldita razón. Y de esto a cada paso nos pasa. A mí por lo menos, y particularmente en una ocasión (que no importa confesarme en público, pues pequé en público) me sucedió en materias de este género, que hallé algunas razones de espíritu en la apariencia, para repugnar una cosa, pero eran de vano, y presumido espíritu en la sustancia; porque después con la luz de Dios, vi que todo lo contrario era de Dios, no siendo de Dios, sino de mi propio amor, pasión, soberbia, vanidad, y presunción.

56. También puede ser útil documento a las almas el valor, y rigor grande con que santa Teresa en esta exclamación reprende a estas pobres monjas, por una cosa, que puede ser, que ellas no pecasen venialmente. Pues aquella, que parecía resistencia, más era apelación, que resistencia, recurriendo a la fundadora, del provincial de la reforma, que formó la fundadora; y más era proponer, que resistir; y más era quejarse, que no oponerse; y finalmente, era por una cosa, que ellas pensaban que era razón, pues pudiendo a su parecer, dejar a una prelada con autoridad, priora, la dejaba el padre provincial con desautoridad, presidente.

  —297→  

Y con todo eso la Santa tomó el azote en la mano, y viendo en los principios de su reforma, que estos afectos podían levantarse contra dos virtudes tan altas, y necesarias en ella, como la humildad, con querer ser más, y la obediencia, y resignación con rendirse menos, se volvió una leona contra sus hijas, dejando desde entonces tan asentadas estas dos virtudes en ellas, y en toda su posteridad de Carmelitas descalzas, que hasta hoy no ha reconocido el Carmelo (a lo que yo creo) otro desvío alguno de la obediencia a sus Descalzos, ni otro respingo, ni movimiento contrario a la humildad. También recibieron las madres esta fuerte doctrina, y suave disciplina.

57. En el número decimotercero las anima a padecer los trabajos de aquella fundación, con la esperanza del premio, diciéndoles: Yo, bien creo, que vuestra reverencia terná hartas penas en ese principio. No se espante, que una obra tan grande, no se ha de hacer sin ellas, pues el premio es grande. Querer que cosas grandes cuesten poco, es terrible querer. Si lo temporal cuesta tanto, ¿por qué quieren que sea dado lo eterno?

Para diez años de ministro, trabaja el hombre treinta años de letrado; para diez años de obispo, cuarenta de sacerdote; para diez años de rico, cincuenta de afanador, o codicioso; y para una eternidad de gloria, y gozar para siempre de Dios, no queremos trabajar sino un instante.

¡Puede ser mayor locura!

58. Si el premio es grande, y dilatado, ¿por qué no ha de ser grande, y dilatado el mérito, y el trabajo, cuando por grande, y dilatado que sea el mérito, no merece tanta eternidad de premio? Una eternidad de padecer por Dios, no merece un instante de gozar de Dios; porque como dice san Pablo: Non sunt condignæ passiones hujus temporis ad futuram gloriam (Rom. 8, v. 18): No es condigno lo que aquí se padece, de lo que allá se goza. ¿Pues cómo no queremos gastar un soplo breve al servir a Dios, para gozar eternamente de Dios? Al mundo le damos por arrobas la vida, y la fatiga, y la pena, cuando él nos da en retorno pena, trabajo, fatiga, y muerte; y a Dios, que nos da eterno gozo, y corona, no le queremos ofrecer, ni un adarme de fatiga.

59. Esto que yo digo aquí, mirando a la gloria, dice la Santa, mirando a la gracia, porque hablaba como quien solicitaba las causas de Dios; y decía, que era forzoso padecer en ellas para gozar después del premio, que anda con ellas. Es como quien dice: Padecer por las causas de Dios, y por Dios, es forzoso, y justo; porque vale mucho el servir a Dios, y hacer las causas de Dios, pues viene a ser prendar a Dios, para que sean en la eternidad coronas, los que son aquí trabajos. Vale mucho, porque es de gran valor la moneda con que se compra la gloria. Las penas de esta vida son ligeras, y los gozos de la gloria, son eternos; y así, ¿quién no compra gozos eternos con penas ligeras?

60. Es muy buena máxima en lo político, y en lo moral, y aun en lo místico, la siguiente: No se pueden hacer cosas grandes, sin despreciar cosas pequeñas; y parécese harto a esta de santa Teresa. En lo moral, no se puede hacer lo grande, que es merecer, sin despreciar lo pequeño, que es padecer. En lo anagógico, no se puede conseguir lo grande, que es gozar de Dios, sin pasar por lo pequeño, que es padecer por Dios.

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En lo místico, no puede el alma llegar al amor, que es lo grande, sin despreciar lo pequeño, que es el dolor. En lo político, no puede el príncipe hacer cosas grandes, que son conservar el reino, o defenderlo, sin despreciar el trabajo, y la fatiga con que lo gobierna, y defiende, que respeto de aquello es pequeño.

61. ¿Cuántas batallas se han perdido, por un punto de llevar esta, u otra nación la vanguardia, o retaguardia? Es menester despreciar cosas pequeñas, para hacer cosas grandes. ¡Cuántos reinos se han perdido por un antojo, o pasión! Es menester despreciar el antojo, y la pasión, para conquistar, y conservar los reinos bien gobernados con la razón. Así se puede discurrir en lo demás.

62. En el número decimoquinto les tira otra punta de mortificación, porque diciéndoles: Que escribe aquella carta para todas, las nota con gracia de presumidas, añadiendo: Plegue a Dios no se agravien de no escribir a cada una, como de llamarla nuestro padre a vuestra reverencia presidente, según anda el negocio. Como si dijera: Anda el negocio de la vanidad tan en su punto en esa casa, que ya se repara si nos llaman prioras, o presidentes. Andan los puntos tan en su punto, que hasta con su misma madre querrán tener punto de que escriba a cada una.

Perdóneme la Santa, que cierto, que me parece que las desconsuela mucho. Yo aseguro, que pudieran responderle a esta carta con sus lágrimas, y sobrara mucha tinta.

63. Pues aún no se ha acabado el capítulo de culpas; porque en el siguiente número las reprende de que salgan a aderezar la iglesia, probándoles cómo en eso se quebranta la clausura.

Esta fuera culpa grave (aun saliendo para cosa tan santa) si no estuviera la Orden tan en sus principios, que en su misma formación era menester a cada paso su reformación.

Sólo Dios hace las cosas de un rasgo, cuando quiere; porque hay grande diferencia del obrar al criar. Dios cría, los hombres obran: Dios hace lo que quiere, y los hombres lo que pueden. Y así es preciso, que no salga todo lo que obran los hombres hecho, y derecho, y más en empresas tan graves. Sólo sale hecho, y derecho lo que cría, y obra Dios.

Y con todo eso, luego que se puso Dios Hombre a obrar en la redención humana, Hombre Dios, tardó treinta y tres años a formar, y reformar, y enseñar, y doctrinar a su Iglesia. Y a los Apóstoles santos, a cada paso los cogía en muchísimos descuidos: ¿por qué no, pues, santa Teresa a sus monjas?

64. Finalmente, en el número último, como agradecida, desea aliviar a los huéspedes, en cuya casa estaban las religiosas, escribiendo a la madre Ana: Que procure casa, aunque no sea muy buena, ni razonable; porque más vale que padezcan ellas, que quien las hace bien.

Hizo justicia la Santa, porque con lo mismo que aliviaba al bienhechor, mortificaba a las quejosas: y es gran parte de discreción, y cortesanía en el obligado, no hacer derecho del beneficio.

Todo lo demás de la carta, son cuidados, y penas de la salud de el padre fray Gerónimo Gracián en los caminos que hacía visitando su reforma.






 
 
Fin de las cartas
 
 


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ArribaAbajoAvisos

De la santa madre Teresa de Jesús


Con notas del Excmo. y reverendísimo señor D. Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Osma


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ArribaAbajoAl Lector

Fue tan admirable el espíritu de santa Teresa, y tan fecundo en dar documentos para introducir las almas, y que prosiguiesen, y creciesen en la vida espiritual, que justamente se han ido recogiendo de todo cuanto escribió, y dijo, así en diferentes relaciones, y discursos, como de otras ciertas noticias, que se han tenido. Con lo cual, ha parecido conveniente inferirlos en estas cartas.

Hanme pedido estos padres, que sobre ellos haga algunas notas, aunque no necesitan dellas, porque desnudos, despiden muchas luces de sí. Harto mejor merecían un comento dilatado sobre cada uno, como lo ha hecho muy discreto, y espiritual el padre Alonso de Andrade, de la Compañía de Jesús, componiendo sobre los primeros avisos de santa Teresa, que andan con sus Obras (en la segunda parte después del Camino de perfección), dos volúmenes crecidos: y a estos avisos, no se tocará aquí.

Pero no podré yo obrar desta manera; porque me falta el tiempo, el espíritu, y la erudición. Sólo tocaré algunos puntos, que sirvan más de llamar a la atención, que no a la instrucción del lector.

Dividiremos estos avisos. En los que dio en su vida; y en los que ha dado después de su muerte.

También tiene otra subdivisión. Unos, que dio la Santa, gobernada de su perfecto espíritu en esta vida: otros, que los dio, mandándoselo Dios, por revelación divina en ella: y otros, que los reveló de orden de Dios desde la eterna. Pondranse primero los que dio viviendo, por mandato, y revelación divina: y luego los que dio, gobernada de su espíritu en esta vida. Y últimamente, los que nos envió desde la eterna.





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ArribaAbajoAvisos

De la santa madre Teresa de Jesús que ella dio en esta vida, por revelación divina



Avisos, que Dios dio a la Santa, para que los dijese a sus hijos los Carmelitas descalzos

1. Estando en san José de Ávila (dice la Santa) víspera de pascua del Espíritu Santo en la ermita de Nazaret, considerando en una grandísima merced, que nuestro Señor me había hecho en tal día como este, veinte años había, poco más, o menos, me comenzó un ímpetu, y hervor grande de espíritu, que me hizo suspender.

2. En este gran recogimiento, entendí de nuestro Señor lo que ahora diré: Que dijese a estos padres Descalzos de su parte, que procurasen guardar cuatro cosas; y que mientras las guardasen, siempre iría en más crecimiento esta religión: y cuando en ellas faltasen, entendiesen, que iban menoscabando de su principio. La primera: Que las cabezas estuviesen conformes. La segunda: Que aunque tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos frailes. La tercera: Que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La cuarta: Que enseñasen más con obras, que con palabras. Esto fue año de 1579. Y porque fue gran verdad, lo firmé de mi nombre.

Teresa de Jesús.




ArribaAbajoAviso I

Para los padres Carmelitas descalzos


Que las cabezas estén conformes.


Notas

1. Estos cuatro avisos que se siguen están impresos en el principio de las constituciones de estos padres. Y no es tanto eso, como estar escritos   —303→   en sus corazones: y aun esto es menos, que estar escritos, como lo están en su observancia.

Porque estar escritas en el papel las leyes, si no pasan al corazón por los deseos de observarlas, importa poco: ni estar escritas en los deseos, si de allí no pasan a la ejecución. En ellos se hallan escritos estos cuatro avisos, por estos venerables, y penitentes padres, y por las hijas de santa Teresa.

2. Y así este aviso primero no necesita de explicación, sino que quien quisiere verle explicado, ponga los ojos en la religión de los padres Carmelitas descalzos, y en lo que obra su unión, su caridad, su discreción, y silencio; y el de las hijas de santa Teresa en todas sus elecciones, y verá, y leerá en sus afectos este aviso.

3. Sólo advierto, que no quiso aquí decir la Santa, que haya conformidad en todo de pareceres en las elecciones, sino que haya en todo conformidad de voluntades, y de intenciones, y en lo posible de dictámenes.

Porque así como Dios crió lleno de diferencias, y variedades el mundo, y en una provincia muy grande no se hallará una naranja, y en otras muy dilatadas no se hallará una bellota; en unas se abunda de lienzo, y no se halla una vedija de lana; en otras muy abundantes de lana, no se halla un copo de estopa, y así de los demás frutos, y cosas necesarias a la vida: con que necesita su divina Majestad a que unas provincias vivan socorridas de las otras, y se sustente el trato, la humanidad, el comercio, y sociedad entre los hombres; así también crió diversos los entendimientos, y unos entienden de una manera, y otros de otra: Alius quidem sic, alius vero sic (1, Cor. 7, v. 7). Y así vivimos necesitados de comunicarnos, y valernos unos de otros.

4. Pero esta diferencia, y diversidad de pareceres, no es la que reprueba la Santa, sino sólo pide la unión, y la caridad en tres tiempos: que son antes de decir los pareceres, y al decir sus pareceres, y en acabando de decir sus pareceres.

5. Antes de decir sus pareceres, teniendo todos intención de acertar, y de mirar por el bien espiritual de la religión, y por lo común, no por lo particular; y de desterrar todo interés propio, aunque venga a la consideración con resplandores de público; y de procurar purificar bien en este caso la intención en la oración, para que sólo se procure la honra de Dios, y bien de la religión.

6. Al decir el parecer, se ha de andar con unión, y cuidado, y deseo de buscar, y de abrazar lo mejor, ya lo diga este, ya lo diga aquel; porque en viendo la razón, aunque sea en un rincón, se ha de ir al difinidor, a donde está la razón, y no obrar arrimado sobrado a su parecer; ni defendiendo con tenacidad su sentencia, y parecer, sino con noble docilidad dejar su parecer, y abrazar el mejor parecer.

7. Digo, noble docilidad, porque no ha de ser docilidad servil, llevándome sólo de la autoridad, sin la razón, cuando está desnuda de razón la autoridad. Ni tampoco la docilidad ha de ser facilidad, y tal que toque en variedad, y en inconstancia, y liviandad, sino que el desasimiento del votar lleve el juicio libre, y racional a buscar a la verdad.

8. Después de haber dado su parecer, ha de haber conformidad; porque   —304→   en acabándose el definitorio, o la elección, se han de volver a reunir los ánimos diferentes, como si todos hubiesen sido de aquel mismo parecer, defendiendo la elección, como si fuera de cada uno, y de su propio parecer.

Porque aunque se haya errado, conviene defender aquel necesario error, y es mejor que corregirlo el sufrirlo, porque aquello despierta discordia, pero esto asienta la paz, y vale más un imperfecto gobierno con paz, que un perfecto gobierno con discordia.

9. Pero esto se limita, cuando la discordia no nace de la elección, sino que asentada ésta, en el discurso del gobierno tal vez se origina la discordia del celo, y reformación. Porque cuando el celo desacomoda a lo malo, y de allí nace el turbar la mala paz de lo malo, es santa, y buena discordia.

Porque la paz en lo malo es perversa, y muy dañosa concordia; y entonces su remedio es la santa, y valerosa discordia, que causa lo bueno para reformar lo malo, y reducir el gobierno a que haya paz por lo bueno, y con lo bueno, y que ande ausente lo malo.

10. Esta falsa paz es la que aborrece el Espíritu Santo, cuando decía por el Profeta rey: Zelavi super iniquos, pacem peccatorum videns (Sal. 72, v. 3). Y por Jeremías: Pax, pax, et non erat pax (Jerem. 6, v. 14). Y esta santa discordia acreditaba el Salvador de las almas, cuando dijo: Non veni pacem mittere, sed gladium (Matth. 10, v. 34): Guerra, guerra vine a introducir en la tierra: guerra de lo santo, y bueno, con que se destierre lo pecaminoso, y malo.






ArribaAbajoAviso II

Para los Carmelitas descalzos


Que aunque tengan muchas casas, en cada una haya pocos frailes.


Notas

1. Después de haber moderado los afectos en las elecciones, modera el que haya muchos religiosos en un convento. Verdaderamente, que como advertimos en las notas a la carta 65, núm. 22, lo mucho siempre suele ser embarazoso a lo bueno; y mucho, y bueno no sé si cabe en el mundo, cuando vemos, que ocupa casi todo el mundo lo mucho, y malo.

Pars pessima in orbe major, decía el filósofo moral (Séneca). Pero mejor texto es, y más seguro el del Señor: Multi sunt vocati, pauci vero electi (Matth. 26, v. 16): Muchos son los llamados, y pocos los escogidos: y así huyamos de los muchos, y vámonos con los pocos.

2. Pero hablando de este santísimo aviso por dos cosas embaraza la multitud en la regularidad. La primera, para el sustento corporal. La segunda, para el pasto espiritual. Para el corporal; porque es muy dificultoso sustentar muchos religiosos, ya sea de rentas, ya de limosnas,   —305→   y más en tiempos tan necesitados como estos: y si falta el sustento, cesa con el sustento la observancia regular; porque cuidadoso el cuerpo para buscar de comer, lleva arrastrado al espíritu.

3. Para el pasto espiritual es dañosa la multitud; porque en siendo muchos los religiosos, no es fácil que los ojos del prelado anden sobre cada uno. Conque es preciso, que andando la observancia ausente de la censura, ande ausente también del convento la observancia.

4. Esto es más fuerte en conventos de religiosas, en las cuales, por no poder ser tan vigoroso el gobierno de mujeres, se origina la confusión, y sucede en lugar de la orden la irregularidad. Donde suele haber ciento y cincuenta religiosas, no puede la disciplina ceñir a la regular observancia: cincuenta suelen ir al coro, y andan ciento por la casa distraídas.

5. Aun en las comunidades de hombres en la Tebayda, Nitria, Palestina, y otras partes del Oriente había infinitos monjes, y algún convento, o abadía de cuatro, o seis mil profesores de este sagrado instituto; pero como dice san Juan Crisóstomo, y otros graves autores, entre muchos de admirable santidad, había no pocos falsos de ella, y menos ajustados; porque no era posible contener no sólo en la perfección, pero ni en un sentir, aquella infinita multitud.

6. Yo no dudo, que pocos, y perfectos agradan más a Dios, que no muchos, e imperfectos; y así habíamos de ser los obispos, y los sacerdotes, los religiosos, y todos los eclesiásticos; los bastantes, y muy santos. Más pesaba Elías en Israel, que ocho mil hombres, que no doblaron las rodillas a Baal.

Más pesaba santa Teresa, que ocho mil religiosas de su tiempo. Y así más vale, como aquí dice la Santa, pocos, y perfectos en un convento, que muchos, pero imperfectos.

7. Es verdad, que (como dice Tertuliano) siempre está el Señor entre dos ladrones, como lo bueno entre dos extremos; y así es malo que sea el número de los religiosos tan grande, que llegue, y pase a lo superfluo, como que no llegue hasta lo necesario. Porque si son muchos, no puede la observancia con ellos; y si son pocos, no pueden ellos servir, ni ejercitar la observancia.

¿Qué harán doce religiosos en un convento, sustentándose de limosna, que los dos, y aun tal vez los cuatro la están pidiendo; otro asiste a la portería, otro a la enfermería, otro está enfermo, otro a la huerta, otro a algún negocio preciso de la casa; este es forzoso que se lleve un compañero: cuántos quedan para el coro? ¿Para la oración? ¿Cuántos para seguir la comunidad? Claro está que se acaba la disciplina regular en acabándose el número, en quien se platica la regular disciplina.

8. Este discurso sigue extremadamente en sus opúsculos el ilustrísimo señor don fray Francisco de Sossa, antecesor mío en esta dignidad, que fue general de la seráfica Orden, con grande, y merecida opinión de espíritu, prudencia, celo, y admirable viveza, y comprensión en las cosas.

Por eso también santa Teresa, aunque comenzó con firme propósito de que no fuesen más de trece sus religiosas, después creciendo la luz experimental, pasó a veinte y una, como hoy se observa por constitución;   —306→   porque conoció, que no era posible, que con menos número comúnmente pudiese haber en los conventos disciplina regular.

9. Finalmente siempre sería muy conveniente, que hubiese número determinado en todos los conventos de religiosas, del cual no se pudiese exceder. Y así lo hay en muchas partes, señaladamente en los dos monasterios reales de las Descalzas, y de la Encarnación de la corte, que son dos ojos clarísimos, por donde mira la perfección, y el espíritu desta grande monarquía, o dos soles, desde donde se alumbra la cristiana religión.

En estos hay número determinado. Aunque tal vez la caridad pasa el número; porque no es fácil poner término, ni tasa a tan alta caridad, como la que allí se profesa. Lo mismo debe de suceder en otros muchos conventos.

10. Yo creería cierto, que en el de religiosas no había de exceder de treinta, ni bajar de veinte; y en el de religiosos no había de exceder de cincuenta, ni bajar de treinta a veinte, más, o menos, en muy poca diferencia.

Esto es hablando de los conventos comunes; porque en las cortes de los reyes, y en los noviciados, y estudios, y otras comunidades de este género, y en los monacales, no puede darse número, y regla fija. Y aun en todos hay tantas razones, ya de caridad, ya de prudencia, ya de necesidad, que alteran estas reglas; que con haber dispuesto sobre esto los pontífices con gran celo, y despachando diversos Breves, por que no haya más religiosos de los que se puedan sustentar, no puede la ejecución moralmente reducirse a las órdenes del celo.






ArribaAbajoAviso III

Para los Carmelitas descalzos


Que traten poco con seglares, y esto para bien de sus almas.


Notas

1. No de balde Dios mandó a su pueblo, que no tratase con alienígenas: Alienigena non miscebitur vobis (Num. 18, v. 4); por que no los corrompiesen las costumbres de la ley los de ajena ley. Más fácil es lo malo de traer a sí lo bueno, que lo bueno de llevar a sí a lo malo.

Esta fue la disputa de los ángeles buenos de Daniel. Decía el ángel del pueblo del Señor: Salga el pueblo de Caldea, que se pierden los buenos con los malos (Dan. 10, v. 13). Decía el de Persia: Quédese el pueblo de Dios, que se salvan muchos malos por los buenos. Venció el ángel del pueblo de Dios: y es señal que eran más los buenos, que se perdían por las malas compañías, que no los malos, que se ganaban por las buenas.

2. ¿Quien creerá, que un religioso Carmelita descalzo, que habla a   —307→   un seglar distraído, no llevará a sí al seglar? Y tal vez el seglar, si no se lleva, por lo menos inquieta, y perturba al Carmelita descalzo.

Siempre volví menos hombre, cuando anduve entre los hombres, decía un siervo de Dios. En donde se ve, que tal es el hombre, pues con lo que había de ser más hombre, que es con andar entre los hombres, se vuelve menos hombre: esto es, más apartado de la perfección de hombre, y más cerca de las miserias de bruto.

3. Finalmente los colores de lo bueno, y de lo malo, nos dicen sus calidades. Blanco es lo bueno, negro es lo malo; y lo blanco fácilmente se hace negro, pero lo negro dificultosísimamente, y por milagro se puede teñir en blanco: y así fácilmente toma el hombre, aun siendo bueno, de lo negro, y de lo malo.

4. La regla es: Traten poco con seglares. Pero luego añade la limitación: Y esto poco para bien de sus almas.

Con estos dos avisos los hace sumamente perfectos, y espirituales, y conformes a su santa profesión. Porque con lo primero sólo, si no tratan con seglares nada, quedaban contemplativos, y no más; pero con lo segundo, quedan no sólo contemplativos, sino activos. Siendo contemplativos sólo, dejaban de ejercitar la caridad con los prójimos, propia vocación de sacerdotes: activos sólo, y tratando sobrado con los seglares, dejaban la contemplación de anacoretas; pero con lo uno, y con lo otro, son en la caridad sacerdotes, y activos, y en la contemplación anacoretas, y contemplativos; y cumplen con entrambas profesiones.

5. Y así no dice la Santa, que no traten con seglares, sino Sea poco, y eso bueno, para bien de sus almas; insinuando, que en esta santa profesión del Carmelo lo mucho ha de ser de soledad, y la abstracción, lo poco la conversación; pero que aquello mucho estaría mal en esto poco; y esto poco si crecía, embarazaría a aquello mucho, y se saldrían de su vocación.

Es como si dijera la Santa: Tengan mucha contemplación mis Carmelitas; y tanta, que salgan de la oración centelleando en amor divino: y cada palabra del Carmelita descalzo, y de la Carmelita descalza sea una brasa, que abrase a los corazones en el amor del Señor: sea un fuego que los alumbre, y encienda, y guíe, y encamine a lo mejor, y desta suerte el Carmelita volverá de su color al seglar, y no el seglar al Carmelita.






ArribaAbajoAviso IV

Para los Carmelitas descalzos


Que enseñen más con obras, que con palabras.


Notas

1. Este es consejo evangélico, y no es mucho, que el Señor se lo dijese a la Santa, pues por eso dijo su divina Majestad: Exemplum enim   —308→   dedi vobis, ut quemadmodum ego feci vobis; ita, et vos faciatis (Joann. 13, v. 15): Yo obro, para que obréis; yo hago esto, para que a mí me sigáis.

La fe entra por los oídos; pero la virtud de la caridad, y sus ejercicios, y las virtudes suelen entrar por los ojos.

Si veo obrar, obro aquello que veo obrar. Y aun los mismos irracionales se dejan llevar por los ojos del ejemplo.

2. Yo sé ha habido animal, que viendo cada día envolver a una criatura, la sacó de la cuna, y se la llevó a un tejado, y la desenvolvía, y volvía a vestir, y fajar; y viendo a otro que hizo lo mismo, y la volvió a su lugar, volvió el animal a la cuna la criatura.

Los elefantes se enseñan a pelear en el Oriente, viendo pelear a los otros, y los persuade el ejemplo, lo que no puede la voz. Si en los brutos es poderoso el ejemplo, ¿qué será en los racionales?

3. San Francisco, el serafín de la Iglesia, pidiéndole que fuese, como solía, a predicar a la ciudad, llamó a su compañero, y con él la anduvo toda, los ojos bajos, las manos cubiertas, los pasos compuestos, los movimientos honestos, y se volvió a su convento, sin que hablara ni una palabra. Y preguntando por el sermón, dijo con espíritu admirable: Esto es haber predicado. Porque andar compuestos vosotros, es componer a la ciudad, y a los otros.

4. Pero es necesario advertir, que no dice la Santa, que obre tanto con palabras, sino: Más con ejemplo, que con palabras. Como quien dice: A media hora de decir, ha de dar el Carmelita veinte y cuatro horas de obrar. Al predicar con los labios media hora, predique con las obras veinte y cuatro.

Y aun mucho más viene a dar al obrar, que al predicar, de lo que va de media a veinticuatro; porque no cada día ocupa una hora en el sermón; pero cada día ocupa veinte y cuatro en su penitente, y abstraída profesión. Y así no ha de obrar al revés el Carmelita, hablar mucho, y obrar poco, sino el hablar ha de ser la guarnición; pero el campo de la vida espiritual, sea el obrar.

5. No ha de ser mayor (dicen los griegos) el Parergon, que el Ergon. Esto es, no ha de ser mayor la guarnición, que no el campo. Un cuadro de un palmo, y un marco, o guarnición de tres varas, hace notable desproporción. La guarnición del Carmelita es hablar poco, y bueno con seglares, y el campo es tratar mucho, y fervoroso con Dios; edificar mucho con las obras, y más con ellas (como dice la Santa) que con las palabras.







  —309→  

ArribaAbajoAvisos

Que dio la Santa en esta vida, gobernada de su espíritu



ArribaAbajoAviso V

Plática, que hizo santa Teresa a sus monjas de la Encarnación de Ávila, cuando habiendo ya renunciado la regla mitigada, fue a ser prelada de aquel convento


1. Señoras madres, y hermanas mías, nuestro Señor, por medio de la obediencia, me ha enviado a esta casa, para hacer este oficio, de que estaba yo descuidada, cuan lejos de merecerlo.

2. Hame dado mucha pena esta elección, ansí por haberme puesto en cosa, que yo no sabré hacer, como porque a vuestras mercedes les hayan quitado la mano, que tenían para hacer sus elecciones, y les hayan dado priora contra su voluntad, y gusto, y priora que haría harto, si acertase a aprender de la menor que aquí está, lo mucho bueno que tiene.

3. Sólo vengo para servirlas, y regalarlas en todo lo que yo pudiere; y a esto espero que me ha de ayudar mucho el Señor. Que en lo demás cualquiera me puede enseñar, y reformarme. Por eso vean, señoras mías, lo que yo puedo hacer por cualquiera, aunque sea dar la sangre, y la vida, lo haré de muy buena voluntad.

4. Hija soy desta casa, y hermana de todas vuestras mercedes. De todas, o de la mayor parte conozco la condición, y las necesidades, no hay para que se extrañen de quien es tan propia suya.

5. No teman mi gobierno, que aunque hasta aquí he vivido, y gobernado entre Descalzas, sé bien, por la bondad del Señor, cómo se han de gobernar las que no lo son. Mi deseo es, que sirvamos todas al Señor, con suavidad; y eso poco que nos manda nuestra regla, y constituciones lo hagamos por amor de aquel Señor, a quien tanto debemos. Bien conozco nuestra flaqueza, que es grande; pero ya que aquí llegamos con las obras, lleguemos con los deseos; que piadoso es el Señor, y hará que poco a poco las obras igualen con la intención, y deseo.


Notas

1. Esta plática hizo santa Teresa el año de 1571, después de haber fundado algunos conventos de Descalzas, cuando para gobernar el de la Encarnación de Ávila, de donde era hija, la hizo priora el reverendo padre maestro fray Pedro Fernández, de la Orden de santo Domingo,   —310→   visitador nombrado por la santidad de Pío V para la provincia de Castilla, de la Orden de nuestra Señora del Carmen; y la Santa, como estaba sujeta a su obediencia, se rindió a servir el oficio.

2. Sintieron gravemente las religiosas esta elección. Lo primero, porque les quitó el padre visitador la que les tocaba, y la hizo sin su consentimiento; y siempre conviene que las prioras sean hijas de la elección de las súbditas, para que las amen como a hijas de su elección, aunque les sean madres en la jurisdicción.

3. Lo segundo, porque habiéndolas dejado la Santa para fundar la Descalcez, tenían alguna ocasión de sentir que se la diesen por priora; pues haber salido, siendo súbdita, del convento (aunque fuese con altos fines) y volver a ser prelada, a cualquiera que no fuese espiritual haría disonancia.

4. Lo tercero, porque con espíritu de Descalza gobernar Calzadas, les parecía que había de ser estrecho, y riguroso el gobierno. Sólo el mandar acongoja, y estrecha los ánimos; ¿que será mandar una Descalza a muchas Calzadas?

5. Repugnaron al principio el admitirla, pero al fin se rindieron las más prudentes, y ancianas; y todavía quedando algunas de las que en los conventos llaman las valerosas, juntándose la comunidad en el coro, puso la Santa (para rendirlas discretamente) en la silla prioral una imagen de bulto de nuestra Señora, y ella se asentó a sus pies. Y cuando todas aguardaban una plática de culpas con grandes rigores, y preceptos, les hizo la que precede a esta nota, que sin dada fue discreta, espiritual, y prudente.

6. Es discreta; porque escogió los medios más suaves en su discurso para ablandar los ánimos de las fuertes, conservar el de las ganadas, y acabar de inclinar, y rendir a las dudosas. Diciendo: Que no venía a gobernar, sino a ser gobernada: que era la menor de todas: que era hija de aquella casa: que sólo había de tratar de su regalo, y otras cosas deste género.

7. Es espiritual; porque desde luego entra con que nuestro Señor la envía, y la obediencia: y que con mucha suavidad se hará el servicio de Dios: y que si no llegan las obras a los deseos, nuestro Señor recibirá los deseos, y mejorará las obras.

8. Es prudente; porque previene los temores del gobierno, y les da luz de que ha de ser apacible, blando, suave, y dulce: que solo ha de tratar de socorrer sus necesidades; y que así como a madre, y con esa confianza se las manifiesten: conque las va ganando las almas por los cuerpos.

9. Esta fue una copiada imitación del gobierno del Verbo eterno encarnado. No entró con rigores, como en la ley vieja al dar las Tablas a Moisés, sino desde un pesebre con luces, dulzuras, y músicas de ángeles, humildad de pastores, y adoraciones de reyes, padeciendo con nosotros, para irnos ganando con los comunes trabajos, y que lo amásemos, no como a nuestro rey, ni como a Dios nuestro sólo, sino como a nuestro compañero.

10. Después cuando se manifestó su divina Majestad a los treinta años, acudió como otros a ser bautizado al Jordán; y ordenó que san   —311→   Juan le llamase cordero, y no león en el desierto. Hizo el milagro de las bodas de Caná, el de la pesca de san Pedro, el de los panes dos veces, acreditando su gobierno primero con suavidad, y la liberalidad, para que después pudiese esta nuestra naturaleza, ganada con el agrado, y los beneficios, tolerar la disciplina de las pláticas severas que hizo, y de la reformación que introdujo en Jerusalén.

11. El arte, y espíritu de poner la Santa a la Virgen en la silla prioral fue grandísimo; porque admiradas con una cosa tan impensada, y poniendo las monjas los ojos en la Reina de los ángeles, se templaban los ánimos de las unas, se atemorizaban las otras. Unas se enternecían, y otras, y aun todas lentamente se ablandaban.

12. Y así como fue la disposición, y la plática, correspondió el suceso; porque de allí salieron consoladas, y comenzaron a respirar de los temores que habían concebido, y todo se volvió confianza; y a la prelada que con temor miraban como a enemiga, ya la miraban como a amiga, y poco después como a madre: y dentro de tres años que gobernó, puso tal aquel convento, que no sólo las desempeñó en las materias de hacienda, y las reformó en las de su regla, y constituciones (Tom. 1, l. 2, c. 49, n. 15), sino que como dice la Corónica la siguieron a la Descalcez veinte y tres monjas, que después resplandecieron admirablemente en ella en todo género de virtudes. Y el convento de la Encarnación de Ávila quedó tan enamorado de su madre, y de su hija (que uno, y otro fue la Santa) que no sólo dio a la sagrada reforma a la madre (pues fue hija de aquel convento santa Teresa) sino tan gran número de hijas, que casi podía decirse, que encarnó la Descalcez en el convento de la Encarnación, o el convento de la Encarnación encarnó en la Descalcez. Y así no me admiro de lo mucho que los padres Descalzos, y madres Descalzas aman, y estiman aquel santo convento.

13. De allí a algunos años la volvieron a elegir por priora las religiosas de la Encarnación a la Santa, hallándose en Ávila el año de 1577. Pero siendo así que al principio se los hicieron recibir por priora el visitador, y sus prelados, después no quiso el provincial que lo fuese; y pleitearon las monjas que lo había de ser, hasta llevar al Consejo real la causa, defendiendo su elección.

14. En esto se manifiesta, cuán entrañable amor tuvieron de allí adelante a la Santa sus hijas de la Encarnación: siendo ejemplo bien notable de la variedad de los juicios humanos, ver que cuando las religiosas no la querían por priora por dudosos efectos, hizo el visitador con consentimiento del provincial, que lo fuera; y cuando no la quería el provincial, pudiendo esperarlos buenos, pleitearon las religiosas que lo había de ser.

15. Y para todo había alguna razón. Para lo primero de repugnarlo ellas; porque temían una elección irregular, que no venía por su parecer. Y para esforzarlo él, porque deseaba darles con una elección irregular un gobierno regular.

Para lo segundo, que era desear ellas que volviera a ser priora, porque las religiosas, habiendo experimentado el gobierno de la Santa, lo buscaban. Y el provincial para que no lo volviese a ser, porque estaba ya exenta la Santa de los padres Calzados, y así no venía en que fuese   —312→   priora de las Calzadas, la que no era sujeta a los Calzados, que gobernaban a las Calzadas. Y no le parecía buen orden de gobierno, ni lo es comúnmente, que esté exenta la priora del gobierno superior, estando sujetas las súbditas a aquel mismo superior gobierno, de que está exenta la priora.

16. Esta variedad de dictámenes justifica las resoluciones encontradas: y así es bien, que en casos semejantes ande muda, o modesta la censura de las que en esto reparan, o de ello se escandalizan.

17. Finalmente de esta plática podemos aprender, cuán cierta es la máxima de gobierno, de que la suavidad, y humanidad es el medio más eficaz para todos los aciertos: y que para que puedan tolerar el peso de la jurisdicción los inferiores, es menester que se lo temple el agrado de los superiores, y que la más fuerte cadena para mantener a los súbditos en obediencia, son los vínculos del amor del prelado, y que en faltando esta (que es de oro) con ser de hierro la cadena del temor, todavía es menos fuerte, y más débil, rota siempre de la desesperación; y que por eso dijo David a Dios: Illumina faciem tuam super servum tuum, et voce me justificationes tuas (S. III, v. 135). Como si dijera: Muéstrame, Señor, agrado, y alegría en tu rostro, y haz de mí lo que quisieres.






ArribaAbajoAviso VI

Breve plática, que santa Teresa hizo al salir de su convento de Valladolid, tres semanas antes que muriese


1. Hijas mías, harto consolada voy desta casa, y de la perfección que en ella veo, y de la pobreza, y de la caridad, que unas tienen con otras: y si va como ahora, nuestro Dios les ayudará mucho.

2. Procure cada una, que no falte por ella un punto lo que es perfección de religión.

3. No hagan los ejercicios della como por costumbre, sino haciendo actos heroicos, y cada día de mayor perfección.

4. Dense a tener grandes deseos, que se sacan grandes provechos, aunque no se puedan poner por obra.


Notas

1. A este santo convento de Valladolid, sin conocerle, le tengo grandísima afición, y devoción; porque veo, que la Santa se la tuvo grandísima, y estuvo muchas veces en él, y con sus hijas, y las amaba tiernamente.

Y sin duda le dejó (como su padre Elías a Eliseo), (4, Reg. 2, v. 15) al irse, grande parte de su espíritu en su capa; y ya que no doblado espíritu   —313→   que tenía la Santa, como allí, por lo menos muy imitador de sus altas perfecciones.

2. Al despedirse las alaba de dos cosas, y luego las encarga tres.

Alábalas en que anden en pobreza, y en caridad: y estoy pensando, que andaban en caridad, porque andaban en pobreza. Porque si todo era pobreza santa, y voluntaria en el convento, y no había dentro dél interés propio, que es el padre de la discordia, y desorden, ¿cómo no habían de vivir en caridad, en conformidad, y orden?

3. Pero advertimos, que la Santa no habla sólo de la pobreza de alhajas que había en aquel santo convento; porque esa no basta para que haya paz, unión, y caridad, pues estando pobre el convento, pueden andar los deseos encontrados, y arder todo el convento en discordias sobre el mandar, sobre el querer, sobre el no querer, sobre el hablar, sobre el obrar, sobre el desear; sino que la pobreza que la Santa alaba en este santo convento, y por lo que debemos creer que vivían en caridad, era por la pobreza de deseos, y de espíritu, que es de la que habló el Señor, cuando dijo: Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum cælorum (Matth. v. 5): Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de esos es el reino de los cielos.

4. Eran estas monjas de Valladolid (y hoy tengo por cierto que lo son) unas monjas, que no deseaban cosa alguna, sino sólo a Dios. No deseaban cosa criada, sino sólo a su Criador: no deseaban sino no desear, ni querían sino no querer. Eran unas monjas tan pobres de corazón, que no tenían en él más deseo que de agradar a Dios; y con eso Dios que vio sus corazones desocupados, entrose en ellos: y como Dios es todo amor, y caridad, paz, y consuelo, y en cada una estaba Dios, teníanse unas a otras grandísimo amor en Dios, y hallábanse con grande consuelo, y paz.

5. Y se ve, que la Santa, conociendo que estaban tan adelantadas en el espíritu, y con tanta caridad, les dejó encomendadas tres cosas, que todas miran, no tanto a la ley, y a la obligación, cuanto a una altísima perfección.

6. La primera: Que cada una procure, que no falte por ella todo lo que es perfección de religión. Perfección dijo, que lo que es la regla, asentado está que la guardaban; sino que sobre la regla levantasen el edificio de la perfección, como el contrapunto sobre el canto llano, y lo mejor sobre lo bueno, y lo máximo sobre lo mayor.

7. Y no dijo, que todo el convento haga esto, sino cada una; porque era gran precepto hablar con todo el convento, que siga la perfección. Y como gran bocado lo dividió en partes, y cogiolas por el modo más suave, hablando con cada una sola; conociendo que obrando cada uno lo perfecto, quedaba perfecto todo el convento.

8. Como si dijera: Hijas, cada una procure ser santa, y será todo el convento muy santo. Todo junto parece dificultoso, mas dividido por partes, es fácil; y con eso estas partes lo hacen santo a todo junto. Cada hormiga apenas puede con cada grano, y trabajando por traer su granito cada hormiga, hacen un granero tan copioso, que se sustentan todo el año. Lo que es poco dividido, es muchísimo congregado. Y así, hijas, sean como hormiguitas de Dios, pues el Espíritu Santo envía a las almas   —314→   a que aprendan de la hormiga (Prov. 6, vers. 6). Cada una me traiga un grano, y sea el grano aquel grano soberano, celestial, y sacramental, lleno de gracia, y autor de todas las gracias: a este sirvan, a este amen, y a este adoren por amor, no por costumbre sin amor, sino con una amorosa, y dulcísima costumbre, que no sepa alentar, ni vivir sin este amor.

9. El segundo documento, que aquí apunta, es espiritualísimo, digno de que todos lo grabemos en las almas, y es: Que no hagamos lo bueno como por costumbre. Como si dijera: Hijas, hagan con la presencia de Dios, lo que suele hacerse sin su presencia por costumbre. Aquello que se hace, porque se suele hacer, háganlo por sólo agradar, y servir a Dios. No me contento con la intención habitual, ni virtual, sin la actual. Hagamos las cosas, considerando, que hacemos las cosas por Dios. No hagamos las cosas por Dios, sólo porque la costumbre nos lleva a hacerlas, sino porque nos lleva a ellas el amor: no porque lo manda la regla sólo, sino porque lo manda el amor de Dios, que es el que anima, y da espíritu a la regla. Tengan por regla el amor de Dios. Hagan de su amor su regla. No sólo le demos la voluntad, sino también la memoria, porque voluntad sin memoria es muy tibia voluntad. Este modo de obrar es muy alto, y soberano, y sobrehumano; y así aprendamos todos este celestial modo de obrar tan divino, y soberano.

10. El tercero documento es excelentísimo, y no menos anagógico, y es: Que siempre excedan sus deseos a sus obras, cuando no puedan llegar sus obras a sus deseos. Como quien dice: A Dios hemos de dar las obras en lo que podemos; pero los deseos en todo aquello que podemos, y no podemos. Al obrar, como humanos; al desear, como divinos. Al obrar, no puede el hombre sino limitadamente; al amar, y al desear desee, y ame sin limitación alguna. Lo que no puede la mano, desee mi corazón, para que Dios reciba por los deseos el corazón, y la mano. Bien pueden otras servir más, pero cada una desee hasta lo que Dios le da. Porque la que menos sirve, si no puede más servir, por lo menos bien puede desear, obrar, amar, y servir, como aquellos que le sirven más.

11. A Daniel le decía el Señor, que porque deseaba mucho, y era varón de deseos, lo quería mucho su divina Majestad (Dan. 5, v. 23); porque el Señor, cuando se le sirve en verdad, y se hace lo que se puede al obrar, se contenta, y alegra con los deseos, y recibe el desear, como el obrar.

He oído decir, que solía decir santa Teresa: Señor, que haya otros que os sirvan más que yo, pasaré por ello; pero que os quieran más que yo, y os deseen servir más que yo, no lo tengo de sufrir.

12. Este axioma les dejó testamento a las monjas de Valladolid, y a todas las del Carmelo, y aun a toda la Iglesia junta. Que no haya tasa en los deseos, y se abrasen calla día más, y más sus deseos con la ansia de hacer perfectas las obras. Como si dijera: Señor, que otros os sirvan más, pase; porque conozco que soy flaca, y pobre de obras; pero que os amen más, ni os deseen servir más, no lo sufren mis deseos.

13. No digo Señor, que os sirvo, pero vos sabéis que os amo. ¡Oh quien igualara las obras al amor, y a los deseos! El serviros es de mi   —315→   naturaleza torpe, y flaca; el amaros es de vuestra gracia dulce, piadosa, amorosa: venza, Dios mío, vuestro amor, y esa gracia tan piadosa, y amorosa a esta mi naturaleza pobre, y flaca.

14. Finalmente, Señor, si no tengo el amaros, tengo el desear amaros, y si no tengo el serviros, tengo el desear serviros: pase, Señor, mi flaqueza del deseo a la posesión, y del amor a las obras.






ArribaAbajoAviso VII

Que dio la Santa a una religiosa de otra Orden


1. A quien ama a Dios como vuestra merced todas esas cosas le serán cruz, y para provecho de su alma, si vuestra merced anda con aviso de considerar, que sólo Dios, y ella están en esa casa.

2. Y mientras no tuviere oficio, que la obligue a mirar las cosas, no se le dé nada dellas, sino procurar la virtud, que viere en cada una, para amarla más por ella, y aprovecharse, y descuidarse de las faltas, que en ellas viere.

3. Esto me aprovechó tanto, que siendo las monjas, con quien estaba, muchas en número, no me hacían más al caso, que si no hubiera ninguna, sino provecho. Porque en fin, señora mía, en toda parte podemos amar a este gran Dios. Bendito sea él, que no hay quien pueda estorbarnos esto.


Notas

1. Este aviso de santa Teresa es muy sustancial, y dicen que era como jaculatoria suya, y que por ser tan útil, repetía algunas veces: Piense el alma, que sólo Dios, y ella están en el mundo.

Habla aquí de los cuidados del alma, de los deseos del alma, y de la intención del alma, y de la atención del alma.

2. De los cuidados del alma, es como si dijera: Cuida, alma, sólo de Dios, porque Dios sólo es a quien debes tu cuidado; porque todos los cuidados desta vida sólo se han de poner en la eterna. Sólo sea tu cuidado de Dios, que Dios cuidará de ti. Si a otra cosa necesaria, y forzosa dieres honestamente el cuidado, sea sólo el exterior; pero el interior, y del alma, sólo a Dios. En Dios, y por Dios has de poner en las cosas tu cuidado. ¿Qué temes, alma? ¿Qué esperas sin Dios? ¿Mas qué no debes temer sin Dios? ¿Y qué culpas recelar luego que te falte Dios? Témelo todo sin Dios; todo lo esperes, con Dios. Tiembla siempre de ofenderle. Sea toda tu esperanza amarle, y tu cuidado agradarle.

3. En las cosas de tu alma, Dios solo sea todo, y del todo tu cuidado; y en cuanto al cuerpo dale lo necesario, y no más, sin quitarle cosa a Dios, ni a tu alma. Más conseguirás cuidando sólo de Dios, que no cuidando   —316→   de ti: porque cuidando de ti sin Dios, pierdes a Dios, y no te ganas a ti, siendo la última de las desdichas estar el alma sin Dios.

4. Por el contrario, cuidando sólo de Dios, le obligas a que cuide Dios de ti. Mira lo que va de tu mano a la mano omnipotente de Dios; lo que va de una a otra providencia, eso va, alma, a que cuide Dios de ti, o que tú cuides de ti, descuidándote de Dios.

¿Por ventura crees, que si tú cuidas de Dios, descuidará Dios de ti? No así, alma; antes bien cuidará Dios tanto mas de ti, cuanto cuidares tú más de Dios, y cuides menos de ti.

5. De los deseos del alma habla la Santa, diciendo: Que haga cuenta, que en esta vida no hay otra cosa sino Dios. Y si en esta vida no hubiera otra cosa sino Dios, no había otra cosa que pudiese el alma desear en esta vida sino a Dios.

Como si dijera: Haz cuenta, alma, que no hay más en esta vida, sino tú, y Dios; Dios para ser deseado, y amado; y tú para amar, desear, servir, y agradar a Dios. Todo lo que no es Dios, alma, no lo mires, no lo desees, porque todo lo que no es Dios, más merece el olvido, que el deseo.

6. Aunque haya infinitas cosas en el mundo, que pueda apetecer el deseo, no ha de haber más que Dios sólo a quien se entregue el deseo: todo lo demás sea objeto, y materia de tu olvido, pero no de tu deseo.

¿Para qué hay que desear lo que buscándolo nos fatiga, poseído nos embaraza, gozado nos engaña, y amado con propiedad nos condena, o nos enlaza? Todo esto hacen, alma, los deleites desta vida.

Haz cuenta, alma, que en esta vida no hay sino Dios, y tú. Dios para ser adorado, y tú para que lo adores: y así ocupa en él tus deseos, tu amor y toda tu ansia, y solicitud. Busca a un Dios, que te consuela al buscarlo, te recrea al poseerlo, que te deleita al gozarlo, y que te premia al hallarlo, y te corona al servirlo.

7. De la intención del alma habla la Santa, diciendo: Que sólo te dé la intención a Dios, y que todo lo haga por servirle, y agradarle; y que aunque le dé la ocupación al oficio, a la profesión, al ejercicio, a lo humano, le dé la intención a lo divino: y que para esto haga cuenta, que en todo el mundo no hay otra cosa, sino Dios, y el alma. Como si dijera: Alma, dale tu intención, y tu corazón a Dios sólo; y en todo cuanto obrares, cuanto pensares, cuanto hablares, sólo procurara buscar, y agradar a Dios.

Todo lo has de hacer por Dios, con Dios, para Dios. Limpia bien la vista de tu intención, y será pura tu acción. No obres cosa, que no sea para Dios; y no obrarás cosa, que no sea muy de Dios. Si ella es pura, y sólo desea agradar a Dios, lejos estará de obrar cosa en que desagrade a quien desea servir, amar, y agradar, que es Dios.

8. En cuanto a la atención, que está muy cerca de la intención, y nada della, y del deseo; significa, que no sólo le dé el alma la intención a Dios, sino en cuanto pudiere le dé la actual atención: y que la vista, y la mira, y los ojos del alma sólo estén mirando a Dios, y atienda a los movimientos interiores de su alma, y a las santas inspiraciones del Espíritu divino: y no sólo obedezca la voz, sino las señas de su Dios, y su señor.





  —317→  

ArribaAbajoAviso VIII

Para sacar fruto de las persecuciones


1. Para que las persecuciones, e injurias dejen en el alma fruto, y ganancia, es bien considerar, que primero se hacen a Dios, que a mí; porque cuando llega a mí el golpe, ya está dado a esta Majestad por el pecado.

2. Y también, que el verdadero amador ya ha de tener hecho concierto con su Esposo de ser todo suyo, y no querer nada de sí: pues si él lo sufre, ¿por qué no lo sufriremos nosotros? El sentimiento había de ser por la ofensa de su Majestad, pues a nosotros no nos toca en el alma, sino en esta tierra deste cuerpo, que tan merecido tiene el padecer.

3. Morir, y padecer, han de ser nuestros deseos.

4. No es ninguno tentado más de lo que puede sufrir.

5. No se hace cosa sin la voluntad de Dios. Padre mío, carro sois de Israel, y guía dél, dijo Eliseo a Elías (4, Reg. 2, v. 12).


Notas

1. Todas estas máximas son celestiales, y requieren un comento: y así es lástima reducirlas a la clausura de notas.

2. La primera, es consideración de una alma, que como buena enamorada de Dios siente más las ofensas de Dios, que las suyas; antes siente las suyas, por el dolor de las ofensas de Dios.

Cuando a un enfermo le aflige un dolor vehementísimo, no siente los dolorcillos pequeños, que fatigan a su cuerpo; porque todo el sentimiento se lo lleva el gran dolor. Así ha de ser, cuando ofendiendo a Dios, me ofenden a mí; porque no he de sentir mi pena, sino la culpa con que se le ofende a Dios.

3. Es verdad, que lo ordinario (en mí particularmente) es todo lo contrario. Porque cuando con una misma herida, o golpe ofenden a Dios, y a mí, siento muchísimo mi ofensa, poquísimo la de Dios. Esto nace de que se va el dolor a donde están los sentimientos del amor: y como yo me amo a mí mucho, y a Dios poco, siento mucho que me ofendan, y muy poco que ofendan a Dios. Al revés fuera, si mi amor estuviera, y fuera a Dios, y mi aborrecimiento en mí, y a mí.

4. No había de ser así en mí, como es en mí, sino que abrasado en amor de Dios, no sólo no había de sentir yo mis penas, sino conformarme con las penas, y abrazar el penar; pues que también pena Dios con ofenderle al pecar, el que me causa las penas. Porque lo que hace el amor, es conformar los amados por la unión de voluntad, y hacerlos unos por el amor: y pues padece mi amado, justo es que padezca yo.

Con esto se quitan los odios, los rencores, y las venganzas. Porque   —318→   si yo no siento mi pena, no aborrezco; y si siento la pena que padece el Señor por la culpa, suspiro, padezco, y ruego por el culpado, para que llore, y cesa su culpa, y la pena del Señor.

5. En el segundo número, ya que en el primero lleva al alma a la paciencia por el amor del Señor, la lleva por su santa voluntad a la misma paciencia, y dice: Que pues su divina Majestad quiere sufrir, también ha de sufrir el alma. La cual, si ama, sólo ha de querer aquello que quiere Dios, que es su amado, y su amador: y el Señor siempre junta el amar con el sufrir.

6. Dios quiere padecer, pues yo quiero padecer. Dios sufre sus penas, pues yo las mías. Dios quiere que yo padezca, pues yo quiero padecer. Si no tengo yo otro querer que el de Dios, ¿qué puedo yo querer sino lo que quiere Dios? No sólo no quiero querer, pero me falta la facultad de querer, por lo menos deseo no querer, sino lo que quiere Dios.

Sea al gozar, sea al penar, sea al vivir, sea al morir, sólo quiero aquello que quiere Dios. Él mire lo que quiere que yo quiera, porque yo sólo quiero querer aquello que quiere Dios.

7. En el mismo número ofrece otro motivo al padecer con paciencia muy discreto; y es, que pues Dios, siendo inocente, y la misma inocencia, padeció en el cuerpo, y en el alma, y en su modo padece hoy las culpas en el alma, cuando con ellas les ofenden; ¿por qué yo no padeceré en el cuerpo, y en el alma, siendo yo materia tan digna de padecer, como donde se han criado con el apetito torpe, y malas inclinaciones las culpas, que son tan dignas de ser castigadas, y reformadas con llenar, y padecer? Como si dijera: Cuando está padeciendo, y padeció la misma inocencia, que es Dios, ¿por qué no padeceré yo, siendo yo la misma culpa? Y más cuando con el padecer se llega a satisfacer los delitos de la culpa.

8. Por eso, padeciendo grandes dolores un hombre discreto, pecador ya penitente, y contrito, le decía a Dios voceando, que se los repitiese más, y más; mirándolos como a remedio de su daño, clamaba: Entren penas, Señor, y salgan culpas. Como si dijera: Entren penas en el cuerpo, y salgan culpas del alma. Es purgatorio el penar en esta vida, que quita culpas con penas: como en el purgatorio salen del alma las señales, y reato de la culpa, con la pena que padece, purificándose el alma.

9. En el tercero repite su santo mote: o MORIR, o PADECER; del cual tocamos algo en las notas a la carta 27, núm. 5, y 6. Sólo advierto, que aquí la disyuntiva, o, hizo conyuntiva, y; porque no dice: O morir, o padecer, sino: Morir, y padecer.

Por eso un conocido mío a los que repetían el mote de la Santa, O morir, o padecer, les respondía: Y morir, y padecer; uno, y otro habrá de ser, porque en esta vida llena de trabajos, todo es morir padeciendo, y padecer muriendo.

10. La Santa en este lugar mudó la disyuntiva en conyuntiva; porque como da documento de paciencia, pone a la vista el daño con el remedio; y en esta vida no sólo es pena el morir, sino el padecer también al vivir para morir.

  —319→  

De suerte, que primero se padece, y después se muere; y de toda esta pena de morir, y padecer, de padecer, y morir, es el remedio que sea por Dios, no sólo el morir, sino también el padecer, y holgarnos de padecer, y morir por Dios; y más cuando sabemos, que no seremos tentados de la fidelidad del Señor, sino según aquello que podremos tolerar: Non patietur vos tentari supra id quod potestis (1, Cor. 10, v. 13), como advierte la Santa en el núm. 4.

11. Y más cuando no sólo su divina Majestad me lleva, como el carro al que va dentro, sino que me guía, como el carretero al carro, que eso quiere decir la Santa: Carro sois de Israel, y guía dél, dijo Eliseo a Elías (4, Reg. 2, v. 12); teniendo como buena hija escritas en el alma las luces que su padre dio a las almas.

Como si dijera: Dios me lleva sobre sí, y me guía, para que vaya con él. Esto es, él me da las fuerzas para que obre, y él me da luz para que vea, y él me alienta, y me sustenta, conforme a lo que dijo a sus discípulos: Ecce ego vobiscum sum (Matth. 28, v. 20); y en otra parte: Sine me nihil potestis facere (Joan. 15, v. 5).

12. Aquí explica la Santa los efectos admirables de la gracia; porque Dios enamorado del alma, lo hace casi todo con su gracia, y por su gracia.

Porque Dios me escita, Dios me levanta, Dios me despierta, Dios me lleva, Dios me anima, Dios me encamina, Dios me abre los ojos, Dios me cura, Dios me sana, Dios me mueve, Dios me aconseja, Dios me enseña, Dios me vence, Dios me convence, Dios me triunfa.

Finalmente, como decía san Pablo: No yo, sino la gracia de Dios conmigo: Non ego, sed gratia Dei mecum (1, Cor. 15, v. 10). Esto es: yo le doy la voluntad. Yo obro, pero Dios me da que yo obre, y me da que pueda obrar por Dios, con Dios, para Dios.