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Orígenes griegos de Roma

Pilar Rivero

Julián Pelegrín



Tal como evidencia el texto seleccionado, con su obra histórica Dionisio de Halicarnaso se propuso demostrar sistemáticamente los orígenes griegos de Roma, y para ello estableció paralelismos entre las instituciones políticas y religiosas de ambos pueblos, sus costumbres y sus lenguas -pues consideraba el latín un dialecto helénico del tipo eolio- hasta concluir afirmando que tales semejanzas derivaban de los estratos más antiguos de la población del Lacio. En ese sentido, y más allá de la vinculación establecida entre la leyenda autóctona de la loba y los gemelos, por un lado, y los regresos de los héroes de Troya a través de los reyes de Alba Longa, Dionisio profundiza en el pasado mítico y reconstruye las sucesivas migraciones de pueblos en Italia adaptándolas a su propia hipótesis: así, en su opinión los aborígenes, antepasados de los latinos, a pesar de su nombre habrían llegado de Arcadia, mientras que los pelasgos procederían de Tesalia y los troyanos, en última instancia, del Peloponeso. Por su parte, el régimen augústeo a cuya sombra escribe Dionisio no vacilaba en aceptar versiones aparentemente opuestas de los orígenes romanos -de carácter lo mismo italocéntrico que helenocéntrico- con tal de aprovecharlas de un modo propagandístico en beneficio propio.

Establecido en Roma desde el año 30 a. C. como maestro de retórica, Dionisio de Halicarnaso (siglo I a. C.) redactó a partir del año 7 a. C. sus Antigüedades romanas en veinte libros que abarcan desde la fundación de Roma al inicio de la Primera Guerra Púnica (264 a. C.) y de los cuales únicamente se conservan los diez primeros, parte del undécimo y fragmentos del resto (sucesos hasta mediados del siglo V a. C.).





«La historia antigua de la ciudad de Roma todavía es desconocida para casi todos los griegos, y algunas opiniones no verdaderas sino fundadas en relatos que han llegado a sus oídos por casualidad han engañado a la mayoría con la idea de que la ciudad tuvo como fundadores a ciertos vagabundos sin hogar y a bárbaros que ni siquiera eran hombres libres; y que, si con el tiempo ha llegado a la supremacía total, no ha sido por su piedad, justicia o cualquier otra virtud, sino por una suerte especial y porque la injusta Fortuna concede al azar sus mayores bienes a los más indignos. Y los más maliciosos suelen acusar abiertamente a la Fortuna de que concede a los bárbaros más perversos los favores que corresponderían a los griegos. Pero, ¿qué necesidad hay de hablar de otros, cuando también algunos historiadores se atrevieron a dejar escritas estas ideas en sus historias, por complacer con relatos injustos y falsos a reyes bárbaros que odian la hegemonía de Roma, reyes a quienes ellos mismos sirvieron y adularon?

Pues bien, con la intención de sacar de la mente de muchos esas creencias, como afirmé, erróneas, y establecer en su lugar las verdaderas, voy a explicar en esta historia quiénes fueron los fundadores de la ciudad, en qué momento se reunió cada uno de los grupos y por qué avatares de la fortuna abandonaron las moradas paternas. Y a través de esta obra, prometo demostrar que fueron griegos que se habían reunido procedentes de pueblos que no eran ni los más pequeños ni los más insignificantes. Empezando a partir del libro siguiente, relataré las acciones que llevaron a cabo inmediatamente después de la fundación, y las costumbres por las cuales sus descendientes alcanzaron tanto poder. Así, en la medida de mis posibilidades, no omitiré nada digno de mención para inculcarles, al menos a los que van a conocer la verdad, una idea correcta de esta ciudad, si es que no mantienen una actitud totalmente violenta y hostil hacia ella; que no se indignen por la sumisión que es lógica (pues de hecho hay una ley de la naturaleza, común para todos y que ninguna época derogará, consistente en que los superiores gobiernan siempre sobre los inferiores), y que no acusen a la Fortuna de haber concedido en vano y por tanto tiempo tal soberanía a una ciudad indigna; al menos, después de haber aprendido por mi historia que desde el principio, inmediatamente después de su fundación, ofreció numerosos ejemplos de hombres virtuosos, y ninguna ciudad ni griega ni bárbara pudo ofrecer otros más piadosos, ni más justos, ni más moderados durante toda su vida, ni mejores luchadores en las guerras que aquéllos. Esto lo conseguiré si realmente el resentimiento queda al margen de la historia, pues la promesa de relatos admirables y contrarios a las creencias puede acarrear tales sentimientos.

Todos los que han proporcionado a la propia Roma la extensión tan grande de su dominio son desconocidos entre los griegos por haber carecido de un historiador estimable; pues ninguna historia rigurosa sobre los romanos ha aparecido en lengua griega hasta nuestros días, a no ser muy breves y sumarios epítomes [...] De modo que ya uno puede con confianza hacerla ver como una ciudad griega, y mandar callar a quienes hacen a Roma un refugio de bárbaros fugitivos y vagabundos; mostrando que es la ciudad más hospitalaria y amigable, reflexionando que el linaje de los aborígenes era enotrio, y éste arcadio. Recordando que a ellos se unieron los pelasgos, que eran argivos y tras dejar Tesalia llegaron a Italia. Y a la llegada de Evandro y los arcadios, que habitaron cerca del Palatino, los aborígenes les cedieron el lugar. Además los peloponesios que llegaron con Hércules se instalaron sobre la colina Saturnia. Finalmente los que abandonaron Troya y se mezclaron con los anteriores. Así que no se podría encontrar un pueblo tan antiguo ni tan griego. La fusión con los bárbaros, por la que la ciudad olvidó muchas de sus antiguas instituciones, se produjo más tarde. Y podría parecer un milagro a muchos, que calculaban un desarrollo normal, que no se barbarizase por completo al recibir a ópicos, marsios, samnitas, tirrenos y brucianos, muchos miles de umbros, ligures, celtas y otros muchos pueblos además de los dichos, procedentes de la misma Italia, o llegados de otros lugares, que no tenían la misma lengua ni costumbres; por lo que era natural que sus formas de vida fuertemente sacudidas y perturbadas por tal discordancia produjeran muchas innovaciones en el antiguo orden de la ciudad. Mientras que otros muchos al habitar entre bárbaros, olvidaron en poco tiempo todo lo griego, de modo que no hablan la lengua griega ni conservan costumbres griegas, ni creen en los mismos dioses, ni tienen las mismas equitativas leyes (por lo que se diferencia especialmente la naturaleza griega de la bárbara), ni nada de las demás tradiciones comunes. Bastan para probar esta teoría los aqueos que habitan cerca del Ponto, que son eleos, una raza de lo más griega, y ahora son los más salvajes de todos los bárbaros.

Los romanos hablan una lengua ni exactamente bárbara ni completamente griega, sino una mezcla de ambas, cuya mayor parte es eolio. Esto es lo único que sacaron de sus múltiples mezclas, el no hablar correctamente todos sus sonidos; el resto de los recuerdos de su origen griego lo conservan como ningún otro de los colonos. No empezaron ahora por vez primera a vivir amistosamente, cuando a la enorme buena fortuna que cae sobre ellos la tienen como maestra de lo hermoso, ni desde que por primera vez se extendieron más allá del mar al destruir el imperio de cartagineses y macedonios, sino que desde la época en que fundaron la ciudad viven a la griega, y no se dedican más notablemente a la virtud ahora que antes».


(Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, I 4-5 y 89, traducción de Elvira Jiménez y Ester Sánchez, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1984.)                






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