
Otros motivos para la «Traduzion»: el Inca Garcilaso, los «Diálogos de amor» y la tradición cabalística1
José Antonio Mazzotti
¿Por qué escogió el Inca Garcilaso a León Hebreo como objeto de su traducción? La interrogante ha rondado los estudios garcilasistas desde hace varias décadas y las respuestas han sido vastas y, en algunos casos, complejas. Superados los tiempos en que el ilustre garcilasista José Durand atribuía la traducción de los Dialoghi d'amore a un simple ejercicio preparatorio para sus obras mayores, especialmente los Comentarios reales, aparecen a la vista nuevos y más convincentes razonamientos2. Aurelio Miró Quesada se pregunta también
(Miró Quesada 144) |
Miró Quesada propone un elemento de juicio que profundiza en el conocimiento del Inca: la dimensión subjetiva y las afinidades éticas y estéticas (como la ponderación y el concierto) entre Garcilaso y Hebreo3. Por su lado, Miguel de Burgos Núñez se refiere en su Introducción a la edición facsimilar de la Traduzion a la revalorización garcilasiana de la cultura incaica tal como el resto de humanistas revalorizaba las antiguas culturas clásicas, hecho patente en los Dialoghi también4. Y más recientemente, Doris Sommer sugiere que la técnica dialógica, la seducción que ejerce Sofía sobre Filón haciéndolo hablar fluidamente, es un modelo estratégico para la autoridad y la gracia que adquiere el estilo narrativo y argumentativo de los Comentarios, y pasa a constituir parte esencial, y no mero ejercicio preparatorio, de la obra mayor del Inca.
Estas tres
últimas propuestas me parecen muy válidas, y lo que
aquí diré servirá más bien de «commento y glosa»
a lo ya entregado por
tan ilustres colegas. Me interesará poner primero el acento
en la relación entre los Dialoghi y la Cábala, y luego en las
posibles analogías que se vislumbran en cotejo con algunos
rasgos del pensamiento mítico andino. Por supuesto que las
semejanzas no son siempre cercanas y hasta la misma presencia de la
Cábala en Hebreo forma parte de un sincretismo típico
del neoplatonismo renacentista. Por eso, es difícil hablar
de los Dialoghi
d'amore como un texto cabalístico per se, y nada más
lejos de mi intención aquí5.
Sin embargo, mi preocupación viene del hecho de que nunca se
ha examinado la importancia de la tradición
cabalística presente en la obra de Hebreo en relación
con las ya mencionadas analogías que ésta revela
frente a algunos rasgos de la mitografía andina. A partir de
un recorrido por los mitos presentes en los Diálogos Segundo
y Tercero y por los ciclos cosmogónicos de
destrucción y refundación (interpretaciones
cabalísticas del Antiguo Testamento y de los mitos
platónicos en el Timeo y El Banquete),
argumentaré provocadoramente que el Inca Garcilaso
encontró en los Dialoghi no solamente un modelo de
armonización universal de distintas culturas, como propone
Miró Quesada, sino también una semejanza con antiguos
relatos andinos de ordenamiento incoativo, que le
resultarían familiares dada su experiencia como
quechuahablante durante sus primeros veinte años de vida en
el Cuzco. De este modo, profundizaré en la complejidad del
sujeto de escritura garcilasiano desde mucho antes de los
Comentarios reales y finalizaré reflexionando sobre
la multiplicidad posicional del sujeto mestizo que se encuentra
presente desde la primera obra publicada por Garcilaso. Esta
multiplicidad formaría parte de una estrategia de
re-creación de las agencias étnicas americanas
utilizando los recursos y los textos más prestigiosos del
Renacimiento tardío. De ahí que pretenda hablar de
esa subjetividad y su expresión fuera del sambenito de que
se reducen a un producto labrado sólo a partir de la
experiencia europea. En otras palabras, trazaré una
trayectoria que va del Nuevo Mundo hacia Europa y no solamente al
revés, sin intentar contradecir, sino, todo lo contrario,
afirmar la complejidad de la obra de Garcilaso y la posibilidad de
complementar las valiosas contribuciones anteriores.
Como sabemos, los tratados y diálogos amorosos de corte neoplatónico eran abundantes en la bibliografía cuatrocentista y quinientista. Basta recordar, entre los más famosos, el Commentarium in Convivium de amore (1484) de Marsilio Ficino, el Amor dalle cui (1486) de Girolamo Benivieni, discutido en el Commento de Pico della Mirandola, Gli asolani (1517) de Pietro Bembo, el Libro di natura d' amore (1525), de Mario Equicola, Il libro del Cortegiano (1528) de Baltasar Castiglione, La Raffaella ovvero delle belle creanze delle donne (1538) de Alessandro Piccolomini, repudiada por el propio autor más tarde en sus Orazione in lode delle donne (1549), Il Raverta (1545) de Giuseppe Betussi, el Dialogo della infinità di amore (1547) de Tullia D'Aragona, los Dialoghi (D'amore, de' rimedi d'amore, dell'amor fraterno, etc., 1562) de Ludovico Domenichi, L'inamorato (1565) de Brunoro Zampeschi e, incluso después de la Traduzion, los Dialoghi (1596) de Sperone Speroni, y en el Perú la Miscelánea austral (Lima, 1602), de Diego Dávalos y Figueroa (al menos en sus Coloquios I al XXVII).
Sin embargo, el Inca escogió a León Hebreo y publicó en 1590 en Madrid su Traduzion del indio de los tres Diálogos de amor, basándose posiblemente en la edición princeps en italiano de los Dialoghi d'amore, aparecida en Roma en 15356. Había ya para entonces nueve ediciones de la obra de Hebreo en la lengua de Dante, una traducción al latín por Juan Carlos Sarraceno en 1564, cinco traducciones al francés y dos al español, por Guedella Yahía en 1568 y Micer Carlos Montesa en 1582 (v. Gebhardt 116-17; MacKehenie 635; Soria 21-2). Si Garcilaso conoció las traducciones al español antes de emprender la suya es tema que aún no se ha terminado de definir7. Lo cierto es que todos los críticos coinciden en que la calidad de la traducción del Inca es superior a la de sus antecesores, juicio difundido desde tiempos de Menéndez Pelayo, y no sin razón8.
El propio
Garcilaso expone las razones de su selección en las
cartas-proemio y dedicatorias de la edición de 1590, muy
dentro, ciertamente, de la retórica de la laudatio. En la dedicatoria al
Rey, señala que la primera razón es la excelencia de
Hebreo; la segunda, el entregar a Su Majestad «un tributo [...] por vuestros vasallos los
naturales del Nueuo Mundo, en especial [...] los del
Pirú»
; la tercera razón es el servir con la
pluma y no sólo con la espada al Rey, como había
hecho antes, durante la rebelión morisca de las Alpujarras;
y la cuarta razón consiste en la condición de inca
del traductor, con lo que declara su «servitud y vasallaje»
, pues tan noble
linaje andino como el suyo se había engrandecido con la
presencia de la fe cristiana (v.
la dedicatoria a la «Sacra Católica Real
Majestad»). Nótese, sin embargo, que la
posición del traductor como «indio» desde el
mismo título, y como «Inca» desde el
pseudónimo que firma en perfecto español, forman
parte de un «desdoblamiento»
,
según lo llama Susana Jákfalvi-Leiva, que tiene como
fin dar a conocer un sector aristocrático y, por lo tanto,
distinguible del espectro indígena anterior; un sector que
sin perder su especifidad americana se acomoda a los vaivenes de la
política imperial y se ofrece a sí mismo como parte
añeja dentro de un proyecto cristiano universal9.
Una de las razones que me llevó a investigar los rasgos cabalísticos de Hebreo y su interdependencia con el pensamiento mítico en general fue la prohibición de los Dialoghi a partir del Índex de 1612 y luego los pasajes expurgados a partir del Índex de 1620. Originalmente, fue Menéndez Pelayo el primero que señaló que la Traduzion había sido recogida por la Inquisición. Según el crítico montañés, en su Historia de las ideas estéticas en España de 1883,
(Menéndez Pelayo, Historia de las ideas 14) |
En el
Prólogo-dedicatoria de la Historia general del
Perú, Garcilaso se aviene a la prohibición,
aludiendo simplemente que el libro «no
era para el vulgo»
:
(Inca Garcilaso de la Vega, Segunda Parte de los Comentarios reales, «Prólogo a los Indios, Mestizos, y Criollos de los Reynos, y Prouincias del Grande y Riquissimo Imperio del Peru», f. s. n.) |
Sin embargo, Carmelo Sáenz de Santa María (XLIII-XLIV) se encargó de esclarecer que la prohibición en realidad consistía sólo en la expurgación de algunos fragmentos de los Diálogos y, más aún, que la censura se pergeñó sobre la base de la traducción al latín hecha por Sarraceno en 1564 y no sobre las traducciones al español. No habría habido, pues, una prohibición específica de la traducción de Garcilaso frente a las otras por los elementos cabalísticos y teosóficos que conservó del original en italiano o, como veremos más adelante, de la versión en latín.
Sea como fuere, son los supuestos motivos de la prohibición señalados por Menéndez Pelayo, es decir, los contenidos cabalísticos y teosóficos que Carlos Montesa aminoró en su traducción de 1586 y que Garcilaso conservó fielmente, los que nos pueden conducir a desmadejar este hilo de Ariadna hacia niveles de significación más complicados que los señalados por el ilustre don Marcelino.
Resulta muy
ambicioso imaginar un panorama completo de la difusión y
repercusiones de la Cábala hispano-hebrea durante el siglo
XVI y mucho más durante el Renacimiento en general. Los
grandes trabajos de Scholem, Beitchman, Wirszubski, Blau,
Muñiz-Huberman y otros han puesto en evidencia que la
Cábala (o en hebreo «recepción») tuvo su
momento de difusión principal a partir de la década
de 1290, cuando los manuscritos del Zóhar o
Libro del esplendor empezaron a circular en España.
Gershom Scholem demostró que Moisés de León,
el autor del Zóhar, no se había basado en un
manuscrito arameo del siglo II d. C. según declaró
para autorizar su propio texto. Aunque la tradición de
interpretación de la Torá a partir de las relaciones
y sugerencias de las palabras que la constituyen se remonta a
muchos siglos antes (Blau 3-7), se consolida a partir del
Zóhar como una de las prácticas del saber
esotérico más complejas y atractivas del siglo XIII
en adelante. Básicamente, la Cábala plantea el
estudio de la relación entre un Dios incognoscible e
incomprensible en sí mismo por la mente humana y sus
manifestaciones visibles y espirituales en el universo. Propone por
eso el estudio e interpretación de las
séfirot o emanaciones de Dios mediante las cuales
el ser humano puede acercarse al conocimiento de la divinidad.
Dios, al crear el mundo y los cielos, se separó de ellos
dejando como parte de su presencia esas emanaciones o reflejos que
según el Zóhar son diez: «Gloria, Sabiduría, Verdad, Bondad, Poder,
Virtud, Eternidad, Esplendor, Fundamento y una letra A
(álef) impronunciable, que sería el
verdadero nombre de Dios»
(Muñiz-Huberman 14-5).
Algunos cabalistas incluso proponen que las Sagradas Escrituras
contienen combinaciones de letras que conducen a los nombres y
variantes de las emanaciones, y que la labor del exégeta
bíblico debe ser la de relacionar las 22 letras del alfabeto
hebreo y las palabras de las Sagradas Escrituras para llegar a esos
nombres, forma de presencia privilegiada de la divinidad en el
mundo sublunar10.
La Torá es, pues, un organismo vivo que encarna el cuerpo de
Dios y cuyo sentido verdadero o ánima sólo se alcanza
mediante su interpretación y su expresión
oral11.
Después de todo, Dios dictó su palabra a los
profetas y estos sólo la pusieron por escrito, perdiendo
así mucho del significado original del mensaje divino.
Las interpretaciones del Zóhar y de los textos cabalísticos posteriores sirvieron para el desarrollo de una corriente fundamental de misticismo dentro del judaísmo; corriente destinada a encontrar las vías de re-unificación del hombre con la divinidad. A la vez, durante el Medioevo, la Cábala se enriqueció con lecturas platónicas y aristotélicas que buscaban apoyar la certeza de una verdad divina revelada de distintas maneras a las culturas antiguas. Se dice, incluso, que la Cábala adquirió su auge en oposición al racionalismo de Maimónides, que había pasado poco a poco a constituir una corriente de pensamiento hegemónico dentro del judaísmo. Los pensadores cristianos, como Raimundo Lulio, entre los siglos XIII y XIV, intentaron adaptar el complicado sistema numerológico y cosmogónico de la Cábala para probar que el cristianismo constituía sin duda alguna la verdadera fe. Más tarde, y para apurar el recuento, humanistas como Ficino y, sobre todo, Pico della Mirandola, asumieron muchos de los mismos principios, buscando la compatibilidad del neoplatonismo y su teoría de los recuerdos o reminiscencias con el sistema de las esferas y las emanaciones divinas que aportaron los cabalistas12.
Por supuesto que habría mucho más que decir sobre el tema, pero las limitaciones de espacio me obligan a entrar de una vez en nuestros autores, es decir, León Hebreo y el Inca Garcilaso. En el primero, sobre todo, veremos cómo el desarrollo del neoplatonismo se cubre de algunos elementos de la Cábala que le dan a su obra, los Dialoghi d'amore, ese lugar privilegiado dentro de los tratados de amor escritos entre fines del siglo XV y las primeras décadas del XVI13.
Como se dijo antes, Menéndez Pelayo fue el primer crítico en atribuir rasgos cabalísticos a la obra de Hebreo, precisamente para ilustrar las razones de la supuesta prohibición individual a la Traduzion de Garcilaso. Ya los Índices de 1612 y de 1620 (de Sandoval) incluyen la obra como no apta para cristianos, aunque sin especificar por qué. Al revisar los pasajes expurgados en el Índex de 1632 (cuando ya Garcilaso estaba bien muerto), encontramos que, en efecto, la mayor parte de las razones de la censura tiene que ver con la presentación de la Cábala. Se trata de una censura a todas las ediciones de los Dialoghi, según hemos señalado, aunque las citas de los pasajes expurgados vienen directamente de la traducción al latín por Sarraceno en 156414. Andrés Soria ha identificado dichos pasajes, y nos dice que se expurgaron
del diálogo I, la frase /el perfecto amor/ «…ni se gobierna jamás por la razón, que rige y conserva al hombre», aunque se deja intacta toda la discusión sobre la oposición entre amor y razón. Quizá se vio en esta frase una actitud contraria al libre albedrío. En el diálogo II se suprime la frase «si ya no hubiese sido tanta la divina piedad que le hubiese dado manera de poderse remediar», aplicada a la posibilidad de perdón para el alma malvada, una vez separada del cuerpo. También aquí el inquisidor ha borrado un párrafo interpretable en el sentido protestante de la contraposición entre fe y obras. Con todo, queda incólume toda la interpretación alegórica de los mitos, que preocupaba a los censores portugueses15. En el diálogo III las supresiones son más abundantes, y esta vez se dirigen contra la astrología y la cábala: así se manda borrar la explicación de que los cielos se disuelven cada cuarenta y nueve mil años, y la adaptación del mito del andrógino a la creación de Adán y su exégesis alegórica (Soria 40-1). |
La teoría
sobre el origen del mundo y sus sucesivas destrucciones y
re-creaciones, así como el carácter andrógino
de Dios, parecen haber constituido los blancos favoritos de la
Inquisición. Según Hebreo o, mejor, su portavoz
Filón, el mundo celestial y el terrenal sufren una serie de
ciclos de creación y destrucción de acuerdo con
determinado número de años, que se distribuyen en
periodos menores de siete mil años para la renovación
del mundo sublunar y de cincuenta mil para la renovación de
todas las esferas celestiales. El Caos vuelve a primar debido a la
separación de materia y forma. La conjunción de ambas
permitía explicar la realidad terrenal y celestial que
dependen de la voluntad de Dios. Al permitir éste que uno de
los cuatro elementos (tierra, agua, aire, fuego) prime sobre los
demás, vuelve el mundo subceleste a su estado de
disolución original hasta que la misma voluntad divina
separe los elementos y los insufle nuevamente con las
reminiscencias de las formas ideales16.
El periodo de vuelta al Caos cada seis mil años seguido por
un milenio llamado shemita en hebreo es reproducido en las
esferas luego de cuarentainueve mil años, a los que siguen
mil años de Caos17.
Este último periodo es llamado yovel «que en latín quiere dezir Jubileo y
vuelta de lo recibido»
(Traduzion f. 193v; v. también Pines 370). Este gran
Jubileo cósmico ocurre cuando la octava esfera completa una
revolución (Traduzion f.
193r).
La propuesta de los ciclos cósmicos tiene su origen en un sector del cabalismo radical, como lo llama Gershom Scholem, y se transmitió desde Isaac de Acre, en el siglo XIII, hasta Isaac Abrabanel, padre de Yehudá Abrabanel, nuestro León Hebreo, plasmándose finalmente en los Dialoghi18.
Asimismo, en el
Diálogo Tercero (ff.
182v-183r),
Filón y Sofía discuten sobre el origen del mundo, y
plantean tres teorías: la aristotélica, que propone
la eternidad de la creación; la de Platón, que
sustenta que sólo el caos es eterno junto con Dios, y que de
éste Dios creó el mundo; y la de los «fieles y todos los que creen en la sagrada ley
de Moysen»
, que plantean que sólo Dios es eterno y
que éste creó el mundo de la nada. Curiosamente, la
doctrina de Platón en el Timeo aparece aquí
expuesta como segunda posibilidad y es atribuida a una posible
lectura e interpretación que Platón habría
hecho de la ley mosaica, a su manera, convirtiéndose
así, para Hebreo, en uno de los primeros cabalistas de la
historia (Traduzion ff.
231r-231v)19.
Esta concepción del tiempo como discurrir circular, con sus ciclos cosmogónicos de creación y destrucción, es consistente con lo que se sabe de los paradigmas culturales de toda sociedad de pensamiento mítico (v. los clásicos trabajos de Mircea Eliade citados en la Bibliografía). Asimismo, los tiempos primordiales tienden a repetirse mediante su actualización en ritos que sólo simulan el acto fundador de la divinidad. En el caso de la Cábala, el problema se complica pues la lectura e interpretación del Antiguo Testamento, que no es otra cosa que la palabra de Dios escrita y centinela de un significado oculto que el cabalista experto debe descifrar, puede llevar a que las combinaciones de letras del alfabeto hebreo reproduzcan parcialmente el poder divino de la creación y ejerzan un poder transmutativo sobre la materia. De ahí la relación tan estrecha entre Cábala y magia blanca, aunque en el caso de Hebreo el interés por la Cábala tiene más rasgos teológicos y filosóficos que otra cosa, y tiende a buscar una explicación universal de la conjunción con la divinidad a través del amor, lo que lo diferencia del neoplatonismo de Ficino, por ejemplo (Pines 367).
Otro rasgo
importante que nos servirá para establecer los puentes con
Garcilaso es el de la existencia de un dios creador
andrógino y de otros personajes andróginos de
carácter o cercanía divina, según la
explicación que hace Hebreo de los mitos platónicos
en El Banquete, por un lado, y de las Sagradas Escrituras,
por el otro. Habría que referirnos concretamente al mito
sobre el Andrógino arrogante que es castigado por los dioses
y separado por mano del dios Apolo. «El
amor, reconciliador, y reintegrador de la antigua
naturaleza»
(Traduzion f. 227v)
encontraría su razón de ser en la
reconstitución de este ser dividido en dos mitades que se
buscan y tratan de amalgamarse una vez más. Curiosamente, en
cuanto se refiere a Adán, Filón señala que:
«Quiere dezir que Adam, que es el primer
hombre, al qual crio Dios en el sexto dia de la creaciõ,
siendo vn supuesto humano, contenía en si macho y hembra sin
diuisiõ, y por esto dize que Dios crio a Adam à
imagen de Dios, macho y hembra los crio»
(Traduzion ff. 230r-230v). Este
Andrógino bíblico, Adán, fue aquel «del qual tomaron Platon, y los Griegos aquel
Androgeno antiguo medio macho y medio hembra»
(Traduzion f. 230r). Lo que llama la atención es que Dios
mismo es descrito como andrógino, pues de él nace el
modelo de la androginia original de la humanidad. Mantengamos en
cuenta este elemento, pues será tema grato a los estudios
andinos, y veamos otros casos.
Un tercer rasgo señalado como aspecto de la Cábala es la completa sexualización del universo. No me refiero sólo a las jerarquías cósmicas identificadas como cielo macho y tierra hembra, tan minuciosamente detalladas en el Diálogo Segundo. También hay que subrayar que, siguiendo con su interpretación de Platón, Filón afirma que
(Traduzion f. 187v) |
Forma y materia se
conjugan y la segunda es modelada por la primera, en lo cual no
deja de haber también rasgos petrarquistas. Sin embargo, ya
Beitchman había notado, siguiendo el planteamiento de Waite,
que esta sexualización de los Dialoghi es común con el
Zóhar, y se relaciona con el mundo celeste,
«en el que Dios está dividido en
aspectos cognoscibles e incognoscibles»
(Beitchman
145)20.
El cuarto rasgo
que me interesa señalar está sobre todo ligado a la
tradición clásica, pero sugiere resonancias de
modelos actanciales también de carácter mítico
en otras culturas. Se trata en este caso del mito de Demogorgon,
«que quiere dezir Dios de la tierra: esto
es, del vniuerso, ò Dios terrible, por ser mayor
que todos. Dizen que este es el productor de todas las
cosas»
(Traduzion ff. 79v-80r, énfasis agregado). Dicho dios era
así llamado por los poetas para referirse a lo que
comúnmente se conocía como Júpiter, figura
civilizadora entre los cretenses21.
El dios les vedó «el comer carne
humana, y otros ritos bestiales, y mostrandoles las costumbres
humanas, y los conocimientos diuinos»
(f. 79v). Antes, en
figura humana, había sido llamado Lisania de Arcadia,
«que yendo a Atenas, y hallando aquellos
pueblos rusticos, y de costumbres bestiales, no solamente les dio
la ley humana, pero tambien les mostro el culto diuino: por donde
ellos le alçaron por Rey, y le adoraron por Dios, llamandole
Iupiter por la participacion de sus virtudes»
(f. 79v).
Esta semejanza con las imágenes que luego nos
ofrecerá de los incas gobernantes en los
Comentarios, tiene también sus raíces en las
Genealogie deorum
gentilium de Giovanni Boccaccio. Ciertamente, la plantilla
encaja muy bien con una prestigiosa tradición occidental,
formando así su propia genealogía, y mantiene
semejanza y modela una imagen posteriormente incorporada como
paradigma en la de los primeros incas de los
Comentarios22.
En ellos, como en Demorgorgon, también salta a la vista la
poderosa excelencia del «buen gobierno», y el
conquistar para imponer «ley humana» y «culto
divino». Sin embargo, la plantilla no se condice con la
presencia femenina de Mama Ocllo en el acto fundacional del Cuzco,
ni con los orígenes solares en el lago Titicaca que muestran
Cieza, Betanzos y Murúa en sus respectivas crónicas.
Estas sólo se publicaron en el XIX, y es dudoso que
Garcilaso las leyera (v.
Betanzos, Caps. 1-4; Cieza,
Cap. 1; Murúa 39;
también Durand, «Garcilaso Inca jura…»).
Asimismo, aunque más tarde en los Comentarios
Garcilaso modele al dios superior basándose en legados
occidentales como el del dios ignoto de Diógenes Laercio,
prevalece la conciencia de que otros cronistas hacen lo mismo sin
dejar de ofrecer imágenes de Wiraqucha como trickster, pero igualmente
engrandecido hasta ser equiparado al dios occidental. Así,
por ejemplo, en Titu Cusi y en Juan Santacruz
Pachacuti23.
Sin embargo, conviene tener en cuenta la figura de Demogorgon o
Júpiter y sus aspectos «terribles». Esta
dualidad, semejante a la de la androginia, propiamente
cabalística, es rasgo de suma utilidad en el cotejo con la
tradición andina, que pronto examinaremos.
Por último,
un elemento más de interés trasatlántico es el
de la presencia del Sol en Hebreo. La bibliografía
renacentista sobre el tema es abundante, comenzando por el
Liber de sole et
lumine de Ficino y continuando con el ámbito de la
historiografía americanista, como en el caso de
Jerónimo Román y Zamora, que comenta el concepto del
sol como imagen material del entendimiento divino procedente de
Dionisio Aeropagita, en la tercera de sus Repúblicas del
Mundo, que Garcilaso citará más de una vez en
los Comentarios reales. Para León Hebreo, el Sol
mantiene una «semejança con el
entendimiento diuino»
, y constituye el corazón del
gran cuerpo celestial, el cual mantiene correspondencia con los
órganos del cuerpo humano. Todas las partes del cielo
manifiestan y se dirigen hacia el conocimiento de Dios. De
ahí que con justicia los Dialoghi sean también llamados una
Philographia
Universal, como hizo Montesa en su traducción. El
Sol, según sabemos, era una de las figuras más
importantes del panteón incaico, y Durand se encarga de
mencionar que ocupa lugar destacado entre las apostillas que
Garcilaso incluye en los márgenes de su Traduzion
(v. «Garcilaso Inca
jura…»). Pero quizá no se trata de pura
coincidencia o afán estrictamente incaizante, como parece
desprenderse de las afirmaciones de Durand. Un cotejo detallado de
la Traduzion con la versión en latín de
Sarraceno nos arroja un saldo de fidelidad a las apostillas que
revela una estrategia de auto validación bastante obvia. El
gesto, sin embargo, le costará a la Traduzion ser
parte de la prohibición general. Así, por ejemplo, en
la traducción de Sarraceno aparecen, entre otras muchas
apostillas, las siguientes, que aluden a algunos de los temas ya
nombrados: «Adam apud Hebreos
hominem significat, & marem simul faeminamque
complectitur»
(f. 78), que en la Traduzion de Garcilaso se
convierte en «Adan quiere dezir
hõbre, sinifica macho, y hembra»
(f. 64v); o «Androgyni
forma»
(f. 305),
traducido como «Pintura del
Androgeno»
(Traduzion f. 226v); o «Androgyni
temeritas atque arrogantia»
(f. 305), que se convierte en «Temeridad del Androgeno y su
arrogancia»
(Traduzion f. 227); o «Androgyni
pæna»
(f.
305), traducido como «Castigo que se dio
al Androgeno»
(f. 227); o
«Cabalistæ
Hebraeorum sapientssimum genus»
(f. 258), que en la Traduzion
es «Los Hebreos sabios se llamauan
Cabalistas»
(f.
192v); o «Chaos confusionem
significat»
(f.
8), vertido como «Caos sinifica
confusion»
(f. 56v); «Demogorgon apud poetas supremum Deum
significare confuenit»
(f. 97), transformado en «Demogorgon supremo Dios entre los
Poetas»
(f. 79v); o «Similitudo inter Solem, diuinumque
intellectum»
(f.
366), que literalmente se convierte en «Semejança entre el sol, y el
entendimiento diuino»
(Traduzion f. 273), etc.,
etc. Y una última
prueba: la apostilla en latín que aparece en la
Traduzion («Maxima pœnis, & linguæ
similitudo»
f.
63v), extrapolada intacta de la
versión de Sarraceno.
Como se ve, las semejanzas y repeticiones revelan una dependencia directa de la Traduzion de Garcilaso en relación con la versión en latín, y no sólo su conocimiento de ella. Es esa dependencia la que aproxima a la Traduzion al resaltamiento de los elementos cabalísticos y solares que aparecen distinguidos (entre muchos otros, ciertamente) en la versión de Sarraceno. De ahí, quizá, que la primera versión en italiano de 1535 (que puede verse en facsimilares en Gerbhardt 1929) no deba considerarse como la única fuente, aunque nada impide pensar que sí pudo haber sido conocida y hasta usada por el Inca como fuente básica de su labor, según sostiene Burgos (v. nuestra nota 5).
Volviendo a la argumentación central de este trabajo, habría que recordar que los ciclos míticos andinos (como los de Wiraqucha y Ayar) sobrepasan el universo estrictamente incaico, ya que éste, por definición, recoge y adecúa antiguas creencias regionales y las va acomodando a su panteón general. Sin embargo, dada la importancia fundamental que en los Dialoghi se otorga a las fábulas y leyendas como vehículos idóneos para transmitir mensajes trascendentales (el famoso sentido alegórico), conviene echar una mirada a aquella tradición transmitida por vía oral y que pudo haber llegado a oídos del joven Garcilaso en el Cuzco tras el filtro de los formatos propios de tal narración y de los intereses familiares de la panaka o clan familiar de nuestro autor. (Se recordará que Gomes Suárez de Figueroa -más tarde el Inca Garcilaso- perteneció por línea materna a la panaka de Tupaq Inka Yupanqi; su madre, Chimpu Uqllu, era nieta del emperador, y prima de Waskhar y Ataw Wallpa).
Algunos cronistas, como los ya mencionados Cieza y Betanzos, y también los quipucamayuq de Pacaritambo, recogen la versión de que el mundo era oscuro y tenebroso hasta que asomó la luz del sol en el lago Titicaca (v. Collapiña et al.). La relación directa o indirecta con el sol por parte del dios Wiraqucha es tema complejo que no abordaré por el momento (v., para más detalles, Demarest). Lo cierto es que, si bien existe el consenso de que Wiraqucha fue más bien un dios ordenador que creador, e incluso comparable al tipo del trickster o trampista -dios terrible, podría interpolarse- su labor civilizadora prevaleció sobre muchos de sus otros atributos. Sin embargo, cabe recordar que entre esos atributos se consignan destrucciones de la humanidad por agua y fuego, hecho que guarda una relativa semejanza con la idea de los ciclos cósmicos elaborada por Hebreo en sus Dialoghi24. El tiempo circular, tan caro a las culturas de pensamiento mítico, parece ser común al sistema propuesto por Filón en su explicación mosaico-cabalística y a lo que se ha podido reconstruir de los mitos incoativos andinos (v., en ese sentido, Bouysse-Cassagne, y su estudio Lluvias y cenizas sobre las destrucciones míticas por fuego y por agua).
También debemos considerar que la conformación de un dios andrógino no es ajena a algunas de las presentaciones hechas de Wiraqucha por diversos cronistas. En las oraciones de Juan de Santacruz Pachacuti, así como las que recogen Cristóbal de Molina, «el Cuzqueño», González Holguín, Betanzos, Guaman Poma y otros, hay alusiones al dios superior incaico como fuente de distribución de los géneros masculino y femenino a partir de una naturaleza inherentemente dual25. El mismo dios Pachacamac, contraparte y equivalencia costeña del altiplánico Wiraqucha, era representado con dos caras, una masculina y una femenina, constituyéndose así en sumo elemento de configuración de la sexualidad terrenal. Este carácter dual de la divinidad superior es coherente con los rasgos positivos y destructivos que adquieren las descripciones de Wiraqucha, hasta el punto de llegar al desdoblamiento en la figura de Tunupa, tal como propone Pachacuti Yamqui, y más tarde hasta la cuatripartición, como hace el propio Inca Garcilaso al recoger el mito de Manco Cápac, Colla, Tocay y Pinahua en el Cap. XVIII del Libro I de la Primera Parte de los Comentarios reales.
Asimismo,
recordemos lo que señaló en su momento Robert
Lehmann-Nitsche sobre la semejanza de la concepción
astronómica de los pueblos andinos con algunos rasgos del
pensamiento platónico. Se trata simplemente de explicar el
origen de los elementos naturales a partir de modelos celestiales o
kamaq que
insuflan vida y ánimo a plantas y animales. Así, por
ejemplo, la Yacana o constelación oscura de la llama es
fuente de vida de todas las llamas existentes en la tierra. El
Capítulo 29 del Manuscrito de Huarochirí es bastante
revelador al respecto. Propone la traducción del Manuscrito:
«La
[constelación] que llamamos Yacana, el camac de las llamas, camina por
medio del cielo [...]. Se dice que la Yacana anda en medio de un
río»
(Taylor 429)26.
Lo corroboran Polo de Ondegardo y Bernabé Cobo. El primero
explica que «generalmente todos los
animales y aues que ay en la tierra, creyerõ que ouiesse vn
su semejante en el cielo, a cuyo cargo estaba su procreación
y augmento»
(Cap.
1). Cobo, por su lado, menciona que
(II, 159) |
Un pasaje clave de la Traduzion, en este sentido, se puede ver en el Diálogo Tercero, en que Filón afirma que
(Traduzion ff. 194r-194v, énfasis agregado) |
¿Estas «aguas superiores», no despertarían en Garcilaso resonancias del Hanaq Pacha Mayu o Río del Mundo de Arriba tan frecuente en la mitografía andina? Y el carácter modelador de la Idea o Forma sobre la materia o caos, ¿no remite -aun considerando las distancias anotadas por Salomon- al concepto de las constelaciones o estrellas generadoras de animales y plantas en la tierra tan frecuente en la cosmovisión andina?
Si existe una concepción del mundo terrenal como derivación de paradigmas celestiales, no es raro que el platonismo en general -a pesar de sus diferencias con el pensamiento mítico andino- haya sido del agrado de nuestro mestizo cuzqueño. Sin embargo, tampoco quisiera insinuar que Garcilaso conocía todas y cada una de las tradiciones orales andinas y sus correspondientes ciclos míticos. Hay, ciertamente, mucho por investigar en este camino altamente comparativo, pero creo que con los ejemplos de Demogorgon, los ciclos cósmicos, la androginia original, el Sol y los principios modeladores de origen celestial tenemos una veta de explicación bastante rica en la difícil tarea de desentrañar la complejidad del Inca.
Para diversificar
aun más esa complejidad, hay que mencionar que las
teorías políticas neotomistas defendidas por
connotados jesuitas, así como la intermediación de la
Compañía de Jesús en los avatares de la
nobleza indígena cuzqueña no necesariamente fueron
las únicas causas posibles de la preferencia de Garcilaso
por esa orden religiosa27.
También se debe considerar que los jesuitas solían
ser algo más tolerantes que otras órdenes en
relación con los conversos, y que entre ellos no era del
todo extraño un conocimiento de la Cábala que
quizá estuvo presente en las conversaciones que algunos
miembros de la Compañía sostuvieron con Garcilaso
durante los años de Montilla y Córdoba. Un documento
publicado en Leiden en 1602 incluso los condena por ser «agentes de la Cábala y de Felipe
II»
(Swietlicki 37)28.
Con estos argumentos, se puede sostener que la constitución de un sujeto de escritura bipolar y multiestrático no es novedad que aparece solamente en los Comentarios reales, sino mucho antes. Da la impresión de que el Inca hubiera elegido los Dialoghi como objeto de su traducción también por las analogías míticas que encontró en el pensamiento de León Hebreo. Ambos autores compartían además una serie de circunstancias biográficas que ya Carl Gebhardt y Doris Sommer se han encargado de esclarecer29. Compartían también una marcada tendencia melancólica, tan propia de muchos artistas del Renacimiento, que los impulsaba a reconstituir su universo de significados a partir de la recuperación de sus propias imágenes primordiales y culturales elevadas a categorías de explicación universal.
En tal sentido,
las coincidencias entre Garcilaso y Hebreo presentan otro aspecto,
hasta hoy no estudiado: la presunta traducción al quechua de
los Dialoghi.
Es obvio que el título original de la versión de
Garcilaso (Traduzion del Yndio de los tres Dialogos de
Amor…) se entiende en alusión a la persona del
traductor y no de su lengua materna. Así, debe leerse
Traduzion del Yndio [Garcilaso] de los tres Dialogos de
Amor… Es enigmático, sin embargo, que en el
socorrido «Prólogo a los Indios, Mestizos, y Criollos
de los Reynos, y Prouincias del Grande y Riquissimo Imperio del
Peru» de la Segunda Parte de los Comentarios reales
o Historia general del Perú, Garcilaso haga
alusión a los Dialoghi como libro «que
anda traduzido en todas lenguas, hasta en lenguaxe peruano (para
que se vea a do llega la curiosidad y estudiosidad de los
nuestros)»
(Historia general del Perú,
f. s. n.). Aunque no
tenemos más evidencia de tal traducción que la propia
palabra del Inca, recordemos lo que él mismo nos dice sobre
las prácticas escriturales en quechua por parte de sus
congéneres mestizos: «en estos
tiempos
[del Virreinato] se dan mucho los
mestizos a componer en Yndio estos versos, y otros de muchas
maneras, assi a lo diuino, como a lo humano»
(Comentarios reales I, II, XXVII, f. 53v). Si tal
práctica de escritura y traducción en la lengua
andina realmente se dio, serviría como una pauta más
para la reflexión sobre las estrategias de
reconstitución identitaria que distintos grupos dominados
tenían que adoptar para sobrevivir y acomodar su
tradición dentro de la gran verdad universal de la fe
católica post-tridentina.
Pero aquí dejo de descargar el tintero y dejo para otra ocasión un desarrollo más detallado de esta provocadora propuesta.
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