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Palma, Cónsul en el Pará1

Oswaldo Holguín Callo






ArribaAbajo«San Román me nombró Cónsul en el Pará...»2

Uno de los capítulos más discutidos de la intensa vida de Ricardo Palma es el que trata de su desempeño como Cónsul del Perú en el Pará, la ecuatorial ciudad portuaria del Imperio del Brasil situada muy cerca de la desembocadura del Amazonas y conocida hoy día con mayor difusión como Belén o Belem do Pará. Este trabajo busca aclarar, a la luz de documentos sólo hoy puestos en evidencia, esta página del devenir palmino transcurrida entre julio de 1864 y mayo de 1865.

Ante todo, un escolio al título. Palma fue nombrado Cónsul en el Pará pero nunca ejerció el cargo. Sin embargo, en virtud de tal comisión viajó por Europa, arribó al Brasil y conoció los Estados Unidos, y como tal, por respeto al título que en nombre de la República lució, queremos llamarlo aquí.

José de la Riva-Aguero3, Angélica Palma4, Raúl Porras5, César Miró6 y Estuardo Núnez7 son quienes con mayor autoridad y luces se han ocupado de este asunto, unas veces a partir de las propias confidencias de don Ricardo, otras de documentación oficial y particular. El propio Palma recordó este episodio de su larga vida en más de una ocasión, pero no con la fidelidad necesaria8. Descubriremos el porqué más adelante. El Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú guarda importantes testimonios de aquella época, entre los cuales quizá los más significativos sean los labrados por don Buenaventura Seoane, escritor satírico, militar, político, diplomático, jurista y educador, a la sazón Ministro residente del Perú ante la Corte de don Pedro II y, por ende, jefe inmediato de Palma. Gracias a ellos, en gran medida, nos ha sido posible dar vida a este trabajo9.

Palma fue nombrado Cónsul en el Pará por el Presidente Juan Antonio Pezet y su Ministro de Relaciones Exteriores y tocayo Ribeyro el 14 de julio de 186410. Venía ejerciendo el cargo Adolfo M. Page, a quien por decreto de la misma fecha se le cesó y ordenó volver a su antiguo empleo de Interventor Propietario de la Tesorería de Loreto11. Meses atrás había obtenido licencia para ausentarse temporalmente del cargo y reparar su salud, pero no había hecho uso de ella a instancias de Seoane12.

¿A quién debía Palma tan importante nombramiento? Dejemos que él mismo nos lo haga saber:

Yo tuve la suerte, cuando cumplí 30 años, de que un amigo influyente en Palacio consiguiera que me diesen un Consulado en el Brasil, con ocho meses de licencia (que yo convertí en once) para permanecer en Europa. Pude en ese tiempo visitar Londres, París, Bruselas y algo de Italia...13



Porras recuerda a algunos personajes que pudieron ser ese «amigo influyente en Palacio»: Miguel del Carpio, Vicepresidente del Senado; el citado Ribeyro y el Ministro de Hacienda Ignacio Noboa. Quizá Ribeyro tuvo más ingerencia en el asunto, tanto por ser el titular de la política exterior, asunto al cual Palma debió de estar muy vinculado14, cuanto por la amistad y consideración que éste siempre le guardó15. Manuel Atanasio Fuentes, Director de El Mercurio, diario oficialista de Lima, y Juan Vicente Camacho, redactor de dicha publicación y alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores16, pudieron también ayudar a nuestro escritor.

Palma era un decidido partidario del régimen de Pezet, según propia confesión:

Periodista y periodista ministerial, que es otro ítem más, era el que estas reminiscencias escribe allá por los años de 1864. Si la memoria no me es ingrata, llamábase nuestro diario El Mercurio, del cual era Director don Manuel Atanasio Fuentes, conocido, más por su apellido, por su seudónimo El Murciélago.

Formábamos el cuerpo de redacción Sergio Arboleda, notable publicista colombiano, Juan Vicente Camacho, Arnaldo Márquez y yo...17



pero también militaba activamente en la combativa e intransigente Sociedad Defensores de la Independencia Americana, una organización política liberal no siempre partidaria del Gobierno18. ¡Aquel desconocido «amigo influyente en Palacio» debió proporcionarle un respaldo decisivo! Juan de Arona, el prolífico y crítico Pedro Paz Soldán y Unanue, escribirá en 1867, en dura polémica periodística:


[...]
rascó a Pezet hasta formarle roncha,
por conseguirle suculenta troncha
[...]19



No fue, pues, San Román quien lo nombró, y si tardíamente tal especie puso Palma en letras de molde, fue, sin duda, por no demostrar inconsecuencia con el gobernante contra el cual, más tarde, tomó las armas. A mediados de 1864 contaba con el favor del régimen, el cual, por otra parte, se preocupaba por consolidar la presencia peruana en el Amazonas mediante el firme establecimiento de la navegación de unidades de la Marina. En tal política, la labor de un Cónsul en el Pará era muy importante, pues además de las funciones rutinarias debía acudir al aprovisionamiento de dichos barcos y a las necesidades de sus tripulaciones.

Poco después de ser nombrado, Palma recibió del erario un sueldo anual, un adelanto y otras sumas de reglamento20. Al anochecer de la víspera de su partida, cuenta Angélica, se encontró en la Plaza de la Inquisición con el viejo Gran Mariscal Castilla, que salía del Senado. Palma de acercó a pedirle órdenes y el preclaro caudillo lo invitó a acompañarlo hasta su casa en la calle de las Divorciadas, la misma que a fines de 1860 fuera teatro de una descabellada intentona contra su régimen con la participación de su ahora gentil admirador21.




ArribaAbajo«Di un paseíto por Europa...»22

El viaje al Pará solía realizarse atravesando el continente o, con mayor frecuencia, arribando previamente a Europa para tomar allí, en Inglaterra o Francia, una embarcación con rumbo a algún puerto del Brasil. Ésta fue la vía que eligió don Ricardo. Partió del Callao el jueves 28 de julio de 1864, a bordo del vapor inglés Chile, hacia Panamá con escala en Paita23. Superado el istmo gracias a una moderna línea férrea se volvió a embarcar, en Colón o Aspinwall, en un vapor inglés que, con escalas en Kingston, Jamaica, y Saint Thomas, tenía por destino el importante puerto británico de Southampton24.

Dos importantes amistades hizo en el trayecto: con el francés A. Bouret, bonachón editor que con su socio Rosa diera a las prensas tantos volúmenes de oriundez americana25, y el festivo escritor hispano Juan Martínez Villergas26, con el cual prosiguió intimando en suelo británico, donde


nos uniera amistosa simpatía,
exenta de lisonja cortesana.
Yo era un pobre muchacho sin historia,
mal rimador y pésimo prosista,
y ya tú, por derecho de conquista,
gozabas en las letras de alta gloria27



Injusta era, por cierto, tal autocrítica, más aún si, por vía de ejemplo, recordamos que existía ya en letras de molde la inigualable tradición «Don Dimas de la Tijereta».

En Charlotte Amalie, la capital de Saint Thomas, una Antilla Menor danesa, Palma estrecharía la mano de su amigo Abigaíl Lozano, afamado poeta venezolano y Cónsul del Perú allí28. Seguramente entonces le dedicó el poema «El juzgamiento de Cristo29. A Lozano lo había unido, en compañía del malogrado Manuel Nicolás Corpancho, el importante proyecto de editar un Parnaso americano que circunstancias imprevistas hicieron fracasar30. Riva-Agüero refiere que, al visitarlo, don Ricardo «cumplió con otro de los obligados ritos del romanticismo hispanoamericano»; que a pesar de la poca calidad de la obra de Lozano, sintió siempre una muy grande estimación por ella; y que «no toleraba burlas sobre éstas sus idolatrías, tan respetables y simpáticas, por ser generosas ceguedades de sus afectos y entusiasmos juveniles»31.

Al fin, al cabo de un mes de viaje, Palma arribó a Southampton, de donde pasó a Londres. Apreció entonces la magnitud alcanzada por la primera potencia mundial. Pero la impresión que Inglaterra y su bullente capital le causaron no la tradujo al lenguaje poético en el que solía expresar sus emociones más profundas. Angélica recuerda que su padre decía que Inglaterra «era la tierra de las viejas más feas y las niñas más bonitas de Europa», y rescata dos breves poesías como testimonio de su paso por el pujante país: una, donde canta los primores de una


Virjen [sic] de los rizos de oro,
perla de la costa inglesa,
[...];



y otra, en la que manifiesta su indignación ante la presencia del tirano Juan Manuel de Rosas en Rockstone-House, Southampton32. Ésta lleva por título «El cubil de la fiera» y termina así:


Y como el peregrino
que huye, en su camino
vívoras [sic] encontrando ponzoñosas,
de Rockston [sic] me alejé, mansión de Rosas,
el Caín de un gran pueblo americano
el Nerón arjentino [sic]33.



A tales composiciones hay que añadir «¿Si yo te amo?», imitación de un lied alemán, y «A la distancia», una traducción patriótica, ambas datadas en Londres y 186434, y los Cantarcillos titulados «Non plus ultra», «Sienes y males» y «Te conozco», dedicados «A mi amigo D. Juan Martínez Villergas» y suscritos allí mismo en septiembre de dicho año35.

Palma no permaneció más de dos o tres semanas en tierra anglófona, pero sí obtuvo, en Londres, que nuestro Ministro ante la corte de Saint James, don Mariano José Sanz, le diese una orden para recibir de los consignatarios del guano 600 pesos por concepto de pasajes entre Southampton y el Pará, y tres meses de licencia36 por causa que, desconocida del todo, puede ser la poca salud que le asignan Riva-Agüero y Angélica, bien es verdad que en otras latitudes37. El propio Palma, en la cita autobiográfica consignada más arriba, menciona ocho meses de licencia que él convirtió en once, mas los documentos compulsados no certifican sino los referidos tres. Provisto pues de un nada despreciable suplemento dinerario y de la citada licencia -tiempo libre, a decir verdad-, Palma dirigió sus pasos a París, la gran capital europea de los románticos, escritores y artistas, seguramente al promediar septiembre de 1864.

Palma ha dejado un testimonio inapreciable de su primer día en París a propósito de referir su inolvidable amistad con el notable escritor, diplomático y periodista colombiano José María Torres Caicedo, Director de El Correo de Ultramar, publicación parisiense de vasta circulación en Hispanoamérica. Palma comunicó a Torres Caicedo, desde Londres, el día y la hora de su llegada a París, y el colombiano le contestó que lo esperaría en la estación del ferrocarril,

pues deseaba que comiésemos juntos el primer día de mi permanencia en París. Aquí empieza el romance. Llego a París a las cinco de la tarde, no encuentro al amigo en el lugar de cita, envío mi maleta a un hotel, tomo un coche y doy la dirección, rue Saint Lazare, que era la de Torres Caicedo. Llego, me recibe un criado con aire sombrío, le pregunto por su patrón, me contesta que se halla en casa pero que no está visible. Contéstole con cierta petulancia: «Para mí no está invisible. Pásele esta tarjeta». Vacila el criado, pero, al fin, me obedece. Un minuto después, sale un hombre joven, y se arroja llorando en mis brazos, y sin decirme palabra me conduce a otra habitación. En ella, alumbrado por cuatro cirios, estaba el cadáver de una joven de 22 años. No necesité explicaciones para adivinar lo que pasaba. Era la amada de Torres Caicedo, que había muerto casi repentinamente seis horas antes. Torres Caicedo, que no fue jamás libertino, había sido el primer amor de esta niña con la que vivía conyugalmente hacía tres años. Según sus retratos, era una bellísima criatura, hábil pianista y no menos hábil pintora. Torres Caicedo me contaba después que, a haber tenido un hijo en ella, se habría casado sin vacilar. Mi amigo estuvo más de seis meses inconsolable38.



Pasado el terrible momento, Torres Caicedo, que había hecho la crítica de la poesía palmina en el referido periódico39, se dio tiempo para escribir un resumen de ella que sirviera de prólogo a las Armonías... que Palma entregó a los editores Rosa y Bouret y éstos publicaron en 186540. Allí cuidó el vate limeño de incluir su dolido homenaje a Genoveva de Charny, la amada de su amigo:


¿Quién me dijera, casta azucena,
cuando la marjen [sic] pisé del Sena,
que el primer eco de mi laúd,
un eco fuera de inmensa pena
al ver marchita tu juventud?41.



Sabido es que la mayor parte de los versos reproducidos en Armonías... fue escrita durante su exilio en Chile42. Una breve nota autobiográfica datada en París el 15 de noviembre de 1864, puesta como exordio a los Cantarcillos allí recogidos, nos aproxima al entonces inquieto y nostálgico espíritu de su autor43.

Fue muy estrecha la amistad que unió a Palma con Torres Caicedo («...era más bueno que el pan tierno. Nobilísimo corazón y robusto cerebro...»44), y por ello creemos que el notable colombiano guió a su joven colega limeño en el bohemio mundo parisiense. Tampoco es aventurado suponer que lo respaldara ante los publicistas Rosa y Bouret no sólo para la impresión del referido libro sino de la Lira americana, vale decir la antología poética del Perú, Chile y Bolivia preparada por Palma, grueso volumen que también vio la luz en 186545. En el prólogo, los editores explicaron el origen de la obra: aquella empresa que uniera a Palma y Corpancho (no mencionan a Lozano) y de la cual era esta Lira... la parte asignada a su compilador46. No estimamos en mucho lo que Palma pudo recibir por sus trabajos, mas sí el mayor renombre que su publicación le otorgó en el ámbito hispanoamericano. El sentimiento americanista, estimulado por lo que venía ocurriendo en México y en las costas del Pacífico, se vio reforzado por la utilísima y solicitada compilación del peruano.

Como era natural, don Ricardo estaba muy identificado con su patria, enfrentada, por entonces sólo en el terreno diplomático, a la poderosa escuadra española que amenazante recorría el litoral sud-americano. Su interés y preocupación en esta materia se hacen explícitos en una carta (París, 5 de noviembre de 1864) dirigida al Redactor de La France, diario parisiense de donde lo tomó The Globe de Londres, para refutar los conceptos contenidos en otra reproducida de un diario de Madrid47.

Sin embargo, es evidente que Palma no dedicó sus mejores horas en París ni a la poesía ni a las cartas aclaratorias. La vida galante de la capital del Segundo Imperio lo atraía irresistiblemente. La Ópera y la Comédie Française satisfacían a plenitud su insaciable sed artística. Esta faceta de su intensa mansión en la Ciudad Luz la hizo pública el propio escritor en la crónica que con el título de «Una visita a la tumba de Alfredo de Musset» envió a su amigo Vicente G. Quesada, Codirector con Miguel Navarro Viola de La Revista de Buenos Aires, prestigiosa publicación en que apareció en noviembre de 186448. El escrito nos ofrece a un Palma vivamente impresionado por una pieza teatral de Musset -On ne badine pas avec l'amour-, tanto que se anima a estampar algo de su credo liberal y romántico:

¡Atrás los que os soñáis poetas y que pensáis que marcháis hacia adelante, cuando no alcanzáis con versos artísticamente elaborados a conmover al pueblo porque sólo le habláis de vuestro yo y de vuestras Miserias! Hablad al pueblo del pasado y del porvenir, evocad sus tradiciones y dadles vida, habladle de sus dolores y tristezas, habladle de libertad y de amor, habladle de su s glorias, como lo hizo Musset, y el pueblo os premiará con sus lágrimas, con sus aplausos. Viviréis por fin en el corazón del pueblo, la más pura y la más envidiable de todas las glorias. ¡Sí! El poeta para merecer tal nombre ha d e corresponder a las exijencias [sic] de su siglo y del pueblo al que ofrece sus inspirados cantos49



El texto, por cierto, es muy sugerente y útil en alto grado para resolver el problema de la concepción artística de nuestro escritor. Aquello de hablarle al pueblo «del pasado y del porvenir», de evocar sus tradiciones y darles vida, es muy significativo y debe ir de la mano con la madura confesión citada por Porras y reproducida in fine.

Fruto del entusiasmo que le produjo el arte de Musset fue la visita que, en compañía del Coronel y poeta argentino Hilario Ascásubi, hizo a la tumba del ilustre francés en la calle principal del célebre Cementerio del Père Lachaise el 8 de octubre de 1864. Versos rebosantes de emoción certifican la comisión del reverente gesto50, el cual, además de darle tela para la crónica en mención, le sirvió para consignar su acerbo antimonarquismo:

El espectáculo de la reyecía no hace en algunos espíritus más que fortificar la fe en la democracia; porque ella es el lábaro de redención para todas las nacionalidades oprimidas, para la humanidad entera. La Polonia arrastra una cadena de hierro, la cadena que Napoleón ciñe al cuello de la Francia es considerada como una cadena de flores. De metal o de rosas, para nosotros la cadena, siempre es cadena; el collar siempre será el emblema de la esclavitud y del envilecimiento51.



No andaba con tapujos don Ricardo en materia de convicciones políticas, ni se dejaba impresionar por el fasto del tercer Napoleón. Mas, ¿cuán cierto era lo que también escribió ahí: «Ascásubi y yo, por fortuna, no éramos enamorados ni románticos»52?

Ambos amigos realizaron juntos otra visita importante, esta vez a un bardo vivo, que, a diferencia de la anterior, según propia autocrítica de treinta años después, le produjo una desilusión:

Cuando, en mi primer viaje a Europa, cediendo a petulante empeño mío, mi amigo el poeta argentino Hilario Ascásubi me llevó en París, a casa de Lamartine, a pesar de que estaba yo aún en plena mocedad, no experimenté emoción igual a la que ante Zorrilla sentía. En Lamartine, el hombre me desencantó a los cinco minutos. Me pareció un simple mortal, con levita negra y corbatín de cerda, uno de tantos que pasean el bulevar de la Magdalena. No correspondió a mi ideal, lo confieso53.



En otras palabras, quien fuera uno de los ídolos de la «bohemia» limeña le parecía un hombre como cualquier otro, y al difunto Musset, en la paz de su sepulcro, lo hallaba más grande que nunca. En alguna ocasión, Palma le dijo a Riva-Agüero que en París

fue a ofrecer su tributo de admiración al gran Lamartine, anciano, pobre y decepcionado, a quien halló para su gusto, en el trato personal (sin duda a causa de la melancólica situación en que lo vio), harto estirado y ceñudo,



sin embargo de lo cual se complacía en recordar su visita al egregio francés y no menos su casual encuentro con Paul de Kock, notable novelista de la época54. A Dumas, padre, también debe de haberlo conocido por entonces55.

Palma cantó, agradecido, su amistad con Ascásubi en una versada «... del pobre / poeta del Perú» dedicada a su hija Laura, cuya primera estrofa, de sentida filiación americanista, reza:


Aunque ave pasajera
por la orgullosa Francia,
el bardo americano
te brinda su canción.
Estamos de la patria
querida a gran distancia,
mas guarda su encantado
recuerdo el corazón56.



En efecto, no los franceses sino los hispanoamericanos fueron los mejores guías y tertulios de don Ricardo en París. Razones sobraban para que fuera así. Y Riva-Agüero nos hace saber que hizo gran amistad con el colombiano Rafael Núñez, futura notabilidad política y literaria de su patria, «y que por entonces era Cónsul de su país en uno de los puertos franceses del Atlántico»57.

Pero fue sin duda, en aquella prolongada estancia parisiense, la amistad del poeta brasileño Antonio Gonçalves Días, la que mejores momentos y recuerdos le deparó. Porras le ha dedicado el ya citado artículo pleno de notables sugerencias58. Gonçalves Días fue quien indujo a Palma a leer, traducidos al francés por Gérard de Nerval, los poemas de Heine, y le obsequió un libro de ellos, seguramente en alguna de las animadas charlas que ambos americanos sostuvieron en la rue Laffitte y la Cité Bergère de la Ciudad Luz59. El notable vate de sonoroso estilo murió en un naufragio a principios de noviembre de 1864 frente a las costas de su patria, a la cual retornaba, y cuenta Palma que «en poco estuvo que hubiéramos hecho juntos el viaje»60. Mucho era lo que unía a sus espíritus: la poesía, la historia, la literatura americanista, los ideales políticos, en fin, la admiración a Heine, del cual don Ricardo haría atinadas traducciones61.

Por aquella época conoció en París Ricardo Palma al pintor Ignacio Merino, de gloriosa reputación en el arte nacional. Popular en el barrio Latino, rompían en aplausos los concurrentes hispanos americanos de la Closerie des Lilas cuando veían aparecer la hermosa figura del artista ya viejo, alto y robusto, con abundante barba rubia plateada de canas, calva luciente y franca risa, siempre acompañado de Mimís y Musettes veinteañeras,



revela Angélica62. Zoila Aurora Cáceres, Evangelina, retrata al ilustre piurano habitando en la Cité Bergère o concurriendo, allí mismo, al restaurante La bola de oro, lugar de encuentro de los turistas peruanos y de los jóvenes agregados a la Legación del Perú63. Fue, pues, seguramente, en la repetida Cité Bergère donde Palma estrechó la mano del maestro Merino. Y ¿por qué no pensar que en el bohemio barrio Latino, en días de seguro inolvidables aunque inconfesados, desarrolló un estilo de vida asaz alegre, placentero y apasionado? «Joven y frívolo era yo...»64, dirá más tarde, breve expresión que sin duda esconde un insondable mar de íntimas emociones y experiencias.

A esta revista de episodios parisienses en la vida de Palma habría que añadir, en fin, su visita al Mariscal don Andrés de Santa Cruz, vecino de Versalles, referida por aquél en su última tradición65. Cuenta allí que la realizó una mañana de primavera de 1864 (en realidad, de otoño en Europa), a poco de su llegada a París, a invitación del argentino don Dionisio Puch, con quien en Lima había cultivado estrecha amistad. No oculta don Ricardo su gran admiración al prohombre boliviano (le asigna, como a Castilla, el calificativo «¡Ese hombre es un carácter!»), y le hace una personalísima confesión: la infantil voz anónima que le dio un sonoro y sorpresivo ¡viva! una noche de enero de 1839, en oscura calle limeña, fue la suya, mozalbete de seis años no cumplidos que vivía impresionado por los avatares políticos de la época y la decidida entrega de su padre a la causa de la Confederación Perú-Boliviana. Santa Cruz moriría poco después. ¡Palma le había revelado a tiempo el misterio que envolviera un olvidado episodio de su agitada existencia!

Son numerosas las poesías palminas escritas en aquellos días de residencia en París, y alguna en Versalles. A las ya citadas -en memoria de la amada de Torres Caicedo y de Musset, y en halago de la hija de Ascásubi- hay que añadir «Transmigración» (Versalles, nov. de 1864)66 y las traducciones de Heine «Una mujer», «Hoy y mañana», «¡Riqueza!», «En octubre de 1849» e «Intermezzo», todas datadas en París y 186467. Nótase en ellas un ágil espíritu burlón, incluso en el tratamiento de asuntos amorosos, y su compromiso político con las naciones sojuzgadas en su concepto (Hungría y Alemania), compromiso que, por lo demás, Heine había asumido y cantado notablemente.

Entre octubre y noviembre de 1864 Palma visitó Italia, capítulo de su periplo europeo referido por Riva-Agüero y Angélica68, y por él mismo, al paso, en la carta rescatada por Porras69. Alessandro Martinengo, notable palmista italiano, ha tratado de iluminar este episodio con la poca luz que reflejan sus versos de ambiente peninsular70. Indudablemente, se halló en Venecia: Angélica refiere que «la ciudad de sus románticos ensueños» ofreció a su padre un penoso espectáculo a causa de la dominación austriaca, rechazada por la población hasta en la concurrencia al teatro, y que «no pudiendo resistir la tristeza de Venecia, se marchó de allí»71; y Riva-Agüero consigna que Palma evocaba con delicia, hasta en la vejez, su «excepcional hechizo, galante, marino y barroco», recordando que uno de los mejores poemas de Armonías... -indignada protesta contra la presencia austriaca- lleva precisamente por título «Venecia»72. Sus primeros versos confirman la estancia de su autor en la Reina del Adriático:



Heme aquí, peregrino de la América,
mirando audaz lo que Venecia fue
y al cruzar sus canales en mi góndola
un cementerio me parece ver.

¡Venecia! Yo de tu pasado espléndido
quiero el recuerdo plácido evocar,
poderosa y feliz en la república,
grande y feliz bajo el poder ducal73.



No es ésta su única versada con referencias a la triste situación de Venecia: una de sus traducciones del italiano, la titulada «Barcarola», se ocupa del mismo asunto74. Ahora sabemos que también estuvo en Civita-Vecchia, el puerto de los Estados Pontificios, donde data en 1864 la poesía «Hoja de laurel», una nueva protesta contra la dominación extranjera acompañada de un cierto arrobamiento ante el paisaje cultural de la península:


Almas de fuego la Italia cría;
en ella el genio vive de amor;
todo respira de poesía
cierto perfume consolador.
Bajo su cielo por todas partes
la fantasía siente vagar
aquí las glorias, allá las artes...
¡siempre recuerdos que hacen gozar!75.



Para llegar a Venecia y Civita-Vecchia fuele necesario atravesar Francia y tal vez Suiza y los Alpes, quizá abordar un vapor en Génova y, sin duda, pasar por numerosas ciudades de importancia, pero nada se puede añadir, por el momento, a lo anterior, salvo su probable presencia en la Ciudad Eterna, muy cerca de Civita-Vecchia.

Una excursión que pudo hacer en cualquier momento, desde París, fue la que lo llevó a Bruselas, la cercana capital del reino belga, según propia confesión y, al parecer, único testimonio76.




ArribaAbajo«... Y después desempeñé un Consulado general en el Brasil»77

Don Buenaventura Seoane, Ministro Residente del Perú en el Brasil, jefe inmediato de Palma, se encontraba por entonces en Francia en uso de una licencia obtenida por razones de salud. Moraba en Bougival, muy cerca de París, y supo que Palma y el Capitán de Navío don Francisco Carrasco, Comandante General del Departamento Fluvial de Loreto y Comisario para la demarcación de límites con el Imperio del Brasil, habían llegado a Londres y, posteriormente, a París. Ambos tenían como destino el Pará y estaban llamados a trabajar de consuno por los intereses del Perú. Más tarde, Seoane escribirá que el nombramiento del primero no le fue satisfactorio porque,

aunque reconocía la suficiencia de pluma del señor Palma, el Consulado del Para, que exije [sic] más cualidades, estaba perfectamente servido por el señor Page, y yo no había pedido su remoción desde que recibí el informe del señor Mariátegui, ni sobre ella se me había consultado, como me habría sido agradable que se hiciese, en obsequio al servicio público78.



Según el Ministro, Palma no lo visitó, a pesar de saber que él se hallaba en Francia, durante sus dos primeros meses de estadía en Europa (septiembre y octubre de 1864). Sin embargo, refiere que cuando lo hizo él no sólo lo recibió amablemente sino que hasta lo recomendó al Gobierno para que se le aumentase el sueldo, en vista de que el de reglamento era notoriamente insuficiente para vivir con decoro en el Pará, pues, y esto iba también en su abono, el Brasil demandaba dos y hasta tres veces más gastos que Inglaterra o Francia. Por lo demás, Palma moraba en París en compañía de Carrasco, y don Buenaventura, aunque desfavorablemente impresionado, confesaba saber cumplir las órdenes supremas79. El 9 de noviembre dirigió a Palma una nota que éste correspondió cinco días después acompañando la patente consular «para que obtenga el respectivo exequátur del Gobierno Imperial del Brasil», y ofreciendo encaminarse a su destino en el vapor francés que zarparía de Burdeos el 24 del mismo80. Carrasco también sería de la partida81.

Palma y Carrasco no tomaron el mencionado vapor. Al parecer, por lo que tocaba al primero, ello se debió a que no tenía dinero «ni para pagar su pasage [sic] al punto de su destino»82. Seoane lo supo y, considerando que en esas condiciones Palma no podría vivir decorosamente en el Brasil durante un año, decidió buscar algún peruano resignado capaz de encargarse interinamente del Consulado y cambiar «los goces de Europa por las privaciones del Pará», mas no lo halló83.

Page se había alejado del Pará dejando en su lugar, como Vicecónsul ad honorem, a don Augusto Eduardo da Costa, Cónsul de Rusia, Noruega y los Países Bajos. Y como se requería con urgencia que en el Pará hubiese un funcionario peruano «honrado a toda prueba para que no abuse del crédito nacional, y sobrio y moral para hacer que su escaso sueldo le alcanze [sic] para las necesidades de su vida sin contraer deudas personales», Seoane había decidido colocar en el puesto a alguien de tales características, provisionalmente, si Palma no lo acompañaba al Brasil en el vapor que pronto pensaba tomar84. Llegaba a su término noviembre y el frío se hacía sentir en la urbe del Sena.

Palma pensó que sus apuros económicos podría solucionarlos el nuevo Ministro peruano en Inglaterra y Francia, don Federico L. Barreda, disponiendo que los consignatarios del guano le entregasen 400 pesos a cuenta de sus sueldos del próximo semestre, «alegando que no podía salir para el Pará sin ese aucilio [sic] y que urjía [sic] su presencia allí 'para protejer [sic] los intereses peruanos»85. Pero Barreda, que otro tanto había hecho ante similar solicitud de Seoane, se negó a atenderlo invocando no tener orden del Gobierno para girar contra los consignatarios por tal concepto, «aunque personalmente lo habría hecho por mi cuenta, si creyese esos intereses comprometidos...». Además, sabía que Palma había recibido en Lima, «adelantado, el sueldo de varios semestres»86. No es aventurado suponer que estuviese al tanto de su nada austera conducta en París.

En los primeros días de diciembre Seoane se trasladó a Londres, pero seguramente antes de dejar Francia recibió de Palma «una carta para que hablase al señor Ministro Barreda a fin de que le proporcionase cuatrocientos pesos para su viage [sic], asegurándome que se suicidaría si se le negaba este recurso»87. Seoane comisionó a Carrasco el tratar con Barreda, «y la contestación de ese alto funcionario fue: que en vez de plata enviaría a Palma una pistola o una soga para que cumpliese su proyecto»88. (Es de advertir que Seoane no sentía ningún aprecio por su colega). Producida la negativa, aquél temió que Palma, enterado de ella, «y desoyendo mis consejos, haya realizado ese proyecto funesto que yo habría evitado si fuese otra mi posición pecuniaria»89. Es evidente que Seoane contemplaba con pena la difícil situación de su compatriota tanto como su notoria incapacidad para asumir el Consulado en esas condiciones90. Más tarde, mortificado por las quejas de Palma, escribirá:

... en las frecuentes entrevistas que yo tenía con el señor Coronel Carrasco, sobre la demarcación de límites con el Brasil, me habló éste de lo inconveniente que sería dar el Consulado a Palma, porque carecía de circunspección [enmendado] y de hábitos de obediencia, por irrespetuoso para con sus superiores, por díscolo, y últimamente por disipado, asegurándome que entregado a la venus-pasión había gastado en ella el año de sueldos adelantados, las sumas correspondientes a los gastos de establecimiento y escritorio y aun seiscientos pesos que excesivamente había obtenido del señor Sanz para su viaje de Inglaterra al Pará, y últimamente que no tenía para costearse ese viaje91.



Es decir, nuestro personaje había derrochado todo o casi todo el dinero que llevó del Perú, más el que recibió por orden de Sanz y el que le pudieron dar los editores Rosa y Bouret, en tres meses de residencia en Europa92), y, lo que era peor, no inspiraba confianza a sus superiores de que asumiría responsablemente sus funciones consulares, entre las cuales estaba el giro de letras contra Londres, vale decir contra el Ministro peruano en ésa, para satisfacer los gastos de la flotilla y factoría en el Amazonas (sueldos, provisiones y obras)93. Desconfiado, Seoane dirigió una nota a Barreda a fin de que no mandase pagar, en el futuro, otras letras que no fueran las giradas por Carrasco, una vez en sus funciones de Comandante General de Loreto, y solicitó a la Cancillería el nombramiento de un marino de alta graduación, honrado y apto para todo, en el importante Consulado en el Pará, aunque ello significase convertirlo en Cónsul General en el Brasil94. Barreda estuvo totalmente de acuerdo y fue más allá: ordenó al encargado del Consulado -el ya citado Costa- que suspendiese todo libramiento hasta que el Gobierno determinara lo que se debía hacer, en vista de que se habían agotado los fondos, orden que produjo la protesta de Seoane por el grave perjuicio que ocasionaría al crédito del Perú en el Pará y otras medidas de singular y desusada práctica diplomática95.

Seoane no quiso decirle a Palma que no podía posesionarse del Consulado ni que debía regresar al Perú, tanto por consideraciones a su estado anímico cuanto porque «sería por mi parte un acto de cruel dad que podría precipitar la ejecución de sus propósitos»96, pero sí le comunicó que Barreda se negaba a proporcionarle el dinero, aunque mantenía la esperanza de ablandarlo en una visita que debía pagarle, «entonces me escribió Palma que iría a Southampton a reunirse conmigo y el señor Capitán de Navío Carrasco para recibir la última noticia, y que si era adversa cumpliría allí su sacrificio»97. Fue ésta la segunda vez que el joven escritor manifestó el propósito de quitarse la vida. Seoane no llegó a recibir la visita de Barreda y, por ende, nada pudo hacer en favor de Palma. Sucediéronse así los días 6, 7 y 8 de diciembre de 1864 sin que se presentara Palma como lo había ofrecido.

Contrariados por estas circunstancias y con el corazón angustiado, llegamos el Coronel Carrasco y yo a esa ciudad [Southampton] a las 11 y 1/2 de la noche del día 8; y aunque estábamos resueltos a hacer cualquier sacrificio en favor de nuestro desgraciado compatriota, no para que fuese al Pará, en cuyo Consulado no podía sustentarse con decoro por falta de medios para vivir, sino para que regresara a Lima y se pusiera a las órdenes y bajo la clemencia del Gobierno, Palma no se nos presentó ni tuvimos noticia alguna de él hasta las 2 de la tarde del 9 en que dio a las ruedas el vapor que nos conduce al Brasil98.



Seoane no halló mejor arbitrio para proveer adecuadamente el Consulado que entregarle a Carrasco un nombramiento de Vicecónsul en blanco para que lo llenase con el nombre de uno de los marinos peruanos que mereciera confianza y fuera idóneo para el cargo99. Y, aprovechando la escala del vapor en Lisboa, echó personalmente sus cartas para Lima en el correo a fin de que marcharan a su destino vía Londres100.

¿Qué hacía Palma entre tanto? Ignoramos si se presentó tarde en Southampton, pero existen dos versos en un poema inspirado en ese puerto que nos dan alguna luz sobre su descabellado propósito. En efecto, en el citado «El cubil de la fiera» leemos:


A solas con mi loco pensamiento
por la umbrosa alameda discurría.
[...]101



¿Qué «loco pensamiento» lo atormentaba? ¿Quitarse la vida?, manera muy romántica de despedirse de los pesares del mundo, desesperada respuesta a una situación angustiosa como era la que le tocaba vivir. Pero, ¿quiso realmente suicidarse? No hay cómo saberlo, mas si un contemporáneo como Seoane no lo puso en duda, ¿por qué lo haríamos nosotros? Lo cierto es que no cumplió su funesto designio y que obtuvo el necesario dinero para viajar al Brasil, pues en carta escrita en El Havre el 21 de diciembre de 1864 informó a Seoane que en la fecha salía de ese puerto en el paquete a vela que directamente se dirigía al Pará, a donde llegaría en la primera quincena de febrero, y que se lo comunicaba para que se sirviera reclamar del Gobierno Imperial el exequátur a su patente102. No conocía aún la decisión que había tomado su jefe: no podría ejercer el Consulado a causa de su despreocupada conducta en Europa y, sobre todo, de su absoluta carencia de fondos para subsistir decentemente, cual un honorable Cónsul de la República, en el caro Pará.

La estancia de Palma en El Havre se prolongó varias semanas de diciembre y los primeros días de enero de 1865103. Esa dilatada permanencia se explica por la residencia en el importante puerto galo, como Cónsul del Perú, de su gran amigo y compañero de inquietudes literarias y de «bohemia» limeña, Luis Benjamín Cisneros. En una carta de éste a su cuñado José Casimiro Ulloa, del último día de 1864, leemos: «Palma saldrá de aquí en los primeros días de enero. Con él me desahogo y vivo en la patria horas enteras»104. Pocas palabras para un gran contenido.

De su visita al importante puerto sobre el canal de la Mancha nos habla el propio don Ricardo en su tradición «Entre Garibaldi... y yo», a propósito de aquel viejecito francés que en sus años mozos de marino y aventurero había tenido una más que breve conversación con el Libertador Bolívar y que respondía al nombre de Fysquet, cuya historia se halla desarrollada in extenso en el relato «La medalla de un libertador» de Cisneros105. Palma recuerda que «casi todos los domingos teníamos de visita, y nos acompañaba a almorzar...» el referido Fysquet106, lo que nos certifica su prolongada presencia en El Havre.

La carta de Cisneros a Ulloa, por lo demás, nos permite asegurar que Palma no dejó ese lugar el 21 de diciembre, tal como se lo prometiera a Seoane. Es probable que la grata hospitalidad de su compatriota lo retuviera algunos días más y que en su compañía pasara las fiestas de fin de año. Allí, en un lugar equidistante de París y Londres y frente a Southampton, el teatro de sus tribulaciones, no nos parece aventurado sospechar que pudo ganar algún dinero o que su amigo y compañero le facilitó lo necesario para abandonar Europa. Por lo demás, diose tiempo para versificar: «Voz íntima», dedicado a Cisneros107, y las traducciones «Nomen, numen, lumen» (Havre, dic. 1864), de las Contemplaciones de Víctor Hugo108, y «Al rey de Prusia» (Havre, 1864), de Heine109, así lo demuestran. Algunos versos de la composición dedicada a Cisneros, toda ella escrita bajo notables signos de conmoción personal, parecen revelar la honda crisis que por aquellos días sufrió su autor:



Hay horas en la vida
de tedio y amargura,
en las que agota el alma
la hiel de la aflicción;

[...]

Cobarde en esas horas
el corazón vacila
y anhela de las tumbas
la fúnebre quietud,
la fe de una creencia
sobre la duda oscila,
cadáver nos creemos
en flor de juventud110,



aunque también muestran una saludable reacción ante el infortunio fundada en motivos cristianos:



¡Atrás! Dentro el espíritu
un misterioso acento
nos marca, en el combate,
la ruta del deber.

El libro do está escrita
del Cristo la leyenda,
la Biblia, nos enseña
severa una lección:
Milicia son los días
del hombre en esta senda;
sus horas cual las horas
del jornalero son111.



Volvamos con Seoane y Carrasco. El Magdalena arribó a Pernambuco (Recife) el postrero día de 1864. Seoane se apresuró a ordenar a Costa, el encargado del Consulado en el Pará, continuar al frente del cargo y no entregarle a Palma el Consulado ni el archivo, pues había dispuesto que pasara a Iquitos y se pusiera allí a órdenes de Carrasco112. Al mismo tiempo, dejó una carta para Palma breve pero elocuente:

No siendo por ahora conveniente que se encargue usted del Consulado del Pará, he dispuesto que continúe ejerciéndolo el que actualmente lo sirve, y que usted pase a Iquitos y se ponga allí a las órdenes del señor Comandante General del Departamento Fluvial de Loreto. Comunícolo a usted para su cumplimiento en la parte que le toca113.



En realidad, tanto la conocida estrechez económica de Palma cuanto los consejos de Carrasco, le habían impuesto semejante decisión. Ya en Río, don Buenaventura recibió la carta de Palma suscrita en El Havre y se apresuró a informar a Lima:

Me es satisfactorio avisar a usted que don Ricardo Palma no ha realizado el funesto propósito de suicidarse que dos veces me había comunicado desde París en cartas que conservo en mi poder.

Antes de ahora, tanto porque su falta de recursos propios no le permitía vivir como Cónsul en el Pará sin ocurrir a los agenos [sic], cuanto porque el Comandante General de Loreto me había manifestado no convenir de modo alguno al servicio que dicho Palma ejerciera el Consulado,



dio las órdenes mencionadas114. Por cierto, la falta de acuerdo entre Palma y Carrasco tampoco aconsejaba darle al primero el importante cargo.

Seoane contestó la referida carta a principios de febrero:

Tengo por usted todas las simpatías que sus cualidades inspiran, pero como sirvo a la antigua y mi deber está antes de todo, conociendo la situación pecuniaria de usted no me es dable ponerlo en posesión del Consulado del Pará, que no puede servirse dignamente careciendo de recursos propios u ocurriendo a los agenos [sic].

Otra de las razones que tengo para proceder así es la de haberme manifestado en repetidas ocasiones el señor Carrasco, no estar conforme con que usted ejerza el Consulado por causas que es inútil decir ahora, y usted sabe los inconvenientes que ofrece para el servicio en el Amazonas la falta de acuerdo entre el Cónsul del Pará y el Comandante General del Departamento Fluvial de Loreto.

Por todo esto, he resuelto que pase usted a [enmendado] Iquitos y preste usted allí los servicios que dicho Gefe [sic] le exija mientras el Gobierno resuelve otra cosa. Espero que usted será bastante justo para convencerse de que no he podido proceder de otro modo, así como indulgente para no ver en esto sino el cumplimiento de un deber inevitable y severo.

Así contesto a la estimable carta de usted de 26 [sic] de diciembre, asegurándole que como particular y compatriota debe contar con el sincero ofrecimiento que le hace de servirle en cuanto pueda...115



No deja de demostrar sinceridad y rectitud el anterior documento. Ciertamente otra habría sido la historia si, sobre todo, Palma no hubiera demostrado notoria insolvencia y una conducta poco recomendable.

Don Ricardo debió de llegar al Brasil en la primera quincena de febrero de 1865 o poco después. Sobre su estadía en el exuberante país existen en los ya mencionados trabajos de Riva-Agüero y Angélica datos muy interesantes116, así como en la carta de ésta a Porras escrita precisamente con un fin reconstructor117. El deslumbramiento y el bochorno que, cuenta Angélica, la realidad brasileña le causó, se originarían en el desbordante paisaje tropical, en la persistencia de la esclavitud, en la pompa imperial y, desde luego, en el agobiante calor118. Angélica retrata a su padre en Río, Petrópolis («... en cuyas avenidas vio más de una vez pasar a don Pedro, a quien juzgaba gobernante discreto e intelectual distinguido») -recordemos que esta ciudad era un novísimo lugar de veraneo fundado por el Braganza- y, por cierto, en el Pará (Belén)119. Porras aporta una plaza más: San Luis de Marañón, pero se equivoca al reconstruir el trayecto pues afirma que Palma llegó a Río en tránsito al Pará120. Este puerto debió ser el primer punto de su calurosa aventura brasileña, a tenor de la carta que le escribió a Seoane, y también el lugar donde recibió la desalentadora carta de éste de manos del Vicecónsul Costa. Por el momento, es imposible trazar su recorrido a lo largo del extenso litoral brasileño sin afrontar un gran margen de error.

Palma, al igual que de su periplo europeo, no ha dejado un relato ni mucho menos sobre su viaje por el Brasil, pero sí huellas, aquí y allá de su obra, que ilustran su paso por algunas ciudades. En lo que concierne al Pará hay la conocida misiva al marino Federico Alzamora, en la que anota: «En los pocos días que viví en el Pará...»121, así como una valiosa evocación autobiográfica en la tradición «La sandalia de Santo Tomás», donde refiere, irónico, cómo en Ceará, San Luis de Marañón y Pernambuco (¿estuvo en todas?), así como en otras provincias del Brasil, existen pruebas de la visita del mencionado santo, pues

al que esto escribe le enseñaron en Belén del Pará una piedra, tenida en suma veneración, sobre la cual piedra se había parado el discípulo de Cristo. Si fue o no cierto, es averiguación en que no quiero meterme, que Dios no me creó para juez instructor de procesos122.



Además, en «Origen de una industria» escribe: «Sombrero manufacturado en Moyobamba hemos visto por el que se pagó en el Pará la suma de doscientos cincuenta mil reis. Tan delicado era el tejido y tan consistente el batán»123. Y, por si fuera poco, su traducción de anónimos versos de trovadores provenzales titulada «Tenacidad», está datada en Belén del Pará y 1865124. A dichos testimonios cabe añadir otro de la más alta calidad: un documento suscrito por el propio Palma, en esa ciudad, el 20 de marzo de 1865125. No cabe dudar, pues, que Palma vivió algunos días en el Pará, como tampoco que estuvo en San Luis de Marañón, en donde una bella nativa le inspiró la siguiente composición datada allí ese año y titulada «En el álbum de una brasilera»:



Plácidas son tus auroras,
perfumadas son tus brisas,
y músicas seductoras
te dan las aves canoras
en cambio de tus sonrisas.

No miente, niña gentil,
el que en su amoroso afán
te llama sol del Brasil
y la rosa del pensil
de San Luis de Marañán [sic].

Y pues tu alma en su inocencia
del cielo ha la transparencia,
que nunca nube sombría
ose empañar, alma mía,
el cristal de tu existencia126,



versada que nos pone en contacto con un Palma reencontrado con la galantería propia de su espíritu y, al parecer, recuperado de la crisis que le hiciera pensar en el suicidio. En San Luis, donde se hallaba de paso al Pará, cuenta el propio don Ricardo, supo del infeliz final de su amigo Gonçalves Días127.

Sobre Río, en fin, Palma nos ha dejado una olvidada remembranza en el discurso que dirigió a una delegación de universitarios hispanoamericanos asistentes a un congreso que se reunió en Lima, ocasión que le permitió presentar a sus dos grandes amigos brasileños, Antonio Gonçalves Días y Quintino Bocayuva:

A vosotros, representantes del Brasil, cúmpleme pediros el servicio de que depositéis una hoja de laurel sobre el monumento que vuestra patria ha erigido a la memoria del poeta Gonçalves Días, con quien me ligara, pocos meses antes de su fallecimiento, cordialísima amistad.

Y si queréis, señores delegados, extremar vuestra benevolencia, poned en mi nombre una hoja de ciprés sobre el sepulcro de Quintino Bocayuva, a quien traté en Río Janeiro [sic] en 1864 [sic], ha casi medio siglo, y que, corriendo los años, me favoreciera con su afectuosa correspondencia y con obsequio de libros para la Biblioteca de Lima128.



Sin embargo, en la correspondencia de Seoane nada hay que nos permita confirmar su presencia en la Corte de don Pedro II, silencio que es digno de tomarse en cuenta.

Palma permaneció en el Brasil hasta fines de marzo de 1865. Dejó el país profundamente molesto con Carrasco (en la referida carta a Alzamora le aplica los calificativos de «pillo», «tunante» y «maldiciente de oficio»129), con quien seguramente sostuvo un áspero y destemplado cambio de palabras en el Pará130. No obstante, obtuvo que el Comandante General de Loreto ordenara entregarle la suma indispensable para pagar su pasaje hasta Southampton131. En realidad, Carrasco prefería «pagar de sus sueldos el pasage [sic] que dio a Palma antes que tenerlo una sola hora en Iquitos», según escribió más tarde Seoane132. La citada suma ascendió a 283 pesos 2 reales; Palma la recabó de manos de Costa el 20 de marzo de 1865133.

A fines de ese mes Carrasco informó a Seoane las medidas tomadas en relación a Palma, las cuales aprobó con aplauso134. Por entonces, éste había perdido toda consideración al antiguo cliente de la librería limeña de Pérez135 e informaba a Lima acerca de su «disipación [que] en París nos llenó a todos de una desconfianza legítima para darle, junto con la posesión del Consulado, la facultad de girar o de disponer del dinero nacional»136. Don Buenaventura estaba molesto porque Palma lo calificaba de injusto por no entregarle el cargo,

como si me hubiera sido dable, decía, poner los fondos de la Nación en manos de un insolvente, que lo es por haber disipado los suyos propios...

De esta clase de empleados hay algunos por desgracia en el Perú, cuyo número aumentará la impunidad con que cuentan, y ya no se podrá decir con propiedad de todos los empleados «ha servido tantos años a la República» sino más bien «ha vivido tantos años a costa de la República».

Espero que el Gobierno sabrá hacer justicia a mis procedimientos y adoptar, en obsequio a la moral, las medidas convenientes para que la conducta de Palma no sea imitada por otros137.



En realidad, aparte de la justicia que podía acompañar sus apreciaciones, no desprovistas de irónica objetividad, pesaba en su ánimo lo que Carrasco le informaba de lo que Palma decía de él. Quizá también venían a su memoria las palabras que, seis años atrás, Palma había empleado para escribir su semblanza política138. Pero es innegable que cierto correo de chismes afectaba el buen entendimiento de los empleados peruanos en el tórrido medio brasileño. El Presidente Pezet y su Ministro de Relaciones Exteriores Pedro José Calderón, por Resolución Suprema 1284 fatalmente extraviada, dispusieron medidas aprobatorias al recibir las primeras comunicaciones de Seoane (de diciembre de 1864)139. Entonces no fue un secreto que nuestro escritor no desempeñó la importante misión consular que se le confiara140. Pero al paso de los años la memoria colectiva se fue debilitando, y en 1887, en carta al mexicano Francisco Sosa, que le había solicitado un esbozo autobiográfico, Palma estampó la afirmación que nos ha servido de epígrafe de esta sección141. Pezet, Ribeyro, Calderón, Seoane y Carrasco habían dejado de existir, y él quiso sepultar también la verdad sobre lo ocurrido en sus inquietos episodios de 1864 y 1865, tan contrarios por lo demás a su responsable y maduro desempeño al frente de la Biblioteca Nacional.




ArribaAbajo«... Y viajé por... Estados Unidos»142

Escaso de fondos y, tal vez, luego de infructuosos intentos, resignado a no poder desempeñar el Consulado, Palma varió sus planes -si alguna vez los tuvo de dirigirse al Perú vía Southampton- a fin, quizá, de no tener que mendigar en Londres o París el dinero que le haría falta. Al parecer, no tenía prisa de volver a pisar su tierra: decidió dirigirse a los Estados Unidos para tomar en Nueva York un vapor que lo llevara al istmo de Panamá, paso obligado al Perú. En esta ocasión lo condujo también un notorio afán de conocer otras latitudes, pues no parece lógico aportar en la gran urbe norteamericana para encaminarse al Perú. No es imposible que, una vez más, desembarcara en Saint Thomas, el pedazo de tierra antillana donde residía su admirado amigo Lozano.

Palma debió de residir en la gran ciudad yanqui, cuyo tráfico comercial, orden y laboriosidad le causaron gran impresión, entre comienzos y mediados de abril de 1865. Angélica refiere que «hubo de detenerse, y no a disgusto, mayor tiempo del que supuso, en espera de vapor para Colón», y que encontró a muchos amigos hispanoamericanos y charló largamente con el gran poeta colombiano Rafael Pombo143. En efecto, a éste dedicó los versos de «Historia» (Nueva York, 1865), cuya quinta y última estrofa trasunta algo de los sinsabores y la nostalgia de su autor:



En este valle vagan perdidos
seres que viven de abnegación,
seres nacidos
para la vida del corazón.

Seres que mueren y a Dios bendicen
que el cáliz rompe de su dolor,
seres que dicen
para una vida basta un amor144.



Posiblemente, en aquellos días, por intermedio de Pombo, conoció al gran poeta Henry Wodsworth Longfellow145. Pombo, su amigo personal, acababa de traducir su célebre «The Psalm of Life»146, que también fue vertido al castellano por el joven limeño147. Por lo demás, unos poemas de Pombo publicados en El Mercurio de Lima, la fuente que tanta luz nos ha prestado para labrar esta reconstrucción, atestiguan sin duda alguna su proximidad al contumaz viajero y colega literato148.

Los versos de «Historia», y los de «Balada» (Jersey City, 1865) y «Las estrellas» (Nueva York, 1865), imitación de un lied, certifican la presencia de don Ricardo en tales lugares149. Su contenido sentimental permite pensar que quien los escribió pasaba aún por un periodo de conmoción interior, bien es verdad que en trance de superación. Mucho debió afectar a Palma la rigurosa mas no arbitraria decisión de Seoane.

No todo fue, en la existencia de Palma, charla, teatro y versos durante aquellos días de mansión en la urbe neoyorkina, también hubo sobresaltos: ese 14 de abril se produjo un fatal atentado contra el Presidente Lincoln. La noticia lo sorprendió, refiere Angélica, en un teatrito de variedades, y le hizo temer que sufriese un retardo su retorno al Perú. Mas luego recobró la calma al comprobar que no se había interrumpido el ritmo habitual de las actividades: podría tomar en la fecha señalada el vapor que debía llevarlo a Colón150, lo que debió producirse en la segunda quincena de ese mes.

Riva-Agüero cree que en Panamá trató al General Porfirio Díaz, «en una corta ausencia a que éste se vio obligado durante las campañas del sur de México»151.

De vuelta en el familiar océano Pacífico, seguramente hizo el muy conocido itinerario caletero con escala obligada en Guayaquil, donde estuvo algunas horas y estrechó la mano de su querido amigo Navarro Viola, abogado y hombre de letras que poco después caería víctima de la violencia política que azotaba el Ecuador152, y la de su viejo conocido y opuesto amigo el dictador Gabriel García Moreno, de cuya conversación, vivamente referida por don Ricardo, Riva-Agüero ha dejado una magnífica estampa:

Acababa de llegar de Quito, con celeridad maravillosa, sin comer ni dormir en todo el largo camino, para sorprender y debelar una insurrección liberal guayaquileña.

Ya tenía vencidos a los revolucionarios, a quienes se disponía a fusilar. Subió a visitar el buque en que Palma venía. Vestía un frac azul abrochado, y empuñaba una lanza en la mano.

Ud. va sin duda a entrar en la revolución contra Pezet, le dijo a su amigo peruano.

-No es imposible, le contestó éste. También Ud., D. Gabriel, tiene a su Ecuador movido.

-¡Oh! Lo que es aquí, no hay cuidado. Los expedicionarios de Jambelí no me asustan. Mañana mismo habré dado cuenta de ellos.

Me refería Palma que al oírle estas palabras, le pareció reconocer en los claros ojos de su amigo, el incansable lector de Payta, la mirada fría e implacable, de acero pavonado, de los retratos de Felipe II. Tenía delante de sí a un inquisidor, hermano tardío de aquéllos cuyos hechos estudiaba en los papeles viejos de Lima153.



Ciertamente el liberalismo de don Ricardo, tantas veces recalcitrante, se oponía a la severa política del Presidente del Ecuador.




Arriba«A mi regreso entré en la revolución contra Pezet»154

En efecto, Palma llegó al Perú y se adhirió a la revolución que socavaba las bases del Gobierno constitucional de Pezet, contra el cual gran parte del país estaba levantado a causa, sobre todo, de su política con España155. Al plegarse al movimiento acaudillado por Mariano Ignacio Prado en el sur y José Balta en el norte, no hizo otra cosa, en realidad, que mantenerse fiel a sus convicciones liberales, americanistas y democráticas, cierto es que al estilo de la época. Sin embargo, ello lo llevó a dar la espalda al régimen merced al cual había viajado por dos continentes sin llegar a desempeñar el cargo de confianza con el cual fuera investido156. Debió de desembarcar en algún puerto del norte del Perú en poder de los rebeldes, en la primera quincena de mayo de 1865. Poco después, un incidente a bordo de un vapor inglés nos permite confirmar su militancia revolucionaria en dicha región157.

La revolución logró deponer al Presidente Pezet, a quien sometió a juicio junto con los hombres de su régimen, salvo excepciones158, y colocar en su lugar con el carácter de dictador al Coronel Mariano Ignacio Prado, cuyo Secretario de Guerra y Marina, el inquieto y talentoso jefe liberal José Gálvez Egúsquiza, se sirvió de Palma como hombre de confianza159. El Gobierno peruano, una vez más en manos amigas, acogía los talentos de Palma, lo que por cierto no implicaba condonarle la crecida suma que adeudaba al fisco: 3200 pesos fuertes según liquidación realizada por Juan Vicente Camacho160. Desconocemos si pagó la deuda, pero no que pronto se plegó a las fuerzas de su amigo el Coronel José Balta alzadas contra su antiguo aliado Prado. La fortuna no lo abandonó pues tales fuerzas lograron colocar a su jefe en la Presidencia de la República. Palma, que había sido Secretario de aquél durante la campaña, pasó a ser su Secretario Particular y logró una Senaduría por Loreto161, el extenso y verde departamento fluvial que no alcanzara a servir desde su frustrado desempeño consular en el lejano Pará. Fue durante la administración Balta cuando Palma vivió días parecidos, tal vez, a aquéllos de París que le hicieran perder la cabeza y, desde luego, el dinero de su comisión. Don Buenaventura Seoane, nuevamente en Lima, testigo de excepción de sus aventuras parisienses, lo retratará, en 1870, en la ceremonia de colocación de la primera piedra del Ferrocarril Central Trasandino: «Cerca de un par de lindas muchachas, en un suntuoso balcón, gozaban de la fiesta en verso y prosa los honorables Senadores Palma y Arizola [sic]...»162. Al describir semejante escena, segura mente don Buenaventura tenía presentes los episodios, entre inquietos y tormentosos, protagonizados por Palma, cinco años atrás, en el Viejo Mundo.

¿Qué balance es posible hacer de este periplo euroamericano de Ricardo Palma? Grosso modo, en lo político, un compromiso más estrecho con la causa americana, enfrentada por entonces a potencias europeas en México, Chile y el Perú, y, en general, una mayor simpatía con los pueblos -v. gr. el veneciano y el polaco- sometidos a políticas de perfil imperial, así como una renovada fe en la república con gestos de acerbo antimonarquismo. En lo literario, terreno al cual necesariamente lo conducía su temperamento y vocación, se aproximó entusiasta a Heine (también un amante de la libertad) y pagó su tributo de admiración a Musset. Conocer las viejas ciudades de Europa prodújole tan grande impresión que, en propias palabras, «eso bastó para cambiar el rumbo de mis aficiones literarias, encaminándolas a los estudios históricos y lingüísticos»163. El paisaje cultural del Viejo Mundo fue, pues, aquello que con más fuerza emocionó su sensibilidad y, tal vez, le hizo ver la realidad peruana desde otra perspectiva. El exuberante paisaje del Brasil imperial ciertamente lo deslumbró, aunque también le ofreció una realidad muy distinta a la que su espíritu ambicionaba.

Y los Estados Unidos, merced a su excepcional desarrollo, acrecieron sus convicciones republicanas y, tal vez, su fe en el trabajo.

Mucho mundo conoció don Ricardo durante este intenso periodo de su vida. A pesar de lo que aún ignoramos, estamos ciertos que la vívida experiencia que adquirió en lejanas latitudes fue importante en el desarrollo de sus notables dotes de escritor. Amistades, sentimientos, convicciones, pasiones e ideales, todo concurre vertiginosamente en el horizonte palmino en momentos en los cuales la paz internacional, no menos que la de su espíritu, se hallaba muy comprometida. Su suicida obsesión constituye, en esta peripecia de románticos matices, un pasaje no desprovisto de dramatismo ni de contradictorio significado en quien se caracterizó siempre por amar la vida al estilo, muy suyo, de limeño soñador.





 
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