Palma y el 98: Cuba, americanismo e hispanismo1
Oswaldo Holguín Callo
Pontificia Universidad Católica del Perú
¿Cómo vio el 98 un intelectual peruano como Palma? ¿Qué interpretación dio a hechos de resultados tan felices para unos -los cubanos, puertorriqueños y filipinos no menos que los norteamericanos- y tan tristes para otros, los españoles? ¿Qué proyecciones se atrevió a hacer frente a un cambio radical y peligroso en el mapa político de la hasta entonces América española? Estas y otras preguntas pretendo contestar, sin olvidar que Palma era un hombre bastante mayor cuando ocurrieron aquellos acontecimientos (había nacido en 1833, por lo tanto tenía sesenta y cinco años), y representaba a una generación superada en vitalismo y modernidad pero aún actuante en la vida peruana. Adicionalmente, y a manera de telón de fondo, por aquellos años Palma libró tenaz campaña contra el rigor del purismo académico español, lo que podría llamarse su «batalla por los americanismos», asunto que también forma parte de estos breves apuntes que es inevitable toquen un tema no menos importante: la relación de Palma y España (o lo español).
Menudo problema psicológico es el que se produce cuando el hijo se separa de los padres para caminar sólo en la vida, librado a sus propias fuerzas; y sin duda el dramatismo es mayor si la separación se da mediante la fuerza, el desacuerdo, el conflicto. Aunque la comparación presenta más de una arista, pero a la vez animado porque la existencia humana, rica y plena de facetas a cada cual más subyugante, siempre será un buen referente, presento esta ponencia sobre Ricardo Palma como intelectual peruano que se debatió entre el americanismo y el hispanismo, vale decir entre la adhesión a la patria grande americana y a lo que la lejana España significaba y había dejado en estas tierras. Por cierto, veo a Palma desde el ángulo que me corresponde como historiador, al cual le sumaré unas calas psicológicas que ayuden a entender mejor dicha problemática, pues a través de sus conceptos y expresiones se puede calibrar el arduo problema de la construcción de la identidad nacional peruana en relación a lo que a España le debía, o, dicho de otra manera, la cabal emancipación cultural y psicológica de quienes como él fueron conscientes de la soberanía del Perú en tanto pueblo separado del dominio español pero, a pesar de ello, usufructuario de la lengua, los valores y otras expresiones materiales y espirituales españolas que era imposible negar o despreciar, al tiempo que un fuerte americanismo se revelaba como opción válida y legítima de políticos, intelectuales y ciudadanos en general. En el tiempo de Palma (1833-1919), España ocupaba un lugar aún no muy definido en la conciencia americana, que ciertamente no era el mismo en todos; en Palma se debatió entre puntos distantes y hasta extremos, según la actitud de sus gobernantes frente a la realidad americana o peruana, a la mayor o menor conciencia de su verdadero papel en nuestra historia, o a la madura reflexión con que el paso de los años fue enriqueciendo sus atisbos y pensamientos.
Me parece acertado
el historiador español Sánchez Mantero cuando dice
que «la referencia a España
constituye, sin duda, una de las claves más significativas
en el proceso de conformación de la identidad
histórica de la mayor parte de los países americanos.
Sin embargo, desde que se produjo la emancipación de las
antiguas colonias españolas del Nuevo Continente, ese punto
de referencia común a todas las nuevas repúblicas que
surgieron entonces ha sido contemplado de desigual forma de acuerdo
con las circunstancias históricas de cada una de
ellas»
(cf.
Sánchez Mantero: 111), y, debo añadir, también
de la misma España; pero Sánchez Mantero se equivoca
-ahí está el indigenismo de Luis E. Valcárcel y otros intelectuales- al
estimar que en el Perú, en términos generales,
«ha existido siempre una actitud de
perfecta asunción de todo su pasado histórico,
incluido naturalmente el periodo colonial»
, bien que la
reacción antihispana de la post Independencia «fue menos dura y categórica que en otras
partes del Nuevo Mundo»
(loc.
cit.).
En el Perú,
al igual que en Hispanoamérica, durante muchos años
del siglo XIX, toda adhesión a la patria, a la Independencia
y a la República, no se produjo sin las correspondientes
censuras contra España, los españoles y lo
hispánico. En amplios sectores de la sociedad existió
un confesado antihispanismo -seguramente más expresado que
sentido- desde el tiempo de la Independencia, el cual, durante
muchos años, fue moneda corriente en el discurso oficial y
oficioso del Perú. Palma niño y joven, respirando ese
aire de hostilidad, se nutrió de tales conceptos, por ello
no admira leer en su primera prosa y verso conceptos muy contrarios
a España y lo español, así, al referirse a la
notable pintura virreinal que da título a la
tradición «El Cristo de la agonía»
(1867), consignó: «El cuadro fue
llevado a España. ¿Existe aún, o se
habrá perdido por la notable incuria peninsular? Lo
ignoramos»
2.
Bartolomé Herrera, desde la cátedra, en medio de
tanto reproche a España, se atrevió a reconocerle un
papel fundamental en la formación del Perú, verdad
que sin duda predicó a sus dirigidos colegiales de San
Carlos, uno de los cuales, bien que fuera de registro, fue el joven
Palma3.
Pero más allá de cualquier elucidación
histórica, es indiscutible que el idioma castellano, con sus
galas y encantos, constituyó para la generación de
Palma, la romántica, un motivo de culto poderoso que no
estaba en condiciones de despreciar, pues si bien el verbo
francés atraía por su elegancia y sonoridad, era en
castellano que esos jóvenes se expresaban y leían a
Zorrilla, Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, Arolas
y tantos otros escritores peninsulares. No poco de cierto hay en
las siguientes remembranzas palminas:
(Cf. «Neologismos y americanismos»: 227-28.) |
Contradictoria y curiosa a la vez era esa situación: mientras el discurso oficial, civil o militar, condenaba a España por su dominación colonial, el castellano, uno de sus mejores productos y legados, embelesaba a algunos -la juventud letrada que miraba a Europa- y los transportaba al universo de ese país lejano, ex metrópoli expulsada que, sin embargo, estaba presente nada menos que en la realidad cotidiana y forzosa de la lengua, sin mencionar la legislación, las costumbres, la religiosidad y tantos otros aspectos de la cultura. Así, admiración y rechazo, adhesión y censura, fueron sentimientos concurrentes frente a España y lo hispánico. La verdad es que la Guerra de la Independencia había dejado hondos resentimientos, pero también que, por una exigencia psicológica, la nueva nacionalidad requería afirmarse oponiéndose a la española, y que el ser distintos -peruanos- demandaba tomar distancia de quienes -los españoles- poco tiempo antes habían señoreado en esta parte de América.
Notas sobre Palma frente a (y en) España4
España y lo español tuvieron un importante lugar en los sentimientos e ideales de Palma desde sus más tempranos años, según confesión citada. El conflicto de 1864-1866 reavivó comprensiblemente el fuego antihispano que no se había apagado desde la Independencia, y Palma, como uno más de los numerosos peruanos animados por el vibrante patriotismo nacionalista de ese tiempo, unió su voz al coro que condenaba a la ex metrópoli. Mas al cabo de unos años volvió la serenidad y soplaron vientos de calma y mutuo entendimiento que llevaron al mutuo olvido de los agravios y al establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Perú y España (1879). Entre tanto, Palma consolidó su prestigio literario y recibió el nombramiento de académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua (1878), al que después se sumaría el de la Historia (1886). Por cierto, esas distinciones le suscitaron expresas manifestaciones del más ferviente hispanismo, v. gr.:
«En la franqueza de mis cartas confidenciales, acaso llegué hasta quejarme del desdén con que se veía en España el esfuerzo de los pocos que, en América procuramos conservar la pureza de la lengua, trabajando así por la gloria de la gran nación que fue un día nuestra madre»5. |
En 1886 Palma condenó pública y airadamente algunas afirmaciones del jesuita español Ricardo Cappa consignadas en un libro de Historia del Perú para la enseñanza escolar, asunto que determinó un nuevo veto oficial contra los padres de la Compañía. En efecto, Palma, indignado por la audacia del jesuita, publicó una virulenta Refutación a un compendio de Historia del Perú, donde se cuidó de deslindar su hispanismo tanto como su peruanidad:
«entre las distinciones que en mi ya larga vida literaria he tenido la suerte de merecer en el extranjero, ninguna ha sido más halagadora para mi espíritu que la que esas dos ilustres Academias me acordaran, al considerarme digno de pertenecer a ellas. Pero si amo a España, y si mi gratitud como cultivador de las letras está obligada para con ella, amo más a la patria en que nací, patria víctima de inmerecidos infortunios, y ruín sería el callar cobardemente ante el insulto procaz, sólo porque la injuria viene de pluma española...»6. |
Mas pasó
ese enojoso incidente y Palma, encargado ex profeso por la matriz,
llevó adelante la fundación de la Academia Peruana
Correspondiente de la Española en 1887, pronunciando el
discurso de orden en su instalación, dedicado a la historia
de la literatura virreinal peruana, nueva ocasión para
referirse a los vínculos espirituales con España:
«Estamos vinculados a España por
las tradiciones de familia, por la educación religiosa y por
la magestad [sic] del idioma»
7.
Su profunda admiración a la literatura española, sin
embargo, no enfrió su confianza en el futuro de la
hispanoamericana, ergo su americanismo literario, manifestado desde
su juventud y renovado, una vez más, por esos
días8.
A poco, en 1890, una extensa y amable crítica a sus
Poesías (1887), del académico español
Vicente Barrantes9,
le obligó a aclarar su posición:
(Cf. Epistolario, I: 334-35.) |
En este punto es
justo precisar que si bien Palma se sentía atraído
por España y lo hispánico, era el castellano la causa
principal de ese cariño, la razón de su
sintonía con la élite académica hispana:
«En materia de lengua se me ocurre que
todo buen español debe agradecernos a los americanos la
pasión, diré mejor, la manía que tenemos por
la pureza del idioma... En América vivimos enamorados de la
lengua. Mientras ella decae en la nación que le
sirvió de cuna, en América se le tributa entusiasta
culto»
(cf.
loc. cit.).
Palma viajó
a España nombrado representante del Perú en las
celebraciones del cuarto centenario colombino10.
Pisó tierra española durante más de siete
meses, entre el 12 de setiembre de 1892 y el 10 de abril de 1893,
tiempo en el cual desarrolló una actividad muy intensa como
turista, hombre de mundo y asistente de congresos,
bibliófilo, corresponsal de El Comercio de Lima,
etc., radicándose en
Madrid, donde tan pronto como pudo concurrió a las sesiones
de la Academia Española, a la cual, tal como lo había
planeado, propuso el reconocimiento de numerosas voces americanas
o, lo que es lo mismo, su inclusión en el
Diccionario. Algunos no entendieron (y no entienden) el
empeño de Palma en lograr ese reconocimiento, por lo cual
hasta lo criticaron (y critican), razón que justifica
recordar cosas como las siguientes: un académico
tenía el derecho de proponer voces no consideradas en el
Diccionario, y Palma quiso serlo de verdad, esto es
demostrando su competencia y laboriosidad lexicográfica,
cosa que, por otro lado, ratificaría su prestigio literario;
el hecho, en la evolución histórica de
Hispanoamérica, significaba también una nueva cota en
el desarrollo de su conciencia continental y, a la vez,
nacionalista, una expresión del americanismo que a Palma
siempre importó mucho «era la
afirmación del nacionalismo americano, que no buscaba la
independencia sino el enriquecimiento de la lengua
común...»
(cf.
Miró Quesada S.: XXXVIII-XXXIX);
además, y de esto Palma era muy consciente, el tal
reconocimiento significaría no sólo admitir la
legitimidad de las voces, sino que el castellano hablado en
América recibiera el trato que en justicia le
correspondía11;
(Cf. Cisneros: 125 y 126.) |
En verdad, los intelectuales hispanoamericanos reclamaban la parte que al Nuevo Mundo le correspondía en la colectiva e incesante creación del idioma común; escuchemos al mismo Palma, hombre que de veras amó la lengua española (y ya peruana):
(Cf. «Neologismos y americanismos»: 238-41.) |
Como es sabido, sólo unas pocas palabras recibieron aprobación, sufriendo Palma tan grave disgusto que hasta previó la disolución de la Academia Peruana Correspondiente...12. Su hija Angélica, testigo de los hechos, relata la oposición que se declaró entonces entre Palma y Manuel Tamayo y Baus, el Secretario Perpetuo de la Academia Española y, hasta ese momento, muy amigo del tradicionista, pues ambos tenían pareceres divergentes en materia lingüística:
(Cf. Ricardo Palma: 110.) |
No obstante su fracaso en la Academia, donde no le faltara cierto respaldo, Palma consignó conceptos muy favorables a España, que hacen recordar los de Bartolomé Herrera, bien que no menos personales, en la crónica que escribió sobre «El Perú en la exposición histórica» (Madrid, feb. 1893):
«Mal cumplía, ciertamente, al pueblo americano conquistado por la civilización, por el heroísmo y astucia de Francisco Pizarro, desatender el llamamiento de España, que pedía a las que fueron sus hijas y hoy naciones libres e independientes, que tomaran participación en las clásicas fiestas destinadas a solemnizar el descubrimiento de América, el más grandioso acaso de los hechos que la historia consigna. En el Perú más que en las otras repúblicas de América, está latente el amor a la metrópoli. Y la razón es bien obvia. Hasta 1824 nuestra historia más que nuestra, es española, y no se rompen fácilmente, por completo, los vínculos tradicionales que a los pueblos ligan. Lima tuvo los refinamientos todos de una corte... En ninguna de las que fueron colonias hubo mayor número de títulos de Castilla que en el Perú... Y esa clase superior jamás renegó de España ni dejó de inculcar en sus descendientes cariño por la metrópoli. Nadie puede dar más de lo que posee, y España en materia de civilización, no llevó a América mucho, pero sí, bueno o malo, cuanto ella poseía. Hay, pues, clamorosa injusticia en acusarla, por culpas que fueron de la época y no de los gobiernos ni de la sociedad. Pasado el fragor de la guerra de Independencia, desapareció también todo sentimiento de encono contra España, que, con régimen más liberal para con las colonias, tal vez no habría precipitado el término de su dominación en ellas»13. |
A dichas causas sumó el culto por el castellano, la pervivencia de costumbres españolas, etc. Al parecer, tales conceptos contrastan con las escasas referencias a España que un historiador hispano cree hallar en el discurso oficial y oficioso de las autoridades y los periódicos limeños (cf. Sánchez Mantero: 137-38). Si así fuera, Palma, cuyas palabras ciertamente iban a ser leídas en Lima, habríase revelado valeroso hispanista, a pesar de las contrariedades académicas que lo traían preocupado. Por entonces, ya Manuel González Prada se había mostrado del todo intolerante con España y lo español, por lo que Palma se expuso a las censuras de sus seguidores.
Entre 1895 y 1898 se desarrolló la segunda y definitiva guerra de Independencia de Cuba, la cual terminó con el triunfo de los cubanos revolucionarios, partidarios de la completa separación de España, al intervenir los Estados Unidos en este último año y derrotar a las fuerzas españolas de tierra y mar, mientras que cosa semejante ocurría en Puerto Rico y Filipinas. Humillada, España perdió sus últimas colonias americanas. A diferencia de lo ocurrido en la primera guerra, de 1868 a 1878, los gobiernos del Perú y de otros países hispanoamericanos, salvo alguna excepción, no manifestaron especial interés en intervenir en favor de los cubanos independentistas, pues ello hubiera llevado al rompimiento con España, la antigua metrópoli que ahora mantenía buenas relaciones con casi todas sus ex colonias14. En el Perú, la decisiva participación estadounidense fue vista como un hecho muy grave pero previsible y hasta justificado; sin duda, en los medios más elevados, la Independencia cubana era deseada, mas no a costa del derrumbe español a manos de los poderosos Estados Unidos; por otro lado, el país no estaba en condiciones de patrocinar medios conciliatorios, como lo confesó el Presidente Piérola en el Congreso (cf. Basadre, X: 333-34). Pero si tal cosa ocurría en la esfera oficial, nada impedía que en privado más de un peruano eminente se expresara muy a favor de la independencia de Cuba; ese fue el caso de Palma, quien a través de la prensa limeña, favorable a los cubanos, y de sus corresponsales del Caribe siguió paso a paso la guerra y la obra de los revolucionarios, a muchos de los cuales había tratado en 1893 al hacer escala en La Habana de regreso de España.
En largas y noticieras cartas a Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), poetisa borinqueña a quien había conocido en la capital cubana, Palma expresó sus ideas sobre la situación y el futuro de la isla, y el papel de los Estados Unidos15. Como muchos, Palma deseaba la Independencia de Cuba, y sin reparos lo había dicho en su libro Recuerdos de España al referirse a La Habana, pero no admitía su anexión a los Estados Unidos:
«Hay en Cuba un partido, pequeño es cierto, pero que hace activo trabajo de zapa: el anexionista. Antes de convenir los cubanos en que la estrella solitaria se confunda en la constelación de estrellas, deben preferir su manera de ser actual. Yugo por yugo, yo, cubano, al de España me atendría, que tal resignación no implica desesperar del mañana»16. |
Dice Sánchez que «nada hay tan categórico sobre Cuba en nuestras letras y más aún la forma como explica su provisorio antiyanquismo en ese aspecto y en ese momento» (cf. «Prólogo»: 15); por lo mismo, Palma se alegraba de los triunfos cubanos, pero la intervención de los Estados Unidos le parecía muy peligrosa (mar. 1895):
(Cf. Diecisiete... cit.: 27.) |
De acuerdo pues con «romper el yugo de la madrastra» (oct. 1895), Palma pensaba que si los Estados Unidos reconocían la beligerancia de los cubanos, acabaría la dominación hispana porque el corso destruiría el comercio en pocos meses; tenía gran confianza en que se lograría la Independencia en 1897, pero en marzo de 1896 se equivocó al pensar que la actitud de los yankees no pesaría gran cosa en la solución del problema; en setiembre estaba pendiente de lo que haría el Presidente Cleveland en relación al problema:
(Cf. Diecisiete... cit.: 33-34.) |
Pensaba que su amiga era muy optimista en relación a los Estados Unidos (feb. 1897):
(Cf. Diecisiete... cit.: 43.) |
Sin embargo, sus
observaciones sobre la política exterior latinoamericana
fueron más realistas, como cuando advirtió que los
gobiernos sudamericanos, salvo el colombiano, vivían
pendientes de la actitud del de Washington, y el día que el
Presidente de los Estados Unidos «se
ponga de pie contra España y en favor de Cuba, será
el Perú uno de los que, oficialmente, se le
adhieran»
(p. 44). Lo
cierto es que el conflicto puso a prueba sus sentimientos y
capacidad de predecir el curso de la historia de una parte de
Hispanoamérica; deseaba la Independencia de Cuba pero, a la
vez, temía el ascenso de los Estados Unidos, inexorables
ambos; en cambio, sus predicciones sobre España no se
cumplieron (set. 1897):
(Cf. Diecisiete... cit.: 45)17. |
Y cuando se produjo el previsto desenlace al dar los Estados Unidos su decisivo respaldo a los cubanos, al tiempo que practicaban un nuevo imperialismo, y España se vio sola y vencida, sus temores arreciaron (jul. 1899):
«temo mucho que Cuba llegue a ser una estrella más en el pabellón de Estados Unidos. La culpa la tendrán los cubanos que, con sus intemperancias y amor al bochinche, herencia española, han revelado que no están en condiciones para poder gobernarse por sí solos. Si continúan anarquizándose, están perdidos. Los Estados Unidos son un gigante con el que no se puede luchar. La solución del problema a [sic] Puerto Rico no puede haber sido del agrado de Ud., como no lo fue del mío. Hay que aceptar el hecho, porque la resistencia sería absurda y sin éxito. Los yankees han enseñado las uñas, despertando la alarma en todas las repúblicas. El peligro felizmente no es muy inmediato, y no nos pillarán del todo desprevenidos. Lo de Filipinas es una gran iniquidad...»18. |
Ante la severa
derrota española, Palma, como tantos americanos que amaban
el ancestro ibérico, también debió de sentir
pesadumbre e impotencia. Respaldar la independencia de Cuba era una
cosa, y otra muy distinta ver que la madre patria caía
vencida por una nación nueva pero inmensamente más
poderosa. Por eso no dudó en expresar su solidaridad a los
españoles que, sobre todo en esa hora tremenda,
requerían de apoyo moral y palabras de aliento19.
Además, el triunfo yanqui le hizo contemplar de otra manera
el futuro hispanoamericano: «La raza
latina, en nuestra América, o se sajoniza o desaparece.
Seremos más prácticos y prosaicos, y menos
doctrinarios y soñadores»
20.
Por cierto, no fue Palma el único intelectual
latinoamericano que vio con temor el ascenso norteamericano, su
influencia y predominio (cf.
Fogelquist:
28-29); otro fue José Enrique Rodó, quien
llegó a advertir la dominación
lingüística del inglés. Por lo demás,
bien pronto fue reconocida la Independencia cubana; el Perú
lo hizo en 1902 (cf. Wagner de Reyna, I:
100).
Antes, durante y
después del desarrollo de la Guerra de Independencia cubana
y de la debacle española ante una potencia muy superior en
medios y motivos, Palma, contrariado por su fracaso en la Academia
Española entre 1892 y 1893, realizó tenaz
campaña en contra de dicha institución al tiempo que
expresaba, más de una vez, profundo sinsabor antihispano,
aunque su hija Angélica sólo encuentra hispanismo,
incluso en los reproches y censuras, en su campaña de
lingüista (cf. Ricardo
Palma: 115), y Porras Barrenechea cree que acentuó su
hispanismo a partir de su viaje a la península, «comprobando una vez más que amor exige
conocimiento»
, pues «ahondó amistades literarias
contraídas epistolarmente y adquirió nuevos amigos y
corresponsales»
(cf.
«Prólogo»: XLII).
De vuelta en Lima, reunidos los materiales que requería para fundamentar su defensa de los americanismos, publicó Neologismos y americanismos en 1896, suerte de bandera revolucionaria según su autor (cf. Epistolario, I: 428), folleto donde «aplicó golpecitos» a la Academia (cf. Diecisiete... cit.: 34), bien que, sincero, reconoció una vez más que España era
«la nación a la que tantos vínculos debieran ligarnos, pues, poca o mucha, todos traemos en las venas sangre española, y españoles son nuestros apellidos, y española la lengua en que nos expresamos, y heredadas de España nuestras creencias religiosas, nuestras costumbres, nuestras virtudes y nuestras flaquezas...»21. |
A poco, aparecieron sus Recuerdos de España, bellas páginas sobre su demorada estancia en la península, donde se ocupó de ciudades y personajes del mundo intelectual con alguna objetividad y mucho personalismo pero, a la vez, adhesión crítica, por lo que resultan clara muestra de su hispanismo22. Sin embargo, la mala opinión que tenía de la Academia se extendió pronto a la reciente literatura española:
«veo con pena que hay decadencia literaria en España. La gente nueva produce muchísimo; pero es rara avis el libro que encarne algún mérito. En cambio, me llegan libros de todas nuestras repúblicas americanas superiores, en mucho, a los de la patria de Cervantes y Quevedo. Hasta Pérez Galdós, en sus nueve tomos publicados hasta hoy de Episodios nacionales, está en lamentable decadencia. Cada día se hace más pronunciado el alejamiento de España y de su literatura en la juventud americana. La culpa es exclusivamente de la Academia, por su intransigencia para con nuestros americanismos y neologismos... De aquí ha surgido, en todas las repúblicas, un espíritu de rebeldía contra la Academia y su Diccionario, rebeldía exteriorizada en la prensa... Eso de que España crea que en cuestión de idioma, nos impondrá siempre, es una quimera. Todavía es tiempo de reconciliarse con nosotros, dando un Léxico [sic] liberal. En diez años más será tarde, porque para entonces habremos desaparecido los pocos viejos que aún defendemos el nombre de la Academia y que algún dique presentamos a la general corriente. El carácter obstinado de los españoles ha traído siempre conflictos a España. Por terquedad no cejaron en el primer cuarto de siglo, cuando la guerra de la Independencia con las que hoy son repúblicas. Pudo España obtener grandes provechos de nosotros por medio de pactos internacionales, y desperdició la oportunidad. Más de medio siglo después, pudo y debió hacer la Independencia de Cuba, y la obstinación la ha hecho cosechar graves desastres, de los que tardará muchísimo en reponerse. El lazo que hoy nos une a los americanos con España es el idioma. Si la intransigencia académica se obstina en romperlo, ¿qué hacer? Seremos cincuenta millones de seres con idioma exclusivamente nuestro americano y no castellano... A la vez que la independencia política, tendrán nuestros pueblos la literaria. Si eso le conviene a los diecisiete millones de españoles, adelante»23. |
Sin embargo de sus
predicciones, la Academia, precisamente por esos días,
recibió el respaldo de la comisión de letras y artes
de un congreso hispano-americano reunido en Madrid a instancias del
gobierno español, la cual recomendó procedimientos
para conservar la pureza del idioma y que se reconozca la autoridad
de dicha corporación, «asistida
por sus correspondientes de América...»
(cf. Fogelquist: 38).
Seguramente
estimulado por su corresponsal, sus opiniones se hicieron
aún más radicales, como en carta que Porras
Barrenechea considera escrita «con
amargura e injusticia sectaria, [...] en la que en un momento de
ofuscación, inexplicable en el gran evocador de la
época colonial, se le desliza una afirmación que
está contradicha por toda su obra y por su admiración
profunda por el heroísmo hispánico»
(cf.
«Prólogo»: XXXIX):
«Los españoles son gente para poco. Viven perennemente enamorados de su pasado, y no tienen ojos para dirigirlos al porvenir. Lo único que los americanos podemos agradecer a España es su idioma. Fue lo único bueno que nos trajeron. En cambio de ese único bien, nos trajeron un cardumen de frailes viciosos, de jesuitas y de inquisidores, supersticiones, milagros y fanatismo; y, en vez de consagrar a los indios en obra de irrigación y mejoramiento de caminos, los emplearon en fabricar iglesias y conventos, en trabajar como bestias en la explotación de minas, y para acabar de hundir a la pobre raza conquistada, nos trajeron el aguardiente, el alcohol embrutecedor!! [...] Resultado de esa chifladura de vivir siempre mirando hacia atrás y de no querer convencerse de que ya pasaron los tiempos en que el Sol no se ponía en los dominios de España, ha sido y es, la hostilidad académica contra nuestros americanismos»24. |
La dureza de sus conceptos reflejaba sin duda el profundo disgusto que el 98 había producido entre los mismos españoles:
«Ya es tiempo de desprenderse de las garras de los jesuitas y de la frailería. Mientras en España sea la sotana fuerza y poder, la civilización seguirá perdiendo en ella terreno. Con la austriaca ex abadesa que gobierna en Madrid no se desprenderá España de la lepra que la roe, y lo peor es que al futuro rey le estarán inoculando el virus del fanatismo religioso... Es preciso que España no siga siendo un gran convento, y que los españoles no gasten sus energías en procesiones, novenas y fiestas de iglesia, siendo mendigos sempiternos de bendiciones papales. Veo a España en camino de ir a una revolución formidable. Por el momento ha retrogradado a la época de los espadones como Narváez...»25. |
La accidental hispanofobia de Palma se acercó así a la de González Prada, aunque la de este siempre fue más radical pues planteó una ruptura completa con el elemento español; además, Prada despreciaba a los intelectuales peruanos que -como Palma- lucían títulos y medallas académicas españolas (cf. García Salvattecci: 373-81). Por otro lado, ambos no andaban divorciados de las críticas que por la misma época los escritores del 98 descargaban sobre su país, instituciones y costumbres. A propósito, es lícito preguntarse si esas críticas influyeron en Palma, es decir, si estimularon su accidental hispanofobia, en cuyo caso el 98 se habría proyectado en Hispanoamérica muy tempranamente.
¿Cómo explicarse la crudeza de tales expresiones? En realidad, así de duras solían ser las calificaciones que muchos en Hispanoamérica aplicaban a España y lo español; oigamos a Porras Barrenechea:
(Cf. «Prólogo»: XXXVI-XXXVII.) |
Pero, si se quiere, Palma tenía un motivo hondo y superior: deseaba que el Perú y España, realidades diferentes por cierto, comulgaran siempre del mismo pan de la lengua, y por ello le afectaba mucho todo lo que iba en contra de ese ideal, como el rechazo académico a sus papeletas lexicográficas. Sin duda, algo de amor propio herido hubo en su actitud terminante, pero a la vez el sentir en lo vivo la injusticia que se hacía a una parte importante de la Hispanidad:
«dejaríamos de traer en las venas glóbulos de sangre española si renunciáramos al último manjar [charlar menudo y largo sobre política] [...] Casi podría afirmar a usted que Lima y Madrid se parecen como dos gotas de agua... La mayoría de los españoles padece otra chifladura, que casi tiene carácter de chifladura nacional: la de vivir mirando siempre para atrás, y nunca para adelante. Por vivir engolosinados con las heroicidades y las glorias que alcanzaron en los siglos que fueron, descuidaron prepararse, o preveer [sic], los contrastes que han sufrido en recientes días. Hoy las repúblicas americanas están unidas a España por el lazo del idioma únicamente, lazos que con sus intransigencias la Academia debilita de día en día. Así se explicará usted el porqué la juventud de muchas repúblicas no lee libros españoles, sino franceses, alemanes o ingleses, y el porqué la sintaxis castellana, que es el alma de la lengua, anda por los suelos...»26. |
Neologismos y americanismos logró finalmente llamar la atención de la Academia sobre las voces del Nuevo Mundo hispano27, mas la campaña de Palma por la legitimación de los americanismos siguió adelante con la publicación, en 1903, de Dos mil setecientas voces que hacen falta en el Diccionario. Papeletas lexicográficas, en cuyas primeras páginas acumuló nuevas censuras contra la Academia, aunque reconociera que en la décimotercia edición del calepino tenían ya cabida casi la tercera parte de los vocablos consignados en aquel trabajo. Este hecho explicaría el tono más conciliador presente en sus misivas; así, seguía pareciéndole brutalmente autoritario que la mayoría de académicos rechazara verbos y sustantivos generalizados en América, pero
«felizmente hoy la mayoría académica es más liberal y sus ideales no son tan mezquinos [...] Mi libro [Dos mil setecientas voces... cit.] encarna un propósito verdaderamente hispanófilo. A ustedes les conviene no mantenernos alejados sino acercarse a nosotros que, al fin representamos cerca de cincuenta millones de seres. Si el lazo único entre América y España es, hoy por hoy, el del idioma, a qué vienen las intransigencias académicas? Ellas han producido ya su mal fruto y este es el que la juventud lea más libros franceses que españoles... Sea la Academia menos inflexible para con el habla americana, enriquezca con el nuestro su vocabulario, y las resistencias del presente desaparecerán, porque ya no tendrán razón de ser. El actual cartabón del Diccionario es ya demasiado estrecho para el siglo XX. Romper ese molde debe ser en la Academia labor de usted... y de todos los que alientan espíritu liberal y justiciera [sic], pues la justicia está reñida con las imposiciones hijas del apego al pasado autoritario»28. |
No obstante,
aún en 1907 criticaba a la Academia: «para mí, que he tenido oportunidad de
ver a los académicos en paños menores, la Academia es
poquita cosa»
29.
Por cierto, en la península no faltaron defensores de la
docta corporación30.
Dos mil
setecientas voces que hacen falta en el Diccionario, su
segundo trabajo de aliento en pro del reconocimiento de los
americanismos, fue enviado de inmediato a varios académicos
españoles (cf.
Epistolario, I: 98-99) y a Miguel de Unamuno, el sabio
rector de Salamanca que destacaba entre los intelectuales de la
generación del 98, a quien consideraba el más fecundo
de los neólogos. Unamuno recibió el libro con mucha
satisfacción y se lo agradeció a Palma con elevados
conceptos, iniciándose así una relación amical
a través de la vía epistolar. Unamuno le
dedicó en La Lectura, revista mensual
madrileña, un «soberbio juicio» (cf. Epistolario, I: 375 y 486), y
aún le dijo: «Con ocasión
de su libro, ampliaré mis teorías
lingüísticas sobre neologismos. Gracias, pues, por
haberme ofrecido coyuntura para ello»
31.
Pero no sólo en aceptar nuevas voces y reconocer la validez
del uso lingüístico estaban Palma y Unamuno de acuerdo,
sino también en cuestionar la labor de la Academia:
«Lo que me dice de la testarudez académica es el evangelio puro. Mas aquí cada vez nos hacemos menos caso de la tal Academia y el lenguaje se ensancha y flexibiliza sin contar con ella. Su papel debe ser aceptar lo que aceptó el pueblo. Pero, por desgracia, lejos de ser una corporación conservadora lo es reaccionaria. Santo y bueno que no se precipite a admitir cualquier novedad, pero es torpeza, no poner el sello a lo que sin él corre. No quieren comprender que oro de ley sin acuñar vale más que oro malo acuñado. No entienden el liberalismo lingüístico a derechas, sino que plantan aduanas y derechos arancelarios y no quieren poner el márchamo [sic] a esto o aquello»32. |
A propósito, la víspera Unamuno había prologado los Cuentos malévolos de su hijo Clemente (Barcelona, 1904), poco después Palma le dedicó el artículo «Sobre el Quijote en América»33, y Unamuno, que tenía en buena opinión su obra literaria34, un ejemplar de sus Poesías (Bilbao, 1907) (cf. «Museo Ricardo Palma»: 236). La identificación de Palma con algunos de los nuevos talentos hispanos queda comprobada cuando por esos días elogió a Unamuno seguido de Emilio Cotarelo y Mori, y consideró «estrellas de segunda magnitud» a Marcelino Menéndez y Pelayo y Juan Valera35.
Con el nuevo siglo, y también como reflejo de su reciente derrota, España reconsideró sus relaciones con Hispanoamérica, y la Academia su actitud frente a las nuevas voces no incluidas en su Diccionario, lo que a Palma le permitió escribir:
«Felizmente va ganando terreno en la docta corporación la idea de que es quimérico extremarse en el lenguaje, defendiendo un purismo o pureza más violada que la Maritornes del Quijote... Con la intransigencia sólo se obtendrá que el castellano de Castilla se divorcie del castellano de América. Unificarnos en el Léxico es la manera, positiva y práctica, de confraternizar los dieciocho millones de españoles con los cincuenta millones de americanos obligados a hojear, de vez en cuando, el Diccionario. Hay que convencerse de que la revolución en el lenguaje es una imposición irresistible del siglo XX, pues como dice Miguel de Unamuno, catedrático salmaticense, vinos nuevos no son para viejos odres»36, |
y
«Empiezo a convencerme de que no hay corporación más dócil que la Real Academia, y de que yo anduve un mucho desatinado y con los nervios en total sublevación cuando, en las veinte sesiones a que concurrí en el ahora leyendario [sic] caserón de la calle de Valverde, comprometí batalla ardorosa en favor de más de trescientas voces que, en América, son de uso corriente. Yo ignoraba que con paciencia y saliva se alcanza todo en España. Curiosa idiosincracia la de ese pueblo. Está usted vestido de levita y con chistera y guantes, entre la muchedumbre más o menos desarrapada, empeñado en abrirse camino a fuerza de empujar a los delanteros, y no logra avanzar media pulgada. Pero dice usted cortésmente: "Permítame pasar" y le abren campo diciéndole: "Pase usted, caballero"... Cuatro cuartos de lo mismo sucede en la Academia Española. Mi idiosincracia, hasta entonces batalladora, me proporcionó una derrota cada noche... Gratísima sorpresa tuve, pues, cuando, transcurridos siete años, llegó a mis manos la última edición del Diccionario, y encontré en ella casi la mitad de los vocablos por mí patrocinados, figurando entre ellos los verbos dictaminar y tramitar, en defensa de los cuales agoté mi escaso verbo. ¿Qué había pasado? Que con paciencia y saliva, mi sabio compañero don Eduardo Benot [...] se puso al frente del elemento nuevo, y secundado por don Daniel Cortázar y otros noveles académicos, sin pelear batallas, pasito a pasito, un vocablo hoy y otro mañana, hizo aceptar la lista de voces, que, por entonces, publicó El Comercio»37. |
Los malos
presagios palminos en cuanto al declinar de las relaciones entre
Hispanoamérica y España a causa del veto
académico a algunos americanismos, no se cumplieron, si bien
duró mucho el letargo de algunas academias correspondientes,
como la peruana, restablecida sólo en 1917 mediante el
trabajo del anciano Palma, avalado por la Española, con un
personal joven por él mismo propuesto38.
Los americanismos recibieron cada vez más acogida en el
Diccionario, hecho que poco a poco fue disipando el
malestar que el anterior rechazo había producido. Las
relaciones políticas entre España e
Hispanoamérica mejoraron día a día -«el "desastre" del 98 fue un revulsivo que
sacó al país de la languidez haciéndole tomar
conciencia de su situación interna e internacional,
determinando que Iberoamérica se transforme en un referente
para la regeneración de España y produciendo un auge
intelectual y literario sumamente enriquecedor y
fructífero...»
(cf. Arenal: 21)39.
En lo que toca al Perú, según un historiador hispano,
«a partir de los primeros años
del siglo XX la situación cambió porque se
intensificó una relación afectiva desde el momento en
que el Perú afirmó su personalidad nacional y
perdió lo que podríamos llamar complejo
colonial»
(cf.
Sánchez Mantero: 141), afirmación esta que requiere
estudio aunque el mismo Palma parece confirmar:
«Grato será para usted saber que, ya definitivamente, pasaron en mi país los tiempos en que la prensa y los oradores al festejar el aniversario, se desataban en palabrotas contra España. Hoy en editoriales, en discursos y en brindis, así en el Perú como en las demás repúblicas, nada hay que hiera la susceptibilidad española. Ensalzamos a nuestros hombres del pasado sin agraviar a los que los combatieron. Domina la cordialidad para con España»40. |
A decir verdad, a pesar de su monomanía antiacadémica, que también puede ser interpretada como señal de hispanismo, Palma debe ser considerado
(Cf. Porras Barrenechea: XXXIX-XL.) |
En cuanto al 98
español, Palma, sin ser parte de la realidad peninsular ni
haber vivido la frustración y el desaliento de esa hora
tremenda, se agitó también en esta orilla para
suscribir la Independencia de Cuba y protestar contra el rigor
autoritario y desaprensivo de los académicos más
insensibles a las justificadas espectativas americanas, en
sintonía con los más jóvenes aunque maduros
intelectuales españoles que alzaban su voz para cuestionar
profundamente los vicios que afectaban a su país y a sus
instituciones, deseosos también de quebrar la rigidez del
sistema y abrir los cauces de un mundo más justo y, por lo
mismo, mejor41.
Por otro lado, la causa de los americanismos, si bien perdida en un
primer momento, fue a la postre ganada cuando la Academia
aceptó criterios más flexibles de validación
de las voces castellano-americanas, lo que Palma, con íntima
satisfacción, alcanzó a ver en su venerable
ancianidad. Finalmente, en confirmación de que genio y
figura hasta la sepultura, Palma, el viejo Palma de setenta y
más años, se nos ofrece peleador, democrático
e igualitario, como en lo mejor de su vida, armado de sustentos
americanistas y modernos -v. gr.
el valor del uso- y lejos, muy lejos, de someterse a una estrecha
normatividad académica que a la sazón ya no
satisfacía las exigencias de un mundo, el hispanoamericano,
cada vez más seguro de alcanzar su propio destino. Sin
embargo, exponente al fin de los apresurados augurios y prejuicios
de su tiempo, Palma no se dio cuenta de que el lazo de la lengua
entre España e Hispanoamérica no se podía
romper por el sólo hecho de ser rechazadas algunas voces
americanas, ni advirtió siempre y en la medida necesaria que
los vínculos no se limitaban a lo lingüístico;
pero sí estuvo acertado cuando, al dar la bienvenida a los
nuevos académicos peruanos, en 1917, les invitó a
robustecer «la vinculación
espiritual de la raza americana con España,
vinculación indestructible mientras España y
América estén unidas por el nexo del
idioma»
42.
En cualquier caso, es claro que bregó por la fluida
comunicación de los hispanohablantes de ambos mundos, por la
comunidad de lengua en un plano de igualdad, sin autoritarismos ni
imposiciones contrarios a la libertad en que tanto creyó y a
cuyo imperio tanto debió.
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