Palma y Riva-Agüero: calas a su amistad1
Oswaldo Holguín Callo
Pontificia Universidad Católica del Perú
En memoria de C. Norman Guice, Ph. D., buen amigo del Perú.
Trazar los lazos que unieron y los accidentes que separaron a dos grandes del Perú, mientras ambos tuvieron vida y, más tarde, cuando sólo el menor, Riva-Agüero, la siguió disfrutando, es tarea que exige contactos con innúmeros y dispersos testimonios debidos a propios y extraños. Este artículo constituye sólo una aproximación al asunto que debe contemplar necesariamente los diversos perfiles sociales, políticos, culturales, psicológicos, en fin, que entraña de por sí cualquier relación amical, más aún si los seres comprometidos están dotados de un intelecto superior y se admiran mutuamente.
Ricardo Palma (1833-1919) y José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944) pertenecieron a generaciones distintas y, por cierto, disfrutaron o padecieron momentos diversos de nuestra existencia republicana. Sus vidas coincidieron sin embargo a lo largo de treinta y cuatro años, los primeros de Riva-Agüero y los últimos de Palma, vale decir entre 1885 y 1919. Palma, inmerso en el agitado siglo XIX peruano, llegó a sus últimos años dueño de un prestigio literario envidiable, si bien no libre de críticas, como las muy duras de Manuel González Prada y sus epígonos. Riva-Agüero, en cambio, vio desarrollarse su niñez y adolescencia a paso sosegado mas no libre de inquietudes, como las que la guerra civil de 1894-1895 de seguro produjo en su espíritu atento al acontecer patrio. Y en su horizonte surgió muy pronto la figura del Director de la Biblioteca Nacional, entrado en años pero lejos aún de la senectud, pues sus populares Tradiciones peruanas constituían lectura que deleitaba a chicos y grandes del país y del universo hispanohablante. No tardó en producirse el acercamiento personal, como veremos, ni la inexcusable visita a la Biblioteca, cuyas salas eran frecuentadas por toda clase de lectores, entre los cuales no faltaban los ganados por la pasión investigadora y la curiosidad intelectual. Riva-Agüero fue un alumno brillante de la Recoleta y, ya universitario, un estudiante destacadísimo de San Marcos, donde en 1905 y 1910 se graduó de Bachiller y de Doctor en Letras con sendas tesis que advirtieron la vastedad de sus conocimientos y la altura de su pensamiento (Carácter de la literatura del Perú independiente y La Historia en el Perú, respectivamente). Y mientras ello ocurría, el restaurador de la Biblioteca Nacional entraba en la ancianidad sin renunciar todavía al ejercicio de escritor. Al cumplir veinticinco abriles Riva-Agüero, Palma contaba ya setenta y siete intensamente vividos, y por cierto se sentía cansado. Pero cuando en 1912 fuera obligado a dejar la Biblioteca, lo que daría pie a su retiro miraflorino y declinar memorialista y valetudinario, un grupo de brillantes jóvenes ganosos de hacer política, entre los que estaba Riva-Agüero, le rindió público homenaje en acto que no escatimó censuras al Gobierno autor de la separación. En 1917, en fin, Palma dirigió el resurgimiento de la Academia Peruana Correspondiente de la Real Española de la Lengua, y a su iniciativa tanto como a su valía debió su joven amigo y sincero admirador contarse entre sus flamantes miembros, todos ellos propuestos por el patriarca de las letras nacionales. Pero al llegar el 6 de octubre de 1919, vale decir el definitivo ocaso del tradicionista, Riva-Agüero se hallaba lejos de la patria, lo que no le impidió expresar, a través de sentidas páginas enviadas desde Biarritz, su admiración al hombre que le había enseñado a querer más al Perú. Después, no le faltaron ocasiones para adherirse a su memoria, como cuando el centenario palmino, ni para descubrir en su obra una y más facetas en respaldo y fundamento de su devoción.
Esta fecunda peripecia da sustento a los siguientes apartados:
Antes que la persona de Palma, el niño Riva-Agüero debió de conocer sus populares tradiciones pues siendo aún muy tierno adquirió verdadera pasión por la lectura. Francisco García Calderón, su condiscípulo, confirma esto último:
(Cf. García Calderón, 1949: 8). |
Por lo mismo, no
es aventurado proponer que Palma ejerció influencia en
Riva-Agüero desde su precoz niñez, ávida de
fantasía e historia bebidas en lecturas de diverso origen,
más aún si contamos con testimonio ad hoc: «En las páginas de ambos [el Inca Garcilaso
y Palma] se deleitó mi niñez [...]»
(cf. Riva-Agüero, (1933a):
396). Muy temprano vino también el contacto personal, pues
antes de cumplir los nueve años Riva-Agüero fue llevado
por su abuelo materno -Ignacio de Osma y Ramírez de Arellano
(1822-1893), ex Presidente de la Cámara de Diputados,
Alcalde de Lima y Ministro de Gobierno del General Miguel Iglesias
(cf. Varela Orbegoso, 1916: 149;
y Swayne y Mendoza, 1951: 175-76), posiblemente amigo del escritor-
a conocer a Palma «como a un monumento
curioso»
; en efecto, sería por la segunda mitad de
18932
cuando el niño sufrió una imborrable
impresión:
(Cf. Riva-Agüero, (1933a): 396). |
El testimonio revela bien la intensidad de ese feliz primer encuentro y cómo se inició entonces un vínculo amical de proyecciones psicológicas y espirituales en el aristocrático infante. Cabe recordar que por ese tiempo Palma ya estaba consagrado como tradicionista inigualable y restaurador patriota de la Biblioteca Nacional, cuya fama trascendía las fronteras nacionales. Quizá, sesentón experimentado, debió de advertir en aquel niño interrogador alguna señal de talento y amor al pasado semejante a las que él mismo mostrara en parecida edad.
Más tarde, el universitario Riva-Agüero frecuentó a Palma con motivo de tal cual consulta de libros de la Biblioteca y, cómo no, de escucharle sabrosas remembranzas, lo que le permitió charlas cada vez más fluidas y amistosas:
y
«me parece que vuelvo a hablar con él; que le insto averiguándole recuerdos juveniles, de poesía o política, o por los disfrazados u omitidos protagonistas auténticos de alguna tradición [...]». |
(Cf. ibid.: 396 y 421, respec.). |
El joven
estudiante se había propuesto como tema de tesis de
bachiller en letras nada menos que la historia crítica de la
literatura peruana republicana, tarea que lo llevaría al
despacho de Palma para satisfacer inquietudes o despejar dudas. Lo
cierto es que tales contactos estrecharon el aprecio mutuo, pero
fue la obra resultante, Carácter de la literatura del
Perú independiente, sustentada y publicada en 1905, el
libro «que cimentó mi
cariñosísima amistad con él»
(cf. Riva-Agüero, (1919b):
381; y 1905a). En efecto, el valioso trabajo, que a su
veinteañero autor le ganara inmediata reputación
internacional de intelectual brillante, constituía el mejor
estudio crítico de las letras peruanas del siglo XIX hasta
entonces realizado. En él, la obra y la personalidad de
Palma, «el más célebre de
nuestros literatos»
, quedaban sumamente realzadas con
conceptos tales como «Palma es el tipo
del criollo culto, literario [...], es un Segura depurado
y ennoblecido», «Palma es el representante más
genuino del carácter peruano, es el escritor
representativo de nuestros criollos»,
«príncipe de la literatura patria»
, o
«nada ignorado revelaré si afirmo
que Ricardo Palma, por el hecho de haber creado un nuevo
género, por el número y la calidad de sus escritos y
por la difusión de su fama, obscurece y eclipsa a casi todos
los que hasta aquí llevo examinados»
(cf. Riva-Agüero, (1905b): 175, 176,
177, 180 y 202). Ojo avizor, Riva-Agüero se permitía
presagiar la pervivencia de las tradiciones:
(Cf. ibid.: 203). |
Mas, fiel a su tiempo y al medio culto que lo rodeaba, no se libró Riva-Agüero de establecer un parangón entre Palma y González Prada, de seguro por las diferencias de estilo y talante que los separaban, amén de otros factores como su conocido enfrentamiento; así, precisó que Palma entretiene y divierte, deleita con sabrosas anécdotas y evoca donosamente los recuerdos de la Conquista o hace sentir el encanto de la Colonia, mientras que Prada
«es un prosista de combate. Ataca con valentía y rudeza, lucha cuerpo a cuerpo, despierta pasiones, suscita odios y rencores, se enardece en la refriega, fascina por sus metáforas atrevidas y plásticas y por la concisión y rapidez de su vibrante frase»3. |
Sin embargo, es claro que sus simpatías eran por el «bibliotecario mendigo» y no por el radical crítico de Páginas libres, a quien, sin embargo de observar en sus excesos radicales y posturas iconoclastas, no dejaba de admirar en más de una faceta; por el contrario, a Palma era poco o nada lo que le demandaba.
Riva-Agüero se empeña en descifrar la personalidad de Palma, en catarla tal cual es, por cierto con no poca carga sociológica y hasta psicológica. Acierta con sorprendente sagacidad en casi todo lo que somete a su juicio, y se permite profundas calas en la obra en verso y prosa de su personaje. Por supuesto, y como debía ser, son las tradiciones la materia que más y mejor analiza. Así, destaca sus méritos y les encuentra belleza intrínseca, pues no son mera imitación de autores extraños sino que aprovechan nuestros elementos originales y son lo más ameno que literariamente poseemos. No olvida presentar, por cierto, las influencias que cree reconocer en Palma -y, así, consigna que Palma es un Walter Scott en pequeño, aserto que ganaría más de una censura- ni a sus supuestos predecesores, lo que le da pie para vincular el género «tradicional» a la historia y hacer confesiones íntimas como ésta:
«Me imagino que leídas las Tradiciones fuera de Lima, deben perder muchos de sus méritos; y que leídas fuera del Perú, perderán la mitad por lo menos de sus hechizos. Pero para los que hemos nacido en este rincón del mundo y amamos con filial cariño los patrios recuerdos, poseen una magia indefinible»4. |
Pasa también revista a su
contenido y, al agrupar los relatos según su
cronología, destaca cómo una buena parte de ellos
evoca la colonia, constatación que lo lleva incluso a
comparar el periodo no a un pantano, como al parecer alguien lo
había hecho, sino a una «laguna
silenciosa y dormida»
(cf. Riva-Agüero, (1905b): 197), sin
duda por comparación con las turbulencias republicanas y,
cómo no, por sufrir aún la falta de suficientes
estudios de historia social y económica que hoy nos dan una
imagen del todo diferente de dichas centurias. Al fin de las
treinta páginas del folleto consagradas a Palma, el autor
más favorecido en extensión, Riva-Agüero ofrece
una síntesis de las para él «condiciones características»
de
Palma, esto es de los rasgos más saltantes de su prosa y el
estilo particular, singularísimo, que la informa
(cf. Riva-Agüero, 1905a:
127-58).
El excelente trabajo de Riva-Agüero, donde alcanzaban relieve especial las páginas dedicadas a Palma y a González Prada, dio lugar a múltiples expresiones de admiración. Así, Carlos Germán Amézaga las consideró atinadísimas y justicieras, pues
(Cf. Amézaga (1905)); |
y Pedro S. Zulen las mejores de
toda la obra y «también las hechas
con más arte y amor»
(Cf. Zulen, 1911: 833).
Palma se
brindó a Riva-Agüero para alcanzar ejemplares de la
tesis a intelectuales hispanos de la fama de Marcelino
Menéndez y Pelayo y Miguel de Unamuno, y lo alentó a
escribirles y, a aquéllos, a contestarle «con algunas palabras de aliento»
; las
respuestas consignaron sendas felicitaciones por el brillante
trabajo y dieron inicio a interesantes correspondencias con el
joven intelectual5.
Como es sabido, Unamuno le dedicó un notable estudio
crítico donde opinó largo sobre la obra de Palma, a
quien respetaba mucho, y, sobre todo, Prada, pero Riva-Agüero
no permitió que se reeditara en el Perú porque
contenía una dura mención del General Mariano Ignacio
Prado, padre de su maestro el Doctor Javier Prado, no obstante el
consejo contrario de Dn. Ricardo y de su
hijo Clemente, periodista en ejercicio, quienes le propusieron
publicarlo en Prisma o en El Ateneo «borrando la palabra Prado, que,
según ellos, no alteraba el sentido»
;
especialmente el tradicionista se afanó «todo lo humanamente posible porque el
artículo apareciera en los periódicos con la
supresión consabida»
, pero Riva-Agüero se
negó «resueltamente a
consentirlo»
, lo que hizo reaccionar a Palma con alguna
censura:
(Cf. Riva-Agüero, (1906a): 156). |
Por cierto, no se confirmó el mal presagio de Palma y la amistad epistolar de Unamuno y Riva-Agüero continuó y se estrechó mucho más. Desde entonces, el egregio vasco aprovechó la cordial disposición del talentoso limeño para enviarle libros y saludos a Palma, en tanto Clemente comentaba aquéllos6.
Palma, testigo de
la graduación de Riva-Agüero en la Facultad de Letras
sanmarquina, se formó de su amigo un gran concepto -«inteligentísimo joven», «gran
cerebro»
7-
que hizo público en 1909 cuando en un banquete realizado en
el restaurante del Parque Zoológico expresó: «En el Perú actual brillan tres lumbreras:
José de la Riva-Agüero, Francisco García
Calderón y Julio C. Tello»
(Cf. Mejía Xesspe, 1965: 79). Es
pertinente recordar que García Calderón había
publicado cinco años antes el que podría considerarse
primer ensayo producido por la generación del Novecientos en
torno a Palma -«La defensa pro domo de don Ricardo
Palma. La obra del bibliotecario»
- y que por entonces
Palma brindaba todo su apoyo al joven Tello, otro promisor miembro
de esa generación (cf.
Holguín Callo, 1982, y Planas, 1994a). El ensayo
rivagüerino de Doctor en Letras, La Historia en el
Perú, cuya sustentación presenciara Palma en
1910, confirmó plenamente tan altos conceptos pues
sólo así se explica el elogio superlativo que le
dirigió en 1914 -«notabilísima tesis»
- en su
última tradición8.
No obstante, con manifiesta independencia de criterio, el graduando
no calló su desacuerdo con Palma en relación a los
méritos de Pedro de Peralta (cf. Riva-Agüero, (1910): 285) y, lo
más notorio, silenció los palminos Anales de la
Inquisición de Lima, de seguro por estimarlos faltos de
calidad historiográfica. Por cierto, ello fue causa de un
reclamo que Riva-Agüero iba a recordar así: «D. Ricardo en una
ocasión me reprochó, con afectuosas quejas, que yo
hubiera dado a entender la tenuidad de este su libro, alabando
exclusivamente el de José Toribio Medina»
,
explicándose las limitaciones de la obra por «la índole artística de Palma, tan
mesurada y fina»
, que no era para inspirarse en los
brutales caracteres de ese tribunal ni para deleitarse en sus
escenarios (cf.
Riva-Agüero, (1919b): 375-76); no obstante, alguna vez se
valió de los truculentos Anales... (cf. Riva-Agüero, (1906b): 46).
El primer gobierno
de Augusto B. Leguía (1908-1912) tuvo muy pronto a
Riva-Agüero y a otros jóvenes de su generación
en las filas contrarias. Un valeroso artículo suyo en favor
de ciertos presos políticos pierolistas -«La
amnistía y el Gobierno»- le hizo sufrir breve
prisión, de la que salió convertido en una suerte de
líder de los opositores más cultos y honestos del
país. Palma, habitual informante epistolar de su hijo
Ricardo, médico de la hacienda Cayaltí, siguió
paso a paso el incidente; así, al producirse la
detención escribió: «El 14
[de setiembre de 1911] vino la estúpida prisión de
Riva-Agüero, y la copa de hiel se ha desbordado contra el
Gobierno»
; y, cuando se anunció un agasajo de
grandes proporciones: «Para el domingo
tendremos un banquete-almuerzo de 400 cubiertos ofrecido a
Riva-Agüero»
, banquete del que dio abundante
información en carta lamentablemente perdida donde
debió de relevar su importante significación
política (cf. Palma,
1969: 168, 170 y 175). Por cierto, el cálculo resultó
corto pues asistieron más de ochocientas personas, entre
ellas su hijo Clemente (cf.
Planas, 1994b: 123 y ss.).
Poco después ocurrió la salida de Palma de la Biblioteca Nacional. Clemente Palma, combativo periodista de oposición, fue destituido y reemplazado sin la intervención de Palma no obstante la facultad que tenía de proponer a los nuevos servidores del reconstruido repositorio. Dn. Ricardo, que había retirado una primera renuncia, se vio obligado a insistir a fin de lograr su relevo, y fue sucedido nada menos que por su rival González Prada. Muchos vieron en Palma a una nueva víctima de la prepotencia del Gobierno, como ya lo era Riva-Agüero, y ello determinó la pronta organización de un acto de homenaje y desagravio por algunos jóvenes intelectuales con ganas no sólo de solidarizarse con el viejo escritor sino de unir sus voces contra la arbitrariedad leguiísta. El 6 de marzo de 1912 Palma dio cuenta de los planes a su homónimo hijo:
(Cf. Palma, 1969: 182). |
El permiso del galeno allanó el camino y ya nada impidió que, la noche del lunes 11 de marzo, tuviera lugar la apoteósica velada que congregó a numerosa concurrencia deseosa de manifestar su adhesión al tradicionista tanto como su condena al régimen. Riva-Agüero pronunció el discurso de ofrecimiento, breve pieza oratoria plena de sincero encomio y profundo afecto; Felipe Barreda Laos leyó un ensayo sobre la personalidad histórica y literaria de Palma; Juan Bautista de Lavalle, otro sobre su obra poética; Felipe Sassone dialogó con el público y elogió a Dn. Ricardo; el poeta José Gálvez recitó una inspirada composición que le había dedicado y se vio obligado a repetir; y finalmente Palma agradeció emocionado9. Es claro que no todos los jóvenes cultos admiraban a Palma, pues sin duda los había incluso críticos severos, pero no lo es menos que los que participaron en el acto, por su ya ganado prestigio, representaban tal vez a la parte más sensata.
Riva-Agüero no disimuló el carácter de la reunión:
(Cf. Riva-Agüero, (1912a): 357), |
ni anduvo corto en el elogio:
(Cf. ibid.: 359); |
y, con talento zahorí, acertó a descubrir la honda ligazón de la vida de Palma con la historia del Perú republicano, y a relevar su esforzada obra en la Biblioteca Nacional,
«en cuyo grave recinto os hemos contemplado como la viviente imagen de la tradición y el saber antiguo, y que dejáis dando lección tan noble de entereza; y para que en todo os toque parte de las vicisitudes prósperas y adversas de la patria, permite la suerte que lleguen hasta turbar vuestra serena vejez las tristezas del momento presente»10, |
clara alusión al malestar político que reinaba.
Por cierto, al menos para Riva-Agüero, solidarizarse con Palma no significó en modo alguno censurar a Prada, a quien él y otros jóvenes «arielistas» aún apreciaban11.
El primer viaje de Riva-Agüero a Europa (1913-1914) dio a Palma ocasión de presentarlo a amigos peninsulares de la estatura de Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós y Enrique de Saavedra, Duque de Rivas, siempre sin escatimarle elogios, v. gr. en carta al célebre autor de los Episodios nacionales:
«Mi muy querido amigo el joven doctor D. José de la Riva-Agüero va hoy para España, y le encargo que haga a usted en mi nombre una visita personal. Riva-Agüero es un distinguido escritor y estoy seguro de que le será a usted grato departir con él»12. |
Cabe añadir que no faltó el intercambio epistolar a raíz del temporal alejamiento: el 23 de noviembre de 1913, desde París, Riva-Agüero informó a Palma que en el teatro de Vichy había conocido al académico costarricense Marqués de Peralta, Ministro plenipotenciario de su país en Europa, quien concurriera, como Palma, a las fiestas peninsulares por el IV Centenario colombino, y que un joven francés amigo suyo, Mr. Juge, periodista talentoso y admirador del tradicionista, deseaba colocar en la biblioteca de la Sorbona la colección de las Tradiciones peruanas, por lo cual se la solicitaba; y el 15 de julio siguiente, desde la misma capital, lo felicitó por haber sido nombrado Director honorario de la Biblioteca Nacional, acto que consideró
«reparación de la irritante injusticia cometida con UD. hace dos años [...], al cabo en nuestro país la razón y la gratitud se abren paso y colocan o restablecen a cada cual en el lugar que le corresponde en el aprecio público»13. |
En los siguientes años siguió estrechándose la relación que unía al viejo y valetudinario Dn. Ricardo con el joven y animoso Riva-Agüero. En 1915 el español Rafael Calzada, escritor y diputado republicano a las Cortes residente en Buenos Aires, solicitó a Palma un autógrafo y otros de los más notables escritores peruanos para el álbum de su esposa que él se proponía reproducir fotolitográficamente y presentar a los requeridos como tarjeta de saludo del nuevo año 1917. Palma le ofreció, entre otros, uno de Riva-Agüero, a quien instó a facturarlo mediante irónica misiva:
«Mi amigo Calzada aspira nada menos que a la presidencia de la futura República y cuenta con que tanto usted como Clemente [Palma] y como yo tenemos que ayudarlo enviándole una piedrecita para cimiento del presidencial palacio. Ya he mandado yo mi piedrecita. Al grano»14. |
Como era de esperar, el pedido no
cayó en saco roto pues Riva-Agüero redactó una
página que el satisfecho Palma envió como de quien
«es actualmente la pluma más
prestigiosa de la nueva generación»
15.
Por aquellos días, Riva-Agüero llevó al ya
notable escritor mexicano José Vasconcellos a visitar a
Palma, convertido en reliquia viva que muchos extranjeros ansiaban
conocer a su paso por Lima16.
El tricentenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega, recordado en 1916, fue nueva oportunidad para que Riva-Agüero manifestara su admiración por la obra de Palma. En efecto, en el notable discurso que pronunció en San Marcos el 22 de abril, advirtió el carácter precursor del Inca en relación a Palma:
al tiempo que, en unión de
Felipe Pardo, los hacía a todos tres «nuestros literatos más neta y
significativamente nacionales»
al par que clásicos
«por la mesura y el delicado
equilibrio»
(cf.
Riva-Agüero, (1916): 57). Palma, advertido por
Riva-Agüero de lo que de él decía en el esperado
discurso, le pidió suprimir tal mención:
«Son las diez de la noche y acabo de terminar la lectura de su interesantísimo trabajo. Perdóneme usted que le pida un servicio: suprima la cita que de mi nombre hace en una de las últimas páginas de su magnífico trabajo»17, |
mas nada obtuvo pues seguramente Riva-Agüero se las arregló para convencerlo de la justeza de la cita. Y no fue la única vez que el Inca y Palma quedaron hermanados por su notable admirador18.
La Academia
Española quiso reanimar a sus Correspondientes americanas
que atravesaban un estado de letargo y al efecto se dirigió
a sus directores y decanos con el fin de instarlos a reorganizarlas
mediante la propuesta de nuevos miembros; por lo que toca al
Perú, Palma fue el comisionado. En la primera de las muchas
cartas que sobre este tema cursó a Emilio Cotarelo y Mori,
Secretario Perpetuo de aquella institución, mencionó
a Riva-Agüero como «la
intelectualidad peruana más notable del presente»
,
añadiendo que «por su prestigio
literario y condiciones personales, es el llamado a organizar la
nueva Academia peruana»
19.
Un año después, en epístola destinada a
recordar a los académicos existentes y a presentar a los
candidatos que proponía -Riva-Agüero, Oscar Miró
Quesada y Javier Prado-, concedió Palma varios
párrafos a Riva-Agüero -«hijo
único y bastante rico»
- así como a su
bisabuelo el homónimo Gran Mariscal:
«Nuestro joven literato, que hoy cuenta treinta y un años de edad, disfruta de grandísimo prestigio entre la juventud. Acaso en la Academia haya quienes posean ejemplares de la tesis que él presentó para graduarse en la Facultad de Letras. Entiendo que el autor les envió al Conde de Cheste, a Menéndez y Pelayo, a su pariente el Conde de Casa Valencia y al Duque de Rivas. Hay del joven Riva-Agüero varios opúsculos históricos que le han merecido que la Real Academia de la Historia le expidiese en 1914 el diploma de académico correspondiente»20. |
Sin embargo, en esta oportunidad
Palma estimó que Javier Prado, el reputado Rector de San
Marcos, debía ser quien lo reemplazara como Director de la
Academia Peruana. En cartas posteriores añadió a su
propuesta original los nombres de Juan Bautista de Lavalle,
Víctor Andrés Belaunde y José María de
la Jara y Ureta, «a quien reputo como
hablista y pensador al nivel de Riva-Agüero, de quien es
íntimo amigo»
, José Gálvez
Barrenechea, los cuatro jóvenes, así como el del ya
entrado en años Alejandro Deustua (cf. Palma, 1949, I: 556 y 559). El 11 de
abril de 1917 la Academia Española aceptó a los ocho
propuestos por Palma y el 12 de agosto los académicos
celebraron junta en su casa, en la cual, por aclamación, fue
nombrado Director. La sesión solemne de inauguración,
con la presencia del Presidente de la República José
Pardo, tuvo lugar en la Universidad de San Marcos el 8 de diciembre
y en ella Belaunde leyó el discurso de Palma, que no
asistió por su mala salud, en el cual manifestó
su
(Cf. Palma, 1918: 9-10). |
Digno es de notar
que entre los ocho flamantes académicos escogidos por Palma,
cinco pertenecían a la misma generación, la del
Novecientos: Riva-Agüero, Belaunde, Miró Quesada,
Lavalle y Gálvez, y uno -La Jara y Ureta- se hallaba muy
cerca de ella21;
algo lejos en cambio estaban Deustua y Prado. Palma devino pues su
padrino y promotor al nivel más alto de la cultura literaria
nacional. El hecho reflejaba su apertura a los valores nuevos, de
los cuales lo separaba una media centuria, cuyos méritos
intelectuales ciertamente reconocía, aunque también
pensaba que los flamantes académicos eran «hombres de política en su
mayoría»
, lo que era verdad pues seis de ellos,
los menores, se contaban entre los fundadores y dirigentes del
recientemente creado Partido Nacional Democrático, Prado era
un civilista destacado y Deustua exhibía larga trayectoria
pública22.
Cabe recordar que por entonces el mundo intelectual no rechazaba el
trajín político.
Riva-Agüero
recibió la mala nueva de la muerte de Palma (Miraflores, 6
de octubre de 1919) a poco de iniciar su largo autoexilio europeo a
raíz del segundo ascenso de Leguía al poder: «Las noticias de su tranquilo apagarse de
octogenario y de sus espléndidos funerales, fueron en 1919 a
reanimar en el extranjero mis memorias y mis nostalgias»
(Cf. Riva-Agüero, (1933a):
397). Quizá la lejanía le impidió participar
en el número especial con que la revista Mercurio
Peruano homenajeó al difunto escritor, pero en el
inmediato siguiente apareció su «D. Ricardo Palma», necrología suscrita en
Biarritz en noviembre de 1919 y el mayor esbozo biográfico
palmino realizado a partir de los recuerdos vertidos oralmente por
su protagonista23.
En efecto, Riva-Agüero se valió de las variopintas
memorias que escuchara de Dn. Ricardo a lo
largo de muchas sesiones de palique, vulgo conversación,
como diría éste, para reconstruir los
capítulos más importantes de su vida. Por ello el
conjunto ofrece aquí y allá huellas clarísimas
del testimonio personal que lo sustenta, de anécdotas y
ocurrencias que a menudo sólo mediante la confesión
directa se transmiten. De ese modo, Riva-Agüero plasma casi
una autobiografía, pues son tantos y tan sustantivos los
fundamentos orales de la reconstrucción que nos parece
escuchar al propio Dn. Ricardo a
través del más fiel de sus admiradores modernos,
inmejorable intérprete por su vocación historicista,
su amor al personaje y su insuperable dominio del escenario
limeño.
Riva-Agüero
no oculta la fuente de su saber y en varios pasajes confiesa que es
el mismo Dn. Ricardo, v. gr. a propósito del fervoroso
¡viva Santa Cruz! pronunciado en el balcón de la
vivienda de los Palma cuando su único vástago era un
niño de seis años, o de los motivos de su
desengaño como seguidor del caudillo Manuel Ignacio de
Vivanco, o de sus conversaciones en Paita con el obsesivo caudillo
ecuatoriano García Moreno. Dada la excelencia del
testimonio, no le faltan episodios que no repite ninguna otra
biografía, en especial la filial de Angélica Palma,
como el temprano desempeño de amanuense en una oficina
pública y el incidente que lo indispuso con el alto
funcionario y político Manuel Ferreyros, quien habría
insistido que en el mensaje presidencial se dijera «los falsos alarmas»
. Sin embargo, no
todo, ni mucho menos, se corresponde con la realidad, pues el
biógrafo peca de inexacto unas veces por su excesiva
fidelidad a la fuente -sabido es que Palma doró más
de un capítulo de su agitada trayectoria-, como al situarlo
en el desembarco peruano en Guayaquil de 1859, y otras por
confusión de hechos y circunstancias o superficial
conocimiento, v. gr. cuando
traslada a Palma a Europa hacia 1858. Téngase en cuenta en
su descargo que gran parte del escrito fue producto de la memoria
antes que de la consulta bibliográfica, la cual era poco
menos que imposible al no existir biografías de Palma
munidas de semejante detalle y deleite. Pero llama la
atención que le falte el cuadro austero de la
Dirección de la Biblioteca Nacional, donde Riva-Agüero
niño conoció a Palma, así como el de la
función consultora de éste, con que a tantos lectores
e investigadores nacionales y extranjeros favoreciera a fuer de
experto en materias históricas. Tal vez el mal
carácter que lo distinguía inhibió en este
extremo al retratista. En cambio, contiene la pintura de su retiro
miraflorino, al cual muchas veces acudiera Riva-Agüero con
gesto reverente y espíritu de arqueólogo:
(Cf. Riva-Agüero, (1919b): 381). |
Algo más. Riva-Agüero no consignó en su ensayo todos sus recuerdos palminos. Calló muchos por respeto y discreción, lo que se comprende bien tanto por razones obvias como por la funeral oportunidad. Así, alguna vez Porras le escuchó mentar a la aristócrata dama que protegiera a Palma niño, revelación del viejo memorialista que alcanzara a conocer (cf. Porras Barrenechea, 1949: XV).
Riva-Agüero
facturó su mayor ensayo dedicado a Palma con motivo de su
centenario natal recordado en 1933. En efecto, su «Elogio de
don Ricardo Palma» leído en la femenina sociedad
Entre Nous,
ante un numeroso público, contiene expresiones de sincera
devoción, el recuento de su trato personal con el
tradicionista a través de confesiones cargadas de
sentimiento -v. gr. «con cuya amistad merecidamente me
ufanaba»
- y sinceridad, como las causas de amigables
desacuerdos, en nada relevantes pues «por encima de nuestras discrepancias,
instintivas o razonadas, nos unía intensamente el vivo
sentimiento de la peruanidad»
24,
pero sobre todo su visión madura y reflexiva de la obra
palmina, verso y prosa, que una vez más trata de explicar e
interpretar. Es particularmente notable su estudio de la
tradición, con profusión de datos tocantes a sus
antecedentes, influencias, coincidencias, semejanzas, parentesco,
evolución, estilo, definición, sociología,
geografía, arquetipos, cronología, etc. Sin duda, una lectura atenta y
soledosa de las tradiciones le hizo ver mejor sus aciertos y
excesos, la perfección y la imperfección de sus
relatos, los muchos rostros que poseen; pero aunque
Riva-Agüero marca los lunares, bien pronto cede a la
comprensión y explica, por ejemplo, cómo Palma no
podía tratar en serio ni los episodios trágicos. No
faltan por cierto la expresión justa ni la valoración
reiterada -«Ricardo Palma fue
único e inconfundible [...] nadie ha expresado con
más fidelidad y cariño el alma y los sentimientos de
nuestra capital y nuestra patria. Se ha hecho con razón el
símbolo del Perú»
- ni la certeza de que,
como él, también Palma estimó más feliz
el Virreinato y enalteció y ensalzó «el Perú íntegro y total en el
espacio y en el tiempo»
, sin exclusiones ni antagonismos
(cf. Riva-Agüero, (1933a):
419 y 420).
Aún al colocarse la primera piedra del monumento a Palma en 1935, Riva-Agüero volvió a ocuparse de su obra con agudo sentido interpretador25.
dice Pacheco Vélez, estudioso de estos episodios (cf. Pacheco Vélez, 1984-1985: 179). En efecto, para esos peruanos Palma no sólo fue el genio recreador del pasado en sus tradiciones, obra literaria sustentada por la historia, pero también el mago que extraía de ésta sus más íntimos secretos, a los cuales, producto de su carácter, presentaba con la sencillez y el encanto del maestro que todo lo sabe. Pienso que los Mendiburu, Lorente y Paz Soldán andaron en desventaja, respecto de Palma, en su mensaje historicista, en función de cierta generación de peruanos a quienes el tiempo de la Reconstrucción, con sus miserias y estrecheces, hizo buscar refugio en lecturas más gratas para el sentimiento nacional. Por cierto, no se les ocultaría que las tradiciones eran ante todo literatura, pero también debieron ver en ellas la imagen viva de un tiempo mejor cuya recreación mental podía contribuir a levantar el ánimo. La colonia, con su dorado fulgor, materia preferida de las tradiciones, pasaría a convertirse en un reto a igualar o superar, en un tiempo no por pasado menos magnífico, en una experiencia intelectual capaz de cimentar el necesario espíritu nacionalista. Y Riva-Agüero, quizá como el que más, se aficionó profundamente a su estilo y, por cierto, a su mensaje:
(Cf. Riva-Agüero, (1933a): 421). |
Es discutible, sin embargo, que Palma sintiera verdadero apego al Virreinato, como afirma Riva-Agüero, bien que en la senectud tal vez ése fuera el sentido de su conversación. El asunto, polémico de suyo y sobre el cual han caído juicios divergentes, merece un desarrollo ad hoc.
Plantear
comparaciones no siempre es recurso atinado y pertinente, pero son
tantos los planos en que las personalidades de Palma y
Riva-Agüero se cruzan que resulta forzoso marcar sus puntos de
contacto tanto como de separación. Por cierto, no soy el
primero que echa mano al recurso pues, hace ya muchos años,
el chileno Miguel Luis Amunátegui Reyes le dijo a
Riva-Agüero que sus escritos recogidos en el primer tomo de
Por la verdad, la tradición y la patria le
recordaban los atractivos de las producciones de Palma
(cf. Amunátegui, (1937):
394), semejanza fundada sin duda en la riqueza de sus respectivos
estilos. En épocas menos lejanas, Alberto Wagner de Reyna y
José A. de la Puente Candamo también lo han
practicado. Ante todo, como Palma y Riva-Agüero fueron hombres
de tan distintas generaciones, saltan a la vista muchísimos
elementos si no de oposición al menos de evidente distancia,
tanto en sus valores culturales cuanto en sus actitudes,
formación y sentido vital, sin atender a las peculiaridades
del carácter y a los sustratos sociales de tan definitivo
influjo. Wagner de Reyna ha destacado con acierto cómo
vieron en distinta forma el pasado: Palma para extraerle lo
anecdótico y risueño, Riva-Agüero para
estudiarlo con seriedad y hondura; aquél para divertir y
divertirse a su costa, éste para buscar sus
enseñanzas. «Si Palma compuso la
brillante zarzuela de nuestro pasado, se aplicó
Riva-Agüero a referir el drama histórico de nuestra
existencia nacional»
(cf. Wagner, 1945: 193). Sin embargo,
recuerda el analista, ambos trabajaron por la misma causa y, aunque
diferentes, se completan; no nos explica, en cambio, que el uno
anduvo por los terrenos literarios, de suyo tan liberales y
azarosos, y que el otro se consideró siempre un fiel
discípulo de Clío. Las diferencias se tornan pues
explicables, como entender que el casi religioso amor al pasado
nacional fue pasión que convocó a ambos.
De la Puente
Candamo, que advierte el fervoroso palmismo de Riva-Agüero
-«Tal vez a ningún hombre como a
Ricardo Palma le dedica Riva-Agüero estudios tan minuciosos,
reflexiones tan cordiales, y análisis y planteamientos
más cálidos»
(cf. De la Puente, 1971: XXXIV)- subraya
cómo a ambos unió el cariño a Lima o
«limeñismo», el culto del idioma, la
vocación ligera y graciosa por nuestras cosas, pero
separó la visión religiosa del mundo y de la cultura,
así como la actitud ante el pasado, en lo cual su
análisis se aproxima al anterior. Precisa también
cómo el autor de La Historia en el Perú
halló en el tradicionista por antonomasia «fuente, apoyo, hermandad»
(cf. ibid.:
XXXV). Acierto hay sin duda en esta cabal percepción de los
vínculos que aproximan a tan desemejantes escritores, y
sólo le falta recordar la plena y generosa
comprensión que siempre manifestó Riva-Agüero
hacia las convicciones más radicales de su admirado
paisano.
Quiero terminar estas calas con la mención de ciertas circunstancias vitales que alguna parte tuvieron en la cordialísima relación que las motiva. Palma y Riva-Agüero no sólo compartieron nación y patria, espíritu criollo y valores vernáculos, y se ligaron en vida por creencias liberales y hasta anticlericales (pienso en Riva-Agüero joven), sino que también les afectó la condición de no tener hermanos y la circunstancia de nacer en febrero y morir en octubre. Son casualidades, sin duda, pero debo aludirlas, como hay mucho, mucho más. Ambos fueron apasionados de la Historia y tuvieron en el más alto concepto sus verdades y enseñanzas26, lo que fue causa de que salieran en su defensa aun a costa de romper lanzas -Palma en acalorada réplica al jesuita Cappa (1886), Riva-Agüero a propósito de una comisión oficial para revisar los textos escolares de Historia del Perú y de Economía Política (1935) (cf. Palma, (1886); y Riva-Agüero, 1935b)- y renunciar por dignidad el encargo, como lo hizo Riva-Agüero. Asimismo, cabe proponer que no poco de la imagen que éste se forjó de la colonia y de sus instituciones simbólicas, v. gr. la Inquisición, se nutrió de elementos que bullen en las tradiciones; por cierto, el punto es controversial y merece mayor estudio, entre otras razones por la conocida evolución que experimentó Riva-Agüero en sus años de madurez, aunque por lo que toca a su juventud el aserto parece comprobado27.
De esta suerte, visto el panorama a vuelo de pájaro, parecen más y fundamentales las coincidencias que las discrepancias, como no admite duda la clara y reiterada adhesión de Riva-Agüero a Palma, cuyo patriótico magisterio queda por estudiar en el permanente devenir de las generaciones peruanas.
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