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Elegía II


En la muerte de Fílis


ArribaAbajo    ¡O! rompa ya el silencio el dolor mio,
Y al labio salga en dolorido acento
La aguda pena en que morir porfío.

    Con lastimeros ayes gima el viento,
Y entre suspiros y mortal quebranto  5
La falta de la voz supla el lamento.

    Los ojos cieguen con su amargo llanto,
Y lejos de la luz siempre en obscura
Noche fenezcan en desastre tanto.

    Truéqueseme la dicha en desventura,  10
Ni jamás bien alguno esperar pueda,
Pues me robó la muerte mi luz pura.

    ¡Fílis! ¡amada Fílis! ¡ay! ¿qué queda
Ya a mi dolor? ¿faltaste, mi señora?
¡Como la voz el sentimiento veda!  15

    Allá volaste al cielo a ser aurora,
Dexando en llanto y sempiterno olvido
Esta alma triste que tu ausencia llora.

    ¿Qué? ¿ni mi dulce amor te ha detenido?
¿Ni la amarga orfandad en que me dexas?  20
¿Tan mal, querida Fili, te he servido?

    ¿Así de este infeliz, así te alejas?
Vuelve, adorada, vuelve a consolarme;
No mas desdeñes mis dolientes quejas.

    Pero tú no pudiste abandonarme:,  25
El golpe de la muerte, el golpe fiero
Solo de tu alma luz logró apartarme.

    ¡O muerte! ¡muerte! ¡o golpe lastimero!
¡Ay! ¿sabes, despiadada, lo que hiciste?
De todos tus delitos el postrero.  30

    ¿A quien con mano bárbara rompiste
El feliz hilo de la tierna vida,
Y en el sepulcro despiadada hundiste?

    ¿A Fílis? ¿a mi Fílis? ¿mi querida?
¿Mi inocente zagala? ¿Su ternura  35
En que pudo ofénderte? ¡o fementida!

    ¿No te movió su angélica hermosura,
A que no mancillases insolente
Tan delicada flor en su alba pura?

    Jamás yo te creí tan inclemente;  40
Mas este golpe, golpe lamentable,
¡O! ¡quan a costa mía me desmiente!

    ¡O dura mano! ¡o bárbara, implacable!
¿A quién, clamo sin fin, a quien heriste
Con la aguda guadaña, abominable?  45

    ¡A Fílis! ¡a mi Fílis!... ¡Ay! ¿qué hiciste?
¿Ignoraste al lanzar ¡ciega homicida!
Tu fúnebre saeta, donde diste?

    Ya lo confirmas en tu infame huida,
Y en el Lete te escondes entre horrores,  50
Tremenda Diosa, de tu error corrida.

    Con tan cruel memoria mis dolores
Qual olas crecen de la mar: ¡cuitado!
¿Qué he de hacer sin mi bien, sin mis amores?

    ¡Que ya no gozaré su alegre lado!  55
¡Ni he de oír sus suavísimas razones!
¡Ni he de ver su rostro el tierno agrado!

    ¡Sus ojuelos, imán de corazones,
Aquellos ojos, cuya lumbre clara
Tras sí arrastraron tantas atenciones!  60

    ¡Y aquella faz divina, hermosa y rara,
Que ya en eterna noche se obscurece!
¡Ay muerte dura, de mi bien avara!

    Mi llanto y mi dolor más y más crece;
Pero ¡que mucho! si en mi acerba pena  65
Todo el orbe dolido se enternece.

    Con horrísono silbo el ayre suena,
Ni el agua corre ya como solía,
Ni la tierra es fructífera, ni amena.

    Ni arrebolado asoma el albo día,  70
Ni es el sol en su cumbre refulgente,
Ni la luna en la noche húmeda y fría.

    El Tormes el raudal de su corriente
Detiene por seguir mi amargo llanto,
De ciprés coronada la ancha frente.  75

    Con lúgubre aparato y triste canto
De sus Ninfas el coro le rodea:
¡Ay! ¡como crece al verlas mi quebranto!

    No ya el nácar sus cuellos hermosea,
Ni sembrado de perlas y corales  80
Su cabello en los hombros libre ondea.

    Mustio taray y tocas funerales
Hoy visten todas por la Fílis mía,
De su agudo pesar ciertas señales.

    O! ¡qual con ellas yo la vi algún día  85
Del seco agosto en la enojosa llama
Triscar alegre en la corriente fría!

    Hoy en llanto su pecho se derrama,
Y con doliente lúgubre alarido,
Qual si la oyese cada qual la llama.  90

    El raudo Tormes con mortal quejido
También las acompaña, y su lamento
Merece de Neptuno ser oído.

    Neptuno, el que del húmido elemento
Modera la soberbia procelosa,  95
Ocupando entre Dioses alto asiento;

    El que en su ligereza impetuosa,
Con su tridente en carro de corales
Rige del mar la furia sonorosa,

    Retraxo el curso a repetir mis males,  100
Y en ronco son los hórridos tritones
Dieron de su dolor ciertas señales.

    Del húmido palacio los salones
Retumbaron con fúnebres gemidos,
Y temblaron colunas y artesones.  105

    Las focas y delfines doloridos
En rumbo incierto por la mar vagaban,
De tan nuevos prodigios aturdidos;

    Y como que asombrados preguntaban
¿Qué horror es éste y doloroso estruendo?  110
Y los míseros llantos remedaban.

    Las colas escamosas revolviendo,
Y en las cerúleas ondas excitando
Desapacible son, ronco y horrendo.

    Por las vecinas playas lamentando  115
Sonaban de otra parte los zagales
En verso triste mi desastre infando.

    Mas ¡ay!¡ay! que sus voces a mis males
En nada alivio dan; mas antes crecen
En mis ojos dos fuentes inmortales:  120

    Que si ya, Fili amada, no merecen
Estar colgados de tu faz suave,
Mejor en ciego llanto así fenecen.

    ¡O dolor sobre todos el mas grave!
¡O flor! ¡o breve bien! ¡o corta vida!  125
Quien en ti se confía poco sabe.

    Apenas apareces, ya eres ida,
Dexando la esperanza en ti fundada,
Qual mustia flor del vástago partida.

    ¿Quién pudiera decirme que mi amada,  130
Mi tierna palomita, de repente
Así del seno me sería robada,

    Quando a aguardarla fui junto a la fuente
La tarde antes del aciago día
En la margen del Tormes transparente?  135

    ¡Cómo me recibió! ¡con que alegría
De mí burlando mi temor culpaba,
Y fiel su eterna llama me ofrecía!

    ¡Con que halagüeños ojos me miraba!
¡Y con quantos dulcísimos favores  140
Mis dudas, mis zozobras alentaba!

    ¡O mi acabado bien! ¡o mis amores!
¿Quien entonces creyera tal fracaso,
Ni tras ventura tal estos dolores?

    Viendo tu vida en el primero paso,  145
¿Quién rezelara que su luz temprana
Corriera así tan súbita a su ocaso?

    Contino, Fílis, de mis ojos mana
Un mar de ardiente lloro ¡ay sin ventura!
Aciago fruto en mi esperanza vana.  150

    Tu cruda ausencia mi dolor apura,
Y el no haberla ¡ay de mí! jamás pensado
Dobla al mísero pecho la amargura.

    Bien pude, puesto que me vi encumbrado
A lo sumo del bien que en hombre cabe,  155
Temblar el triste fin en que he parado.

    ¿Pero quien con amor temerlo sabe?
¿Ni entonces hace del agüero cuenta?
¿Ni del búho que suena aciago y grave?

    En vano desde el roble en que se asienta  160
Anuncia la corneja el fatal caso;
Que a un pecho con pasión nada amedrenta.

    ¡Ay! como yo la vía, y no fue acaso,
La noche en que enfermó mi Fili amada,
Volar chillando con aliento escaso.  165

    Acuérdome también que a la alborada,
Dexando ya paciendo mi ganado,
A hablarla fuera en su feliz majada,

    Y vi un lobo feroz haber robado
Una mansa cordera, blanca y bella,  170
Y devorarla sobre el fresco prado.

    Corrí compadecido a socorrella,
Y al punto... ante mis ojos... ¡que portento!
En humo denso se me huyó con ella.

    Yo hasta aquel pronto de temor exento,  175
Del espantable caso sorprendido
Caí sobre la yerba sin aliento.

    ¡O que de tiempo estuve allí tendido!
Y quando ya en mi acuerdo hube tornado,
¡Ay a llorar en tanto mal sumido!  180

    Sin poder proseguir lo comenzado,
Y atónito de ver portentos tales
Volví lleno de horror a mi ganado.

    Allí luego encontré nuevas señales
Que algún terrible caso me anunciaban,  185
Agüeros ciertos de mis crudos males.

    Mis mansas ovejillas se espantaban,
Y qual si las siguiera un lobo fiero,
Corriendo en torno del redil balaban.

    A un lado oí quejido lastimero,  190
Y al ir a examinarlo... de repente...
¿Callarélo, o diré tan triste agüero?

    Vi dividida por agudo diente
La corderita a Fílis prometida,
Que mi mano cuidaba diligente.  195

    Al pie de ella la madre dolorida
Con débiles balidos la lloraba,
Queriendo con su aliento aun darle vida,

    Entonces yo sentí que se me entraba
Un temor acá dentro desusado,  200
Y el corazón mil males me anunciaba.

    ¡O mi Fili! ¡o mi bien! ¡o desgraciado!
¿Qué pudieron decirme estos agüeros?
¿Que era ya de tu vida el fin llegado?

    ¿Que esto anunciaban los prodigios fieros?  205
¿Y esto la triste ave y la cordera?
¡Ay, acabados gustos verdaderos!

    ¡Vida, qual fugaz sombra pasagera!
Ya a la mía no queda sino llanto,
Prueba segura de mi fe sincera.  210

    Crecerá siempre mi mortal quebranto,
Hasta que huyendo este nubloso suelo
En lazo a ti me una eterno y santo.

    Ni pienses, mis amores, que consuelo
Halle jamás mi espíritu abatido,  215
Que en ti el bien me dexó con presto vuelo.

    Y en lágrimas y penas sumergido,
Tu imagen sola cada vez más viva
Mi pecho ocupa de su amor herido.

    La horrible parca que de ti me priva  220
No hará que yo te olvide, mi señora,
Que mi llama en tu falta más se aviva;

    Y acuerda al alma triste en cada hora
Tu dulcísimo amor, tu fe sincera,
¡Cómo el pensarlo me atormenta ahora!  225

    La delicada voz, la voz postrera
Que en tu labio sonó ya moribundo,
Jamás podré olvidarla aunque yo muera.

    ¡Pues que, si el espectáculo profundo
Se me presenta de tu muerte aciaga!  230
En un mar de mis lágrimas me inundo.

    ¡Ay! déxame que en ellas me deshaga,
Y que en largos suspiros exhalado
Mi espíritu a sus ansias satisfaga.

    Paréceme mirarte en el cuitado  235
Trance de la postrera despedida,
Pálido el rostro, frío y demudado,

    Del todo casi ya desfallecida,
Fixos en mí con gesto lastimero
Los ojos y su luz obscurecida,  240

    Diciéndome: BATILO, YO ME MUERO;
Y al quererme abrazar aun débilmente
En mi boca lanzando el ¡ay! postrero.

    ¡O dolor! ¡quanto estabas diferente
De aquella que antes por tus gracias fuiste,  245
El milagro de amor más reverente!

    ¡O, no me aflixas más, memoria triste!
Dexa, dexa acabarme en mi amargura:
Yo iré presto, mi bien, do tú subiste.

    Mi fe, mi firme fe te lo asegura:  250
No puedo yo vivir de ti apartado,
Que el ansia de te ver mi vida apura.

    Entonces de temores sosegado
Y en mi amor casto, ardiente, verdadero
Por siempre a ti me gozaré ayuntado.  255

    ¡Ay! ¿que en la tierra, miserable, espero?
¡Muerte cruel, tan pronta con mi amada,
En mí executa, en mí tu golpe fiero!

    Arráncame esta vida quebrantada:
Llévame con mi Fílis al sosiego  260
De que el ánima está necesitada.

    Muévante, o cruda, mi infelice ruego,
La vida que aquí paso dolorosa,
Y el largo llanto con que el campo riego.

    No pienses, no, mostrarte rigurosa  265
Mi pecho hiriendo en ansias abismado,
Que antes serás en tu rigor piadosa.

    Pues yo de alivio ya desesperado
Ni curo tener cuenta con mi vida,
Ni un breve alivio a mi infeliz cuidado.  270

    Mis lágrimas son siempre sin medida,
Y en los suspiros con que canso al cielo
El alma se me arranca dolorida.

    Ni para alimentarme hallo consuelo,
Ni es otra mi bebida que mi llanto,  275
Ni del sueño me alivia el vago vuelo.

    Pues quando al fin rendido en mi quebranto
Entre sus blandas alas me adormece,
Luego despavorido me levanto.

    Que mil sombras tristísimas me ofrece  280
Tendiendo yo la mano arrebatado
Al bien que niebla vana desparece.

    Tal es de mi vivir el triste estado,
Huyendo en torva faz siempre las gentes,
Y de ellas por sin seso baldonado.  285

    Solo en mis ovejillas inocentes
Compasión halla mi amoroso anhelo,
Si es que cabe en mis ansias inclementes.

    Ellas solas me siguen en mi duelo,
Y en torno rodeándome apiñadas  290
Doblan con su balar mi desconsuelo.

    Las que tuve a mi Fílis destinadas
Todas sin quedar una han fenecido.
¡Ay corderas, qual ella desgraciadas!

    A las otras el prado florecido  295
Jamás mueve a pacer, aunque acabando
Las miro con tristísimo balido.

    Aquí las tiernas crías van quedando,
Las madres allí caen sin aliento,
Todas en quanto mueren suspirando.  300

    Mientras mi perro fiel su sentimiento
Me muestra lastimado en ronco aullido,
Los pies me lame y me contempla atento;

    O ya el camino corre conocido
Que a la majada de mi Fílis guía:  305
Torna, se para, y cae sin sentido.

    Su compasión enciende el alma mía.
¡O! fenezca esta vida desastrada,
Que de ir a acompañarte me desvía.

    ¡O mi bien! ¡mis amores! ¡o eclipsada  310
Lumbre de estos mis ojos! ¡mi consuelo!
¡Rosa en abril florido marchitada!

    Llévame donde estás con presto vuelo:
Acabe, acabe mi mortal quebranto,
Y allá te abraze en el alegre cielo.  315

    Pídeselo con ruego y tierno llanto
A aquel, que inmóvil ve desde su altura,
Mi firme amor y mi deseo santo.

    Entonces sí que libre de amargura
Mi honesta voluntad contigo unida  320
Gozará el lleno bien que acá le apura.

    Entonces sí que el ánima afligida
En ti descansará con paz gustosa,
Ya en todos sus deseos complacida;

    Y con habla dulcísima y sabrosa,  325
Conversando contigo mano a mano,
Podrá llamarse sin temor dichosa.

    ¿Qué? ¿no te mueve mi dolor insano?
¿De tu Batilo, Fílis, ya te olvidas?
¿Su voz desdeñas? ¿su clamar es vano?  330

    ¿Do están las voluntades tan unidas?
¿Do están?... Mas no se cuida allá en la altura
De las cosas viviendo prometidas.

    Y tú en eterna paz, libre y segura
De un infeliz en su dolor perdido  335
Las lágrimas no ves, ni la amargura.

    Mas yo sobre tu losa aquí tendido
Besándola he de estar sin apartarme,
Ni templar ¡ay! el mísero gemido,

    Hasta que mi dolor llegue a acabarme,  340
Y suba en vuelo alegre arrebatado
Donde pueda por siempre a ti juntarme,
Y gozar tu semblante regalado.




Epitafio


Del sepulcro de Fílis

ArribaAbajo   La gracia, la virtud y la belleza,
La fe y el corazón más inocente,
Y el milagro más raro de terneza,
Que Amor hará sonar de gente en gente,
Yacen debaxo de esta triste losa,  5
Do la sombra de Fili en paz reposa.




Soneto


Renunciando a la poesía


Después de la muerte de Fílis


ArribaAbajo    Quédate, A DIOS. pendiente de este pino,
Sin defensa del tiempo a los rigores,
Cítara en que canté de mis amores
Las gracias y el ingenio peregrino.

    Guárdala, o tronco, que honras el camino,  5
Por muestra de la fe de dos pastores,
Do puedan cortesanos amadores
Tomar lecciones de un amor divino.

    Mientras vivió felice mi señora
Con cuerdas de oro resonar solía,  10
Y fieras crudas amansó su canto;

    Mas ya que el alma entre los Dioses mora
Y en esta tumba su ceniza fría,
Cesen los versos y principie el llanto.




Elegía III


La partida

ArribaAbajo    Ea fin voy a partir, bárbara amiga,
Voy a partir, y me abandono ciego
A tu imperiosa voluntad: lo mandas;
Ni sé, ni puedo resistir. Adoro
La mano que me hiere, y beso humilde  5
El dogal inhumano que me ahoga.
No temas ya las sombras que te asustan,
Las vanas sombras que te abulta el miedo
Qual fantasmas horribles, a la clara
Luz de tu honor y tu virtud opuestas,  10
Que nacer solo hicieran... En mi labio
La queja bien no está: gima y suspire;
No a culpar tu rigor de los instantes
Del más ardiente amor tal vez postreros.
Tú de ti misma juez mis ansias juzga,  15
Mi dolor justifica; a mi no es dado
Sino partir. ¡O Dios! ¡de mi inefable
Felicidad huir! ¡en mis oídos
No sonará su voz! ¡no las ternezas
De su ardiente pasión! ¡mis ojos tristes  20
No la verán, no buscarán los suyos,
Y en ellos su alegría y su ventura!
¡No sentiré su delicada mano
Dulcemente tal vez premiar la mía
Yo extático de amor!... ¡Bárbara! ¡injusta!  25
¿Qué pretendes hacer? ¿qué placer cabe
En afligir al mismo a quien adoras?
¿Qué te idolatra ciego? No, no es tuyo
Este exceso de horror: tu blando pecho,
De dulzura y piedad a par formado,  30
No inhumano bastara a concebirlo.
Tu amable boca, el órgano suave
De amor, que sólo articular palabras
De alegría y consuelo antes supiera,
No lo alcanzó a mandar. Sí: te conozco;  35
Te justifico, y las congojas veo
De tu inocente corazón... mi vida,
Mi esperanza, mi bien, ¡ah! ve el abismo
Do vimos a caer: que te fascinas;
Que no conoces el horrible trance  40
En que vas a quedar, que a mí me aguarda
Con tan amarga arrebatada ausencia.
No lo conoces deslumbrada: en vano
Tranquila ya, despavorida y sola
Me llamarás con doloridos ayes.  45
Habré partido yo, y el rechinido
Del exe, el grito del zagal, el bronco
Confuso son de las veloces ruedas,
A herir tu oído y afligir tu pecho
De un inútil pasar irán agudos.  50
Yo entre tanto abatido, desolado,
A tu estancia feliz vueltos los ojos,
Mis ojos ciegos en su llanto ardiente,
Te diré A DIOS, y besaré con ellos
Las dichosas paredes que te guardan,  55
Mis fenecidas glorias repasando
Y mis presentes invencibles males.
¡Ay! ¿do si un paso das, donde no encuentres
De nuestro tierno amor mil dulces muestras?
Entra aquí, corre allá, pasa a otra estancia:  60
Aquí, ellas te dirán, se postró humilde
A tus pies, y la mano allí le diste;
Allá loco en su ardor, corrió a tu encuentro;
Y allí le viste en lágrimas bañado,
En lágrimas de amor; con mil ternezas  65
Más allá fino te ofreció su llama,
Y al cielo hizo testigo y los luceros
De su lazada eterna indisoluble
En la noche feliz... Sedlo, fulgentes
Antorchas del olimpo, y tú, callada  70
Luna, que atiendes mis sentidas quejas,
Y antes mi gloria y sus finezas viste.
Sedlo, y benignas en mi amarga suerte
Ved a mi amada, vedla y recordadle
Su santo indisoluble juramento.  75
Vedla, y gozad de su donoso vista,
De las sencillas animadas gracias
De tu semblante. ¡O Dios! yo afortunado
Las gozaba también su voz oía,
Su voz encantadora, que elevada  80
Lleva el alma tras sí, su voz que sabe
Hacer dulce hasta el NO, gratas las quejas.
¡O! ¡que de veces de sus tiernos labios
Me enagenó la plácida sonrisa,
Las vivas sales y hechiceras gracias!  85
¡O! ¡que de tardes, de agradables horas
De nuestro amor hablando instantes breves
Se nos huyeron! ¡que de ardientes votos!
¡Que de suspiros y esperanzas dulces
A la par nuestras almas concibieron,  90
Y el cielo hoy en cólera condena!
¡Qué proyectos formáramos!... mi vida,
Mi delicia, mi amor, mi bien, señora,
Amiga, hermana, esposa, ¡o si yo hallara
Otro nombre aún más dulce! ¿qué pretendes?  95
¿Sabes do quieres despeñarme? espera,
Aguarda pocos días; no me ahogues.
Después yo mismo partiré, tú nada
Tendrás que hacer, ni que mandar: humilde
Correré a mi destierro y resignado.  100
Mas hora ¡irme! ¡dexarte! si me amas,
¿Por qué me echas de ti, bárbara amiga?...
Ya lo veo: te canso; cuidadosa
Conmigo evitas el secreto; me huyes:
Sola te asustas y de todo tiemblas.  105
Tu la lengua se tropieza balbuciente,
Y embarazada estás quando me miras.
Si yo te miro, desmayada tornas
La faz, y alguna lágrima... ¡o martirio!
Yo me acuerdo de un tiempo en que tus ojos  110
Otros ¡ay! otros eran: me buscaban,
Y en su mirar y regaladas burlas
Alentaban mis tímidos deseos.
¿Te has olvidado de la selva hojosa,
Do huyendo veces tantas del bullicio,  115
En sus obscuras solitarias calles
Buscamos un asilo misterioso,
Do alentar libres de mordaz censura?
¿Que sitio no oyó allí nuestras ternezas?
¿No ardió con nuestra llama? Al lugar corre  120
Do reposar solíamos, y escucha
Tu blando corazón: si él mis suspiros
Se atreve a condenar, dócil al punto
Cedo a tu imperio, y parto. Pero en vano
Te reconvengo: yo te canso; acaba  125
De arrojarme de ti, cruel... Perdona,
Perdona a mi delirio: de rodillas
Tus pies abrazo y tu piedad imploro.
¡Yo acusar tu fineza!... ¡yo cansarte!...
¡A ti que me idolatras!... no, la pluma  130
Se deslizó, mis lágrimas lo borren.
¡O Dios! yo la he ultrajado: esto restaba
A mi inmenso dolor. Mi bien, señora,
Dispón, ordena, manda: te obedezco;
Sé que me adoras; no lo dudo: humilde  135
Me resigno a tu arbitrio... El coche se oye
Y del sonante látigo el chasquido,
El ronco estruendo, el retiñir agudo,
Viene a colmar la turbación horrible
De mi agitado corazón... Se acerca  140
Veloz y para: te obedezco y parto.
A DIOS, amada, A DIOS... el llanto acabe,
Que el débil pecho en su dolor se ahoga.




Elegía IV


El retrato

ArribaAbajo    ¿Si es él, Amor? ¡qué trémula la mano
Rompe el último nema! me lo anuncia
Con zozobra feliz saltando el pecho.
No, no puedo dudarlo: el importuno
Velo cayó; tu celestial imagen,  5
Tu suspirado don... mi amante boca
Con mil dulces finezas, mi llagado,
Mi triste corazón con mil suspiros
Ambos a par lo adoren, y el tributo
Primero denle de mi tierno pecho.  10
Milagro del pincel, amable copia
Del más amable objeto, ciego torno
A mirarte otra vez: ojos, gozadla;
Saciate, corazón..., no estás ausente.
Ingenioso su amor buscarte supo,  15
Supo templar de su cruel imperio
El áspero rigor, y fino hallarte,
De su ternura celestial, o amada,
O mitad de mi vida, tal milagro
De cariño esperaba mi deseo.  20
Llegó, y puedo contigo consolarme,
En mi inmenso penar gemir contigo,
Y en tu seno lanzar la ardiente vena
De lágrimas, que inunda mis mexillas
En tan mortal insoportable ausencia.  25
Si, amada, ya te tengo: ya en mi pecho
Fino te estrecharé: mis tristes ojos
Te ven, el fuego de los tuyos sienten,
Y mis manos te tocan, y mis labios
Pueden saciarse de oprimirte finos,  30
Y mis suspiros animarte; y toda
Inundarte en mis lágrimas ardientes.
Las sientes, ¿y no lloras? ¿a mis ayes
Dolientes ¡ay! los tuyos no responden?
¿Y a mis quejas y míseros gemidos?  35
A ti me vuelvo desolado, te hablo,
¿Y muda está tu cariñosa lengua?
Clori, Clori, mi bien..., ¡loco deseo!
¡Fantástica ilusión!... A sombras vanas,
A un mentido color prestar quería  40
La vida, el fuego, el soberano encanto,
Que al prototipo celestial animan.
¡O! ¡cómo, como en este punto siento
De mi suerte el horror, el hondo abismo
Do sepultado y sin consuelo lloro!  45
¡Ausencia! ¡ausencia! arráncame la vida:
No de ilusión en ilusión me lleves.
Un breve plazo tus dolores templas,
Y tornas luego, y más cruel divides
En partes mil mi lastimado pecho.  50
¡Ay! un instante en mi ilusión creía,
Mirando absorto el celestial trasunto,
Que mis ternezas, mis sentidos ayes
Halagüeña escuchabas; que tus labios
Se desplegaban en amable risa;  55
Que al esplendor del animado fuego
En que tus ojos agraciados lucen
La llama se alentaba de los míos;
Y que Amor coloraba tus mexillas,
Dulce señuelo a mi sedienta boca,  60
O el elástico seno conturbaba
En grata ondulación... Me precipito
Frenético en mi error... Clori, tu imagen
Helada me recibe: no, no siente
Así qual tú... el encanto lisonjero  65
Se desvanece, y a una sombra abrazo
Muda y sin alma, y una sombra oprimo,
Y una sombra acaricio, y mil finezas
Loco le digo, y que responda anhelo.
¡Ay! eres tú adorada, ¿y callas tibia?  70
¿Y a mi llanto tus lágrimas no corren?
¿Por qué insensible a mis cariños eres?
¿Y eres de nieve al fuego en que me abraso?
¿Por qué en los ojos la inquietud graciosa,
El vivaz sentimiento, la ternura,  75
El delicioso hechizo hallar no puedo
Que en los tuyos de amores me embriaga
Háblame, idolatrada, o no me burles
Qual si a abrir fueras cariñosa el labio.
O en su mirar donoso tus pupilas  80
Se animen, o falaces no remeden
Otras, do Amor su trono soberano
Sentó y se gozan las sencillas Gracias.
No tu nevado torneado cuello
Inmóvil yazca; vuélvase y recline  85
En mi seno amoroso esa cabeza
Que enhiesto apoya, y gózeme dichoso
Qual veces tantas en su dulce peso.
Sienta tu pecho: a la ternura se abra,
Ábrase al blando amor, y arda y palpite,  90
Y en plácida efusión al pecho mío
Haga correr el celestial encanto
De su angélica llama, de los puros
Afectos más que humanos que en sí abriga;
O el lácteo pecho de mi bien no mienta,  95
Do todo es suave amor, dulzura todo,
Sencillez tierna y cariñosas ansias,
Placer, transportos, éxtasis, delicias.
Ne la alba mano el abanico agite
En juego inútil, o mi dócil cuello  100
En torno ciña en lazo venturoso,
Indisoluble lazo en que añudara
Nuestras almas el cielo para siempre.
O qual un tiempo cariñosa, oprima
Mi palpitante corazón, y sienta  105
El fuego asolador que le consume.
¡Ah mano! ¡hermosa mano! el pincel rudo
Trasladar quiso en vano tus contornos,
Tus gracias, tu candor... De mármol era,
Si viéndola el artista... no, profano;  110
Mis labios solos tributarla deben
En su delirio idólatras el culto
Que le ha votado amor: tu nieve y rosa
La manchan, no la tocan: ¡ay! ¡qué digo!
¿La menor de sus gracias puede acaso  115
Remedar el pincel? ¿débil el arte
No cede a empresa tanta y se confunde?
¿Esas cejas sin alma, es esa frente
La tuya, Clori mía? ¿son tus ojos
Festivos, centellantes, halagüeños,  120
Estos ojos parados? ¿las mexillas
Son la púrpura y leche en deliciosa
Mezcla deshechas, como tú las llevas
En tus llenas mexillas sonrosadas?
¡Y tu seno y tu tez, y el suave agrado  125
De tu semblante, y la donosa gracia
De tus razones!... ¡Qué violenta hoguera
Circula por mis venas!... ¡qué suspiros
Se exhalan sin sentirlo de mi pecho!
¡Cómo agitado el corazón palpita!  130
Con frenética sed me precipito
Sobre tu imagen muda... irresistible
La mágica virtud de tu presencia
Me arrastra... desfallecen mis rodillas...
Cubren mil sombras mis llorosos ojos...  135
Un ardor... un ardor... mi bien, mi gloria,
Clori, adorable amiga, ¡o! ¡si pudiese
Llegar a ti la conmoción que siento,
Y este torrente de delicias puras
En que sin seso en mi ilusión me inundo!  140
¡Si a ti llegasen mis dolientes ansias,
Mis sollozos, mis ayes, los furores
De mi delirio infausto! ¡si escuchases
La inmensa copia de ternezas que hablo
A tu divina imagen!... tus mexillas.  145
Y tu frente, y tus ojos, y tu boca,
Y cuello, y pecho, y toda tú abrasada
Al fuego de mis ayes encendidos,
Y en mi llanto inundada te hallarías...
¿Por qué estos cultos a una imagen muda  150
Se habrán de tributar? ven, ven, amada,
A recibirlos, ven en los transportos
Del más violento amor: no se profanen
En una helada inanimada sombra.
Ven luego, ven, y unámonos por siempre;  155
O a mí me dexa a tus amantes brazos
Fino volar, y colma mi ventura.
Una palabra, una palabra sola...
Dila, y feliz recibirás los cultos
Que idólatra tributo a tu retrato.  160
Él entre tanto sobre el pecho mío
Será alivio a mis penas, compañero
De mi destierro, inapreciable joya
De tu firmeza, y suplirá ¡ay! en vano
De su divino original la ausencia.  165



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