Comparada con su obra en prosa, la labor poética de Rosa Chacel corre el riesgo de ser considerada como un divertimento, como un ejercicio circunstancial. Su primer libro, A la orilla de un pozo, surgió, como ha declarado la autora, «de una
divagación con Rafael Alberti sobre el entusiasmo [...] de la forma clásica del verso, de la medida, de la rima»; se trata de un conjunto de sonetos «que envolvían o enmascaraban la corrección académica de su forma en el delirante surrealismo de su contenido».
Más de cuarenta años tarda en publicar un nuevo libro de poemas, aunque el primero de los incluidos en ese libro hubiera aparecido ya en Hora de España en l937. Como «una tensa y rigurosa exploración intelectual», tras la aventura
lúdica de A la orilla de un pozo, ha definido Emilio Miró la poesía de Rosa Chacel, una poesía en la que abundan los homenajes, los versos de circunstancias, las pasiones de la inteligencia; una poesía siempre clásica y neoclásica, exigente con la forma, alejada de confesionalismos y desarreglos sentimentales.
Obra poética
A la orilla de un pozo, Madrid, Héroe, 1936; 2.ª ed., Valencia, Pre-Textos, 1985.
Versos prohibidos, Madrid, Caballo Griego para la Poesía, 1978.
Obra completa, vol. II, «Ensayo y poesía», Valladolid, Diputación provincial, 1989 [contiene los dos poemarios citados y el inédito Homenajes].
Poesía (1931-1991), Barcelona, Tusquets, 1992.
Bibliografía
CRESPO, Ángel, «Notas sobre la poesía de Rosa Chacel», en Rosa Chacel. Premio Nacional de las Letras Españolas 1987, Barcelona, Anthropos/Ministerio de Cultura, 1990, págs. 85-93.
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PARAÍSO DE LEAL, Isabel, «Lo apolíneo y lo dionisiaco en la poesía de Rosa Chacel», en M.ª Pilar Martínez Lastre (ed.), Actas del congreso en homenaje a Rosa Chacel. Ponencias y comunicaciones, Logroño, Universidad de La Rioja.
PORLÁN, Alberto, La sinrazón de Rosa Chacel, Madrid, Anjana, 1984.
RODRÍGUEZ-FISCHER, Ana, «La tentación poética de Rosa Chacel», en Barcarola, núm. 30, junio de 1989, Albacete, págs. 231-242.
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[Una música oscura, temblorosa...]
A María Zambrano
Una música oscura, temblorosa,
cruzada de relámpagos y trinos,
de maléficos hálitos, divinos,
del negro lirio y de la ebúrnea rosa.
Una página helada, que no osa
copiar la faz de inconciliables sinos.
Un nudo de silencios vespertinos
y una duda en su órbita espinosa.
Sé que se llamó amor. No he olvidado,
tampoco, que seráficas legiones
hacen pasar las hojas de la historia.
Teje tu tela en el laurel dorado,
mientras oyes zumbar los corazones,
y bebe el néctar fiel de tu memoria.
[A la orilla de un pozo]
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La ventana que iba sobre la muerte
La ventana que da sobre la muerte,
abierta sin espacio, hueco espeso,
deja pasar la luz, pero no alienta
y se rompen la frente los suspiros
contra la piedra que creyeron alma.
Lo mismo que el vacío de una boca
donde la araña su labor tendiera,
a la palabra en vuelo cierra el paso
con el pálido muro de su lámina.
Linfa de claridad donde no entra
el vaso ni la mano se humedece,
lágrima que no cae ni se evapora,
cortina que la brisa no sacude,
espada de silencio para el ojo
que afronta el filo, llave del abismo.
Las oraciones van bajo la nave
sus cuerpos a esconder y sus melenas
llamean en lo oscuro, sus lamentos
en eco curvo van bajo la bóveda.
Arrastran sus camisas por las losas,
sus pasos como huella dejan pétalos
y su murmullo tiembla y se estremece
como un ave en el nido desvelada...
La ventana que da sobre la muerte,
abierta flor de hielo, las acecha...
—295→
La carne, dulce sierpe, se recoge
arrullando con pecho de paloma
y refugia sus huevos en las grietas,
bajo la cruz, que la piedad formara.
A sus pies se desliza, conjurándola
con el tierno ondear de su cintura,
contritamente bajo la cabeza
o se mira en espejos estancados,
negros, cuajados charcos de la sangre...
Llora por las caricias, por las manos
que oprimían las manos como hiedra,
que besaban las manos como labios.
Llora por los alientos que se anudan,
por el roce del fuego contra el fuego.
La ventana que da sobre la muerte,
fuente sin pensamiento, la sentencia...
Vela sin viento en lago sin distancia,
cáscara del adiós, piel del olvido,
vigía sin vigilia, la ventana
calla, sin aldabón, sobre la muerte.
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Mariposa nocturna
¿Quién podría abrazarte, diosa oscura,
quién osaría acariciar tu cuerpo
o respirar el aire de la noche
por entre el pelo pardo de tu cara?...
¡Ah!, ¿quién te enlazaría cuando pasas
sobre la frente como un soplo y zumba
la estancia sacudida por tu vuelo
y quién podría ¡sin morir! sentirte
temblar sobre los labios detenida
o reír en la sombra, descubierto,
cuando tu manto azota las paredes?...
¿Por qué venir a la mansión del hombre
si no se es de su carne ni se tiene
voz ni se puede comprender los muros?
¿Por qué traer la ciega noche extensa
que no cabe en el cáliz de los límites?...
Desde el tácito aliento de la sombra
que la floresta tiende en las vertientes
-quebrada roca, imprevisible musgo-,
desde troncos o lazos de lianas,
desde la voz lasciva del silencio
vienen los ojos de tus alas lentas.
Da la datura su canción nocturna
que trasciende al compás que va la hiedra
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ascendiendo hacia el talle de los árboles
cuando el crótalo arrastra sus anillos
y leves voces laten en gargantas
entre el cieno que nutre al lirio blanco
mirado por la noche intensamente...
Sobre montes velludos, sobre playas
donde las olas blancas se deshojan
la soledad tendida está a tu vuelo...
¿Por qué traes a la alcoba,
a la ventana abierta, confiada, el terror?...
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Belleza en Nueva York
Bien conozco tu cara, que me mira
hoy desde el fondo mismo de esta noche...
sobre el agua, tan tersa, pasan barcos,
sobre este agua que llaman Río Hudson.
Pero tu cara, igual que sobre el Nilo,
sobre el Sena o el Tíber, ¡tan hermosa!,
¡tan silenciosa!, ¡tan terrible, tan
próxima, inconfundible, indefinible!...
Me mira igual que siempre, porque siempre
que abro de noche una ventana espero
encontrarte mirándome, y te encuentro.
La oscuridad delata tu pureza...
El grito atroz de una luz roja, el suave
canto de una luz verde, sólo dicen
que el río no está inmóvil, que es un río
y se va, como el Tíber, como el Sena,
como el mar a la nube. Todo corre
bajo tu quieta permanencia oscura.
Tú estás ahí, mirando a quien te mira.
Hoy aquí estás, como la flor del HOY,
porque eres siempre actual presencia, aroma
del momento, sustancia del lugar.
Hoy el HOY y el AQUÍ te dan su sangre
y así tu eternidad se hace tangible.
Porque hoy eres esa agua que se llama
Río Hudson y corre entre mil pléyades
de eléctricas estrellas vigilantes,
de culebrillas fúlgidas, polícromas,
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porque hoy eres esa agua que se llena
de luminarias que pasean, graves,
en círculo, a la altura de las torres.
Ausencia
Cuarenta metros cúbicos de soledad, el cuarto.
El abrigo de la percha, ahorcado,
el sombrero en la mesa, como un cráneo,
los zapatos,
uno delante de otro, echando el paso.
Y una escarpia negra posada en lo blanco.
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Urganda la Desconocida por Delacroix
(Sirvió de modelo Nena Gándara)
Entre las breñas, la Desconocida
azul como la flor del cardo, asoma.
Lleva, arcana, en las manos, la redoma
del bálsamo, melena gris ceñida
de hojas secas. Un águila, cernida
en el espacio, apresa a una paloma
y su clara, imperial mirada toma
de la maga que emula el genio y vida.
Al fondo se abre el cielo en espantosa,
ruda borrasca pródiga en centellas,
repta en el suelo la culebra infanda
que amenaza y no muerde, temerosa,
que avasallada ondula por las huellas
del traslúcido pie que posa Urganda.
[Versos prohibidos]
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Antinoo
Tu nariz pensativa sostiene la balanza de tus hombros,
tan breve el balanceo quedaron en el fiel diestra y siniestra.
Dentro está el péndulo
dispuesto a señalar con su parada el perfecto equilibrio,