Alfonso Camín fue todo un personaje que sobrevivió a su tiempo. Su vida transcurrió entre Cuba, adonde emigró en fechas muy tempranas, España, donde participó ampliamente en la vida bohemia de cafés y redacciones, y México, que ya conocía de la preguerra y donde se exiliaría tras la guerra civil. Cuando comenzó a escribir, ya el modernismo había dado sus mejores frutos y los poetas trataban de buscar otros caminos, pero él seguiría fiel a esa estética
durante más de medio siglo. Tenía facilidad para el verso y de esa facilidad hizo su medio de vida: escribió cientos y cientos de poemas de circunstancias destinados al fácil triunfo de la recitación, adulando los prejuicios del auditorio, o directamente a ablandar el corazón de algún mecenas. En sus inicios literarios, periodismo y picaresca estaban muy próximos, y él tuvo siempre mucho de pícaro más o menos ilustrado. César González-Ruano, en su antología,
traza de él la siguiente sintética semblanza: «Poeta nervioso y rotundo, con excesiva facilidad para la rima, de un gusto finisecular por lo anecdótico, que ocupaba entonces el mismo espacio de atención que para nosotros, hoy, lo abstracto. Camín era un tipo impresionante y un poco ya desplazado de la época en que vivíamos. Vestía de poeta oficial: chambergo, capa y pipa, a los que añadía un inseparable bastón de camorrista con el que anduvo varios meses diciendo que
iba a matar a Emilio Carrete. Escribió en los cafés y entraba todos los días, exuberante y apoplético, en la madrugada despertando las persianas madrileñas con su verbo aldeano decidido y torrencial. Este bable americanizado era un gran
trabajador con personalidad emprendedora de comerciante, de indiano que luchaba a muerte con su fondo destartalado y poético».
Los dos tomos autobiográficos, Entre manzanos (Niñez por duros caminos) (1952) y Entre palmeras (Vidas emigrantes) (1958), ilustran adecuadamente las heroicidades y trapacerías del primer tramo de su vida. Durante muchos años dirigió
la revista Norte, primero en España y luego en México. Murió en su Gijón natal, cuando ya todo su mundo hacía años que se había desvanecido y era una sombra en la historia de la literatura. Se le suele recordar como iniciador de
la poesía afrocubana.
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Obra poética
Adelfas, La Habana, Imprenta Militar de Pérez Hermanos, 1913; 2.ª ed., México, Librería Española, 1920; 3.ª ed. aumentada, Adelfas y nuevos poemas, México, Revista Norte, 1959.
Crepúsculos de oro, La Habana, Biblioteca Cervantes de Ricardo Veloso, 1914.
Cien sonetos, La Habana, Biblioteca Cervantes de Ricardo Veloso, 1915; 2.ª ed. revisada, Madrid, Editorial Revista Norte, 1932; 3.ª ed. aumentada, Cien sonetos y cien más, México, 1955.
La ruta, Madrid, Tip. M. García y G. Sáez, 1916; 2.ª ed. aumentada, La ruta y nuevos poemas, México, Revista Norte, 1965.
De la Asturias simbólica, La Habana-Madrid, Librerías de J. Maza Pereda y Fernando Fe, 1917; 2.ª ed., México, Compañía Impresora Mexicana, 1918; 3.ª ed., De la Asturias simbólica y nuevos poemas, Madrid, Renacimiento, 1925.
Xochitl y otros poemas, Madrid, Renacimiento, 1929.
Antología poética, Madrid, Renacimiento, 1931.
Carey, Madrid, Editorial Revista Norte, 1931; 2.ª ed. aumentada, Carey y nuevos poemas, México, Revista Norte, 1945.
La danza prima, Madrid, Editorial Revista Norte, 1932; 2.ª ed. aumentada, La danza prima y nuevos poemas, México, 1954.
Los poemas del indio Juan Diego, Madrid, Editorial Revista Norte, 1934.
Los poemas lozanos (1929-1935), Madrid, Editorial Revista Norte, 1935.
Poemas para niños de catorce años, México, Imp. Manuel León Sánchez, 1938; 2.ª ed., Madrid, Editora Nacional, 1970.
Romancero de la guerra, México, Imp. Manuel León Sánchez, 1938.
Lienzos de España (En el Museo del Prado y otros poemas), México, Editorial Norte, 1941.
Los poemas del destierro y un nuevo romancero asturiano, México, Editorial Norte, 1942.
Mar y viento, México, Editorial Norte, 1943.
Tonadas en la neblina, México, Imp. Teclote, 1943.
Los poemas de Rosario, México, 1944; 2ª. ed., Los poemas de Madrid (a Rosario), México, 1955; 3.ª ed. aumentada, Los poemas a Rosario, Gijón, Ayuntamiento, 1979.
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Son de gaita y otras canciones, México, Revista Norte, 1946.
Los poemas de México (antología), México, 1947.
El retorno a la tierra (Nuevos poemas asturianos), México, 1948.
Últimos cantos de la guerra, México, 1948.
Canciones y pequeños poemas, México, 1949.
Apolo y las rosas, México, 1950.
Maracas y otros poemas, México, 1952.
La copa y la sed, México, 1954.
Los buitres (cantos de combate), México, 1954.
Al son del agua (cantos de cortejo), México, 1956.
Momentos, México, 1958.
La fuente, el río y el mar, México, Revista Norte, 1960.
Azor (Nuevos poemas), México, Revista Norte, 1961.
Lira errante (sobre la tierra y el mar), México, 1964.
Antología asturiana (poemas en castellano), México, 1965.
Poemas
(antología), Oviedo, Caja de Ahorros de Asturias, 1990.
Bibliografía
BAQUERO, GASTÓN, «Alfonso Camín y la poesía afrocubana», «Alfonso Camín vuelve a su tierra», en Darío, Cernuda y otros temas poéticos, Madrid, Editora Nacional, 1969, págs. 219-241.
FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Antonio, Catálogo del legado de Alfonso Camín, Oviedo, Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias, 1987.
GARCÍA MARTÍN, José Luis, «Introducción» a Alfonso Camín, Entrevistas literarias, Gijón, Llibros del Pexe, 1998, págs. 7-60.
MARTÍNEZ CACHERO, José María, «Cien años de Alfonso Camín: más y menos de un poeta modernista», en La Nueva España, Oviedo, 12 de agosto de 1990, págs. 41-43.
_____. «Alfonso Camín, un poeta modernista», en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, núm. 86, Oviedo, 1990, págs. 671-681.
ONÍS, Federico de, «Alfonso Camín, el asturiano universal», en Alfonso Camín, Antología asturiana (poemas en castellano), págs. 9-19.
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ROCA MARTÍNEZ, José Luis, «Alfonso Camín, precursor de la poesía negra culta», en Astura, núm. 2, Oviedo, 1984, págs. 73-82.
SUÁREZ, Albino, Alfonso Camín heraldo de Asturias, Oviedo, Alsa Grupo, 1995.
SUÁREZ, Constantino, Escritores y artistas asturianos, t. II, Madrid, 1936, págs. 155-164.
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La inoportuna
Sin despojarse del crespón siquiera,
como heroína de un dantesco drama,
llena la faz de una mortuoria llama
y en el tosco sayal lágrima y cera,
ni siquiera la Muerte tan severa
me pareció como esta antigua dama,
que, hace unas noches, se acercó a mi cama
cuando el quinqué daba su luz postrera.
Nuestra Señora la Melancolía,
creyendo ya sin oro mis laureles,
a visitarme, por mi mal, venía.
Pero la recibí con tal lisonja,
que huyó del buen humor de mis lebreles,
lo mismo que de un sátiro una monja.
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Fantasmas
Como una negra procesión de espanto,
son, en la noche de encendida escoria,
la Luna, una gran lámpara mortuoria
y el mundo, un infinito camposanto.
Mi amigo inseparable, el desencanto,
ve cómo pasa, sin honor, la gloria;
cómo da el mundo
vueltas a la noria
y sigue igual, con el placer o el llanto.
La gloria y el amor, virutas de humo
que se van deshaciendo mientras fumo
y contemplo la humana gusanera.
La fe es ese fantasma peregrino
que marcha con su alforja limosnera,
saludando las cruces del camino.
[Cien sonetos y cien más]
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Café en la corredera
Café en la Corredera.
Nieve en la calle. El alma en primavera.
Taconea el granizo en la vidriera,
como una estilizada bailarina
que se diera inyecciones de morfina
para olvidar un amor malogrado.
Corvino,
suspenso el corazón en el arco embrujado,
nos embriagaba con su mejor vino
musical. Y Noel presidía
la tertulia del hambre hecha alegría.
Gran ciclón de melenas
y de palabras en algarabía.
Altar, altar para las Magdalenas,
con sus caras de rosas nazarenas,
que guiñaban el ojo en las esquinas.
Y un gran desdén para las carabinas.
(Había juventud. Las hembras eran buenas
y no sentíamos dentro las espinas.)
Rilo, que era un silencio, embadurnaba
la mesa del café de extraños garabatos,
escupía una frase y se marchaba:
«En realidad, tenéis alas de patos».
Yo hacía versos a Lina,
que de una falda negra me hizo una gran chalina;
si yo daba en el suelo con el cocomacaco
y era mi frase, al viento, como una verde ortiga,
Lina, la apasionada, Rilo, la mano amiga,
me traían tabaco,
él, dentro del gabán de color de boñiga,
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y ella bajo la chambra zalamera
de modistilla. El cuerpo, una airosa bandera
que llenaba de sol y de ritmos la acera.
Metía en el café Vidal y Planas
sus violentas pupilas mariguanas.
Anasagasti y yo,
formábamos escándalos jugando al dominó.
Y Pedro Luis de Gálvez, picaresca de España,
comenzaba un soneto: «Presidiario en Ocaña».
El café, en la hora postrera,
iba volcando sombras sobre la Corredera.
Caras macilentas, sombreros alones
y pipas en forma de interrogaciones.
Taberna de la calle de la Luna,
refugio de los hombres sin fortuna.
Con la emoción más honda
y un poco teatral, Noel pasaba el plato,
para pagar la ronda
de aguardiente barato.
Después llenaba el horizonte
de la taberna. Hablaba de el Gallo y de Belmonte,
y recibía en su seno a dos indios tagalos.
(Eutiquio Aragonés,
nos aburría con sus versos malos
y su cara de clown japonés.)
Martínez Corbalán,
nos tocaba, pausado, su tecla,
igual que un oso rubio, metido en su gabán.
(Aún no era cacique en Yecla,
y era amigo de Montalbán.)
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Bacarisse nos recitaba
toda la geometría de su celeste aljaba;
figura de Van Dyck bajo la capa española,
y el alma, un bergantín entre el cielo y la ola.
Olmedilla era el río
Guadalquivir que estaba de fiesta,
porque había llegado Darío
a agitar la vieja floresta.
Si alguna le miraba con ademán bravío,
sacaba una navaja de extraña curvatura,
que se guardaba luego con la mayor frescura...
Aristoy decía unos versos crinados de centellas;
Nogueira hablaba en su criollo: E un buche.
¡Yo evocaba lejanos
bandoleros de estrellas,
y la voz ronca de Heliodoro Puche,
se hacía tirabuzón en las botellas!
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Raíz
Crecido en treinta guerras civiles y mundiales,
¿cómo queréis que sea yo un cordero pascual?
Soy la hoguera y la pólvora sobre los vendavales
y un reflejo dramático del duelo universal.
La explosión del barreno fue mi canción de cuna;
la infancia, entre la guerra de Rusia y el Japón;
un trozo de pan duro como única fortuna,
jugando contra el muro los héroes de cartón.
Mi hogar en una cumbre, sobre piedra caliza,
entre la cordillera y el Cantábrico mar;
dicen que la galerna fue mi primer nodriza
y el viento de las cumbres quien me enseñó a cantar.
La escuadra rusa errante de Barcelona a Odesa,
la escuadra japonesa, la toma en Puerto Arthur;
nuestra escuadra en Santiago y en Cavite en pavesa
y una España de luto que va de Norte a Sur.
Memorias de la infancia: la noche de Castilla,
Prior en los Castillejos, combate en el Caney;
los soldados que vuelven con la fiebre amarilla
y una ex monja que ofrece los pezones a un rey.
Muere Isabel II: mil novecientos cuatro,
hacen a un estanquero Duque de Tarancón;
Madrid se va a los toros, después se va al teatro
y grita en la zarzuela: Cartuchos al cañón.
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Guerra estúpida en África. Los hogares desiertos,
las madres que no dejan de sufrir y llorar;
las tierras sin canciones, los barcos en los puertos,
soldados a la muerte y emigrantes al mar.
Cuba. También se corre la pólvora en La Habana.
Atruena el Morro, atruenan Mazorra y Atarés;
Quintín Banderas viene, con un sol de mañana,
destazado lo mismo que si fuera una res.
Antes que esa errabunda sombra huidiza y diestra
que en el Pico Turquino se ha buscado su atril,
yo también fui a caballo de la Sierra Maestra
y bajé a la sabana con machete y fusil.
En la Primera Guerra Mundial, los submarinos,
la pólvora y la sangre, la antorcha en Nueva York;
un bosque de fusiles saliendo a los caminos.
Vapores en los mares. Yo voy en el vapor.
La aventura de México. Voladuras de trenes,
colgados de los postes los muertos a granel;
soldados y fusiles por todos los andenes
y en vez del oro en grana, la sangre en el laurel.