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ArribaAbajo Miguel Valdivieso

Miguel Valdivieso

Miguel Valdivieso
(Cartagena, 1893-1966)

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Miguel Valdivieso nació en Cartagena. Funcionario de Correos, entre 1920 y 1939 residió en Murcia, donde estuvo relacionado con el grupo de la revista Verso y Prosa. Tras la guerra civil, sufrió la habitual depuración. La posguerra la pasó en Tarancón y Cuenca. En esta última ciudad, a la que llega en 1949, funda la revista El Molino de Papel. Su obra completa, publicada póstumamente, consta de cinco libros: Destrucción de la luz, Sino a quien conmigo va, Números cantan, Los alrededores y Formas de la luz. Buen lector de los clásicos, a los que homenajea a menudo, su mayor influencia es la de Jorge Guillén, prologuista de la edición póstuma: «Con su propio bagaje espiritual se asocia Valdivieso -desde su retiro- a la generación que, además, cronológicamente le correspondía. Entonces y después leyó Cántico. Y más tarde, Clamor. La compañía de aquel libro contribuye a establecer la propia personalidad, y aquella influencia fue asimilada y superada. Acorde a su época, buscó siempre la concisión sin extremar la elipsis. Si cultivó la imagen con agilidad, no fue nunca número de circo mitológico. Su interés apasionado por la realidad inmediata le pone en relación con los escritores de los tristes decenios. Y a su cabeza, el genial Miguel Hernández [...]. Es natural que Valdivieso hubiese pensado en pedir un prólogo al poeta Ángel Crespo, con tanto sentido de la tierra y las cosas».

Luis Jiménez Martos, uno de los pocos críticos que de él se han ocupado, define su obra con las siguientes palabras: «Valdivieso se mantuvo, de punta a punta, inclinado a la ley de la exactitud expresiva, al empeño del equilibrio entre la forma depurada y la realidad viviente [...]. Le aproxima al autor de Cántico una transparente precisión, que se manifiesta, como es de reglamento, en sus décimas, y, más aún, en un especial modo de instalarse entre las cosas cotidianas, sin someterse ni al prosaísmo ni a la tentación de lo abstracto».


Obra poética

Obra completa (prólogo de Jorge Guillén), Carboneras de Guadazaón, El Toro de Barro, 1968.



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Bibliografía

DÍEZ DE REVENGA, Francisco Javier, «La poesía de Miguel Valdivieso», en De don Juan Manuel a Jorge Guillén. Estudios relacionados con Murcia, Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1982, vol. II, págs. 79-108.

GUILLÉN, Jorge, «Prólogo», en Obra completa, págs. 9-25.

JIMÉNEZ MARTOS, Luis, «Valdivieso, Laffón, Oliver y algunos otros poetas de los años veinte», en La Estafeta Literaria, núms. 618-619, Madrid, 15 de agosto-1 de septiembre de 1977, págs. 16-19.

MARTINÓN, Miguel, «Miguel Valdivieso: Las voces del poeta», en Espejo del aire, Madrid. Verbum, 2000, págs. 100-106.

RICA, Carlos de la, «Miguel Valdivieso, la expresión de Cuenca», en Cuenca. Revista de la Diputación, núm. 11, Cuenca, 1977.



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ArribaAbajoLectura


ArribaAbajo Vamos contando los días,
que los años ya se fueron.
Los ojos leen en la tierra
como sobre un libro abierto.

Sus páginas nos alumbran
el camino que corremos,
lo que alrededor se queda
y pasa alrededor nuestro.

Nos dicen que en otros siglos
lucharon persas y griegos,
que Nerón hizo un alegre
espectáculo de fuego.

Que se descubrieron mundos,
con su dulce almendra dentro,
donde si pecaba el hombre
era un pecado soberbio.

Que hubo una voz sin malicia
predicando en el desierto
y nos hablaba de amores
que no salieron al ruedo.

Pero ahora nada se sabe,
si el árbol da un fruto nuevo,
si nos saluda el vecino,
si somos vivos o muertos.

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ArribaAbajoEl otro día


ArribaAbajoEl otro día
ya no ha de ser el mismo
en que ahora escribo y leo.
Tendrá un color de hierba
que éste no tiene.
Tendrá una ola
donde nos ahogaremos
para ceder el paso
a los que han de seguirnos,
cuando el viento no sople para nadie.

El otro día
ya no verá aquel niño por la tierra,
que fue tuyo
y fue mío,
que hicimos del amor en una noche,
mientras el fuego
rugía -sucia cólera-
sobre el techo infantil de nuestra casa.
Y los muertos volaban por el aire,
pero nadie les pudo ver el rostro.

El otro día
ya no tendrá zapatos que ponerse
ni luz para la flor
ni una camisa blanca.
Ni una pluma en la mano
para decirle al mundo
su ciega desventura.
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No sabremos la puerta
por donde el asesino, sin ser visto,
huye a comerse el polvo y las raíces.

El otro día
no encontrará su asa el cántaro
ni su mujer el hombre
ni el manantial su agua.

En el desierto
se acabará la arena,
luchará el sol
por calentar una hoja verde
y ascenderán los huesos al espacio
pidiendo corazones en su sitio.

El otro día
no verá cada humano
a su pie o a su ala,
que le ayuden a andar sobre cristales.
A levantar la roca
por encima del hombro
y buscar su ascendencia
en la rama encendida,
para saber si llueve o aún es tiempo
de amar a los que nacen y estar triste.

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ArribaAbajoLa poesía


Sobre un motivo de Paul Eluard




ArribaAbajo Te digo, amigo,
Que la poesía no es lo que se dice,
Sino lo que se toca como el agua.

Recorre ese soneto,
Con sus senos de luz
Y sus caderas fijas en la nieve.

Contempla ese romance,
Árbol de pie,
Construido de labios y de hojas.

Ahonda en esa selva, ese poema,
Restallando de sílabas precoces
En boca de los muertos.

Y tócales.
Son de cristal o de mujer
O de llama en cintura igual al vino.

Toca el poema
Y quédate en la puerta de la casa
Sin saber qué decir.

Llevas creciendo entre los dedos,
Como una última noche,
La explicación del mundo.

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ArribaAbajoLas calles


ArribaAbajo Las calles andan, corren a la cita
Que les dieran los cielos y los montes.
Gozan la intimidad de un laberinto.
Se calientan al sol como los pobres.

El tiempo se despide de los muros
Demorando el placer de los adioses.
Por las aceras picotean pasos
De mujeres delante de los hombres.

La muerte habla en latín de eternidades.
Un sueño más a hombros de su noche.
La calle se interrumpe, ahonda el pecho,
Mira el reloj y el gesto se compone.

Se refugian los mil enamorados
En la espesura de un secreto a voces.
Eva y Adán sus árboles se inventan,
Van por su nube, salen de su bosque.

Por las rectas de orugas velocísimas,
El tiempo va sin tiempo que le sobre.
Al atropello avisa, hace señales
Con vislumbres solícitos de escotes.

En la ciudad sin puertas entra el río.
Se asoman a mirarlo los balcones
Desde sus cuadriláteros de ángeles.
Empieza un nuevo amor hoy a las doce.

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ArribaAbajoPórtico de Junio


ArribaAbajo Puerta que gira y se abre,
Arco dorado de Junio.
Es más joven la mujer
Y van los pasos más juntos.

Las alamedas ocultan
Un proyecto aún no maduro
De amar, de sentir los ojos
Tan cerca de lo absoluto

Que la piel no cubre apenas
El ardor de un doble nudo,
Bien trabajado en los dedos
Y vencido en un segundo.

Revuelan alborotados
Otra vez ángeles turbios,
Que navegan por las aguas
Donde Adán perdió su rumbo.

Vuelve a la sangre una ola
Que pone la tierra a punto
De condenarse y morir
Sin que la hiera ninguno.

Nace la espuma, se acerca,
Nos da a preferir su jugo,
Asomándose entre nubes
A los límites del mundo,
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Para situar la noche
Donde la mañana estuvo
Y siga quemando el fuego,
Ahora convertido en humo.

Se entregan al mar las fuentes.
Sube la raíz al fruto.
Qué gran muchedumbre tierna
Los manantiales de Junio.

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ArribaAbajoLos sucesos


ArribaAbajo Sucede que hay un pez vivo en el aire
y las damas lo ven y se pasean
sin mirarse en sus aguas, pero sienten
un fuego alucinado en la cadera.

Sucede que del muerto nace un árbol
con la hoja ofrecida y de sus frutos
se alimentan las líneas y los pesos
que mañana serán ángeles mudos.

Sucede que a la calle sale un río
de invencible caudal sobre el asfalto
y se sube a la torre de la iglesia,
saludando a la muerte en los tejados.

Sucede que la luz no tiene prisa
y se acerca midiendo las palabras,
a la sombra que a tientas la persigue
para crear el mundo de la nada.

Sucede que el amor cuenta los pasos
del grano de la arena en dulce apuro
y el cielo desemboca en la inocencia
aún desconocida del desnudo.

Sucede que el espejo se nos rompe
sin que nadie lo mueva de su sitio
y el techo le pregunta a las paredes
por el húmedo espacio que se ha ido.
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Sucede que el cristal de la ventana
copia un cuerpo desierto, exacto y solo,
que vacila en el quicio de la puerta
y la tierra lo pide por esposo.

[Obra completa]