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ArribaAbajoJuan Abel Echeverría (1853-1939)

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ArribaAbajoNota biográfica

Distinguido ciudadano y literato, quizá el nombre más preclaro con que se honra Latacunga, su ciudad natal.

Es el tipo de hombre de letras; cultivaba su pequeño huerto con amor y afán indeclinables. Son fruto de sus talentos varias notables poesías de elevado estro y noble dicción poética.

Fue profesor por largo tiempo, en la cátedra de Literatura del colegio Vicente León, en la ciudad de su nacimiento. Gran parte de sus producciones se perdieron en el incendio que, en 1882, destruyó su casa. En 1937, casi en vísperas de su muerte, se organizó un homenaje en su honor, al que se excusó de asistir, ofreciéndolo a Latacunga como modesto tributo de amor filial60.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoAve María


A mi hermana Mercedes


ArribaAbajo    Ora, niña. Cantó ya entre las ruinas
el himno de la tarde el solitario;
y envuelto en sombra el pardo campanario
dio el toque de silencio y oración.
Murió ya el día, se enlutó la tierra;  5
la golondrina vuelve a su techumbre;
y del ocaso a la rojiza lumbre
se recoge devoto el corazón.

    Todos rezan: los niños dulcemente
con la envidiable fe de la inocencia;  10
el hombre con la hiel de la experiencia;
la virgen con el fuego de su amor.
Y en el hogar los respetuosos hijos,
al hermano agrupándose el hermano,
se prosternan al pie del padre anciano  15
y él los bendice en nombre del Señor.

   Ora, amor mío: cuando así te miro,
de hinojos puesta sobre el duro suelo,
me pareces un ángel que su vuelo
va hasta el Edén, tranquilo a remontar.  20
Feliz, entonces, con tu gloria canto,
te sigo en la ilusión de mi deseo;
mas, si vuelvo la faz y aquí te veo,
una lágrima entúrbiame el mirar.
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    ¡Si ahuyentar el dolor de la existencia  25
de tu inocente corazón pudiera,
y la estrella de paz siempre luciera,
en tu serena frente angelical...!
¡Ah, si pudiera yo, pobre ángel mío,
verter mi sangre y darte la ventura;  30
blanda encontrara la honda sepultura,
y bendijera de mi vida el mal!

    Tú ignoras -y lo ignores siempre, niña-,
del mundo las amargas decepciones;
mas yo ¡ay de mí! conozco sus pasiones,  35
y su falsía y sus quimeras sé...
Mas ¡tú lo puedes...! con tu puro ruego
virtuoso porvenir de Dios alcanza;
pídele santo amor, firme esperanza
y, como el sol, ardiente y viva fe.  40

    Ora, niña, por mí; cuando tu labio
murmura fervoroso una plegaria,
envía Dios a mi alma solitaria
un rayo de esperanza seductor;
el ángel de tu guarda casto beso  45
da a tu tranquila, pudorosa frente,
y por la escala de Jacob, luciente,
tu ruego sube al trono del Señor.

    Cuando el árbol al roce de la brisa
parece sollozar en la llanura,  50
y el arroyo cruzando la espesura
con la hoja seca murmurando va;
cuando un rumor solemne, prolongado,
melancólico y tenue en lo alto suena,
y de profunda inspiración se llena  55
el alma ante el eterno Jehová;

    di ¿no oyes, niña, en esas vagas notas
la voz con que también naturaleza
ora, velando su gentil belleza
de la neblina con el leve tul?  60
Por eso se hunde en meditar profundo
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el espíritu al rayo tembloroso
de la luna, que alumbra el majestuoso
templo de Dios en el inmenso azul.

    Y reverente el ángel de la tierra  65
se prosterna al decir «¡Ave María!».
¡Silencio...! ¡Majestad...! ¡En poesía
de los cielos se baña el corazón...!
En tanto el sueño vuela taciturno
por el confín lejano del oriente,  70
y repiten las grutas tristemente
del bronce la postrera vibración.

    Y la Virgen de vírgenes sonriendo,
mientras repites otra Ave María,
se goza, te bendice, hermana mía,  75
y apresta una corona a tu alba sien.
¡Ah, que esa bendición descienda a tu alma,
como al jardín el bienhechor rocío,
y a coronarte vueles, ángel mío,
con flores inmortales del Edén!  80

    Y cuando un día me recuerdes, triste,
a las preces del órgano que llora,
al resonar esta solemne hora,
¡póstrate y alza tu oración por mí!
Presto mi ¡adiós! oirás... guarda mi pecho  85
un germen de dolor, un mal profundo,
que no lo puede sofocar el mundo,
¡porque todo en el mundo es baladí...!

    ¿Perdonarás entonces, padre mío,
de mi fogosa vida a la memoria  90
si sólo ofrece mi doliente historia
las penas que te dio mi juventud?
¡Sí, y a mi tumba, dolorido anciano,
irás a bendecirme cariñoso,
y el ángel guardador de mi reposo  95
consolará tu triste senectud!

  —530→  


ArribaAbajoA Julio Zaldumbide


Soneto


ArribaAbajo    ¡Pasó... como un lucero en su carrera,
alumbrando del arte el puro cielo...!
¡Pasó... regando flores en el suelo,
como pasa gentil la primavera...!

   ¡Pasó... abrazado a su arpa lastimera  5
cantando, como el ángel del consuelo,
por temperar el hondo, humano duelo,
en su ascensión a la eternal esfera...

   Luz de verdad, de la belleza flores
y armonías del bien fueron su vida,  10
¡nido que abandonaron ruiseñores...!

   ¡Mas, los cándidos rayos de la Gloria,
que en su tumba se deja ver erguida,
salvan de olvido su inmortal memoria!

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ArribaAbajo¡González Suárez...!


Las naciones pregonarán su sabiduría, y la Iglesia celebrará sus alabanzas.


Eccle. XXXIX, 14.                



ArribaAbajo    ¡Tregua al dolor, y elévese de la justicia el canto!
De mar a mar discurre su fama en raudo vuelo,
y sobre fondo obscuro de general quebranto,
el Ecuador inunda la Gloria, desde el cielo,
      con deslumbrante luz.  5

    Y ciñe de esplendores la olímpica figura
que surge del sepulcro por siempre vencedora;
¡de pie para admirarla en la suprema altura!
Es él, el héroe epónimo, a quien su pueblo llora,
      el sabio de la Cruz.  10

    Miradle señoreando la cátedra sagrada:
relámpagos despiden los ojos encendidos,
se yergue la cabeza de lumbre diademada,
sobre la mar humana los aires adormidos;
      ¡qué augusta majestad!  15

    De su elocuencia docta desátase el torrente,
retumba el trueno, el rayo cae de luz divina,
se incendian corazones, el llanto brota ardiente,
el Creador Espíritu las almas ilumina,
      ¡habla la Eternidad!  20
—532→

    Es el sublime cóndor que en vuelo resonante
desde el peñón andino se lanza a los espacios,
y en espiral inmensa encúmbrase triunfante,
a visitar del cielo los fúlgidos palacios,
      glorioso viajador;  25

    y torna con el brillo del sol en la pupila,
y cruza por el arco que el iris le alza airoso,
y en el etéreo risco de soledad tranquila
pliega las grandes alas en imperial reposo,
      de cúspides señor.  30

    Abnegación sin límites, carácter sin reproches;
América y España le vieron pluma en mano,
le vieron sobre el libro los días y las noches,
y coronó el estudio, con el saber anciano,
      su noble juventud.  35

    Y así los siglos muertos iluminó su diestra,
alzando de la historia el luminar potente,
y juez incorruptible, en la social palestra,
dio lauros a los héroes, castigo al delincuente
      y gloria a la virtud.  40

    Su pluma esculpe estatuas y monumentos labra,
y pinta las bellezas de la inmortal natura;
al creador impulso de su vivaz palabra,
espléndida florece la mágica hermosura
      de la verdad y el bien.  45

    Que si la dulce lira abandonó entre flores
de alegre primavera y hurtó la voz al canto,
gorjean en su huerto divinos ruiseñores,
que encumbran el espíritu con inefable encanto
      a la eternal Salén.  50

    Armado caballero de la ciudad sagrada,
por Dios y por la Patria se presentó en la arena,
y en luchas bien reñidas su vencedora espada
vengó el derecho augusto y sometió a cadena
       a la maldad feroz.  55
—533→

    Patriota incomparable, rindió a la paz el culto
mirífico de su alma, de dones opulenta;
de contrapuestos bandos en el civil tumulto,
cual Cristo en Tiberíades, contuvo la tormenta
      con su elocuente voz.  60

    Mas, la ambición artera, perdida la esperanza,
se retiró sañuda bramando en su despecho;
aleves banderías urdieron la asechanza,
y él ahuyentó impasible con valeroso pecho
      a la perfidia vil.  65

    Y a la calumnia ignívoma, y al odio emponzoñado,
y a la rastrera envidia, y a la procaz injuria,
correspondió en silencio con el perdón sagrado,
y dominó impertérrito la desatada furia
      de la protervia hostil.  70

    Un salmo fue su vida por la oración ferviente,
el sacrificio heroico santificó sus días;
amó dos soledades de oscuridad luciente,
y dos silencios dulces poblados de armonías:
      el templo y el hogar.  75

    Allí se labró austero el sabio portentoso,
allí se labró el justo, antorcha del sagrario,
y cual el Cotopaxi que impera majestuoso
en noche cristalina, radiante solitario,
      así se hizo admirar.  80

    El báculo en su diestra fue cetro de monarca,
regido entre energías y santa mansedumbre;
el esplendor del templo fue el trono del jerarca,
la mitra en su cabeza fue el sol en nívea cumbre,
      la cumbre del saber.  85

    Y humilde en tanta gloria, cuando Fortuna vino,
a Caridad cristiana mandó la recibiera,
y haciendo el bien a todos, como Jesús divino
del bien fue un monumento su voluntad postrera,
      que no ha de perecer.  90
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    Ponga el cincel Justicia de Gratitud en mano,
y arranque al níveo mármol del arte la victoria,
y en apostura excelsa junto al Pichincha cano,
al himno de la patria y al trueno de la gloria,
      surja el sabio inmortal.  95

    El sol le exponga al culto ardiendo en lumbre de oro,
las esplendentes noches con palio de diamantes,
monten de honor la guardia en militar decoro,
con yelmos argentinos los Andes circunstantes,
      en pompa triunfal.  100

    Y allí le reverencien edades venideras,
y en cada aniversario clarines y cañones,
y músicas marciales, flotando las banderas,
saluden al Pontífice al par de las canciones
      que el patriotismo dé.  105

    Y, madre venturosa, la Iglesia alborozada,
llenando las campanas de regocijo el viento,
celebre en sus basílicas la gloria inmaculada
del hijo que es un astro del puro firmamento,
      el astro de la Fe.  110

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ArribaAbajoEl árbol


ArribaAbajo Árbol de flores vestido,
de cantoras aves solio,
auras bullendo en la copa,
al pie cantando el arroyo.

Le ornó el alba con diamantes,  5
el mediodía con oro,
la tarde le dio su estrella,
la noche amor y reposo.

Cubriose el suelo de luto,
retumbaron truenos roncos.  10
¡Brilló la lumbre del rayo
y el árbol humeó en despojos!

¡Ay, mitad del alma mía!
¡Ay, mitad que ausente lloro!
¡Lástima de la llanura,  15
quedó el malherido tronco!

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ArribaAbajoEl avión


ArribaAbajo Águila real que en el cenit admiro,
pasmo del genio creador, invento
que en ti llevas, como alma, el pensamiento,
que al éter te lanzó con raudo giro;

lumbre de ciencias en tus alas miro,  5
que te hacen navegar señor del viento,
y eres bajo el cerúleo firmamento,
cruz de nácar en fondo de zafiro.

Se encumbra, al par de ti, la inteligencia,
y al corazón agita tu presencia,  10
con temblor de ansias y bullir de anhelos,

y en éxtasis el alma, a lo infinito
vuela de adoración su ardiente grito:
¡Gloria a Dios en la altura de los cielos!





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ArribaAbajoHonorato Vázquez (1855-1933)

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ArribaAbajoNota biográfica

Uno de los más altos prestigios de las comarcas azuayas y gloria indiscutible del Ecuador, por su patriotismo todo abnegación y sus invalorables servicios a la causa del honor e integridad de la nación y su territorio. Verdadero santo laico, como poeta y hablista se puede parangonar con los más castizos del continente, aunque su estro fue más bien humilde y su poesía mejor para recitada en voz baja, en el sagrado del hogar61.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoA orillas del Macará


ArribaAbajo    Todos duermen, y en el campo
reina silenciosa calma,
y sólo a intervalos muge,
cuando del desierto avanza,
el viento, a estrellar su furia  5
en la sierra ecuatoriana;
sobrecogida, despierta
la selva, crujen las ramas
y, cual si sintieran miedo,
unas con otras se abrazan.  10

    Insomne y meditabundo,
acodado a una ventana,
desde aquí miro undulante
la combatida montaña,
por los rayos de la luna  15
a intervalos alumbrada;
erguida en el horizonte,
tras cuyas sutiles gasas
las temblorosas estrellas
parecen gotas que bajan  20
en lluvia argéntea, a sumirse
en las selvas de mi patria.

   Como un rebaño dormido
veo blanquear las casas
del Macará, y a un extremo  25
una lumbre brilla escasa,
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cual la que el pastor enciende
junto al redil, y a las auras
deja, de la noche, aviven,
si va a extinguirse, la llama.  30

   ¡Ay! es la luz de la iglesia,
es del Sagrario la lámpara,
que alumbra allí unos misterios
que sólo presiente el alma.
Allí está el que, Rey de reyes,  35
hoy Pastor sólo se llama,
que doquier busca a los suyos,
y a quien los suyos reclaman;
y que, en vigilia constante,
y en espera que no acaba,  40
y en amor que no se mengua,
a la luz de pobre lámpara
en esa noche de olvido
que extendemos por sus aras,
solitario nos vigila,  45
olvidado nos aguarda.

    Ya voy, Señor, a tu templo
a ofrendarte mi plegaria,
¡último templo, el más pobre
de mi tierra ecuatoriana!  50
Voy en nombre de mi madre,
en nombre de mis hermanas,
en nombre de mis verdugos,
y en nombre voy de mi Patria,
a orar allí en tu recinto,  55
antes que la luz del alba
el camino me señale
por extranjera comarca.

    Mas, de este río interpuesto
los hombres me han hecho valla:  60
aquende extranjera tierra,
allende, cerca la Patria,
a la que es crimen me llegue
como fue crimen amarla...
—545→
¡Oh! ¿por qué debo rendirme  65
a esa usurpación nefaria
conque, viéndome indefenso,
mi libertad me arrebatan?

   No; listo está mi caballo;
¡venga! Lanzado a las aguas,  70
al estímulo del hierro,
de entre la corriente rauda,
surgirá a la opuesta orilla
de mi tierra ecuatoriana...
¡Adelante!...  75

    Entre las sombras
no sorprenderán mi marcha;
y... de improviso, una noche
fugitivo iré a mi casa,
correré desatentado  80
de mi madre hacia la estancia;
tal vez la encuentre en vigilia,
y, al pie de una cruz postrada,
por el hijo ausente orando
en lacrimosa plegaria...  85
Me desplomaré en sus brazos...
¡Supremo placer de mi alma!...
¡Ea!...

    Mas, si hogar recobro,
no hallaré libre a mi Patria;  90
que, en torno, sólo se escuchan
los hierros que la remachan,
el chasquido del azote
que corroe sus espaldas,
y en su virginal mejilla  95
parricida bofetada...
¡Oh, no!... Perdón, madre mía,
llora de Dios en las aras,
llora mi ausencia; ¡me alejo
huérfano de ti y mi Patria!...  100
—546→

    Y a Ti, Señor, que vigilas
en esa iglesia cercana,
a cuyas puertas me impiden
los hombres lleve mi planta,
desde aquí mi amor te envío,  105
mi amor ese río salva.
¡Libre soy para adorarte!
¡No hay fronteras para el alma!
Ayer te dejé mi ofrenda
de las penas cosechadas;  110
aunque es tan pobre mi duelo,
todo él lo dejo en tus aras;
¡que al pie de tu cruz ¡bien mío!
la ofrenda más aquilatan
las lágrimas que la riegan,  115
que el oro que las recama!

   Rindo a tus sabios decretos
la rebeldía de mi alma,
campo que ya igual recibe,
así el rocío del alba  120
que en múltiple centelleo
el verde prado aljofara,
como el caluroso rayo
que, calcinando la grama,
deja la sedienta tierra  125
en hondas grietas surcada.
Sé que eres Padre: esta idea
para mi consuelo basta.
¡Pon tus ojos paternales
en mi madre y en mi Patria!  130

   Ya la aurora colorea
tras las azules montañas,
¡adelante, peregrino!
¡Amplio desierto te aguarda!
Salvada ya la frontera,  135
nadie a tu honradez amaga,
nadie libertad te roba
ni da ley a tu palabra.
—547→
¡Adelante!... ¡Seré libre,
libre cual no fui en la patria,  140
libre, cual los huracanes
de estas solitarias pampas,
sin más ley, Dios, que la tuya,
y tu amor, madre de mi alma!...

  —548→  


ArribaAbajoEpístola a mis hermanas


ArribaAbajo    En los constantes pliegos que me llegan,
al nombre de mi madre uno por uno
vuestros nombres queridos se le agregan.

    Que no me falte, os pido, allí ninguno,
porque al ver vuestra letra inolvidada  5
dulces memorias del hogar aúno;

    que en cada vario rasgo ver grabada
creo vuestra genial fisonomía,
en la forma y estilo retratada;

    y vuela desde aquí mi fantasía  10
a esos tiempos felices de la infancia
en que ensayó cantar la musa mía;

    cuando ibais pequeñuelas a mi estancia
a leer, a escribir y a darme flores
y a inundarme de amor y de fragancia;  15

   cuando, ignorantes de íntimos dolores,
si a un perdido juguete hicimos duelo,
nos consoló un abrazo y un «¡no llores!».

    Hoy... quejarme quisiera, mas el Cielo,
que me ha querido víctima expiatoria,  20
me ha dado en el silencio mi consuelo.
—549→

    Y callado fatigo la memoria
recorriendo mi serie de pesares
y la breve ventura de mi historia.

    ¡Ay! ¡pudierais surcar aquestos mares!  25
¡Ay! ¡vinierais a ser, como otros días,
ángeles de mi vida tutelares!

    «Nos preguntamos mutuas alegrías,
y, al contarnos las tuyas, nos engañas,
y mientes hoy cuando antes no mentías.  30

   »Alegrías, a ti te son extrañas,
tanto, que, al idear que nos escribes,
creemos que la carta en llanto bañas;

    »y a cada carta nuestra que recibes
lloras tú, cual nosotras con las tuyas...  35
¿Luego nos hablas de que alegre vives?

    »Confiesa: ¿no es verdad? ¡Ah, no la excluyas
de esas líneas que lloras, bien sabemos...
de hacernos llorar más ¡ay! no rehuyas.

   »Nosotras..., pues a ti no mentiremos,  40
sabe que como a muerto te lloramos,
y hasta volver a verte lloraremos;

    »que de ti a todas horas conversamos,
y que, a cada llegada del correo,
una de otra a llorar nos separamos»...  45

   Esto en la última carta vuestra leo,
¿y he de mentiros? No, mi mal deploro
cuando hace tiempo, hermanas, que no os veo;

   cuando, si al Cielo compasión imploro,
no hay voz que aúne con mi voz doliente  50
y al cielo suba en plañidero coro.
—550→

    Pero sé alzar la doblegada frente,
pensar que Dios, que el duelo nos ha dado,
junto a mí, junto a vos está presente...

    Hablemos de otras cosas... ¿Ha brotado  55
en el jardín esa postrera planta
que de vosotros confïé al cuidado?

    Aun antes de prendida, con fe tanta
soñabais con sus flores, que ofrecidas
teníais cada cual al ara santa.  60

    Y las tardes, en idas y venidas,
gozabais, con las manos ahuecadas,
bañar la tierra a gotas repetidas.

    Trémulas, en el tallo rociadas
sumíanse al terrón que las bebía  65
en lentas y sonoras bocanadas.

    Cual en mi árido pecho se sumía
vuestro gozo infantil sobre mi pena,
única flor que allí sobrevivía.

    ¿Del Tomebamba la ribera amena  70
paseáis por aquellos saucedales
que de oro alfombran la brillante arena?

   Si vais allá do el río en dos raudales
reparte su caudal, y hacia la orilla
lo pliega en ondulancias desiguales.  75

   Extendida la rósea manecilla,
recoged la que dejan mansamente
en leves fajas fúlgica arenilla.

    Ponedla en vuestras cartas, do luciente,
al hallarla mis ojos, de mi río  80
imagine lloroso la corriente.
—551→

    Tanto en mi ausencia por la patria ansío,
que, si a orillas del mar aspiro el viento,
busco el olor de mi jardín natío;

    Y en las olas del líquido elemento,  85
al que mi patrio río es tributario,
pónese a descurrir mi pensamiento.

    Allí en ese tumulto procelario
está la linfa que copió serena
mi casa y el vecino campanario;  90

    la que se vino de perfumes llena
de entre las flores que sembró mi mano,
y natura esparció en la riba amena;

    que la semilla convirtió en el grano,
y dio pan a la mesa de los míos,  95
y al mendigo, sustento cuotidiano.

   Pero ¡ay, me son iguales desvaríos
buscar solaz vagando en tierra extraña,
pedir al mar el agua de mis ríos!

    Cuando el postrer fulgor de ocaso baña  100
el campo, mientras se alzan divergentes
rayos de sol tras la última montaña...

    Arrodillaos y doblad las frentes,
que a tal hora mi espíritu se eleva
en oraciones al Señor fervientes,  105

    y el ángel de la tarde al cielo lleva
cuanta tristeza atesoró mi pecho,
cuanto recuerdo cada sol renueva.

    Si ya entrada la noche, a nuestro techo
y a nuestra puerta acude un peregrino,  110
dadle en mi estancia mi desierto lecho.
—552→

    Pensad en vuestro hermano, en su camino
do abrigo demandaba, en noche fría,
del desierto a la rama de un espino.

   Templad su sed, pensando en la sed mía,  115
aderezadle nuestra humilde mesa,
si acaso triste está, dadle alegría.

   Lloráis ¡y vuestro hermano no regresa!
Buscadme, y allí estoy en el que llora
y el pobre que las calles atraviesa.  120

    Id al templo, que allí, cuando se ora,
dada cita en Jesús, se halla al ausente,
al que en el mundo de las almas mora.

   Cuando abatirse quiere alzo mi frente,
y voyme ante el silencio del Sagrario,  125
y allí mi mal a Dios hago presente.

   Ante el altar se encuentran solitario
en procesión las almas doloridas,
abejas de las flores del Calvario.

   ¡Adiós! ¡y confiad, prendas queridas!  130
Consolad de mi madre el hondo duelo,
sed bálsamo de amor a sus heridas.

    Si tristes os halláis, hablad del Cielo,
pensad en él, y si lloráis su ausencia,
ya para todo humano desconsuelo  135
fortificada está vuestra conciencia.

Lima, 1882 (Ecos del Destierro).

  —553→  


ArribaAbajoAl crucifijo de mi mesa


(A mi hijo Manuel Honorato)


ArribaAbajo    A tus pies ha dormido mi pluma,
y, al reír el alba,
soñolienta empezó su faena,
besando tus plantas,

    al trabajo, a la lid cada día  5
se va solitaria,
y, aunque triste regrese las tardes,
no vuelve manchada.

    ¡Cuántas veces, teñida en mi sangre,
cayó en tu peana,  10
y se irguió como un dardo, pidiendo
un blanco a mi saña!

    Ya no vi tu cabeza sangrienta,
tus manos clavadas;
vi mi afrenta, buscó al enemigo  15
mi ciega venganza.

    Y, al hallarle, tendido ya el arco,
vi en su frente pálida
de tu sangre una gota, Dios mío,
envuelta en tus lágrimas.  20
—554→

    «Te perdono, mi hermano, en la sangre
que a los dos nos baña,
ahoguemos en ella tú el odio
y yo la venganza».

    Así dije, caí de rodillas,  25
y arrojé a tus plantas
ese dardo que cae en tu sangre,
si busca la humana.

    Con los brazos abiertos presides
mi labor diaria;  30
de Ti brota mi idea, y se torna
incienso en tus aras.

    Por tu cuerpo y tu cruz se desliza,
desde la ventana,
suave luz que, el papel en que escribo,  35
con tu sombra esmalta.

    Y así, alterna entre el sol y tu sombra,
mi pluma trabaja,
bien sonrían mis labios, bien mojen
el papel mis lágrimas.  40

    Habrá un día: ese día mi pluma,
yacerá arrojada
en mi mesa revuelta, buscando,
en vano, tus plantas.

    Ni Tú entonces serás en mi mesa;  45
mis manos cruzadas
te tendrán recostado en mi pecho
sobre una mortaja...

    Desde ahora, yo pido a los míos
Te besen con su alma,  50
y, enredada en tus brazos mi pluma,
con mi pluma me entierren... sin lágrimas.





  —555→  

ArribaAbajoRafael María Arízaga (1858-1933)

  —[556]→     —557→  

ArribaAbajoNota biográfica

Hijo del preclaro ciudadano doctor José Rafael Arízaga, del cual, según uno de los historiadores de nuestra literatura, Alfonso Cordero Palacios, «se puede decir con toda verdad que sus mejores obras fueron sus hijos -Rafael María y Manuel Nicolás-», aunque no pudo eludir en su juventud la poesía mariana a que tan devota se mostraba siempre la Morlaquía, pronto se dedicó al periodismo trabajando con Valverde y Proaño en la Nueva Era; en su edad provecta cultivó temas de mayor aliento patriótico, como los que damos a conocer en la breve selección que le dedicamos.

Sirvió a la nación en cargos diplomáticos de gran importancia, sin dejar de cultivar las bellas letras, pues aprovechó sus ocios para traducir a nuestra lengua bellísimas poesías del inglés, el portugués y otros idiomas cultos. G. Humberto Mata, en su Historia de la Literatura Morlaca, elogia particularmente su traducción del célebre poema «El cuervo», de Poe62.



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ArribaAbajoEl genio


ArribaAbajo    ¿Habéis visto el simoun? Cuando en las pampas
do el sol abrasa la radiante arena,
se arremolina enfurecido, y ruge,
y lanza de su seno la tormenta;

   revuelta en los espacios la balumbo  5
de calcinado polvo, el dio trueca
en negra noche de pavor y espanto,
do todo es luto, confusión, tinieblas...

   El tiempo así, que avanza presuroso
con ciego afán a la ignorada meta,  10
bate impetuoso las potentes alas
y todo en ruinas sepultado deja.

   Del olvido la noche temerosa
es de su paso la perenne huella,
y el ¡ay! profundo de un adiós eterno  15
el eco que responde a su carrera.

    ¿Qué las edades son, qué las naciones
con su esplendor, su gloria y su grandeza,
en el revuelto caos do se agita
del tiempo y de la vida la contienda?  20

   Átomos leves de una inmensa ruina,
que en el espacio sin concierto vuelan,
y de la nada al insondable abismo
van al impulso de atracción suprema.
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    Ídolos pasajeros de la Fama,  25
hermosa, sabia floreciente Grecia,
belicosa Cartago, heroica Roma.
Señora de mil pueblos opulenta,

    ¿do están, decidme, vuestras regias galas?
Vuestros dioses, ¿do están? ¿Do vuestras fiestas?  30
¿Do los trofeos mil que en sangre tintos
cosechasteis en bárbaras refriegas?

   Ludibrio vil al tiempo inexorable
fueron vuestros blasones y soberbia,
y hoy no sois más que míseros escombros,  35
de vuestro antiguo ser tumbas desiertas...

   Empero, hay algo para quien no existe
ni tiempo destructor, ni muerte fiera,
a quien sirven los años y los siglos
como nuevo peldaño a su grandeza.  40

   Hay algo que de Dios finge lo eterno,
que de su gloria el esplendor remeda,
y que al dejar el mundo se levanta
regando luz de fúlgido cometa;

    y en el cielo brillante de la Historia,  45
vencedor del olvido se presenta,
y el himno de sus triunfos va cantando:
el Genio es aquel ser. ¡Bendito sea!

   Cadáver arrojado por las ondas,
a la orilla del mar, Cartago queda;  50
la Roma de los Césares es polvo;
es fúnebre panteón la antigua Grecia.

   Pero del seno de la negra noche
que en esas ruinas pavorosa impera,
se ven surgir las coronadas frentes  55
de Sócrates, de Aníbal y de César.
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    Allí aún repiten, conmoviendo al mundo,
los aterrados muros de la escuela:
el alma es inmortal y el Orbe rige
una sabia y oculta Providencia.  60

    Y más acá, los cánticos se escuchan
del hijo de Mavorte, que festeja
los inmortales triunfos africanos
de Trasimeno, de Tesín y Trebia;

    mientras del Ponto en la región remota,  65
entre el postrer fragor de la pelea,
el veni, vidi, vici, del Romano
entre el aplauso universal resuena.

    El Genio es inmortal. En vano Porcio
contra Cartago fulminó el delenda;  70
en vano entre los muros de Quirino
lloró postrada la vencida Grecia;

    y el bárbaro también en vano un día
blandiendo el hacha ruda de las selvas,
rompió sañudo el ponderoso cetro  75
que rigió los confines de la tierra.

   El Genio, redimido de esas ruinas
por la propia virtud de su grandeza,
perpetuamente vivirá en los nombres
de Sócrates, de Aníbal y de César.  80

  —564→  


ArribaAbajoIn principio...


ArribaAbajo    Lanzaron Ella y Él a lo infinito
de su ansiedad suprema los clamores,
y llevaron los vientos gemidores
de Oriente a Ocaso el lastimero grito.

   Hostil la tierra aparejó al proscrito  5
inclemencias, penurias y dolores,
de la pasión la fiebre y los rencores
y el perpetuo aguijón del apetito.

   Gimieron Ella y Él en el oscuro
abismo de su mal, y ante el futuro  10
repleto en ignominias de la suerte.

   La incurable dolencia de la vida
encontró compasión, y conmovida
la Infinita Piedad creó la Muerte!...

  —565→  


ArribaAbajoOrellana


ArribaAbajo    Ni el áspid con que el trópico abrasado
defiende de sus frondas la maraña,
ni el abrupto peñón de la montaña,
en hirientes jarales erizado;

    ni la eterna ventisca del nevado  5
que en las cumbres graníticas se ensaña;
nada frustró la temerosa hazaña
que en la historia tu nombre ha perpetuado.

   Cual de Alighieri por la selva oscura
descendiste del monte a la llanura,  10
por círculos de endriagos y gorgonas.

   Y cruzando infinitas soledades,
te engolfaste en el mar sin tempestades,
el mar del porvenir: ¡el Amazonas!...

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ArribaAbajoBrasilia



I

ArribaAbajo    A la lumbre amorosa del Crucero,
fulgente en gemas de riqueza ignota,
una tarde estival, en la derrota
se cruzó de feliz aventurero.

    A admirar su belleza el mundo entero  5
de sus hijos le envió múltiple flota,
y en sus venas vertió gota por gota
sangre de nueva estirpe: el brasilero.

   De Iberia conoció los campeadores,
de Albión los libres y severos lores,  10
de la Galia gentil, la inmortal gesta;

    y, madre ya de Ledos y de Andrades,
heroína de sus propias libertades,
¡alzó ante el Orbe la laureada testa!


II

    La señora del Austro, soberana,  15
que en magno imperio dilatarse pudo,
no asió la lanza ni embrazó el escudo,
como soberbia Juno americana.
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    Soñó con la república romana
de la gloriosa edad; y en verbo agudo  20
execró de la fuerza el cetro rudo,
baldón eterno de la historia humana.

    El mundo de los Arios, desde el Orto,
la miró entonces, en su nobleza absorto,
y en honor a sus ínclitas acciones.  25

    De sus Sorbonas le franqueó la entrada
y la hizo presidir, de mirto orlada,
en la gran Sociedad de las Naciones63.





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ArribaAbajoManuel Polo

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ArribaAbajoNota biográfica

Hijo de Cuenca y, como tal, poeta por vocación natural, no obstante, parece haber cultivado la poesía sólo a ratos perdidos, lo que es de lamentar, pues la poesía que reproducimos, tomándola de la Antología de la Academia, revela dotes muy apreciables que le merecieron ser propuesta como ejemplo de su género en el Compendio de Retórica y Poética de don Quintiliano Sánchez (1910).



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ArribaAbajoLa tarde


A mi querido amigo el señor doctor José Manuel Díaz Arízaga


ArribaAbajo    De suave resplandor con áureo velo
la eminencia del monte se engalana,
y las cándidas nubes en el cielo
tiñendo vanse de violado y grana.

   El firmamento límpido reviste  5
con mil cambiantes el azul ropaje,
y algo de misterioso, algo de triste
comienza a aparecer en el celaje.

    Es que declinas ya, tarde sombría,
entristeciendo la celeste esfera,  10
y sembrando también melancolía
en el llano, en el bosque y por doquiera.

   Al trémulo brillar de tu reflejo
la sombra de los árboles se agranda,
y el río torna su plateado espejo  15
de topacio y coral en rica banda.

    De ti, en la vega y enramada umbrías,
mil avecillas de plumajes tersos,
se despiden con tiernas melodías,
componiendo, al cantar, coros diversos.  20
—576→

    El genio del crepúsculo, entre tanto,
sobre la tierra a desplegar empieza,
con grave lentitud, su augusto manto
de tenue luz, de sombra y de tristeza.

   ¡Qué murmullos, oh tarde, qué ruidos,  25
del fondo de la selva se desprenden!
¡Y qué vagos, qué lánguidos gemidos
en la anchurosa playa el aire hienden!

   A los conciertos tétricos que ofrece
la mezcla de esas voces dolorosas,  30
que se agobian los árboles parece,
impresiones sintiendo misteriosas.

   Mientras con majestad hacia el ocaso,
bajo un dosel de púrpura, desciendes,
¡oh, qué cuadros tan tiernos a tu paso,  35
llenando el pecho de emoción extiendes!

   Su labor ruda, en la pendiente umbrosa,
el fatigado labrador termina,
pone al hombro la escarda, y a su choza,
tarareando o silbando, se encamina.  40

    En el pajizo albergue, fabricado
junto al peñón de la quebrada cuesta,
entretiénese el indio esclavizado
su bocina en tocar, grave y funesta.

    Y la esposa infeliz, mientras atiende  45
la tonada tristísima con pena,
con secas ramas el fogón enciende
y principia a cocer la pobre cena.

    En voz sentida un yaraví cantando,
al aprisco su grey conduce ufana  50
la humilde pastorcilla, hilando, hilando
el leve copo de mullida lana.
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    No de cuadros tan tiernos sólo llenas
los sitios apacibles de este campo;
en la ciudad, también gratas escenas  55
alumbra, ¡oh tarde!, tu purpúreo lampo.

   Del pintoresco Turi, cuando empiezas
a esmaltar con carmín sus gayas lomas,
desfilan por el Vado mil bellezas,
que tienen el candor de las palomas;  60

   y siéntanse en la plácida alameda,
cual ángeles que llegan desde el cielo
a contemplar debajo la arboleda
cómo caen tus sombras en el suelo.

    Y en graciosa actitud, del sentimiento  65
entregadas al dulce poderío,
se quedan en profundo arrobamiento,
con los ojos hermosos en el río.

    Y en aéreos grupos, misteriosos, bellos,
conmovidas se van de la ribera,  70
cuando mueren tus últimos destellos
tras la cumbre de la alta cordillera.

    Con tus hechizos, ¡ah, tarde del alma,
cuánto al doliente corazón recreas!
¡Tú, que mudas la pena en dulce calma,  75
bienhechora deidad, bendita seas!

    Mas ya, para dormir, un ramo busca
gorjeando el mirlo su canción postrera,
y en el follaje trémulo se ofusca
seguido de su amante compañera.  80

    Todo queda en silencio. En manso vuelo,
los ambientes del bosque apenas traen
el blando susurrar del arroyuelo
y el confuso rumor de hojas que caen.
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    Con tus encantos, pues, cual humo vano  85
acabas en la noche de perderte,
como en un día yo, nada lejano,
he de hundirme en las sombras de la muerte.





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ArribaAbajoFélix Proaño

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ArribaAbajoNota biográfica

El editor de la Antología Académica, de donde tomamos su hermosa composición «A mi hermana ciega», confiesa no conocer otros datos a este ilustre sacerdote e inspirado poeta que los relativos a su nacimiento y educación en Riobamba, donde, joven aún, sus merecimientos le habían elevado ya por entonces -1892- a la dignidad de Deán en el Coro diocesano de aquella sede episcopal.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoA mi hermana ciega tocando el arpa


ArribaAbajo    Pulsa el arpa sonora, hermana mía,
y canta al son del bíblico instrumento.
¡Pudieran hoy volverme la alegría
tu dulce voz, tu delicado acento!

   Canta como avecilla aprisionada
de duro alambre entre tupida reja,
y mientras más de oscuridad cercada,
lanza más dulce melodiosa queja.

    Grato es cantar cuando oprimida el alma
hondos pesares en silencio llora;
dulce es gozar la fugitiva calma
que un breve rayo de placer colora.

    Mas tu canto, ¡ay hermana! es cual gemido
de tórtola doliente y solitaria,
¡y la voz de tu pecho dolorido
se escapa en triste y lánguida plegaria!

   Al tañido de tu arpa, temblorosas
tus lágrimas, cual gotas de rocío,
por tu seno resbalan silenciosas,
cual sobre el mármol de una tumba fría...
—586→

    Llorar quiero contigo, hermana mía;
de tu penar la causa yo adivino:
¡de ojos que no conocen la alegría,
de ojos sin luz, llorar es el destino!

   Mirar el universo no te es dado
ni de la luz los mágicos colores,
el cielo azul de estrellas adornado,
los árboles, los montes ni las flores.

   Perpetua noche es para ti la vida,
a tus ojos el sol nunca amanece;
siempre en divorcio de la luz querida
helada tu pupila permanece.

    Después de noche triste, fría, oscura
renace el sol y alegra la mañana;
torna a vestirse el campo de hermosura,
y el hombre vuelve a su labor temprana;

   en la rueda del tiempo voladora
torna el verano y vuelven sus ardores,
pasa el invierno, y luego encantadora
vuelve la primavera con sus flores;

    todo en la vida cambia, hermana mía,
jamás el tiempo su carrera trunca;
pasa el dolor y vuelve la alegría;
¡mas para ti la luz no vuelve nunca!...

    ¡Cuán grande es tu pesar! Mas no impaciente
al llanto y al dolor sueltes la vena;
alza animosa la abatida frente
de la virtud a la región serena.

    Es planta la virtud que impía saña
de adversidad agota aquí en el suelo;
mas si agua de dolor su raíz baña,
sus blancas flores ábrense en el cielo.
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    Noche oscura y medrosa es esta vida
do inseguros vagamos tristemente,
do en constante nostalgia sumergida
el alma gime por la patria ausente.

    De tus ojos la lumbre amortiguada
no te impide mirar a Dios ni al cielo;
y si tienes el alma iluminada,
¿a qué mirar las cosas de este suelo?

   ¡Oh cuánto padecer, cuántos enojos
una sola mirada lleva al alma!
¡Cuántas veces robaron ¡ay! los ojos
al inexperto corazón la calma!

    No inclines abatida tu semblante,
no ocultes, no, los ojos apagados,
que los de tu alma pura en más radiante
lumbre serán por siempre iluminados.

   Abriranse mañana dulcemente
a otro mundo mejor, hoy no visible,
y gozarán un Sol indeficiente,
y beberán su luz inextinguible.

   Asombrados verán cómo ilumina
ese almo Sol los campos celestiales,
y cuál gozan allí de luz divina
el eterno raudal los Inmortales;

    cómo se ostenta la virtud paciente
de lirios inmortales coronada,
con un manto de luz resplandeciente,
batiendo palmas, y la frente alzada.

   Feliz allí, radiante de alegría,
tus manos pulsarán una arpa de oro,
arrancando a sus cuerdas la armonía
que acompañe a tu cántico sonoro.
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    Mitiga pues, mitiga tu quebranto,
y haz que tu arpa resuene, hermana mía,
y que en mi pecho, al escuchar tu canto,
reflorezcan la paz y la alegría.