El ojo de la ballena
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Y Dios creó las grandes ballenas. |
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| Y Dios creó las grandes ballenas | | | | allá en Laguna San Ignacio, | | | | y cada criatura que se mueve | | | | en los muslos sombreados del agua. | | |
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| Y creó al delfín y al lobo marino, | | | | a la garza azul y a la tortuga verde, | | | | al pelícano blanco, al águila real | | | | y al cormorán de doble cresta. | | |
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| Y Dios dijo a las ballenas: | | | | «Fructificad y multiplicaos | | | | en actos de amor que sean | | | | visibles desde la superficie | | |
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| sólo por una burbuja, | | | | por una aleta ladeada, | | | | asida la hembra debajo | | | | por el largo pene prensil; | | |
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| que no hay mayor esplendor del gris | | | | que cuando la luz lo platea. | | | | Su respiración profunda | | | | es una exhalación». | | |
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| Y Dios vio que era bueno | | | | que las ballenas se amaran | | | | y jugaran con sus crías | | | | en la laguna mágica. | | |
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| Y Dios dijo: | | | | «Siete ballenas juntas | | | | hacen una procesión. | | | | Cien hacen un amanecer». | | |
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| Y las ballenas salieron | | | | a atisbar a Dios entre | | | | las estrías danzantes de las aguas. | | | | Y Dios fue visto por el ojo de una ballena. | | |
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| Y las ballenas llenaron | | | | los mares de la tierra. | | | | Y fue la tarde y la mañana | | | | del quinto día. | | |
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El gabinete del pintor de bodegones |
| El pintor de bodegones encierra | | | | sombras en el cajón de la mesa | | | | y coloca cebollas sobre el paño verde. | | | | En el platón pone patas de conejo, | | | | pájaros en racimo y pescados de pupilas pútridas. | | | | Todo ello es símbolo de la fugacidad de la vida. | | |
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| El maestro evita mirar de cerca los ojos coléricos de la langosta, | | | | y traza la cara de la joven que observa con fijeza | | | | las ostras negras del deseo no saciado. | | | | Con puntualidad pinta en la bandeja de plata | | | | las viandas voluptuosas de la víspera | | | | y la cáscara de un limón medio pelado. | | |
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| El recipiente con frutos no puede faltar | | | | en el espectáculo de la naturaleza muerta. | | | | Las uvas negras del ayer no vivido son presentes desgranados | | | | y la rosa de pétalos marchitos es un sexo deseante y deseado; | | | | al cráneo amarillento por cuyas cavidades asoma la muerte, | | | | el maestro tapa con un trapo blanco. | | |
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| Su pincel pintará la luz en los rincones donde la nada anida. | | | | El pan seco del ágape reciente nos recordará que el pasado no ha | | | | muerto, | | | | que en el botellón traslúcido hay todavía destellos, | | | | deseos ahogados, miradas clandestinas, | | | | y que en el agua trémula del vaso verde | | | | nadan los brillos amargos del instante. | | |
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| El pintor de bodegones a punto de terminar su obra, | | | | cansado de plasmar la ausencia visible de las cosas, | | | | quiere pintar a Dios en la bola de cristal que refleja | | | | la realidad irreal del cuarto, | | | | pero Dios, siempre retratado, | | | | no está en sus retratos. | | |
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Poema de amor en el espacio cibernético
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Abrir o no abrir, that is the question. |
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| En la soledad del Espacio Cibernético | | | | vagando por la Ruta de los Iconos, | | | | encontré tu nombre y lo perdí. | | |
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| Dispuesto a hallar tu rostro | | | | en la Pantalla, navegué día y noche | | | | por las Luces de Eudora. | | |
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| Entré en Listas y Memorias, | | | | recorrí las ciudades de América Futura | | | | y las Playas nudistas virtuales. | | |
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| Sexoservidoras sin volumen ni sombra, | | | | paradas en la Carretera Cibernética, | | | | me ofrecieron sus brazos mercenarios. | | |
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| Pájaros inmóviles volaron en la Página Actual, | | | | los rayos de tus ojos me devolvieron al Comienzo, | | | | los sacerdotes del siglo XXI alzaron su cáliz hacia Todo. | | |
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| Ansioso de hallarte envié cartas electrónicas, | | | | abrí Ventanas, tomé Atajos, exploré Formatos, | | | | inserté Números, penetré Bandejas y Basureros, | | |
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| me metí en Programas, examiné Fotos, Periódicos, | | | | Anuncios, Opciones, frecuenté los mares del Spanglish, | | | | pero tu amor siempre se escapaba. | | |
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| El deseo no satisfecho me dio insomnio y ansiedad, | | | | y ganas frecuentes de asomarme a la ventana | | | | de un edificio de cincuenta pisos en una ciudad del Norte. | | |
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| En el laberinto de los ordenadores vi la Imagen Total de Dios, | | | | oculto bajo Vocabularios, Informaciones, Descripciones, | | | | Símbolos y Signos, y páginas de web. | | |
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| Después de viajar semanas por la Nada, | | | | creyéndote cerca, siempre lejana, cerré la puerta | | | | a la vida que se abre y se cierra con un clic. | | |
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Nostalgia de las hijas lejanas
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| Sábado. Todos los anocheceres son este anochecer. | | |
| El perro duerme en el descanso de la escalera. | | |
| La gata se ovilla en el canasto de mimbre de la ropa sucia. | | |
| Al ponerse el sol he cerrado las cortinas. | | |
| Un silencio de piso lavado se ha hecho en el cuarto, | | |
| como si nadie estuviera aquí, ni yo mismo. | | |
| ¿Soy nadie? ¿El reflejo en el espejo es nadie? | | |
| El periódico de hoy parece que trae | | |
| noticias de hace mil años, descomponiéndose | | |
| ya el mundo en un pedazo de materia orgánica. | | |
| Mas si doblo el periódico los rostros dejan de gritar. | | |
| Mis ojos ya no mirarán distancias vacías. | | |
| Abro la puerta de la casa sin saber por qué. | | |
| No me dan ganas de salir. Ni de entrar. | | |
| Siento nostalgia de las hijas lejanas. | | |
Perro espectral
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| Lo vi venir corriendo por el aire | | |
| en respuesta a la voz que lo llamaba en vida. | | |
| Todo era luz en las praderas de la tarde. | | |
| Todo era ausencia en los cuerpos presentes en la calle. | | |
| Su pelambre amarillo estaba descolorido; | | |
| sus orejas negras, transparentes. | | |
| A mi lado ya no emitía los ruidos | | |
| con que celebraba mi retorno después de las separaciones, | | |
| ni corría de un lado a otro para festejarme. | | |
| Jadeó su afecto y me extendió la pata. | | |
| Yo atravesé su pecho con la mano, | | |
| yo acaricié su hocico inconsistente; | | |
| sus mandíbulas estaban desencajadas | | |
| y sus ojos abiertos ciegos. | | |
| No sé adónde se había ido desde aquella noche | | |
| en que lo dejé dormido a la puerta de mi cuarto | | |
| y al amanecer no lo encontré esperándome. | | |
| Venía de un lugar donde no hay comida | | |
| y para beber sólo hay luz oscura. | | |
| Como a una sombra nadie | | |
| lo había llamado por su nombre. | | |
| Rápidamente nos reconocimos. | | |
| Le puse la correa roja en el cuello | | |
| y con la pata impalpable abrió la puerta. | | |
| Era hora de su paseo y salimos a la calle. | | |
| Pero en la esquina, nos desvanecimos. | | |
El deseo de ser uno mismo |
(Desde Kafka)
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| Si uno pudiera ser un jinete cabalgando | | |
| a pelo sobre un caballo transparente | | |
| a través de vientos y de lluvias | | |
| constantemente sacudido | | |
| por la velocidad de la cabalgadura | | |
| si uno pudiera cabalgar intensamente | | |
| hasta arrojar lejos de sí las ropas | | |
| porque no hacen falta las ropas | | |
| hasta deshacerse de las riendas | | |
| porque no hacen falta las riendas | | |
| hasta arrojar lejos de sí la sombra | | |
| porque no hace falta la sombra | | |
| y así viera que el campo no es campo | | |
| sino puñado de aire | | |
| si uno pudiera arrojar lejos de sí el caballo | | |
| y cabalgar solo sobre sí mismo. | | |
Las Parcas
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| Nadie lo dice, pero las Parcas | | |
| no son tres hermanas vestidas de blanco, | | |
| sino existe una para cada cuerpo | | |
| y las llevamos adentro como saliva y sangre. | | |
| No las parió el Erebo de la Noche, | | |
| sino el Minuto terco con la Sombra, | | |
| y ellas nos paren a nosotros todo el tiempo. | | |
| Si una hila, otra devana y otra corta, | | |
| parcas en palabras y en costumbres, | | |
| su parquedad es engañosa, | | |
| porque las tres atacan con tijeras | | |
| las piernas y el pecho de la gente. | | |
| «Atropos, Cloto, Laquesis» susurran los instantes. | | |
No yo
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| No yo besaré tu boca.
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| No yo miraré tus ojos.
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| El extraño que soy dentro de mí apenas se detendrá | | |
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a tu lado, después de haberte perdido muchas veces | | |
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en los laberintos carnales de otros cuerpos. | | |
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Siete millones de murciélagos chocarán contra la luz | | |
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sólo por tener la gracia de verte en el tramonte.
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| Mas cuando el amor acabe | | |
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nadie guardará memoria de esa gracia,
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| ni de los murciélagos ni del tramonte. | | |
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Nuestros cuerpos, huérfanos de dioses, | | |
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como rayos atravesando lluvias, | | |
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también se habrán desvanecido.
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| Entonces, puedes estar segura, nadie,
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| ni siquiera el amante que formamos juntos,
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| saldrá a buscarnos en la ciudad promiscua. | | |
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Nadie lamentará nada, | | |
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ni las nadas que fuimos.
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| Nadie.
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| No yo.
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Huitzilopochtli
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Y al tiempo que nació y salió el sol, todos los dioses murieron. |
FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia general de las cosas de la Nueva España. |
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| Nació feroz, ni quien lo dude. | | |
| Con su antifaz negro moteado de estrellas, | | |
| su rodela y sus dardos azules, | | |
| Huitzilopochtli era imponente. | | |
| Mamá Coatlicue, barrendera de templos, | | |
| se sintió orgullosa del hijo guerrero, | | |
| que armado salió de su vientre | | |
| listo para flechar a sus cuatrocientos hermanos | | |
| celestes, y despeñar a su hermana la Luna. | | |
| Todos los Tezcatlipocas estuvieron de acuerdo: | | |
| El dios del sol en su cénit era como fuego vivo, | | |
| con su cara rayada y su pierna emplumada. | | |
| Uitzilin, uitzilin opochtli, | | |
| cantaban los colibríes del sur | | |
| al futuro gobernante de México, | | |
| imaginándolo con la banda presidencial en el pecho, | | |
| una metralleta en la mano derecha, | | |
| y un corazón humeante en la izquierda. | | |
Midas en la piscina
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| En la ciudad no había agua, | | |
| pero Midas en su piscina olímpica nadaba | | |
| como si toda el agua de la ciudad fuese suya. | | |
| Había contado las ganancias del día, | | |
| y estaba feliz porque pensaba que la gente | | |
| estaba feliz porque él había hecho un millón más, | | |
| y porque con sus negocios había hecho más pobres | | |
| y ahora podía ayudar a los pobres. | | |
| «Los políticos y los empresarios me elogian», se decía, | | |
| «porque los que tienen mil pesos quieren un millón, | | |
| y los que tienen un millón diez millones, | | |
| y los que tienen diez desean tener cien millones, | | |
| y los que tienen cien ambicionan mil millones. | | |
| Yo tengo esos millones, y hasta más. | | |
| Pero mientras los aspirantes a millonarios | | |
| realizan su sueño, los menos ricos | | |
| y los más pobres me admiran, | | |
| porque la riqueza ajena | | |
| es la satisfacción de los tontos». | | |
Epílogo
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HORACIO, Exegi monumentum. |
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| He bajado de mi monumento. | | |
| Rompí el espejo, no creo en mí mismo. | | |
| Soy más fugitivo que el aire | | |
| y menos duradero que las ruinas. | | |
| No puedo compararme a Dante en poesía. | | |
| Ni siquiera a la lluvia que el sol borra. | | |
| Mi fama es invisible como el viento. | | |
| Desde los cuarenta no cuento los años, los descuento. | | |
| A hombres como yo que no tuvieron poder | | |
| ni dinero, sólo les queda realizarse a sí mismos | | |
| (sin monumentos). Mientras Mandamases y Midas | | |
| otorgan premios y ascensos al Olimpo,
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| yo voy ufano con el cabello hirsuto. | | |
| Que el Mono, el Puerco y el Gusano | | |
| se metan los laureles por el culo, | | |
| yo he bajado de mi monumento. | | |
Levitaciones
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La diferencia que hay de unión a arrobamiento, u elevamiento, u vuelo que llaman de espíritu, u arrebatamiento, que todo es uno. |
TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida |
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| Yo, Teresa de Cepeda y Ahumada, | | | | la monja de los arrobamientos, | | | | pasaba de los cuarenta años cuando | | | | en el aire muerto de los cuartos cerrados | | | | tuve mi primer éxtasis, y las manos del Dios vivo | | | | me alzaron sobre mí misma. | | |
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| Yo, Teresa de Jesús, sentía las manos | | | | del Dios invisible levantándome en vilo | | | | delante de las monjas de mi congregación, | | | | y sin saber qué hacer quería agarrarme | | | | del piso en ese trance místico | | | | que me hacía ver el abismo de mí misma. | | |
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| En esos arrobamientos mi cuerpo perdía su calor natural, | | | | y se iba enfriando, el suelo bajo el cuerpo se retiraba, | | | | y en medio del silencio de los sentidos la nube | | | | de la gran Majestad descendía a tierra, | | | | subía la nube al cielo, y elevándose | | | | me llevaba consigo en su vuelo. | | |
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| Yo me preguntaba en ese aire vivo, | | | | «¿Dónde se encuentra Dios?». | | | | Al ver que me llevaba no sé dónde, | | | | yo, dejándome arrebatar, lo arriesgaba todo, | | | | y entregada a la contemplación de lo Desconocido, | | | | suspendida en el aire, tenía visión del reino. | | |
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| En vano resistía esos elevamientos y ocultaba mi espanto. | | | | Cuando me acometían esos raptos no había posibilidad | | | | de oponerse a ellos, se presentaban con un ímpetu | | | | un fuerte y acelerado que veía y sentía alzarse esta nube, | | | | como si un águila me cogiera entre sus alas. Temiendo | | | | ser engañada, me oponía al levantamiento en público. | | |
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| En mi pasión visionaria veía a Dios y la Virgen en todo | | | | su esplendor, y a un ángel hacia mi lado izquierdo | | | | en forma corporal, no grande, sino pequeño, hermoso | | | | mucho, con el rostro un encendido que parecía de los | | | | ángeles solares. Le veía en las manos un largo dardo | | | | de oro, y al fin del hierro un poco de fuego metiéndoseme | | |
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| por el corazón, que me llegaba a las entrañas. | | | | Quedaba después de la pelea cansada, pues la fuerza | | | | del arrobamiento era tal que alzada el alma la cabeza | | | | iba tras ella, sin poderla tener, y todo el cuerpo en vilo, | | | | que del lecho al techo podía haber un abismo, | | | | y no sólo un abismo, sino mucho vacío. | | |
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| Como me acaecían esos arrobamientos en el coro, | | | | entre las otras monjas, o yendo a comulgar | | | | y estando de rodillas, me daba mucha pena ser llevada | | | | por los aires delante de todas, que veían a su priora | | | | estarse en éxtasis, con sus grandes ojos negros | | | | desfallecidos mirándolas desde arriba en el trance místico. | | |
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| Les pedía yo luego que no dijeran nada a nadie | | | | de lo que habían visto, que estar alzada sobre la nave | | | | no es cosa que pueda leerse en los libros de caballerías. | | | | La princesa de Éboli propagaba entre su servidumbre mis | | | | visiones de ángeles y santos, mis conversaciones con Dios | | | | y mis vuelos de espíritu descritos en el Libro de la Vida. | | |
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| Despertaba burlas y risas. | | | | Ante los tribunales de la Inquisición me acusaba. | | | | Por esa delación el inquisidor con amenazas | | | | de quemar el libro mandó recoger todas | | | | las copias conocidas y todos mis escritos, | | | | quedando el manuscrito en poder del Santo Oficio. | | |
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| Ocho años quedé yo viva, los otros cuatro muerta. | | | | No está de más agregar que una monja salida | | | | del convento me delató al Inquisidor, | | | | y que mis superiores me prohibieron abandonarme | | | | a exaltaciones místicas, ya que hasta en sueños | | | | los arrobamientos me elevaban del lecho al techo. | | |
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| Supliqué mucho al Señor que no quisiera darme | | | | más mercedes que tuviesen muestras exteriores, | | | | porque estoy cansada de andar en tanto aire, | | | | sobre todo en maitines, que es cuando me han tornado | | | | los arrobamientos, y yo, hallándome entre gentes, | | | | sentía los estremecimientos del Dios invisible. | | |
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| No sabía qué hacer, agarrándome de nada, | | | | me quedaba corridísima, quería meterme no sé dónde | | | | con harta pena. Como aquel día de la Asunción, | | | | que hallándome en el monasterio de Santa Clara, | | | | vínome un arrobamiento tan grande que me sacó de mí, | | | | y, sin poder menear pies ni brazos, tuve que sentarme. | | |
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| Estando así me vi vestir con una ropa | | | | de mucha blancura y claridad por una Virgen niña. | | | | Y vestida por ella, traté de asirme de sus manos, | | | | quedándome luego con mucha soledad, | | | | sin poder menearme ni hablar, | | | | como toda fuera de mí. | | |
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| Cuando creía que el Señor había tenido la bondad | | | | de oírme arremetía de nuevo y desde debajo de los pies | | | | me levantaba con fuerzas tan grandes que quedaba | | | | hecha pedazos, pues no hay poder contra su poder, | | | | que cuando su Majestad quiere no se puede detener | | | | el cuerpo ni el alma, ni ser una dueña de ellos. | | |
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| Máxime que después de muerta no seré propietaria | | | | de mi cuerpo: mi pie izquierdo, mi mano derecha | | | | y mi ojo izquierdo, y hasta mi corazón | | | | serán repartidos como reliquias, pues | | | | desde el día en que caí gravemente enferma | | | | fui amortajada. | | |
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| Yo Teresa de Ávila la de los arrobamientos, | | | | en los umbrales del misterio. | | | | Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582. | | |
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Afrodita y el viejo o la edad escrita en las manos |
| En la terraza del café, | | | | el viejo lee su edad | | | | escrita en las manos. | | |
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| Las pecas, las venas, los canales, | | | | los surcos rugosos, los huesos trapecio | | | | y metacarpo, denuncian los años. | | |
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| De la muñeca a las yemas de los dedos, | | | | de la palma al dorso, se observan las marcas | | | | del tiempo como anillos en troncos añosos. | | |
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| Él se abisma en la parte central donde se borran | | | | las líneas de la vida y surgen cinco dedos crispados, | | | | el gordo, el índice, el cordial llamado grosero, | | |
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| el anular y el meñique, los cuales, lúbricos, | | | | ansían explorar el culo orondo de la Afrodita | | | | viva que va por la calle como un sueño. | | |
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| El tacto recuerda pasados contactos, | | | | pues la piel tiene su memoria propia | | | | como si el cuerpo mismo recordara. | | |
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| Mas el deseo se desvanece cuando el viejo | | | | descubre en las palmas y en los dorsos | | | | su edad escrita en las manos. | | |
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El ojo negro de la totalidad
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| El dios jaguar salió del inframundo. | | |
| La luz del mediodía se volvió ceniza. | | |
| La sombra de la Luna cubrió la Tierra. | | |
| El cono blanco del Popo se tornó humo. | | |
| La pirámide del Sol se hizo tiniebla. | | |
| El alumbrado público se apagó. | | |
| El crepúsculo espectral alcanzó al cielo. | | |
| La noche de siete minutos comenzó. | | |
| El eclipse del milenio cobró forma. | | |
| La corona radiante rodeó al Sol. | | |
| Plumas de oro cubrieron el espacio. | | |
| El ojo negro de la totalidad miró hacia abajo. | | |
| Rojo. Verde. Blanco. Azul. | | |
| Unos segundos. | | |
| Eso fue todo. | | |
El festín de Bert
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Bert Schierbeek, «De deur» |
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| El vidrio estaba helado en la ventana. | | |
| Al Vondelpark la primavera no había llegado. | | |
| Bajo la lluvia el ayer y el hoy parecían iguales. | | |
| Bert llegó en un taxi. Sacudido por el viento | | |
| entró a su casa. En silla automática lo subieron | | |
| por la escalera como a un poeta rumbo al cielo. | | |
| En el hospital le habían diagnosticado cáncer. | | |
| Ninguna medicina podría curarlo de la muerte. | | |
| Sus pasos finales andaban fuera de sus poemas. | | |
| Su mujer había ido temprano al supermercado. | | |
| Yo era el invitado extranjero. El amigo de años. | | |
| Había venido para acompañarlo en su último lunch. | | |
| Su apetito era insaciable, quería devorar la vida | | |
| hasta la indigestión, hasta la inconciencia, | | |
| como si sus manos y sus ojos tuviesen hambre. | | |
| Sentado a la mesa lo vi atacar arenques, anguilas, | | |
| ostras, mejillones, patatas, jamones, quesos, panes, | | |
| chocolates fundidos, compota de ciruelas, cafés, | | |
| speculaas, pastelitos de hojaldres y helado de vainilla. | | |
| Para colmar su sed bebía ginebra, cerveza, vino blanco, | | |
| y, como si hiciese falta, con la mirada tragaba el agua quieta, | | |
| pero elusiva, de los canales de Amsterdam. | | |
| Su memoria, esparcida en ciudades y soledades, | | |
| se juntaba con un presente en forma de comida. | | |
| «Las nubes son las montañas de Holanda», le dije. | | |
| «Entonces yo soy una puerta», dijo él, y siguió | | |
| comiendo trozos de vida, fragmentos de poemas, | | |
| la geografía rota de su rostro surcado de arrugas. | | |
| Todo mientras un oscuro día frío | | |
| entraba por la ventana y cubría su cuerpo. | | |
La misión de Julio
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| Ojo de Vidrio, dijo: «Julio, pon tus asuntos | | |
| en orden, prepárate para hacer un viaje. | | |
| Saldrás de madrugada en misión especial. | | |
| Cuatro compañeros irán contigo. No debes contárselo | | |
| a nadie. No te despidas de tu mujer ni de tus hijos. | | |
| Cuando estés en la puerta, diles: «Ahorita vengo». | | |
| Saldrás todavía oscuro en una camioneta negra. | | |
| Aquí están las llaves. Cuatro halcones irán contigo. | | |
| En un jeep partirán antes peinando el horizonte. | | |
| Cogerás la Sierra Madre. Dormirás a la intemperie. | | |
| Por los ranchos pasarás sin detenerte. | | |
| Encuentres a quien sea, no te pares, | | |
| sigue de largo, no vuelvas los ojos para ver a nadie. | | |
| Al coronel en el retén muéstrale tus documentos. | | |
| No abras la boca. Te dejará pasar. | | |
| Así el sargento, así el capitán, así el policía federal. | | |
| Todos saben que vas de mi parte. Cuando en la carretera | | |
| te des cuenta que no te sigue el jeep de los halcones, | | |
| no te sorprendas, estás cerca del búnker | | |
| de El Hijo de la Muerte. Síguete de frente | | |
| hasta topar con pared. Hallarás una puerta pequeña | | |
| detrás de la cual está una propiedad amurallada, entra. | | |
| No te asustes por el trazo circular de las calles que llevan | | |
| a ninguna parte. Son arterias engañabobos. | | |
| Ingresarás a la mansión por la puerta de la izquierda. | | |
| Estará vigilada. Los guardias te apuntarán al corazón | | |
| y a las sienes con rifles de asalto. No tengas miedo. | | |
| Cuando pases por el zaguán pretende que no están allí. | | |
| O que los pistoleros son jardineros o cocineros. | | |
| Sigue tu instinto. No vayas a dar un paso en falso | | |
| o a mostrar curiosidad, porque te mueres. | | |
| Cuando estés delante de El Hijo de la Muerte | | |
| dale este paquete cerrado, y si él te pregunta | | |
| si contiene dinero, drogas o armas, | | |
| responde que ignoras su contenido y que no sabes | | |
| el nombre de la persona a la que le estás dando el paquete. | | |
| Y si como distraído te pregunta si te detuviste | | |
| en el camino para comer o pasar la noche, dile que no, | | |
| que trajiste comida y bolsa de dormir. Y si por casualidad | | |
| te cuestiona sobre quiénes eran los militares que hallaste | | |
| en los retenes responde que no los viste, | | |
| que unos hombres te dejaron pasar y no tienes la más | | |
| mínima idea de cómo eran ellos. | | |
| Cuando acabado el interrogatorio y entregado | | |
| el paquete El Hijo de la Muerte te diga que pasarás | | |
| la noche en el viejo establo, y dos guardias te conduzcan | | |
| fuera de la mansión, no al establo, sino a una mazmorra | | |
| oscura, y te digan que no te darán de comer ni de beber, | | |
| pero que todo el aire que hay allí es tuyo, acéptalo, | | |
| porque en ese momento habrá terminado tu misión». | | |
La puerta |
| Era cierto que había un guardia en la Puerta, | | | | pero la Puerta era invisible. En torno de la Puerta | | | | no había muros ni hombres para guardarla. | | | | A kilómetros a la redonda, ni en el Norte ni en el Sur, | | | | ni en el Este ni en el Oeste ni en el Centro | | | | había centinelas, torres de vigilancia, nada. | | |
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| En el horizonte sin puertas ni paredes ni árboles | | | | no se oían ruidos humanos ni animales. | | | | Sólo se oía el silencio, un silencio de hierbas rastreras, | | | | un silencio interior y exterior que atravesaba el llano | | | | como un gemido de antaño, como un presente vacío, | | | | como de algo inenarrable que está por suceder. | | |
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| Lo cierto es que alguien le había dicho al guardia | | | | que vigilara al hombre de la Puerta. Pero como él nunca | | | | había visto al hombre de la Puerta, ni siquiera la Puerta, | | | | llegó a sospechar que la Puerta era sólo el nombre | | | | de un lugar, una abertura en el aire, un vano que iba | | | | del suelo al cielo por el que nadie entraba ni salía. | | |
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| Por la Puerta no se llegaba a la Zona del Silencio, | | | | ni al pueblo de los ladrillos de oro, ni a los pasos | | | | de la frontera ni a los caminos de la Sierra Madre | | | | ni a un puerto atacado por los vientos. | | | | Una extraña soledad untada a las piedras y a los cactos | | | | recorría el paisaje que parecía balbucir algo. | | |
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| De noche hacía frío. O un calor extremo. | | | | O una oscuridad sin fondo semejante | | | | a una oscuridad sin hombre. | | | | Hasta que la Puerta, la dichosa Puerta, | | | | que supuestamente no existía, que nadie había abierto, | | | | de repente se abrió en todas partes al mismo tiempo. | | |
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Midas y su novia en la pirámide del Sol
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| En el poniente surgió un insecto metálico. | | |
| Venía de la ciudad del ruido. | | |
| Anochecía en Teotihuacan | | |
| y los vendedores de baratijas se habían ido. | | |
| No así los espectros de los sacerdotes | | |
| del sacrificio humano, transparentes, | | |
| camuflados con las piedras y las sombras. | | |
| La aeronave de alas giratorias descendió | | |
| sin ruido, como dotado de silenciadores. | | |
| A los pasajeros vestidos de gala recibieron | | |
| guardaespaldas, edecanes y meseros. | | |
| Pero no eran Quetzalcóatl ni Tláloc | | |
| que volvían a la ciudad de los dioses, | | |
| eran Midas y su novia que llegaban | | |
| para celebrar su cincuenta aniversario. | | |
| En la plataforma la mesa estaba puesta | | |
| con vajilla de plata, candelabros prendidos | | |
| y champaña helada en cubetas. | | |
| Una discreta orquesta amenizaría la cena. | | |
| El rey de los banqueros y su novia | | |
| pasearían la mirada por la pirámide de la Luna | | |
| y la Calzada de los Muertos, ellos, los muertos en vida. | | |
| Terminada la cena, el aparato despegaría, | | |
| atravesaría la oscuridad poluta, | | |
| volando sobre la ciudad de los pobres | | |
| como un vampiro luciente. | | |