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ArribaAbajoSegunda parte

El sabio


Analizando su obra, lo que más impresiona es su equilibrio espiritual y su integral sabiduría. Bello era el prototipo del hombre equilibrado: el entendimiento, ágil y claro; la memoria, de un natural feliz robustecido por intenso ejercicio; la imaginación, viva, pero jerarquizada; la sensibilidad, exquisita, pero sujeta siempre a la recta razón; la voluntad, serena y consciente: lo suficientemente para combatir la reacción de la inercia social ante el progreso, lo admirablemente tenaz para persistir largos años en arduos e improductivos trabajos. Dueño de estas superiores facultades, desarrolladas plenamente dentro de la armonía que exige la naturaleza, conocedor profundo de la Filosofía, pudo pensar con corrección en campos variados del saber.

Sabio: es el epíteto que mejor le cuadra. Sabio, porque conoció las supremas verdades de las cosas; sabio, porque -aunque con humildad preciosa reconoció que su ciencia era poca ante el caudal inagotable de los conocimientos- sintió la responsabilidad del que tiene conciencia de su propio valer; sabio, porque con entusiasmo infatigable profundizó el conocimiento de la vida para orientar a sus discípulos; sabio, porque supo vivir amoldado a las normas de la Ciencia Suprema, porque supo ser bueno, porque supo sentir estrechamente unida la trilogía que forman la Verdad, la Bondad y la Belleza.

Enorme es la distancia que separa a Andrés Bello de muchos representantes de nuestra cultura en el momento actual. Porque abunda lamentablemente entre nosotros el tipo de erudito a la violeta cuya superficie de conocimiento es proporcional inversamente a la profundidad. Y por eso mismo, es bueno recordar la admonición del sabio ante la idea de la creación de la Universidad de Chile: la de no «permitir que el mediano saber o el superficialismo, tal vez más fatales para las naciones que la ignorancia, ocupen el lugar del verdadero mérito que solo puede ser puesto a la prueba i jeneralmente reconocido por medio de estos cuerpos científicos»61.

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Trabajando sobre la base firme de una educación filosófica; desarrollada metódicamente su razón en ruta a la Verdad Suprema; encaminado su albedrío hacia el Bien Absoluto; cultivado su gusto por la lectura -lenta y constante como ha de ser la lluvia para fertilizar la tierra- de los mejores escritores que le precedieron, no es posible extrañar que Bello, dotado de un talento poderoso, estudiara con satisfactoria maestría problemas de muy diversa índole.

Clásica fue la educación de Bello; pero no clásica en el sentido equivocado de mantenerse aislado de toda evolución y considerar dogmas los más nimios pormenores de escuela. Clásica en la acepción clásica, si se me permite el juego de palabras: en el sentido de estudiar la naturaleza humana y deducir de ella un núcleo restringido de principios absolutos e inmutables que presiden las investigaciones, y respetar la enseñanza de los maestros, pero reconociendo que el ancho mundo intelectual es objeto de constante evolución. Este concepto mixto de tradición e innovación se muestra del modo más palpable al recordar que muchos de sus contemporáneos atacaron sus innovaciones, en tanto que otros le tildaron de anticuado.

Filósofo, artista, filólogo, pedagogo, jurista, sociólogo: simples aspectos de un brillante conjunto. Integralmente sabio: dotado de aquella sabiduría profunda para la cual el Universo es un agregado de relaciones armónicas y todas las ciencias se entrelazan y armonizan. Andrés Bello es igualmente sabio cuando codifica el Derecho chileno, como cuando en una sencilla poesía, que revela el equilibrio de su alma, canta en el álbum de una dama o alaba entusiasmado la introducción de la vacuna antivariólica en la Capitanía.

Esa armonía, ese superior equilibrio de Bello, es el eje primordial de este ensayo. Hoy, cuando perdura todavía, anacrónicamente, entre nosotros el destierro de la educación rectamente clásica por prolongada consecuencia de una reacción exagerada contra el clasicismo detallista, estrecho, anquilosado del siglo XVIII; hoy, cuando resuena como una admonición para nosotros la queja que formulara el profesor Marion en un discurso inaugural de Terapéutica en la Universidad de París62 contra la falta de preparación general, necesaria para él en los estudios médicos como en cualquiera otra disciplina intelectual, y su llamado por la restauración de los estudios clásicos; hoy, cuando se abandona el sistema pedagógico que reconoce la jerarquía de los valores y tiende a desarrollarlos todos dentro de esa debida jerarquía: el contraste me ha sugerido estudiar a Bello integralmente, como   —35→   un brillante, cada una de cuyas facetas aporta su valor en el conjunto pero vale precisamente en el conjunto.

Hoy, en fin, hoy más que nunca suenan como la definición de su propia personalidad las palabras que el mismo Bello dijera en su Discurso de instalación de la Universidad de Chile: «Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad i armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen»63.

El Sabio que fue Bello; el hombre que supo desarrollar en su vida y en su obra una cultura integral, armónica, jerarquizada, irá apareciendo sin esfuerzos ante el lector con la sola exposición de sus rasgos más salientes. Porque Bello fue un filósofo, que cultivó con entusiasmo y afán el campo de la Filosofía, internándose con paso lento y firme en el mar proceloso de las luchas de escuela y desarrollando un cuerpo de ideas que refleja su asombrosa madurez y puede servir aun para estudiar un panorama de la filosofía en la época suya; un artista, que nos cautiva no sólo por sus obras, sino por su concepción de lo bello, su concepción del arte y la delicadeza de su sentido crítico; un filólogo revolucionario y creador, y al mismo tiempo salvador -como se le ha reconocido- de la unidad lingüística de Hispanoamérica: que tenía un profundo dominio de la ciencia del lenguaje, un concepto acerca del nacimiento y evolución de éste, un afán entusiasta por la legítima pureza del idioma acompañado de un visible interés porque no se vedara la entrada de neologismos bien formados y capaces de enriquecerlo; un pedagogo que dedicó la mayor parte de su vida a la enseñanza y desarrolló al mismo tiempo un concepto teórico sobre los problemas educacionales y un sistema ordenado de enseñanza; un jurista que sin jactancia y sin prisas echó en el Derecho Privado y en el Derecho Internacional las más claras bases de la organización jurídica de su América; un pensador, en fin, profundamente vinculado a los problemas de la historia y de la vida y que, por tanto, no puede conocerse íntegramente sin un análisis de sus ideas sociales y políticas.

Esta múltiple actividad pudo realizarse, en gran parte, por un fenómeno sociológico que muchas veces ha sido señalado. Los pueblos marchan, hacia su desarrollo, en el camino de la especialización. El progreso y la población imponen la formación de elites, especializadas en sectores cada vez más estrechos de actividad o de investigación: y se preocupan los hombres de más maduro pensamiento, por buscarle remedios en la unidad fundamental de las ciencias humanas, a la deformación que para el espíritu humano podría resultar de este encerrar la vida dentro de las paredes   —36→   limitadas que constituyen «su campo» para un especialista. Las sociedades jóvenes y no muy formadas rechazan, al contrario, el desarrollo del especialismo. Al hombre superior que surge, se le exige capacidad y comprensión en diversos órdenes humanos. La realidad social impone generosa actitud para darse a interpretar y resolver muy complejos problemas: nuestros mayores valores humanos han de significarse por su capacidad de síntesis.

Bello, llegado al momento de dar, hubo de lanzarse en las más variadas tareas. Publicaba una Cosmografía al mismo tiempo que se ocupaba de redactar un Código civil. Pero lo singular de su personalidad está en que, porque era un humanista y porque era un genio, en casi todas ellas sobrepasó la medida de lo mediocre y vulgar. Sus Principios del Derecho de Gentes, por ejemplo, surgieron de la necesidad de elaborar un texto adecuado a la enseñanza de la disciplina en los pueblos de América: tímidamente aparecieron rubricados por las iniciales debajo de las cuales se escondía el autor. La prueba de fuego de la crítica, ya por más de cien años, ha puesto de relieve el valor indiscutible de una obra que quizás en Europa no se habría publicado, porque en Europa su autor habría tenido que escoger un solo campo (¿filosofía tal vez?, ¿tal vez filología?) más allá del cual no se le habría reconocido autoridad para escribir ni hablar.

La actividad periodística de Bello, por ejemplo, estímulo de gran parte de su producción escrita, revela las características necesidades de América. Era un periodista para sus pueblos jóvenes que necesitaban instruirse sobre sus riquezas naturales, sobre su cultura, sobre su historia, sobre las grandes verdades difundidas en la humanidad. Así, redactor, primero, de la Gazeta de Caracas, luego, en Londres, de la Biblioteca Americana y del Repertorio Americano, y después y principalmente, perseverante redactor de El Araucano, de Santiago de Chile, desde su fundación (1830) hasta 1853, supo encarnar el papel del verdadero periodista, que como el orador de los tiempos de Grecia y de Roma, tiene que dirigir y enseñar. No estaba hecho para realizar una estéril labor informativa, de esas que obligan a las masas a formarse criterio de las cosas o disimuladamente le conducen por senderos de desorientación: él tenía que ser en el periódico el maestro, bondadoso y sereno, que criticaba libros o espectáculos, estimulando y corrigiendo, que informaba de los hechos interpretándolos sana y cristalinamente, y sobre todo, que tenía siempre ante los ojos un claro sendero de ética periodística: «Si el verdadero objeto de los periódicos es difundir las luces, e indicar a los hombres los medios mas aparentes para lograr su prosperidad, el escritor honrado debe evitar cuidadosamente todos los artificios del engaño i   —37→   de la seducción, i contraerse a proporcionar a sus conciudadanos una ilustración sana»64.

No puede sorprender, por lo dicho, que Bello tratara en sus periódicos materias muy variadas. Desde la Física o la Astronomía, la Botánica o la Geografía, la Química o la Zoología, hasta la Historia o la Filosofía, la Política o la Sociología. Reo de prolijidad me haría, por ejemplo, si enumerara todos sus trabajos científicos: pero no quisiera dejar de dar al lector una idea de cuál sería esa prolijidad. Para ello bastará leer un párrafo de Amunátegui en la Vida de Bello, relativo apenas al Repertorio Americano, que vivió sólo entre 1826 y 1827: «Don Andrés Bello -dice-, redactó además una sección titulada Variedades, que comprendía artículos cortos sobre los telescopios, el vapor, la sangre, la aguja magnética, el mal de piedra, la navegación fluvial, la meteorolojía, la dijestion, la localidad nativa de la platina, la miel venenosa del Uruguai, el hombre salvaje, el oríjen de la yuca, el cultivo del cafe en Arabia, el árbol de leche, la culebra de cascabel, la cascada del río Vinagre, el análisis químico de la leche del palo de vaca, la huitia de Cuba, la serpiente amarilla de la Martinica, la leche venenosa del ajuapar, la lonjevidad de los árboles, el árbol de pan, la altura comparativa de los montes, las minas de oro i platina en los Montes Urales, la temperatura del hombre i de los animales de diversos jéneros, la figura de la tierra, el aceite esencial de un árbol de la América Meridional, los estragos ocasionados por una tromba o manga de aire inflamado, los terremotos de 1826, las causas físicas de la locura, el remedio contra la fiebre amarilla, la lluvia i las inundaciones en la Canarias»65. Si tuvo el lector la paciencia de leer (y para hacerlo en voz alta y de corrido tendría que tomar ancho resuello), observaría la preocupación americanista y el empleo que para ello hubo de hacer hasta de sus frustrados estudios de Medicina en la Universidad de Caracas.

¡Lejos de mí la afirmación inhumana de que Bello fue un genio de la Astronomía o de la Química, de la Zoología o de las Matemáticas! ¡Lejos, la afirmación irresponsable de que como, Filósofo puede tomar el rango de un Kant, o ni siquiera de un Cousin! No quisiera dejar al lector la impresión de que considero al biografiado como un oráculo intocable. Mas, no es posible negar que tenía que haber una profunda y magnífica sustancia humana para descollar como descolló en la poesía y en el Derecho, y en la Gramática, y escribir ensayos filosóficos de valor indiscutible, y a la vez abordar con maestría y simpleza temas los más diversos para orientar a su pueblo.

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Pero tampoco (¡mucho menos!) seré yo quien acometa pretenciosamente la tarea de ir juzgando, erigido en maestro del maestro, en qué pudo acertar y en qué pudo don Andrés Bello estar equivocado. Yo iré presentando sus ideas, tales como las he encontrado en sus obras, tratando de situarlas dentro de su propio ambiente histórico. Y para hacerlo, he querido presentar como introducción fundamental el boceto de conjunto del sabio, en el cual se irán colocando diversas pinceladas y colores que irán precisando su figura. El sabio es el resumen armónico de sus actividades filosóficas, artísticas, jurídicas...; y si en esta impresión de soberbio conjunto y armonía al servicio de América, que he querido dejar al lector, coincidieron mentalidades tan asombrosas como las de don Marcelino Menéndez y Pelayo o don Cecilio Acosta, o Barros Arana, óigase cómo también coincidió un contemporáneo y amigo personal suyo, don Mariano de Egaña, siendo Plenipotenciario de Chile en Londres, al escribir a su Ministro de Relaciones Exteriores sobre Bello: «Educación escojida i clásica, profundos conocimientos en literatura, posesión completa de las lenguas principales, antiguas i modernas, práctica en la diplomacia, i un buen carácter, a que da bastante realce la modestia, le constituyen, no solo capaz de desempeñar mui satisfactoriamente el cargo de oficial mayor, sino que su mérito justificaría la preferencia que le diese el gobierno respecto de otros que solicitasen igual destino»66.

Esa «educación escogida y clásica» y «profundos conocimientos» en variadas disciplinas (Egaña); esa «formidable facilidad para asimilarse de los conocimientos más heterogéneos y variados» (Barros Arana), que le hizo «comparable en algún modo con los patriarcas primitivos», constructores, poetas, filósofos y legisladores (Menéndez y Pelayo), es lo que hace de Bello, «el que lo supo todo» (Cecilio Acosta), el sabio integral y humano, por excelencia, de la América. Veamos precisamente, en el análisis de sus principales facetas, cómo se nos va manifestando el equilibrio admirable de su profunda sabiduría.

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I

El filosofo

La base de sus múltiples actividades había de ser, forzosamente, un bien elaborado y profundo cimiento filosófico. Un cierto modo, al llamársele sabio, se le llama indirectamente filósofo, en el sentido de poseer unificadas las raíces de los conocimientos humanos; pero también, si se piensa en la disciplina especializada que ha venido tomando el nombre de Filosofía, se encuentra en Bello una figura interesante.

No alcanzó Bello en el campo de la Filosofía el rango revolucionario y creador que lo acreditara como jefe de una escuela, tal como sucediera por ejemplo con el Bello poeta americanista, o con el Bello de la Gramática para uso de los americanos. Era demasiado modesto para arrogarse la creación de todo un nuevo sistema filosófico y estaba profundamente convencido de las verdades cardinales de la filosofía clásica para adoptar una actitud iconoclasta. Pero no por ello dejó de exponer un análisis muy personal para determinados problemas filosóficos y de reflejar una elaboración meditada y profunda de las variadas y poderosas influencias que sufrió.

Para Menéndez y Pelayo, su Filosofía del Entendimiento (primer volumen de un Tratado de Filosofía que no llegó a concluir), «es sin duda la obra más importante que en su género posee la literatura americana»67. La opinión es autorizada; parte de uno de los mejores y más informados críticos de la lengua española, incapaz de elogiar una obra filosófica vulgar o intrascendente.

Sin un neto concepto filosófico la figura de Bello no habría podido llegar a su altura y vastedad científica. El juicio de don Marcelino tendría necesariamente que formarlo cualquiera que leyera sus obras, aun antes de estudiar la parte estrictamente filosófica, la cual se halla comprendida por la Filosofía del Entendimiento; por artículos sobre la Filosofía Fundamental de Balmes, a quien se refiere como «escritor merecidamente popular,   —40→   i acaso el pensador mas sabio i profundo de que puede hoi gloriarse España»68; por estudios sobre el Curso de Filosofía de M. Rattier, o sobre La teoría de los sentimientos morales de M. Jouffroy, e incidentalmente por sus Discursos universitarios y otros varios de sus numerosos opúsculos críticos.

Huella imborrable de los maestros caraqueños

Las ideas filosóficas de Bello reflejan el corte de la filosofía clásica. Aunque matizada de inconsecuencias, principalmente en la Psicología y en la Lógica, su formación clásica se depura y perfila al ascender a los principios fundamentales de la Filosofía. Se ve que la formación recibida en su querida y colonial Caracas constituyó un sólido esqueleto, mantenido en el curso de su larga vida como algo propio y característico.

En su largo camino del Nuevo al Viejo Mundo y del Hemisferio Norte al Austral, aparece imborrable la huella de sus maestros caraqueños. En la tarde apacible de la Colonia, su sed devoradora de enseñanzas encontró la influencia decisiva de hombres cuyó pensamiento y cuyo sistema le dejaron orientado para siempre.

Fue el primero y el más singular, y el de influencia quizá más poderosa por temprana, el religioso fray Cristóbal de Quesada. Según la tradición oral trasmitida por don Andrés a Amunátegui, fue un fraile mercedario que, después de haberse fugado del convento, regresó a él para dedicarse por entero a la vida religiosa y al estudio. No enseñaba por lo general; pero el tío fray Ambrosio logró interesarlo con el niño Andrés, cuyo ingenio empezaba a revelarse69. Así fue como fray Cristóbal lo inició en los estudios clásicos, con una disciplina tan severa que detuvo sus deseos de entrar a la Universidad hasta perfeccionar sus estudios de latinidad. Fue su dirección la que le guió hasta la muerte del maestro, ocurrida en 1796. En el testimonio recogido por el señor Amunátegui, fue «un profesor como se habrían encontrado entónces mui pocos iguales en toda la estensión de la América Española, segun el mismo don Andrés lo advertia, cuando recordaba los hechos de su juventud»70.

De don José Antonio Montenegro, presbítero, primer profesor universitario de Bello, parece que la influencia no fue determinante   —41→   sobre el joven alumno, pero sí la de don Rafael Escalona, discípulo y continuador de Marrero -el introductor de la Filosofía Moderna en la Universidad de Caracas-. Escalona fue su profesor de Filosofía hasta la obtención del grado de Bachiller en Artes. «Don Andrés Bello, según Amunátegui, conservó siempre el mas grato recuerdo de los servicios que debía al presbítero don Rafael Escalona». Cuando su hijo Carlos vino en 1846 a Venezuela, uno de los principales encargos de su padre fue el de visitar al anciano filósofo71.

En el piélago de variadas influencias

Lo robusto de aquella formación descuella, si se toma en cuenta lo vario y poderoso de las influencias que sufrió. La lectura de autores modernos, iniciada ya indudablemente en Caracas (Caracciolo Parra León demostró documentalmente la presencia y conocimiento de los filósofos modernos en la vieja Universidad de Santa Rosa), se hizo voraz en Londres y se mantuvo en Chile hasta el fin de sus días. Seguir paso a paso el dédalo de esas influencias sería aspiración para una monografía de envergadura, limitada al campo de sus ideas filosóficas. Pero se puede tener de ellas una idea, con la enunciación de los autores que más repetidamente aparecen nombrados en el curso de sus estudios filosóficos72.   —42→   Con la referencia a los más familiares, se puede obtener una idea aproximada de las influencias que lo solicitaron.

Sorprende, ante todo, por la época, la escasez de citas de los enciclopedistas. De Voltaire, algunas de cuyas piezas literarias había traducido ya en Caracas, sólo se encuentra una cita sobre la existencia de Dios73. A Rousseau no lo nombra en cuestiones de fondo, sino en anécdotas que revelaban el conocimiento de su vida, como la de que lo afectaba de manera especial el sonido de las campanas y mencionarlo como ejemplo de la viveza y pormenores de los recuerdos de su infancia, al estudiar psicológicamente el fenómeno de la atención74. De D'Alembert alguna vez se expresa como «ilustre filósofo»75.

El nombre de Descartes sólo se encuentra en su Filosofía una vez y de manera tan desfavorable que se le llama alucinado «hasta el punto de sostener que los animales son máquinas destituidas de sensibilidad»76; pero sí son, en cambio, bastante aludidos algunos de los seguidores de la filosofía cartesiana. Malebranche, Leibniz, Samuel Clarke, Hume, aparecen alternativamente en las páginas de la Filosofía del Entendimiento77.

Kant también está (¿cómo podía faltar?) entre sus citas, y de manera especial cuanto a los juicios, su división en analíticos y sintéticos, empíricos y a priori, clasificación que admite con reservas78. Pero el idealista con el cual su familiaridad aparece más íntima fue «el perspicaz Berkeley, obispo de Cloyne», cuya concepción de las influencias divinas como causa de las sensaciones llegó a creer incondenable desde el punto de vista filosófico, aunque este error fue ocasión para que hiciera una paladína confesión de fe rechazando el idealismo berkelyano como opuesto al dogma católico79.

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En latín cita Bello a Bacon, cuyo anatema contra las causas finales sólo acepta si «se quiere decir que el fin no produce los medios» pues «se sienta una proposición que nadie puede dudar», pero rechaza terminantemente «si se pretende que no hai propiamente medios i fines, sino causas i efectos, que los ojos no han sido hechos para ver, sino que vemos porque tenemos ojos»80. El nombre de Hobbes aparece varias veces81. Locke, cuyo Ensayo sobre el entendimiento había escogido por texto cuando aprendió el inglés82, tiene también abundante recuerdo: a veces censurándolo, como cuando reconoce su error «en confundir con las sensaciones las ideas de relación, productos de la actividad intelectual, conceptos de la razón pura»; otras muchas defendiéndolo o apoyándose en argumentos suyos83. Condillac le es también familiar: en parte lo acepta, pero rechaza de modo directo su error de «hacer consistir todas las operaciones i facultades del alma en el solo hecho de la sensación»84. Los autores de la escuela escocesa le son íntimamente conocidos, y sus obras dejaron repetidas huellas en las construcciones psicológicas y lógicas de Bello: los nombres de Reid «el ilustre jefe de la escuela escocesa»85, Dugald Stewart86 y Tomas Brown87 son, sin duda, los que más a menudo aparecen ante los ojos del lector de la Filosofía del Entendimiento. Cabanis también aparece88 lo mismo que Desttut-Tracy89 y John Stuart Mill, a quien conoció de niño en Londres, cuyo padre, James Mill, fue su amigo personal, y del cual rechaza Bello, con gran entereza la negación de las causas libres incluida en su System of Logic90.

También revela Bello bastante contacto con el «ilustre filósofo francés Víctor Cousin, el jefe de la escuela ecléctica91. Laromiguière, considerado por algunos ecléctico y aun precursor de Cousin (aunque otros le suelen considerar como sensista), es citado también por sus Leçons de Philosophie92.

Escasean los filósofos griegos: apenas aparece una vez Platón93   —44→   y otra Pirrón, a quien recuerda para distinguir la teoría de Berkeley de «los delirios de aquel filósofo de la antigüedad que dudaba de todo», aunque «es de creer que no hubo filósofo que profesase tan absurda doctrina, i que la de Pirron fue tan mal entendida por los antiguos, como la del obispo de Cloyne lo ha sido jeneralmente de los modernos»94.

Párrafo aparte merecen, en fin, las alusiones a Aristóteles y a los escolásticos, las cuales voy a trascribir, para poder formar un concepto completo, no sólo de la Filosofía, sino también de sus otros trabajos. Resalta en ellos su admiración por el Estagirita, pero abundan las frases condenatorias y despectivas hacia los escolásticos, hacia el «tontillo de la doctrina aristotélico-tomista» de que habla en su carta a Gual, críticas que se refieren a las exageraciones de que con el andar del tiempo se había recargado la doctrina. Veámoslo: «Fué dotado Aristóteles, dice en la Historia de la Literatura, del jenio filosófico mas elevado. Pensador profundo, observador perspicaz, desterró de sus obras la imajinacion. Abrazó todos los ramos de investigacion científica que se habian conocido hasta su tiempo, i no hubo ninguno que no le debiese grandes adelantamientos. Inventó la injeniosa teoría del silojismo, dió el primer sistema de lójica, creó la historia natural; su metafísica, primer ensayo de una ciencia nueva, es digna todavía de estudiarse; su política, aunque no se remonte a los primeros principios, está llena de máximas i observaciones admirables. En su moral resplandecen ideas tan delicadas, como sólidas, sobre la naturaleza del hombre, expuestas con una sencillez a veces sublime»95. Al estudiar el método de las matemáticas, lo cita en griego96. «Doi una alta importancia a los estudios lójicos, dice en otra ocasión, incluyendo en ellos al del raciocinio inductivo, que conviene a las ciencias experimentales, i el de la crítica que pesa los testimonios o interpreta los textos dudosos. Ni llevo mi admiración a lo moderno hasta el punto de mirar con desprecio la herencia de aquel gran jenio que con tanta sagacidad trazó el camino de la razon en algunos de sus mas familiares procedimientos. No me avergüenzo de pensar que la teoría aristotélica del raciocinio merece estudiarse: en esta materia, como en otras, no debe confundirse el uso con el abuso»97. El abuso: eso es lo que critica en el escolasticismo exagerado que provocó la reacción de la Filosofía moderna. «Los escolásticos erraron pretendiendo   —45→   darnos en su silojismo el instrumento universal de la razon humana»98: alusiones como ésta se repiten en diversos artículos99; pero todas se sintetizan en la siguiente, referente al hábito de dedicarse a una sola disciplina intelectual y de censurar el exclusivismo matemático: «Bajo este punto de vista es mucho peor la filosofía escolástica, reducida a emplear por único instrumento el silojismo; i perdida en abstracciones sutiles que no tenian como las matemáticas aplicacion alguna ni a las ciencias naturales, a las ciencias sociales, ni a las artes»100. Ese escolasticismo que ahí retrató es el que merece sus acerbas críticas, críticas que no tocan de ninguna manera al escolasticismo de la Edad de Oro; lo cual se pone de manifiesto más aún en el hecho de que no cita nunca a Santo Tomás (el formidable Aquinas, de Chesterton) en sus propias fuentes. Lo cual, por otra parte, no era de extrañar en él, ya que la generalidad de los hombres de ciencia de su tiempo conocieron al escolasticismo sólo en las críticas que se le hicieron en un período de degeneración, y no estudiaron directamente la doctrina de los genuinos escolásticos.

Muchos de los autores enumerados fueron contemporáneos suyos, y gozaban entonces más que ahora de sólido prestigio y de reconocida autoridad. Por esto se hace más admirable la firmeza y claridad con que sus primeros maestros debieron enseñarle a avaluar las modernas corrientes, debieron inculcarle los primeros principios, que salieron ilesos en la difícil lucha. Y se impone la conclusión de que la leche de su «anciana i venerable nodriza», la Universidad de Caracas101, robusteció la fuerza digestiva de sus bien dispuestas entrañas.

Digna de mención especial es su reiterada condenación del empirismo. En un artículo publicado en El Araucano sobre el Establecimiento de la Universidad de Chile decía que se echaba de menos la Universidad para que «alejase de entre nosotros el empirismo»102; y en el Discurso de instalación de la Universidad expuso: «Pero fomentando las aplicaciones prácticas, estoi mui distante de creer que la universidad adopte por su divisa el mezquino cui bono? i que no aprecie en su justo valor el conocimiento de la naturaleza en todos sus variados departamentos. Lo primero,   —46→   porque, para guiar acertadamente la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales. La universidad no confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las manipulaciones de un emipirismo ciego. I lo segundo, porque, como dije ántes, el cultivo de la intelijencia contemplativa que descorre el velo de los arcanos del universo físico i moral, es en si mismo un resultado positivo i de la mayor importancia»103.

Referido el ambiente, pasemos a examinar su doctrina; para ver cómo su pensamiento filosófico, influído en algunos puntos por las corrientes idealistas, en otros inspirado por los sensualistas, es en el fondo clásica.

Breve incursión en su filosofía

Bello divide en dos partes la Filosofía: una, la Filosofía del Entendimiento, comprende la Psicología Mental y la Lógica; la otra, la Filosofía Moral, consta de la Psicología Moral y la Ética.

A primera vista sorprende la analogía de esta división con la de la razón pura y la razón práctica kantiana, y seguramente influyó no poco en ella el filósofo de Königsberg. Esta repartición de las cuestiones filosóficas, que finca en que «todas las nociones filosóficas que no son psicolójicas deben exponerse después de las nociones psicolójicas» porque el principio debe anteceder a las consecuencias104, lo obliga a diseminar la Metafísica «en la Psicología Mental i la Lójica», y a dar «bajo la forma de Apéndice lo que me parecia ménos íntimamente ligado con la ciencia del entendimiento humano»105: cuestiones como la existencia y atributos de Dios son tratadas, por ello, en apéndice.

La absorción que la Filosofía del Entendimiento hace de la Metafísica es ocasión para observar en él cierta tendencia subjetivista, que lo arrastró en la cuestión de los principios directores del conocimiento: la Ontología, dice, «es en gran parte la psicolojía misma», pues «la base de la Ontolojía es la análisis del pensamiento en sus materiales primitivo?, y «los principios constituyen una propiedad, un elemento inseparable del espíritu»106.

El método que Bello sigue en su Filosofía es el mismo que en ella pregona: ni absolutamente raciocinativo, ni extremadamente empírico: «La filosofía es en todos sus ramos, lo mismo que la física i la química, una ciencia fundada en hechos que la observación rejistra i el raciocinio demostrativo fecunda»107.

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Cuanto al plan concreto de su obra, el Editor nos dice: «El señor Bello se propuso escribir un texto que sirviera para la asignatura del ramo en el Instituto Nacional; mas el estudio que hizo sobre las diversas materias filosóficas lo llevó demasiado léjos i escribió una obra majistral por la importancia de las cuestiones que se propone i la profundidad con que las trata»108. Resultó así una obra con características que revelan la finalidad didáctica que el autor se propuso (tal es la ausencia de mención de obra y página en la generalidad de las citas de autores), pero que por su profundidad y extensión vino a ser (no ya en la actualidad, sino también en la época en que se publicó) inadecuada para la enseñanza. Por consiguiente, en mi humilde criterio, la utilidad que hoy presenta su estudio se reduce a revelar la base filosófica de Bello, fundamental para entender su actividad intelectual, y subsidiariamente, a presentar el estado de la Filosofía para mediados del siglo XIX, por la huella que en aquel entonces pudieron grabar sobre un ánimo capaz, desprevenido hasta donde el hombre puede serlo, y sensato, las diversas escuelas que se disputaban el predominio en aquel sector intelectual.

En criteriología, por ejemplo, se revela sobre Bello la influencia de los autores fideístas, aunque a renglón seguido se encuentran reminiscencias de las tesis clásicas. La lucha entre sus íntimas convicciones y muchas de las sustentadas por los que apreciaba como grandes maestros y más que todo la influencia referida, lo llevaron a desconfiar de la evidencia como criterio universal y último de verdad; cosa poco extraña cuando aun el mismo Balmes, cuyo solo nombre era garantía de ortodoxia, precisamente por la solución dada a este punto, ha sido tachado de subjetivista. «Creemos, dice al criticar la Filosofía Fundamental de Balmes, que todo lo que sea buscar la razón de los primeros principios, i los fundamentos lójicos de la confianza que prestamos a ellos, es querer engolfarnos en una esfera que está mas allá del alcance posible de las facultades humanas. Nuestro entendimiento se ve forzado a creer que hai certeza, i que existen medios de llegar a ella i a la verdad, so pena de no pensar en nada, de no creer en nada, inclusa su propia existencia. Investigar si hai certeza, i en qué se funda, i cómo la adquirimos, es ipso facto dar por ciertas las primeras verdades i las reglas jenerales de la lójica sin las cuales es absolutamente imposible dar un paso en esta investigacion i en otra cualquiera»109.

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En la Lógica formal, parte de la existencia de «principios inherentes a la razon humana sin cuyo medio es imposible hacer uso del entendimiento i conducirnos en la vida»110; y arrancando de ellos, su construcción en la materia técnica del razonamiento es también clásica, aun cuando presenta modalidades propias111.

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En cuanto al método de las ciencias en general, es este su claro criterio: matemáticas puras, deductivo puro112; ciencias que estudian «la naturaleza intelectual, moral i material»113, inductivo, deductivo y analógico. En las ciencias filosóficas, por tanto, observación y raciocinio demostrativo114; en las físico-químico-biológicas, observación, experimentación, generalización por el raciocinio empírico y por la analogía, deducción de las fórmulas obtenidas por la síntesis analógica y confirmados por la experiencia115.

«Calumnian, no se si a la religión o a las ciencias»

En el campo de las nociones metafísicas, resalta el filósofo religioso que dijo en la instalación de la Universidad de Chile, en su calidad de Rector: «Calumnian, no sé si diga a la relijion o a las letras, los que imajinan que pueda haber una antipatía secreta entre aquélla i éstas»116. Su Teodicea aparece incontaminada de toda inmiscuencia heterodoxa, desarrollada expresamente en un Apéndice al capítulo que dedicó a la relación de causa y efecto. Dios es la Causa primera, la Causa que no es efecto de otra alguna: todas las cosas existentes fuera de Él son el producto de una libérrima volición de su Omnipotencia. La enunciación de   —50→   Bello sobre las pruebas de la existencia de esa Causa primera expresan un íntimo convencimiento117.

Los atributos de Dios representan en Bello también una convicción ortodoxa. Carencia de límites en el espacio, eternidad, «infinidad, en suma, es bajo todos respectos una cualidad esencial del Ente Primero Necesario»; inteligencia suprema, voluntad soberanamente   —51→   libre, creadora (creatio est productio rei per imperium), necesaria de necesidad absoluta, todo-poderosa; Dios es, en fin, único, inextenso, «lo ve todo como presente», «no ha menester instrumentos para el ejercicio de la intelijencia», «percibe intuitivaniente las sustancias i las formas de las sustancias i las formas de los espíritus i de la materia», «no solo es el principio del orden, sino el tipo de la perfeccion del orden», «absolutamente justo, veraz i benéfico», «se complace en derramar la vida i la felicidad».

En sus construcciones psicológicas parte de la existencia del alma humana, inteligente118 libre119 -libertad que no se opone a la presciencia divina120- e inmortal121.

Partiendo de esa idea, demuestra la unidad e identidad del yo122; defiende la conciencia, que no es un sentido, que es afectada. por todas las modificaciones del alma, «aunque las percepciones no dejan rastro en la memoria sino cuando nos detenemos algo en ellas» y aunque puede haber «sensaciones demasiado fujitivas, i débiles para que la conciencia se informe de ellas i las recuerde la memoria», y que es indudablemente veraz123; admite como magnífica, la definición «que hace consistir la razón en la facultad de concebir relaciones», y señala como el defecto más grave de la teoría de Condillac -quien cree que «la sensación es toda el   —52→   alma, la conciencia es un sentido»-, «el de hacer consistir todas las operaciones i facultades del alma en el solo hecho de la sensación»124.

Hasta para los brutos, un alma inmaterial

En la Psicologia de Bello se absorben todas las funciones cognoscitivas, aun las sensitivas, en sola el alma125. «Así, concluye, los que atribuyeron la sensibilidad al cuerpo i la intelijencia a el alma, erraron gravemente. Los fenómenos de la sensibilidad son modos de que tenemos intuicion, no ménos que de los juicios o de los raciocinios, i en todos los fenómenos de que tenemos intuicion se percibe el alma a sí misma como un sér siempre idéntico»126. De este concepto de la sensación como función de sola el alma derivan concepciones como la de que «la palabra idea significa imájen»127, y también otras confusiones en su nomenclatura y explicación de los fenómenos cognoscitivos128. Y aun de aquí viene seguramente su distinción entre verdaderas ideas e ideas-signos, «que hacen las veces de otras que no nos es dado formar», es decir, «en las cuales la representación imaginativa no corresponde al objeto»129.

Esto lo condujo a atribuir a los animales un alma inmaterial, aunque mortal e incapaz «de ideas morales». Tal vez fue demasiado lejos al atribuirles «una especie de intelijencia, en que entra como una de las facultades elementales la sensibilidad, de la misma manera que en la nuestra; pero la sensibilidad sola no es capaz de los actos intelectuales de que tenemos intuicion en nosotros»130. «El perro, agrega, bastaría para probar que los fenómenos de la intelijencia en los brutos, no pueden explicarse por la mera sensibilidad: el perro, que entiende nuestras órdenes i las obedece; en quien como en nosotros, la necesidad i el peligro desenvuelven una astucia i sagacidad maravillosas; cualidades que no deben a un instinto ciego, sino a la experiencia, esto es, a la observacion i al raciocinio puesto que las adquiere por grados, las aprende, se educa». Correlativa a ésta es su actitud respecto del instinto, el   —53→   cual, aunque «no nace de la experiencia», refiere cuanto a su variación y evolución, a la inteligencia de la experiencia131.

Uno de los problemas psicológicos que resuelve con criterio empirista es el de las ideas generales: «Creemos, dice, tener ideas jenerales que nos representan algo que se repite uniformemente en los individuos del jénero, cuando solo tenemos ideas de individuos, ideas de semejanzas individuales, e ideas de nombres»132. Esta noción, lógicamente enlazada con la confusión entre idea e imagen y con su concepto de las ideas-signos, lo lleva a considerar como simples nombres abstractos los del espacio, que para él solamente es la coexistencia; del tiempo, que es la simple duración133, y aun de la causa, que, afirma, «no es otra cosa que la constante sucesión de dos fenómenos determinados»134. Respecto a la noción de sustancia, lo único que nos dejó al respecto fue la afirmación de que el principio de sustancialidad es de necesidad absoluta135, pero también la idea de que no podemos conocer esa sustancia en sí, pues «propiamente no percibimos otra sustancia que la del yo individual, i ésta nos sirve de tipo para representarnos la que por una instintiva e irresistible analojía atribuimos a los otros séres intelijentes i sensibles»136.

Si no podemos conocer en realidad otra sustancia que el yo, se impone forzosamente concluir que: «Lo que son la materia i las cualidades materiales en sí mismas i no meramente como causas de sensaciones, no lo sabemos ni es accesible este conocimiento a las facultades mentales de que estamos dotados»; por lo cual, después de dedicarle abundante exposición a «la cuestión relativa a la existencia de los cuerpos (aunque en su opinión) es del todo fútil», afirma Andrés Bello que el problema de si la causa de   —54→   nuestras sensaciones es realmente materia, o si se trata, conforme sostiene «el protestante Berkeley», de influencias divinas que se ejercen sobre nosotros, es filosóficamente irresoluble. Esta idea filosófica es en él, sin embargo, ocasión de testimoniar su católica fe, no sólo al decir en su Filosofía: «Mas, aunque la teoría de Berkeley pudiera en rigor admitirse como una suposicion posible a los ojos de la Filosofía, es incontestable que se opone a algunos de los mas esenciales dogmas del catolicismo i de casi todas las «iglesias cristianas», sino más todavía al afirmar, cuando en su juicio sobre la Filosofía Fundamental de Balmes rechaza la crítica que éste hace al idealismo: «La razon sin la revelacion nada tiene que la decida a preferir el sistema materialista (es decir, en general el que reconoce la existencia sustancial de los cuerpos) al idealista o vice-versa». «Decimos la razon sin la revelacion, pues el dogma católico de la transubstanciacion contradice abiertamente al idealismo». «Nosotros miramos al sistema idealista como una hipótesis falsa, porque se opone al dogma católico, pero cuya falsedad no puede la razon demostrar por sí sola»137.

Profunda moral, de base religiosa

No escribió Bello la Filosofía Moral, que era el segundo término de su división de la Filosofía, y que subdividía en Psicología Moral y Ética. Pero de sus escritos filosóficos resultan ideas concisas sobre los problemas fundamentales de la Moral.

En sus Apuntes a la Teoría de los Sentimientos Morales de M. Jouffroy trata de conciliar la moral racional con la moral utilitaria y con la moral de sentimiento, sorprendido sin duda por la correspondencia práctica del bien con el interés absoluto y con los sentimientos más elevados del hombre, y reflejando una vez más su temperamento ecléctico y armonizador.

Respecto a la Psicología Moral, ya hemos visto que reconoce al alma como libre e inmortal: inmortalidad que se deduce de la necesidad de una sanción moral más allá del sepulcro, y libertad que es requisito indispensable para que existan la virtud y el crimen. «Somos criminales porque somos libres; pero porque somos libres somos tambien virtuosos; i si ponemos en paralelo la suma de nuestras riquezas con el número de nuestros crimenes, ¿quién osará negar que nuestra libertad sale de esta lucha con mas mérito?»138.

Su Ética es profundamente religiosa; Dios es la base de «el orden moral, cuyas leyes ha estampado el Creador en la conciencia   —55→   i en el corazon del hombre»139. Su profesión de fe católica; el criterio de que la educación y el arte (véanse más adelante los capítulos «El artista» y «El pedagogo») están sujetos al orden moral, y las ideas fundamentales que acabo de exponer, muestran en todo momento a Bello convencido de la existencia de un orden moral que rige todas nuestras acciones, que dimana de Dios y que tiene por sostén y maestra la Religión Católica.

De puro sabor cristiano son proposiciones como la de que «la virtud supone tentaciones, combates, privaciones dolorosas, sacrificios»140, y la de que «el dolor es en el plan de la Providencia un monitor celoso, que nos retrae continuamente de lo que pudiera dañarnos»141. Y resumen de sus convicciones es la siguiente frase, que sintetiza su convicción moral de firme base religiosa, y es lineamiento fundamental de su labor fructuosa: «La moral (que yo no separo de la relijion) es la vida misma de la sociedad»142.

II

El artista

Desde la más temprana adolescencia -y ello no debe sorprender porque es la edad en que todos escribimos algún soneto- Andrés Bello comenzó a escribir versos. Lo peculiar en él era la alta calidad que comenzaba a despuntar en su temprana producción poética. En la Caracas colonial, fruto de madura evolución cultural, espejo del proceso nacionalizador que había de culminar cuando finalizaba la primera década del siglo XIX, pronto llegó a considerársele el poeta por antonomasia, animador obligado de los grandes acontecimientos. Intensa vida de salones y tertulias, un tanto semejante al movimiento de los salones encielopedistas que preparó la llegada de la Revolución francesa, había una base de cultura clásica y un afán por la «moderna» literatura de la enciclopedia, que permitían calibrar su sensibilidad poética y habían de determinar su papel de transición y admirable equilibrio entre romanticismo y clasicismo.

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Ya antes de salir de Caracas había ganado justa fama local de buen poeta. Algunas de sus producciones, como la Oda a la Vacuna (conmemorando el feliz acontecimiento de la Expedición de Balmis, introductora de la vacuna antivariólica a la estragada Capitanía), aparecen de tono largo, cansón y laudatorio; en aquélla o en la Oda Al Anauco, es lamentable el recargo mitológico y erudicionesco de los nombres antiguos. Pero en la égloga virgiliana Tirsis, habitador del Tajo umbrío se deja sentir ya la existencia de un temperamento aquilatado, de un admirable manejo del idioma que fluye de él como una suave música bucólica. También revela ya su temperamento poético el canto A la nave, imitación de Horacio; y el magnífico, aunque retumbante, soneto A la Victoria de Bailén, cuya grandilocuencia contrasta con toda su obra de poeta143.

«Libertador artístico de América»

En Londres el poeta alcanza la suprema cumbre. El estudio profundo, que depura más aún su dominio de la lengua; el dolor del exilio, de la pobreza, de la calumnia, de las angustias familiares, que forja más delicadamente su sensibilidad; la recóndita ambición de servir en el campo de las letras a su patria, ya que no le tocó como a sus contemporáneos actuar en la tremenda epopeya, habían de hacerlo el «libertador artístico de América», en la frase del profesor Crema144. Ya lo había señalado uno de los más amorosos bellistas, don Arístides Rojas: «Desde este día (el que escribe la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida) el genio de Bello no es patrimonio de un pueblo, pertenece a la raza que descubrió la América y fundó una civilización e infundió en sus hijas, amor a la gloria, culto a la belleza, sentimiento en la familia». «Atrás de Bello está el oscurantismo literario en América, el arte sometido al molde, la frase sin inspiración, la naturaleza muda. Con Bello surgen la idea, la estética, la forma, la conquista filológica, la inspiración americana, hija de su esplendente y pródiga naturaleza, espontánea como sus ríos, rica como sus veneros, como los Andes grandiosa»145.

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La Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida es lo más alto de su obra poética. No fue, sin embargo, lo único de trascendental significación. En el sentido americanista, junto a ella debe colocarse la Alocución a la Poesía, coetánea de aquélla e inspirada en las mismas ideas. En mérito artístico, podrían, entre sus posteriores composiciones, recordarse el Moisés salvado de las aguas o el Canto al 18 de setiembre (1841); y para acreditar al poeta bastaría mencionar el nombre famoso en todos los hogares de América, de La Oración por todos, la célebre imitación hugueana que ha quedado consagrada como superior al modelo.

Bello fue, en su condición de poeta, a la vez clásico y romántico. Clásico por formación, por el conocimiento directo de los grandes literatos antiguos, por la defensa de todo aquello que en las mejores leyes literarias no constituía traba a la originalidad del poeta y alto vuelo de la imaginación; romántico, porque supo aprovechar del romanticismo todo lo que de justo existía en la crítica contra el apego a la dogmática estereotipada, contra el criterio imitativo que lo reducía todo a marcar el mismo cauce vigoroso señalado por los clásicos. Imitador, algunas veces lo fue él, y muchas de sus más inspiradas composiciones aparecen como traducciones o imitaciones de Hugo, como traducciones o imitaciones de Virgilio, y Horacio: pero aun en estos casos supo dejar marcada su personalidad. Por eso, tal vez pensó en sí mismo cuando dijo: «Siempre nos ha parecido injusta la crítica que niega el título de jenio creador al que, tomando asuntos ajenos, sea que bajo su tipo primitivo tengan o no la grandeza i hermosura que solas dan el lauro de la inmortalidad a las producciones de las artes, sabe revestirlas de formas nuevas, bellas, características, interesantes»146.

Es su obra poética, el terreno en el cual los elogios se le han prodigado más. No me atrevería yo a negar que en sus producciones resalta muchas veces el trabajo metódico de elaboración más que la inspiración genial: pero ésta abunda en las más señaladas. Por esto se dice de él autorizadamente que «como poeta supo aunar la escuela clásica con la romántica»147, o que tenía, como se lo atribuye don Manuel Cañete, el «don de acertar, lo mismo en lo clásico, que en lo romántico»148. Los más favorables conceptos mereció su producción poética a don Marcelino Menéndez y Pelayo o a don Miguel Antonio Caro. Cañete encuentra en ella «tánta grandeza y energía, tánta variedad y tersura, pensamientos filosóficos tan elevados, versificación tan esmerada y   —58→   rotunda, y tanta riqueza de expresión sabiamente pintoresca», que la coloca en un prólogo para otro poeta americano como base de su admiración y afecto por América149.

De los elementos característicos de su poesía, uno, distintivo de su formación tropical, es el amor a la Naturaleza. Nunca perdió de vista su Naturaleza, su Naturaleza de la Zona Tórrida, que en el recuerdo debió parecerle más bella por el contraste con las tierras en que le correspondió vivir. Pero ella, aun en la exuberancia manifiesta de la Silva a la Agricultura, nunca llega a convertirse en sujeto. Es siempre objeto condicionado al bienestar humano. Porque otra característica de Bello es el sentido teleológico de su poesía. No fue un arte purista. Bello no escribía versos por escribirlos. La generalidad de sus poemas responden siempre a este concepto: la poesía, medio de difusión del pensamiento. Ya sea este pensamiento de una alta finalidad social, como acontece en la Silva, cuyas insinuaciones de regreso al campo se hacen cada vez más de palpitante actualidad150, ya una alabanza al mérito, ya una sencilla demostración de simpatía. «Su noble lira estuvo siempre al servicio de la moral mas sana y de los sentimientos mas puros», dijo el Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, don Francisco Vargas Vontecilla, en el Primer Centenario de su nacimiento151. Su tendencia moral como poeta es tanto más característica cuanto que sobresale en sus más acabadas producciones, hasta hacer formular a Menéndez y Pelayo la comparación «con aquellos patriarcas de los pueblos primitivos... a la vez filósofos y poetas, atrayendo a los hombres con el halago de la armonía para reducirlos a cultura y vida social». Actitud reflexiva y deliberada, de la que hasta en verso quiso dejar testimonio al expresar, en la estrofa final de la composición titulada La Moda:


Aunque de la divina lumbre, aquella
que al jenio vivifica, una centella
en mi verso no luzca, ni lo esmalte
rica fecundia, i todo en fin le falte
cuanto en la poesia al gusto halaga,
lo compone benigna un alma bella
que de lo injenuo i lo veraz se paga152

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En el tesoro de sus ideas estéticas...

Esta actitud poética hallaba su claro fundamento en el tesoro de sus ideas estéticas. Artista por la realización vital de tan espléndidos documentos de arte, lo fue también por su concepción teórica. Ni cabe extrañarlo en un filósofo, para quien toda actitud consciente del hombre tiene su fuente en la Filosofía. Una clara noción de «lo bello»; una lógica construcción del medio de lograrlo, «el arte», eran la base de su actividad literaria.

La piedra angular de su teoría artística es «el sentimiento innato de la belleza, que reside en el hombre»153. Ese sentimiento estético natural en el hombre es absoluto en cuanto que «cada nueva faz que se le descubre en el tipo ideal de la belleza, hace estremecer deliciosamente el corazón humano, creado para admirarla i sentirla»154; mas relativo en cuanto que el gusto estético se presenta «bajo las formas peculiares de cada pais i cada siglo»155.

El arte es el medio para obtener belleza. Como medio debe llenar las condiciones que exige el fin buscado. Si éste (lo bello) tiene un fundamento absoluto, puesto que reposa en la naturaleza humana, pero levanta sobre él construcciones condicionadas por el lugar y época, también el arte debe respetar «las leyes imprescriptibles, dictadas por la naturaleza»156 pero evolucionar según los tiempos y los sitios para acompañar en su evolución al sentimiento estético.

Se nos revela, pues, aquí Bello como en Filosofía, esencialmente clásico. Pero con un clasicismo templado, que nos recuerda el equilibrio de los grandes clásicos. Influido por su tiempo, convencido de que el romanticismo a pesar de sus excesos representaba una saludable reacción contra el abuso seudo-clasicista de pretender encadenar el espíritu a una imitación servil y perpetua de los escritores antiguos, rechazó «la autoridad de aquellas leyes convencionales con que se ha querido obligar al injenio a caminar perpetuamente por los ferrocarriles de la poesía griega i latina»157.

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Otra vez el admirable equilibrio

En este admirable equilibrio resalta una vez más la superioridad de su espíritu. Superioridad que le hace reaccionar contra los sectarismos de su tiempo, lo mismo que en Filosofía o en Gramática y penetrar sutilmente lo que aparece de común y de justo en las más encontradas opiniones humanas.

Su defensa de la parte fundamental que existe en la obra de los clásicos se encuentran repetidas veces en su obra. De Aristóteles, por ejemplo, al elogiar su Retórica y su Poética en la Historia de la Literatura, se expresa así: «Intérprete fiel de la naturaleza i de la razon, promulga reglas casi siempre juiciosas, que serán respetadas eternamente, a pesar de las tentativas del mal gusto contra estas barreras saludables, mas allá de las cuales no hai mas que exajeracion i disconformidad»158. O al comentar con plena libertad a Cicerón: «No se debe buscar allí (De Oratore) una estética profunda; los antiguos no la alcanzaron; sino preceptos jenerales que pertenecen a todas las épocas literarias, i que no han sido jamas mejor expresados»159. Por eso, objeto siempre de ataques de los apasionados por ideas extremas, se siente autorizado a decir: «Solo el que sea completamente estranjero a las discusiones literarias del día puede atribuirnos una idea tan absurda como la de querer dar por tierra con todas las reglas, sin excepcion, como si la poesía no fuese un arte, i pudiese haber arte sin ellas»160. «Eleccion de materiales nuevos, i libertad de formas, que no reconoce sujecion sino a las leyes imprescriptibles de la inteligencia, i a los nobles instintos del corazon humano, es lo que constituye la poesía lejítima de todos los siglos y países»161.

En la poesía como en cualquier otro género literario, proclama «que el gusto varía de un tiempo a otro, aun sin salir de lo razonable i lejítimo» y recuerda que «en el teatro, mas que en ninguna otra cosa, es necesaria la variedad para cautivar la atencion»162. Pero este evangelio de libertad sólo lo entiende dentro de eso «razonable y legítimo». Condenó, pues, el «vandalismo literario»163, y su profesión de fe artística más completa fué la que hizo en la ocasión -que no pudo ser más solemne- de la instalación de la Universidad de Chile:

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«Esta es mi fe literaria».

«La universidad recordará al mismo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maestro de nuestros días: «Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imajinacion i la trasforme en poesía». ¡El arte! Al oír esa palabra, aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra semejante asercion; i no creo que mis antecedentes lo justifiquen. Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre los diferentes estilos i jéneros, en las cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles i Horacio, i atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. Pero creo que hai un arte fundado en las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del jenio competentemente preparado; creo que hai un arte que guía a la imajinacion en sus mas fogosos trasportes; creo que sin ese arte la fantasía en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo bello, aborta esfinjes, creaciones enigmáticas i monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orjias de la imajinacion»164.

Su preocupación por la Literatura como «capitel corintio, por decirlo así, de la sociedad culta»165 le lleva a combatir «las extravagancias de la llamada libertad literaria que, so color de sacudir el yugo de Aristóteles i de Horacio, no respeta la lengua ni el sentido comun, quebranta a veces hasta las reglas de la decencia, insulta a la relijion, i piensa haber hallado una nueva especie de sublime en la blasfemia»166. Entiende, pues, al romanticismo,   —62→   no como la negación del arte, sino como su transformación: «Una gran parte de los preceptos de Aristóteles i Horacio son, pues, de tan precisa observancia en la escuela clásica, como en la romántica; i no pueden menos de serlo, porque son versiones i corolarios del principio de la fidelidad de la imitacion, i medios indispensables para agradar. Pero hai otras reglas que los críticos de la escuela clásica miran como obligatorias, i los de la escuela romántica como inútiles o tal vez perniciosas. A este número, pertenecen las tres unidades, i principalmente las de lugar i tiempo»167. La innovación en el arte es indispensable para acomodarlo «a las circunstancias de cada época» y dar «al arte una fisonomía orijinal»: «Shakespeare y Calderon ensancharon así la esfera del jenio, i mostraron que el arte no estaba todo en las obras de Sófocles o de Moliére, ni en los preceptos de Aristóteles o de Boileau»168.

«El romanticismo, en este sentido, no reconocerá las clasificaciones del arte antiguo»; pero supone el reconocimiento de las leyes fundamentales de toda labor estética: «La condicion de ocultar el arte, no será entonces proscribirlo. Arte ha de haber forzosamente»169. Arte espontáneo, vivo, dinámico, como el de «los antiguos poetas castellanos (si así podemos llamar a los que florecieron en los siglos XVI i XVII)», tales como «Quevedos, Lopes, Calderones, Góngoras, i aun de los Garcilasos, Riojas i Herreras», en quienes encuentra «soltura, fuego, fecundidad, lozanía, frecuentemente irregular i aun desenfrenada, pero que en sus mismos extravíos lleva un carácter de grandeza i de atrevimiento que impone respeto»170. Ajeno, en cambio, a quienes desde el siglo XVII «abandonaron la sencilla i expresiva naturalidad de su mas antigua poesía» para caer en un estilo «demasiado artificial», que «de puro elegante i remontado, perdió mucha parte de la antigua facilidad i soltura, i acertó pocas veces a trasladar con vigor i pureza las emociones del alma»171. De allí su crítica, no sólo para los poetas a lo Luzán («correctos, pero sin nervio») y a lo Meléndez (quienes «tienen un estilo ríco, florido, animado, pero con cierto aire de estudio i esfuerzo, i con bastantes resabios   —63→   de afectacion»), sino para Jovellanos y Cienfuegos por los arcaísmos y desde luego, para «los afeites del gongorismo moderno», al tiempo que alaba a Lope, a los Argensolas, a Rioja en el juicio sobre Heredia172.

Clásico y romántico como lo fue, tanto en su doctrina estética como en sus poesías, consideró necesidad indispensable -manteniendo con ello su fidelidad a los principios clásicos y condenando los excesos de la escuela romántica- la sujeción del arte a las leyes morales. Si la moral rige la conducta humana y el arte es producto del hombre, no puede constituir excepción en el comportamiento del ser racional y libre. «La impiedad i la sensualidad pueden ser alicientes para ciertos lectores; pero un alma naturalmente elevada, un alma adornada con dotes sobresalientes, debe desdeñarse de emplearlas»173. «El atrevimiento de la poesía debe respetar ciertos límites, i no perder mucho de vista la verdad, i sobre todo la justicia»174. Rien n'est beau que le vroi175. Verdad, bien y belleza constituyen así una trilogía inseparable en el pensamiento y en la acción de Andrés Bello176.

Tales ideas estéticas, que le acompañaron inseparablemente en sus ajetreos de poeta, estuvieron también presentes en su densa y valiosa labor crítica.

El crítico

La sola lectura de muchos de los párrafos insertos, está diciendo a viva voz de su recia y generosa labor crítica. Crítico fue en efecto, con responsabilidad de maestro infatigable. En sus obras didácticas, en el periódico, en sus diversos ensayos, se propuso orientar acerca de los valores antiguos y modernos más señalados por el mérito o la popularidad. Ni consideró tabú la obra de los viejos para señalar sus errores, ni desdeñó aplaudir y estimular a los nuevos.

En esa labor de crítica hay una parte que es la del sabio enamorado de las investigaciones literarias, más para placer y ejercicio del espíritu que para divulgación y enseñanza. A ella pertenecen,   —64→   por ejemplo, sus valiosas investigaciones acerca del Poema del Cid, obra de largos años de meditación y de análisis, verdadera joya de la crítica castellana, hasta el extremo de hacer decir a Menéndez y Pelayo: «El trabajo de Bello, hecho casi con sus propios individuales esfuerzos, es todavía a la hora presente, y tomado en conjunto, el más cabal que tenemos sobre el Poema del Cid»177.

La otra parte corresponde más al maestro, enlazado con el periodista en función de orientación generosa. La vida cultural de toda sociedad requiere un buen crítico. Un hombre de preparación sólida y desprevenido criterio, capaz de formar el concepto integral de una obra y valorar su importancia. Lo suficientemente generoso para estimular a los bisoños, pero sin titubear en el señalamiento de errores y defectos. Un crítico, en resumen, que no practique la sistemática detracción ni el bombo sistemático, que tenga capacidad y autoridad suficientes para exponer, con firmeza mas sin ensañamiento, con bondad pero sin lisonja, una honrada opinión. Ese crítico lo fue Bello en Chile.

En su literatura y desde las columnas del periódico, Bello formó en la pléyade de sus discípulos criterio sobre las figuras literarias de la antigüedad y sobre los publicistas de su tiempo. Supo también aquí ser gran maestro. Señaló defectos en Homero, Virgilio, Ovidio y Horacio, como en las grandes reputaciones de su tiempo178, y si pocas veces se extiende en críticas nimias, lo hace especialmente contra exigentes y rigoristas, como cuando juzga a Hermosilla179 o cuando sostiene una larga e infructuosa polémica con su acerbo rival don José Joaquín de Mora180. Su criterio sobre las autoridades literarias está brillantemente condensado en un párrafo sobre la Academia Española: «Nosotros nos contamos en el números de los que mas aprecian los trabajos de la Academia Española; pero no somos de aquellos que miran con una especie de veneración supersticiosa sus decisiones, como si no fuese tan capaz de dormitar algunas veces como Homero, o como si tuviese alguna especie de soberanía sobre el idioma, para mandarlo hablar i escribir de otro modo que como lo pida el buen uso o lo aconseje la recta razon»181.

No se olvidó, pues, de acoger en la práctica la norma que él mismo impuso a la Universidad: «La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin exámen,   —65→   i por otra a la desarreglada licencia que se revela contra la autoridad i contra los mas nobles i puros instintos del corazon humano»182.

Su trabajo en Chile habría quedado trunco sin su gran labor crítica. Mediante ella se esforzó en depurar el gusto literario, el criterio histórico, la orientación social. Pugnó por la sencillez en el uso del idioma, como cuando censuró el clasicismo en «la manía de sustituir a un nombre propio, una definición poética del objeto»183; buscó la orientación social y moralmente útil de las labores literarias, expresando el deseo de «que fuesen en mayor número las composiciones destinadas a los afectos domésticos e inocentes, i ménos los del jénero erótico, de que tenemos ya en nuestra lengua una perniciosa superabundancia»184. Se ocupó de las representaciones teatrales, defendiendo desde El Araucano el Teatro como medio de educación y distracción. Era un gran aficionado al espectáculo y no se reservaba sus propias impresiones: formulaba sus comentarios por la prensa, ilustrando al público y estimulándolo en su interpretación. Claro está que sus críticas se referían más a las obras que a la labor de los actores. Condenó el teatro inmoral; y trató de divulgar la declamación como arte y como medio de perfeccionamiento del lenguaje del pueblo185.

Cuando se lee y medita acerca de su constante y generosa labor crítica, se siente más la falta que están haciendo, en muchos de los predios literarios de América, críticos que reúnan, como Bello, autoridad de maestros, generosidad de patriotas y honesta rectitud de criterio.

El filólogo

Filólogo, en la más amplia acepción que pueda tomar este vocablo, es uno de los títulos que menos pueden regatearse a Bello. Estudió desde su raíz todas las ciencias relativas al lenguaje; y si por lo general no escribió sino con intención didáctica, de   —66→   sus diversos tratados puede deducirse la armazón integral de sus ideas filológicas. Comenzó por aplicar al lenguaje la Filosofía; dominó prácticamente el griego, el latín, el castellano, el francés, el inglés y el italiano, y trató de remontarse hasta sus orígenes históricos y vida evolutiva; halló en la Literatura un amplio campo para sus investigaciones filológicas; cultivó amorosamente la Gramática, cuyo estudio defendió de manera esforzada; y, como observa Menéndez y Pelayo, aunque no llegó a invadir los límites de la gramática empírica (como lo era todavía la de su admirado contemporáneo Salvá), y pertenecen al período intermedio, al período razonador y analítico186.

La Filosofía, que fue, a la manera clásica, la base de todas sus especulaciones, sirvió también de fundamento de sus estudios filológicos. «Pocas cosas hai, dijo, que proporcionen al entendimiento un ejercicio mas a propósito para desarrollar sus facultades, para darles ajilidad i soltura, que el estudio filosófico del lenguaje. Se ha creído sin fundamento que el aprendizaje de una lengua era exclusivamente obra de la memoria. No se puede construir una oracion, ni traducir bien de un idioma a otro, sin escudriñar las más íntimas relaciones de las ideas, sin hacer un exámen microscópico, por decirlo así, de sus accidentes, i modificaciones. Ni es tan desnuda de atractivos esta clase de estudios, como piensan los que no se han familiarizado hasta cierto punto con ellos. En las sutiles i fujitivas analojías de que depende la eleccion de las formas verbales (i otro tanto pudiera decirse de algunas otras partes del lenguaje), se encuentra un encadenamiento maravilloso de relaciones metafísicas, eslabonadas con un órden i una precision que sorprenden cuando se considera que se deben enteramente al uso popular, verdadero i único artífice de las lenguas. Los significados de las inflexiones del verbo presentan desde luego un cáos, en que todo parece arbitrario, irregular i caprichoso; pero, a la luz de la análisis, este desórden aparente se despeja, i se ve en su lugar un sistema de leyes jenerales, que obran con absoluta uniformidad, i que aun son susceptibles de expresar en formulas rigorosas, que se combinan i se descomponen, como las del idioma aljebraico»187.

Vivo instrumento de cohesión social

En su concepción integral del lenguaje predomina aquel criterio mixto de tradición e innovación a que hice alusión atrás. Por su defensa de la tradición «fué el salvador de la integridad   —67→   del castellano en América»188; cuidando de esa misma integridad recomendó a la Universidad la lectura de «los clásicos de la lengua, que se miran con excesivo desden, cabalmente cuando son mas estudiados i admirados que nunca en las naciones cultas de Europa»189; y por ello se le dió injustamente el calificativo de «purista» en la mala acepción del vocablo. Por su conocimiento de que «son las lenguas como cuerpos organizados que se asimilan continuamente elementos nuevos, sacándolos de la sociedad en que viven, i adaptándolos bajo la forma que es propia de ellas a las ideas que en ésta dominan, renovadas incesantemente, por motivos exteriores, como la atmósfera de que los vejetales se alimentan»190, fue un revolucionador de la gramática.

El problema del origen del lenguaje ocupa la atención de Bello en un capítulo de la Filosofía del Entendimiento191, donde expone la materia tomando por guía a Reid.

La Filosofía filológica de Bello parte del postulado de que en Filología, como en todas las ciencias, existen principios generales, derivados de la naturaleza humana, sobre los cuales se construye un edificio que varía según las circunstancias históricas. «Obedecen sin duda los signos del pensamiento a ciertas leyes jenerales, que derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas i constituyen una gramática universal. Pero si se exceptúa la resolución del razonamiento en proposiciones, i de la proposicion en sujeto i atributo;   —68→   la existencia del sustantivo para expresar directamente los objetos, la del verbo para indicar los atributos, i la de otras palabras que modifiquen i determinen a los sustantivos i verbos, a fin de que, con un número limitado de unos i otros, puedan designarse todos los objetos posibles, no solo reales sino intelectuales, i todos los atributos que percibamos en ellos; si exceptuamos esta armazon fundamental de las lenguas, no veo nada que estemos obligado a reconocer como lei universal de que a ninguna sea dado eximirse»192.

Consecuencialmente rechazó con viveza la tendencia etimológica según la cual se quiere encaminar el idioma por las reglas de fases pretéritas que constituyen categorías históricas ya abandonadas Para buscar la corrección gramatical, la fuente que debe investigarse preponderantemente es «el uso popular, verdadero i único artífice de las lenguas»193. «La filosofía de la gramática -dice en el Prólogo de la Gramática de la Lengua Castellana-, la reduciria yo a representar el uso bajo las fórmulas mas comprensivas i simples»194.

Por eso condenó también la tendencia rigorista que pretende mantener el idioma de una manera estática, como si aún estuviésemos en el siglo XVI. En materia de neologismos debe serse muy parco, sobre todo en América, donde la orgía lingüística nos conduciría al fraccionamiento del idioma, como se fraccionó el Latín en las lenguas romances, y perderíamos ese precioso caudal con que dotó Castilla a nuestro Continente. Pero tampoco debe vedarse la entrada a nuevos vocablos que respondan a nuevos conceptos o que los expresen mejor que otros ya establecidos por el uso anterior. Tales fueron las propias enseñanzas de don Andrés en muchas ocasiones. Léanse algunas: «No somos puristas; no pretendemos que vayan a buscarse en Cervántes i frai Luis de Granada las palabras necesarias para verter a nuestra lengua las ideas de Laromiguiére, Kant o Cousin. Pero creemos que, exceptuando un pequeño número de nombres técnicos cuyo sentido se fija por medio de acertadas definiciones deducidas de la jeneracion de esas mismas ideas, nuestra lengua no carece de medios para expresar los pensamientos mas abstractos i para amenizarlos i pintarlos»195. «Yo no abogué jamás por el purismo exajerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo, por el contrario, que la multitud de ideas nuevas, que pasan diariamente del comercio literario a la circulacion jeneral, exije voces nuevas que las   —69→   representen. Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomodarlo a las exijencias de la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adulterio, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su jenio»196. «La incorreccion gramatical i el abuso de los neolojismos deslucen nuestra literatura en todos sus ramos: en los trabajos del foro, en los discursos académicos, en las discusiones políticas, en las producciones de la oratoria sagrada. Fuera de unas pocas i bien conocidas excepciones, todo lo que sale de nuestra prensa lleva esta desgraciada estampa. Digo el abuso de los neolojismos, porque me sentiría poco dispuesto a elojiar el mezquino purismo que aspirase a estereotipar los idiomas, i que cuando todo progresa, cuando pululan en todas líneas ideas orijinales i creaciones portentosas, se obstinara en revestirlas con el ropaje de otros siglos, que no alcanzaron ni aun a columbrarlas de léjos. Semejante al pintor de la fábula, que, para competir con Velázquez, ponla la ropilla de la corte de Felipe II a los personajes contemporáneos que retrataba»197.

Condenó también, al criticar a Heredia, como ya lo había hecho al juzgar a Cienfuegos, el abuso de los arcaísmos, debido «al contajio del mal ejemplo»198, y en su crítica a Hermosilla citó a Horacio para defender la introducción de palabras nuevas que representen nuevos conceptos199.

Aunque el sentido de las frases anteriores es, más que claro, diáfano, vale la pena fijarse especialmente en lo que expresan: «No soy purista», dijo Bello, en cuanto que purista significa el que escribe o habla con afectación viciosa por el afán de hacerlo con excesiva pureza; aunque lo fue, y en alto grado, si por purista se entiende quien escribe o habla con pureza y se preocupa por esa misma pureza idiomática. Su preocupación era que el lenguaje sirviera para su fin social: por eso recomendaba tanto la claridad, prenda la mas esencial del lenguaje i, por una fatalidad del castellano, la mas descuidada en todas las épocas de su literatura»200.

Explicada su posición frente a los neologismos, está casi demás decir que defendió la libertad de los nuevos usos metafóricos, de palabras ya establecidas: porque si sostuvo la licitud de introducir vocablos nuevos, ¿cómo iba a rechazar la de nuevas significaciones, no arbitrarias, sino simplemente análogas o semejantes a las ya consagradas? Las frases que siguen vienen sólo como, una nueva manifestación de la armonía de su doctrina: «Absurda   —70→   sería, i no pequeño, que los vocablos no puedan recibir otras acepciones metafóricas que las señaladas por el Diccionario de la Real Academia Española». «Cabalmente la novedad de las imájenes es una de las cualidades que realzan su lejítimo empleo, aun en el estilo didáctico»201.

Las numerosas producciones filológicas de Bello (me refiero a las estrictamente relativas al lenguaje, porque muchas de las opiniones que he citado figuran en opúsculos de índole diversa), pueden clasificarse, excluyendo artículos sueltos -sobre etimología de algunas palabras, etcétera- según estos cuatro temas principales: ortología y métrica; ortografía; conjugación; Gramática castellana en general.

Ortología y métrica

En 1835 se publicó en Santiago de Chile un libro titulado Principios de la Ortolojía i Métrica de la Lengua Castellana; a la muerte de su autor se habían ya hecho dos ediciones más (1850 y 1859), lo cual revela el éxito de la obra. El fin de ella fue el de satisfacer la necesidad del estudio de la Ortología, porque como se decía en el «Prólogo de la Primera Edición», «no basta que sean propias las palabras i correctas las frases, si no se profieren los sonidos, cantidades i acentos lejítimos. Estudio es este sumamente necesario para atajar la rápida dejeneración que de otro modo experimentarian lal lenguas, i que multiplicándolas, haria crecer los embarazos de la comunicacion i comercio humano, medios tan poderosos de civilizacion i prosperidad: estudio indispensable a aquellas personas que por el lugar que ocupan en la sociedad, no podrían, sin degradarse, descubrir en su lenguaje resabios de vulgaridad o ignorancia: estudio, cuya omision desluce al orador i puede hasta hacerle ridículo i concitarle al desprecio de sus oyentes: estudio, en fin, por el cual debe comenzar todo el que aspira a cultivar la poesía, o a gozar por lo ménos en la lectura de las obras poéticas aquellos delicados placeres mentales que produce la representacion de la naturaleza física i moral, i que tanto contribuyen a mejorar i pulir las costumbres»202.

Don Andrés Bello, a quien se debió la paternidad de la obra, se propuso en ella apartarse del trillado camino, de los que pretendían hacer de la Ortografía castellana un mero resabio etimológico o un simple producto de abstractas especulaciones. El uso general es la regla madre de donde derivan todas sus reglas secundarias;   —71→   el oído es la base de su Métrica; la abundancia de ejemplos, el medio principal de su enseñanza.

Una larga campaña libró para probar que el ritmo de las lenguas romances se diferencia fundamentalmente del de la lengua griega y latina. El ritmo, que «en jeneral es la division del tiempo en partes iguales, por medio de sonidos semejantes, o de pausas que las terminan i señalan», y que «pudiéramos decir que es la simetría del tiempo, que se compone de elementos sucesivos, como la simetría que percibimos en el espacio consta de partes cuya existencia es simultánea»203, se basaba en las lenguas antiguas en la cantidad, en tanto que en las romances deriva del acento. Los teorizantes, aseveraban lo contrario; mas la lucha pacientemente invariable acabó por asegurar el triunfo en la opinión a la tesis de nuestro compatriota.

La Métrica de Bello es clásica, y aun quizá hoy aparezca rigurosa. Sin embargo, no fue un apasionado de la rima: «Los acentos i pausas, dijo, son de necesidad absoluta; la rima falta a veces»204. La parte relativa a la sinalefa y el hiato merecieron de Menéndez y Pelayo especial recomendación.

Puede decirse, en resumen, que es ésta una de las obras fundamentales en la Gramática castellana. Su mejor consagración, por la máxima autoridad de que dimana, fue la que hizo la Academia Española al escribirle (27 de junio de 1852): «La comision nombrada por esta Academia para formar un tratado de prosodia de la lengua castellana, ha dado su dictámen, en el que manifiesta que, habiendo examinado todos los trabajos publicados hasta ahora sobre esta importante materia, juzga que no hai nada o casi nada que innovar; i considerando, después de un detenido exámen, que este trabajo se halla desempeñando de un modo satisfactorio en la obra de Usía, opina que la Academia podría adoptarla, previo el consentimiento de Usía i reservándose el derecho, si lo juzga oportuno, de anotarla i correjirla, dado que sus opiniones no se conformen en todo con las de Usia. Mas reconociendo esta Academia el derecho de propiedad de Usía, en junta celebrada el día 25 del corriente mes, despues de aprobar el citado informe, acordó que se pidiese a Usía su beneplácito para poder hacer la impresion en los términos que dicha comisión indica» 205.

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La reforma ortográfica

Pero si las ideas prosódicas de Bello obtuvieron, no sólo aceptación en el terreno teórico, sino también realización en el lenguaje práctico, las reformas ortográficas por él propuestas se mantienen en el mundo de lo deseable y, salvo contadas excepciones, no han encontrado resonancia práctica.

La campaña de Bello en pro de la reforma de la ortografía tiene su punto de partida en el artículo Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América, que García del Río y él insertaron en 1823 en la Biblioteca Americana. En el mismo sentido introdujo modificaciones ortográficas la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile en 1844; y en defensa de las innovaciones de la Facultad escribió don Andrés Bello diversos trabajos, como antes los había escrito en defensa de las indicaciones de la Biblioteca. Todos ellos llevan una orientación general que, con miras a la simplificación del lenguaje escrito, aconsejaba de inmediato unas pocas reformas para que en el progreso del lenguaje continuaran hacia una meta de correspondencia completa del idioma gráfico con el idioma hablado.

Las reglas fundamentales de esa evolución era: «1º Caminar a la perfeccion del alfabeto, que consiste como todos saben, en que cada sonido elemental se represente exclusivamente por una sola letra; 2º Suprimir toda letra que no represente o contribuya a representar un sonido; 3º No dar por ahora a ninguna letra o combinacion de letras un valor diferente del que hoi día se les da comunmente en la escritura de los paises castellanos; 4º No introducir gran número de reformas a un tiempo»206.

Según estas reglas, la Biblioteca retrataba así la marcha del progreso: «Época primera. 1. Sustituir la j a la x i a la g en todos los casos en que éstas últimas tengan el sonido gutural árabe. 2. Sustituir la i a la y en todos los casos en que ésta haga las veces de simple vocal. 3. Suprimir el h. 4. Escribir con rr todas las sílabas en que haya el sonido fuerte que corresponde a esta letra. 5. Sustituir la z a la c suave. 6. Desterrar la u muda que acompaña a la q. Época segunda. 7. Sustituir la q a la c fuerte. 8. Suprimir la u muda que en algunas dicciones acompaña a la g»207.

Las innovaciones numeradas 1 y 2 rigen la ortografía con que se publicaron las Obras Completas de don Andrés Bello. Aquí han sido respetadas al insertarse párrafos de sus escritos208.

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Este sistema, aconsejado sin pretensiones de originalidad209 y aun considerado en muchos puntos como simple consecuencia de las reformas indicadas por la Academia210, es sin duda desde el aspecto teórico plenamente acertado: él simplifica el arte de escribir, deja de hacer la buena ortografía predominio de grupos selectos y corresponde plenamente a la esencia del lenguaje fonético. Pero, ¿compensa su utilidad al trabajo casi inaudito de violentar el uso? ¿Logrará el beneficio de una ortografía científica cautivar a los escritores hasta hacerlos soportar un molesto período transitorio y emprender la reconstrucción del sistema de asociación de imágenes, que hace que a la menor impresión que en el aparato óptimo produce una palabra escrita, corresponda inmediatamente la imagen de la palabra hablada y con ella el concepto que esa palabra representa? Este aspecto práctico obstaculiza hasta hoy la adopción del sistema de Bello, a pesar de que lo alaban todos los que lo estudian. El uso, regla madre de su Filología, ha podido más que sus poderosos razonamientos.

He hablado de la Ortografía en cuanto al uso de las letras. En cuanto al de los acentos, la bondad teórica de las reglas algo complejas de Bello es menos indudable, y en contra de su práctica está el uso que hoy ha sancionado la Academia: por eso es la acentuación lo que en mayor contradicción con la costumbre actual advierte el lector de sus obras.

Bello abogó también porque la división de las dicciones en sílabas se hiciese según la pronunciación, adoptando por regla general en caso de consonante intermedia la de referir a la vocal siguiente toda consonante que puede hallarse en principio de dicción, salvo contadas excepciones. Las reglas de Bello a este respecto se han cumplido, y aun hemos ido más allá extendiéndolas a casos que el ilustre filólogo, basado en el uso de su época, consideró como excepciones.

Análisis ideológico de la conjugación

El Análisis Ideológico de los Tiempos de la Conjugación Castellana, producto íntegro de Venezuela Colonial, desde luego que fue anterior a 1810211, sólo fue dado a la Imprenta en 1841.   —74→   Tan largo proceso explica la perfección y unidad de la obra. Es un trabajo sumamente original, e indispensable para el uso consciente y acertado de las formas verbales de nuestra lengua.

La denominación que en ella se hace de los tiempos: presente, coexistencia del atributo con el momento en que se habla; pretérito, anterioridad del atributo al acto de la palabra; futuro, posterioridad del atributo al acto de la palabra; co-pretérito, coexistencia del atributo con una cosa pasada; pos-pretérito, posterioridad del atributo a una cosa pretérita; y las de ante-presente, ante-pretérito, ante-futuro, ante-copretérito y ante-pos-pretérito: son indudablemente más adecuadas a su «significado primario» que las que aún usamos, y facilitan considerablemente el estudio de la Gramática, ya que dan por sí solas una idea del uso y significación de los tiempos. Esta nomenclatura, acomodada a los modos verbales, que Bello clasifica en: el que «los gramáticos llaman» indicativo, el subjuntivo, el subjuntivo hipotético, y el optativo, y completada por la explicación de los valores secundarios de las formas indicativas y por el tratado de los valores metafóricos de las formas verbales en general, constituye un sistema completo y armónico para el estudio del verbo castellano.

El trabajo se basa en citas de los mejores autores españoles, algunos de los cuales son en ciertas ocasiones censurados. Abundan notas ilustrativas referentes al latín y aun a lenguas modernas, razón que lo autorizó a decir en el Prólogo: «Esta análisis de los tiempos se contrae particularmente a la conjugacion castellana; pero estoi persuadido de que el proceder i los principios que en ella aparecen son aplicables, con ciertas modificaciones, a las demás lenguas; de lo que he procurado dar ejemplos en algunas de las notas que acompañan al texto»212.

El artículo De los tiempos latinos comparados con los castellanos, publicado en la edición corregida que hizo de la Gramática latina de su hijo Francisco, es un verdadero complemento, para los estudiantes de latín que estén bien enterados de la Gramática castellana, del Análisis Ideológico.

Un monumento: la Gramática

La síntesis de todos los conocimientos gramaticales de Bello fue la Gramática de la Lengua Castellana destinada al uso de los americanos, publicada en 1847. El 16 de maya de este año informa del hecho a su hermano Carlos: «Se concluye en estos dias la   —75→   impresion de una gramática castellana que he compuesto, i en que verás muchas cosas nuevas»213. Su teoría prosódica y su teoría verbal, que acabamos de recorrer, encuentran en ella repercusión inmediata, están entre las principales innovaciones que contiene; y el carácter fundamental de la obra en conjunto es la consagración de la Gramática castellana como cuerpo independiente de la Gramática latina.

Don Andrés Bello fue en alto grado partidario del estudio del latín, pero defendió la diferencia completa entre nuestra Gramática y la Gramática de la lengua madre. Tal fue su empeño básico; de que lo consiguió plenamente es testimonio esta frase de Menéndez y Pelayo: «A él se debe, más que á otro alguno, el haber emancipado nuestra disciplina gramatical de la servidumbre en que vivía respecto de la latina, que torpemente se quería adaptar á un organismo tan diverso como el de las lenguas romances»214.

Uno de esos resabios latinos lo concretó el querer asimilar el idioma castellano al sistema de las declinaciones de la lengua de Lacio, y ése fue uno de los que atacó con mayor serenidad, sustituyéndolo con otro más adecuado a nuestro lenguaje215.

La intención didáctica de la Gramática de Bello se reflejó hasta en su impresión, hecha en dos tipos de letra diferentes: uno que contenía los conocimientos indispensables, otro con ilustraciones más o menos amplias. Pero su parte más interesante está comprendida en las notas que agregó al final, pues que ellas exponen, ya sin una limitación didáctica, sus opiniones en cuanto discuerdan de la Gramática tradicional.

Para cooperar con mayor eficacia aún a la enseñanza elemental de la Gramática, publicó don Andrés Bello un Compendio de Gramática Castellana escrito para el uso de las escuelas primarias, cuya primera edición salió en 1851, y una segunda, un poco más desarrollada, en 1861. En este libro predomina más el método pedagógico, traducido en mayoría de ejemplos, insistencia especial sobre los hábitos viciosos generalmente usados y sistema absolutamente práctico en cuanto a las definiciones: «En las definiciones, advierte previamente, no se ha procurado una exactitud rigurosa. Se ha querido mas bien señalar los objetos, como con el dedo,   —76→   que darlos a conocer en fórmulas precisas, rara vez accesibles a la intelijencia pueril»216.

Y en su preocupación por hacer esta ciencia fácil, segura y objetiva, tenía en preparación para el momento de su muerte «un nuevo libro sobre esta materia, que pudiera servir a los alumnos de los primeros cursos, i al cual daba simplemente el nombre de Gramática Castellana». El descubrimiento y publicación de los manuscritos de esta interesante obra inconclusa, se deben a la afectuosa investigación y excelente análisis de don Miguel Luis Amunátegui Reyes217.

«Para uso de los americanos»

La Gramática de Bello fue dedicada a los americanos, y su intención fue conservar entre ellos la pureza idiomática. Al exponer esta finalidad vuelve nuestro filólogo sobre la cuestión de los neologismos, de las nuevas acepciones de un vocablo y del falso purismo, de manera elocuente. «No tengo la pretension -dice-, de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirijen a mis hermanos, los habitantes de Hispano-América. Juzgo importante la conservacion de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicacion i un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de oríjen español derramadas sobre los dos continentes. Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias i las artes, la difusion de la cultura intelectual, i las revoluciones políticas, piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas; i la introduccion de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas i extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectacion i mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben. Hai otro vicio peor, que es el prestar acepciones nuevas a las palabras i frases conocidas, multiplicando las anfibolojías de que, por la variedad de significados de cada palabra, adolecen mas o ménos las lenguas todas, i acaso en mayor proporcion las que mas se cultivan, por el casi infinito número de ideas a que es preciso acomodar un número necesariamente limitado de signos. Pero el mayor mal de todos, i el que, si ni se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje comun, es la avenida de neolojismos de construccion, que inunda i enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, i   —77→   alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboracion reproducirian en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupcion del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, Méjico, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia i Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusion de las luces, a la ejecucion de las leyes, a la administracion del Estado, a la unidad nacional. Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que éstos ejercen, i de que proceden la forma i la índole que distinguen al todo»218.

En Gramática, pues, como en Literatura, vemos cómo resalta en todo su genuino americanismo la robusta personalidad de Bello.

Abundantes son los merecidos elogios que ha recibido la Gramática de don Andrés Bello. Es largo el número de sus alabanzas219. Me limitaré a las indubitables opiniones que siguen, emanadas de la propia Academia220.

Es «sin duda la que en nuestro siglo ha obtenido más reimpresiones y ha servido para estudio de mayor número de gentes y ha logrado comentadores y apologistas más ilustres»: expresó Menéndez y Pelayo221. (Por cierto que al decirlo, asoció justamente a su recuerdo los nombres de Cuervo y de Caro -podría agregarse el de Juan Vicente González-, quienes en sus ediciones «han dado nuevo lustre a los tratados gramaticales de Bello»).

La Academia misma dio tal valor a la obra de Bello, que comunicó a la Legación de España en Chile: «Deseosa la Real Academia de dar a tan insigne literato un testimonio público del concepto que ha formado de su obra, le ha nombrado académico honorario; distincion que, por primera vez, se ha concedido ahora, después de publicado el nuevo reglamento». Adjunto llegó el Diploma, firmado por don Francisco Martínez de la Rosa y don Juan Nicasio Gallego; y «algunos años mas tarde, cuando se   —78→   creó la categoría de académicos correspondientes, la Academia tuvo a bien, por propuesta del señor don Manuel Cañete, el 28 de febrero de 1861, incluir a Bello entre los individuos de esta nueva clase»222.

Aunque modestamente escrita para los americanos, su Gramática, cuyo Centenario está a punto de cumplirse, conmovió a los especialistas de la Madre Patria.

IV

El pedagogo

La actividad pedagógica de Bello hasta su viaje a Chile fue accesoria. Practicó, es verdad, la enseñanza en esos años: fue temporalmente maestro en Caracas, y en Londres la enseñanza le ayudó a amasar el pan amargo del exilio. Pero hasta Chile, la que habría de ser la más fecunda actividad de su vida constituyó un recurso para ganar la subsistencia, una ocupación siempre circunstancial. Las clases que dio en Caracas mientras seguía el curso de Filosofía, como ayuda en su vida estudiantil, no llegaron a entusiasmarlo; y el fracaso económico fue tal que ya no volvió a ser profesor en Venezuela. Apenas si le quedó, de la aventura, la gloria imborrable de haber contribuido a la formación espiritual de su contemporáneo Bolívar. De las lecciones que diera en Londres existen recuerdos anecdóticos; pero no hay elementos que autoricen a creer que ellas dejaran una huella profunda.

En cambio, en Chile la enseñanza toma en su existencia el plano principal. La labor de Andrés Bello en su segunda patria ha pasado a la Historia precisamente como una hercúlea tarea educativa. Educó, no sólo enseñó. Virtió ciencia en las mentes de los jóvenes chilenos, pero hizo mucho más: formó hombres por la palabra y el ejemplo y vino a ser educador de todo un pueblo al dirigir su más recia vanguardia intelectual223.

Cuando llegó al Sur contaba ya 48 años. Su vida de estudio   —79→   muy intenso y constante, edificada sobre base firme, se coronaba con una ilustración extraordinaria. Convencido de que la educación es fundamento para el progreso en todos sus aspectos y deseoso de corresponder de la mejor manera a la hospitalidad que se le había otorgado, en seguida procedió a sentar cátedra. El Colegio de Santiago, su primera fundación en Chile, duró poco; pero continuó dando clases particulares en su casa, donde enseñó Derecho Natural y de Gentes, Latín, Derecho Romano, Gramática Castellana y Literatura y Filosofía. Enseñó también en el Instituto Nacional, y creada la Universidad de Chile por ley cuyo Proyecto elaboró, fue su Rector hasta después de muerto, ya que se le dejó sin sustituir durante un tiempo. El periódico, además, fue para él cátedra viva y diaria. Su Cosmografía, sus magníficos Discursos en la instalación y en los aniversarios de la Universidad, los Principios del Derecho de Gentes, la Filosofía del Entendimiento, la Gramática Castellana, fueron escritos en orden a su actividad pedagógica.

A la narración, sin embargo, pormenorizada de su actuación como profesor, prefiero una síntesis de las ideas generales de Bello en cuanto a Pedagogía.

Una educación integral

El alma de la ideología pedagógica de Bello es la armonía integral. La educación intelectual, la educación moral y la educación física deben obrar conjuntamente sobre el educando, deben desarrollar ordenadamente todas las facultades del sujeto.

La educación integral que preconizó Bello fue semejante a la que él mismo recibió. Educación profunda, inteligible y laboriosa. La educación profunda es base indispensable para la vida intelectual del individuo. El maestro debe inculcar los principios fundamentales que presiden a todos los conocimientos humanos, y enseñar a aplicar esos principios a los diversos campos de investigación, para que posteriormente se pueda asimilar conocimientos múltiples, como lo hizo Bello, de manera que éstos formen un edificio bien construido y no una desordenada e incoherente acumulación de materiales como las que, con desgraciada frecuencia, nos hemos acostumbrado a ver. Inteligible224, porque «nada engríe i ensoberbece tanto, como una instruccion mal dijerida»225, y porque   —80→   «no es dar un buen cimiento a la disciplina mental, acostumbra el entendimiento a pagarse de palabras que no representen ideas»226. Pero el deseo de hacer entender al niño lo que se le enseña no debe llevarse a un extremo dañino. «Es necesario que el niño entienda lo que aprende; pero puede serle perjudicial que se le facilite i allane de todo punto la adquisicion de sus primeros conocimientos. No debe formársele un receptáculo pasivo de ideas ajenas, a que él no tenga que añadir ninguna especie de elaboracion. Debe acostumbrársele desde temprano a luchar con las dificultades»227. «Algunos han conseguido desterrar de la educacion el hastío que naturalmente ocasiona, presentando a los muchachos en las lecciones objetos de placer i diversion; mas con esto solo han logrado desterrar el amor al trabajo, que desde el principio debe infundirse, crear espíritus frívolos, i comunicar una instruccion tan superficial, que a la vuelta de pocos años solo deja testimonios vergonzosos del tiempo que se ha perdido. La primera instruccion del hombre debe ser demasiado radical para que pueda producir frutos sazonados, i mui pausada i bien distribuida para que sea permanente. No consiste en henchir repentinamente la cabeza de un niño de retazos de muchas ciencias, de que solo el conjunto de palabras abruma su tierna comprension, ni en hacerle seguir una serie de clases forzadas i tan largas, que le mantengan la mitad de la vida en un mero pupilaje»228.

Esa educación intelectual debe impulsar el espíritu de observación, ya que «una enseñanza que no procura acrecentar y desarrollar la observacion y otras nobles facultades, no puede ser completa ni producir en el porvenir el menor provecho»229; y ha de ser amplia, pues «la mejor educacion del entendimiento, la que mas facilita la investigacion de la verdad en las ciencias i en los negocios de la vida, es la que desde temprano pone ejercicio todas las facultades intelectuales»230; pero no basta por sí sola. La educación religiosa y moral tenía que ocupar también un plano principal en el criterio de quien dijo: «La moral (que yo no separo de la relijion) es la vida misma de la sociedad»231, y cuya vida misma fue una enseñanza constante de moralidad. No cabe extrañar,   —81→   pues, el oírle decir: «Los principios de nuestra relijion no pueden menos de ocupar el primer lugar: sin ellos no podríamos tener una norma que arreglase nuestras acciones, i que, dando a los extraviados impulsos del corazon el freno de la moral, nos pusiese en aptitud de llenar nuestros deberes para con Dios, para con los hombres i para con nosotros mismos»232. «De propósito, hemos reservado para la última, aunque primera en importancia, la consideracion de la instruccion relijiosa»233. «El fomento, sobre todo, de la instruccion relijiosa i moral del pueblo es un deber que cada miembro de la universidad se impone por el hecho de ser recibido en su seno»234. «Si importa el cultivo de las ciencias eclesiásticas para el desempeño del ministerio sacerdotal, tambien importa jeneralizar entre la juventud estudiosa, entre toda la juventud que participa de la educacion literaria i científica, conocimientos adecuados del dogma i de los anales de la fe cristiana»235. «La enseñanza relijiosa es la materia a la que el consejo de la universidad consagra una atencion mas detenida i constante en el exámen de los estados e informes que sobre la instruccion primaria i colejial se le remiten periódicamente»236. Lamenta que en la Escuela Normal no se dé a la religión «la extension que sería de desear en un establecimiento destinado a difundir las sanas ideas en todo el territorio de la república, ideas cuya insuficiencia es casi en todas partes verdaderamente lamentable»237. «El consejo ha mirado como uno de sus primeros deberes el mejoramiento de la enseñanza relijiosa, i ha tenido la satisfaccion de que no hayan sido ineficaces sus esfuerzos»238. Creo que las citas anteriores no requieren ningún comentario.

Sólo quiero advertir que la educación religiosa y moral que proclamaba Bello no era la constituida por un simple conocimiento de la religión y de la ética. Quería, por el contrario, que se inculcara en el alma de cada niño la convicción del deber religioso y moral, y se cultivara esmeradamente en él el sentimiento, como apoyo de esa convicción. Aspiraba a que la religión y la moral fueran vividas por los ciudadanos, y no las relegaran a la categoría de conocimientos olvidados y menos aún a la de prácticas supersticiosas. Por eso en un artículo titulado Comercio de Libros, lamentaba la escasa venta de devocionarios para la asistencia verdadera, espiritual, a los actos del culto, porque, dice, «¿qué es la asistencia material sin la comunion de pensamientos i afectos, que es el alma   —82→   del culto público?» «¿O creemos cumplidas las intenciones de la Iglesia, cuando la impresion que ella ha querido que se hiciese en el alma, no pasa más allá de los oídos, i talvez ni aun a éstos alcanza?»239.

Tampoco dejó de alabar a la educación física quien en su primera juventud, «ya solo, ya en union de amigos, recorrió los valles, reposó en las márjenes de los rios, trepó las montañas»240 y acompañó a Humboldt en varias excursiones, y quien «estaba dotado de una constitucion física que, aunque desnuda de apariencias atléticas, era fuerte i dejaba ver una perfecta regularidad»241. Bello, en efecto, reconoció la importancia de la educación física «que daba a los cuerpos vigor i ajilidad», hasta el extremo de ponerla, en combinación con la educación moral que «inspiraba a las almas sentimientos nobles i jenerosos», como una de las causas de la floreciente civilización griega»242.

En la teleología pedagógica de Bello aparecen unidos el bien y la felicidad. «Procurar bienes i evitar males al individuo i a sus semejantes es el objeto que nos proponemos al formar el corazon i el espíritu de un hombre; i por consiguiente, podremos considerar la educacion como el empleo de las facultades mas a propósito para promover la felicidad humana»243.

Todas las ramas de la educación

Algunas otras observaciones del ilustre compatriota deben ser profundamente meditadas por quienes aspiren a influir en la pedagogía.

Plena de actualidad es, por ejemplo, la que sigue, referente a la enseñanza media: «No dejaré de repetir una observacion jeneral que se ha hecho algunas otras veces sobre la instruccion colejial, i que por su importancia merece inculcarse. Se miran jeneralmente los ramos que forman esta especie de instruccion como meramente preparatorios para las carreras profesionales; es decir, que se consideran solamente como un medio, no como un fin importante en sí mismo. De esta jeneral preocupacion, nacen graves inconvenientes para el incremento de la civilizacion intelectual. Los que no aspiran a una profesion científica, no aprecian en su justo valor la posesion de aquellos conocimientos que distinguen en todas partes a la jente educada; i es preciso confesarlo,   —83→   se nota a menudo esta falta en la clase mas favorecida de la fortuna, que es donde deben presentarse en realce aquella amenidad i elegancia, que proceden de una intelijencia cultivada i caracterizan a una sociedad en progreso. De ahí el hacerse los estudios preparatorios sin verdadera contraccion, sin amor, como condiciones indispensables que abren la puerta a conocimientos, no mas elevados, sino mas lucrativos; como adquisiciones que, para los iniciados en éstos, no valen la pena de conservarse, i de que en el curso de la vida aparecen pocos vestijios. Otra consecuencia del mismo principio es la limitada concurrencia de la juventud a los colejios provinciales, destinados principalmente a la difusion de ese caudal de luces de que no debe carecer un hombre de regular educacion, i que le habilita no solo para el comercio social, sino para llenar decentemente las funciones a que son llamados indistintamente los ciudadanos en nuestra organización política»244.

Otro de los puntos que defendió Bello fue la enseñanza del latín. «La enseñanza de la lengua nativa i de la latina, dijo, es piedra fundamental de toda ciencia». «La continua ocupacion en comparar dos instrumentos diferentes con que manifiesta un mismo pensamiento le acostumbran desde temprano (al joven) a la meditacion, tan necesaria para conducirlo a ideas mas elevadas i profundas»245. Además del argumento que acabo de copiar, adujo Bello por la enseñanza del latín estos otros: 1º, «es difícil hablar con propiedad el castellano si no se posee la lengua madre»; 2º, «tampoco hai nada que facilite mas la adquisicion de las lenguas extranjeras, que el previo conocimiento de la latina»; 3º, «para el cultivo de las bellas letras es de la mayor importancia el latín»; 4º, «la lengua latina es la lengua de la relijion que profesamos»; 5º, «apénas hai ciencia que no saque mucho partido del conocimiento de las lenguas antiguas, como que su nomenclatura es casi toda latina o griega»246. Para el estudio del latín publicó una edición corregida y concluida, de la Gramática Latina de su hijo don Francisco, muerto cuando apenas comenzaba a dar fruto.

Andrés bello y la enseñanza primaria

Bello fue partidario, demás está decirlo, de la instrucción primaria. «Pero, dice, por eso mismo creo urgente el fomento de la enseñanza literaria i científica». La instrucción primaria no se difunde «sino donde han florecido de antemano las ciencias i las   —84→   letras». No dice que la instrucción primaria sea consecuente de la otra, sino que la requiere como condición indispensable: «Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena direccion de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura intelectual mui adelantada»247.

Como medio el más adecuado para el fomento de la instrucción primaria fue un entusiasta propulsor de la Escuela Normal. «Sin ella, escribió, serían por lo ménos ineficientes todas las demas (medidas) que se tomasen para la difusion de la enseñanza primaria, porque faltaría siempre el primer elemento, que consiste, sin duda, en la adquisicion de buenos i honrados maestros»248. La educación que se debe dar en esta clase de Institutos (son ideas de Bello) debe estar enderezada a formar buenos maestros; debe, por tanto, hacerlos, no sólo aptos para la enseñanza intelectual, sino también para la moral y religiosa249.

Como complemento de la enseñanza primaria propendió así mismo por el establecimiento de escuelas dominicales para jornaleros: institución esta que sería verdaderamente benéfica, y que no supondría para los obreros un recargo de trabajo, desde luego que ellos encontrarían distracción en ese aprendizaje, porque es hoy un principio aceptado el de que el descanso provechoso consiste sólo en cambiar de actividad. Ojalá se estudiara seriamente este deseo del pedagogo caraqueño.

Es, pues, del todo injusto el estimar que prefiriera Bello la enseñanza primaria en su afán por la enseñanza superior. Él estimaba «la instruccion general, la educacion del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atencion el gobierno; como una necesidad primera y urgente, como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas». La sola enunciación de su afán por la preparación de futuros maestros a través de la Escuela Normal, bastaría para considerarlo como uno de los más honestos y preocupados propulsores de la educación popular. Sin maestros, la enseñanza popular no existe. Y fue él, al decir de Orrego Vicuña, «el primero en Chile y acaso en América» que propiciara el establecimiento de institutos de educación normal250.

Sin embargo, ha dejado el más vivo recuerdo la afirmación de Bello en cuanto a la función rectora que atribuía a las universidades sobre todos los ramos de la educación y al énfasis que ponía en la necesidad de que se desarrollara una cultura sólida,   —85→   como base para la difusión de la enseñanza. Lastarria, como Sarmiento, hacía énfasis en la urgente prioridad de la educación popular, considerando el florecimiento de la cultura universitaria como una consecuencia de aquella generalización. El eco de una y otra voz resuena en los campos pedagógicos de América251. Una y otra, no obstante, coinciden en la exigencia de viva atención para los extremos superior e inferior de la educación. Si a esto agregamos el interés que manifestó Bello por la enseñanza media, al que poco más arriba se ha hecho referencia, resplandecerá una vez más, por sobre matices de elocución, su concepto integral acerca de la formación educativa del hombre.

La verdad completa es que Bello no sólo practicó, sino que comprendió un alto y completo ideal pedagógico. Se esforzó por unir -como en los otros aspectos de su vida- la enunciación de los principios y la realización de los hechos.

La rápida exposición de las ideas de Bello en punto a educación no ha de desviarnos, con todo, de la apreciación fundamental del Bello maestro, en el campo difícil de la vida. Si concibió un sistema pedagógico integral, tuvo especialmente el mérito de haberse dado, día tras día, a la tarea de forjar voluntades para el estudio y para el bien, de despertar y orientar inquietudes. Su existencia, especialmente desde que llegó a Chile, fue una continua y perseverante labor educadora. Por lo que el resumen más breve y completo de su invalorable labor como maestro, puede encerrarse en una frase de Amunátegui que bien hubiera podido servirle de epitafio:

«Puede afirmarse sin inexactitud que pasó la vida enseñando»252.

V

El jurista

Impulsado por tradición familiar y también por personal inclinación, Bello estudió en Caracas el curso de Derecho253. Pero   —86→   -dice Amunátegui-, «su padre, aunque abogado de mérito, esperimentó por un motivo que ignoro, cierta repugnancia a la profesion», y «don Andrés, por su parte, había heredado la aversion del autor de sus días a las contiendas poco atractivas de los litigantes, i así no se sentia con vocacion para gastar la vida entrometiéndose en ellas». Esto dice Amunátegui en su Vida de don Andrés Bello254. Tal repugnancia de Bello hacia el ejercicio de la profesión de abogado se explica muy claramente en su carácter poco afecto a las luchas que trascendieran del terreno cultural, carácter que lo mantuvo alejado, al mismo tiempo que de las luchas profesionales, casi completamente de las luchas políticas.

Sentía, pues, despego por el Foro junto a un decidido interés por el estudio de la jurisprudencia; interés que, sobre la base ya formada con su aprendizaje de Caracas, lo llevó a acumular un raro caudal de ciencia jurídica capaz de dictar soluciones en todas las ramas del Derecho.

Dice Amunátegui que en Chile por razón económica tuvo la intención de «adquirir el título legal para defender pleitos», y que como paso previo se recibió el 17 de setiembre de 1836 de Bachiller en cánones y leyes. Pero después no quiso completar su expediente, «cuya consecucion no le habría costado absolutamente nada, ni ejercer una profesion, que le habría asegurado una pingüe entrada. Pero si no tenia vocacion para ser abogado la tenia, i mui grande, para ser juris-consulto»255. En esta frase afortunada supo lograr el biógrafo chileno una definición exacta del Bello jurista.

Dictó clases sobre diversas disciplinas en el orden jurídico; tomó parte principalísima en la vasta obra legislativa que se realizó en Chile durante todo el tiempo que en ese país vivió; estuvo siempre presto a defender los derechos de la Nación Chilena en los conflictos internacionales que se presentaron, e inspiró la conducta del Gobierno desde el cargo de Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores; escribió varias obras didácticas de carácter jurídico, y resolvió numerosas consultas que se le hicieron por los particulares.

En las páginas del presente capitulo trataré de compendiar sus trabajos y sus ideas básicas en las ciencias jurídicas.

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Concepto filosófico jurídico

Comenzaré diciendo que condenó el estudio mecánico que mira al Derecho como simple arte de aplicar e interpretar las leyes positivas: su vida misma fue una constante protesta contra tal pragmatismo jurídico. «Desearíamos, dijo, que se ensanchase i ennobleciese el estudio de la jurisprudencia misma; que el jóven abogado extendiese sus miras mas allá del reducido i oscuro ámbito de la práctica forense; que profundizase los principios filosóficos de esta ciencia sublime, i la contemplase en sus relaciones con las bases eternas de la justicia i de la comun utilidad; i que no se olvidase de templar su severidad, amenizándola con el cultivo asiduo de la filosofía i de las humanidades, sin las cuales no ha habido jamas ningun jurisconsulto eminente»256. Defendió, pues, el estudio de la Filosofía del Derecho; dio clases de Derecho Natural257, y elaboró un texto, del cual aparecen en sus Obras sólo dos hojas, principios de los capítulos VI y VII, que, de puño y letra de Bello, cedió el discípulo suyo don Manuel Antonio Tocornal al señor Amunátegui.

Su tratado de Derecho Internacional le sirvió también de ocasión para estudiar diversos puntos de la Filosofía jurídica: la división del Derecho en subjetivo y objetivo y sus subdivisiones258, la sanción en general, incluyendo la moral y la religiosa259, y especialmente la existencia de un Derecho natural racional, inmutable, eterno, primario respecto del positivo que defiende a la inversa de «varios autores, que niegan absolutamente la existencia de una lei verdadera, obligatoria por sí misma, e independiente de la voluntad humana; porque, segun ellos, no hai mas leyes que las que promulga el poder material de los que mandan, como revestidos de una mision divina de dominacion. Esto era lo que entre otros enseñaba el ingles Hobbes»260. Léase esta declaración respecto a la existencia del Derecho Natural: «Toda lei supone una autoridad de que dimana. Como las naciones no dependen unas de otras, las leyes o reglas a que debe sujetarse su conducta recíproca, solo pueden serles dictadas por la razon, que, a la luz de la esperiencia, i consultando el bien comun, las deduce del encadenamiento de causas i efectos que percibimos en el órden físico i moral del universo. El Sér supremo, que ha   —88→   establecido estas causas i efectos, que ha dado al hombre un irresistible conato al bien o la felicidad i no nos permite sacrificar la ajena a la nuestra, es, por consiguiente, el verdadero autor de estas leyes, i la razon no hace mas que interpretarlas»261.

Desde las columnas de El Araucano defendió así mismo el Derecho natural como base del internacional, contra un artículo negador de «que hai reglas de derecho internacional que, sin el previo consentimiento de las naciones, las obligan». «Vemos allí, dijo, que no existe un derecho internacional perfecto, i que ese pretendido código de la humanidad que rije a todas las sociedades, es la cosa mas vaga, mas indeterminada, mas imperfecta. Pero el que sea imperfecto el código internacional dictado por la sola naturaleza, ¿prueba por ventura, que, absolutamente hablando, no haya un código de esa especie? Es cierto que muchas de las reglas de la moral internacional son vagas e indeterminadas; pero ni todas lo son, ni el ser una regla indeterminada o vaga, esto es, demasiado jeneral o abstracta, supone que no pueda aplicarse clara i evidentemente a muchísimos casos. Es cierto que se hacen de ellas a menudo aplicaciones torcidas; pero ese es un argumento contra las aplicaciones, no contra las reglas». «El abuso de la lei internacional, fundada en la naturaleza del hombre i de las sociedades, es una prueba de su existencia. Los mismos que la tuercen, la reconocen»262. En otro escrito relativo a la misma polémica aparece además este párrafo que completa la definición del concepto de Bello sobre el Derecho natural: «Pero esa leí enseñada por la recta razon, inmutable, eterna, ¿a quiénes obliga? A los hombres, sin duda; i no solo a los hombres, considerados como individuos, sino a los agregados de hombres, a los pueblos, a los estados, en sus relaciones recíprocas»263.

Respecto al problema de la codificación, supo ser decidido partidario y practicante de ella sin llegar al extremismo, muy en boga todavía en su tiempo, que describe con las siguientes palabras Carlos Octavio Bunge: «Era el principio jacobino de la Revolución francesa aplicado al derecho: destituir las tradiciones para crear, según los dictados de la razón, el mejor derecho posible, y crearlo con la eficacia de códigos completos y sistemáticos que abrogasen las leyes y costumbres del pasado y establecieran el derecho y la justicia del porvenir»264. Bello, al contrario, consultó con el mayor interés la costumbre, en su obra legislativa, y no consideró los códigos como obra inmutable y eterna. Terminante, en efecto, es la declaración del mensaje con que el Presidente de   —89→   la República y el Ministro de justicia remitieron al Congreso de Chile el Proyecto de Código Civil por él elaborado, mensaje que con bastante fundamento aparece incluido en sus Obras Completas: «Muchos de los pueblos modernos mas civilizados han sentido la necesidad de codificar sus leyes. Se puede decir que esta es una necesidad periódica de las sociedades. Por completo i perfecto que se suponga un cuerpo e lejislacion, la mudanza de costumbres, el progreso mismo de la civilizacion, las vicisitudes políticas, la inmigracion de nuevas ideas, precursora de nuevas instituciones, los descubrimientos científicos, i sus aplicaciones a las artes i a la vida práctica, los abusos que introduce la mala fe, fecunda en arbitrios para eludir las precauciones legales, provocan sin cesar providencias que se acumulan a las anteriores, interpretándolas, adicionándolas, modificándolas, derogándolas, hasta que por fin se hace necesario refundir esta masa confusa de elementos diversos, incoherentes i contradictorios, dándoles consistencia i armonía i poniéndolos en relacion con las formas vivientes del orden social»265. Esas «formas vivientes del orden social» salvan su concepto del Derecho, del jusnaturalismo hipertrofiado para el cual la razón venía a ser la fuente única y decisiva del Derecho. Al reconocer, por el contrario, que el Derecho vive y se transforma con la vida social, supo Bello conciliar el jusnaturalismo con la parte contingente y mudable que un sano y moderado historicismo reconoce en la vida jurídica.

El conocimiento filosófico que don Andrés Bello tuvo del Derecho se manifestó en la resolución de muchos problemas jurídicos266.

La Filosofía presidió, pues, en Bello (como en Savigny, el gran jurista de su siglo), la actividad del jurisconsulto y la del legislador.

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El derecho romano, formador del jurista

Conocida su inclinación por el estudio científico de todo el vasto campo jurídico, no pueden sorprender sus esfuerzos en pro del Derecho romano; y si desde la prensa defendió el estudio de aquél por su carácter formativo y además por su utilidad práctica -como fuente, a la vez que explicatorio y supletorio, del Derecho español, vigente para entonces en Chile-267, su labor en este sentido adquiere aún mayor relieve dentro de la Universidad. «La universidad, me atrevo a decirlo, -reza el Discurso de instalación de ésta-, no acojerá la preocupacion que condena como inútil o perniciosa el estudio de las leyes romanas; creo, por el contrario, que le dará un nuevo estímulo i lo asentará sobre bases mas amplias»268.

En el Discurso de aniversario de la misma, recalca en 1848 sobre esta orientación con sumo interés. «Yo desearía, señores, que el estudio de la jurisprudencia romana fuese algo mas extenso i profundo. Lo miro como fundamental». «El objeto de que se trata, es la formacion del jurisconsulto científico; el aprendizaje de aquella lójica especial, tan necesaria para la interpretacion i aplicacion de las leyes, i que, forma el carácter que distingue eminentemente la jurisprudencia de los romanos». «Ni creo tampoco que sea menester refutar la preocupación de aquéllos que desconocen la utilidad práctica del derecho romano, sobre todo en países cuya lejislacion civil es una emanacion i casi una copia de la romana. Basta decir que en ninguna época ha sido mas altamente apreciado, ni mas jeneralmente recomendado su estudio, aun bajo el punto de vista de la práctica judicial i forense. Yo citaré, con Savigny, el ejemplo de los jurisconsultos franceses, que se sirven, dice, del derecho romano con mucha habilidad para ilustrar i completar su código civil, obrando así segun el verdadero espíritu de ese mismo código»269. De seguida manifiesta la necesidad de «un texto mas comprensivo i sustancial», a lo cual añade Amunátegui en la Introducción de los Opúsculos Jurídicos de Bello: «Guiado por este propósito, don Andrés Bello enriqueció el texto de Heineccio con correcciones importantes, con adiciones numerosas i con notas explicativas cuyos materiales sacaba del derecho civil i de sus comentadores mas famosos. El diminuto compendio se transformó así en una obra majistral, que he visto parte manuscrita i parte impresa en el establecimiento tipográfico dirijido por su hijo don Andrés Ricardo Bello i don Felipe   —91→   Santiago Matta»270. Desgraciadamente lo único que de este libro se conserva en la Obras es su introducción, admirable resumen histórico-crítico de los caracteres del Derecho romano, su evolución y sus fuentes, que debería estudiarse aún hoy por la concisión de sus ideas y lo seductor de su exposición y estilo.

En la Memoria que en 1859 debió presentar a la Universidad vuelve sobre el tema de la necesidad de ampliar el estudio del Derecho romano; y merece apuntarse el hecho por cuanto ya estaba promulgado por entonces el Código Civil que él mismo había redactado para Chile. Entre los principales argumentos, repite el de lo utilidad que para la formación del jurisconsulto representa la lógica romana, «tan rigurosa en sus deducciones que el gran Leibnitz no dudó compararla con el proceder del raciocinio matemático»271.

Escribió sobre todas las ramas del derecho

La fecundidad jurídica de Bello, que llena cinco tomos de sus Obras Completas (las cuales sin embargo no contienen sus tratados didácticos de Derecho natural y de Derecho romano, como quedó dicho), abarca todas las ramas del Derecho.

Trató del Derecho político cuando en los Principios de Derecho de gentes desarrolló las básicas materias de la soberanía, sus formas y sus consecuencias más importantes (entre ellas el territorio, el dominio eminente, la ciudadanía); cuando, poniendo un saludable coto a los excesos de la teoría de la separación de los poderes, alabó, sí, la independencia del Poder Judicial, pero aclaró su carácter delegatorio respecto del Ejecutivo: «Pero, escribió, como en estas funciones, el juez no hace mas que preparar la ejecucion de las leyes, el que ejerza este ramo de los poderes constitucionales, debe examinar cuidadosamente la marcha que siguen los funcionarios que las aplican, no para destruir la independencia de los juicios, remediando los abusos que se cometan en cada caso determinado, sino para precaver los que en lo sucesivo puedan cometerse, para hacer responsable al que los cometa, para velar con fruto sobre la inviolabilidad de tas leyes, cuya observancia está confiada a su cuidado». «Si el ejecutivo quiere, no diremos dictar una decision judicial, pero siquiera inclinar a un lado o a otro la opinion de los jueces en una causa, el ejecutivo cometerá una culpable usurpacion de autoridad, violando la independencia de los tribunales; pero si el ejecutivo sigue los procedimientos en tal o cual negocio contencioso o en todos a la vez,   —92→   si procura inquirir el estado en que se hallan para conocer si se desempeñan con escrupulosidad los deberes judiciales, si examina la conducta de los funcionarios que tienen a su cargo el ramo mas vital para la conservacion i el órden de la sociedad, el ejecutivo, léjos de cometer un abuso, habrá desempeñado una de las obligaciones mas sagradas que le imponen la constitucion, la razon i los intereses de la república»272.

Opinó sobre numerosas cuestiones de Derecho administrativo: demostró la necesidad para Chile de habilitar cuantos puertos y caletas fueran posibles para el cabotaje, y de dar, en general, la mayor amplitud a la legislación administrativa relativa al tráfico marítimo; defendió la conveniencia de la construcción del ferrocarril Santiago-Valparaíso; abogó por la adopción del sistema métrico decimal; logró se desterrara por inútil la costumbre parlamentaria de contestar el discurso de apertura del Presidente de la República; defendió el proyecto de Ley de constitución del «Archivo General» o Archivo Nacional; propuso la reforma de la Ley sobre derechos de autor, y a este fin hizo un estudio acerca de las similares de los principales países. Creo que esta breve enunciación demostrativa basta para dar una idea de la amplitud de su obra a tal respecto.

También se encuentran variados problemas de Derecho penal abordados en su obra jurídica. Aparece manifiesta la influencia de Bentham cuanto a la función de utilidad social de la pena; pero en Bello brilló siempre la idea superior del restablecimiento de la justicia violada. «La justicia humana, afirmó, no procede por impulsos de venganza; su único objeto es preparar el daño i evitar su repeticion»273.

Respecto al régimen penitenciario, guiado por la doble finalidad de la pena como útil: enmienda del penado y ejemplo de la sociedad, criticó el sistema que se usaba en Chile; y propuso reformas basadas en las experiencias llevadas a cabo en los Estados Unidos.

Criticó severamente el abuso del derecho de indulto argumentando así: «No podemos menos de unir nuestra voz a las de otros defensores de las leyes i de la verdadera humanidad para reclamar contra los indultos del congreso, cuando salen de aquellos limitados casos, a que, por la constitucion del estado i por la naturaleza de las cosas, debe ceñirse el ejercicio de esta prerrogativa importante. No se da a ninguna autoridad pública el derecho de indultar a los reos, o de conmutarles la pena, para que lo ejerzan   —93→   arbitraria i caprichosamente. Semejante conducta no tendría nada de extraño en los gobiernos donde todo pende de la voluntad de un déspota. Pero donde mandan las leyes, todo debe estar sujeto a reglas; i el indulto de un reo no es un acto individual de clemencia, sino una excepcion, que, por el mismo hecho, se concede a todos los reos que se hallen en circunstancias análoga». «Todo lo que disminuye la certidumbre de la pena, disminuye su eficacia como preservativo de los delitos. Presentar a la mente de los que tienen la tentacion de cometer un crímen, probabilidades de impunidad, es inducirlos realmente a cometerlo; i esta es la tendencia de los indultos arbitrarios»274. «No se crea que queremos quitar al supremo majistrado de la república sentimientos de compasion, ni los rasgos de clemencia, que en ningun ciudadano deben relucir mejor. Solo queremos que ellos vayan siempre nivelados por la justicia, porque sin esta virtud son quiméricas las demas; i la clemencia mal entendida es una crueldad verdadera, tanto mas perjudicial, cuanto mas encubierta. El que por una aparente compasion deja impune al malvado, sobreponiéndose a las leyes, sacrifica, con una temeridad imperdonable, a las inocentes víctimas de los delitos que él vuelve a cometer, i de los que cometan otros desgraciados bajo la salvaguardia de la debilidad en la aplicacion de los castigos»275.

El Bello cultor de la ciencia penal hizo observar también que la publicación de las sentencias absolutorias y condenatorias es un gran resorte social, porque sirve de ejemplo cuando es condenatoria y si es absolutoria limpia la reputación de los acusados hallados inocentes; publicó con elogios las disposiciones del Código Penal de Luisiana sobre las «ofensas que afectan la reputacion»276; en su Proyecto de Código Civil defendió la existencia de atenuantes respecto a las consecuencias del divorcio (quoad thorum) cuando la criminalidad del cónyuge condenado fuere atenuada por circunstancias graves en la conducta del que obtuvo el divorcio; y se inclinó, respecto al adulterio, al incesto y delitos congéneres, por la conveniencia de «borrar absolutamente esta clase de delitos, del catálogo de los que deben estar sujetos a la justicia humana», alegando que «hai males sociales cuya medicina pertenece solo a la relijion i a la moral»277.

No fue tampoco ajeno al Derecho comercial. En 1835 se le designó en compañía de otras cuatro personas para constituir la comisión que, de acuerdo con un artículo suyo publicado en El   —94→   Araucano, debería estudiar el Código de Comercio español para informar al Gobierno «acerca de las modificaciones que en su concepto deban hacérsele con el fin de someterlo a la aprobacion de la lejislatura»; pero don Andrés no pudo hacerse cargo de la redacción, sino sólo cooperar a la obra, y la junta no se reunió más278. En numerosos artículos escribió sobre materia jurídica comercial, y en los Principios de Derecho Internacional, al estudiar el tráfico mercantil entre las naciones, hizo un conciso resumen de la historia del Derecho comercial.

Una de sus mayores preocupaciones fue la legislación procesal, porque miraba la administración de justicia como piedra fundamental del orden social. «Ia seguridad, la propiedad, el honor, todo en fin, cuanto el hombre busca i encuentra en la sociedad estriba precisamente en la recta administracion de justicia. Son sin ella las leyes un vano simulacro; porque nada importa que existan i sean las mejores, si su mala aplicacion o inobservancia las anula, o si, para conseguir su efecto, se han de experimentar mayores males que los que obligaron a reclamar su cumplimiento»279.

Realizó una admirable campaña porque se fundara cada sentencia en los motivos que decidieron el parecer del juez; luchó por la publicidad de los juicios (exceptuando los relativos al honor del sexo), la cual debía traer por consecuencias la mayor fidelidad y rectitud de testimonios, la mayor instrucción común sobre las leyes en general, la eficaz sanción moral que estimulase y reprimiese a los jueces; propuso que en los tribunales colegiados se votara cada cuestión por separado y se distinguiera el hecho del Derecho; defendió (reflejo de una época que estimaba más la seguridad que la celeridad) la necesidad de una tercera instancia para el caso de dos sentencias contrarias; insinuó la supresión del juramento decisorio, porque «con testigos relijiosos i morales, no se arriesga nada suprimiendo el juramento; con testigos irrelijiosos, hai una ventaja real en esta supresion»280; introdujo en materia de prueba la necesidad de instrumentos escritos para todo contrato que excediese de cierta suma; recalcó la importancia de las presunciones o conjeturas entre las pruebas judiciales.

Sus artículos sobre «Escribanos» fueron vividas, realísimas críticas a los descuidos, faltas y negligencias en la parte mecánica de la administración de justicia. El tema de la obediencia a la ley le sirvió también de ocasión para señalar abusos en el sistema   —95→   judicial, como la mediación con el juez fuera de autos y las visitas de las partes a éste, y aconsejó: «Oiga el juez en el lugar público, destinado a dar audiencia; este es su oficio; pero fuera de él, no escuche cosa alguna, porque la sorpresa estará mui cerca de su ánimo; i porque es preciso que haga entender a los que claman por justicia, que no está el obtenerla en practicar muchas dilijencias, sino en hacerlas procediendo en todo sin salir del camino que tienen trazado las leyes»281.

En la cuestión de la preferencia entre pocos o muchos jueces, se decidió, con Bentham, por la opinión de que «uno solo es preferible a muchos»; porque «segun este escritor, la unidad en la judicatura es favorable a todas las circunstancias que deben exigirse de un juez, al paso que la pluralidad las menoscaba i debilita. Ia integridad de un juez depende mucho de su responsabilidad; i su responsabilidad es mucho mayor, sea delante de la lei, sea con respecto a la opinión pública (que despues de todo es el único tribunal que puede ejercer sobre los jueces una superintendencia eficaz, cuando se le suministran los medios de instruirse i pronunciar sus juicios), si pesa sobre un hombre solo; si este hombre no tiene mas apoyo, ante el público que la rectitud de sus decisiones, ni mas escudo que la estimacion de sus conciudadanos; i si, en el caso de cometer una injusticia, el descrédito ha de caer sobre él todo entero, i se halla solo contra la indignacion universal. Pocos hombres se inmolan por la virtud; por la infamia, ninguno. Aun cuando un juez no fuera íntegro por inclinación, tendria que serlo a pesar suyo en una posicion en que su interes es evidentemente inseparable de su deber»282.

Abogó, en fin, por la codificación de las leyes procesales. En la Memoria presentada al Congreso de 1855 por el Ministro de justicia, éste expresaba la aspiración de que «el laborioso jurisconsulto a quien debemos el código comun» llevase a cabo el Código Procesal; pero esta nueva empresa no pudo ser cumplida por el anciano Bello283.

Todas las ideas que he intentado sistematizar arriba se encuentran esparcidas: las únicas obras jurídicas completas que se conservan del ilustre autor, y que por ello reclaman de manera un poco más detenida la atención, son los Principios de Derecho Internacional y el Código Civil.

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Fundó el Derecho internacional de Iberoamérica

El nacimiento de las naciones hispano-americanas a vida independiente, trajo la necesidad para sus jurisconsultos de profundizar el estudio del Derecho internacional. Los nuevos Estados, de suyo poco desarrollados y exhaustos por la guerra de emancipación, precisaban tener un claro concepto de sus derechos y de sus argumentos defensivos, para hacer valer en sus conflictos con potencias provistas de medios incomparablemente mayores, su situación jurídica que no les era dado garantizar satisfactoriamente con la fuerza.

Bello, quien debía conocer ya las nociones del Derecho de gentes cuando salió de Venezuela, las amplió considerablemente, y estudió las opiniones de los mejores internacionalistas de su tiempo y las aplicaciones prácticas que en la vida de las naciones habían tenido las normas jurídicas internacionales, durante su carrera diplomática. Una vez en Chile, entró al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores y estableció una cátedra particular de Derecho internacional: esta enseñanza fue la causa inmediata de la publicación de sus Principios de derecho de jentes, cuya primera edición en Santiago de Chile data de 1832.

Los Principios de derecho de jentes han recibido muchos y muy satisfactorios elogios de autorizados tratadistas; pero para formar una idea de su importancia basta recordar cuán abundantes son las ediciones que de ellos se han hecho. En Chile, en vida de don Andrés recibieron ya una segunda impresión en 1844, y otra en 1864, ambas mejoradas: en la última apareció por vez primera el nombre del autor, que antes se habla ocultado modestamente tras de la iniciales A. B., y fue sustituido el título de la obra por el de Principios de derecho internacional, denominación que, a su juicio, tendía ya a prevalecer en el idioma sobre la de Derecho de jentes284. Después han sido impresos repetidamente en Bogotá, Caracas, París, Madrid, sin que faltara el abusivo, aunque pintoresco plagio.

Especial atención merecen para el venezolano las ediciones caraqueñas del Derecho Internacional de Bello, porque evidencian la elevada estima que en Caracas se tenía por nuestro ilustre conciudadano. La primera edición caraqueña de los Principios de Derecho de Jentes fue hecha por don Valentín Espinal en 1837, a los cinco años apenas de haberse publicado la primera edición en Santiago. En el Aviso de los Editores se señala el interés de la edición, «no sólo en razón del relevante mérito de la obra, sino   —97→   también por la circunstancia de ser producción de un paisano nuestro a quien, en demostración del distinguido y particular aprecio que hacemos de sus luces y talentos, tributamos este pequeño si bien sincero obsequio, que al mismo tiempo refluye en gloria de nuestra patria. Ojalá que, para cumplimiento de los votos del Autor, y de los nuestros, se adopten estos preciosos elementos por todas las Universidades de los nuevos Estados Americanos, y estudie en ellos su juventud los principios de una ciencia, que ya le urje por su utilidad e importancia». En 1847, a los tres años de la segunda edición santiaguina, se hizo una nueva edición caraqueña, ya bajo el rubro Principios de Derecho Internacional. Hace de prólogo una carta de Irisarri, valiosa para justificar lo meditado del libro y la preocupación americanista que le sirvió de inspiración: «Ciertamente -dice-, el Sr. Bello no ha compuesto su libro en poco tiempo. Hace treinta años que yo le conozco estudiando los Principios del Derecho Internacional, y él fue el primero de que yo tuve la prueba de la deficiencia del Derecho de Gentes de Vattel en todas las cuestiones que interesaban a la causa de la emancipación de la América Española, y fue él quien me hizo conocer la necesidad de estudiar a los escritores más modernos. Desde entonces este sabio y patriota americano se ocupaba en el estudio, cuyo fruto tenemos a la vista; y desde entonces se proponía darnos estos Principios del Derecho Internacional para que se hiciesen populares en estas Repúblicas, y sirviesen en la ventilación de nuestros negocios con las demás naciones»285.

El libro es una exposición de las normas fundamentales del Derecho internacional, correspondientes, ya al Derecho natural, conocido por la razón humana, ya al Derecho positivo, concretado en los tratados y en las costumbres internacionales; contiene al Derecho internacional público y al Derecho internacional privado; incluye, además, un manual de Diplomacia y un capítulo sobre el servicio consular. Los mejores autores conocidos en la época le sirvieron de guía, así como también «los voluminosos repertorios de causas judiciales recopiladas en la Europa i en los Estados Unidos de Norte América, cuya doctrina supo extractar con precision i método»286.

Considerada como brillante síntesis de los principios internacionales, la obra de Bello es de un inmenso mérito y todavía puede ser de verdadera utilidad para los estudiantes de aquella rama   —98→   jurídica: pero su aspecto más importante es, fuera de duda, el que estudia los problemas vitales de la situación internacional de Hispano-América.

El día en que se considere constituida una escuela iberoamericana de Derecho internacional (en la cual estarán sin duda comprendidos notables especialistas contemporáneos nuestros); una escuela iberoamericana que se distinguiría por su preferencia hacia el estudio de ciertos problemas que de manera especialísima nos interesan y por la defensa esforzada de ciertos principios que tienen para nosotros privilegiada importancia porque protegen nuestros más esenciales derechos; ese día todos los espíritus selectos del Continente Sur Americano habrán de volver los ojos a Andrés Bello, para reconocerlo como el fundador de esa escuela, como el Padre del Derecho Internacional común de nuestras patrias.

En lo referente al Derecho internacional general, merecen señalarse ciertos puntos tratados por Bello, por su mérito, importancia y claridad: tales, su firme creencia en un Derecho natural, base indiscutible del Derecho de gentes; su exposición sobre la legitimidad de la guerra; su reconocimiento de Francisco Suárez como «el primer escritor que en los tiempos modernos acertó a dar nociones puras i sólidas del derecho natural i de jentes en su tratado De legibus ac Deo legislatore287, rectificación histórica esta que ha sido preocupación de los internacionalistas modernos contra la creencia dogmática en la paternidad de Grocio sobre el Derecho internacional.

Pero, vuelto a decirlo, lo que en la obra reviste mayor interés es lo relativo a los problemas que más directamente nos atañen; porque, como decía el mismo Bello desde El Araucano en 1840, los principios del Derecho de gentes «tienen una doble importancia en América, donde es necesario mirarlos con un respeto particular i hasta (si posible fuera) supersticioso, como que sin ellos los disturbios que destrozan a las nuevas repúblicas, darian frecuentes i plausibles pretextos a la ambicion, para intervenir i usurpar»288. Bello estudia, en efecto, el derecho de un Estado al reconocimiento de los otros, necesidad que en su tiempo era primordial en Sur América. Recalca lo limitadísimo de las causas justificativas del derecho de intervención, problema que también trató desde la prensa: «La injerencia de un gobierno en los negocios peculiares de otro u otros, no es una regla, sino una excepcion; jeneralmente hablando es ilejítima, es atentatoria contra la independencia de los estados, circunstancias particulares de una naturaleza grave,   —99→   de un peligro inminente i manifiesto, pueden solas justificarla»289. No niega que la guerra de independencia hispanoamericana fue una guerra civil, antes cita la terminante declaración del juez Story según la cual «el gobierno de los Estados Unidos ha reconocido la existencia de una guerra civil entre la España i sus Colonias», pero añade: «Desde que un nuevo estado que se forma por una guerra civil, o de otro modo, ejerce actos de soberano, tiene un derecho perfecto a que las naciones con quienes no está en guerra no estorben de manera alguna el ejercicio de su independencia»290. Estudiando, en fin, la piratería, se expresa enérgicamente en contra de los filibusteros: «pero es preciso reconocer que el filibusterismo no está comprendido en la definicion de la piratería segun el derecho internacional primitivo. Carece, es verdad, de la autorizacion ostensible de un gobierno establecido; si bien es notorio que estas expediciones en los casos a que hemos aludido contaban con el apoyo físico i moral de ciertos pueblos; pueblos (proh nefas!) civilizados i cristianos, prontos a auxiliarlas, ampararlas e interceder por ellas en la desgracia»291.

La idea de la reunión de un Congreso Americano tuvo alternativas en el criterio de Bello. Al principio, dijo, «mirábamos la idea como una bella utopia estéril de consecuencias prácticas para la América»; pero después llegó a atraerlo el proyecto, en la creencia de que el mero acercamiento sería de por sí un resultado positivo. «Las varias secciones de la América han estado hasta ahora demasiado separadas entre sí; sus intereses comunes las convidan a asociarse; i nada de lo que pueda contribuir a este gran fin, desmerece la consideracion de los gobiernos, de los hombres de estado, i de los amigos de la humanidad. Para nosotros, aun la comunidad de lenguaje es una herencia preciosa, que no debemos disipar. Si añadiésemos a este lazo el de instituciones análogas, el de una lejislacion que reconociese sustancialmente unos mismos principios, el de un derecho internacional uniforme, el de la cooperacion de todos los estados a la conservacion de la paz i la administracion de justicia en cada uno (por supuesto con las conocidas i necesarias restricciones que importan a la seguridad individual), ¿no sería este un órden de cosas, digno por todos títulos, de que tentásemos para verlo realizado medios mucho mas difíciles i dispendiosos que los que exije la reunión de un congreso de plenipotenciarios?»292.

Su juicio fluctuó, pues, entre el ideal más o menos irrealizable, por un lado, y la dificultad de la empresa, por otro: pero se   —100→   decidió porque a lo menos se intentara el estrechamiento de los nexos entre nuestros países. En carta a Antonio Leocadio Guzmán, Delegado venezolano al Congreso de Lima, se manifestó posteriormente en este sentido, aunque otra vez incrédulo en el éxito.

En su labor práctica cuanto al orden jurídica internacional sobresalió su inclinación a celebrar tratados que no fuesen gravosos; y en sus artículos periodísticos puso de manifiesto gran cuidado en el sentido de indicar que Chile, en el conflicto con el Perú y Bolivia, había respetado las leyes de la guerra.

Del alto aprecio a que se hizo acreedor en cuestiones internacionales, da testimonio su designación para árbitro de las cuestiones entre los Estados Unidos y el Ecuador en 1864 y entre Colombia y Perú en 1865, la cual no pudo aceptar por su ancianidad y mala salud, que ya le encaminaban a la tumba.

El codificador civil iberoamericano

Según testimonio del Presidente del Senado chileno, por 1833 o 1834 se había dado ya Bello a la tarea de elaborar un Proyecto de Código Civil. El 14 de diciembre de 1855 ese mismo Proyecto, al través de un proceso de elaboración que había durado más de 20 años, fue promulgado por el Congreso de la República de Chile como Ley Nacional. Si se considera lo que significan 20 años de constante labor, dirigida por la ciencia y el carácter de un hombre superior, aparece como la cosa más natural del mundo el mérito reconocido de aquel cuerpo legal.

En el trascurso del luengo período, abundaron los escollos, los desalientos, las alternativas: Bello supo tener la fuerza moral de mantenerse incólume, adoptando todo aquello que pudiera mejorar su obra sin ver de quién viniera, rechazando con energía todas las propagandas contrarias al éxito de ella. En sus Obras Completas están publicados cuatro proyectos, que marcan diversas etapas; y aun hubo otro que no se imprimió, y que corresponde a una fase intermedia entre el tercero y el cuarto anteriores, ya que al tercero (1853) le fueron dadas dos revisiones. Esta elaboración no se habría podido realizar si el autor no hubiera tenido amplitud suficiente para acoger toda observación que aparecía cabal, sin aferrase a sus primeras opiniones; y si no hubiera trabajado sin cesar por el mejoramiento de su obra, como lo hizo hasta el extremo de haber sido encontrado, a su muerte, su ejemplar del Código definitivo, lleno de observaciones y enmiendas manuscritas que seguramente habrían sido materia para futuras revisiones.

Los representantes de la soberanía chilena supieron agradecer el hermoso presente que el sabio hizo a su patria; y, de acuerdo con un proyecto presentado por el Presidente de la República, el   —101→   Congreso le dio un voto de gracias especial, 20.000 pesos, y el abono de tiempo necesario para su jubilación del Oficialato del Ministerio de Relaciones Exteriores, con goce de su sueldo íntegro. Y todavía fue mayor su nobleza, al reconocer la insuficiencia de la recompensa: «Yo, por mi parte, dijo el Presidente del Senado, estimo mui pequeña la suma con que se trata de recompensar su trabajo. El señor Bello no ha gozado siquiera la asignacion de cuatro mil pesos anuales que acordó el ejecutivo a los redactores de los códigos. Pero, ya que no nos es dado el aumentarla, justo es que, por nuestra parte, accedamos a esta lijera muestra de gratitud»293.

La mejor síntesis expositiva de la índole general y de las instituciones del Código es el Mensaje con que el Presidente de la República chilena y el Ministro de justicia remitieron al Congreso el Proyecto definitivo en 1855: el cual está incluido en las Obras de Bello porque sin duda fue escrito por el mismo creador del Proyecto, o a lo menos recibió directa inspiración de él, cuyo estilo está materialmente vaciado en el Mensaje. Verdadero sufrimiento me causa no poder insertarlo todo entero, pero tal inclusión desfiguraría el carácter de este ensayo: no me queda más que recomendar su lectura, que corre en el tomo VII de la segunda edición de las Obras Completas, de la página 439 a la 508294.

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No creo necesario refutar la opinión que a primera vista parece haber sido formada por algunos, de que el Código chileno es una mera copia de los mejores que para entonces estaban realizados. Hoy nadie niega el carácter de originalidad a esta obra de Bello, quien adoptó, sí, pero conforme a un plan ya meditado, lo que de aquéllos le pareció más racional o más adecuado a las costumbres locales, y en muchos casos se apartó de todos. El mismo Mensaje aludido se encargó de prevenir este rumor: «Desde luego concebiréis que no nos hallábamos en el caso de copiar a la letra ninguno de los códigos modernos. Era menester servirse de ellos sin perder de vista las circunstancias peculiares de nuestro país. Pero, en lo que éstas no presentaban obstáculos reales, no se ha trepidado en introducir provechosas innovaciones»295. También presintió el Mensaje la crítica relativa al exceso de definiciones y ejemplos, y expuso las consideraciones que indujeron a ese exceso: «Por lo que toca al método i plan que en este código se han seguido, observaré que hubiera podido hacerse ménos   —103→   voluminoso, omitiendo ya los ejemplos que suelen acompañar a reglas abstractas, ya los corolarios que se derivan de ellas, i que, para la razon ejercitada de los majistrados i jurisconsultos, eran ciertamente innecesarios. Pero, a mi juicio, se ha preferido fundadamente, la práctica contraria, imitando al sabio lejislador de las Partidas. Los ejemplos ponen a la vista el verdadero sentido i espíritu de una lei en sus aplicaciones; los corolarios demuestran lo que está encerrado en ella, i que a ojos menos perspicaces pudiera escaparse. La brevedad ha parecido en esta materia una consideracion secundaria»296.

Los numerosos opúsculos de Bello en materia de Derecho civil, ya anteriores, ya posteriores a la promulgación del Código, pueden considerarse como antecedentes o como explicaciones interpretativas de éste, que es el resumen de todos los conocimientos en esta materia; si bien algunas ideas suyas no hallaron en él realización, como fueron sus inclinaciones hacia la institución del testamento ológrafo y la más discutible hacia la supresión de la legítima297, las cuales no entraron en el Proyecto por haber sido rechazadas por el Consejo de Estado en la discusión de las bases respectivas.

No dejó el codificador a los historiadores el trabajo de investigar las fuentes que lo guiaron y sus concordancias con la doctrina acumulada hasta su época: las notas de los proyectos las declaran respecto a cada disposición determinada. Ellas son, principalmente, el Derecho romano y la legislación española, el Código civil austríaco, el francés, el de Luisiana, el de las Dos Sicilias, el prusiano, el holandés, el bávaro, el peruano, los mercantiles de Francia y España en cuestiones íntimamente conexas a la comercial, el proyecto de Código civil español de Goyena; y las obras de numerosos autores jurídicos entre los cuales barajo los nombres de Antonio Gómez, Gregorio López, Gutiérrez, Acevedo, Febrero y Tapia, Molina, Baeza, Escriche, Salas, Castillo, Llamas, Donoso, Tauri, Savigny, Bentham, Vinnius, Heineccio, Cujas, Merlin, Pothier, Delvincourt, Portalis, Rogron, Chabot, Kent, Dodson, Vicent, Cranch, Luis Blanc, Mathienzo, Favard de Langlade, Troplong, Toullier, Delangle, Duvergier, Duranton, etc., etc. Bibliografía de veras abundante, asimilada y ordenada por el sabio en largos años de reposado estudio.

La influencia del Código Bello en América ha sido considerable.   —104→   Como lo expresa el profesor chileno Barros Errázuriz, se le ha tomado por modelo en Nicaragua, Colombia, Ecuador, Uruguay. El proyecto brasileño de Freitas lo citó a menudo con encomio. «El jurisconsulto argentino don Dalmacio Vélez Sársfield, al remitir al Gobierno de su país el libro primero del proyecto de Código Civil argentino, dice que para ese trabajo se ha servido principalmente, entre otros, del Código de Chile, que tanto aventaja a los Códigos europeos». El señor don Manuel Ancizar, en carta de 10 de julio de 1856 a Bello, le pedía varios ejemplares del Código, pues se trataba, según decía, «de preferir a cualesquiera otras, las doctrinas legales profesadas en nuestra Sud-América, lo cual podía ser un primer paso dado hacia la apetecida unidad social de nuestro Continente»298. Aquí, pues, como en la poesía o en el Derecho Internacional, o como en la Gramática, aparece reafirmado el profundo sentido americanista de la obra de don Andrés Bello.

En Venezuela, el Código de Bello sirvió de modelo para nuestro primer Código Civil, preparado por el doctor Julián Viso y norma de vigencia transitoria, por el triunfo de la Revolución Federal. Con posterioridad se prefirió acudir a los modelos francés e italiano; se abandonó totalmente el esfuerzo americanista de nuestro sabio. En la reforma de 1942 se hizo algún intento de acudir a él, en la discusión parlamentaria del Proyecto de Código Civil. Alguna vez me cupo la honra de invocar a Bello como fuente todavía viva de urgentes reformas. Y en el sistema de Derecho Internacional Privado, se volvió parcialmente, sin saberlo, al sistema de Bello, quien «supo apartarse de los franceses, de los angloamericanos, etc.»299: una prueba más que deberíamos estudiar a fondo, aun cuando esté ya parcialmente anticuada, esta obra de nuestro compatriota, para enfocar problemas que no están entre nosotros convenientemente resueltos y para aprovecharnos, sobre todo, de la rara unidad que en él constituían el filólogo y el jurisconsulto, en el arreglo de la defectuosa redacción de nuestro Código, respecto del cual continúa en vigencia la apreciación de Gil Fortoul, de que es «revisable hasta en su estilo»300.

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VI

El sociólogo

No es posible terminar la exposición sintética del pensamiento de Andrés Bello, sin hacer referencia a su explicación sociológica sobre ciertos problemas de América301. La vida social de estos pueblos atravesó, durante la vida de Bello, una oportunidad crucial. Nada de raro, pues, que un legislador, poeta social, educador y filólogo, hubiera tenido que tropezar con los fundamentos sociales de la vida en el enfoque de los variados problemas que estudió.

No aparece visiblemente en Bello lo «social» en el sentido del problema de la redistribución de la riqueza y de la más justa organización del trabajo, que ha apasionado nuestra época desde el siglo pasado. No llegaron hasta él, quizás por la férrea y sólida organización conservadora que el orden imperante había establecido en Chile, los ecos del problema angustioso de patronos y obreros que ya para los últimos años de su vida estaba conmoviendo los países industriales. Más bien si se le ha achacado el carácter liberal económico de alguna frase donde, a manera de ejemplo, sostenía «que en una sociedad bien organizada la riqueza de la clase más favorecida de la fortuna es el manantial de donde deriva la subsistencia de las clases trabajadoras, el bienestar del pueblo»302.   —105→   Pero no sería justo, si se toma en cuenta el momento y el medio en que vivió, reprocharle no encontrar en sus obras el anticipo de la transformación social que había de cumplirse en el mundo por el agudo planteamiento de la cuestión obrera.

Lo social en su sentido amplio sí campea -a veces con aguda penetración, a veces con señalado énfasis- en toda la extensión de su obra. Poeta social le he llamado, y en verdad las cuestiones sociales llenan gran parte de sus mejores poesías. Si se le considera el primer poeta genuinamente americano, no es sólo por el tono lírico con que canta las cuestiones de América, sino también por el acento que sobre la estructura y necesidades sociales de este continente sabe poner en su evangelio poético.

La Silva a la Aqricultura de la Zona Tórrida, es evidentemente un poema social. Hay todo un análisis entusiasta del medio rural americano y un llamado que todavía perdura para que estructuremos nuestra vida sobre la base auténtica de nuestras sociedades. Y tal preocupación fue reflexiva. «Dejad -decía a la juventud chilena en el Discurso de Instalación de la Universidad-, los tonos muelles de la lira de Anacreonte y de Safo: la poesía del siglo XIX tiene una misión más alta. Que los grandes intereses de la humanidad os inspiren»303.

Como legislador civil, sería anacrónico encontrar en el Código de Bello huellas de una preocupación social. Su reglamentación del «arrendamiento de servicios», por ejemplo, no puede ser sino reflejo de la mentalidad ambiente de su época. Un estudio de la forma cómo se contemplaba este contrato en los diversos proyectos de Código Civil ofrecería, no obstante, cierto interés. En alguna oportunidad espero poder hacer con cierta calma tal estudio. Pero tampoco faltan en el Código Civil disposiciones que reflejan una preocupación de justicia social, como la limitación del tipo de interés en el contrato de préstamo, que no armonizaría con un intransigente liberalismo económico.

Ya hemos visto cómo su concepto de la codificación deja a salvo la evolución de los códigos, que no son para él instrumentos inmutables de un racionalismo jurídico hipertrofiado, sino que deben hallarse «en relacion con las formas vivientes del órden social»304. Ya he recordado cómo a su muerte se encontró lleno de anotaciones el ejemplar del Código Civil que tenía en su poder. Porque, partidario de un jusnaturalismo más cercano a Aquinas que a Rousseau, sabía muy bien conciliar como aquél y al contrario de éste, la idea de un Derecho basado en la naturaleza con la   —107→   convicción de un vínculo estrecho entre sociedad y Derecho, en gran parte mudable (dejando a salvo lo fundamental) según las categorías históricas de tiempo y espacio.

También supo relacionar los conceptos de sociedad y lenguaje. El uso popular, bien interpretado y sabiamente inspirado para conservar la unidad lingüística tan fundamental en la comunidad iberoamericana, es la fuente inagotable del idioma en su filología. Fácilmente se concibe, por ello, su censura de los arcaísmos, y el reconocimiento y defensa que hizo de los neologismos que vinieran a enriquecer ese viviente y magnífico instrumento de la vida social que es el lenguaje.

No faltó en su obra alguna manifestación de que no desdeñaba la Economía, esa ciencia social que habría de tomar tanto auge hasta como para aspirar a hegemonías en el campo de la vida colectiva. Así, en su Lógica pone como ejemplo de reductio ab absurdum, el argumento de que el principio de J. B. Savy, según el cual el valor de las cosas es la medida de su utilidad, debe ser rechazado porque hay medios que abaratan las cosas sin disminuir su utilidad y otros que las encarecen sin hacerlas más útiles305. Enérgicamente criticó una moción por el sistema prohibitivo y no falta en sus obras una condenación de principios contra el sistema liberal económico, dominante en su tiempo, sintetizado en el dejad hacer y en el dejad pasar306. Y en el ya citado Discurso de Instalación de la Universidad expresó la necesidad de los estudios de Economía y Estadística: «La universidad estudiará también las especialidades de la sociedad chilena bajo el punto de vista económico, que no presenta problemas menos vastos, ni de menos arriesgada resolucion. La universidad examinará los resultados de la estadística chilena, contribuirá a formarla, y leerá en sus guarismos la expresion de nuestros intereses materiales».

En sus estudios literarios, supo penetrar también el contenido social de la cultura y formuló atinadas observaciones de contenido sociológico. De esta naturaleza es, por ejemplo, la de que por la repulsión de las masas sociales no se fundieron hispanos y árabes en un período doble de tiempo del que bastó para que España se hiciese romana307, o la admirable sentencia de que «los establecimientos literarios no se erijen con decretos, ni con declamaciones; son obras del tiempo i de la civilizacion; la miseria de los pueblos los aleja, i la falta de poblacion los destruye»308.

Pero especialmente merecen atención las ideas sociales de Bello en la explicación de ciertos fenómenos peculiares iberoamericanos. Allí vuelven a brillar su temperamento equilibrado y   —108→   su penetración profunda. De la formulación de sus ideas a este respecto puede derivarse todavía gran beneficio para la formación de una conciencia exacta de nuestros problemas.

Apreciación del pasado colonial

Una de esas ideas es la revalorización de la Colonia, para explicar nuestra idiosincrasia. Revalorización tanto más meritoria cuanto que supo levantarla por encima de las pasiones enconadas que había despertado la guerra, y afirmarla sin temor a la burda calumnia que muchas veces fue esgrimida contra él, de que su llamado a la armonía y a la correcta calificación del elemento hispánico de nuestra cultura, era prueba de desafección a la causa de la Independencia.

En la floreciente tranquilidad de la Colonia había cantado Bello las glorias de la Madre Patria: en sus primeros ensayos de poeta encontró en la introducción de la vacuna antivariólica en Venezuela, que había sufrido los estragos de la terrible plaga, inspiración lírica y oportunidad para alabar la Monarquía Española; y su ascendencia hispana se hinchó de orgullo al oír los clarines victoriosos de Bailén. Huellas de su devoción españolista hay, en fin, en los fragmentos que nos han quedado de su Resumen de la Historia de Venezuela.

Pero, vino la guerra. Habría dejado de ser humano si la sangrienta lucha que había colmada de males a su Patria no le hubiera arrancado apasionadas frases contra los enemigos. Lo admirable de Bello está en la relativa prontitud con que fue cobrando su juicio el equilibrio, aunque no logró aislarse en absoluto del sentimiento común de sus conciudadanos. Parte de la serenidad con que llegó a expresarse sobre la colonización ibera, tuvo su causa en el alejamiento del teatro de la guerra, pero la clave fundamental que lo hizo llegar a conciliar su indiscutible patriotismo con los hechos históricos, fue su culto a la verdad y a la justicia.

Ya en la Silva A la Agricultura, aun entre las alusiones al «extranjero yugo», «antigua tiranía» y frases semejantes, clama el amante de la paz por la reconciliación de los hermanos:


...el ánjel nos envía,
el ánjel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
i acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentóla asaz!) la diestra inerme;
i si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano309.

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Pero fue muchos años más tarde cuando rechazó expresamente las exclamaciones injuriosas contra España y su régimen colonizador. Es notable a este respecto analizar los diversos artículos que en el tomo XV de la primera edición de sus Obras aparecen sobre la celebración del 18 de setiembre, la fiesta nacional de Chile310. En los de 1838, 1840 y 1841 habla frecuentemente de las «tinieblas de la ignorancia», de la «humillacion de la miseria», de la «colonia envilecida i aherrojada por la mano poderosa de una metrópoli acostumbrada a domeñar la altivez de los monarcas mas poderosos, i que en su misma decadencia i postracion arrastraba la veneracion i prestijio de grandezas pasadas», de la «oscura noche del abatimiento i abyeccion»; en 1843 se ciñe a la mera narración de las festividades realizadas en el aniversario del glorioso día, de la grandiosa fecha; en 1844, el último que allí figura, la única alusión a España es la que sigue: «Nuestra situacion presente no es por cierto la mejor de las situaciones posibles; aunque para un pueblo naciente, i para un pueblo que ha sido colonia de España, cuando la España misma no se hallaba en una situacion envidiable, no hai razon para que estemos descontentos con ella: seríamos ingratos a los favores de la Divina Providencia, si desconociésemos los bienes de nuestro estado actual, aun esforzándonos, como es necesario, en mejorarlo».

Por otro lado, en 1836 había reconocido que «Leyes sabias hemos tenido, es cierto, desde la dominacion española, aunque exijian algunas reformas análogas a los adelantamientos del siglo i a nuestras actuales instituciones»311. En 1844 publicó un estudio sobre las Investigaciones sobre la influencia de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile presentados a la Universidad por don José Victorino Lastarria: aunque en él puede fácilmente percibirse la influencia del medio, hostil a España, se encuentran párrafos que parecen escritos de hoy, cuando ha desaparecido el odio de la guerra, y que por su importancia transcribiré en seguida. Trabajó también por el restablecimiento de la amistad entre Chile y España; y en 1849 (cuando apenas se encontraba iniciada en América la era de la historia romántica), protestó desde las columnas de El Araucano contra la recitación que se hizo en el Teatro, en los festejos del aniversario de la Independencia, de una poesía ofensiva a España: «¿La patria de nuestros padres, dijo, será eternamente para nosotros tierra enemiga?»312.

Léanse sus observaciones admirables sobre el pasado colonial contenidas en el estudio que acabo de nombrar, sobre el trabajo   —110→   de Lastarria: «Sentimos tambien mucha repugnancia para convenir en que el pueblo de Chile (i lo mismo decimos de los otros pueblos hispano-americanos), se hallase tan profundamente envilecido, reducido a una tan completa anonadacion, tan destituido de toda virtud social, como supone el señor Lastarria. La revolucion hispano-americana contradice sus asertos. Jamas un pueblo profundamente envilecido, completamente anonadado, desnudo de todo sentimiento virtuoso, ha sido capaz de ejecutar los grandes hechos que ilustraron las campañas de los patriotas, los actos heroicos de abnegacion, los sacrificios de todo jénero con que Chile i otras secciones americanas conquistaron su emancipación política. I el que observe con ojos filosóficos la historia de nuestra lucha con la metrópoli, reconocerá sin dificultad que lo que nos ha hecho prevalecer en ella es cabalmente el elemento ibérico. La nativa constancia española se ha estrellado contra sí misma en la injénita constancia de los hijos de España. El instinto de patria reveló su existencia a los pechos americanos, i reprodujo los prodijios de Numancia i Zaragoza. Los capitanes i las lejiones veteranas de la Iberia trasatlántica fueron vencidos i humillados por los caudillos i los ejércitos improvisados de otra Iberia jóven, que, abjurando el nombre, conservaba el aliento indomable de la antigua defensa de sus hogares. Nos parece, pues, inexacto que el sistema español sofocase en su jérmen las inspiraciones del honor i de la patria, de la emulacion i de todos los sentimientos jenerosos de que nacen las virtudes cívicas. No existian elementos republicanos; la España no había podido crearlos; sus leyes daban sin duda a las almas una dirección enteramente contraria. Pero en el fondo de esas almas, había semillas de magnanimidad, de heroísmo, de altiva i jenerosa independencia; i si las costumbres eran sencillas i modestas en Chile, algo mas habia en esas cualidades que la estúpida insensatez de la esclavitud. Tan cierto es eso que aun el mismo señor Lastarria ha creído necesario restrinjir sus calificaciones, refiriéndolas, a lo ménos, a la apariencia exterior i ostensible. Pero limitadas así, pierden casi toda su fuerza. Un sistema que solo ha degradado i envilecido en la apariencia, no ha degradado i envilecido en realidad»313. Declaraciones a las cuales complementa esta frase: «Si algo hemos heredado de los españoles es un odio implacable a toda dominacion extranjera»314.

Otro artículo suyo trae un párrafo sobre la vida municipal de las antiguas colonias españolas, que firmaría gustosamente cualquier historiador de nuestros días: «Curioso sería seguir paso   —111→   a paso, a la luz de documentos históricos, la vida del espíritu municipal en las colonias españolas, adonde lo llevaron los conquistadores, cuando conservaban en el suelo natal mucha parte de la antigua enerjía. En el siglo de la conquista, las municipalidades americanas desplegaban todavía no poca actividad i celo en la defensa de los derechos del pueblo; i si en ocasiones ordinarias se plegaban con docilidad a las órdenes e insinuaciones de la corte, osaban a veces alzar el grito i aun apelar a las armas contra las demasías. De los ayuntamientos que capitanearon a los pueblos de la Península en la guerra de las comunidades, eran hijos los que presidieron a la infancia de las colonias, donde, por la distancia de la metrópoli, ejercieron de hecho gran parte del poder soberano, hasta poniendo i quitando jefes, dando reglamentos que eran acatados como leyes, influyendo en la paz i la guerra, i luchando a veces denodadamente con los virreyes, capitanes jenerales i audiencias. A pesar de la prepotencia de la corona que lo absorbió todo, no se extinguió enteramente en el seno de las municipalidades aquel aliento popular i patriótico: tradicion preciosa, que sobrevivió a la pérdida de sus mas importantes funciones. Así es que, invadida la Península por los ejércitos franceses, se las ve proclamar a Fernando VII, arrastrando a los mandatarios coloniales que en aquellos primeros momentos vacilaban, atentos solo a mantener la supremacía de la metrópoli, cualquiera que fuese la dinastía que ocupase el trono; ellas exijen a los gobiernos garantías de seguridad, i aspiran a la participacion del poder, que últimamente les arrancan»315.

Independencia y libertad

Saliendo del pasado colonial y entrando a la apreciación misma del proceso histórico que se cumplía a través de la gesta heroica, encontramos apreciaciones magníficas. No son suyas exclusivamente: muchas frases del Libertador vienen a coincidir con la distinción que él formula. Pero esa distinción, entre la independencia o emancipación de España, y la búsqueda de la libertad política interna, nadie hasta hoy, que yo sepa, la ha formulado con tanta claridad y precisión. Leyendo sus frases se disuelve la contradicción aparente que llena nuestros textos históricos, sobre la apreciación de la independencia como movimiento autóctono y el influjo de las revoluciones francesa y norteamericana en aquel mismo movimiento. Era que se perseguían dos objetivos simultáneamente:   —112→   la independencia, culminación de un proceso natural e histórico, y la democracia política, ideal difundido por el mundo al calor de un gran movimiento revolucionario. Una empujó la otra; las circunstancias coincidieron en favorable coyuntura; pero también se obstaculizaron muchas veces uno y otro ideal, dadas las circunstancias sociales de la época y de allí las contradicciones aparentes que se encuentran en el desarrollo de nuestra gran transformación política.

«Nó, dice; no es, como algunos piensan, el entusiasmo de teorías exajeradas o mal entendidas lo que ha producido y sostenido nuestra revolucion». «Lo que la produjo i sostuvo fué el deseo inherente a toda gran sociedad de administrar sus propios intereses i de no recibir leyes de otra: deseo que en las circunstancias de la América, había llegado a ser una necesidad imperiosa»316. Lo cual vale decir trasladando este juicio al lenguaje poético:


Cual águila caudal, no bien la pluma
    juvenil ha vestido,
sufre impaciente la prision estrecha
    de su materno nido,
I dócil al instinto vagoroso
   que a elevarse atrevida
sobre la tierra, i a explorar los reinos
   etéreos la convida,
Las inexpertas alas mueve inquieta,
   i enderezada al cielo
la vista, al fin se lanza, i ya por golfos
   de luz remonta el vuelo;
Así el pecho sentiste, patria mia,
   latir con denodados
brios de libertad, i te arrojaste
   a mas brillantes hados;
Así el dia inmortal, de que hoi tus hijos
   bendicen la memoria,
intrépida te vió, sublime, altiva,
   campos buscar de gloria317.

La ocasión que determinó la cristalización de las aspiraciones nacionalistas, o, mejor aún, la causa inmediata de la realización de esos deseos, fue la invasión de Bonaparte a España: «los sucesos de la Península, anunciando la disolucion de la monarquia,   —113→   obligaron a los pueblos americanos a pensar en si mismos»318. Bien lo sabía quien en 1810 era Oficial de la Secretaría del Gobernador español en Venezuela, y quien en 1846 reconocía que al promoverse la independencia «los derechos de la corona de España conservaban cierto prestijio, i tenian a su favor las preocupaciones, las afecciones, los intereses de una parte numerosa de los habitantes»319. Pero fue simplemente una ocasión: el movimiento se desarrollaba, lenta pero seguramente, pues «el orden eterno y el que nace de ciertos acontecimientos llamaban a Venezuela a ocupar el rango que la naturaleza le asignaba en la América meridional. Cuando una colonia establecida en un país distante, rico y fértil llega al estado de componerse de hombres laboriosos, inteligentes y acaudalados, su emancipación es un acontecimiento inevitable»320.

Pero, como arriba se dijo, lo que es más admirable en la concepción de Bello sobre la trasformación política suramericana, es la distinción entre la independencia política y la libertad civil. Fueron dos los ideales que buscaban los patricios de la independencia: el primero, fundamental, fue la emancipación; aspiración, lógicamente producida, por el florecimiento colonial, hacia un gobierno propio; «deseo inherente a toda gran sociedad de administrar sus propios intereses i de no recibir leyes de otra», según su frase más arriba trascrita; el otro fue el ideal de libertad vestido a la francesa que inundaba los cerebros de entonces y que llegó a los habitantes de América, no sólo de su fuente directa, sino por intermedio de la misma España; ideal que en concepto de Bello fue el «aliado extranjero que combatía bajo el estandarte de la independencia, i que aun despues de la victoria ha tenido que hacer no poco para consolidarse i arraigarse. La obra de los guerreros está consumada, la de los lejisladores no lo estará mientras no se efectúe una penetracion mas íntima de la idea imitada, de la idea advenediza, en los duros i tenaces materiales ibéricos»321.

En esta doble aspiración estuvo, para él, el error fundamental de los patriotas, porque ambos ideales eran contradictorios. «Para la emancipacion política, estaban mucho mejor preparados los americanos, que para la libertad del hogar doméstico. Se efectuaban dos movimientos a un tiempo: el uno espontáneo, el otro imitativo i exótico; embarazáronse amenudo el uno al otro, en vez de auxiliarse. El principio extraño producia progresos:   —114→   el elemento nativo, dictaduras. Nadie amó mas sinceramente la libertad que el jeneral Bolívar; pero la naturaleza de las cosas le avasalló como a todos; para la libertad era necesaria la independencia, i el campeon de la independencia fué i debió ser un dictador. De aquí las contradicciones aparentes i necesarias de sus actos»322. En ninguna otra parte debe buscarse una explicación que satisfaga más, respecto a los fenómenos posteriores al nacimiento de nuestros países como entidades autonómicas; explicación que se completa con esta admirable exposición sobre la psicología política de los pueblos suramericanos:

«Mas es preciso reconocer una verdad importante; los pueblos son ménos celosos de la conservacion de su libertad política, que de la de sus derechos civiles. Los fueros que los habilitan para tomar parte en los negocios públicos les son infinitamente ménos importantes, que los que aseguran su persona i sus propiedades. Ni puede ser de otra manera: los primeros son condiciones secundarias, de que nos curamos mui poco, cuando los negocios que deciden de nuestro bienestar, de la suerte de nuestras familias, de nuestro honor i de nuestra vida, ocupan nuestra atencion. Raro es el hombre tan desnudo de egoísmo, que prefiera el ejercicio de cualquiera de los derechos políticos que le concede el código fundamental del estado al cuidado i a la conservacion de sus intereses i de su existencia, i que se sienta mas herido cuando arbitrariamente se le priva, por ejemplo, del derecho del sufrajio, que cuando se le despoja violentamente de sus bienes.

«Si estas observaciones se verifican en todas partes, porque en todas partes es el mismo el corazon humano, i unos mismos los resortes que le mueven, en ninguna encuentran una aplicacion mas exacta, que en los pueblos que componen el continente americano. Despojados durante el coloniaje de toda especie de derechos políticos, completamente ciegos en el conocimiento de ellos, tanto por la organizacion de la sociedad a que pertenecíamos, como por el tenaz estudio de nuestros dominadores en no dejarnos abrir los ojos a la luz del saber i de la civilizacion323, no considerando en nuestra patria mas que el lugar que la naturaleza nos había designado para arrastrar nuestra existencia, i viviendo mas para nosotros que para esa patria, debemos necesariamente ver, mas tibio que en otros pueblos en que la libertad ha echado profundas raíces, el amor a nuestras prerrogativas políticas, esto es, el espíritu público. En los momentos de la lucha de nuestra independencia, la exaltacion que produjo la revolucion de ideas, i las ardientes   —115→   esperanzas de un porvenir nuevo i verdaderamente lisonjero, pudieron inspirarnos entusiasmo suficiente para conquistar a todo trance nuestra emancipacion. Pero este entusiasmo se extinguió con la consecucion del grandioso objeto a que se dirijia; i elevados al rango de naciones con las mismas costumbres i con las mismas preocupaciones del coloniaje, no hemos podido todavía crear por los derechos políticos el interés que solo se debe al conocimiento de ellos, conocimiento que no puede haberse adquirido, sino con mucha limitacion, en el corto período de nuestra existencia política.

«No nos sucede lo mismo con nuestros derechos civiles. Hemos sido hombres, aunque no hubiésemos sido ciudadanos; hemos tenido vidas que defender i propiedades que guardar, aunque hayamos carecido del derecho de elejir nuestros representantes. Cualquier obstáculo, pues, que impida el ejercicio libre de nuestra libertad civil, cualquier ultraje a ella, nos son infinitamente ménos llevaderos, que las trabas con que se encadene nuestra libertad política; i las leyes protectoras de aquélla producen un bien a que damos mil veces mas valor que al que resulta de las que protejen la segunda»324.

Las formas de gobierno

Emancipadas las naciones hispanoamericanas, surgió el problema de su organización. Teoricistas ilusos, por un lado; crudos e interesados pragmatistas, por el otro, discutieron apasionadamente. Y los hombres de visión patriótica y de corazón, como Bello, emitían en el silencio la afirmación de sanos postulados de una libertad progresiva, conocedora de la realidad, pero inspirada en superarla firme y constantemente. Angustiaron a Bello en Londres los problemas políticos de Colombia la Grande. En Chile, llegó cuando se liquidaba una etapa de golpes y de contragolpes que habían llevado a Bolívar a calificarlo «el país de la anarquía». Se encontró con un régimen imperfecto, pero presidido por hombres de generoso patriotismo. Sirvió a aquel régimen con lealtad, fue elemento moderador en muchos de los lineamientos de su política, pero pudo aprovechar igualmente la estabilidad, institucional creada y el contenido de libertad que se garantizaba, para realizar su gran obra educadora y constructiva.

Su análisis de las formas de gobierno debe interpretarse, pues, en función de aquellas circunstancias. Ya hemos visto que el suyo no fue un temperamento de batallador político. Quizás   —116→   también si fue un poco demasiado «gobiernista» durante su actuación chilena, sin que falten en sus escritos y en sus obras numerosos casos en los cuales no vaciló en alzar la voz para señalar al gobierno una crítica y apuntar un mejor derrotero.

El mérito de Bello está, precisamente, en ese equilibrio que supo revelar como en las otras facetas de su alma. En momentos de embriaguez democrática, cuando la democracia se entendía más como un mecanismo que como un contenido fundamental de respeto a la persona humana, cuando se predicaba la transición violenta del régimen colonial a un régimen de teórica igualdad legal entre todos los ciudadanos, surgidos inesperadamente a la vida pública por la obra de la emancipación, supo criticar aquellos excesos y apreciar como falaz el atributo de «definitivo» que la sociedad contemporánea suya daba al sistema de gobierno ideado en el siglo XVIII.

Bello se manifiesta como preocupado sociólogo al estudiar las formas de gobierno. No hay forma de gobierno pura: «Todo gobierno es mas o ménos mixto325. Se inclinó hacia la indiferencia respecto a la forma de organización del Estado, dándole en cambio la mayor importancia a las condiciones personales de los que ejercen el Gobierno, cualquiera que éste sea; lo cual en aquel tiempo de acerbo republicanismo hizo que le imputaran partidarismo por la monarquía, siendo que había expresado que ésta no puede vivir en América. «Hace mucho tiempo que miramos con un completo pirronismo las especulaciones teóricas de los políticos constitucionales; juzgamos del mérito de una constitucion por los bienes efectivos i prácticos de que goza el pueblo bajo su tutela; i no creemos que la forma monárquica, considerada en sí misma, i haciendo abstraccion de las circunstancias locales, es incompatible con la existencia de garantías sociales que protejan a los individuos contra los atentados del poder. Pero la monarquía es un gobierno de prestijio; la antigüedad, la trasmision de un derecho hereditario reconocido por una larga serie de jeneraciones, son sus elementos indispensables, i desnuda de ellos, es a la vista de los pueblos una creacion efímera, que puede derribarse con la misma facilidad que se ha erijido, i está a la merced de los caprichos populares. Pasó el tiempo de las monarquías en América»326. «La monarquía en esta parte del mundo no podria ser sino un gobierno de conquista, una dominacion de estranjeros, costosa a sus autores, odiosa a los pueblos, ruinosa a todos los intereses europeos i americanos que, incorporados ya en nuestra   —117→   sociedad actual, la penetran i vivifican; instable, sobre todo, i efímera»327.

¿Fue Andrés Bello monárquico?

Las frases anteriores demuestran que no quiso Bello monarquías para América. Que supo señalar con visión clara, los defectos fundamentales que un régimen monárquico habría de tener en nuestros pueblos, como después lo comprobaran los Imperios Mexicanos de Iturbide y de Maximiliano: la falta de una tradición que únicamente puede justificar sus fórmulas, y el extranjerismo de sus titulares, determinante decisivo de su impopularidad.

Existen frases suyas, no obstante, que pudieran interpretarse en el sentido de que en un momento dado llegó a desear la Monarquía como solución para nuestros problemas. Ello no sería raro, pues el fenómeno tenía carácter general. Muy pocos de los líderes hispanoamericanos, acostumbrados al ejemplo de la Monarquía Española, afectos a la estabilidad de la Monarquía Inglesa, e impresionados por la inestabilidad de la República Francesa, escaparon de haber deseado en algún momento de su vida un régimen monárquico como garantía de estabilidad en la organización de los recién nacidos Estados. Pero no existen elementos suficientes para considerar que Bello estuviera decidido por la implantación de dicho régimen, ni menos aún para afirmar que conservara en Chile esas ideas y que no confesarlas fuera «tal vez porque no tiene la valentía suficiente»328.

El documento fundamental para acreditar el monarquismo de Bello es la carta a Mier, de la que sólo se conocen los fragmentos trascritos por Gual a Revenga, sin que se sepa a ciencia cierta cuáles fueron los vericuetos oficiales por donde llegaron dichos párrafos al conocimiento de aquél. Es un fragmento difícil de entender cabalmente, sin el conocimiento de los demás asuntos tratados en la carta, y dice así:

«...Acá como usted puede considerar han hecho muchísimo ruido las últimas novedades de Nueva España. Todo el mundo tiene la más alta idea de las ventajas y recursos de esa parte de América, y este es el momento en que tiene usted á todo el comercio especulando. Del Gobierno no sé qué decir, porque sigue con su acostumbrada reserva; aunque siempre he sido y soy de dictamen que no tienen por qué quejarse de él nuestros compatriotas   —118→   y que su conducta ha sido diferentísima de la que observa esa república maquiavélica, que es de todas las naciones antiguas y modernas la más odiosa á mis ojos. Es verdad que la Inglaterra, como las otras grandes Potencias de Europa, se alegraría de ver prevalecer en nuestros países las ideas monárquicas; yo no digo que este sentimiento es dictado por miras filantrópicas; sé muy bien cuál es el espíritu de los gabinetes de esta parte del mar, y nunca he creído que la justicia y la humanidad pesen gran cosa en la balanza de los estadistas; pero sí diré que en este punto el interés de los gabinetes de Europa coincide con el de los pueblos de América; que la monarquía (limitada por supuesto) es el Gobierno único que nos conviene; y que miro como particularmente desgraciados aquellos países que por sus circunstancias no permiten pensar en esta especie de Gobierno. Qué desgracia que Venezuela, después de una lucha tan gloriosa, de una lucha que en virtudes y heroísmo puede competir con cualquiera de las más célebres que recuerda la historia, y deja á gran distancia detrás de sí a la de los afortunados americanos del Norte, qué desgracia, digo, que por falta de un Gobierno regular (porque el republicano jamás lo será entre nosotros) siga siendo el teatro de la guerra civil aun después de que no tengamos nada que temer de los españoles»329.

Por la fecha, los acontecimientos de Nueva España a que se refiere la carta eran los relativos al Plan de Iguala, con la proclamación de la Independencia de México y su propuesta constitución en monarquía, antes de que el fracaso de las negociaciones con España condujera a la coronación de Iturbide. ¿Cuál era la «república maquiavélica, que era de todas las naciones antiguas y modernas la más odiosa» a los ojos de Bello? Francia, España, Inglaterra, eran para entonces monarquías; reflejaba quizás su expresión íntima, el desconcierto que ofrecía para entonces ante los problemas de Iberoamérica la política exterior de los Estados Unidos. Este estado de ánimo habría de encontrar después un cauce más ecuánime: por entonces, constituiría otra razón por la cual la Secretaría de Relaciones Exteriores dificultaría en Bogotá, pocos años más tarde, su aspiración de ser enviado con la representación colombiana a la República del Norte.

Admitiendo la plena fidelidad de aquella carta como emanada de Bello, ella no expresaría otra cosa que una preferencia teórica de la monarquía, impulsada por la inclinación que Inglaterra marcaba, pero reconocida como imposible para Venezuela, así fuera   —119→   por comprenderla dentro de «aquellos desgraciados países que por sus circunstancias no permiten pensar en esta especie de Gobierno». En todo caso, esa preferencia teórica no hacía de Bello una excepción entre las figuras más eminentes de aquel momento histórico: ya que era fácil atribuir a inconveniencia de sistema los desórdenes e irregularidades de la vida política sufridos por nuestros países como una consecuencia de la guerra. La experiencia le iría aclarando mejor el panorama: el fracaso de Iturbide, la impotencia del Libertador para conciliar las ventajas del régimen monárquico con el republicano, le habrán curado de lo que pudiera tener de aquella idea para el momento en que llegara a Chile; y su vida en la patria adoptiva le habría de convencer definitivamente de que podía evolucionarse a través de una democracia restringida hacia un régimen de mayores libertades, dependiendo más de los hombres que de los sistemas el resultado bienhechor que aspiraba para América.

Por eso repudio el teoricismo

Por eso señaló como el primer defecto en los legisladores el excesivo teoricismo: «De aquí la duracion borrascosa i efímera de algunas instituciones improvisadas, cuyos artículos son otras tantas deducciones demostrativas de principios abstractos, pero solo calculadas para un pueblo en abstracto, o para un pueblo que careciese de determinaciones especiales que los contrarían o modifican; suposicion moralmente imposible»330.

Por eso también defendió la necesidad de una autoridad fuerte que limitara los excesos de la libertad según entonces se entendía. Uno de los más importantes documentos políticos de Bello es, en mi concepto, la carta dirigida a Bolívar en 21 de marzo de 1827, en que le aplaude haberse decidido por «un sistema que combina la libertad individual con el órden público, mejor que cuantos se han imaginado hasta ahora (se refiere seguramente a la Constitución boliviana). Grandes son las necesidades de Colombia; i mucho, por consiguiente, lo que se espera del mas ilustre de sus hijos. Entre los beneficios que él solo puede hacer a su patria, el mas esencial i urgente es el de un gobierno sólido i fuerte. La esperiencia nos ha demostrado que la estabilidad de las instituciones, en circunstancias como las nuestras, no depende de su bondad intrínseca, como de apoyos exteriores, cuales son los que dan las cualidades personales de los individuos que las administran. Las victorias de Vuestra Excelencia, sus talentos i virtudes, le han granjeado aquel brillo, aque, no digo influjo, sino imperio, sobre la opinion, que solo puede suplir al venerable barniz que los siglos   —120→   suelen dar a las obras de los lejisladores. Siga, pues, Vuestra Excelencia con su acostumbrado acierto la obra comenzada de establecer el órden público sobre cimientos que, inspirando confianza, harán reflorecer nuestros campos talados, nuestro comercio i rentas. Si no todos fueron capaces de apreciar las altas miras de Vuestra Excelencia, si algunos creyeren que lo que llaman libertad es inseparable de las formas consagradas por el siglo XVIII, i se figuraren que, en materias constitucionales, está cerrada la puerta a nuevas i grandes concepciones, la magnanimidad de Vuestra Excelencia perdonará este error, i el acierto de sus medidas lo desvanecerá»331.

Precisamente, su experiencia chilena demostraba cómo era preferible para estos pueblos organizarse progresivamente, partiendo de un régimen autoritario, pero sometido a normas constitucionales, en vez de oscilar violentamente entre la prédica de una teoría política y el ejercicio de una autocracia sistematizada, como desgraciadamente fue la experiencia de otros pueblos iberoamericanos. Así lo expresa en la magistral exposición sociológica que seguidamente trascribo, la cual constituye una especie de documento explicativo de su actitud política en Chile: «Está cercano de nosotros el tiempo en que, repasando todos los sistemas de gobierno, llamando alternativamente a dirijirlos a todos los hombres influyentes o de partido, probando a costa nuestra la anarquía i la dictadura, cambiando diariamente, por decirlo así, las formas i los hombres, i todo esto sin adelantar un paso i sin conseguir el bien deseado de un órden regular i estable, o de un gobierno conservador i benéfico, cansados i abrumados, i casi sin esperanza de mejora, nos abandonábamos a un cruel escepticismo, que por desgracia vaga todavía en algunas cabezas, formadas en aquella época, cortándoles todo vuelo, toda accion benévola, progresista o rejeneradora. Entónces, a manera de otros pueblos, constituidos en iguales circunstancias, se había establecido entre nosotros, como principio incontrovertible, que «todo gobierno era siempre una verdadera calamidad, o al ménos un mal necesario, consistiendo la bondad, puramente relativa, del mejor de ellos en el mayor o menos grado de opresion con que se hace sentir, o en el mayor o menor número de males que hace experimentar a los que le soportan». Consecuentes con esta asercion de verdadero despecho, todos los actos públicos i aun privados llevaban la estampa de un error tan funesto. Minar sordamente el poder i hacer la guerra al ejecutivo, a todo trance, era entonces un deber de los congresos i asambleas deliberantes, así como de todos los ciudadanos que se preciaban de patriotas o liberales, o que no conocían otro medio gubernativo ni sistema político que el visionario   —121→   legado por la España de 1812, calcado a su vez sobre las ideas revolucionarias o de perpetua anarquía de 1789 en Francia. En América, se exajeró, si puede ser, mas todavia: i hubo congreso de una república hermana en que se propuso la abolicion del poder ejecutivo, i diputado que brindó públicamente por el exterminio de todos los gobiernos del mundo. En una palabra, todos los esfuerzos i aspiraciones estaban cifrados en debilitar el poder i atarle las manos, haciendo de él un instrumento servil i degradado de las pasiones revolucionarias, en que se fundaban casi todos los actos públicos de aquella época de desgracias. No era extraño que el gobierno por su parte, colocado en semejantes circunstancias, sin accion para el bien, i atendiendo siempre a su conservacion i defensa, se limitase a parar los tiros de sus adversarios, i aun usase de represalias respecto de ellos, siempre que se le presentaba una ocasion favorable, cometiendo abusos o excesos que no podian ménos de pesar sobre muchos i hacer que se mirase por todos el gobierno con mayor antipatía, o segun se decía entónces, como un mal necesario que no podía producir bien alguno positivo en favor de los gobernados. Todo entraba en la naturaleza humana, i era orijinalmente causado por las excesivas precauciones i desconfianzas de un pueblo nuevo que salia del opresivo réjimen colonial, i que no miraba en los gobiernos que se habia dado, mas que los sucesores de los antiguos reyes i sus satélites, siempre pronto a abusar i obrar de un modo despótico o arbitrario: era, sobre todo, la consecuencia necesaria de las máximas anárquicas que hemos indicado ántes, introducidas con la revolucion, esparcidas i fomentadas hasta tiempos mui cercanos de nosotros, i que retardaban la época deseada del establecimiento de la paz pública i de un órden legal, sólido y permanente.

«Mas la perspectiva de semejante bien i los crueles desengaños sufridos, fueron bastante poderosos para que el buen sentido de los chilenos, primero que en otros países de América, diese de mano a tan perniciosas i funestas máximas del siglo pasado, como lo habían hecho los países mas adelantados en la carrera de la civilizacion, o los mismos que las habían abrazado con ardor en aquella época de ensayos, transiciones i errores. Entonces este pueblo, digno de ser citado con elojio por su moderacion i cordura, aprovechando las lecciones de la experiencia propia i ajena, evitando los escollos i huyendo todos los extremos, fundó un estado de cosas regular i adaptado a sus circunstancias, con un gobierno conservador del órden, promovedor de los adelantamientos i limitado al mismo tiempo en el ejercicio del poder por saludables trabas, que impidiesen i corrijiesen el desenfreno i el abuso, en donde quiera que apareciesen»332.

  —122→  

En su sociología política resaltan, por lo tanto, combinados la realidad y el idealismo. No es el pesimista, cantor de la autocracia, ni el teoricista, olvidadizo de las realidades. Piensa en la posibilidad de conjugar ambos principios, abriendo el cauce al desarrollo normal de la vida pública en los pueblos de América. Por sobre todo piensa, como Bolívar, que la honradez y patriotismo de los gobernantes constituyen necesidad política más viva y más urgente que la adquisición apasionada de los textos escritos.

El «Resumen de la Historia de Venezuela»

En la exposición de las ideas sociales de Andrés Bello, y ya para concluir la exposición de sus ideas, hay que abrir campo a sus observaciones contenidas en un trabajo histórico de suerte singular. Me refiero al Resumen de la Historia de Venezuela hasta 1810, del que sólo se sabía -y se dudaba- la existencia, por una cita del gran literato venezolano Juan Vicente González en su Historia del Poder Civil333.

Bello refleja en muchas de sus obras un profundo conocimiento general de la historia. Su concepto moderno y equilibrado de la Historia sorprende en un artículo intitulado Modo de estudiar la historia334. Se ocupó también en la Historia de la Literatura. En la propia carta a Mier, arriba comentada, hace una discreta sugerencia contra «ciertas declamaciones que no dicen bien a la imparcialidad de la Historia», pues «la memoria de los sucesos basta para llenar de infamia a los enemigos de nuestra causa; y tanto mas seguramente, cuanto más justo e imparcial el historiador». Pero no había aparecido entre sus obras ninguna exposición histórica sistemática de carácter americano.

Sin embargo, nuestro Juan Vicente González, apasionado admirador de Bello, insertaba unos párrafos de historia venezolana, bellamente escritos y saturados de interesante análisis; Gonzalo Picón Flores en su Nacimiento de Venezuela Intelectual335 mencionaba también el Resumen como obra de Andrés Bello: pero la crítica achacaba a inconcebible error aquellas citas, ya que en el Compendio de la Historia de Venezuela por el doctor Francisco Javier Yanes aparecían, con algunas variantes, íntegramente incorporados los párrafos que González le atribuía.

Una valiosísima investigación cumplida muy recientemente   —123→   por el fervoroso bellista doctor Pedro Grases ha venido a revelar, sin embargo, que el error residía en los críticos. González había insertado un texto genuino de Bello: y las modificaciones aparecidas en el libro de Yanes revelaban que éste utilizó las páginas de Bello, ya que las correcciones se dirigían precisamente a adaptar a la época de su publicación (1840), frases escritas en el fenecimiento de la era colonial (1810). Grases ha podido relacionar, al mismo tiempo, el llamado Resumen de Bello a la publicación de un Calendario o Guía de Forasteros anunciado para 1809 y prorrogado para 1810 por la Gazeta de Caracas, y que debía quedar sin circular porque en el momento mismo de aparecer perdería actualidad por la transformación revolucionaria; obra aquella que aparece citada en la bibliografía del libro The Land of Bolivar por James Mudie Spence, quien se inspira casi literalmente en muchos renglones de ella al referirse al desarrollo colonial de Venezuela. El doctor Grases ha tenido la amabilidad de permitirme aprovechar su obra inédita («El Resumen de la Historia de Venezuela de Andrés Bello») acogida con amplia recomendación por la Academia Nacional de la Historia en sesión de 9 de agosto de 1945.

No cabe duda allí de que emanó de Bello, precisamente el primer libro impreso en Venezuela. No se puede afirmar cuáles hayan sido las modificaciones de Yanes al texto en la parte no inserta por González, ya que no se ha encontrado después el Calendario, pero la estructura fundamental es de Bello. Sin que tampoco pueda señalarse como un trabajo enteramente original, ya que más bien resume de manera magistral las obras históricas de Oviedo y de Caulin, condensando en magníficas frases, observaciones sobre la estructura social de Venezuela. El Resumen complementa y corrobora ideas sociales que habrían de aparecer después en sus escritos y en sus poesías.

El Resumen de Bello contiene, pues, apreciaciones de innegable importancia. Lleva un discreto elogio a la obra colonizadora de la Madre Patria, a través de la cual «entró la religión y la política a perfeccionar la grande obra que había empezado el heroísmo de unos hombres guiados, á la verdad, por la codicia, pero que han dejado a la posteridad ejemplos de valor, intrepidez, y constancia, que tal vez no se repetirán jamás». Elogia, así, la sabiduría con que quisieron conciliarse la protección a los primitivos pobladores y las facilidades y atractivos para que los europeos se radicaran en nuestro suelo, abandonando el general propósito de regresar al Viejo Continente al enriquecerse en el Nuevo. Y en cuanto a la Compañía Guipuzcoana, «a la que tal vez podrían atribuirse los progresos y los obstáculos que han alternado en la regeneración de Venezuela», su juicio ha sido -por equilibrado   —124→   y sensato- acogido después sin reservas por los historiadores; ya que, si bien hace patentes los abusos cometidos por los guipuzcoanos, también hay que reconocer que «la actividad agrícola de los vizcaínos vino a reanimar el desaliento de los conquistadores, y a utilizar bajo los auspicios de las leyes la indolente ociosidad de los naturales».

El mayor énfasis de Bello al historiar la formación de Venezuela se hace sobre la economía rural que le sirvió de base. Todas sus páginas son un canto lírico a la agricultura, presagio del que habría de llamarnos en la Silva a todos los hijos de la Zona Tórrida, (ya lo había hecho Oviedo) «el malogramiento de las minas que se descubrieron a los principios de su Conquista», que fue «una de las circunstancias favorables que contribuyeron a dar al sistema político de Venezuela una consistencia durable... (porque)... la atención de los conquistadores debió dirigirse desde luego a ocupaciones más sólidas, más útiles, y más benéficas, y la agricultura fué lo más obvio que encontraron en un país donde la naturaleza ostentaba todo el aparato de la vegetación». Se ocupa con gran interés del régimen de la propiedad de la tierra, que sirvió de punto de partida al desarrollo colonial; señala el influjo del Gobernador Osorio, «repartiendo tierras, señalando egidos, asignando propios, formando ordenanzas municipales, congregando y sometiendo al orden civil a los indios en pueblos y corregimientos»; se refiere al papel creador de los Misioneros en la gran riqueza de Guayana; y da una importancia considerable al régimen de libertad de comercio establecido en 1788, con el cual «todo varió de aspecto en Venezuela, y la favorable influencia de la libertad mercantil debió sentirse señaladamente en la agricultura. El nuevo sistema ofreció a los propietarios nuevos recursos para dar mas ensanche a la industria rural con producciones desconocidas en este suelo».

El Andrés Bello que se deleita en el Resumen en relatar la progresiva transformación de los montes en predios o la aparición histórica de los principales cultivos, es el mismo Andrés Bello que habría de llamarnos en la Silva a todos los hijos de la Zona Tórrida, con acento encendido, para que volviéramos los ojos al campo y honrásemos la vida simple del labrador y su frugal llaneza. En todo el curso de su exposición aparecen las mismas ideas, desarrolladas con el mismo poético entusiasmo, que después habrían de aparecer vertidas en los pulcrísimos versos de la Silva, o en la Alocución a la Poesía. Así lo ha demostrado con abundantes ejemplos Pedro Grases, quien en su cumplido esfuerzo de reivindicar el Resumen para Bello, no podría coronar sus raciocinios con mejor argumento. Por eso dice con sobra de razón el investigador:

«En sus palabras resalta de manera franca y cordial el canto   —125→   apasionado a la naturaleza del trópico, con las reflexiones morales y la visión amorosa de sus frutos, como anticipo juvenil al gran poema A la Agricultura de la Zona Tórrida y la Alocución a la Poesía, obras que bastan para inmortalizar el nombre de Bello en la historia de la cultura continental. Aparece en este Resumen, en agraz, en un bosquejo en prosa, su gran concepción poética de las Silvas, que habrá de escribir quince años más tarde.

«Si en Londres, el poema es un canto de añoranza a su propia tierra, canto escrito en la edad madura, a los 44 o 45 años de edad, mientras lejos de su país reconstruye y exalta la grandiosidad de la naturaleza tropical, a base de los recuerdos más íntimos de su alma -corazón, espíritu y retina-, en esta prosa comienza a urdir la primera manifestación literaria que habría de culminar en sus maravillosos poemas».

Sociólogo rural, enamorado de su tierra, es pues el Andrés Bello de la prosa como poeta rural fue el Andrés Bello de la Silva. Unidad en la variedad; solidez y armonía en la fecundidad admirable de su vida.

VII

Conclusión

En las páginas anteriores, rápidamente ha desfilado el pensamiento de Andrés Bello. En apretada síntesis he tratado de recogerlo y ordenarlo, después de expresar, en sumaria semblanza, una noticia de su vida y de su obra. La exposición metódica del pensamiento de Andrés Bello constituye el objeto fundamental de este Ensayo, y al recogerla en una parte decisiva del libro, no he encontrado para ella otro rubro mejor y más adecuado que el sabio.

Porque, como lo he dicho atrás, Bello fue maestro ejemplar; pedagogo de elevados conceptos; jurista creador, legislador de pueblos jóvenes sin perder de vista su medio social, ágil y sutil formulador de los principios que deben regir nuestra vida jurídica internacional; poeta de alto vuelo, pero sobre todo de un denso espíritu y aquilatada forma; esteta de principios, crítico magistral; filólogo audazmente revolucionario, con el bagaje del más erudito conocimiento y depurado estudio. Filósofo, historiador, sociólogo, periodista, todo lo fue Bello, a medida que las necesidades sociales   —126→   lo exigían; todo ello en una forma humana, no exenta de deficiencias y de errores, pero que sería sacrilegio invocar ante la inmensidad de su obra; todo, en una forma admirablemente equilibrada y superior.

Para ser todo eso; para serlo armónicamente, para que resplandecieran la unidad y la profundidad en la multiformidad y anchura de su obra, tenía que ser precisamente lo que fue: un sabio de formación profunda y sólida, de mirada amplia, de preocupación vasta, como lo fueran los más altos valores humanos que plasmó la civilización greco-latina y que apuntalaron esa misma civilización.

En momentos en que por una necesidad colectiva y por imperativo de la época, el especialismo florece y a veces hasta tal extremo que deforma el espíritu, niega el valor de la formación humanística, desprecia el contenido básico de la cultura y la avasalla por la desesperada búsqueda de puros intereses materiales disfrazados de técnica, recordar el ejemplo de hombres integrales como Bello, puede contribuir a salvarnos.

Frente al utilitarismo sistemático es preciso reivindicar el sentido humano y plenario de la cultura. Frente a la mezquindad egoísta pretextada en la lucha por la vida, es reconfortante y estimulador mantener vivas las ideas de seres como éste, que marcaron hitos perdurables en la historia de nuestras nacionalidades.

El pensamiento de Andrés Bello, por otra parte, no ha dejado de tener vigencia. No quiero caer en la posición idolátrica que deforma los ensayos biográficos, pero tampoco puedo dejar de considerar secundarios los errores e inactualidades que puedan encontrarse en aquél.

América, nuestra América mestiza, busca hoy con redoblada fe su camino. Entiende que su mestizaje redentor (cabal sólo cuando se valorizan íntegramente los diversos aportes culturales y no cuando se regatean méritos a los unos a expensas de los otros) y su peculiar ubicación geográfica, exigen una especial postura ante la vida. En el arte; en la literatura; en la concepción del Derecho y en la elaboración de las leyes; en la conservación, transformación y encauzamiento del idioma; en la construcción de sus sistemas pedagógicos, como en todos y en cada uno de los aspectos de la vida y en todos y cada uno de los predios que Bello cultivó, los americanos estamos tratando de descubrir lo propio para afianzar sobre cimientos sólidos el primado de nuestro destino.

Bello ofrece, en cada uno de esos campos, la intuición y la idea de una orientación americanista. Ancha y generosa, sin mezquindades impurificadoras. Consciente y genuina, sin desconocimientos suicidas. Su obra, desde luego, hay que estudiarla en función de su tiempo. Pero por encima de aquella circunstancia   —127→   contingente, hay que proyectarla en el mundo de la perennidad. Andrés Bello, el sabio por excelencia de América; Andrés Bello, cerebro y corazón americanos, constituye con su vida y su obra un ejemplo magnífico, y con su pensamiento una admonición que resuena en nuestros oídos y en nuestra conciencia. Recogerlos; estudiarlos amorosamente, no es solamente honrarle: es honrarnos nosotros, hombres jóvenes de las nuevas promociones de América. Es recoger nuestro legado. Es asumir nuestra responsabilidad histórica para desempeñar la función que Dios y nuestras Patrias -una sola en su alma y en su cuerpo- han echado sobre nuestros hombros.