Escena III
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Los mismos;
OROZCO que se asoma a la puerta del billar sin pasar de
ella, con el taco en la mano, AUGUSTA, MALIBRÁN que
vienen del salón.
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OROZCO.-
¡Eh! padres de la patria,
¿qué hay? ¿Qué irregularidad es ésa...?
(VILLALONGA, INFANTE y AGUADO, se acercan a la puerta del
billar y hablan con él.) |
AUGUSTA.-
(A MALIBRÁN,
riendo.) Pero dígame usted, ¿es volcánica o
no es volcánica? |
MALIBRÁN.-
¿Qué?
|
AUGUSTA.-
Esa pasión de usted. |
MALIBRÁN.-
¡Pícara, añade a la crueldad el sarcasmo! Mire
usted que... Bien podría suceder que la desesperación
me arrastrara al suicidio, a la locura... ¡Qué responsabilidad
para usted! |
AUGUSTA.-
¡Para mí! Pero yo ¿qué
culpa tengo de que usted se haya vuelto tonto?... ¡Muerte,
locura, suicidio! ¡Eso sí que es de mal gusto! No,
el hombre de la discreción y de las buenas formas
no incurrirá en tales extravagancias. Yo traduzco
sus expresiones al lenguaje vulgar, y digo: Hipocresía,
farsa, egoísmo. |
MALIBRÁN.-
¡Ay, Dios mío!
Casi me agrada que usted me injurie. A falta de otro sentimiento,
venga esa bendita enemistad. |
AUGUSTA.-
(Con hastío.) Basta. |
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(OROZCO se ha internado en el billar. VILLALONGA,
INFANTE y AGUADO vuelven al centro de la escena.)
|
AGUADO.-
(Con énfasis.) Horrible, horrible, vamos. |
VILLALONGA.-
(Por AUGUSTA.)
Aquí está todo lo bueno. |
AUGUSTA.-
Jacinto, dichosos los ojos... Aguadito, felices. Ya,
—9→
ya
le veo a usted tan indignado como de costumbre. ¿Qué
hay? |
AGUADO.-
Pues nada, señora y amiga mía.
Escándalos, miserias, irregularidades monstruosas
aquí y en Ultramar, nuevos datos espeluznantes del
crimen famoso... y, por último, crisis. Esto está
perdido, pero muy perdido. |
AUGUSTA.-
Pues verá usted
como Villalonga, que es uno de nuestros primeros inmorales,
sostiene que todo va bien. |
VILLALONGA.-
Todo bien, perfectamente
bien. Y sobre tantas dichas, la de verla a usted tan guapa.
|
AUGUSTA.-
¡Noticia fresca! |
MALIBRÁN.-
(Aparte.)
¡Qué linda y qué traviesa!... Inteligencia
vaporosa, imaginación ardiente, espíritu amante
de lo desconocido, de lo irregular, de lo extraordinario...
¡Caerá! |
AUGUSTA.-
¿Y en el Congreso?... (Se sienta.)
|
INFANTE.-
Nada, una tarde aburridísima. El consabido
chaparrón de preguntas rurales hasta las cinco, y
a la orden del día la interesantísima y palpitante
discusión sobre los derechos de... la hojalata. Y
en los pasillos inmoralidad, y nada más que inmoralidad.
|
VILLALONGA.-
Es insoportable el tema de estos días
en aquella casa. No se puede ir allí, porque ha salido
una plaga de honrados... Vamos, es cosa de fumigarlos por
honrados... precisamente por honrados del género infeccioso
y coleriforme. |
AUGUSTA.-
¡Jacinto, por Dios!... (A AGUADO.)
¿Y usted no sale a defender la clase? |
AGUADO.-
¿Qué
clase? |
AUGUSTA.-
La de los honrados, hombre. |
INFANTE.-
Como no se trata de honradez ultramarina, este
—10→
Catón
no se da por aludido. Hablamos ahora de honrados peninsulares.
|
AGUADO.-
Sí, sí, búrlese usted. Éstos
son ministeriales de la clase de Isidros o del montón
anónimo. Todo lo encuentran bien, y cuando se les
habla del cáncer de la inmoralidad, alzan los hombros
y se quedan tan frescos. |
AUGUSTA.-
Tiene razón Aguado.
Lo mismo les da a éstos el país que la carabina
de Ambrosio. (A VILLALONGA.) No se ría, Jacinto, que
contra usted voy. Usted no tiene patriotismo, usted no se
indigna como debiera indignarse, y esa sonrisa y esa santa
pachorra son un insulto a la moral. |
VILLALONGA.-
Pero, amiga
mía, si esa nota de la indignación pública
la dan otros, y la dan muy bien, ¿qué necesidad tengo
yo de revolverme la bilis y hacer malas digestiones? Yo soy
un hombre que, al levantarse por las mañanas, hace
el firme propósito de encontrarlo todo bien, perfectamente
bien. Es natural que así piense, cuando veo que los
más indignados hoy son mañana los más
complacidos. |
AGUADO.-
O, en otros términos, que todos
son lo mismo, y vamos tirando. Por lo demás, no es
malo que se hable tanto de nuestros vicios, porque así
los corregiremos. |
AUGUSTA.-
¡Ay, amigo mío, no sea
usted cándido! Eso de la moralidad es cuestión
de moda. De tiempo en tiempo, sin que se sepa de dónde
sale, viene una de esas rachas de opinión, uno de
esos temas de interés contagioso, en que todo el mundo
tiene algo que decir. ¡Moralidad, moralidad! Se habla mucho
durante una temporadita, y después seguimos tan pillos
como antes. La humanidad siempre, siempre
—11→
igual a sí
misma. Ninguna época es mejor que otra. Cuando más,
varía un poco la forma o el estilo de la maldad. Pero
lo de dentro, crean ustedes que poco o nada varía.
|
VILLALONGA.-
¿Eh? ¿Se explica la niña? |
MALIBRÁN.-
¡Qué talentazo! |
INFANTE.-
(Que ha entrado en el salón
y vuelve al instante.) Ya tienes ahí a la condesa
de Trujillo con el marqués de Cícero y Pepito
Pez, devorando las últimas noticias del crimen. |
AUGUSTA.-
¡Ay, dichoso crimen! |
VILLALONGA.-
Pues a mí no me
cogen. |
MALIBRÁN.-
Ya resulta insoportable. |
AUGUSTA.-
Sí; fastidiosísimo, repugnante. Y nuestra curiosidad
es de lo más estúpido... Pero no podemos vencerla.
Allá voy. (Pasa al salón acompañada
de INFANTE. AGUADO entra en el billar.) |
Escena V
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Los
mismos; OROZCO, AGUADO, que salen del billar.
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OROZCO.-
No es exacto, repito, y buen tonto sería yo si tal
hiciera.
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—13→
|
AGUADO.-
Pues a mí me han dicho que, sin
tu auxilio, el correccional de jóvenes delincuentes
no se construiría nunca. |
VILLALONGA.-
También
a mí me lo dijeron. |
MALIBRÁN.-
Y a mí.
|
OROZCO.-
Habladurías. He contribuido a esta obra
benéfica en la misma proporción que los demás
iniciadores, y desempeño el cargo de tesorero de la
Junta. |
AGUADO.-
Ahí es donde caes tú, Tomás.
¡Si todo se sabe! |
VILLALONGA.-
No le valen sus malas mañas.
|
AGUADO.-
La Junta no recauda lo bastante para continuar
con método las obras. Llega un sábado, faltan
fondos para pagar los jornales de la semana... |
MALIBRÁN.-
Pues no hay que apurarse, porque el buen Orozco tira del
talonario... |
OROZCO.-
(Risueño y calmoso.) ¡Pues
estaría yo lucido! No, esas generosidades caen ya
dentro del campo de la tontería, y francamente, yo
aspiro a que se tenga mejor idea de mí. El atribuir
a cualquiera méritos que no posee, y que por lo disparatados
no deben de lisonjear a nadie, constituye una especie de
calumnia; sí, no reírse, una calumnia de benevolencia,
que si no se cuenta entre los pecados, tampoco debe contarse
entre las virtudes. |
AGUADO.-
¿De modo que, según
ese criterio, yo soy un calumniador? |
VILLALONGA.-
Todos
calumniadores... |
MALIBRÁN.-
Al revés... es
decir, que calumniamos alabando, así como usted hace
el bien, fingiendo que lo aborrece, sistema de hipocresía
que no vacilo en llamar sublime. |
AGUADO.-
Él es un
hipócrita, sí, y nosotros sus detractores implacables.
Pues espérate, que ahora nos corregiremos.
—14→
Yo saldré
por ahí diciendo que eres un pillo, un hombre sin
conciencia; diré más; diré que el tesorero
este se da sus mañas para distraer fondos del correccional
y aplicarlos a sus vicios. |
OROZCO.-
(Con jovialidad.) Pues
mira, si se dijera eso, alguien lo creería más
fácilmente que lo otro, siendo ambas cosas falsas.
|
AGUADO.-
¡Ah!, no creas que la opinión pública
se deja extraviar tan fácilmente por los difamadores.
Ya ven ustedes las atrocidades que han dicho de mí.
|
VILLALONGA.-
Sí, que te trajiste media isla de Cuba
en los bolsillos. |
AGUADO.-
Que si vendía los blancos
como antes se vendían los morenos. |
VILLALONGA.-
¡Qué
picardía!, suponer que tú... |
AGUADO.-
Pues
si al principio se formó contra mí una atmósfera
tan densa que se podía mascar, no tardé en
disiparla con mi desprecio, y al fin la opinión me
hizo justicia. |
OROZCO.-
¿Qué duda tiene?... Por supuesto,
hay que desconfiar siempre de la opinión pública
cuando vitupera, así como cuando alaba excesivamente,
porque la muy loca rara vez sabe fijarse en el punto medio
que constituye nuestra vulgaridad. Somos muy vulgares; pertenecemos
a una época que se asusta de las situaciones extremas,
y no gustamos de bajar mucho por no parecer tontos, ni de
subir demasiado, por no incurrir en la ridiculez de ser absolutamente
buenos. |
AGUADO.-
¡Ridiculez! Pues a ti no hay quien te libre
de ser el primer mamarracho de la bondad. Aguanta el chubasco,
y si no te gusta, corrígete de tu furor caritativo.
De ti se cuentan horrores: que costeas solo o
—15→
casi solo
las obras del correccional para chicos; que te comen un codo
las Hermanitas de la Paciencia; que vistes todo el Hospicio
dos veces al año... |
VILLALONGA.-
Y más, mucho
más. Vomitemos todas las injurias de una vez. Que
acudes a remediar todas, absolutamente todas las necesidades
de que tienes noticia. |
MALIBRÁN.-
Eso, eso... y vuelva
usted por otra. |
OROZCO.-
Bien, bien. Ahogado por vuestro
zahumerio2 estúpido, os digo que sois los mayores majaderos
que conozco. Jacinto, tu adulación me da náuseas.
Y tú, Aguado maldito, eres tan tonto, pero tan tonto,
que mereces que creamos las perrerías que decían
de ti cuando volviste de Cuba. |
Escena VII
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Los mismos;
FEDERICO VIERA.
|
AUGUSTA.-
(Aparte, viéndole entrar.)
(¡Ah!... ya está ahí. No sé si podré
disimular... cara mía, cuidado...) |
OROZCO.-
(Saludándole.)
Hola, Federiquín... Gracias a Dios. |
AUGUSTA.-
(Alargándole
la mano.) ¡Cuánto tiempo!... ¿Ha estado usted malo?
|
FEDERICO.-
Un poco. |
AUGUSTA.-
Pues no se le conoce en la
cara. |
VILLALONGA.-
Si traes noticias patibularias, fresquecitas,
pasa a la sección de lo criminal que preside la condesa
de Trujillo. |
FEDERICO.-
Ya la he visto al pasar. A la condesa
le falta poco para traerse el verdugo en el bolsillo. |
INFANTE.-
Pues yo sostengo que es un crimen vulgar, adocenado, un crimen
de pacotilla, y que no hay personajes encubridores, ni misterios
de folletín. |
AGUADO.-
Este archisensato quiere presentarnos
los hechos arregladitos a un patrón de conveniencias
curialescas. |
AUGUSTA.-
Claro, hasta el crimen debe ser correcto,
y los asesinos han de tener su poquito de ministerialismo.
|
INFANTE.-
No es eso, no. Pero me parece absurdo mezclar
en asuntos tan bajos a personas respetables. |
OROZCO.-
¿Quién
podrá afirmar ni negar nada? Yo digo que si los misterios
de la conciencia individual rara vez se descubren a la mirada
humana, también la sociedad tiene escondrijos que
nunca se ven, así como en el interior de las rocas
hay cavernas donde jamás ha entrado un rayo de luz.
En cuestión de enigmas
—17→
sociales, yo no afirmo nada
de lo que la malicia supone, pero tampoco lo niego sistemáticamente.
|
FEDERICO.-
Muy bien dicho. |
AUGUSTA.-
Yo no soy sistemática.
Pero me inclino comúnmente a admitir lo extraordinario,
porque de este modo me parece que interpreto mejor la realidad,
que es la gran inventora, la maestra siempre fecunda y original
siempre. Rechazo todo lo que me presentan ajustado a patrón,
todo lo que solemos llamar razonable para ocultar la simpleza
que encierra. ¡Ay!, los que se empeñan en amanerar
la vida no lo pueden conseguir. Ella no se deja, ¿qué
se ha de dejar? Este primo mío, (Por INFANTE.) empapado
en esa tontería del ministerialismo, no quiere ver
más que la corteza oficial o pública de las
cosas. Es la mejor manera de acertar una vez y engañarse
noventa y nueve. Nadie me quita de la cabeza que en ese crimen
hay algo de extraordinario y anormal. Sería ridículo
y hasta deshonroso para la humanidad que los delitos fuesen
siempre a gusto de los jueces. |
MALIBRÁN y VILLALONGA.-
Bien, bien. |
OROZCO.-
Mi mujer tiene razón. Convengamos
en que lo extraordinario y misterioso, no por inverosímil
deja de ser verdadero alguna vez. |
INFANTE.-
Claro, alguna
vez. |
AGUADO.-
Siempre, siempre. |
MALIBRÁN.-
Hombre,
siempre no. |
AGUADO.-
Siempre digo. |
FEDERICO.-
Tiene razón
Augusta. Convengamos en que la realidad es fecunda, original,
en que el artificio que resulta de las conveniencias políticas
y judiciales nos engaña. Pero no nos lancemos por
sistema a lo
—18→
novelesco, ni por huir de un amaneramiento
caigamos en otro, amiga mía. La vida, por desgracia,
ofrece bastantes peripecias inesperadas, lances y sorpresas
terribles; y es tontería echarnos a buscar el interés
febriscitante3, cuando quizás lo tenemos latente a
nuestro lado, aguardando una ocasión cualquiera para
saltarnos a la cara. |
AUGUSTA.-
Conforme. Pero yo no busco
el interés febriscitante. Es que, sin darme cuenta
de ello, todo lo vulgar me parece falso. Tan alta idea tengo
de la realidad... como artista. He dicho. |
VILLALONGA.-
(Aplaudiendo.)
¡Bonita paradoja! |
AGUADO.-
¡Pero qué ingenio el de
esta pícara! (Todos aplauden.) |
AUGUSTA.-
Gracias,
amado pueblo. |
FEDERICO.-
Tiene usted toda la sal de Dios.
|
AUGUSTA.-
(Aparte.) ¡Qué zalamerito viene esta noche...!
(Alto.) Tilín, tilín, se suspende esta discusión.
|
MALIBRÁN.-
(A OROZCO.) ¿Carambolas, Tomás?
|
OROZCO.-
No, dispénseme la diplomacia. Me retiro.
No me siento bien. |
AGUADO.-
Jugaremos. (Mirando al reloj.)
Poco tiempo tenemos ya. Estas gentes morigeradas, estos matrimonios
modelo se recogen con las gallinas. (MALIBRÁN y AGUADO
pasan al billar.) |
AUGUSTA.-
(A INFANTE, que se despide.)
¿Ya?... Ven a comer mañana. |
OROZCO.-
(Mirando al
salón. -Aparte a AUGUSTA.) Paréceme que la
condesa quiere marcharse. No la entretengas. |
AUGUSTA.-
Voy
enseguida... |
OROZCO.-
(Saludando a VILLALONGA.) Abur, Jacinto,
hasta mañana. (A FEDERICO.) Adiós. Ya sé
que es temprano para vosotros, perdidos. Aún podéis
matar un rato en el billar.
|
—19→
|
VILLALONGA.-
Que descanses.
(Acompaña a OROZCO hasta la puerta del despacho, y
pasa al billar. AUGUSTA se dirige al salón; pero retrocede
al ver a FEDERICO solo en escena.) |
Escena
X
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|
OROZCO que sale de su despacho, sin traje de etiqueta.
|
|
AUGUSTA.
|
OROZCO.-
Ya se van... Gracias a Dios. La sociedad
me cansa más cada día. (Se sienta en el sillón
y apoya la frente en la palma de la mano.) |
AUGUSTA.-
(Viniendo
del salón.) Gracias a Dios que se fueron. Deseo estar
sola. (Reparando en OROZCO.) ¡Ah! ¿Estás ahí?,
¿duermes?
|
—21→
|
OROZCO.-
No. |
AUGUSTA.-
¿Por qué no te
acuestas? |
OROZCO.-
No dormiré. |
AUGUSTA.-
Padeces
de insomnio. Tomás, tú no estás bien.
Es preciso que te cuides y pongas orden en ese cerebro. Cavilas
demasiado, te fijas más de lo conveniente en asuntos
que no debieran interesarte en tanto grado. |
OROZCO.-
Pues
mis desvelos deben de ser contagiosos, porque tú también
estas últimas noches estuviste muy despabilada. |
AUGUSTA.-
Es que cuando te siento despierto, no puedo dormir. No creas;
a mí no me importa. Resisto perfectamente los largos
insomnios. Este cerebro mío, creo yo que es de piedra.
|
OROZCO.-
¡Qué dicha! |
AUGUSTA.-
Lo que a ti te pasa
bien lo sé yo. Eres una alma fuerte, una voluntad
poderosa, un espíritu superior. Pero como no tienes
que luchar por la existencia, porque todos los problemas
del vivir te los han dado resueltos, resulta que tus grandes
energías están sin uso, y para que no se te
pudran dentro, las aplicas a cualquier objeto. Ya te afanas
por corregir a los criminales precoces; ya te interesas por
las niñas abandonadas como si fueran tuyas, o bien
das en proteger a ingratos, en salvar de la miseria a los
que se arruinaron por informales o tramposos... No, no, yo
no te censuro que seas caritativo. Pero todo tiene su límite
y su medida, hasta la bondad. |
OROZCO.-
Vida mía,
me juzgas mejor de lo que soy. ¿Y si yo te dijera que cumplo
muy mal los deberes que me impone mi posición? Cree
que algunas noches me
—22→
quita el sueño la conciencia
turbada, intranquila. |
AUGUSTA.-
(Sorprendida.) ¡Tú...
con la conciencia turbada; tú, el hombre mejor del
mundo! Tomás, positivamente no estás bueno.
(Con cariño.) Hijo mío, acuéstate y
descansa. Si la conciencia te quita el sueño a ti,
a ti, que eres tan bueno, ¿quién, dímelo, quién
dormirá en este mundo? (Pasa a la alcoba.) |
OROZCO.-
(Levantándose.) Bueno; ¡te obedeceré! (Vacila;
se vuelve a sentar.) No, no me acuesto. Mejor estoy aquí.
¡Qué dulce soledad! Aquí, solo, dentro del
círculo de mis pensamientos, apartado de la sociedad,
que en su comedia insípida me impone uno de los papeles
más vulgares, restablezco mi personalidad, me gozo
en contemplar los medios que empleo para mi propia corrección;
examino mis ideas, peso mis acciones... ¡Oh!, no estoy satisfecho
de mí, ni mucho menos... ¡Y esos necios creen...!
Poco, muy poco he hecho para aliviar el mal humano... ¡He
de hacer más, mucho más...! ¡Hay que seguir,
hay que avanzar, avanzar siempre... hasta descubrir la fuente
eterna, aunque no podamos beber en ella más que algunas
gotas que nos salpican a la cara!... (Levántase.)
¡Cuán larga y compleja la humana labor!, ¡y el tiempo
(Mirando el reloj.) con qué traidora sencillez se escurre,
se va, se pierde...! No, no, aunque mi mujer me riña,
no me acuesto sin trabajar un poco. (Pasa al despacho.)
|
AUGUSTA.-
(Por la puerta de la alcoba, en traje de noche,
con una luz en la mano.) Escribiré aquí...
Cuatro palabras no más... (Reparando en la luz del
despacho.) ¡Ah!, está allí... (Le observa desde
la escena.) Hace un instante, hablaba de conciencia intranquila.
Este hombre sin par no sabe lo que es vivir con los pies
sobre la
—23→
tierra. Él los tiene en las nubes, como
los bienaventurados que vemos en los techos de las iglesias.
No sé qué me pasa. Esta inquietud mía
¿qué es? Los remordimientos se confunden en mí
con el temor de no ser amada. Más que el delito, me
espanta la idea de una rivalidad humillante. ¡Conciencia
extraña la mía! No conozco el remordimiento,
sino cuando me lo traen los celos, y sólo cuando éstos
me abrasan, reconozco y declaro que no soy buena... Lo que
yo quisiera sería poder confiar a alguien este secreto
que me abruma. Sí, aunque absurdo parezca, siento
impulsos de abrir mi corazón delante de este hombre
sin par, y contarle... confesar, sí, por consuelo
y alivio del alma, no por renegar de mi error y prometer
la enmienda. No: sé que no tendré fuerzas para
enmendarme de verdad, ni hipocresía para parecerlo.
No quiero, no, estafar la absolución... ¡Pero qué
absurdos pienso! ¡Confesarme a Tomás!... Paréceme
que tengo fiebre. (Se toca la frente, se toma el pulso.)
A estas horas, el insomnio y las cavilaciones me llevan a
una verdadera locura. Como que a veces dudo si duermo o estoy
despierta. ¡Dios mío!, ¿seré yo sonámbula?
(Con terror.) ¿Incurriré en la tontería de
contarle...? (Levántase.) No, despierta estoy... (Se
pellizca los brazos.) y bien despierta. |
OROZCO.-
(En la puerta
del despacho.) ¿Pero estás aquí? Me has asustado.
|
AUGUSTA.-
Cuando me acostaba, creí sentirte inquieto
y... ¿Por qué trabajas tan tarde? |
OROZCO.-
Tengo
la cabeza tan despejada como a las doce del día. Francamente,
no veo la necesidad de dormir toda la noche.
|
—24→
|
AUGUSTA.-
Tu robusta naturaleza te engaña, querido. Imposible
vivir así. Eres bueno, y por ser mejor te estás
dando muy malos ratos. Es hasta un rasgo de soberbia el pretender
salirse de la imperfección humana... ¡Ay, tengo miedo
a la exaltación de tu cerebro! ¿Por qué no
duermes? |
OROZCO.-
Descansa tú y déjame a mí.
|
AUGUSTA.-
Si yo tampoco siento necesidad de dormir. |
OROZCO.-
Esta noche, sobre las mil cosas que en mi cabeza traigo,
me intranquiliza la carta que recibí hoy de Joaquín
Viera, el padre de Federico. |
AUGUSTA.-
(Con viveza.) ¿Sí?,
¿y qué es? |
OROZCO.-
Me dice que llegará aquí
del 26 al 28, y que viene a tratar conmigo de un asunto de
intereses. |
AUGUSTA.-
Sablazo seguro. Por amor de Dios, Tomás...
ponte en guardia. |
OROZCO.-
No caigo en qué podrá
ser. Dejémosle venir. |
AUGUSTA.-
¡Qué infame!
No se parece nada a su hijo, que, aunque mala cabeza y desordenado,
tiene un fondo de caballerosidad que... |
OROZCO.-
Es verdad.
Tan noblote y simpático es el hijo como trapalón
el papá. |
AUGUSTA.-
Mucho cuidado con ese petardista,
Tomás. Ponle mala cara cuando le recibas. |
OROZCO.-
¿Pero qué lío traerá ese hombre? Como
si lo viera, me presentará algún antiguo y
olvidado crédito de la Humanitaria. ¡Pero si por mi
cuenta, no hay ninguno que no esté satisfecho!...
|
AUGUSTA.-
¡Ay!, esa maldita sociedad ha dejado tras sí
un rastro vergonzoso. |
OROZCO.-
Yo no soy responsable; pero
disfruto del capital amasado con aquel negocio, en que trabajaron
juntos mi padre (que Dios perdone) y este Joaquín
—25→
Viera. No juzgo lo que hicieron. Después Joaquín,
arruinado, huye al extranjero, y se dedica al chantaje y
a mil trapisondas... Veremos con qué enredo se descuelga
ahora... ¿Crees tú que...? |
AUGUSTA.-
No sé...
No entiendo... |
OROZCO.-
(Muy inquieto.) No tengo sosiego
hasta ver... (Levántase.) Examinaré el expediente
de la Humanitaria. |
AUGUSTA.-
¡Por Dios!, ¡ahora!... |
OROZCO.-
No puedo contenerme. Yo soy así. El llanto sobre el
difunto. Pronto saldré de dudas. (Pasa al despacho,
cuya claridad debe verse desde la escena. En ésta
no hay más luz que la de la vela que ha traído
AUGUSTA.) |
AUGUSTA.-
¡Dios mío!, ¡qué hombre!
Los dos padecemos insomnio, ¡pero por cuán distintos
motivos! A mí me desvela en el pecado, a él
la perfección... (Observándole desde el centro
de la escena.) Ahora saca un legajo... lo desata... lo examina...
Lee... Aprovechemos este instante. (Dirígese a la
mesa en que hay papel y tintero.) Necesito que me pida perdón,
que desvanezca este enojo, esta pena... No puedo soportar
su amistad con esa mujer indigna. Y no le vale decirme que
sus visitas son inocentes... Esta noche me propuso que nos
viéramos mañana. ¡Y yo, tonta, respondí
que no! ¡Tenemos a veces unos arranques de dignidad tan ridículos!
Nada, nada; le citaré. (Escribe rápidamente.)
«Aunque no lo mereces, necesito oír tus descargos,
y acudiré a la hora de costumbre. Si tardas, te araño».
No, no; esto es humillante. (Rasga el papel, lo arruga, y
al arrojarlo al suelo titubea, y al fin se lo guarda en el
seno.) Escribiré otra. Principiaré muy incomodada,
y con pocas ganas de perdonar. Él es quien debe humillarse.
Coquetearemos.
—26→
(Escribe.) «Amigo mío, es preciso
que esto concluya, y que tratemos formalmente de nuestra
separación definitiva». Esto, magnífico. ¡Oh!,
no, no. Debo tratarle a la baqueta, vituperarle por su amistad
con ésa... ¡Maldita Peri, aborto del infierno! Esto
no sirve. (Rompe la carta y se guarda los pedazos arrugados
en el seno. Escribe otra vez.) «Imposible perdonarte tus
visitas a esa mujerzuela. No vuelvas a presentarte delante
de mí, si no me juras...». Eso, que jure, que se fastidie...
No, no; tampoco ésta sirve. ¡Qué tonta estoy!
Conviene mucha suavidad... ternura... Si no, puede que su
orgullo se alborote, y... No. (Guarda en el seno los restos
de la tercera carta, y empieza otra.) «Eres un ingrato, y
correspondes mal al inmenso cariño... Es menester
que hablemos pronto... Mañana, ya sabes la hora...».
Al fin acerté. Ésta va bien. (Cierra la carta,
y escrito el sobre, la guarda en el seno. Levántase.)
¡Tedio inmenso de esta vida, vendo mi alma por combatirte...!
(Como sosteniendo una lucha.) No puedo, no puedo ser de otra
manera. Mañana romperé otra vez la regularidad
enervante de esta vida; mañana probaré lo misterioso
y desconocido, la miel del secreto que nos compensa de tanta
insipidez... (Desde el centro de la escena, mirando hacia
el interior del despacho.) Hombre sin tacha, tus tachas son
como una comedia que compones y representas para engañar
el fastidio de esta normalidad que nos convierte la vida
en un Limbo sin pena ni gloria. El bien o el mal, esos dos
guerreros que nunca concluyen de batirse, ni de vencerse,
ni de matarse, no cruzan sus espadas en tu espíritu.
En ti no hay más que fantasmas, ideas representativas,
figuras vestidas
—27→
de vicios y virtudes, que se mueven con
cuerdas. Si eso es la santidad, no sé yo si debo desearla...
(Con arranque.) Pero lo que yo digo: los santos, estarían
mejor en el cielo. La tierra, dejárnosla a nosotros,
los imperfectos, los que sufrimos, los que gozamos, los que
sabemos paladear la alegría y el dolor... Los puros,
que se vayan al otro mundo. Nos están usurpando en
éste un sitio que nos pertenece. (Mirando hacia el
despacho.) Ya parece que se cansa de revolver legajos...
se levanta. |
OROZCO.-
(Con la lámpara en una mano,
y varios papeles en otra.) ¿Aquí todavía?
|
AUGUSTA.-
Me iba ya. |
OROZCO.-
Aguarda un poco. Hace tanto
calor en ese despacho, que vengo a trabajar aquí.
Me han puesto la chimenea que parece un infierno. |
AUGUSTA.-
¡Trabajar...!, ¡tan tarde...! |
OROZCO.-
Sí, tengo
que escribir unas cartas... |
AUGUSTA.-
¿Qué es esto?
(Viendo el legajo que OROZCO deja sobre la mesa.) ¿El expediente
de la Humanitaria? |
OROZCO.-
Sí... y por más
vueltas que le doy, no puedo encontrar el dato que busco.
No descubro ningún crédito pendiente... (Se
sienta.) Además, traigo aquí otro asunto que
quiero estudiar... y consultarte. |
AUGUSTA.-
¿A mí?
|
OROZCO.-
Asunto por el que mostraste gran interés.
¿No te acuerdas? Aquel proyecto de institución para
criar y educar niñas desvalidas. Tú me dijiste
que te gustaría dedicar a esta obra benéfica
todo el cariño, todo el interés, toda la atención
correspondientes a los hijos que no hemos tenido. |
AUGUSTA.-
Es cierto; lo dije. |
OROZCO.-
Obra hermosa en verdad. Mira.
(Dándole un papel.)
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Éste es el plan primitivo
ideado por mí, y que a ti te pareció demasiado
amplio. Este otro (Dándole otro papel.) es un borrón
tuyo, modificando mi plan... Lee la nota que le puse. Verás
que si yo pequé de atrevido, tú empequeñeces
demasiado la institución. Examínalo todo, y
proponme una solución intermedia más práctica
que mi proyecto y menos meticulosa que el tuyo. |
AUGUSTA.-
(Con hastío.) Bien. (Guarda los papeles en el bolsillo.)
|
OROZCO.-
(Mirándola sorprendido.) ¿Pero qué
tienes, vida mía? Noto en ti cierta agitación.
|
AUGUSTA.-
Me has contagiado. No sé qué hay
en mi cerebro. Pásame una cosa muy extraña.
|
OROZCO.-
¿A ver? |
AUGUSTA.-
Estas noches... se me figura
que cuando duermo estoy despierta, y que cuando estoy despierta,
duermo. ¡Qué desatino! Ahora mismo, imaginaba que
entré aquí, no sé a qué hora,
y que te hablé. |
OROZCO.-
(Riendo.) ¿Dormida? |
AUGUSTA.-
Sí... y que te dije muchas cosas, de un modo inconsciente...
como si fuera yo una máquina de hablar. |
OROZCO.-
¿Y qué me dijiste? |
AUGUSTA.-
Cosas... de esas que
no se dicen nunca... no sé... Sácame de dudas.
¿Es cierto que te hablé? |
OROZCO.-
No. (Recordando.)
¡Ah!, sí, anoche en este mismo sitio, ya un poco tarde,
entraste y hablamos... |
AUGUSTA.-
¿Y qué te dije?
|
OROZCO.-
Algo que me sorprendió... sí. |
AUGUSTA.-
(Con gran curiosidad.) ¡Repítelo, por Dios! |
OROZCO.-
Me dijiste... a ver si recuerdo. ¡Ah!, contestando a no sé
qué expresión mía, dijiste: «Declaro
que hay en mi espíritu una tendencia irresistible
a prendarme
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de todo lo que no es común ni regular».
|
AUGUSTA.-
Ya... sí. |
OROZCO.-
Dijiste además
«tengo antipatía al orden pacífico del vivir,
a la corrección, a esto mismo que llamamos comodidades.
Esto de hacer un día y otro las mismas cosas, el tenerlo
todo previsto, el encontrar todo a punto, me entristece,
me fatiga. Bendito sea lo inesperado, porque a ello debemos
los pocos goces de la existencia». |
AUGUSTA.-
(Riendo.) Sí,
sí. Y que me entristecía tener asegurados y
distribuídos los afectos como las rentas... ya, ya
recuerdo, me quejaba de este inmenso hastío de la
buena posición, de este compás social, de esta
educación puritana y meticulosa que nos desfigura
el alma, como el maldito corsé nos desfigura el cuerpo.
|
OROZCO.-
Justamente. Te contesté lo que me pareció
y... |
AUGUSTA.-
¿Y no te dije nada más? |
OROZCO.-
Creo que no. |
AUGUSTA.-
¿Estás seguro? |
OROZCO.-
No
recuerdo... |
AUGUSTA.-
Pues bien despierta estaba cuando
te lo dije. |
OROZCO.-
Si tienes algo más que decirme,
ahora... |
AUGUSTA.-
No, no... Es que... No hagas caso. |
OROZCO.-
Retírate ya. |
AUGUSTA.-
¿Y tú? |
OROZCO.-
Velaré
un poco más. (La abraza.) Vete a descansar. |
AUGUSTA.-
No trabajes, por Dios... tan tarde... |
OROZCO.-
Pero, hija,
¿qué es esto? (Tocándola el seno al abrazarla.)
Tienes el pecho lleno de papeles... |
AUGUSTA.-
(Turbada.)
No... ¿qué?... ¿papeles?... |
OROZCO.-
Sí...
|
AUGUSTA.-
(Con una idea feliz.) ¡Ah!... sí... lo
que me has dado eso de la fundación.
|
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|
OROZCO.-
Ya...
(Vacilando.) Pero... (Ademán de sacarle los papeles
del pecho.) |
AUGUSTA.-
¿Pero qué?, ¿dudas?... (Con
valor temerario, mostrando el seno.) Sácalo. |
OROZCO.-
(Después de vacilar un instante.) No. Déjame.
(Empujándola hacia la alcoba.) A dormir. |
AUGUSTA.-
¡A esperar! (Vase.) (OROZCO se sienta y lee con profunda
atención.) |