Escena X
|
|
La misma decoración.
|
|
Los mismos personajes.
FEDERICO en el gabinete, reclinado en la silla larga.
AUGUSTA dentro de la alcoba. No se la ve al principio
de la escena. Es de noche. La lámpara está encendida.
|
FEDERICO.-
(mirando su reloj.) Yo
creí que era más tarde: las siete menos diez.
|
—147→
|
AUGUSTA.-
(desde la alcoba.)
¿Qué? ¿Deseas que corra el tiempo? ¿Tienes prisa de
que me vaya?
|
FEDERICO.-
Al contrario; cuento los minutos, y si
pudiera, pondría por delante los que ya están a la espalda.
|
AUGUSTA.-
Esta noche podré estar hasta
las ocho menos cuarto pero ya sabes que no has de entretenerme cuando llegue la
hora de marcharme. Llegando a casa a las ocho, ocho y quince, no hay temor.
Resultará que he pagado la tarde en casa de la tía Serafina. Para
saber lo que debo decir, he mandado a Felipa a que se entere de lo que ha
ocurrido esta tarde allá.
|
FEDERICO.-
¿Y si tu marido ha ido a ver a
la enferma?
|
AUGUSTA.-
Casi nunca va.
|
FEDERICO.-
No te fíes, no te
fíes.
|
AUGUSTA.-
(apareciendo en la puerta de la
alcoba.) Veo que eres tú más receloso que yo.
|
FEDERICO.-
Pues digo, si pudiera realizarse lo
que antes me proponías, todas las precauciones serían
—148→
inútiles, y el disimulo absolutamente imposible.
|
AUGUSTA.-
No es imposible... Monín,
déjate guiar por esta loca.
(Acercándose a él.)
Lo dicho, dicho. Acábese el romanticismo, y empiece la época
positiva, positivista o como quieras llamarla. Es menester, amigo de mi alma,
que nos pongamos en prosa. Yo pienso mucho en ello, y se me ocurren mil
planes.
|
FEDERICO.-
Cuéntamelos. Me gusta
oírte divagar con tanto donaire sobre lo imaginario y lo imposible, y
admiro en ti la voluntad más independiente que existe en el mundo.
|
AUGUSTA.-
(sentándose junto a
FEDERICO en una banqueta, y reclinando su cabeza
sobre el pecho de él.) Te contaré una cosa interesante.
Esta mañana me dijo el Santo: «Tengo un proyecto para modificar la
vida de ese pobre Federico y librarle de la plaga de sus acreedores».
|
FEDERICO.-
(agitado.) Por Dios, no me hables
de eso. No sabes el daño que me causas.
|
AUGUSTA.-
(vivamente.) Considera que, si
algo hacemos por ti, no es él quien lo hace sino yo.
|
—149→
|
FEDERICO.-
No puedo considerar tal cosa. Querida
mía, si me amas, impide por cuantos medios estén a tu alcance los
favores de ese hombre, a quien yo por mil motivos debería reverenciar...
(con mucha inquietud) de un
hombre a quien tú y yo ofendemos gravemente.
(AUGUSTA da un suspiro y
cierra los ojos.)
|
AUGUSTA.-
(después de una pausa.)
¿Sabes que me dormiría yo aquí, tan ricamente? Siento el
latido de tu corazón, ¡pum pum!, y el chiqui-chiqui de tu reloj.
Con ambos arrullos y el sueño que tengo, me quedaría como piedra
en un pozo. ¡Ay, qué gusto, si el tiempo maldito no me aguijonara
5 el pensamiento, para mantenerme en vela!
|
FEDERICO.-
(para sí, meditabundo.)
Alma ambiciosa de lo desconocido, de lo ilegislado, no puedo seguirte en tu
vuelo. En ti no hay idea moral, al menos la idea mía, elemental y
rutinaria, la que a mí me argumenta sin descanso. Hay entre tú y
yo algo inconciliable, irreductible, y la tremenda muralla se alza cuando menos
lo pienso. La belleza, la gracia de esta mujer me trastornan. Por ese lazo nos
unimos. De la conciencia de ambos parte lo que eternamente nos separa.
¿Cómo decírselo sin ofenderla?
|
—150→
|
AUGUSTA.-
(suspira otra vez y levanta la
cabeza.) Habíamos convenido en no hablar nunca de mi falta, o lo
que sea. Legalmente no tengo disculpa. ¿Pero no habíamos hecho
nosotros, en la embriaguez primera, un código, de estos que hacen todos
los amantes, unas
Tablas muy monas, en que derogábamos
toda la legislación que anda por esos mundos?
|
FEDERICO.-
(para sí.) Su valor es tan
grande como su pasión. Defiende sus faltas como si fueran
méritos. ¡Con qué brío se lanza por ese camino de
vértigo y de sofismas! Mis ideas son claras; pero sin duda alcanzan
poco. Me gustaría deslumbrarme como ella, y poder seguirla hasta los
abismos del disparate, que sin duda están llenos de flores.
|
AUGUSTA.-
Pero no necesitas decirme nada para
que yo respete al hombre cuyo nombre llevo, para que le profese un
cariño fraternal. Él se merece más: yo le doy lo que
puedo. La equidad es letra muerta en cosas de amor.
|
FEDERICO.-
(con sequedad.) Está bien.
Pero no me hables a mí de favores de ese hombre, porque no puedo
admitirlos.
|
AUGUSTA.-
¿Ni míos tampoco los
admites?
|
—151→
|
FEDERICO.-
Tampoco.
|
AUGUSTA.-
De modo que la pared vuelve a
alzarse, y tú la haces más fuerte y más gruesa, recordando
que somos pecadores. ¡Qué moral está el tiempo, querido
mío!
|
FEDERICO.-
Te diré... Si he sacado a
relucir la cuestión moral, no ha sido por petulancia ni por
gazmoñería. Me propuse no ocuparme de ella; pero desde el momento
en que me hablas de generosidades de tu marido hacia mí, y de sus
proyectos de favorecerme, la cuestión moral se me impone, y plantea un
dilema que tanto tú como yo debemos mirar con la mayor seriedad.
|
AUGUSTA.-
(inquieta y mal humorada.) Ya, ya
veo venir el sermoncito. El otro día apuntaste algo... sí, y ya
me esperaba yo hoy un chubasco de moral. ¿Es verdadera virtud, o
simplemente falta de valor?... Bueno, déjame a mí el pecado
entero, y coge para ti los escrúpulos. No me importa; tengo fuerzas para
cargar toda la culpa, con tal de verte contento, tranquilo, y hecho un
varón santo. Tú no me quieres, y por no quererme, me das la
leccioncita de buena conducta. Yo estoy enamorada, y por eso no podré
quizás entenderla. Te contaré
—152→
todo lo que pasa en
mi interior, y luego, vengan sermones.
(Se dan las manos.) Yo siento a
veces en mi conciencia
6 tumultos de reprobación, pero en seguida salen,
por aquí y por allá, mil ideas que me absuelven. Conforme a la
ley, yo no debiera quererte. La religión manda que combata y ahogue este
loco amor. Y las fuerzas para combatirlo y ahogarlo, ¿dónde
están? Yo no las tengo, ni me parece que las tendré nunca. Es
como si al que carece de vigor muscular le mandan que levante un peso de tantos
quintales. Reconozco como nadie el mérito de mi marido, y en cuanto a su
bondad, sólo yo, que a su lado vivo, sé bien toda la
extensión de ella. Me
7 inspira un cariño acendrado y puro, una gran
admiración; pero Dios ha establecido la diferencia entre el amor que
debemos a la divinidad, a la perfección moral, y el amor terreno, el que
tenemos a nuestro igual, al semejante a nosotros por el pecado y la impureza.
Yo reverencio a Tomás, le rezaría, ¿sabes?... pero te amo
a ti. Me casé sin saber lo que es amor, y no lo supe hasta que tú
no me lo enseñaste. Todavía no me he convencido de que esto sea
una cosa muy mala, rematadamente mala. Qué quieres; soy muy torpe, y
quizás de condición perversa. Lo que sí te digo es que
cuando me sermonees, no necesitas hacer el panegírico de la persona que
conozco mejor que tú y mejor que nadie. Bien sé que no hay otro
—153→
que se le asemeje, aunque... te diré una cosa que hasta
ahora no he querido decirte.
|
FEDERICO.-
(para sí.)
¿Qué será ello?
|
AUGUSTA.-
Pues de algún tiempo a esta
parte, noto en la bondad de mi marido cierta exaltación de mal
agüero, algo así como... vamos, que la virtud ha llegado a ser en
él una manía, un
tic.
|
FEDERICO.-
(irónicamente.)
¡Qué salida! Eso lo dices por rebajarle a tus propios ojos, por
disminuir la inmensa diferencia de talla que entre él y nosotros
hay.
|
AUGUSTA.-
No; no me juzgues así. Lo digo
porque es verdad. Como quiera que sea, la exageración no destruye lo
extraordinario, lo excepcional de su bondad.
(Dando un gran suspiro.)
Él es un santo, y yo te quiero a ti. Ahí tienes las dos verdades
capitales. No creas que trato de buscar entre ellas una componenda
hipócrita. Dejo los hechos como están. Tú eres cobarde y
huyes. Yo soy valiente, y me quedo delante de estas dos verdades,
mirándolas cara a cara.
|
FEDERICO.-
(para sí.) Me abruma con
su admirable tesón.
|
—154→
|
AUGUSTA.-
(después de una pausa.) No
tienes nada que contestarme, o necesitas pensar mucho tus argumentos. ¡Ay
qué sesudo se me ha vuelto mi borriquito, y qué gran
moralizador!
|
FEDERICO.-
Vamos a cuentas, vida mía.
¿No has dicho que estamos en la gran crisis, que salimos del periodo
soñador para entrar en el práctico? ¿No quieres tú
regularizarme?
|
AUGUSTA.-
¡Ah, pillo, y te vengas ahora,
proponiéndome a mí la regularidad! ¡Ingrato! Quita
allá.
(Le rechaza
cariñosamente.)
|
FEDERICO.-
No, alma mía. Te expongo esta
idea, como una mirada al porvenir. Supón tú que, por unas u otras
causas, esto no pudiera continuar sin escándalo. No habría
más remedio entonces que sacrificar nuestras relaciones.
|
AUGUSTA.-
Por mí nunca las
sacrificaría.
|
FEDERICO.-
No lo digas tan pronto. Eso no se
puede afirmar tan de ligero. Yo te quiero demasiado para llevarte al
escándalo y a la deshonra. A ti te corresponde, como mujer, la
pasión irreflexiva;
—155→
a mí la serenidad. Si hablo de
esto, si suscito la grave cuestión moral, tú has tenido la culpa,
hablándome de favores que piensa hacerme tu marido, de protecciones que
sólo se dispensan a un hijo, a un hermano. Eso pone la cuestión
en el terreno de lo insoluble. Si no le impides que esos propósitos se
manifiesten, te dejo... no puedo tolerar situación tan degradante, tan
vergonzosa. ¿No lo comprendes? ¿Es posible que no lo
comprendas?
|
AUGUSTA.-
(con exaltación.) No; debo
de ser tonta. Siento rabia de que te empeñes en hacérmelo
comprender. Para mí la situación es otra. Tú me
perteneces, yo te amo más que a mi vida, y quiero que participes de los
bienes materiales que yo poseo. Soy rica. ¿Cómo he de soportar
que vivas en la miseria y que te veas sujeto a mil humillaciones? Yo quiero
compartir contigo mi bienestar, a la faz del mundo, si es preciso. No me
avergüenzo de ello.
|
FEDERICO.-
¿Y pretendes que no me
avergüence yo?
|
AUGUSTA.-
¡Debilidad, tontería!
¡Si otros lo hacen...!
|
FEDERICO.-
(exaltándose
también.) Pues si insistes en eso, he de hablarte con claridad,
como no lo he hecho nunca. Hace tiempo
—156→
que yo siento una pena, un
sobresalto... más claro, ¡un remordimiento por el ultraje que
infiero al hombre más generoso, más digno que existe en el
mundo...! Quisiera que fueses siempre mía; pero las cosas de la vida
¿van por ventura al compás de nuestros deseos?... ¿Ya no
hay ley, ya no hay principio alguno que deba ser respetado? Todo tiene su
límite, y yo sería un miserable si no te dijese ahora que
intentes, que lo intentes siquiera, consagrar a tu marido todos los afectos de
tu corazón. Ya sé que el amor es extravagante. Ya. sé que
cabe en lo humano, mejor dicho, que es muy humano no amar a un hombre de
grandes cualidades, y prendarse de un cualquiera. Pues bien: protestando de que
me gustas hoy lo mismo que ayer, tengo el valor de incitarte a que me
sacrifiques, a que entres en la ley, a que vuelvas los ojos a aquel hombre tan
superior a mí... superior a mí hasta físicamente, para
colmo de lo absurdo.
|
AUGUSTA.-
(con rabia.) ¡Qué
manera tan suavecita de decirme que no me quieres ya! Ningún hombre
enamorado sugiere a su querida la idea de volver al deber. Dímelo,
háblame claro, porque esa moralidad tuya de última hora es
ridícula y hasta poco delicada.
|
FEDERICO.-
No, porque yo, al proponerte con
honrada
—157→
convicción lo que te propongo, estoy dispuesto, si
no lo aceptas, a ir contigo hasta donde quieras, menos a la ignominia de
recibir beneficios materiales de tu marido.
|
AUGUSTA.-
Está bien.
(Llorando.)
|
FEDERICO.-
(con súbito arranque.) Me
rebelo a ti con absoluta ingenuidad. Te diré que me creo bastante
indigno, y no quiero serlo más.
|
AUGUSTA.-
¡Indigno tú! Recurres al
argumento de sensación para apartarme de ti. No, no, tú no eres
indigno.
|
FEDERICO.-
(amargamente.) No sabes lo que
dices; no me conoces. Por algo te oculto las miserias de mi vida. Si conocieras
ciertos oprobios que hay en mí, quizás no tendría yo que
hacerte ningún argumento para que me dejaras y volvieras a la ley.
|
AUGUSTA.-
(arrojándose a él.)
¡No, dejarte, nunca! Porque si fueras el último de los bandidos,
te querría lo mismo que te quiero.
|
FEDERICO.-
(con cierto desvarío.) Yo
no te merezco. Regenérate huyendo de
—158→
mí, y
entregando los tesoros de tu alma al hombre más digno de poseerlos.
|
AUGUSTA.-
(con exaltación sublime.)
No me da la gana. Cuéntame tus cosas. Unámonos resueltamente en
todas las esferas de la vida. Todo lo mío es tuyo.
|
FEDERICO.-
Eso jamás.
|
AUGUSTA.-
Arreglaremos nuestras entrevistas con
un misterio tal, con un arte tan soberano, que sólo Dios pueda
saberlas.
|
FEDERICO.-
No puede ser. Orozco las
descubrirá; ya verás como las descubre. Y cuando pienso en esto,
la terrible muralla se levanta entre nosotros más fuerte, más
alta que nunca.
|
AUGUSTA.-
(estrechándole en sus
brazos.) Pues yo la destruyo, yo la hago pedazos, la rompo con mil y
mil besos. Y si tú eres un presidiario, yo seré una presidiaria;
si tú eres un pillo, yo seré una bribona; seré lo que
tú quieras que sea, menos...
|
FEDERICO.-
(para sí, confuso.) Nada
puedo contra este corazón monstruoso. Las ideas morales se estrellan en
él, como migas de pan arrojadas contra el blindaje de un
acorazado...
|
—159→
|
AUGUSTA.-
¿Qué piensas?
|
FEDERICO.-
(con pasión.) Pienso que
no hay nada mejor que condenarse contigo.
(Para sí.) ¡Y
qué hermosa la muy...! Toda la legalidad del mundo no vale lo que sus
ojos.
|
AUGUSTA.-
¿No me quieres ya?
|
FEDERICO.-
¿Y tú a mí?
|
AUGUSTA.-
¡Borricote!
|
Escena I
|
|
Sala en casa de
FEDERICO.
|
|
CLAUDIA,
BÁRBARA, la primera con un chiquillo en brazos,
la segunda con manto, como si entrara de la calle.
|
BÁRBARA.-
Cuéntame, mujer. Es particular
que todos los lances gordos han de ocurrir siempre en los días que yo
estoy fuera.
|
CLAUDIA.-
Pst... chitito... Habla bajo... Federo
no duerme, aunque está en la cama. Además, ha venido el
papá.
|
BÁRBARA.-
¡El señor!
|
CLAUDIA.-
Anoche entró por esa puerta.
La semana pasada, cuando empezamos a ver en el cielo la estrella con rabo, me
dijo Pepe: «Alguna desgracia vendrá sobre el universo
mundo». Y ya ves cómo no se equivocó. Pepe tiene mucho
talento, y también anunció lo de Clotilde. «Esa niña
-me decía- os va a dar un disgusto».
|
—162→
|
BÁRBARA.-
Francamente, no la creí capaz
de una resolución tan fuerte. Cuéntame... ¡Pobre
niña! Ni pensé que la apretaran tanto las ganas de marido.
¿Es cierto que no está ya en la casa?
|
CLAUDIA.-
Chist...
(Vigilando las puertas.) Pues
voló. ¡Valiente chasco nos ha dado! Yo tampoco la creí con
alma para arrancarse así. Federo, rabioso, te echa a ti la culpa.
|
BÁRBARA.-
¡A mí! En el nombre del
Padre...
|
CLAUDIA.-
Dice que tú le has dado alas, y
que cuando el chiquillo ese empezó a hacerle garatusas, con la pluma en
la oreja, desde el entresuelo de enfrente, tú y yo debimos cerrar los
balcones y no permitir a la niña que se asomase. Claro, quería
que fuéramos
verdugas de la infeliz señorita.
|
BÁRBARA.-
Verdugos se dice... Es un
egoísta, un tirano, y no se hace cargo de que Clotilde, por vivir
aquí sin trato con sus iguales, no había de librarse de la regla
de amor. Llegada la edad en que el corazón hace cosquillas, las mujeres
necesitamos querer y que nos quieran, y si no se
—163→
presentan
duques, apencamos con lo que sale, aunque sea un suda-tinta. No sé para
qué quiere el señorito el talento que tiene, si no le sirve para
hacerse cargo de una cosa tan sencilla.
|
CLAUDIA.-
Eso no tiene vuelta de hoja. Pero no
lo entiende. Ayer nos ha puesto a ti y a mí que no había por
donde cogernos... Que si tú le traías las cartas a Clotilde; que
si... ¡Josús!
|
BÁRBARA.-
Pues no me pesa... ea. ¿A
quién, como no fuera de bronce, no se le partiría el alma viendo
las miradas de pólvora que se echaban los pobrecitos de balcón a
balcón? Era una contracaridad dejarles consumirse sin el consuelo de un
papelito. Francamente, yo no he nacido para ver padecer a nadie. Traje la
primer carta... y la segunda y la tercera. Por cierto que tiene una letra
preciosa, y que pone la pluma con muchísima sal.
|
CLAUDIA.-
Pues de mí dice que merezco la
horca y el presidio y hasta el infierno, porque le abrí la puerta al
otro para que entrase a ver de cerca a su novia... Que se ponga en mi caso. Los
chicos, con el carteo y las miradas, estaban tan babosos, que no se les
podía aguantar. Ella ni dormir, ni comer, ni hacer cosa ninguna al
derecho.
—164→
Intenté quitarle de la cabeza su locura, y me
puse ronca de tanto predicarle. Pues como si hablara con esta mesa.
«Clotilde, mira que tu hermano no consiente esto... mira que...».
Mientras más le chillaba, peor. Cosa perdida. ¿Qué
íbamos ganando con cerrarle la puerta al jovencito ese?
|
BÁRBARA.-
Nada; que no pudiendo entrar por la
puerta entrase por la ventana. Un hombre ciego de amor es temible. Hasta pudo
suceder que pegase fuego a la casa para poder entrar disfrazado de bombero. Se
han dado casos.
|
CLAUDIA.-
Esa misma cuenta echeme yo. Pero a
Federo no le entran razones, y lo que es yo bien tranquila tengo la conciencia,
porque si abrí...
(Suena el timbre de la puerta.)
Llaman. Debe de ser alguna fiera. Aguarda un momento.
(Sale.)
|
BÁRBARA.-
(sola.) ¡Ay!, qué
egoístas son estos hombres. Todo lo bueno ha de ser para ellos, y para
nosotras, las del bello sexo, trabajos, hambres de amor y el no gozar de nada.
Ellos se divierten con cuanta mujer encuentran, y a nosotras, si un hombre nos
mira o le miramos, ya nos cae encima la deshonra, y empieza el run run de si lo
eres o no lo eres... ¿Pues qué quería ese tonto?
—165→
¿Que mientras él se daba la gran vida su hermana se
pudriera en casa como una monja? No, la chiquilla, aunque parece tan para poco,
tiene el moño muy tieso, y ha demostrado que sabe dejar bien puesto
nuestro pabellón. ¡Ay bello sexo! ¡Qué falta te hacen
muchas así, resueltas y con garbo para darle el quiebro a la
tiranía!
|
CLAUDIA.-
(entrando.) Lo que dije: era un
inglés... el de las alfombras. Le he
dado el jabón que usamos aquí... ¡Qué
tronitis en esta casa! Pues te decía
que si abrí la puerta a ese mocoso ha sido con la mejor intención
del mundo, y si se vieron algunos ratitos fue delante de mí. Otra cosa
no hubiera yo consentido. ¿Qué pudo pasar?, que cuando yo me
distraía o daba una vuelta a la cocina, se pegaban de besos; pero como
yo estaba con mucho ojo, y... Ya sabes cómo las gasto. Les
reprendía, les ponía cara muy dura, diciéndoles que no me
comprometieran, y el chico tan agradecido... «Doña Claudia -me
decía- cuando nos casemos, usted será nuestra segunda
madre».
|
BÁRBARA.-
¡Pobres criaturas! No les
entenderá quien no sepa lo que es un primer amor. ¿Qué
sabe Federico de esto, si él no ha tenido primer amor, y todos los que
gasta son segundos? Yo
—166→
me acuerdo de cuando me emperré por
Valeriano el cochero, que me dio palabra de casarse conmigo...
¡Qué amarguras y qué dulzuras!... Pero esto no viene al
caso. Cuéntame lo de la fuga. Yo me imagino que se engolosinaron con la
besuquina, y con verse las caras de cerca... es cosa que marea... y que
resolvieron morir o casarse.
|
CLAUDIA.-
Así debió de ser. Los
pícaros la tramaron por cartas, pues delante de mí nunca hablaban
más que soserías, como si tuvieran vergüenza el uno del
otro. Pues señor, anteanoche sentí a Clotilde levantada. Como
suele velar para coserse la ropa, no me extrañó. La bribona,
según después comprendí, estaba recogiendo y empaquetando
en dos o tres líos sus vestidos y la poca ropa blanca que tiene. Por la
mañana temprano, la sentí andando con pisadas de gato por los
pasillos, y me alarmé. Díjele a Pepe que aquellos andares me
olían a escapatoria, y Pepe, que es muy largo, rezongó:
«¡Cuando digo yo que...!». Levanteme; pero por pronto que
acudí, ya el pájaro había salido de la jaula.
Echábame yo la enagua, cuando la sentí descorriendo el cerrojo
con mucho cuidado, como lo descorren los rateros. Salí al pasillo... y
ya iba ella echando chispas por las escaleras abajo. Se llevó la ropa en
tres paquetes grandes.
|
—167→
|
BÁRBARA.-
¿Y cómo sabes que fue en
tres?
|
CLAUDIA.-
Porque me lo dijo la portera que vio
salir a Santanita, primero con un paquete, luego con dos, y después con
Clotilde: total, cuatro paquetes... Yo me quedé como puedes suponer.
Pero me tranquilicé pensando: «Lo que había de ser, que sea
de una vez». Sobre la mesa del comedor dejó la chiquilla una carta
para su hermano; pero este no se enteró de la fuga hasta la hora de
almorzar. ¡Qué mal rato pasé, hija! Nada, que me
eché a llorar, y de la medrana que sentí, se me fijó un
dolor de clavo en la sien, ¡ay!, que no se me ha quitado todavía.
No te quiero decir cómo se puso el hombre al leer la carta. Tuvo que
salirme y dejarle solo: la cama retemblaba de la fuerza de los aspavientos que
hacía. Y después de despotricarse contra mí, la
emprendió contigo, y a esta quiero a esta no quiero, nos zarandeó
bien. Pues nada, que inmediatamente nos habíamos de plantar en la calle,
porque éramos unas... alcahuetas
etcétera...
|
BÁRBARA.-
(riendo.) ¡Qué bobo!
Sí; cualquier día nos echa a nosotras, debiéndonos, como
nos debe, tres mil y pico de reales.
|
—168→
|
CLAUDIA.-
Y aunque no nos los debiera...
¿Pero tú crees que puede vivir sin nuestras reverendísimas
personas? Le somos tan necesarias como el aire.
|
BÁRBARA.-
No encontraría otras que le
soportaran. Es un niño mimoso, y seríamos tontas si
hiciéramos caso de sus rabietas. Yo, mientras no le pase esta calentura,
me guardaré de ponérmele delante, porque francamente, si me dice
pitos, le contesto
flautas. No tengo la paciencia que
tú para aguantar sus desvergüenzas, y me desboco. Ayer no quise
venir en todo el día, porque temo a mi dignidad, que no se anda en
chiquitas; y hoy me marcharé antes de que su señoría se
levante.
|
CLAUDIA.-
Hoy debe de estar más
aplacado, porque el señorito Infante pasó ayer con él toda
la tarde y le sermoneó de firme, diciéndole unas verdades como
puños. Yo le escuchaba, poniendo la oreja en el agujero de la llave, y
te aseguro que le leyó bien la cartilla.
(Enumerando por los dedos.) Que
él era el causante de todo por tener a su hermana abandonada y fuera de
su
alimento...
|
BÁRBARA.-
De su elemento diría.
|
—169→
|
CLAUDIA.-
Eso es, de su elemento... Que la
chica no es de palo, y que a alguien había de querer, porque la edad, el
sexo, la ilusión,
etcétera... Pero el otro, más
orgulloso que D. Rodrigo en la horca, no se daba a partido, y dijo que
jamás haría a Santanita el honor de mirarle. ¡Anda!
|
BÁRBARA.-
¡Palabrería! Esas
bravuras se convierten en humo. Al fin tendrá que apencar con el hortera
y llamarle su hermano; y llegará día, acuérdate de lo que
te digo, en que se vuelvan las tornas, y este señorito tan orgulloso
irá a pedirle a su cuñado un pedazo de pan. Los muy soberbios
acaban siempre a los pies de los humildes.
|
CLAUDIA.-
(con incredulidad.) Me parece a
mí que eso no lo veremos. Primero se muere él de hambre en un
rincón, que rebajarse. No es como su papá, no...
|
BÁRBARA.-
¿Y cuándo dices que
llegó el señor?
|
CLAUDIA.-
Anoche. Parece que el demonio lo
hace. Figúrate que oigo llamar a la puerta; salgo creyendo que era el
carbonero, y me encuentro con D. Joaquín. Pegué un grito como si
me viera delante un toro de Miura. No sé por qué
—170→
me
da miedo ese hombre, que es amable y la trata a una como a señora... Me
acuerdo de lo que padeció por él nuestra pobrecita ama, y sus
zalamerías me ponen carne de gallina.
|
BÁRBARA.-
¡Ay, qué hombre!
Créete que no viene a nada bueno. ¿Y qué hablaron hijo y
padre? ¿Cómo le recibió Federo? Cuéntame... Pero me
sentaré, que ahora estamos solas y podemos charlar todo lo que queramos.
Mi Vicente me espera para almorzar; pero déjalo que aguarde, que
bastantes plantones me ha dado él a mí en esta vida.
|
CLAUDIA.-
Pues cuando le vio entrar, quedose
más blanco que el papel. Se abrazaron. Luego cerró Federo la
puerta, y yo, más lista que él, arrimé la oreja y
oí... D. Joaquín preguntó por la niña,
extrañando no verla, y el otro, mascando mucha hiel, le contó la
ocurrencia. ¿Crees tú que el padre se remontó, echando los
pies por alto? No, hija; lo tomó con calma, con mucha calma. Yo me
hacía cruces, oyéndole decir que si los chicos se quieren, no hay
razón ninguna para oponerse al casorio, y que él es partidario de
que no haya clases, porque eso de las clases es un
maricronismo.
|
BÁRBARA.-
Ana... cronismo me parece que se
dice; pero
—171→
no estoy segura... Pues ese hombre será un
tarambana; pero lo que es talento, ¡vaya si lo tiene!
|
CLAUDIA.-
Es que se hace cargo de la
razón de las cosas, y no lleva en la cabeza tanto viento como el hijo.
¡Buena está la familia para gastar humos! El padre hecho un
judío errante por esas tierras; Federo sin una mota, viéndolas
venir, y comido de deudas.
(Suena la campanilla.)
¡Ay!, llaman otra vez. Espérame un momento.
(Sale.)
|
BÁRBARA.-
(sola, abanicándose.) Bien
merecido le está a ese botarate lo que le pasa; pero muy bien
requetemerecido. ¡Empeñarse en que ha de haber clases, cuando la
realidad ha dispuesto que no las
haiga! ¡Cabeza más dura! Y que
no las hay, no las hay, aunque lo pida el
Sursum corda. Lo que dice mi
Vicente: «Con la libertad todos somos todo, y nadie es nada». Ese
tonto de Federo bien sé yo lo que pretende: vivir él como un
duque y que Clotilde sea su esclava. Bien sabe él ponerse su frac todas
las noches para ir a comer a las casas grandes... Y la niña hecha un
pingo, sin tratar con personas finas. Eso es, como dijo el otro, abrir un
abismo... Anda, fachendoso, para que vuelvas otra vez a jugar con abismos. O
hay igualdad o no hay igualdad. Santanita vale tanto como tú o
más que tú, porque sabe la partida
—172→
doble, y
tú no entiendes más libro que el de las cuarenta hojas.
|
CLAUDIA.-
(entrando.) Otra fiera. Esto no
es vivir. Ya no sé qué decirles. Pero al fin este lleva cuerda
para veinticuatro horas... Pues, como te decía, el padre está
blando, pero muy blando. Dijo que pensaba ver a Clotilde mañana mismo
(por hoy), y Federo, sacando la voz de los talones, le contestó:
«Véala usted si quiere. Para mí es como si se hubiera
muerto».
|
BÁRBARA.-
¡Habrá pillo!...
¿Y tú has visto a Clotilde?
|
CLAUDIA.-
(en voz muy baja.) Sí que
la he visto. Cállate la boca. Cuidado cómo te das por entendida.
Anoche di un salto a casa de la viuda de Calvo, donde está depositada,
¿sabes?, aquella señora tan vieja y tan acartonadita que parece
de caoba. Según dicen, es muy sabia, pero muy sabia, y más
antigua que Jerusalén. Vive ahí en la calle de Atocha. Rabiaba yo
por ver a la niña y decirle que ha llegado su papá, que viene
tierno, y que le dará el consentimiento. No pude hablar con ella
más que dos palabras, porque la de Calvo estaba presente, y me
ponía una jeta que daba escalofríos. Pero, en fin, allá le
soplé lo que más importaba. El papá debe de estar
allá. Salió muy
—173→
temprano... serían las
ocho... y dijo que vendría a almorzar. Anoche estuvo Federo hasta las
tantas escribiendo cartas. Cosas de mujeres, y líos mil que trae siempre
entre manos. Hombre de más
enreditis no creo que exista, y lo mismo se
aplica a las altas que a las bajas.
|
BÁRBARA.-
¿Qué es eso de altas y
bajas? Todas somos iguales. El arrastrar terciopelos o ajustarse una mala saya
de tartán no significa diferencia más que en lo de fuera. Como no
salgan diferencias en el honor, créete que en los trapos no la hay...
¿Y dices que escribió muchas cartitas? ¡Valiente trapacero!
¡A quién engañará ahora!
|
CLAUDIA.-
Vete a saber.
|
BÁRBARA.-
Si se acostó tarde, no se
levantará en todo el día, y podrá estar aquí.
Francamente, temo encararme con él.
|
CLAUDIA.-
Pues mira, hija, me parece que...
(Acércase a la puerta del foro y
aplica el oído.) ¿Sabes que me parece que anda ya por
ahí?
|
BÁRBARA.-
(levantándose azorada.)
¡Ay, hija, no me lo digas!
|
CLAUDIA.-
Bien puedes echar a correr. Levantado
está.
|
Escena II
|
|
Las mismas,
FEDERICO, que entra por el foro.
|
BÁRBARA.-
(tratando de escapar por la
derecha.) Por aquí me escabullo.
|
FEDERICO.-
¡Eh!... ¿Quién es
esa que huye de mí? Bárbara.
|
CLAUDIA.-
Quédate, mujer, que no te
comerá.
|
BÁRBARA.-
(medrosa y turbada.) Mi marido me
espera.
|
FEDERICO.-
Tu conciencia no te permite ponerte
delante de mí.
|
BÁRBARA.-
¿Mi conciencia? Yo no tengo
culpa de nada.
(Temblando.) Bastante le dije a
la niña que no hiciera locuras.
|
FEDERICO.-
¡Valiente hipócrita
estás tú! Entre las dos me habéis jugado una partida
serrana. Debiera poneros en la calle, después de daros una mano de
azotes.
|
CLAUDIA.-
¡Pues no dice que nosotras...!
¡Josús!, ¡no me incomode... después que...!
|
—175→
|
FEDERICO.-
Silencio. Ya sé que me
aborrecéis. ¡Bien merecido lo tengo por lo bien que me he portado
con vosotras!
|
BÁRBARA.-
¡Aborrecerle! Eso sí que
no, aunque usted no nos puede ver.
|
FEDERICO.-
¿Cómo está
Vicente?
|
BÁRBARA.-
Mejor; pero no puede seguir en la
ambulancia. Es preciso que le asciendan, llevándole a la central. Usted
puede hacerlo.
|
FEDERICO.-
¡Yo!
|
BÁRBARA.-
Sí, usted. Pero no se interesa
nada por quien bien le sirve. Que vivamos o que nos muramos, lo mismo le
da.
|
FEDERICO.-
(con desvío.)
¡Así reventarais!... Efectos de contagio. Hablando con ellas, me
siento también grosero.
|
BÁRBARA.-
(para sí.) Está de
buenas. Aquí que no peco.
(Alto.) Asciéndame usted a
mi marido.
|
—176→
|
FEDERICO.-
¡Que te le ascienda yo!
|
BÁRBARA.-
Si usted quiere, bien podrá
hacerlo; pero lo dicho, no nos hace caso, y es todo
ingratituz. Con que me le empuja,
¿sí o no? Basta con que le pida una recomendación al Sr.
de Orozco, que es tan amigo del director de Correos.
|
FEDERICO.-
(con desabrimiento.) ¿Y
qué tengo yo que ver con el Sr. de Orozco?
|
BÁRBARA.-
Toma; que son ustedes uña y
carne.
|
FEDERICO.-
Vete al diablo, y déjame en
paz.
(A
CLAUDIA.) ¿Quién ha venido
hoy?
|
CLAUDIA.-
Los del jubileo de todos los
días.
Inglesitis.
|
FEDERICO.-
¿Ninguno se ha roto la crisma
al subir o al bajar?
|
CLAUDIA.-
Ninguno. Yo sí que ya no tengo
crisma de tanto calcular las respuestas que debo darles.
|
FEDERICO.-
¿Y papá ha salido?
|
—177→
|
CLAUDIA.-
Sí, señor; pero viene a
almorzar.
|
FEDERICO.-
Pues vete a la cocina, que es tarde.
Ea, dame acá ese chiquillo.
(Toma de los brazos de
CLAUDIA el niño, y le mima y
zarandea.) Ven acá, Fefé, ángel de Dios.
¡Qué gusto tener un amigo inocente y puro, que no se permite otra
malicia que tirarnos de las barbas!
(El chiquillo suelta la risa.)
Bien, bien, eres feliz conmigo. Esto consuela.
|
CLAUDIA.-
(al chiquillo.) Sol del mundo,
soberano pontífice, regente del reino... no le beses, que es muy malo.
Pégale, pégale.
|
FEDERICO.-
(besando al niño.) Me
quiere más que a ti. Lo que él dice ahora con esos
gruñiditos es que desea estar solo conmigo, y que os larguéis
pronto.
|
CLAUDIA.-
Gloria patri, ¿verdad que
no?
|
BÁRBARA.-
(para sí.) Acariciando al
niño, nos engatusa este perro, y hace de nosotras lo que quiere.
|
CLAUDIA.-
(para sí.) Es un buenazo.
¡Lástima que no tenga dinero! Es lo único que le falta.
|
—178→
|
FEDERICO.-
¿Qué rezongáis
allí? A la cocina, tarascas, dejarme en paz con mi amigo
Fefé.
|
BÁRBARA.-
(para sí.) Ahí te
quedas. No hay quien le sufra. Y sin embargo, ni él puede vivir sin
nuestros mordiscos, ni nosotras sin sus rasguños.
(Vanse las dos.)
|
Escena III
|
|
FEDERICO, con el chiquillo en
brazos, después
JOAQUÍN VIERA.
|
FEDERICO.-
¡Qué noche he pasado!
Esta vileza de mi hermanita ha concluido de anonadarme.
(Se pasea.) ¿Tendrá
razón Infante sosteniendo que toda la culpa es mía? Pues aunque
cien veces lo sea, no transijo con ese cursi maldito. ¿No es verdad,
Fefé, que debo mantenerme inflexible? Tú estás en lo
cierto. Yo soy como soy, y no puedo ser de otra manera...
(Confuso.) Y en verdad que no
puedo entender por qué causa me es insoportable este vilipendio,
mientras que acepto otros y los llevo conmigo, acustumbrándome a su
peso, como al peso de la ropa que me cubre. Lo que llamamos dignidad
¿será función social antes que sentimiento humano?
¿Será ley de ella escandalizarnos de la ignominia que se hace
—179→
pública, y apechugar con la que permanece secreta...?
|
VIERA.-
(entrando por la izquierda.) Bien
por los hombres madrugadores. ¡Levantado a las doce del día! Yo
pensé que almorzaría solo, y almorzaremos juntos.
All right.
(Se sienta en un sofá.)
¡Pero, chico, qué cambiado está nuestro viejo Madrid! Hasta
pisos de madera me le han puesto. El lugareño con botas de charol. He
salido a dar una vuelta, y el plum-plum de las caballerías sobre el
entarugado, el sordo ruido de los coches y el olor de la creosota me daban la
impresión de Londres o París.
|
FEDERICO.-
Sí; ha cambiado algo Por fuera
en los últimos tiempos. Pero por dentro está como tú lo
dejaste.
|
VIERA.-
Siempre es el perdido de buena sombra
y de muchas trazas, que se contenta con las apariencias del vivir, viviendo en
realidad muy mal... ¿Sabes lo que pareces tú ahora? Un San
Cristóbal, de esos que hay en las catedrales. Y el nene es precioso.
¿A quién sale, siendo su padre más feo que su madre, que
es cuanto hay que decir...? No,
(observando al chiquillo.) no
puede ser obra de Pepe.
(Alzando la voz, mira hacia la puerta de
la derecha.) ¡Ah, Claudia,
—180→
Claudia, veo que siguen
los descuidos...!
(A
FEDERICO que se pasea meditabundo.) Dame
pronto de almorzar, que tengo muchísimo que hacer. Y te advierto que mi
primera diligencia es ir a ver a Clotilde. No, no te enfurruñes. No
puedo seguirte por el camino de la intolerancia caballeresca. Cada uno obra
según su carácter y el medio en que respira. ¡Vivimos en
atmósfera tan distinta!, yo en un país democrático y rico,
donde los apellidos y las posiciones aparentes no suponen nada; tú en un
país sin dinero, donde la exterioridad lo suple todo, y donde las
posiciones oficiales hacen las veces de riqueza. Nunca aspiré a que mi
hija se casara con un noble, con un millonario. Modestísimo en mis
pretensiones, y conociendo el país, me ilusionaba con verla esposa de un
capitancito de artillería o ingenieros, o con un abogadillo de chispa,
que andando el tiempo se hiciera diputado, y quizás ministro. A ti, que
hacías veces de padre, te correspondía el arreglarlo de este
modo. ¿Pero qué pasó? Que dejaste a la niña
entregada a sí misma, y la pobre tuvo que elegir entre lo que
veía. Si en vez del capitancito de artillería nos ha resultado un
chico de mostrador... es sensible; pero ya no tiene remedio. Claro que no me
gusta; pero yo no forcejeo con la realidad. ¿Qué?, ¿hemos
de abandonar a la pobre niña? ¿Estamos en el caso de hilar muy
fino, muy fino? ¿Quién sabe si el joven ese saldrá
—181→
listo y trabajador, y poseerá el arte de estos tiempos,
que consiste en traer legalmente a las arcas propias el dinero que anda por las
ajenas? ¡Quién sabe si Clotilde habrá labrado, sin saberlo,
su porvenir, y el tuyo y el mío, y estará en estos instantes
preparándonos una vejez decorosa y tranquila! Ea, no seamos
intransigentes ni pesimistas. Aceptemos la realidad, y dentro de ella, saquemos
el mejor partido posible de los hechos que no dependen de nuestra
iniciativa.
|
FEDERICO.-
No me decido a conceder que tengas
razón, ni afirmaré que no la tienes. Sea lo que quiera, yo no
transijo. Es cuestión de temperamento. Ciertas ideas me dominan a
mí, antes que yo pueda ni aun siquiera formar el propósito de
dominarlas.
|
VIERA.-
Ya hablaremos de eso más
despacio.
|
FEDERICO.-
(para sí.) Ha perdido toda
idea del decoro de su nombre.
(Se sienta, y pone al niño sobre
sus rodillas. Entra
BÁRBARA y da una carta a
VIERA.)
|
VIERA.-
(examinando el sobre.) Es de
Tomás. Conozco su letra jesuítica.
(La abre.) Me cita para las tres.
Eso sí: no es de los que huyen el bulto.
|
—182→
|
FEDERICO.-
(mal humorado.) Bárbara,
llévate este chiquillo, que molesta.
|
BÁRBARA.-
(aparte.) Tan pronto se
entusiasma con las criaturas como se cansa de ellas. ¡Ay!, de todo se
cansa.
(Tratando de coger al chiquillo, que
grita, patalea y se resiste a pasar a sus manos.)
|
FEDERICO.-
Fefé, no seas malo. Vete con
tía Bárbara.
|
VIERA.-
Prefiere estar con nosotros. El
angelito gusta de la sociedad. Ea, dámele acá.
(Le toma en brazos.) Conmigo.
¡Qué bien! Mira qué contento. Tú eres de casta de
señores. Bárbara, puedes marcharte y que nos den pronto de
almorzar. Dispongo de poco tiempo, y hay mucho que hacer esta tarde.
(Sale
BÁRBARA.)
|
FEDERICO.-
¿Qué ocupaciones son
esas, di? Por Dios, yo te suplicaría... yo te agradecería mucho
que dejases en paz a Orozco. Es un hombre excelente.
|
VIERA.-
(zarandeando al niño y
haciéndole cabalgar sobre sus rodillas.) No niego su
excelencia; pero que me la pruebe pagando lo que debe... Anda, caballo...
agárrate, valiente.
|
—183→
|
FEDERICO.-
¿Pero qué
crédito es ese? Sin ofenderte, yo dudo mucho que sea un crédito
real y efectivo.
|
VIERA.-
(con socarronería.) Buena
idea tienes de mí. Aquí no entendéis de negocios, y
rendís homenajes demasiado serviles a la delicadeza, madre del no comer
y amparadora de la insolvencia. Los negocios son negocios, y se tratan con la
crudeza que enseñan los números, lo cual nada quita a las
efusiones de la amistad.
|
FEDERICO.-
(inquieto.) Cuéntame,
¿qué diantre de negocio es ese?
|
VIERA.-
Una deuda.
|
FEDERICO.-
Orozco no tiene deudas. Como no hayas
descubierto alguna póliza olvidada y prescrita de la
Humanitaria...
|
VIERA.-
Eres más inocente que este
niño que galopa en mis rodillas, y se cree que monta a caballo.
¿Me juzgas tú a mí capaz de presentarme a Orozco sin
refuerzo de documentos legales? ¿Por quién me tomas?
|
FEDERICO.-
(con embarazo.) Es que... me
causa pena recordarlo; pero
—184→
debo decirte que, en otras ocasiones,
Tomás te ha dado dinero por conmiseración, y por evitarse
disgustos. Los hombres de orden temen a los pleiteantes enredosos y sin
ningún derecho, más que a los que de buena fe reclaman su
propiedad.
|
VIERA.-
En primer lugar, nadie da dinero por
conmiseración, ni aun en este país tan estúpidamente
platónico. En segundo lugar, yo vengo aquí a sostener un derecho
claro y terminante, no a poner una trampa de derechos ilusorios para que caigan
en ella los incautos. Y te diré de paso, que tienes de Orozco una idea
equivocada. ¿Crees tú que en él no hay más que
bondad y mansedumbre, y que lleva su abnegación hasta el extremo de
dejarse explotar? ¡Qué tonto eres! Bajo aquella dulzura de
carácter, se esconden todas las marrullerías de un ingenio
vividor. Posee el arte de hacerse pasar por generoso cuando se ve en el caso de
transigir con el derecho ajeno.
|
FEDERICO.-
Me parece que le conoces más
por referencias del vulgo que por propia observación. Tomás no es
así.
|
VIERA.-
Lo he conocido niño, lo vi
crecer y hacerse hombre. Sa padre y yo éramos como hermanos.
—185→
¡Ah! Pepe Orozco, grande hombre para los negocios, sin
entrañas, duro, y económico en su vida interior hasta la
sordidez, también algo zorro y de doble fondo como su hijo.
Créeme a mí, que he visto mucho mundo, y he asistido al paso de
una generación a otra... gran enseñanza. Tomás se ha
encontrado la fortuna hecha, y le ha sido fácil sentar plaza de
virtuoso, de varón justo y magnánimo.
(Con sarcasmo.) El otro
trabajó como un negro, sacrificó a las ganancias su
reputación, para que ahora este se haga pasar por santo. Los padres se
condenan para que los hijos puedan labrarse un huequecito en el cielo. La
suerte que no hay cielo ni infierno, pues si existieran esos... locales,
sólo servirían para hacer eterna la injusticia.
|
FEDERICO.-
(tristemente.) Estás
desvariando, y no te puedo seguir.
|
VIERA.-
Te has pasado al enemigo.
Mírame cara a cara.
(Observándole con
suspicacia.) Noto en ti no sé qué... Me sorprende mucho
ese interés por una persona con quien no tienes más que
relaciones superficiales, de esas que se establecen entre un estómago
agradecido y el anfitrión que convida martes y jueves.
|
FEDERICO.-
Le debo mil atenciones. Bien sabes que
somos amigos de la infancia.
|
—186→
|
VIERA.-
¿Te ha señalado dietas
por hacerle la rueda a su mujer? ¿Cobras a tanto la frase, a tanto la
anécdota y el chascarrillo?
|
FEDERICO.-
(conteniendo su ira.) No me
hables de ese modo... No puedo tolerarlo.
|
VIERA.-
(riendo.) ¡Cándido!
Déjame a mí, déjame, que si le saco a tu anfitrión
este platito de lentejas, realizaré un acto de justicia, por dos
razones: primera, porque es de ley que me dé lo que reclamo; segunda,
porque sus bienes fueron mal adquiridos, y deben volver a la masa, al despojado
imponente, a quien representamos en este instante nosotros, los desfavorecidos
de la fortuna.
|
FEDERICO.-
Me hacen padecer horriblemente tus
sofisterías. Haz lo que quieras, y no me comuniques ni tus planes ni el
resultado que obtengas. Nada pretendo saber. Tratándose de esto, no
quiero que haya entre nosotros ni la confianza natural entre hijo y padre.
|
VIERA.-
Gracias. Tu tontería me
anonada, porque yo pensaba pagarte tus deudas, si salía bien de este
negocio... quiero decir, siempre que tus deudas se limitaran a una cifra
razonable.
|
—187→
|
FEDERICO.-
Cuídate de las tuyas.
(Para sí.) Dios
mío, ¡qué hombre! No hace ni dice cosa alguna que no sea
para humillarme y herirme en lo más delicado. ¡Es fuerte cosa que
no podamos aborrecer a un padre sin atropellar las leyes de la Naturaleza!
|
VIERA.-
No te pareces a mí más
que en la figura. Eres un sonámbulo, un cata-humos, y te pasas la vida
mirando a las estrellas, viendo la fortuna pasar, rozándote las puntas
de los dedos, sin que se te ocurra oprimir la mano y atraparla. Podrías
sacar partido inmenso de tus relaciones, de tu buen parecer, de tu arte social,
que no debe servirnos sólo para divertir a los ricos, como los bufones
antiguos divertían a los reyes, sino para compartir con ellos el imperio
del mundo. La opulencia está en el deber de compartirse con el ingenio,
y cuando no lo hace de grado, hay que llamarse a la parte, como el galleguito
del cuento, diciéndole: «¿cuánto voy
ganando?».
|
FEDERICO.-
(para sí.) No le contesto,
porque perderé la serenidad.
|
CLAUDIA.-
(entrando.) Señores...
almuerzitis.
(Cogiendo al chico de los brazos de
JOAQUÍN.) Ven con tu madre, rey de
—188→
los cielos y la tierra, ángel de amor, hijo
pródigo, patriarca de las Indias.
|
VIERA.-
Lo que es este no pasa, Claudia. Es
muy bonito para ser de tu marido.
|
CLAUDIA.-
(soltando la risa.)
¡Qué cosas tiene el señor! Por estas cruces le juro que es
de Pepe.
|
VIERA.-
Vamos, que estás tú
buena pieza... A la mesa. Tengo sobre mi cuerpo toda el hambre española.
(Vase.)
|
FEDERICO.-
(abrumado.) ¡Que este
hombre sea mi padre! ¡Ay!, me dio su rostro, me puso el sello de su
casta, para que ni un momento pueda dejar de avergonzarme de ser su hijo.
|
Escena IV
|
|
Comedor en casa de
OROZCO.
|
|
AUGUSTA,
OROZCO,
INFANTE,
MALIBRÁN y
VILLALONGA, sentados a la mesa, almorzando.
|
OROZCO.-
¿Pues qué quería
ese terco de Federico? ¿Que viviendo Clotilde como vivía, fuese a
pedir su mano un Hohenzollern o un Hapsburgo? Anoche le vi tan excitado, que no
quise contradecirle
—189→
por no aumentar su pena. Tuve con él
la consideración de apoyar débilmente sus quejas; pero ahora que
no está presente, declaro que no tiene razón.
|
AUGUSTA.-
Creo lo mismo. Mil veces le
hablé de su hermana, augurándole lo que ha pasado. Mal que nos
pese, somos arrollados por... la ola democrática. ¿Qué tal
la figura? Lo que hay es que nos gusta más verla reventar en la cabeza
del vecino que en la propia.
|
MALIBRÁN.-
Como figura del género
balneario, no está mal. Eso lo aprendió usted este verano en
Arcachón... Pues volviendo a Federico, opino que es un desequilibrado de
marca mayor, aristócrata por las ideas y los gustos, sin los medios
materiales de que toda idea necesita disponer para manifestarse dignamente.
Absolutista por temperamento, reniega de verse gobernado por el parecer de la
multitud, y su orgullo tropieza a cada instante con las garrulerías de
la igualdad. Es una contradicción viva, una antítesis...
|
AUGUSTA.-
¡Jesús de mi vida,
qué sabios venimos hoy!
|
MALIBRÁN.-
Quiero decir que por efecto de esa
radical contradicción entre la época y el hombre, todos
—190→
los actos de este resultarán incongruentes, no dará
un paso que no sea un tropezón, y será al fin envuelto por la ola
de que antes nos hablaba usted, ya que no se decide a sortearla, como hacemos
los demás.
|
INFANTE.-
Pues yo, sin meterme en
filosofías, voy a dar noticias concretas. Esta mañana se
presentó en mi casa el trovador de Clotilde.
|
AUGUSTA.-
(con viveza.) ¿Y
cómo es?
|
OROZCO.-
Según me han dicho,
atrevidillo, y no peca de corto.
|
INFANTE.-
Simpático; pero muy
simpático, y parece despejadísimo. En cuatro palabras me ha
contado su historia. Es huérfano, tiene veintitrés años, y desde
los dieciséis se bandea solo. Es sobrino de un tal Santana, tendero en
la calle de Lope de Vega, y de otro en la Plaza Mayor, que le llaman
Jáuregui, y de otro cuyo nombre y señas no recuerdo. En fin, que
cuenta media docena de tíos, detallistas de comestibles. Sabe al dedillo
la partida doble, y escribe cartas comerciales en francés; tiene
título de perito mercantil, y se ganó un premio de
Economía política.
|
—191→
|
AUGUSTA.-
(con animación.)
¡Ángel de Dios!... Señores, es preciso que le protejamos
entre todos.
|
INFANTE.-
El tío Santana le ocupaba en
llevar la contabilidad y la correspondencia; y en medio de esta prosaica tarea
nacieron los castos amores con la hermana de Federico. Pero ¡vean ustedes
qué desgracia!, casi en los mismos días en que los
tórtolos se lanzaban de cabeza en lo ideal, el tío Santana, por
la paralización de los negocios y la necesidad de economías,
despidió al chico, que a la sazón vive al amparo de su tío
Jáuregui, sin sueldo. ¡Ah!, otro detalle. Nunca ha servido en el
mostrador, que repugna a sus hábitos y a su educación; pero
está decidido a todo, hasta a fregar copas en una taberna, con tal de
ganarse el pan para mantener a la elegida de su corazón.
|
AUGUSTA.-
Decididamente, le, hemos de
proteger.
|
MALIBRÁN.-
¿Le encuentra usted chiste a
la historia?
|
AUGUSTA.-
La encuentro hasta poética.
Por lo que veo, el verdadero amor, el principio activo que gobierna el mundo,
no existe ya más que en la
—192→
clase de dependientes de
comercio. No podemos abandonar a ese joven. ¿Verdad, Tomás?
(OROZCO sonríe sin
decir nada.)
|
INFANTE.-
Contome también cómo
nacieron y se formalizaron sus amores. Durante un mes, no hacían
más que mirarse, mirarse, hechos un par de bobos. Por fin, movido de un
instinto irresistible, escribía con letras gordas en un pliego abierto,
al modo de cartel, frases de ternura, y desde su balcón se las mostraba
a la niña, que al principio huía ruborizada, soltaba la risa
después, y últimamente ponía una cara muy triste cuando
él no estaba.
|
AUGUSTA.-
¿Y cómo, no estando en
el balcón, sabía él que la chiquilla ponía la cara
triste?
|
INFANTE.-
Esa misma pregunta le hice yo, y me
contestó ¡miren si es pillo!, que entornaba las maderas de modo
que pareciese no estar allí, y por un agujerito observaba en la cara de
la niña el efecto de su fingida ausencia.
|
VILLALONGA.-
¿Sabe o no sabe el
pájaro ese?
|
AUGUSTA.-
Hay que casarles, aunque no sea sino
para
—193→
premiar esa manera primitiva y pura de hacerse el amor. Eso
es de lo que no se ve ya.
|
INFANTE.-
Luego vinieron las cartitas, de que
fueron conductores, por dicha de ambos, las criadas de Federico, hasta que una
noche logró Santana colarse en la casa.
|
MALIBRÁN.-
(vivamente.) Sí; hay que
casarles: en eso estamos conformes, Augusta, aunque no por las razones que
usted alega, sino por otras de un orden muy diferente.
|
AUGUSTA.-
Cállese usted, mal pensado.
¿Qué hay en estos amores que no sea la misma inocencia?
¡Bah, que entraba de noche en la casa! ¿Y qué?
|
VILLALONGA.-
Nada, nada, que entraba a tomarle las
medidas del cuerpo, para encargar el traje de boda.
|
AUGUSTA.-
(conteniendo la risa.)
Cállese usted también, groserote: no dice más que
disparates.
|
INFANTE.-
Y por fin, después de referirme
su historia, me suplicó que le consiguiera un destinito de oficial
quinto, para poder casarse.
|
—194→
|
OROZCO.-
¿Y qué hace usted que
no lo pide al momento?
|
AUGUSTA.-
Yo que tú, volvía loco
a todo el Ministerio hasta obtener la plaza.
|
INFANTE.-
En estas alturas, es más
difícil sacar una plaza de oficial quinto que una Dirección
general. Pero algo haré, porque el chico ese me ha entrado por el ojo
derecho. «Pida usted informes a mis tíos acerca de mi honradez
-decía- y como no se los den buenos, me dejo cortar la cabeza». No
quiere el destino más que como ayuda en los primeros tiempos, hasta que
pueda tomar rumbos mejores. Y vean ustedes si el nene es activo y sabe apreciar
el valor del tiempo. Por las mañanas emplea dos horitas en llevar las
cuentas de una tienda de huevos de la Cava de San Miguel. De tarde, la misma
faena en un establecimiento de ropas en liquidación, y por las noches se
pasa tres o cuatro horas escribiendo al dictado en casa de un notario. Con esto
reúne el pobrecillo sus treinta duretes al mes, que le saben a gloria,
por el trabajo que le cuesta ganarlos; mas para casarse le hace falta otro
tanto, o por lo menos la mitad. Ha echado bien la cuenta, y es de los que no
gastan un real sin saber de dónde ha de
—195→
salir.
¿Qué tal? ¿Es este, sí o no, un hombre predestinado
a capitalista?
|
VILLALONGA.-
(dando una palmada en la mesa.)
Acuérdense todos los presentes de lo que digo. Si vivimos, a ese
monigote le hemos de ver con más dinero que nosotros.
|
OROZCO.-
Pues tiene, tiene, sí
señor, la fibra económica.
|
AUGUSTA.-
¡Cuando digo que es preciso
darle la mano!
|
INFANTE.-
Aunque no quieran ustedes,
tendrán que protegerle, porque es de los que se meten por el ojo de una
aguja, y sabiendo que aquí hay buenos corazones, no tardará en
llamar a esta puerta. Por si no cuaja lo de oficial quinto, quiere entrar de
tenedor de libros en una casa de Banca. De ello me habló también,
rogándome... ya ven ustedes como no pierde ripio... que intercediera con
el Sr. de Orozco para que este le recomendara a Trujillo y Ruiz Ochoa, en cuyo
escritorio hay, según parece, una vacante de tenedor.
|
OROZCO.-
Sí que la hay; pero no
seré yo quien le recomiende...
|
—196→
|
AUGUSTA.-
(con gracejo.) Tomás de mi
vida, no te me hagas el feroz tirano.
|
OROZCO.-
¡Pero hija de mi alma, si ya he
recomendado a tres... a tres!
|
INFANTE.-
Yo, no sólo prometí
hablar con interés al amigo Orozco, sino que invité a Santana a
que viniera a verle...
|
OROZCO.-
Ángel de Dios, ¿le
parece a usted que no tengo ya bastantes jaquecas?
|
INFANTE.-
Es que yo quiero que conozca usted a
este rey de las hormigas.
|
OROZCO.-
¿Para qué, si no puedo
hacer nada por él? Dígale usted que no se moleste.
|
INFANTE.-
Ya será tarde; porque, o mucho
me engaño, o ese es de los que obran rápidamente, y detestan el
mañana. Hoy le tendrá usted
aquí.
|
OROZCO.-
(benévolamente.) Mi casa
es un hospicio, y no puedo verme libre de postulantes, que me marean
pidiéndome lo que darles no puedo: este una credencial,
—197→
el
otro una fianza, aquél dinero para salir de un apuro, el de más
allá ropas usadas; y no falta quien me pida billetes de teatro, o una
recomendación para obtener la cruz de Beneficencia. La suerte mía
es que cantando se vienen y cantando se van.
|
MALIBRÁN.-
Amigo mío, aunque usted se
empeñe en desacreditarse, no lo conseguirá.
|
AUGUSTA.-
(a su marido.) Hijo, en este
caso, has de desmentir tu fiereza, tu crueldad y tu tacañería,
recibiendo bien al pobre Santana, y procurándole el destino en casa de
Trujillo. Lo necesita para casarse. De ti depende la ventura de esa familia en
ciernes. ¡Casarse así, con todas las ilusiones del amor, y con
esas ansias de trabajar, previendo los hijitos que habrá de mantener!
Estos son los seres verdaderamente providenciales, los que aumentan la raza
humana, los que hacen poderosas y ricas a las naciones. Verán ustedes
cómo Clotilde se carga de familia en pocos años, y cómo
ese marido modelo gana para mantener el pico a toda la prole.
|
INFANTE.-
¡Vaya que tiene un gancho ese
joven! Me decía: «Si no consigo la plaza de tenedor de libros o la
de oficial quinto, me pasaré las mañanas
—198→
vendiendo
tomates o pimientos en cualquier plazuela. Trescientas sesenta y cinco
mañanas dan mucho de sí».
|
VILLALONGA.-
(con vehemencia.) ¿Ese...
ese?... Le hemos de ver firmando letras de cambio por miles de miles.
|
AUGUSTA.-
(con entusiasmo.)
Amparémosle entre todos. Juremos ampararle. Es el hombre del porvenir, y
todos los presentes están en el deber de prestar apoyo al que les da
esta lección de arte de la vida.
|
VILLALONGA.-
Acepto la lección, y admiro a
ese tipo, por lo mismo que es el reverso de mi medalla, mi revés
moral.
|
OROZCO.-
Ese es de los que no necesitan ayuda
de nadie. Su propio instinto y su acometividad social le abrirán
camino.
|
MALIBRÁN.-
Protejámosle, lo que quiere
decir que le proteja Orozco en nombre de todos. Usted lo favorece, y él
nos lo agradecerá a los demás.
|
|
Sirven el café.
|
UN CRIADO.-
Un joven está ahí, que
pregunta por el señor.
|
—199→
|
TODOS.-
Él, él es.
|
INFANTE.-
¿Delgadito, mal color, ojos
negros, el pelo al rape, gabán muy viejo?
|
CRIADO.-
El mismo.
|
OROZCO.-
(un poco molesto.) ¡Que
todos los moscones de Madrid han de caer sobre mí!
|
AUGUSTA.-
(al
CRIADO.) Dile que pase al despacho. El
señor le recibirá...
(A su marido.) Ea,
fastídiate, corazón de granito.
|
OROZCO.-
(fingiendo buen humor.) Como
recibirle, sí... ¡Pobre tonto! No es cosa de ponerle en la calle.
Pero se irá como ha venido.
(Por
INFANTE.) Este, este métome-en-todo
es quien me ha echado el mochuelo.
|
INFANTE.-
Yo no. Recuerdo muy bien que le dije:
«Vaya usted mañana»; pero ese es de los que no padecen la
enfermedad española del
mañana; profesa la teoría de
que
mañana quiere decir
hoy.
|
VILLALONGA.-
¡Hoy! Dichoso el que sabe
agarrarse al
hoy
—200→
antes que pase, porque
ese llegará primero que los demás.
|
MALIBRÁN.-
Y encontrando los mejores sitios
desocupados, se apoderará de ellos.
|
AUGUSTA.-
No le dejes ir sin esperanzas. Hazlo
por mí, por todos los presentes, que tomamos al gran Santanita, al
futuro millonario, bajo nuestra alta protección.
|
OROZCO.-
(sonriendo.) Esperanzas
sí; todas las que quiera, pero realidades no podrá sacar de
mí. Me sacudiré la mosca... No sé qué se figuran...
Francamente, es cosa de traer a casa una pareja de Orden Público. Yo
aseguro a ustedes que este impertinente no volverá más por
aquí.
(Toma el café de un sorbo y
sale.)
|
Escena V
|
|
Los mismos, menos
OROZCO.
|
AUGUSTA.-
¿Pero ustedes se han
creído que le va a echar a cajas destempladas?
|
MALIBRÁN.-
¡Cómo he de creer yo tal
cosa! Felicitemos a nuestro protegido, porque le está cayendo el
maná.
|
—201→
|
AUGUSTA.-
Si Tomás dice que no hace nada
por él, no le lleven ustedes la contraria. Finjan, más bien,
creer que le ha echado por la escalera abajo.
I promesi sposi están de
enhorabuena. No les faltará pan para sus hijitos, y seguramente
tendrán uno cada año, porque estos matrimonios ilusionados, que
se afanan por el nido antes de tenerlo, son horriblemente fecundos.
|
MALIBRÁN.-
Lo que a mí se me ocurre,
señora mía, es que con estas filantropías van ustedes a
perder a uno de los amigos más leales y consecuentes. Federico, cegado
por la soberbia, dirá: «El amigo de mis enemigos es mi
enemigo».
|
AUGUSTA.-
Una cosa es decirlo y otra...
¡Ay!, ante la soberanía de los hechos, no hay orgullo que no se
rinda tarde o temprano... Esta es mi opinión. Y por mi parte he de hacer
los imposibles por que Federico se reconcilie con su hermana. No es mal
sermón el que le espera esta noche, si parece por aquí.
|
VILLALONGA.-
No le reducirá usted con
sermones. Está fuera de sí. Anoche creí que me pegaba,
porque se me antojó disculpar a Clotilde.
|
—202→
|
MALIBRÁN.-
Corazón fiero, orgullo
indomable, ideas anticuadas y consistentes, de esas que desafían con su
firmeza el empuje de la opinión vulgar; ideas macizas, que serían
muy buenas en una época de acción y de unidad; pero que se
vuelven ineficaces y hasta ridículas en una época de
inestabilidad, de polémicas y de dudas.
|
AUGUSTA.-
¡Cuando digo que estamos hoy muy
sabios!...
|
MALIBRÁN.-
No lo puedo remediar. Mi
pedantería es hija de los desengaños, que me han obligado a
estudiar la vida. Compadézcame usted en vez de zaherirme por lo que
sé. Y sé más,
(con fineza de dicción y de
intención) mucho más de lo que usted cree.
|
AUGUSTA.-
No, si yo no he puesto límites
ni fronteras a su sabiduría. Es que, francamente, me pareció que
había examinado usted con buena crítica las ideas de
Federico.
|
MALIBRÁN.-
De quien nada ofensivo dije. Conste.
No hay motivo, pues, para que usted se altere.
|
AUGUSTA.-
(ligeramente desconcertada.)
¡Yo!... ¡Alterarme yo!
|
—203→
|
MALIBRÁN.-
Un poquitín, aun antes de que
yo completara mi juicio. Me faltaba añadir que de su mismo orgullo, de
su susceptibilidad extrema y de la pugna entre sus ideas y sus medios sociales,
nacen los hábitos de envilecimiento que a pesar suyo le dominan, y que
son su desgracia irremediable y su problema insoluble.
|
AUGUSTA.-
(devorando su ira.) Todas esas
cosas, ¿por qué no se las cuenta usted a él?
|
INFANTE.-
(con sequedad.) Habla usted de
hábitos de envilecimiento, y me parece que no se ha fijado usted en la
significación de la palabra. De otro modo, haría mal en
sostenerla. Yo afirmo que Federico es un caballero.
|
MALIBRÁN.-
(rectificando.) No lo he dudado
nunca... Esos hábitos, que todo el mundo conoce, deben de ser
calificados quizás de un modo más suave, tratándose de un
amigo. Emplearemos otra palabra.
|
AUGUSTA.-
Mejor sería no haberla
pronunciado.
|
MALIBRÁN.-
No fue mi intención
ofenderle.
|
INFANTE.-
(para sí.) Decididamente,
el italiano este es de una
—204→
blandura fenomenal. No entra, no
entra, por más que se le pongan picas hasta el hueso.
|
AUGUSTA.-
Vamos, usted quiso decir que Federico
no es caballero.
|
INFANTE.-
(para sí.)
¡Qué bien me le capea esta!... pero no entra... Cada vez
más huido.
|
MALIBRÁN.-
Perdone usted, amiga mía.
Jamás califico yo acerbamente a una persona con quien me une amistad.
(Para sí.) ¿Quieres
una estocada? Pues allá va.
(Alto.) Lo que yo quise decir es
que caballerosidad y necesidad rara vez se llevan bien. ¡Ay de aquel en
quien estos dos estímulos se reúnen! En público son muy
difíciles de conciliar, y sólo en la esfera privada pueden
algunos armonizarlos. En el misterio, en los escondites que labran el miedo y
la prudencia, se hacen cosas que, a la clara luz del día, son condenadas
con cierto énfasis. Hay dos esferas o mundos en la sociedad: el visible
y el invisible, y rara es la persona que no desempeña un papel distinto
en cada uno de ellos. Todos tenemos nuestros dos mundos, todos labramos nuestra
esfera oculta, donde desmentimos el carácter y las virtudes que nos
informan en la vida oficial y descubierta.
|
—205→
|
AUGUSTA.-
(vivamente.) Perdone usted,
Malibrán; todos no: la tendrá usted; pero eso de todos es un poco
fuerte.
(Para sí, con ira
disimulada.) ¿No habría quien le parara los pies a este
majadero?...
|
MALIBRÁN.-
(para sí.) Vuelve por
otra.
(Se levanta.)
|
AUGUSTA.-
Pero qué, ¿nos deja
usted ya?
|
MALIBRÁN.-
Ya debiera estar en el Ministerio.
|
AUGUSTA.-
No me acordaba...
(Irónicamente.) Es tan
grata su compañía, y nos adormece de tal modo el encanto de su
conversación, que olvidamos lo necesaria que es su presencia en el
Ministerio para que marchen bien los asuntos exteriores.
|
MALIBRÁN.-
(para sí.) Búrlate
todo lo que quieras. Ya me la pagarás.
|
AUGUSTA.-
(estrechándole la mano.)
Váyase usted prontito. No le retengo, no quiero tener la responsabilidad
de una catástrofe europea.
|
MALIBRÁN.-
Tema usted las domésticas, no
las internacionales.
—206→
Y cuando se dispare el primer
cañonazo, avise usted a los buenos amigos. ¿Llamar, eh?
|
VILLALONGA.-
Dos toques y repique.
(Dándole la mano.)
Adiós, diplomático. Memorias al Marqués de Salisbury.
|
MALIBRÁN.-
De tu parte. Adiós, Infante.
(Vase.)
|
Escena VI
|
|
Los mismos,
OROZCO.
|
OROZCO.-
(entrando, con semblante
risueño.) Vamos, le despaché... Se va el pobrecillo muy
descorazonado. Pero yo ¿qué le he de hacer? Pues sólo
faltaba que...
|
AUGUSTA.-
(con gracejo.) Eso es:
fuertecillo. ¡Qué genio vas echando, hijo de mi alma!
|
OROZCO.-
Lo siento; pero no he podido darle ni
esperanzas siquiera.
|
AUGUSTA.-
Sí, te lo conozco en la
cara.
|
VILLALONGA.-
Su cara revela
satisfacción.
|
INFANTE.-
La satisfacción de las malas
acciones.
|
—207→
|
OROZCO.-
Ni buenas ni malas.
|
AUGUSTA.-
(en voz baja a
INFANTE.) ¿Pero tú le
crees?
|
INFANTE.-
¿Qué le hemos de creer?
Para mí Santanita se ha puesto las botas.
|
VILLALONGA.-
Permítame usted, amigo Orozco,
que no dé crédito a su modestia. Lo mismo nos dijo usted el otro
día, cuando vino a importunarle aquel vejete arruinado de la Plaza
Mayor, y después supimos que a la calladita le puso usted una tienda
nueva, un comercio de gorras.
|
OROZCO.-
(excitado.) ¿Quién
ha dicho eso? ¡Es calumnia!
|
VILLALONGA.-
¡Calumnia!
|
OROZCO.-
(dominándose y riendo.) El
que tal diga falta a la verdad. ¿Con que de gorras, eh? Tiene
gracia.
|
AUGUSTA.-
(hace señas a
VILLALONGA para que se calle.) ¡Eh!,
chitón, indiscreto.
|
INFANTE.-
Son voces que hace correr la
maledicencia.
|
—208→
|
AUGUSTA.-
No se hable más de eso. En
resumidas cuentas, puesto que tú no quieres proteger al rey de las
hormigas, le echaremos nosotros un cable.
|
OROZCO.-
¡Bueno estoy yo para
protecciones! ¿Quién me defenderá a mí de la fiera
que me amenaza hoy, y que no tardará en presentarse?
|
INFANTE.-
Ya sé quién es.
Joaquín Viera, el papá de Federico, que llegó anoche.
|
VILLALONGA.-
¡Demonio! Cuidado con ese, que
es el primer sable de América... y de Europa.
|
INFANTE.-
¿Quiere usted que le recibamos
Villalonga y yo, y le paremos la estocada?
|
AUGUSTA.-
(con viveza.) Eso sería lo
mejor. Si, sí, Tomás, que le reciban estos y le pongan las peras
a cuarto.
|
OROZCO.-
No puede ser. A ese maestro de
maestros, no le sabe parar nadie más que yo. Dejádmele a
mí.
|
AUGUSTA.-
Hijo de mi vida, tiemblo por ti; temo
a tu bondad, a tu miedo al escándalo.
|
—209→
|
OROZCO.-
¡Quia! Que escandalice todo lo
que quiera. No sé qué lío se traerá. Ya lo
veremos.
|
AUGUSTA.-
Estoy en ascuas. No tendré
tranquilidad hasta que no le vea salir de casa. ¿A qué hora
viene?
|
OROZCO.-
A las tres.
(Hablan aparte
OROZCO y
VILLALONGA.)
|
AUGUSTA.-
Faltan diez minutos. Siento
escalofríos.
|
INFANTE.-
¿Te pones mala?
|
AUGUSTA.-
Creo que sí, y si la visita se
prolonga, quizás... Me bullen en la cabeza presentimientos de no
sé qué desdicha.
|
INFANTE.-
Si no sales a paseo, te
acompañaré en casa.
|
AUGUSTA.-
No, no salgo. Pero no me
acompañes; te aburrirías. Tengo muy mal humor esta tarde.
|
INFANTE.-
Yo lo tengo pésimo. Si dos
negaciones afirman,
—210→
de dos displicencias puede salir un rato de
agradable entretenimiento.
|
AUGUSTA.-
No; de dos displicencias que se
funden, sale de seguro la hora negra, la hora de la contradicción y del
tirarse los trastos a la cabeza. Hoy es un día en que me peleo yo con el
lucero del alba, a poco que me exciten. Querido Manolo, si aprecias mi amistad,
echa a correr y no aportes por acá hasta la noche.
|
INFANTE.-
Se me figura que Malibrán te ha
puesto de mal humor.
|
AUGUSTA.-
(fingiendo tranquilidad.) A
mí, no. Estoy acostumbrada a sus tonterías, y la oigo como si
leyera los chascarrillos de la sección amena de un periódico.
|
INFANTE.-
Mucho cuidado con él.
|
AUGUSTA.-
Ya lo tengo... ¡ah!, vaya si lo
tengo. Con que, Infantito de mi vida, ¿me quieres hacer un favor? Te lo
agradeceré mucho.
|
INFANTE.-
Pide por esa boca.
|
—211→
|
AUGUSTA.-
(con zalamería.) Que te
marches, y perdona la grosería. Quiero estar sola con mi marido.
|
INFANTE.-
El egoísmo matrimonial es tal
vez el más respetable. Me sacrifico, hija, me sacrifico a tu deseo, y te
ofrezco mi ausencia como el más fino de los homenajes.
(Le estrecha la mano.)
|
AUGUSTA.-
Oye, Infantito mío: para que
tu fineza sea colmada, y yo tenga algo que añadir a la gratitud que te
debo, llévate a Villalonga.
|
INFANTE.-
Si no quiere irse
por su pie, me le llevaré a
cuestas.
|
AUGUSTA.-
Gracias. Vales un imperio.
|
INFANTE.-
(a
VILLALONGA.) Eso es, entreténgase
usted charlando, y la comisión de reforma del catastro sin poderse
reunir por falta de vocales.
|
VILLALONGA.-
Tiene usted razón. Vamos
allá.
(A
AUGUSTA.) Patrona, ¿será
usted tan buena que me deje marchar?
|
AUGUSTA.-
No debiera hacerlo. Por mi gusto le
pondría
—212→
a usted habitación en esta casa, y no le
permitiría salir sino para dar un corto paseíto
higiénico... Pero como se trata del catastro, que es una cosa muy buena,
no quiero que me llamen
rémora, no debo ser obstáculo
a los progresos de la administración, y le doy a usted permiso para que
se largue con viento fresco, cuanto más pronto mejor.
(VILLALONGA e
INFANTE se despiden de
AUGUSTA. Un criado entra y habla en voz baja con
OROZCO.)
|
AUGUSTA.-
Ya está ahí. Tenemos el
cometa en casa. Tomás, por Dios, mucho pulso. Contente. Pon frenos y
más frenos a tu bondad. Trátale como merece.
(Para sí.) ¡Dios
mío, qué intranquila estoy, y qué extraños,
qué indefinibles temores me acechan en las revueltas de mi
conciencia!
|
Escena VII
|
|
Despacho en casa de
OROZCO.
|
|
OROZCO,
JOAQUÍN VIERA.
|
VIERA.-
(abrazándole con
efusión.) ¡Tomás de mi alma...!
|
OROZCO.-
Joaquín.
|
VIERA.-
¿De salud bien? ¿Y tu
mujer?¡Siempre tan guapa, tan buena...! Lástima que no
tengáis
—213→
hijos. La felicidad parece que no es completa en
el matrimonio, cuando no hay familia menuda que lo alegre, lo adorne y lo
santifique. Pero aún puede ser que... Sois muy jóvenes...
¡Qué placer me causa verte! Te conocí niño,
después mozo, hombre por fin; y las afecciones primeras se renuevan en
el alma cuando envejecemos. Tu padre y yo, más que amigos, fuimos
hermanos, y a ti te he mirado siempre como hijo. Abrázame otra vez.
Sé que no me tienes gran afecto; mas no por eso te retiro el mío,
y me sirve de consuelo el corresponder a tu tibieza con el ardor de mi
cariño. Yo soy así.
|
OROZCO.-
Gracias. ¿Y qué es de
la vida de usted...?
|
VIERA.-
Hijo mío, mi vida es la
continua privación de los bienes que apetece mi alma. Nada más
conforme a mi carácter que la estabilidad. Pues heme aquí privado
de los goces del hogar, errante por naciones extranjeras, sin oír la voz
de un ser amado, sin ver el rostro de una persona de mi sangre y de mi raza.
¡Qué sino el mío, Tomás! Tres grandes atractivos
tiene la existencia para un hombre de mi temple y mis inclinaciones: la familia
en primer término; después la tierra, o sea la propiedad;
después los libros, o sea el estudio y la contemplación de la
Naturaleza.
(Con ternura y acento firme.) Mi
—214→
ideal de vida sería este: mis hijos conmigo; debajo de mis
pies, un triste pedazo de suelo que cultivar, sin ambición, ni envidioso
ni envidiado; y como solaz, media docena de libros buenos. Créelo, estos
son los únicos bienes apetecibles y además las únicas
amistades fecundas y verdaderas: la familia, manantial de goces infinitos, la
tierra que te devuelve generosa los cuidados que pones en ella, y el libro sano
y ameno, que te deleita, te calma y te instruye. Pues nada de esto me concede
Dios a mí. Sin duda me priva de lo que más amo, para
concedérmelo en otro mundo mejor.
|
OROZCO.-
Si los hechos correspondieran a las
intenciones o a las palabras, no dudo que tendría usted todo eso que
desea.
|
VIERA.-
¡Los hechos, los hechos!
¿Sabes tú lo que has dicho? ¡Los hechos! Eres feliz;
heredaste una gran fortuna; te viste encarrilado desde la niñez en la
vida regular, y andas aún con la velocidad que te imprimieron. Todo lo
encuentras llano, fácil... Los hechos son para ti una serie de
movimientos maquinales, instintivos. Para los que se impulsan a sí
propios, los hechos son el movimiento externo, los encontronazos, las
sinuosidades del camino, pues de los obstáculos mismos hay que valerse
para dar un
—215→
paso. Mis hechos, Tomás querido, no son
míos, y es injusticia juzgar estas cosas aisladamente. Aprécialas
en conjunto, abarca de una mirada el mecanismo social, y fíjate en la
posición que tenemos en él los desheredados de la fortuna. Es
preciso que todos vivamos, Tomás: no se ha hecho el mundo sólo
para que lo disfruten los capitalistas. Has visto en mí acciones que te
desagradan. ¿Pero tú, talento superior, alma elevada, aplicas a
todos los casos la moral cominera y menuda? No, hijo mío, a ti te
corresponde medir con la gran regla. Lo harías sin trabajo, si te
hubieras formado en la adversidad; pero tu talento debe suplir la experiencia,
que te falta. No me juzgues, por Dios, con el criterio del vulgo necio.
Tú no eres vulgo, Tomás, ni la serás nunca, aunque vivas
en la atmósfera creada por él.
|
OROZCO.-
(con benevolencia.)
¡Lástima que ese gran ingenio no se emplee mejor! Suele ofrecernos
la humanidad este contraste, y es que la gente ordenada se cae de sosa, y los
traviesos y desarreglados tienen toda la sal de Dios. Sin duda, la vida
aventurera, de arbitrios sutiles y de combinaciones muy calculadas, fomenta en
los hombres el donaire. No sé si Dios tendrá dispuesto que la
bohemia y los caracteres picarescos desaparezcan al fin con la
aplicación completa de la disciplina moral.
—216→
Si así
fuera, ¡qué lástima!, porque lo picaresco parece un
elemento indispensable en el organismo humano.
|
VIERA.-
Sí, sí; es preciso que
haya de todo, querido, y cree que el mundo no ha de variar gran cosa en sus
aspectos generales, por mucho que lo pulimente el saber de los hombres, y eso
que los periódicos llaman conquistas de la civilización. La
diversidad de medios de vivir ha de corresponder siempre a la variedad y
muchedumbre de caracteres y de móviles.
(Con agudeza.) Si la moral de los
catecismos llegara a imperar en absoluto, y se acabaran la bohemia y la raza
picaresca, como tú has dicho, el mundo sería insoportable de
insulsez. En tal caso, la humanidad, harta de sí misma, se
suicidaría, no por individuos, sino por naciones; emplearíanse
cantidades enormes de dinamita para volar continentes enteros; nos
aborreceríamos por pueblos y por castas; nos cargaríamos tanto,
que nuestras guerras serían mil veces más feroces que las de los
tiempos primitivos.
|
OROZCO.-
(riendo.) Original,
graciosísimo. Pero no perdamos tiempo, Joaquín, y sepamos el
objeto de su visita y de su viaje que, según parece, son uno mismo.
|
—217→
|
VIERA.-
(con emoción, estrechándole
las manos.) Mucho me duele que todas mis aproximaciones a ti tengan
siempre un objeto... poco grato, al menos en apariencia. No puedes figurarte la
pena que esto me causa.
|
OROZCO.-
(con serenidad.) No se apure
usted, y vea cuán tranquilo estoy. Si he de ser franco, sus arranques de
sensibilidad no me conmueven. Los miro como un medio de insinuación, lo
mismo que sus alardes de ingenio.
|
VIERA.-
(bajando los ojos.) ¡Oh!,
no, te lo juro. Cree que siento en este instante una pena...
|
OROZCO.-
¿Por qué?
|
VIERA.-
Por lo desagradable del asunto que
aquí me trae... Pero no creas; también yo, con auxilio de mi
razón, sé rehacerme y quitar a la pena o todo fundamento
lógico, poniendo el acto este en su verdadero terreno. Vamos a ver, si
yo te asegurase que el asunto que aquí me trae, me parece, cuando pienso
mucho en él, que envuelve un vivo interés hacia ti,
¿qué dirías?
|
OROZCO.-
(riendo.) Pues diría que
me parece una cosa muy
—218→
rara, y que sería preciso que me lo
probara usted para creerlo.
|
VIERA.-
Te lo probaré si tú me
ayudas con tu buen juicio y tu manera amplia de ver las cosas. El criterio
vulgar diría que yo vengo a molestarte. Si tú no fueras quien
eres, lo creerías así. Siendo Tomás Orozco, no lo puedes
creer.
|
OROZCO.-
Para que yo forme juicio, lo
principal es que sepa claramente de qué se trata.
|
VIERA.-
Paciencia, amigo mío,
paciencia. Eres un hombre superior. Si yo no lo supiera por mi
observación directa, lo sabría por la fama de que gozas.
(Enfáticamente.)
Inteligencia clara, puntos de vista elevados, conocimiento de la realidad,
ideas tolerantes; además, gran corazón, abierto siempre a la
indulgencia y a la piedad, honradez a toda prueba, sentimiento vivo del decoro
y de la posición; aptitud grande para ver lo íntimo de las
cosas...
|
OROZCO.-
(interrumpiéndole.) Basta,
basta de incienso.
|
VIERA.-
Concluyo... ya sé que el
incienso te asfixia.
—219→
Lo empleo como argumento para decirte que
siendo tú quien eres, la conciencia más pura que hay bajo el sol,
no has de tolerar nada contrario a la ley, ni has de convertir en provecho tuyo
la propiedad ajena; en suma, que has de tener a gala y orgullo el devolver a
sus verdaderos poseedores lo que ilegítimamente, por olvido o
negligencia, no por malicia, está en tu poder.
|
OROZCO.-
(agriamente.) ¿Y
qué es eso que no me pertenece, y que yo retengo en mi poder?
Sepámoslo.
|
VIERA.-
(con la mano sobre el pecho.)
¿Dudas de mi palabra?
|
OROZCO.-
¿Pues no he de dudar?
|
VIERA.-
Pues mi palabra sola te ha de
convencer, sin necesidad de apelar a la prueba legal. Quiero darme el gusto de
que te persuadas por lo que yo te diga, porque tus dudas acerca de mi lealtad
me lastiman profundamente. Escúchame. ¿Te acuerdas de las
obligaciones de
Proctor y Barry?
|
OROZCO.-
(reconcentrando sus ideas.)
Sí que me acuerdo. Todas fueron canceladas, parte hace diez años,
parte hace cinco. Sobre esto no tengo duda.
|
—220→
|
VIERA.-
Todas menos una, Tomás; aguza
la memoria. No se diga que estoy más enterado de tus asuntos que
tú mismo.
|
OROZCO.-
Menos una, es cierto, que había
sido reservada por el viejo Proctor para su hija mayor, la cual tenía,
además, una póliza de seguro en la
Humanitaria. Y la obligación esa,
que no se presentó en tiempo oportuno, se liquidó después,
al liquidar la póliza... Espere usted, a ver si recuerdo bien.
(Confuso.) ¡Ah!, la
liquidamos cuando murió la hija de Proctor, allá en...
|
VIERA.-
En Bombay. Pero no fue como tú
dices, Tomás de mi vida; haz memoria... no fue así. Liquidasteis
la póliza; pero la obligación, que era de las de ocho mil libras,
quedó pendiente, por no encontrarse el documento original. Se hizo una
información, que no resultó clara, y el asunto quedó en
tal estado. Los Proctor murieron todos en una serie de catástrofes y
desgracias de familia. ¿No lo recuerdas? Wigham, afectado de locura, se
tiró al mar en la travesía de Boulogne a Folkstone; Guillermo,
falleció de la disentería en Nueva Zelanda; Isaac, pereció
en un naufragio...
|
OROZCO.-
Sí, todo lo recuerdo, y la
hermana murió a
—221→
consecuencia de haberse tragado un
huesecillo de ave.
|
VIERA.-
Sólo queda Benjamín, que
ha recogido a los hijos de Adelaida Proctor.
|
OROZCO.-
¿Y ese Benjamín es el
que descubrió la obligación trasconejada?
|
VIERA.-
Cierto.
|
OROZCO.-
Comprendido. A ver... Venga.
(Con impaciencia.) Quiero ver
qué trazas tiene ese documento.
|
VIERA.-
(flemático.)
Aguárdate un poco. Deseo prevenir todas tus suspicacias. Como no
podrás dudar de la autenticidad del documento, me vas a decir que ha
prescripto; pero yo te probaré que no.
|
OROZCO.-
Seguramente ha prescripto. No
habiéndose presentado en el arreglo de 1874...
|
VIERA.-
Veo que tu memoria es flaca, querido
Tomás, y que además, por querer contradecirme, incurres en graves
errores, de los cuales tu clara inteligencia saldrá sin esfuerzo, a poco
que yo
—222→
te ilumine. Recuerda el caso aquel, bastante parecido a
este, en que creíamos todos que la obligación del Banco de
Navarra había prescripto, y el Tribunal Supremo declaró que el
plazo de prescripción de estas obligaciones no podía depender de
los plazos de arreglo que fijaran los liquidadores de la
Humanitaria. Es esto cierto,
¿sí o no?
|
OROZCO.-
(meditabundo.) Cierto es; pero
enséñeme usted...
|
VIERA.-
(sacando un papel.) Ahí
está. Examínalo con la prolijidad que quieras.
(Mientras
OROZCO examina con profunda atención el
documento presentado por
VIERA, este se levanta, y con las manos en los
bolsillos se pasea por la habitación, hablando para sí.)
A ver por qué registro sales ahora, jesuitón, cuákero de
mil demonios. Estás cogido. La red es hermosa, y admirablemente tejida
con hilos legales; y por más que la busques no encontrarás malla
rota para escabullirte.
(En alta voz.) ¿Qué
piensas de eso? ¿Cabe en ti la sospecha o el recelo de que la
obligación pueda ser falsa?
|
OROZCO.-
No; es legítima.
|
VIERA.-
Luego, yo no soy un falsario, querido
Tomás. Devuélveme tu estimación, porque... dilo
—223→
con franqueza... cuando te anuncié mi visita, pensaste que
yo te armaba alguna trampa como esas que se estudian en los presidios, y que se
llaman
entierros.
|
OROZCO.-
No pensé eso, aunque sí
una cosa semejante.
|
VIERA.-
(suspirando.) Estoy en desgracia
contigo. Con todo, acabarás por reconocer que este acto entraña
un profundo interés hacia ti.
(OROZCO hace un gesto de
asombro.) No, no hay que asustarse de lo que digo, ni tratarme como a
un loco que trastorna el sentido de los conceptos. Con la mayor entereza y
sinceridad del mundo, digo y repito que este paso que doy, más debe ser
por ti agradecido que vituperado. Tomás, te estoy haciendo un notable
servicio en la ocasión presente.
(Con gravedad suma.) Este viaje
mío, y la presentación del documento que acredita una deuda
sagrada, son prueba clarísima de amistad y de la parte que tienes en mis
afectos, porque obrando así, te ahorro mil disgustos, y te facilito la
solución de lo que podía ocasionarte un grave conflicto.
|
OROZCO.-
(irónicamente.) Gracias,
gracias... Me enternece tamaña bondad. No le creí a usted tan
magnánimo, amigo Viera.
|
VIERA.-
(con afectada
resignación.) Júzgame como se te antoje.
|
—224→
|
OROZCO.-
¿Cuánto tiempo ha
empleado usted en Londres, preparando este negocio? Y para lanzarse a perseguir
la obligación perdida, ¿vino usted de New-York a Inglaterra hace
tres meses? ¿Por cuánto la ha vendido Benjamín
Proctor?
|
VIERA.-
(secamente.) No la he comprado.
Tengo poderes del poseedor para gestionar el pago... ¿quieres verlos?...
y para proponerte un arreglo que te facilite la cancelación.
|
OROZCO.-
La deuda es legal: yo no lo niego;
pero surge la duda de que esta obligación esté comprendida en el
arreglo que se hizo en 1874. La cuestión no resulta tan clara como usted
supone. Es, por lo menos, discutible el derecho de Benjamín Proctor a
realizar este crédito.
|
VIERA.-
Él lo juzga clarísimo, y
quería, desde luego, ponerte en un aprieto, planteando la
cuestión jurídica. Yo, que te conozco y sé tu horror a la
curia y al papel sellado, quise prestarte un servicio, y propuse a
Benjamín intentar directamente un arreglo amistoso. Discutimos el caso,
hícele ver las dificultades y dispendios de un pleito en España,
le ponderé tu carácter conciliador,
—225→
inclinado
siempre a la justicia, y por fin convino en contentarse con la mitad, cuarenta
mil libras, al contado... Te juro, amigo de mi alma, que he puesto de mi parte,
en este asunto, una desinteresada adhesión a tu persona y una defensa
leal de tus intereses, pues la comisión que me da Proctor, en caso de
éxito, apenas me basta para los gastos de viaje. Ahora resuelve
tú.
(Se sienta.)
|
OROZCO.-
(levantándose, entrega la
obligación a
VIERA.) Tome usted su papel.
|
VIERA.-
¿Qué decides?
|
OROZCO.-
(con frialdad y aplomo.)
Decido... no pagar.
|
VIERA.-
¿No reconoces la legalidad de
la deuda?
|
OROZCO.-
La reconozco; pero la declaro
prescripta.
|
VIERA.-
(desconcertado.) Reflexiona,
Tomás; no te arrebates... Piensa en la sentencia aquella del Supremo.
Benjamín pleiteará, y te verás metido en un lío
espantoso, y perderás con costas.
|
OROZCO.-
(paseándose y mirando al
suelo.) Lo veremos. La cuestión es muy problemática,
—226→
pues podremos sostener que la sentencia del Supremo sólo
comprendía las obligaciones de la serie D.
|
VIERA.-
(clavándole la mirada.)
Eso no puede sostenerse, Tomás; eso es absurdo. Reconoce la lealtad de
la intención con que me presento a ti, y confórmate con el
arreglo que te propongo.
|
OROZCO.-
No quiero.
(Plantándose ante él, y
resistiendo con fría tranquilidad la penetrante mirada de
VIERA.) Y voy a explicarle a usted la
razón de esta resistencia que, según veo, le sorprende tanto. Es
que me he cansado del papel de hombre recto y juicioso, que la opinión
pública se ha empeñado en hacerme representar. He visto que la
rectitud, practicada tan en absoluto, me trae más males que bienes. Y
resulta una cosa, amigo Viera: antes que los atenienses se aburran de
oír llamar justo a Arístides, el mismo Arístides se ha
cansado de serlo, y quiere igualarse a los demás. Yo había dado
en la manía de no ir con el vulgo, y ahora caigo en la cuenta de que se
va mejor por el camino que traza la muchedumbre. ¿Qué tal? Esta
salida ha desconcertado al amigo Viera, al ingenioso arbitrista, al aventurero
sagaz.
(Con cruel humorismo.)
¡Ah!, usted no contaba con esta, ¿verdad?, dígalo con
franqueza; usted fiaba en la decantada
—227→
severidad de mis
principios, en esa fama que me han dado algunos tontos, la cual ha venido a
cargarme tanto, pero tanto, que me propongo no perdonar ocasión de
desmentirla.
|
VIEIRA.-
(para sí, confuso y
atortolado.) ¿Pero este hombre se está burlando de
mí, o qué es esto?
(Alto.) Juraría que tu
cerebro no está en perfecto estado de equilibrio.
|
OROZCO.-
(volviendo a pasear sin agitación,
a ratos deteniéndose ante el otro.) Con el pensamiento me
será muy fácil transportarme al ánimo del astuto Viera, y
reproducir la serie de juicios que han determinado este acto. Vamos a ver:
usted entendió que el amigo Orozco era un ardiente puritano, capaz de
dejarse desollar vivo antes que retener un maravedí que no le
perteneciese, y se dijo: «Este es el hombre que me conviene a mí.
Compro la obligación por una bicoca, y de fijo no vacilarán en
dármela, porque la cuestión es compleja y obscura, y los ingleses
pasan por todo antes que pleitear en España; me presento con mis papeles
en regla; el hombre se asusta; la conciencia se sobrepone en él al
interés; su inflexible noción del derecho hace mi negocio; cobro
a toca-teja, y hasta otra». ¿Es este, sí o no, el
verídico proceso de la intención y las ideas de usted?
|
—228→
|
VIERA.-
(redoblando su astucia.) Te veo
ciegamente entregado a tu imaginación, querido Tomás, y cuanto
has dicho es una fantasía loca. En mí no hubo ni hay más
intento que el de servirte y ahorrarte penas y dinero.
|
OROZCO.-
Pues ahora resulta que el virtuoso y
rígido, el hombre de conciencia intachable no existe más que en
la infundada creencia de los tontos que han querido suponerle así;
resulta que Orozco es como todos los que le rodean, ni perverso, ni tampoco
santo; que desea mantenerse en el justo medio entre la tontería del bien
absoluto y el egoísmo brutal de otros que no quiere dejarse explotar,
sosteniendo el derecho estricto y la moral pura en cuestiones de intereses; que
defiende su peculio, hasta donde pueda, con el criterio de la mayoría de
los hombres de negocios; de todo lo cual resulta también que al
trapisonda que me escucha le ha salido el tiro por la culata, y que por esta
vez su maniobra ha sido un verdadero fracaso.
|
VIERA.-
(tragando saliva.) Tú
harás lo que gustes, y podrás sostener, en lo referente a pago de
deudas, ese criterio tan distinto de tus ideas de toda la vida, y que no es,
por más que digas, el criterio de la mayoría de los hombres de
negocios. Yo he cumplido
—229→
contigo. Fracasadas mis gestiones
conciliadoras, te entenderás con Benjamín Proctor, que
inmediatamente entablará la acción contra ti.
|
OROZCO.-
(resueltamente.) Ese señor
hará lo que le acomode, y yo también, y si quiere pleitear, que
pleitee, pues el asunto no es claro ni mucho menos.
|
Escena VIII
|
|
Los mismos,
AUGUSTA, que entreabre cautelosamente la puerta del
foro y permanece indecisa escuchando, sin atreverse a entrar.
|
AUGUSTA.-
(para sí.) Mi marido alza
la voz. No puedo vencer mi curiosidad. ¿Entraré? No me atrevo.
Parece que el cometa lleva la peor parte, y que no se sale con la suya. Su cara
revela contrariedad, la rabia del reptil que se siente pisado.
|
VIERA.-
(con sofocada ira.) ¡Ay! Mi
situación es sumamente penosa, pues si tú no fueras quien eres,
un amigo de toda la vida, casi un hijo para mí, yo te diría lo
que pienso acerca de esa singular manera de entender el derecho, y de apreciar
la oportunidad para el pago de deudas sagradas.
|
OROZCO.-
Es lo que me faltaba, que usted me
diese lecciones de conducta.
|
—230→
|
VIERA.-
Me vería obligado a
dártelas si no cayeras pronto en la cuenta del daño que te haces
a ti mismo. Yo espero que serás razonable, Tomás, y que no
consentirás que yo vaya ahora a Benjamín Proctor y le diga:
«aquel hombre a quien creíamos la conciencia más pura del
mundo es un negociante vulgar, que se aprovecha de las obscuridades de la ley,
y se apoya en los embrollos de la curia para no pagar. En él hay
más astucia que virtud, y tiene todas las marrullerías de un
tendero insolvente o de un zurupeto intrigante». Y a pesar mío,
habré de ayudar a tu acreedor a apretarte las clavijas, porque no puedo
negarme a poner al servicio de la justicia mi conocimiento de la curia
española y de cómo se llevan aquí los negocios de cierta
clase.
|
OROZCO.-
Muy bien. Póngase usted al
servicio de Benjamín, y ármeme todas las trampas curialescas que
quiera. Todavía, si se me antoja, seré yo capaz de cancelar la
obligación por una cantidad doble de lo que dio usted por ella...
|
VIERA.-
¿Ya vienes con miserias?
Tomás, me ofendes con proposición tan humillante. Me
equivoqué al suponerte prendas extraordinarias; no quisiera equivocarme
también, teniéndote por generoso y viendo la mezquindad con que
le
—231→
regateas a este infeliz un pedazo de pan. Nada, no hay arreglo
posible. Pleitearemos; tú lo has querido. Si sobre quedar por los suelos
y echar al arroyo tu fama, tienes que pagar el total de la obligación, y
de añadidura las costas, no me culpes a mí, que me propuse
hacerte un favor, y evitar el desdoro de tu nombre.
|
OROZCO.-
Gracias... En pago de esa
abnegación, ¿sabe usted a lo que me hallo dispuesto? Pues muy
sencillo. Si usted insiste en aburrirme y en amenazarme, yo, el hombre
comedido, el puritano, la conciencia recta y pura, no tendré empacho de
tomarme la justicia por mi cuenta,
(parándose ante él y
accionando sin afectación y con flemática tranquilidad.)
ni de romperle a usted el bautismo, así, muy sencillamente, a lo santo,
sin escándalo y como quien no hace nada.
|
AUGUSTA.-
(para sí, con
alegría.) Bien, muy bien.
|
VIERA.-
(levantándose, demudado.)
Tomás. No puedo tolerar eso... No lo admito sino como broma... una broma
de mal género.
|
AUGUSTA.-
(que avanza decidida,
presentándose.) Y si hace falta otro guapo, aquí
está.
|
VIERA.-
(inclinándose con afectada
etiqueta.) Augusta, señora mía... ¡Qué a
tiempo llega
—232→
usted, como enviada por el Cielo, para librarme de
esta fiera que tiene usted por esposo...
|
AUGUSTA.-
Aquí la fiera no es
él...
|
VIERA.-
(con servilismo, y como queriendo echarlo
a broma.) Hija mía, si hasta se ha permitido amenazarme de
palabra y de obra. ¡Qué bromas gasta este modelo de ciudadanos y
espejo de maridos! No sabe usted bien cómo se ha puesto. ¡Caramba!
Todo por una mala interpretación de mis rectas intenciones... Por
Dios... Sea usted juez de esta contienda, Augusta, usted, que es un
ángel.
|
AUGUSTA.-
¿Juez yo? No he pensado entrar
nunca en la magistratura.
|
VIERA.-
¡Ay! Horrible tortura es para
mí verme mal juzgado por personas a quienes tanto quiero; por personas
que son en mi ánimo lo primero del mundo, la crema, el cogollito de la
humanidad.
(Aturdido y descompuesto.)
Augusta, ¿quiere usted que la entere del asunto que me trae aquí?
Apuesto mi cabeza a que lo ha de juzgar con más serenidad que su digno
esposo, el cual ha sido hoy muy cruel con el compañero y socio de su
padre... ¿Le parece a usted que merezco yo, el primer amigo de la casa,
ser tratado como un...? No, Tomás, no es propio de ti ensañarte
—233→
con el débil. Tu misma superioridad te obligaba a la
benevolencia.
|
OROZCO.-
Evitemos discusiones.
(Con desagrado.) Todo lo que cabe
decir sobre esto, dicho está ya por una parte y otra. Se me ha hecho una
proposición, y yo no he querido admitirla.
|
VIERA.-
Augusta, intervenga usted con su buen
juicio, con su templanza, con su apacible y dulce trato, más propio de
ángeles que de mujeres. Si en ninguno de los dos encuentro la
consideración que creo merecer, si ambos me rechazan con la misma
dureza, sólo me resta decirles que aunque los dos se empeñen en
ello, no conseguirán tener en mí un enemigo. Amigo soy y amigo
seré siempre, y pruebas he de darles de mi cariño, superior a
todas las injusticias y desdenes. Yo tendré mis defectos; no quiero
hacer mi apología; pero nadie conoció en mí la ingratitud.
Yo no puedo olvidar que debo mil atenciones a esta pareja feliz; no puedo
olvidar tampoco que mi hijo, que mi querido hijo, es mirado en esta casa como
un miembro de la familia...
|
AUGUSTA.-
(para sí, con sobresalto.)
¿A dónde irá a parar este tunante?
|
VIERA.-
Los favores que el hijo merece
desagravian
—234→
al padre... y me consuelo del mal trato, viendo que
en él se deposita la confianza que a mí se me niega.
|
AUGUSTA.-
No habiendo semejanza en la conducta,
no puede haberla en... lo demás.
|
OROZCO.-
Tiene razón.
|
VIERA.-
Augusta siempre la tiene. Es la pura
discreción, y yo acepto los juicios que se digne formar de mí.
Tomás, no debe ser implacable con los débiles el hombre que ha
recibido de la Providencia tantos beneficios. Yo quisiera saber si hay
algún bien de los concedidos a la humanidad que tú no disfrutes.
Y el mayor de todos, el que remata y compendia todas tus felicidades es esta
perla, este galardón del Cielo, esta mujer incomparable que más
parece sobrenatural que humana.
|
AUGUSTA.-
Basta de flores... No me gustan fuera
de tiempo.
|
VIERA.-
Lo supongo. Si no fuera usted
modesta, no sería lo que es.
(Con refinada habilidad.)
Tomás, la presencia de este ángel suaviza las asperezas entre
tú y yo. No me lo niegues. Te has humanizado desde que ella
entró.
|
—235→
|
OROZCO.-
¡Válganos Dios! Si no es
eso... Mi mujer, siempre que usted me hace alguna visita, teme que yo le reciba
con demasiada benevolencia.
|
VIERA.-
¿Es cierto eso, Augusta?
|
AUGUSTA.-
Ciertísimo.
|
VIERA.-
No me doy por vencido. ¡De este
modo, ingrata, paga usted los elogios que lo hice, y los piropos que le
eché!... ¡Ay, qué mala se va usted volviendo! Tomás,
Tomás, ten cuidado con ella.
|
AUGUSTA.-
(para sí.) No puedo
resistir el cinismo de este hombre.
|
VIERA.-
Paciencia. He caído en esta
casa con mala suerte. Recibís como a enemigo al que viene con bandera de
paz...
(Para sí.) Si no recojo
velas estoy perdido.
(Alto.) Tomás,
¿quieres que aplacemos para otro
8día la cuestión que ha dado motivo a estas
diferencias, y no pensemos más que en renovar nuestra antigua amistad,
en gozar de ella, como de un bien inapreciable? Yo tengo debilidad por ti,
Tomás, yo te quiero como a mi hijo...
|
—236→
|
OROZCO.-
La comparación no resulta,
porque es dudoso que usted quiera bien a sus hijos.
|
VIERA.-
(aparte.) Este cuákero
maldito me tapa todas las brechas...
(Alto.) ¡Si me niegas hasta
los sentimientos primordiales del hombre, entonces...!
(Con pena.) Amigo mío,
quizás sin mala intención, me estás agraviando, sí,
con verdadera saña. Tú no sabes lo que es amor de hijos, porque
no los tienes. En tu hogar falta la alegría, que es fuente de la piedad
y de la indulgencia. Augusta, ¿por qué no ha dado usted familia
menuda a este hombre? Amiga mía, yo quería encontrar a usted un
defecto, y al fin he dado con él. Si en este hogar hubiera hijos, el
pobre amigo menesteroso no sería recibido tan mal.
|
AUGUSTA.-
Si doy o no doy hijos a mi marido,
eso no es cuenta de usted.
|
VIERA.-
¡Quién sabe si se los
dará todavía! Yo espero que sí. Hago votos porque
así sea.
|
AUGUSTA.-
(para sí.) Su sarcasmo me
envenena la sangre.
(Alto.) Me parece que esta
conversación es bastante impertinente.
|
—237→
|
VIERA.-
(para sí, con rabia.)
¡Grandísima tal, hállome atado de pies y manos ante ti, por
desconocer los enredos que de fijo tienes!
|
OROZCO.-
Demos por terminado este asunto, y
que esta conferencia sea la primera y la última. Yo escribiré a
usted, y le haré una proposición. Si la acepta, bien, y si no,
tiene el camino libre para proceder como quiera.
|
VIERA.-
All right... He tenido la desgracia
de encontrar aquí los corazones abroquelados contra mi cariño. El
uno con su desconfianza y la otra con su huraña virtud, no han sabido
comprender el celo y la abnegación con que les sirvo.
(Afectado dignidad.) Está
bien; por eso no dejaré yo de ser quien soy. Mi conducta no
variará. Soy incapaz de venganza, y aunque sintiera estímulos de
maldad, no los dirigiría nunca contra personas para mí tan caras,
contra personas que considero buenas, deplorando su obcecación.
Tomás, no te molestará más este amigo, a quien no quieres
comprender. Aguardo en mi casa, hasta mañana, la proposición que
te dignes hacerme. Quédate con Dios...
(Da la mano a
OROZCO. Este se la estrecha con frialdad.)
¡Qué triste me voy... y qué daño me has hecho!
(Con emoción muy bien
fingida.) Dios te lo perdone. Y usted,
—238→
Augusta, sea
feliz, ignore siempre cuánto me duelen sus palabras incisivas y
desdeñosas, y siga siendo compañera de este buen hombre, siga
siendo ornamento de la sociedad y orgullo de su familia y de sus amigos. Dios
quiera que pueda apreciar algún día que este infeliz no merece
ser recibido tan mal. Adiós.
(Retírase afectando profunda
aflicción. Para sí, en la puerta.) ¡Negocio
destripado...! ¡Maldita sea mi suerte, y mala peste os devore,
cuákero indecente y virtud relamida! Si buen punto es él, buena
punta es ella... Volveré.
(Sale.)
|
Escena IX
|
|
AUGUSTA,
OROZCO.
|
OROZCO.-
¿Has visto qué
farsante, qué monstruo de astucia?
|
AUGUSTA.-
(recostándose en un
sillón.) Deja, deja que me reponga del terror que me causa. No
lo puedo remediar.
|
OROZCO.-
¿Terror por qué? A
mí me causa risa. Es un histrión perfecto; pero yo le calo la
intención, la máscara que usa se transparenta a mis ojos, y veo
la cara del truhán verdadero bajo las muecas del falso amigo.
|
AUGUSTA.-
¡Qué hombre!
Cuéntame. ¿Qué te proponía?
—239→
Yo
rabiaba de curiosidad, y abrí un poco la puerta. Pero no pude enterarme
bien... Creí entender algo de una obligación olvidada.
|
OROZCO.-
De las que llamamos
Proctor y
Barry.
|
AUGUSTA.-
¿Pero es legítima?
Porque ese pillo sería capaz de falsificar la escritura como falsifica
los sentimientos.
|
OROZCO.-
(pensativo.) Es legítima.
No creas que me pesa su descubrimiento. Puesto que la obligación
existía, vale más que se presente de una vez. Tengo la seguridad
de que no hay ninguna otra. Respecto a si ha prescripto o no, puede haber
dudas, y de fijo un abogado travieso, con el sin fin de leyes y disposiciones
que rigen sobre la materia, encontraría fundamentos legales en
qué apoyar la no cancelación.
|
AUGUSTA.-
Yo temí que tu bondad te
llevara a transigir; recelé que tus escrúpulos de conciencia
pudieran más que el sentido práctico de la justicia. Pero he
visto con gusto que por esta vez has puesto a un lado tus filosofías, y
que te resistes a pagar una deuda prescripta.
|
OROZCO.-
(después de una pausa.)
Hija mía, estás en un error. No has penetrado mi pensamiento.
|
—240→
|
AUGUSTA.-
(alarmada.) Pues
¿entonces...?
|
OROZCO.-
Aunque, contando con el dédalo
de nuestras leyes, pudiera sostenerse la prescripción, yo no la admito,
no puedo admitirla, y el crédito ese como deuda sagrada, debe
pagarse.
|
AUGUSTA.-
Dios mío, ten piedad de mi
pobre marido, que ha perdido la razón.
|
OROZCO.-
No digas disparates, ni juzgues tan de
ligero lo que no has comprendido bien todavía. Voy a explicarte mi
pensamiento, y el plan que he concebido...
|
AUGUSTA.-
Tomás de mi alma,
¿serás capaz de dejarte coger en las malvadas redes de ese
miserable? ¿Serás capaz de dejarte conmover por su refinada
astucia y por su adulación infame?
|
OROZCO.-
No te acalores antes de enterarte
bien...
|
AUGUSTA.-
Es que te veo al borde del abismo de
tu bondad, de esa bondad que es una desdicha, créelo, un pecado, una
sugestión Satánica...
|
OROZCO.-
Ten calma, mujer.
|
—241→
|
AUGUSTA.-
(levantándose.) No puedo
tenerla. Tu filantropía ha venido a ser una verdadera demencia.
¡Tomás, Tomás!
|
OROZCO.-
Si no te callas y me oyes, no nos
entenderemos.
|
AUGUSTA.-
(disparada.) Imposible que nos
entendamos, si no te curas de esa manía de la bondad y de la
indulgencia... Consulta el caso con papá, con Manolo Infante, con todos
nuestros amigos, y verás como todos me dan la razón, verás
como te aconsejan no reconocer la validez de ese papelote que te ha presentado
el monstruo. Esas deudas fiambres, obscuras y antediluvianas no se reconocen
nunca, Tomás. Sólo los inocentes, los dejados de la mano de Dios,
incurren en la tontería de hacer de ellas un caso de conciencia.
(Con sarcástico acento.)
En una palabra, que quieren darte un timo, y tú, como esos que creen en
la paparrucha del dinero enterrado, aceptas el negocio.
|
OROZCO.-
Estás graciosa, vida
mía, y te oigo con muchísimo placer. Pero todo te lo dices
tú, y así no ha discusión posible.
|
AUGUSTA.-
Pues habla... explícate.
|
—242→
|
OROZCO.-
Ante todo, no apoyes tu idea con el
argumento de que debo hacer tal cosa porque la hacen los demás. Hija de
mi alma, sería insoportable este plantón de la vida terrestre, si
no se permitiera uno, de vez en cuando, la humorada de hacer algo diferente de
las acciones comunes y vulgares. El papel de comparsa no me ha gustado nunca.
Tampoco debes ponerme delante de los ojos, como un emblema de sabiduría,
la opinión de tu padre, de Manolo Infante, y de otros amigos. Sin ser
vanidoso, me precio de entender estas cosas mejor que ellos.
|
AUGUSTA.-
Pues si esas opiniones no valen,
valga la mía, y la mía es que no pagues a ese pillo.
|
OROZCO.-
(sereno y sonriente.) Pero si yo
no te he dicho que pagaré a ese pillo, ni a ningún pillo.
|
AUGUSTA.-
Has dicho que la deuda es
sagrada...
|
OROZCO.-
Y lo repito. Y añado que esa
obligación pendiente pesa sobre mi conciencia, y que no estaré
tranquilo hasta que de ella no me descargue.
|
AUGUSTA.-
¡La conciencia! Grandes y
bellas cosas ha
—243→
hecho la humanidad en su nombre; pero
también, también hay que poner tonterías muy gordas en el
haber de los espíritus menguados, de esos que adoran la letra de la
ley... Explícate. ¿Quieres decir que alivias tu conciencia
pagando...?
|
OROZCO.-
Pagando, sí; pero no he dicho
que a Viera.
|
AUGUSTA.-
Eso sí que no lo entiendo.
¿Es o no Viera poseedor legítimo de la obligación?
|
OROZCO.-
Lo es. Antes que él entrase a
verme, ya sabía yo a qué venía, porque hoy recibí
carta de Horacio Miller, en la cual me dice que Viera compró esta
obligación por un quince por ciento de su valor nominal. Lo supo por
confidencia del propio Benjamín.
|
AUGUSTA.-
¡Ah!... ¿Y piensas, para
evitar disgustos, recogerla de manos de Viera por el mismo quince por ciento y
un poquito más, como comisión? Falta que él quiera; pero
en estos términos, sólo en estos términos admito la idea
de pagar. ¿Es esto lo que piensas tú?... Dímelo
pronto.
|
OROZCO.-
No es eso. Pienso pagar
íntegramente el valor nominal.
|
—244→
|
AUGUSTA.-
¡Íntegramente!
(Consternada.) ¡Ay!, hijo
de mi vida, yo voy a buscar un médico. Tú estás malo de la
cabeza... Por Dios, no hagas tal disparate.
(Con ternura.) Ya ves; nunca
hemos reñido. Todos tus actos han sido aprobados y aplaudidos por
mí. Verdad que siempre fueron buenos; pero aunque no lo hubiesen sido,
el cariño que te tengo me los habría hecho ver como la misma
perfección. Este acto de ahora resulta de tal modo contrario a lo que yo
entiendo por bondad, que me veo en el caso de reprobártelo con todas mis
fuerzas. Y muy a pesar mío, sintiendo mucho disgustarte, me
enfadaré contigo, disputaré, chillaré, no te dejaré
vivir; y ya no habrá en nuestra vida común la paz de que hemos
gozado durante ocho años; y todo será discordia, rozamientos,
tú por un lado, yo por otro, siempre de puntas...
|
OROZCO.-
¡Quién sabe! Puede que
no.
|
AUGUSTA.-
Me haré insoportable.
Tendrás en mí un censor agrio, displicente, quisquilloso... En
fin, Tomás, que me tendrás que preferir a tu conciencia con tal
de no ver tu casa convertida en una jaula de leones.
|
OROZCO.-
(sonriendo.) Sentiré mucho
que te me insubordines; pero
—245→
si lo haces, lo llevaré con
paciencia. He meditado bien la solución de este asunto, y puedes tener
la seguridad de que será un hecho.
|
AUGUSTA.-
¿Contra mi voluntad?
|
OROZCO.-
(cariñosamente.) De
acuerdo con ella, porque he de convencerte, y en vez de tener en ti una censora
impertinente, tendré un apoyo decidido. Ven acá. Siéntate
aquí.
(Se sientan ambos.) ¿Hay
mayor gloria, hay dicha mayor que poder realizar un acto, en el cual
resplandezca ese ideal de justicia que rara vez se nos ofrece en el mundo en
condiciones fácilmente practicables? Hablo con una persona que sabe
elevarse sobre las ideas y las pasiones del vulgo, y me parece que seré
comprendido. Si no, peor para ti.
|
AUGUSTA.-
Hasta ahora, no entiendo ni
pizca.
|
OROZCO.-
Esta aparición del cometa
Viera es un hecho feliz, dispuesto para la rectificación de uno de esos
errores o anomalías de la existencia humana, que nos hacen dudar de la
Providencia. Vemos cosas en el mundo, que parecen organizadas por el mal y para
el mal; injusticias que por su enormidad repugnan a la razón y al
sentimiento; los perversos imponiéndose a los honrados,
—246→
y
obligándoles a dejar de serlo; los de condición benigna
incapacitados de obrar bien, por las influencias que les rodean. No
desconocerás el poder y la importancia de los bienes materiales, en el
orden de la vida. Las materialidades mal repartidas, como por desgracia lo
están, trastornan y aniquilan el bien espiritual; y así, cuando
se consigue rectificar, siquiera sea mínimamente, esta calamitosa
distribución del bienestar positivo, se presta a la humanidad un
servicio inmenso.
|
AUGUSTA.-
(para sí.) No estoy segura
de comprender a dónde va a parar con esto. ¿Tiene algún
sentido lo que dice, o es una sinrazón, una efervescencia del talento
descompuesto?
(Alto.) Querido, lo que dices
significa, si no soy tonta, que en el mundo hay muchos que carecen de lo que a
otros les sobra. Eso ya lo sabíamos, y es cosa resuelta que no
está en manos humanas el remediar ciertas desigualdades.
|
OROZCO.-
A veces falla esa regla pesimista, y
es lástima no intentar el remedio cuando de ello hay ocasión.
Examinemos el caso este concretamente y con la pura lógica.
Después vendrá su aplicación a la práctica.
Fíjate bien: la suma que representa la obligación de
Benjamín Proctor es una cantidad negativa en nuestra riqueza, un
—247→
menos tanto. Esa cantidad debió ser
abonada íntegra por mí, y no lo ha sido. Luego la retengo
indebidamente en mi poder, no me pertenece... Esto es claro como el agua.
|
AUGUSTA.-
En absoluto sí.
|
OROZCO.-
Ya llegaremos a lo relativo.
Sígueme ahora y calla. Conste que, en principio, esa suma no me
pertenece. La razón es razón, y la lógica, lógica,
y los números, números.
|
AUGUSTA.-
Pero...
|
OROZCO.-
Cállate. Que Benjamín
Proctor haya vendido su deuda a Joaquín Viera, eso no es cuenta
mía. El valor legal del crédito no crece ni mengua por los
contratos a que da lugar, ni por las condiciones morales del poseedor. Que este
sea un modelo de honradez o un pícaro redomado, no da ni quita la
más mínima cifra al valor numérico de la deuda. Nada
podrás objetar a esto. Por consiguiente, la cantidad representada por la
obligación no es mía en este instante, sino de Joaquín
Viera.
|
AUGUSTA.-
(rebelde a la lógica.)
Pero, hijo mío, en la vida, en esta vida humana tan compleja, ¿se
puede razonar de ese
—248→
modo? ¿Se han tratado así los
negocios alguna vez? Los escritorios de las casas de banca y de comercio,
¿están poblados de ángeles, o son hombres los que en ellos
trabajan?
|
OROZCO.-
Yo sé lo que son, tonta.
Déjame concluir. Quedamos en que soy deudor de Joaquín Viera, que
este es mi
inglés neto, y que no hay
lógica divina ni humana que me libre del deber de darle lo suyo. Cierto
que yo podría, sin escandalizar al mundo, defenderme del pago
amparándome en la ley, mejor dicho, haciéndome el perdidizo en la
selva intrincada de nuestras leyes. Estas, y más aún la curia,
con sus tramitaciones y diligencias inacabables y el embrollo que de ellas
resulta, me favorecerían, bien para no pagar, bien para hacer un arreglo
que redujese el desembolso a una mínima cantidad. Esto se hace siempre.
Alegando mil razones jurídicas y veinte mil argumentos de
sofistería forense, conseguiríamos no pagar o pagar muy poco. De
seguro que Joaquín llevaría la peor parte en una contienda ante
los tribunales, y no sabría salir, como yo, del bosque espesísimo
de nuestro enjuiciamiento civil. Pero yo, en conciencia, no puedo ni debo
aminorar mis obligaciones pleiteando. Prefiero pagar íntegramente a
pagar un poco al acreedor y un mucho a la curia. Dejo a un lado el amo
—249→
propio, reconozco el crédito, y lo que no es mío no
debe estar en mi poder.
|
AUGUSTA.-
Volvemos a lo mismo, a que caes en
las redes del monstruo ese, y le regalas...
(con irritación) porque
esto es regalar, Tomás, esto es proteger a los caballeros de
industria.
|
OROZCO.-
No, vida mía, porque yo no
pagaré al caballero de industria sino poco más, muy poco
más de lo que él ha dado a Benjamín Proctor.
|
AUGUSTA.-
Entonces no pagas
íntegramente.
|
OROZCO.-
Sí, pagaré
íntegramente; pero no a Joaquín.
|
AUGUSTA.-
(confusa.) No te entiendo.
¿Pues no dices que es el único poseedor legítimo?
|
OROZCO.-
Sí, hija mía. Pero
aquí entra lo relativo; aquí cesa de funcionar la letra de la ley
moral, y entra en funciones el espíritu, ¿No hemos convenido en
que Joaquín es un monstruo? Entre las muchas responsabilidades que tiene
ante Dios y los hombres, la más notoria es la perversa educación
que a sus hijos dio, el abandono en que los ha tenido, faltos de medios de
subsistencia. Esta penuria ha motivado
—250→
lentamente en Federico
ciertos hábitos de mal género, el desorden y angustias
humillantes de su vida; en Clotilde, su indecorosa manera de buscar marido. El
enmendar la obra de Joaquín Viera ¿no es por ventura un acto de
alta justicia, de esa justicia que antes llamó relativa, y que viene a
resultar absoluta, de lo más absoluto que podemos concebir?
(AUGUSTA no dice nada. Su
estupefacción la hace enmudecer.) ¿Comprendes ahora mi
pensamiento, tonta? Yo propondré al monstruo pagarle el veinticinco por
ciento de su crédito, y tengo la seguridad de que acepta. Gana un diez
por ciento, si es que llegó a dar el quince, que yo lo dudo. La aspereza
con que le recibí le habrá quitado toda esperanza de mejor
arreglo, y no se lanza él a los azares de un pleito obscuro y de
éxito dudoso. Como hombre muy necesitado, que vive siempre al
día, es de los que prefieren pájaro en mano a ciento volando. Le
conozco bien, y estoy segurísimo de que aceptará. Pues bien, con
el resto, hasta el total del importe de la obligación,
constituiré un fondo que asegure a Federico y a Clotilde una renta
decorosa, poniéndolo a su nombre en títulos intransferibles.
Federico podrá vivir de este modo en modesta holgura, y si es hombre
capaz de apreciar los beneficios de la vida ordenada, no dudo que su nueva
situación bastará a corregirle de ciertos resabios. He pensado
también que la distribución
—251→
no debe, en justicia,
hacerse por partes iguales, porque Federico tiene deudas y Clotilde no.
Además, el que será marido de esta dispone de otros medios de
vivir, que a su cuñado le faltan, por lo cual juzgo equitativo asignar a
Federico dos partes y una a Clotilde. Detalle es este discutible, y que
podrá modificarse con los reparos que pongas a mi plan, del cual has
dicho tantas perrerías antes de conocerlo.
|
AUGUSTA.-
(en un rapto de entusiasmo.)
Tomás, hay que rendirse a tu bondad y a tu entendimiento, que ya me
parecen sobrenaturales... ¡Qué hombre! ¡Qué gloria
para mí tenerte...!
(Le abraza con efusión.)
Debo adorarte de rodillas... ¡Qué grande eres!
|
OROZCO.-
¿Apruebas mi plan?
|
AUGUSTA.-
¿Cómo no?
(Llora.) ¿Ves? Se me
saltan las lágrimas de alegría... de admiración...
(Para sí,
conteniéndose.) ¡Dios mío... me estoy vendiendo...
qué indiscreta soy!
(Alto.) Pero no... Si tu
increíble generosidad me entusiasma, como rasgo de exaltada
simpatía humana, con la fría razón, como esposa tuya, debo
decir que me parece un acto de... de hermosa locura... un disparate que raya en
lo sublime.
(Confundida.) En fin; todo lo que
quieras. Nunca me opondré a tu voluntad
—252→
en cosas de esta
naturaleza. Cuanto imagines será acertado y merecerá mi
aprobación.
|
OROZCO.-
Ahora sólo falta que el
tontín de Federico, con su carácter susceptible y vidrioso, nos
suscite dificultades. Todo podría ser. Hay que salirle al encuentro.
Háblale tú. Preséntale la cuestión con tacto y
diplomacia.
|
AUGUSTA.-
¿Yo...?
(Cortada.)
|
OROZCO.-
Y te encargo expresamente que
procures alejar de su ánimo toda idea de gratitud.
|
AUGUSTA.-
¡Por María
Santísima, Tomás! ¿Cómo pretendes que no
agradezca...? ¿Quieres que sea tan monstruo como su padre?
|
OROZCO.-
No es eso. Que agradezca en su fuero
interno todo cuanto le plazca; pero que no lo manifieste a nadie, y menos a
mí. Me gustaría que no viese en esto una generosidad mía,
sino un caso legal. Persuádase de que el donativo le viene de su padre,
no por voluntad de este, sino por una combinación que los favorecidos no
deben examinar ni discutir... En fin, que no puedo descender a estos
pormenores. Fácilmente, concibo una idea, y la convierto en hecho
—253→
con poderosa voluntad; pero en la aplicación flaqueo... lo
reconozco.
(Con inquietud.) Encárgate
tú de estas menudencias de la realidad. Hazle ver que esto no es
donación, que es más bien una triquiñuela encaminada a
fines de justicia...
(Nota que
AUGUSTA, profundamente pensativa, no presta
atención a sus palabras.) ¿Te enteras de lo que digo?
¿En qué estás pensando?
|
AUGUSTA.-
(turbada.) Nada... pensaba...
Si... te escucho... Justo, una triquiñuela... Perfectamente. Estamos
conformes.
|
OROZCO.-
Mis pretensiones van más lejos
aún. Yo aspiro a que Federico y Clotilde se reconcilien, a que vivan
juntos los dos, es decir los tres, y que Santanita y Federico se miren como lo
que deben ser, como hermanos.
|
AUGUSTA.-
Paréceme mucho pretender,
Tomás.
|
OROZCO.-
Te advierto que Santana es una gran
capacidad para la administración. Yo que Federico, me entregaría
a él en cuerpo y alma para el gobierno de mi casa y de mis intereses.
Conviene indicarle esto para que se vaya acostumbrando a la idea de las paces
con sus hermanos.
|
—254→
|
AUGUSTA.-
(dando un gran suspiro.)
¡Ay, nobles ideas; pero qué inmateriales, querido! Son como formas
vaporosas que parecen figuras. Intentamos cogerlas, y se nos desvanecen entre
los dedos.
|
OROZCO.-
Sutil estás.
|
AUGUSTA.-
¿Quién no lo
estará oyéndote? Inspiración contagiosa. Tu pensamiento
brilla demasiado para que en mí no se refleje algo de su luz. Mi
desgracia es que no puedo seguirte a esas esferas del bien supremo. Veo la
realidad mejor y más de cerca que tú, porque soy peor que
tú, claro está, y porque vivo más próxima al suelo.
Tu proyecto de reconciliar a Federico con Santanita, y de que vivan juntos y
confundan sus intereses, me parece un delirio.
|
OROZCO.-
Soluciones que en principio nos
parecen irrealizables, en la práctica y por suave gradación
llegan a ser posibles y aun fáciles. Sé que Federico, al pronto,
se sublevará; pero hay que empezar por manifestarle este proyecto y
sugerirle la reconciliación. Abordemos la delicada empresa...
(Con una idea repentina.)
Convendría enterarle por escrito...
|
AUGUSTA.-
(vivamente.) ¡Ah!,
sí, yo le escribiré... Es mejor; así se
—255→
expresan las ideas con claridad y se dice lo que conviene. Déjalo de mi
cuenta.
(Turbada y desanimándose.)
Pero no... no sé... ¡Ah! Tomás, yo dudo mucho que ese
hombre...
|
OROZCO.-
La rutina se rebela contra el bien,
harto lo sé, como el niño que se resiste a tomar las medicinas.
Pero es nuestro deber mandarle que las tome. Se me figura que dando a todos los
medios de vivir bien y de ser felices, es imposible que ellos se obstinen en
amarrarse a la desgracia. El bienestar lleva en sí mismo una fuerza
persuasiva incontrastable. Yo tengo fe, y nadie me quita este placer
íntimo, este regocijo de conciencia, por haber intentado corregir, con
medios prácticos, una grave anomalía social. Créelo, hija
mía, el único goce efectivo es este. Lo demás es miseria,
pequeñez, satisfacción de antojos pueriles...
(Se sienta junto a la chimenea, y
contemplando el fuego, cae en profunda meditación.)
|
AUGUSTA.-
(para sí, observándole con
fijeza y temor.) Inquietud vivísima llena mi alma. No sé
qué siento; no sé qué temo. ¿Esto que veo es
grandeza de alma en su grado mayor, o ebullición intelectual producida
por un desquiciamiento del cerebro? ¿Serás tú la
perfección humana, y no podré yo comprenderte por ser, como soy,
tan imperfecta?
(Con exaltación.) Impulsos
—256→
siento de adorarte, como adoramos a los seres sobrenaturales; y
de rodillas ante ti, como si estuvieras en un altar, te diría que nada
hay entre tú y yo que nos una, nada que humanamente nos ligue, nada
más que el lazo del culto que te debo y que te tributaré. Soy
poco para ti en el orden espiritual, porque soy simplemente una mujer. Eres
mucho para mí porque has dejado de ser un hombre.
|
|
Pone la mano sobre la cabeza de
OROZCO, el cual, profundamente abstraído,
parece no darse cuenta de la proximidad de su esposa.
|
Escena II
|
|
El mismo;
CISNEROS,
VILLALONGA.
|
CISNEROS.-
(por
MALIBRÁN.) Aquí le tiene
usted. Con esa carita de
santi boniti barati, es el más
desorejado galopín que anda por estas tierras.
|
VILLALONGA.-
Y el corruptor de las personas graves
y sesudas como yo. Este fue el que me arrastró a la
juerga de anoche, de que le hablaba a usted
hace un momento.
|
MALIBRÁN.-
No, D. Carlos, él fue mi
Mefistófeles. Yo estoy en mi oficina tan tranquilo, y se aparece
allí este genio del mal, y me saca por los cabellos para llevarme a
lugares nefandos. No hay defensa contra él, y esas canas que gasta le
sirven para engañar más fácilmente a los jóvenes
inexpertos como yo.
|
CISNEROS.-
Buen par de tomos están los
dos, el uno con sus honradas canas y el otro con sus cuernecitos
—261→
o sortijillas sobre la frente...
(Observando el pelo de
MALIBRÁN.) Y a mí no me la
da usted, Cornelio; usted se tiñe el pelo y la barba.
|
MALIBRÁN.-
(bromeando.) Ya lo creo. Con la
tinta del tintero. Vaya, no sea usted envidioso, Carlitos, y resígnese a
su vejez caduca, Villalonga y yo somos pollos tiernos todavía, aunque
usted no quiera.
|
CISNEROS.-
Sí, ya sé que anoche os
habéis puesto como pellejos en casa de
La Peri.
|
MALIBRÁN.-
¿Quién se lo ha contado
a usted?
|
CISNEROS.-
Este felpudo. Por supuesto, no me
digáis a mí que os divertís los muchachos o viejos verdes
de esta generación. Ya no hay alegría, ya no existe el dulce
humor, ni el delirio de bacanal de otros tiempos. Desde que ha cundido esto que
llaman ilustración, los muchachos, ya sean jóvenes absolutos, ya
jóvenes relativos como vosotros, no saben divertirse. Se ha perdido la
norma del escándalo gracioso y de los desatinos con donaire...
|
VILLALONGA.-
¡Vamos, que si hubiera usted
venido con nosotros anoche...!
|
—262→
|
CISNEROS.-
¿Yo? Me divertí en mi
tiempo más de lo que quise, y con una intensidad de alegría de
que no podéis tener idea. Porque ya no hay buen humor; es más, yo
sostengo que ya no hay mujeres.
|
VILLALONGA.-
(con malicia.) Pues mire usted,
este nos refirió anoche cosas, que prueban que las hay.
|
CISNEROS.-
Hola, hola...
|
MALIBRÁN.-
No fue nada, D. Carlos; bromas de
este bigardón.
|
VILLALONGA.-
Bien sabe usted que es un gran
investigador de Bellas Artes, punto fuerte en pintura antigua. Pues ahora se ha
dedicado a descubrir cuadros vivos.
|
CISNEROS.-
¡Ah, pillo!
|
VILLALONGA.-
Y tiene un ojo de perito, que vale
cualquier cosa. Aquí donde usted le ve, con su diplomacia y su...
equilibrio europeo, tiene la intención de un Veragua; y como le
dé por los descubrimientos, crea usted que hemos de ver cosas muy
buenas.
|
CISNEROS.-
(con buena sombra.) Hablad con
claridad, hijos míos, que el lenguaje
—263→
enigmático ya
sabéis que no se ha hecho para mí. Me gusta expresar las ideas
directamente, y detesto los rodeos y parábolas. ¿De qué
nefando contubernio se trata? Decídmelo; ya sabéis que lo
admitiré, porque en su propia naturaleza lleva el hecho la
verosimilitud. Y si me apuráis, no sólo lo admito, sino que lo
disculpo, porque de menos nos hizo Dios. Somos frágil barro.
|
VILLALONGA.-
¡Y tan frágil...! Que le
cuente a usted Cornelio...
|
MALIBRÁN.-
(con socarronería.) Nada,
D. Carlos, es que descubrí un cuadro de los muchos que hay ocultos y
perdidos. Y no es de autor anónimo, ¡caracoles!... asunto
erótico... Las figuras no las conoce usted...
|
CISNEROS.-
Como si las conociera. ¿Y
qué? Sois los mayores mentecatos que me he echado a la cara.
¿Creéis que yo me asusto de vuestros descubrimientos?
¿Qué podría resultar?, ¿que fueran personas
conocidas, amigas mías o de mi familia?
|
MALIBRÁN.-
(vivamente.) No, no lo son.
|
CISNEROS.-
Pues entonces...
(Restregándose las manos.)
Contar, contar. Vengan ratas.
|
—264→
|
VILLALONGA.-
Muy sencillo, este dio en buscarle
las vueltas a la mujer de un amigo nuestro, que tiene fama de virtud arisca, la
mujer, se entiende.
|
CISNEROS.-
¿Mujer de un amigo
nuestro...?
|
MALIBRÁN.-
¡Si aunque se vuelva loco no lo
ha de acertar usted...!
|
|
Entran de la calle
OROZCO y
AUGUSTA.
|
Escena V
|
|
Interior del palco de
OROZCO.
|
|
AUGUSTA en el antepecho,
MALIBRÁN detrás. En el antepalco, la
SEÑORA DE TRUJILLO leyendo La
Correspondencia.
|
AUGUSTA.-
Ya, ya sé... me lo ha dicho
Aguado, que es,
—270→
como usted sabe, el denunciador de todas las
inmoralidades. Es usted un libertino, un escandalizador, está usted
dando malos ejemplos.
|
MALIBRÁN.-
Efectos de la murria y la
desesperación. Deseo aturdirme. Quiérame usted, y seré un
modelo de templanza y virtud.
|
AUGUSTA.-
¿Que le quiera yo?
(Con displicencia.) No sea usted
mamarracho.
|
MALIBRÁN.-
Pues acabaré por perderme...
De seguro me pierdo.
|
AUGUSTA.-
¿No está todavía
bastante perdido?
|
MALIBRÁN.-
Por usted... Pensaba contarle mis
aventuras, para que se vaya persuadiendo de que corro al abismo, y se
compadezca y me salve.
|
AUGUSTA.-
¡Que le salve yo!...
|
MALIBRÁN.-
Pero no quiero escandalizar a mi
virtuosa amiga, refiriéndole mis maldades...
(Para sí.) ¡Caray,
que no acierto a deslizar entre las flores la flecha envenenada! Veremos si por
este otro lado... ¡Ah!, sí.
(Alto.) Nosotros los perdidos
sabemos respetar la susceptibilidad de las almas
—271→
puras, a cuyo
oído no debe llegar jamás una frase maliciosa.
(Para sí.) Allá va
la punta, salga como saliere.
(Alto.) Es usted una criatura
angelical, encanto, y desesperación de los hombres imperfectos y
frágiles que tenemos la desgracia de adorarla.
|
AUGUSTA.-
¡Ave María
Purísima, hasta cursi se está volviendo este hombre!
|
MALIBRÁN.-
Pertenece usted a la escuela de su
marido, que, fingiéndose insensible a las desdichas humanas, realiza en
secreto las obras de caridad más admirables.
|
AUGUSTA.-
(con cierto temor.)
¿Qué...?
|
MALIBRÁN.-
(aguzando su ingenio.) Nada,
amiga mía; que no le valen a usted sus disimulos ni sus artimañas
de modestia para asegurarse la indiferencia pública. La
admiración, como la envidia, engendra la curiosidad, y la curiosidad
acecha la virtud para descubrirla y sacarla de las tinieblas. Hay espionajes
que los mismos ángeles no desdeñarían, porque tienden a
indagar los pasos más silenciosos de la virtud, para denunciarlos al
agradecimiento de la humanidad; y este espionaje santo la sigue a usted hasta
descubrir las guaridas
—272→
apartadas y excéntricas, a donde va
secretamente en busca de miserias que aliviar y lástimas que socorrer,
cumpliendo la obra misericordiosa de consolar al triste.
|
AUGUSTA.-
(para sí, turbada, mirando con los
gemelos a la escena.) Maldito seas tú y toda tu casta.
|
MALIBRÁN.-
(para sí.) Sacúdete
la banderilla, tontaina...
(Alto.) ¿Qué dice
usted?
|
AUGUSTA.-
No he dicho nada. Pensaba que
está el diplomático esta noche más tonto que de costumbre,
o como dicen en la ópera,
che dall'usato, piu noioso voi
siete; pero no me determiné a decírselo.
|
MALIBRÁN.-
Sí, estoy yo muy tonto...
(Para sí.) Vamos, que si
me apuras te suelto el nombre de la calle, el numerito y hasta el piso...
(Alto.) Admirable cosa es la
modestia, y adorno lindísimo de la verdadera virtud. Pero no le vale, no
le vale... no puede usted evitar nuestros homenajes.
|
AUGUSTA.-
(que mira a los palcos para disimular su
ira, y crispa los dedos, oprimiendo los gemelos. Para sí.) Ya te
daría yo a ti homenajes, y te estrellaría en la cara los
gemelos.
|
—273→
|
MALIBRÁN.-
Es natural que mi ilustre amiga se
enoje conmigo porque le descubro las perfecciones.
|
AUGUSTA.-
¿Enojarme yo? ¿Piensa
usted que escucho sus bobadas?
(Sonriendo sin espontaneidad, y queriendo
dar a su despecho un acento de broma.) ¡Antipático!
|
|
Se adelanta la
SEÑORA DE TRUJILLO.
|
MALIBRÁN.-
Se habrá enterado usted de que
el papel
Cuadradista está muy en baja.
|
TERESA.-
Y tan en baja... que ya no lo quiere
nadie ni regalado. ¿Ha leído usted la declaración del cura
de San Lorenzo, según el cual, Cuadrado confesaba una semana sí y
otra no?
|
AUGUSTA.-
(con hastío.) ¡Ay,
Teresa!, ya el crimen apesta.
|
TERESA.-
Pues para mí no perderá
su interés hasta que no vaya al palo esa tarasca... Pero
dejémoslo ahora. ¿Sabes que el tenor este parece el sereno de mi
calle? Tenemos un empresario que también debería ir al palo.
¡Qué adefesios nos trae! ¡Quién oyó esta
ópera por la Lagrange, Fraschini y aquel Varessi...!
(A
MALIBRÁN.) ¿Alcanzó
usted a Varessi?
|
—274→
|
MALIBRÁN.-
Le oí en Italia.
¡Qué pedazo de barítono!
|
TERESA.-
(llamando la atención de
AUGUSTA.) Dime, ¿qué
promontorio es aquel que se trae en la cabeza la de Barragán?
|
AUGUSTA.-
(sin dejar de mirar con los
gemelos.) Estoy estudiándolo y no puedo entenderlo. Es un tocado
Directorio, de una exageración... ¡Qué mamarracho!
|
MALIBRÁN.-
No quieren comprender que estos
prendidos Directorio y Primer Imperio, hoy tan en boga, exigen un corte de
busto muy airoso, y las que no tienen arte para saber adaptarse las modas, se
ponen hechas unos esperpentos.
|
AUGUSTA.-
Cierto. Y algunas, con tanto
plumacho, vienen hechas unos milicianos nacionales.
(Dando los gemelos a
LA DE TRUJILLO.) Teresa, por Dios, mire
usted el escote que se ha traído la de Tellería.
¡Qué escandalosa!
|
TERESA.-
(mirando.) ¡En el nombre
del Padre...! No le falta más que la manzana en la mano.
(Suenan grandes aplausos.)
¡Pero qué tontos!... ¿cómo aplauden estas
borricadas?
|
MALIBRÁN.-
La
claque está insoportable.
|
—275→
|
TERESA.-
Pero si son los de butacas los que
alborotan.
|
AUGUSTA.-
Es que la alabarda de abajo es la
peor.
|
|
Entra
MONTE CÁRMENES, que saluda a las dos
señoras. Trábase conversación entre
TERESA TRUJILLO y los caballeros.
|
AUGUSTA.-
(para sí, dirigiendo los gemelos a
una parte y otra.) Miro y remiro, y no le veo arriba ni abajo.
¡Qué inquieta estoy! En el palco de los
gorriones no está... ni tampoco en
el de San Bernardino... ni en butacas. ¡Si no vendrá,
después de habérmelo prometido tan formalmente! Quiero ponerle en
guardia contra el espionaje de este arrastrado Malibrán, que parece nos
sigue los pasos, y que si no nos ha visto aún... digo, yo creo que no
nos ha visto... nos verá el mejor día.
(Alto, tomando parte en la
conversación general.) ¡Enteramente un fiasco; y cuidado
si anunciaban a este tenor como
estrella del arte!
(Para sí.)
¿Será aquel?
(Mirando.) No, no es. No creo que
deje de venir. ¡Ay!, no vivo hasta no saber lo que piensa de la
proposición de Tomás. ¿Cómo tomará la idea
de reconciliarse con Clotilde? Hice bien en decírselo por escrito,
meditando muy bien la forma, y pensando bien los conceptos. La carta era un
modelo de sagacidad diplomática. ¿Aceptará? Dios quiera
que
—276→
no se alborote... ¡Ah!, allí está... en
el palco de San Bernardino. Me ha visto.
(Mirando a otro lado.) Ahora no
vendrá. Veremos si en el tercer entreacto... Nunca como esta noche he
deseado verle y hablarle. ¿Saldrá por el registro de la dignidad?
Mucho me lo temo... ¡Ay, gracias a Dios que empieza el acto!
(Entra
AGUADO y la saluda. Se entabla animada
conversación sobre puntos diferentes. Al llegar al entreacto tercero,
sólo están en el palco
AGUADO y el
MARQUÉS DE CÍCERO, que hablan con
TERESA TRUJILLO.
AUGUSTA pasa al antepalco.)
|
Escena VII
|
|
Gabinete en casa de
LA PERI. Es de día.
|
|
FEDERICO,
LEONOR.
|
FEDERICO.-
Buenos días, Leonorilla.
|
LEONOR.-
Bonyú, mon ti
cherí... ¿Qué te creías tú, que yo no
sé francés? El marqués me lo está enseñando.
Ya sé porción de frases, y con ellas y con decir a todo
pagardón, pagardón,
podré entenderme con el franchute que sepa más.
|
FEDERICO.-
(sin prestarle atención.)
Bien.
|
LEONOR.-
Pero qué ¿tienes mal
humor?
|
FEDERICO.-
De mil diablos.
|
LEONOR.-
Ya... La condenada sota,
¿verdad? ¡Cuando te digo yo que no te fíes de esa...! Es
más mala que el cólera.
|
FEDERICO.-
Pues no, no se ha portado mal.
(Saca un puñado de
billetes.) Mira.
|
LEONOR.-
(cruzando las manos y dando un grito de
alegría.) ¡Billetes! ¡Ay qué calorcito me
corre por
—281→
todo el cuerpo! Déjame que los toque. Me muero
por ellos.
|
FEDERICO.-
Son para ti. Hace dos noches que me
sopla un poco la musa. Es una racha que pasará pronto. Por eso, antes
que venga la mala, quiero cumplir contigo. Toma esos ocho mil realetes, y ve
reuniendo para sacar tus alhajas.
|
LEONOR.-
(echando la zarpa a los
billetes.) Ay, hijo de mi alma, ¡qué bueno eres! Dame
acá. Me hace una falta atroz. ¿Y tú cómo
estás de trampas y trópicos?
|
FEDERICO.-
Absolutamente desahuciado. No tengo
salvación. Los compromisos son tales, y se van enredando de tal manera,
que pronto daré el barquinazo gordo.
|
LEONOR.-
Ganarás, mico.
|
FEDERICO.-
Gane o pierda, no puedo salir a
flote. Me ahogo sin remedio. No veo ni aun probabilidades de evitar la
insolvencia y la deshonra.
|
LEONOR.-
(con alma.) No te apures.
Confía en Dios. Puede que te caiga alguna herencia.
|
FEDERICO.-
¡Herencias a mí!
|
—282→
|
LEONOR.-
¿Sabes que se me ha ocurrido
un gran negocio, que podríamos emprender los dos? ¿No aciertas lo
que es? Pues te lo diré: consiste en poner tres o cuatro casas de citas
de muchísimo lujo, pero de un lujo... asiático, todas ellas
combinadas con una timba tremenda, y de muchísimo lujo también,
como esas que hay en Badén y en Montecarlo... Te explicaré la
combinación... Es cosa de ganar millones.
|
FEDERICO.-
(displicente.) No, no me
expliques nada. No sé cómo se te ocurren tales disparates.
|
LEONOR.-
Pues, hijo, yo tengo que inventar
algún negocio. Debo más que el Gobierno, y ese condenado pollo va
a dar con mis pobrecitos huesos en un hospicio. Cuentas de sastre, cuentas de
café, cuentas de la Taurina, y cuentas de la santísima carandona
de su madre. Todo lo tengo que pagar yo, y ya me voy cansando, como hay
Dios.
|
FEDERICO.-
(tirándole suavemente de una
oreja.) Eso le pasa a esta pájara por no hacer caso de
mí. Bien te dije que ese pollo era una calamidad. ¿Por qué
no te fiaste de mí en eso, como en todo?
|
LEONOR.-
Chico, porque cuando tocan a
enamorarse
—283→
pierde una el sentido. Eso del amor es capítulo
aparte, y los consejos y la amistad son para otras cosas. Ya sabes que me dio
muy fuerte, que me cegué por él, y me puse como los mismos
hornos. Pero ya me voy enfriando, y conozco que es un grandísimo
lipendi... Otro más
carantoñero y de más figuras no lo hay. Ahora está conmigo
hecho un merengue. Como que necesita cuartos. Pues dice que soy yo otra como la
Traviatta, y que él me va a redimir
y a volverme honrada... ¡qué risa! Parece que ahora va a venir su
padre, para quitarle de mí y llevársele, y él pretende
que, cuando su papá venga a verme, haga yo el papel de tísica
arrepentida, tosiendo con sentimiento, y pintándome ojeras... vamos,
como la
Traviatta, para que el buen señor se
ablande y nos eche su santa bendición... ¡qué risa! Con
estas farsas, ello es que me está dejando por puertas.
(FEDERICO vuelve a mostrarse
triste y caviloso, sin prestar atención a su amiga.)
¿Pero qué ocurre hoy? ¿Qué te pasa?
|
FEDERICO.-
Ya debes figurarte que no
estaré para ponerme a tocar las castañuelas. Tú sabes bien
lo que me sucede. Tengo una hermana que es mi desesperación, mi
vergüenza; tengo un padre que me abochorna siempre que viene a Madrid.
|
LEONOR.-
Anoche contaron aquí que vino
a cobrarle
—284→
a Orozco unas cuentas que debía.
¿Sabes?, cosas allá muy gordas, de ingleses... pero de
Inglaterra; y que el otro fue más listo que él y le
engañó, recogiéndole el papel por un pedazo de pan. Ese
Orozco se pierde de vista, y gasta unas como caretas de hombría de bien,
con las cuales emboba a la gente.
|
FEDERICO.-
(caviloso.) No creas nada de eso.
Es un desatino.
|
LEONOR.-
¿Pero a ti qué te
importa que sea Orozco el engañado o que lo sea tu padre? Allá
ellos. Y en cuanto a lo de tu hermanita, yo la dejaría casarse con el
Nuncio si le gustaba, digo, con el monago de la Nunciatura...
(Tirándole suavemente de la
oreja.) También tú, con tanto pesquis como tienes,
necesitas que te enseñe a vivir una tonta como yo. ¡Haces y
piensas cada simpleza...! El casarse, hijo mío, debe ser una cosa muy
liberal; quiero decir que la mujer debe escoger a quien le entre por el ojo
derecho, y nada más. Ya no estamos en los días de la
Inquisición... no sé si me explico. Anoche dijeron aquí
que tú eres un hombre del tiempo en que había Inquisición,
y cadenas, y despotismo, y otras cosas muy malas...
|
FEDERICO.-
(sonriendo con tristeza.) Tiene
gracia.
|
—285→
|
LEONOR.-
Pero a mí no me la pegas
tú. La causa de que estés ahora tan
cabistivo y pensibajo, no es ni lo de tu
padre ni lo de tu hermana. Es otra cosa. Si yo te calo muy bien, si yo te
entiendo. Tú guardas un secreto, que no quieres confiarme, y haces mal,
porque yo, que soy una pública, tengo corazón, y no me faltan
entendederas para decirte esto y lo otro que te pudiera consolar. Sé lo
que son penas, y en lo tocante a penas de amor, no hay quien me baraje a
mí. Podía poner cátedra de esto en la Universidad, y
saldría yo, con mi birrete color de rosa y mi toga de batista, a
explicar a los chicos el tratado de las fatigas de amor con todos sus pelos y
señales.
|
FEDERICO.-
¡Qué mona!
Figúrate si eres salada, que me haces reír hoy a mí.
|
LEONOR.-
(poniéndose en la cabeza, ladeado,
el hongo de
FEDERICO.) Con que, o hay confianza o no
hay confianza entre este par de peines. ¿No te cuento yo a ti hasta mis
pensamientos más íntimos? ¿Por qué no has de hacer
tú lo mismo con esta pájara? A ver, desembucha. Tú tienes
amores, y amores muy por lo alto. Mira que si no te explicas, saco las cartas y
te descubro todo el enredo.
|
—286→
|
FEDERICO.-
Cierto que entre nosotros debiera
existir una confianza sin límites. Mi decoro no padece nada en mis
tratos contigo, que no son nada buenos. ¡Excepción inexplicable!
Yo tan meticuloso, fuera de aquí, en cuestiones de dignidad, en tu casa
soy tu propia imagen. No lo entiendo, pero es así. Sin embargo, te soy
franco, hay cosas mías, secretos si quieres, que dejo siempre de la
puerta afuera, cuando entro a visitarte.
|
LEONOR.-
(impaciente.) ¿Cantas o no
cantas? Un hombre como tú no pone esos morros sino por una pasión
fuerte. Yo sé lo que es apasionarse, irse del seguro. Lo pruebo todos
los semestres.
|
FEDERICO.-
Seguramente, si yo fuera contigo
menos reservado en eso que deseas saber, no me comprenderías. Es
difícil que esto lo entienda nadie, Leonorilla. Las cosas que me andan a
mí por dentro, en mi conciencia y en todo mi espíritu, son de tal
calidad que sólo Dios y yo las entendemos.
|
LEONOR.-
Y yo también porque soy
diosa. ¡Vaya!, así me lo
llamó bien clarito ese poeta, ese Bardal, en los versos que me hizo la
otra noche. Con que, claréate.
|
—287→
|
FEDERICO.-
Bueno, pues concediéndote yo
que hay algo de lo que sospechas, a ver si entiendes la explicación que
voy a darte, sin nombrar personas. Esos amores no me satisfacen, y más
bien son para mí un motivo de pena. ¿Por qué?,
dirás tú. Porque se relacionan con ciertos estados de mi
espíritu, y de tal relación viene a resultar que son amores
incompletos y superficiales. ¿Me explico bien? La facultad imaginativa
lleva la mejor parte, y el corazón se queda vacío, porque no hay
confianza, ni la puede haber entre esa mujer y yo. La confianza consiste en
entregar toda nuestra existencia al conocimiento de la persona querida, y a esa
persona no puedo yo revelarle ciertas fealdades y humillaciones de mi vida
angustiosa. Me quiere con locura, para mayor desgracia mía, y yo no
puedo corresponderle. Hay momentos en que hasta se me figura que la aborrezco,
porque nuestra alma tiende a odiar a las personas ante quienes no podemos
descubrirnos sin que el amor propio se lastime. Ya ves que te confío mis
secretos más delicados; te lo confío todo menos el nombre.
|
LEONOR.-
(para sí, con malicia.)
¡Como si yo no lo supiera, mico!
(Alto, amenazándole con la
mano.) Te voy a matar.
|
FEDERICO.-
Ese amor no me satisface, porque mi
corazón
—288→
no se ha entregado a él, porque para
completarlo me sería preciso añadirle la confianza, este
compañerismo que contigo tengo, tan dulce, tan práctico. No, no
te envanezcas: el sentimiento inexplicable que nos une a ti y a mí
tampoco es completo. Le falta algo, la imaginación, que está
allá.
|
LEONOR.-
(satisfecha.) El corazón
por mi cuenta, ¿verdad?
|
FEDERICO.-
Gran parte de él,
créelo. No puedo completarme aquí ni completarme allá. La
mitad de mi ser en cada lado. ¿Lo entiendes?
(LEONOR, meditabunda, hace
signos afirmativos con la cabeza.) Si estas dos mitades se pudieran
juntar y fundir, ¡qué bueno sería! ¡Si yo pudiera
llevarme allá la confianza con sus envilecimientos y todo...! ¡Si
yo pudiera traerme aquí el recreo de la imaginación y de los
sentidos...!
|
LEONOR.-
(reflexionando.) De todo esto, lo
que saco en consecuencia es que somos los nacidos una cosa muy rara. Hombres y
mujeres somos guitarras, que no sabemos cómo se templan ni cómo
no... De lo que resulta que esto de las pasiones es un fandango pastelero.
(Coge las cartas y empieza a
barajarlas.) Ahora voy a adivinarte los pensamientos.
(Sonriendo.) Estoy inspirada. Ojo
a la diosa. Se me ha puesto entre ceja y ceja que el santísimo
—289→
naipe me va a decir el nombre de tu adorado tormento.
|
FEDERICO.-
¿A que no?
|
LEONOR.-
Y me dirá también si
saldrás con suerte del
corto camino en que te has metido.
|
FEDERICO.-
(con cierto interés.)
Veremos. Tan trastornado estoy, que hasta me voy volviendo supersticioso.
|
LEONOR.-
(poniendo los naipes sobre el
sofá, en grupos, y haciendo sobre ellos, con mucha gracia, signos
estrambóticos.) ¡Ah!, mira; en las tres vueltas sale
siempre encima
la mujer de buen color. ¡Ay, Dios
mío, lo que veo aquí! ¿Sabes lo que quiere decir el seis
de copas?, pues significa
Santo Domingo... y en seguida el siete del
mismo palo. ¡Jesús, Madrecita mía de las Angustias!... Y en
seguida el ocho, que declara camino cansado, como si dijéramos, una
cuesta.
(Con solemnidad.) La mujer por
quien penas, camaraíta, vive en la cuesta de Santo Domingo,
número 7, y es casada.
|
FEDERICO.-
(tirando las cartas con
displicencia.) Ea, deja esas tonterías...
(Levántase
inquietísimo.) ¿Quién te lo ha dicho?
|
LEONOR.-
(con naturalidad.) ¡Pero
hijo mío, si lo saben hasta los perros!
|
—290→
|
FEDERICO.-
No, no. Si lo sabe alguien,
será de poco tiempo acá. Verdad que estas noticias cunden con
rapidez eléctrica.
|
LEONOR.-
(muy cariñosa.) No te
enfurruñes; no hay motivo para ponerse así. Esas cosas se saben
siempre, miquito. Siéntate a mi lado, y te contaré algo que debes
saber. Anoche hablaron aquí largamente de la de Orozco y de ti.
|
FEDERICO.-
¿Quién?
|
LEONOR.-
Amigos tuyos.
(Mirándose las
uñas.) Ya sabes que en eso de hablar, no hay amigo para amigo.
Se sueltan mil borricadas, sin intención de ofender. ¿Te lo
cuento? ¿Me prometes no enfadarte? Es de clavo pasado que,
tratándose de señora rica y de amante pobre, lo primero que se
diga es que ella le paga a él las trampas.
|
FEDERICO.-
No, no dirían tal atrocidad.
(Paseándose agitado.)
¿Qué amigo mío es capaz de suponer...? Como no sea
Malibrán...
|
LEONOR.-
El mismo...
|
FEDERICO.-
¿Y tú te
callaste...?
|
—291→
|
LEONOR.-
Buena soy yo para callarme,
tratándose de tu honor, que es lo mismito que el mío...
|
FEDERICO.-
(deteniéndose ante ella.)
Tu honor lo mismo que el mío... es decir, el mío como el
tuyo...
|
LEONOR.-
He dicho una sandez. No hagas caso...
Ahora caigo...
(suspirando.) en que yo no tengo
honor. Quise decir... Pero tú ya me entiendes.
|
FEDERICO.-
Sí, comprendido.
|
LEONOR.-
Pues te defendí diciendo que
tú no eras capaz de tomar dinero de ninguna mujer...
(Bajando la voz.) Que nosotros
tengamos acá nuestros cambalaches, es cosa que nadie sabe, que a nadie
le importa, y que entre nosotros se queda. Claro, de ti para mí, lo
ganamos como podemos, y nos ayudamos. No es deshonra, digan lo que quieran...
¡Pero arrimarte tú a una casada rica para que te mantenga...!, eso
no lo puede decir quien te conozca.
|
FEDERICO.-
Sin embargo, los que mejor me conocen
lo dirán. ¡Le parece a uno fácil exceptuarse de la
lógica vulgar de la vida, y es tan difícil, pero tan
difícil...!
(Con abatimiento,
sentándose.) Leonorilla, estoy dejado de la mano de Dios.
|
—292→
|
LEONOR.-
No hagas caso de esas
tonterías...
|
FEDERICO.-
Que no pararon seguramente en lo que
me has contado. Malibrán debió de decir algo más.
|
LEONOR.-
Sí; pero te advierto que se le
fue un poco la mano en la bebida, y no hay que tomar al pie de la letra lo que
habló. ¿Te lo cuento? Sí, más vale que lo sepas,
para que estés prevenido. Pues dijo que se había propuesto
averiguar dónde os veis tú y esa señora; que estuvo muchos
días trabajándolo como un polizonte, y que por fin... os ha
descubierto el nido.
|
FEDERICO.-
Bonita ocupación la de ese
tonto... ¿Y dónde, dónde...?, a ver...
¿dónde dijo que...?
|
LEONOR.-
Se lo calló muy bien callado,
por más que le mareamos para que nos lo dijera.
|
FEDERICO.-
Es que no lo sabe...
|
LEONOR.-
¡Ay!, no te hagas ilusiones. Lo
sabe. Se le conoce en la manera de decirlo.
|
FEDERICO.-
Pues que lo sepa. Mejor. Estas cosas
se saben siempre.
|
—293→
|
LEONOR.-
Mira, niño, ándate con
tiento, porque es fácil que te veas envuelto en una cuestión muy
mala. Yo estoy inquieta, y temo que haya lance.
|
FEDERICO.-
¿Con ese zángano
perverso de Malibrán? Puede.
|
LEONOR.-
Me parece que la bronca del siglo va
a ser con Orozco. Dijo Malibrán que el buen señor tiene los ojos
cerrados, y que él se los va a abrir.
|
FEDERICO.-
Pues que se los abra... Mejor...
|
LEONOR.-
No; no digas tal. El que no quiere
ver, que no vea.
|
FEDERICO.-
(exaltado.) ¿Pues
qué piensas tú? Si siento vivos deseos de abrírselos yo
mismo...
|
LEONOR.-
¿Qué dices?... Chico,
tú no tienes la cabeza buena. ¿Tú? ¿De manera que
tú mismo acusarás a la que te quiere tanto?
|
FEDERICO.-
Tienes razón... Tú
conservas el sentido claro de las cosas, y yo lo he perdido completamente.
Siento y pienso y digo los mayores
—294→
despropósitos...
Leonorilla, estoy desquiciado por dentro. Me desplomo; verás cómo
me hundo.
|
LEONOR.-
(humorísticamente.) Pues
avisa, mico, para que no me cojas debajo...
|
FEDERICO.-
(con ternura.) Tú eres la
única persona que veo con gusto a mi lado en esta ruina de mi
espíritu. Cuantas personas trato más o menos íntimamente
se me revisten de antipatía en esta desgana que me aniquila; todas,
incluso ella, y lo digo porque es verdad, sintiéndolo mucho, pues no se
lo merece la infeliz. Entre tantas caras que me ponen mal ceño,
sólo la tuya resplandece. ¿Verdad que es raro? Pero siempre ha de
haber algo que no se entiende, y lo que no entendemos, adviértelo, es lo
que más consuela. Las cosas muy resabidas y muy estudiadas
hastían el alma. Las que se nos presentan en términos vagos,
confundiendo nuestra razón, son las que nos confortan y nos
alientan.
|
LEONOR.-
(fingiendo comprender.) Es
verdad, verdad. Yo me intereso por ti, y por ayudarte y sacarte de un apuro,
soy capaz de comprometerme. Pídeme lo que quieras. Mándame que
haga trampas en el juego, y las haré.
|
FEDERICO.-
No, eso no. ¡Quita
allá!
|
—295→
|
LEONOR.-
Pues las he hecho, para que lo sepas.
Tu tranquilidad vale más que un poco de moral de timba,
tratándose de estos bobalicones que vienen aquí a divertirse
conmigo. En un día de gran ahogo, y antes que verte padecer por cochinos
mil reales, le doy yo el pego al lucero del alba.
|
FEDERICO.-
(enojado.) Cállate. Me
lastimas profundamente.
|
LEONOR.-
Déjate proteger, mico.
¿No me das tú parte de lo que ganas?
|
FEDERICO.-
Sí; pero yo no hago
trampas.
|
LEONOR.-
Cada uno es cada uno. Yo no soy
tú; yo soy pública, aunque para ti sea muy particular.
|
FEDERICO.-
(echándose a reír.)
Chica, como quiera que seas, me envanezco de tu amistad. Es lo único que
me queda en este mundo.
(La abraza.)
¡Lástima que no puedas salvarme! Yo no tengo remedio ya.
(Con profunda tristeza,
levantándose.) Soy hombre al agua.
|
LEONOR.-
Pero ven acá. ¿Tan mal
andas? ¿Temes no poder seguir viviendo como vives? ¿No
podríamos arreglar que tuvieras un tanto fijo...?
|
—296→
|
FEDERICO.-
(sombrío.) No hay
posibilidad de que cambie mi manera de vivir.
|
LEONOR.-
(con agudeza.) Se me ocurre una
idea. ¿Te la digo? Pero no has de enfadarte. Pues... allá voy...
Me parece una atrocidad que pases tantas amarguras teniendo esa amiga tan
ricachona.
|
FEDERICO.-
(espantado.) ¡Leonor!
¡También tú...!
|
LEONOR.-
No, monín; si yo no digo que
tú le pidas... Digo que de ella debiera salir el ofrecerte una cantidad
gorda, para que de una vez...
|
FEDERICO.-
(irritado.) Quita, quita.
Déjame en paz.
|
LEONOR.-
Anda... tonto... Fuera
escrúpulos y bobadas...
(Remedándole.) ¡El
honor... la
diznidaz!... ¿Qué importa
que...? Vamos, que buenos miles podría darte; y algo me había de
tocar a mí.
|
FEDERICO.-
(excitadísimo.) Me voy, me
voy por no oírte.
|
LEONOR.-
(alarmada.) Chico, no te me
pongas así. Tú tienes alguna mala idea y no quieres
decírmela.
|
—297→
|
FEDERICO.-
(tomando su sombrero.) Me voy.
Déjame.
|
LEONOR.-
No me gusta verte salir de
estampía.
|
FEDERICO.-
Se me había olvidado que he
prometido visitar hoy a mi hermana, visita que no significa
reconciliación ni mucho menos.
(Con enojo.) ¿Pues no
pretenden también que yo dé el nombre de hermano a ese?...
¡Estúpida exigencia!
|
LEONOR.-
Vamos, perdona a tu hermanilla. Te
estás atormentando... ¡Qué manías tienes tan
tontas!... ¡Pobre niña! Haz las paces... y a vivir.
|
FEDERICO.-
¡Tú también!...
Vuelvo.
(Retírase muy
agitado.)
|
LEONOR.-
(alarmada, viéndole salir y sin
atreverse a seguirle.) ¡Pobre mico, no me gusta su cariz!... Su
cabeza está llena de nubarrones. Diera yo algo por poder
despejársela.
|