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Realidad y poesía

Ricardo Gullón





Luis Felipe Vivanco pertenece a la generación que ahora entra en la madurez. Ha dado anteriormente dos libros de poesía: «Cantos de primavera» (1936) y «Tiempo de dolor» (1940). Tras un silencio de nueve años, publica «Continuación de la vida»1, casi coincidiendo con los libros de Leopoldo Panero y Luis Rosales. ¡Buen año para la poesía! Estos tres poetas, tan estrechamente unidos, tan amistosamente vinculados, constituyen en la poesía española actual un fenómeno interesantísimo, porque siendo su relación tan cordial y tantos los puntos de coincidencia, han sabido mantenerse independientes, cada cual cantando con su voz propia y dando expresión personal a su sentimiento. Esta afirmación de personalidad es el mejor testimonio de su condición creadora, de su condición de poetas. No es posible confundir un poema de Rosales o de Panero con uno de Vivanco. En los tres encuentro puntos de contacto, pero Vivanco -y lo destaco porque de él me propongo hablar en esta ocasión- se separa de los otros dos acaso más que éstos entre sí. La base de coincidencia parece consistir en un afán común de «poesía total», de poesía integradora de riquezas que -en su opinión- fueron injustificadamente excluidas del poema. José Luis L. Aranguren, en su ensayo publicado en esta revista (número 42, mayo de 1949), y en un artículo de «Espadaña» apuntó ideas útiles para esclarecer la intención de estos poetas. Una frase de Aranguren, una breve frase, compendia bien la actitud de aquéllos. «Estoy reviviendo mi vida, contándomela, dándome cuenta de ella. Contemplando la belleza de la costumbre.» (El subrayado es mío.) Más adelante aclara su intención: la poesía está en el poeta, en nosotros, en lo cotidiano: «la tenemos aquí siempre, al alcance de la mano».

Destaco la opinión de Aranguren (certera si no pretende el exclusivismo, si no quiere, de paso, dar un golpe al sueño y al ensueño), porque coincide y explica el propósito de Vivanco. Nuestra generación sabe bien que la vida no es la gran vida mayusculizada de los románticos, sino un conjunto de sucesos pequeños -pero no insignificantes- que van formándola en la dulzura de cada día, en «la belleza de la costumbre». De un triste amor, orillas del Duero, han surgido algunos de los más bellos versos de este siglo. Luis Felipe Vivanco nos confía una parte de su vida hecha poesía, de su vida sin estridencia, con el misterio sutilísimo de lo aparentemente claro, de lo que parece no ocultar nada en su trama, y esconde ¡nada menos! que «el secreto de la felicidad».

Pido se me disculpe el horrendo tópico. Pero la felicidad tiene un secreto (y no sólo en las novelas rosa), es algo misteriosísimo e inefable, como tejido con recuerdos y esperanzas tanto o más que con realidades. En «Continuación de la vida» la serenidad viene de la aceptación de las cosas según son, de la entereza con que el poeta afronta los hechos; renunciando a la evasión se sitúa en la mejor posición para escuchar el murmullo de las voces cercanas. La vida, contemplada desde esa serenidad, está llena de susurros, y el poeta los oye. Todo su problema consiste en trasladarlos al poema sin hacerles perder su aroma vital, sin adulterarlos, e infundiéndoles al mismo tiempo suficiente presión lírica.

Alguna vez me atreví a señalar lo arriesgado de querer incorporar demasiado literalmente la vida a la poesía. ¿Cómo soslaya Vivanco el riesgo? (Ese riesgo es el prosaísmo). Su técnica implica una selección cuidadosa de los elementos del poema; mas en el léxico no admite exclusiones. Toda palabra es poética. La sintaxis es correcta; Vivanco renuncia a los efectos derivados de un uso irregular de las partes de la oración, y ordena las palabras en formas sólitas y admitidas. Probablemente esta pulcritud tiene poderosa justificación: un poeta llamado a decir con furia y desesperación la angustia del hombre (estoy pensando en Neruda), necesita desarticular el lenguaje para conseguir su propósito; en cambio, quien pretende contar la vida sin desmesura, la «pequeña» vida de cada día, según se refleja en la tranquila monotonía de la repetición y el hábito, no necesita violentar la estructura de las palabras ni su posición en el verso, para obtener los efectos deseados.

La mayoría de los poemas de «Continuación de la vida» están escritos en verso corto, heptasílabos. En la obra anterior de Vivanco no encuentro nada semejante. Todos sus poemas, recogidos en volumen; estaban compuestos en metro caudaloso: versículos de lenta andadura, alejandrinos, endecasílabos... ¿Cuál puede ser la significación de este cambio? En «Continuación de la vida» el verso largo persiste en algunas composiciones, pero adviértase esto: siempre en los fragmentos más solemnes. Los metros cortos quedan reservados para la poesía intimista en que Vivanco refleja la dulzura de la vida sencilla, y en donde ha conseguido apresar líricamente algunas deliciosas vivencias. Véanse, por ejemplo, de la a «Canción de Maitina»:


    A la orilla del mar
busco un pez colorado,
como soy chiquitina
se me escapan las manos.
   Se me escapan las manos,
se me van con la luna,
y las olas que saltan
me salpican de espuma.



Sigue el encantador poemita, resplandeciente de gracia, mostrando y demostrando cómo el realismo poético es admisible a condición de que sea justamente poético. No creo justificado el debate sobre la legitimidad o ilegitimidad de determinados temas o, si se quiere, para precisar mejor, de determinados asuntos. La cuestión se desplaza simplemente hacia los resultados, en vista de los resultados. Es injusto y es inútil declarar tabú tal o cual asunto. De cualquiera puede brotar la poesía si la mano del poeta, mágica y transfiguradora, acierta a extraer del material manejado su secreta lírica. (Apenas entiendo cómo pueden discutirse tales evidencias, que algún inocente llamaría verdades de Pero Grullo).

Para la expresión de una sucesión de vida, de una existencia en su diario crecimiento, sin sucesos ruidosos, sin frenesí ni desesperación, convenía el lenguaje sencillo y la pureza sin táctica. Vivanco quiso mantenerse en las fronteras impuestas por el tema; y la renuncia al deslumbramiento era condición necesaria para el éxito de su proyecto. Pocas imágenes y traslúcidas (la tarde -moja su cuerpo herido entre los tallos- del mimbreral); el poema formado por una serie de notaciones de la realidad, pero no literales, sino insinuadas, reducidas a la pura vibración, en tres o cuatro palabras, del acontecimiento a que se refiere. Al hablar de notaciones de la realidad no excluyo del mundo poético de Vivanco aquella dimensión donde se alberga el ensueño: viendo a la hija, por ejemplo, a la tan niña todavía, su imaginación le construye un futuro previsible:


Soñar, mientras se vive,
se trabaja.
Quimeras
arañadas, a tiendas,
sobre pardos tablones
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Tantos años futuros
en trance de alborada!



Lo excluido de esta poesía no es la imaginación, sino la fantasía. El ensueño continúa apegado a lo real, constituye una anticipación y previsión de lo que sucederá mañana, pero nunca un descenso a los abismos, una búsqueda de las posibles realidades absolutas situadas más allá de la apariencia. (La poesía en los últimos cincuenta años está tratando de penetrar en una ultrarrealidad. Recuérdese la definición de Salinas: «una aventura hacia lo absoluto»). Esta «apariencia» no es una corteza, sino el mundo donde crece la poesía de Vivanco. La negativa a considerar el esfuerzo poético como una tentativa de romper los límites de la realidad para ingresar en lo absoluto, le obliga a considerar esa vida suya -las cosas que pasan y le están pasando, o él pasando por ellas- como material necesario de la poesía, sin ganga, excrecencias enojosas cuya eliminación se impone. El poeta se resiste a prescindir de cualquiera de los elementos que actúan sobre él por ser parte de sus vivencias: su obra se presenta, en cierto sentido, como un diario poético.

La realidad y la poesía se identifican en los versos de Vivanco. Poesía de verdad con un trasfondo luminoso que vierte sobre ella una clara lumbre serena. La voluntad de renunciar a cierto género de poesía aventurera, de renunciar a «incroyables Floridas», exige también una manera de heroísmo: el de la humildad. La vida es en esta poesía tan cotidiana como suele, mas, superando lo trivial y gracias a una espiritualidad de profundas raíces, encuentra el poeta la posibilidad de reducirla a brasa pura, a brasa de puro lirismo. Ardua posibilidad y denodado esfuerzo: extraer su poesía a la prosa de la vida y crear versos claros y sobrios donde la emoción sea, por desnuda, más grave y límpida que en otros poetas de vena acusadamente romántica. Poesía compuesta a la altura del hombre, por un poeta hostil a evadirse de lo estrictamente humano, que la buscó, hora tras hora, en la realidad.





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