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GALDÓS, prólogo a El sabor de la tierruca, Obras completas, Madrid, Aguilar, 5.ª edición, 1968, tomo VI.

 

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GALDÓS, prólogo a La Regenta, op. cit., tomo VI.

 

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F. AYALA, «Sobre el realismo en literatura con referencia a Galdós», en Experiencia e invención, Madrid, Taurus, 1960.

 

34

Ibíd., pág. 199.

 

35

Ibíd., pág. 199.

 

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R. GULLÓN, Galdós, novelista moderno, Gredos, Madrid, 1966, especialmente capítulos V y VI.

 

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BAQUERO GOYANES, La novela naturalista española: Emilia Pardo Bazán, Pub. Un. Murcia, Murcia, 1955, ha observado, a través de ciertos recursos estilísticos, de qué modo y hasta qué grado la Pardo Bazán no se atiene al dato de los sentidos, sino que lo manipula y enfatiza, haciéndolo depender de la intencionalidad puesta en cada novela. De este modo, por ejemplo, no es lo mismo una tormenta en Los pazos de Ulloa, que una tormenta en La madre Naturaleza. Por otra parte, cualquier lector atento puede observar, por ejemplo en Los pazos de Ulloa, la contraposición de personajes, representativa de la contraposición de espíritus, de ideas, de mundo. Esta novela está plagada de lo que Bousoño llama «signos de indicio», es decir, pequeñas huellas dejadas caer premeditadamente para inducir al lector a hacerse una determinada impresión, a creer que sabe lo que va a suceder, para luego desengañarlo o bien para confirmarle en sus creencias. Un ejemplo podría ser la cruz que se tropieza Julián al dirigirse por primera vez a los pazos. Es una cruz que señala «el lugar donde un hombre pereció de mala muerte». Julián reza una oración, el caballo tiembla, todo el ambiente respira algo macabro, siniestro, incluso «romántico». Julián parece tranquilizarse. De pronto el caballo se encabrita, Julián está a punto de salir despedido. Terror. Dos disparos. Y entonces aparecen los personajes de los pazos: el marqués, el abad de Ulloa, Primitivo, que vuelven de caza. Sugestiones simbólicas, notas de misterio, ambientes románticos, abundan enormemente a lo largo de la obra. Las escenas del archivo, del ordenamiento de la biblioteca, ¿no son acaso un símbolo de la fuerza destructor a de la Naturaleza contra la cultura?, ¿la impotencia de Julián para ordenar aquel caos no es simbólica?, ¿no podría hablarse de una situación kafkiana? Todo tiende en la novela a transcender la pura realidad.

 

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Este aspecto de Clarín lo examinaremos a su debido tiempo. Baste decir aquí que se ha llegado a hablar, por parte de un crítico, del contacto entre el decadentismo francés de un Barbey D’Aurevilly y el realismo de La Regenta, a propósito de la presencia en estas obras de un cierto satanismo típicamente antirrealista. Vid. J. VENTURA AGUDÍEZ, La sensibilidad decadentista de D’Aurevilly y «La Regenta», Revista de Occidente, 99, junio, 1971, págs. 355-365. No hay que olvidar, por otra parte, que Clarín leyó y estudió a Baudelaire.