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ArribaAbajoReducción de Itapuá

El año de 1619, acompañado del padre Diego de Boroa, provincial después del Paraguay, y que se acababa de retirar de la misión de los Itatines o Guarambaré, emprendió el padre González unas excursiones, aguas arriba del Paraná, reconociendo sus islas y costas, que estaban pobladas de gentiles hasta el río Yabebiry. Vencieron horrorosas dificultades, cuyo fruto fue la reducción de Itapuá, que formaron en territorio de un reyezuelo de este nombre, que era de hermosa vista y buenas tierras, y se hallaba al occidente del mismo Paraná, seis leguas distante de San Ignacio, en el Yaguaracamigta. Se agregaron los indios del Appupen, o Laguna de Santa Ana, conocida también por el Ibera, donde tres años antes había predicado el padre Francisco Arenas. De varias otras partes vinieron además hasta 500 familias de los indios, y se honró el pueblo con la advocación de la Encarnación de Itapuá.

Los padres construyeron un templo y dieron buena forma a la reducción, la cual subsistió en aquel paraje, según las noticias de Azara, que parece las tomó del archivo de la Asumpción, hasta el año de 1703, que se trasladó sobre la ribera del Paraná, donde se halla, siendo una de las mayores y más numerosas doctrinas, y la mejor iglesia de las Misiones.



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ArribaAbajo Reducción de la Candelaria

El mismo padre González de Santa Cruz fundó a principios de 1616 en el sitio nombrado Yaguapochá, seis leguas de Itapuá, y paso preciso para facilitar la comunicación de las dos residencias de la Asumpción y San Ignacio, el pueblo de la Candelaria. En la vida del padre Francisco Díaz y Taño, por el doctor Xarque, se habla de esta reducción con título de la Candelaria, que fundó aquel misionero en la provincia de Caayú, cuyos indios hablaban diferentes idiomas que los demás, y el padre les formó catecismo y vocabulario, sirviéndose de intérprete.

Al año siguiente repitió con nuevo brío el padre Roque otra correría apostólica por el Paraná, en que me parece llegó hasta el Salto grande del Guayra, en los 24º de latitud, teniendo la gloria de ser el primero que navegó este tramo del río, ilustrando con su predicación a los Yanas, Iguazuanos y otras muchas naciones del Paraná superior. El año de 1618 vinieron otros tres jesuitas, Claudio Ruyer, Tomás Ureña y Pedro Bosquier; y el padre Diego Boroa hizo otra salida por el Paraná, semejante a la que acabamos de referir del padre Santa Cruz, y de este modo fueron amansando la fiereza de aquellos tigres.

Azara pone la primera fundación de la Candelaria el año de 1627 en el Caazapá-miní, del otro lado del Uruguay, entre las vertientes de los ríos Ipuy y Pirayú, aquel paraje en donde se halla hoy San Luis Gonzaga, agregando de fundador al padre Pedro Romero. En 1637 pasó al septentrión del Paraná, estableciéndose cerca del pueblo Itapuá, de donde pasó al sur sobre el Igarupá, y de aquí finalmente, el año de 1665, a donde subsiste al presente en los 27º 27' 14'' de latitud, distante como 400 varas de la margen meridional del mismo Paraná, cuya situación en el centro de todos los pueblos es también sin disputa la más agradable y vistosa; y así ha venido a ser con justo motivo la capital de las Misiones, residencia ordinaria del gobernador militar de la provincia.




ArribaAbajoReducción de la Concepción

Afirma cierta tradición que los indios hacia la Cananea y Santa Catalina, huyendo de los primeros descubridores del Brasil, se vinieron internando y recostaron en número de 60.000 sobre el río Uruguay. Los Yaros, Charrúas, Guenoas, Ibirayarás y Guaranís, superior a las   —58→   otras, eran las naciones que dominaban sus márgenes cuando la conquista. Desde el tiempo de Sebastián Gaboto se intentó la de este país, redoblando sus esfuerzos los mejores capitanes, y únicamente se sacó el desengaño de que no lo puede toda la fuerza de las armas.

Reservada estaba la gloria de esta empresa al referido padre González, destinado a ella el año de 1618 por el provincial Pedro de Oñate. El 25 de octubre salió de Itapuá para esta misión, acompañado sólo de un indiecito; llegó a las orillas del Uruguay, y siendo bien recibido de los principales caciques de la comarca, Neza, Quaracipucú y otros, arboló el estandarte de la fe en Ibitiraguá, territorio de ventajosas proporciones, buenas tierras y pastos fértiles, y fundó la primera reducción cerca del mismo Uruguay, a 15 de Itapuá en línea recta.

Juntáronse desde el principio más de 80 familias, y en lo sucesivo se fueron aumentando. El padre Alonso de Aragona, de nación italiano, que murió en este pueblo, fue compañero del padre Roque en la enseñanza de esta gente.




ArribaAbajoReducción de la Navidad de Acaray

El padre Boroa, desde el pueblo de Itapuá, hizo tercera excursión el año 1613 a los grandes ríos Acaray e Iguazú o Curitibá, pecheros ambos del Paraná, en corta distancia, el primero por el occidente y el segundo por el oriente. Los gentiles lo recibieron con aplauso, cediendo generosamente sus tierras para fundar una reducción, la que tomó el nombre de Navidad, sobre la latitud de 25º 5' meridional.

Arerara, que era el primer cacique y señor del territorio, lo fue también en el ejemplo de reducirse y catequizarse, pasando luego a evangelizar en el Iguazú, en compañía del mismo padre Boroa y del joven Aripisandú, hijo del que dijimos de San Ignacio que había seguido al misionero en esta expedición, aunque por entonces no se pudo formar establecimiento en este río. El año 1632 transmigró también la Navidad con los pueblos de Loreto y San Ignacio del Guayra, cuando la invasión general de los Mamelucos, y sus habitantes se agregaron a las aldeas de Itapuá y Corpus.



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ArribaAbajoReducción de Corpus Christi

Si atendemos a la relación del padre Ruiz de Montoya, es ésta la tercera reducción del Paraná, formada después del Itapuá por los padres Boroa y González, o Pedro Romero, como quiere Azara, y llamada Corpus Christi, por haber entrado el día de esta festividad en aquel territorio. Su primer establecimiento fue en el arroyo Itembey, al occidente del Paraná, sobre los 27º de latitud, donde se le agregaron los Acaraytas de la Navidad; y después a 12 de mayo de 1701 se pasó al oriente sobre el arroyo Igauguy, tres leguas al norte de San Ignacio-miní, donde permanece, siendo en la actualidad una de las más ricas reducciones y de mayor gentío de su departamento.




ArribaAbajoReducción de Nuestra Señora de los Reyes Magos

De varias naciones o parcialidades de diferentes lenguas se formó la reducción de Nuestra Señora de los Reyes Magos, en el paraje hoy nombrado Yapeyú, bien que todos se entendían por el idioma general, que era el guaraní. Con la solicitud y celo de su primer pastor, que lo fue el padre Diego de Salazar, tuvo mucho auge esta reducción, cuyos vastísimos y floridos campos, a lo largo del río Uruguay, por una y otra orilla, cubiertos desde entonces de ganado vacuno, le han hecho una de las más populosas y opulentas de todas las Misiones. Los indios Charrúas han incomodado en todo tiempo, y hasta en el día incomodan a los Yapeyuanos con frecuentes irrupciones por todo el país. El padre Montoya nada dice sobre la época de su fundación, pero la coloca en su Conquista Espiritual después del Corpus, y así la suponemos de las más antiguas del Uruguay, tal vez la segunda después de la Concepción.




ArribaAbajoReducción de la Asumpción de Nuestra Señora, alias de Mbororé o de la Cruz

Habla el padre Montoya de la doctrina de la Asumpción, y sólo dice que el padre Cristóval de Altamirano era cura de este pueblo, afligido entonces de una cruel peste, cuando dicho Montoya trabajaba su   —60→   Conquista Espiritual (capítulo 54), que parece fue el año de 1637. En las notas históricas de una carta latina de Misiones, anónima y no mal trabajada, que existe en el pueblo de la Candelaria, y que algunos presumen que sea del padre Buenaventura Suárez, se refiere que la Asumpción del Acaraguá se transfirió por la misma causa de las hostilidades de los portugueses, el año de 1637, a la orilla occidental del río Uruguay, más arriba de Yapeyú, donde se conserva en el día. También se dice de otra Asumpción del río Iguy, en la provincia del Caró, destruida igualmente que la de Todos Santos.

El pueblo de la Cruz se fundó el año de 1623 sobre el río Acaraguá, tributario del Uruguay por su banda occidental, al norte de San Xavier, de donde se trasladó al río Mbororé, y en 1657 se incorporó al de Yapeyú. Es el único pueblo de Misiones que está amurallado por las invasiones de los Charrúas.




ArribaAbajoReducción de Santa María la Mayor

El padre Diego de Boroa formó este pueblo al oriente del Paraná, el año de 1626, sobre la horqueta misma que forma el río Iguazú o de Curitibá. Lo escondido del paraje, inaccesible por la aspereza de una gran sierra y de los dos caudalosos ríos que le cercan, ponía fuera de toda esperanza la reducción de estos indios. Muchas veces despidieron al misionero los Iguazuanos, y aun trataron de matarlo, hasta que a fuerza de grandes trabajos y paciencia, acompañado del padre Claudio Ruyer, alcanzó el fruto de su conversión. Receloso de la cruel persecución de los paulistas, se mudó este pueblo, por noviembre de 1633, no lejos de aquel sitio donde estuvo antes el de Mártires, como se dirá, y últimamente se transfirió a donde hoy se halla, sobre la ribera occidental del Uruguay.




ArribaAbajoReducción de San Nicolás

Los padres Roque González y Ampuero dieron principio a esta reducción el año de 1626, situándola sobre el arroyo Piratiní, al oriente del Uruguay. El año de 1632, por enero, huyendo de los portugueses de la ciudad de San Pablo, se transfirió San Nicolás del otro lado del referido Uruguay, entre Santa María y San Xavier, esto es, donde hoy se   —61→   hallan. Por febrero de 1652 se unió al pueblo de Apóstoles, y finalmente en dicho mes de 1687 volvió a su lugar primitivo del Piratiní, donde subsiste.




ArribaAbajoReducción de San Luis Gonzaga

Este hermoso pueblo estuvo fundado, según las noticias de Azara, sobre el Igay, una de las primeras vertientes del Río Grande de San Pedro, como dijimos en su lugar. El año de 1632, impelido de los paulistas, se reunió a la Concepción, de que se volvió a separar por enero de 1687, colocándose en Caazapá-miní hacia aquel paraje donde estuvo fundada la Candelaria, y de allí pasó al sitio donde está. Sus pobladores son reliquias del pueblo de San Pedro y San Pablo de Caaguazú en los Itatines, de Jesús María del Ibitycaray y de la Visitación de la Virgen del Capy, reducciones antiguas de dicho Igay destruidas por los Mamelucos. El padre Montoya no incluye esta aldea en su relación, tal vez por hallarse reunida a la Concepción, como de hecho estaba cuando el padre escribía el año de 1638.




ArribaAbajoReducción de San Francisco Xavier

Con el afán común de trabajos, dádivas y perseverancia, dice el mismo Montoya, se fundó el evangelio en esta población, que sin controversia era la más brutal del Uruguay, por el ministerio del padre José Ordoñes, el año de 1629, sobre el río Tabytihú, poco más arriba de donde hoy se halla, al occidente de dicho Uruguay. Se habla también de otra reducción nombrada de San Francisco Xavier de Yaguaraity, destruida por la imprudencia de un español de Todos los Santos, cuyos moradores se reunieron a otros pueblos.




ArribaAbajoReducción del Caró y martirio de tres misioneros

Donde prendió con más suceso el fuego de la apostasía fue de la otra banda del Uruguay, en la reciente reducción del Caró, que   —62→   poco tiempo después plantearon los jesuitas, frente a frente de San Xavier. Era este pueblo del Caró, que se interpreta casa de avispas, del mayor cacique y hechicero que conocieron aquellas regiones, llamado Nezú, que quiere decir reverencia, nombre con que le apellidaban los indios por la veneración que se había granjeado con sus artes o encantos y militares hazañas. Llamó este gran impostor del Paraná a los padres González de Santa Cruz y Alonso de Rodríguez, natural de Zamora, con el objeto de que le instruyesen en las verdades de la religión católica, habiendo sido tan ardiente el deseo que tenía de abrazarla, que había antes formado iglesia y colegio para los misioneros. Tomaron pues éstos posesión de Caró, a que concurrió también el celo del padre Juan del Castillo, hijo de Belmonte, que actualmente empleaba su talento y fervor en la reducción de San Nicolás, poco distante. A los pocos días de elevado el trofeo de la cruz, mal hallado Nezú, despojado de su libertad natural, y con las austeridades de la vida cristiana, se trocó enteramente su espíritu, y acompañado de Quarubay, Carupé, Maranguá, esclavo de éste, y otros caciques, con gran multitud de bárbaros, cayeron de improviso sobre los padres, que estaban muy ajenos de aquella novedad, y les quitaron la vida inhumanamente. Un venerable cacique, muy anciano y lleno de canas, de no poca autoridad entre aquellos monstruos, quiso reprenderles y echarles en cara aquel terrible atentado, y pagó también con su sangre el celo de su caridad. Igual castigo iban a dar a otros dos muchachos, que hablaron contra aquel proceder e ingratitud, mas ellos lograron escapar de sus manos, llevando por caminos extraviados y ocultos la triste noticia de lo acaecido en el Caró a las otras reducciones. Convocáronse éstas, e hicieron ejemplar castigo de aquellas fieras. Parece que después de este suceso se formó en este mismo sitio la reducción intitulada de los Santos Mártires del Japón, que transmigró al Paraná en 1637, tomando la advocación de San Carlos Borromeo, y es la que sigue, según la carta latina de Candelaria.




ArribaAbajoReducción de San Carlos Borromeo

Según el padre Montoya, formó este pueblo el padre Pablo Palermo, a cuyo cargo corría esta misión. Servíanse los jesuitas de los indios ya reducidos para ganar y atraer a los que andaban vagando por los bosques. De este modo, discurriendo dicho padre Palermo por aquellas asperezas, auxiliado de algunos indios infieles, sacó de la selva un copioso rebaño. Azara dice que el padre Pedro Mola fundó a San Carlos en 1631, en el paraje llamado Caapy, donde fue destruido por los Mamelucos, y   —63→   de sus reliquias y las de otros pueblos se restableció el que hoy subsiste con el mismo nombre el año de 1639.




ArribaAbajoReducción de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo

Parece que el padre Alfaro dio principio al pueblo de los Apóstoles, el año de 1633, sobre el río Ararica en el Monte-grande, conocido entonces con el nombre de Sierra del Tape, con el título de Navidad, según Azara, que dejó por el que hoy lleva, mudándose el año de 1638 al paraje donde está, al occidente del Uruguay.

El padre Montoya habla de los Apóstoles y de la Navidad como de dos reducciones distintas, en capítulo separado. De la primera dice que era población nueva, y que se habían bautizado 4.000 personas, pero que los gentiles que quedaban daban muestras de que sería muy lustrosa en cristiandad. De la segunda da a entender que la fundó el padre Francisco Ximenes, y asegura se agregaron a ella cerca de 6.000 almas, de las cuales se habían bautizado 2.600 cuando escribió el padre su relación.




ArribaAbajoReducción de San José

El padre José Cataldino fundó el pueblo de San José en el sitio llamado Itaguatia, de la Sierra del Tape, siendo su compañero el padre Manuel Bertot. Bautizáronse al principio más de 3.000 almas; una furiosa peste detuvo los progresos que hubiera hecho esta reducción. Podemos poner la fecha de la fundación de San José en el año de 1633, después que dicho padre Cataldino vino de la romería del Guayra con los indios de Loreto y San Ignacio. Él mismo lo trasladó entre Corpus y éste, en 1637, en la migración general de la reducción del Tape; y después en 1660 se mudó a mejor terreno, donde hoy se ve, al lado de los Apóstoles y San Carlos.




ArribaAbajoReducción de San Miguel

Llegó al paraje donde se formó el pueblo de San Miguel, en la   —64→   sierra dicha del Tape, la nueva del evangelio, y sus moradores, deseosos de tanto bien, enviaron de muchas leguas en busca de misioneros. El primero que puso allí los pies fue el padre Cristóval de Mendoza, quien reunió y catequizó como 5.000 almas el año de 1632. Cuando los paulistas acometieron las reducciones vecinas de Jesús María y San Cristóval, transmigró San Miguel al occidente del Uruguay, cerca de la Concepción, y el año de 1687 se pasó al oriente, donde se halla.




ArribaAbajoReducción de San Cosme y San Damián

Una de las industrias con que los adivinos procuraban retraer a los indios del bautismo era atribuir a este sacramento la muerte, astucia que causó notable impresión en aquel gentilismo, viéndola muchas veces verificada, como quiera que los misioneros eran frecuentemente obligados administrarle a los adultos in articulo mortis, a causa de no haber tenido tiempo de instruirlos antes en la doctrina cristiana. Fue el pueblo afligido de una recia peste, azote ordinario a todos en sus principios, dimanando de la miseria, desnudez y natural desaseo de los bárbaros, hasta que llegaban a civilizarse alguna cosa, y particularmente por efecto del hambre, que necesariamente había de haber, ínterin el cultivo y siembra de los campos no les facilitaba la abundancia de comestibles. En esta ocasión llegó a tal extremo que los mismos sacerdotes tuvieron que recoger las semillas con sus manos para que no faltara sustento a las enfermas y enfermos, y poder sembrar al año siguiente.

Azara habla de la primera fundación de San Cosme en el Ibitimiri, lugar de la estancia grande del pueblo de San Luis en la Sierra del Tape, el año de 1694 por el padre Adriano Formoso; pero en la fecha parece que hay equivocación, pues el pueblo existía ya en 1638 en que escribió Montoya, que habla de él al capítulo 65 de su Conquista Espiritual. A los cuatro años, continúa el primero, se agregó al de la Candelaria, de que se separó y formó una legua al este sobre el Aguapey, el año de 1718. En este paraje hubo de ser donde practicó el padre Buenaventura Suárez sus observaciones y lunario de un siglo de que hemos ya hablado. En 1740 pasó San Cosme el Paraná, y se estableció sobre otro Aguapey que hay en aquella banda de occidente, y de allí se mudó por último en 1760 cerca de otra legua más al sur, donde se mantiene en ranchos e iglesia de paja, no habiéndose podido todavía formar en un buen gusto, por sus continuas mutaciones.



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ArribaAbajoReducción de Santo Tomé

El puesto donde se colocó esta doctrina era muy celebrado, y los moradores de toda la comarca le llamaron Tape, que significa camino, por su grandeza, derivándose de ahí su nombre a la provincia y a la nación. El padre Luis Arnot fue uno de los primeros pastores de este rebaño, quien dio a la reducción tanta extensión y forma de pueblo, y trabajó tan eficazmente en la enseñanza y cultivo de los indios, que se juntaron desde luego, y fueron bautizados al pie de 6.000.

El mismo cura los instruyó también en la agricultura o labranza de tierras, que siendo fértiles las de aquellos contornos hizo reinar abundancia de granos y demás bastimentos, y éste fue uno de los mayores atractivos de la gentilidad y fomento de Santo Tomé. Muchos no obstante aportaron en varias ocasiones, mas los tigres de aquella sierra, que los hay en gran copia y de fiereza extraordinaria, dice Montoya que los perseguían de muerte, haciéndoles volver a la reducción. No consta la traslación de ésta a donde hoy se halla, sobre la ribera occidental del Uruguay, omitiendo comúnmente dicho Montoya las datas de la fundación de los pueblos en su Conquista, y aun hasta la situación, o explicándola tan vagamente que en muchos no se puede averiguar. Es probable sería la emigración de Santo Tomé el año de 1637 a 38, después de la irrupción de los portugueses.




ArribaAbajoReducción de Santa Ana

Avecindáronse en este puesto de la serranía inmediata al río Yacay 6.000 personas, por el ministerio y cuidado pastoral de los padres Pedro Romero y Cristóval de Mendoza, que fundaron el pueblo hacia la latitud de 29º, con el título de Santa Ana, el año de 1633. Sus primeros curas fueron los jesuitas Ignacio Martínez y José Oregio, italiano. El año de 1637 se pasó a la margen oriental del Paraná, sobre el cerro llamado Peyuré, y de ahí, un poco más abajo, al paraje donde se halla el de 1660. Los primeros caciques de esta reducción, especialmente Ayeroviá, se distinguieron mucho por su adhesión a la iglesia: enseñaban con tesón y cuidado la doctrina a sus hijos; salían con frecuencia a caza de infieles y lograba particular fruto su religioso celo, hasta que tuvo el fin de acabar a manos de los paulistas.



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ArribaAbajoReducción de San Francisco de Borja

Parece fue colonia de Santo Tomé, de que se separó, y establecida al oriente del Uruguay disfruta de espaciosos y fértiles campos con abundancia considerable de ganados, que le han hecho florecer y causaron no pequeña emulación a su matriz. A esta reducción se agregó parte de los indios de Jesús María, desolada en el Igay por los paulistas el año de 1637. El templo de San Francisco de Borja, aunque no está bien conservado, es, por su capacidad y buenas proporciones, el mejor de los treinta pueblos. La fábrica es de tres naves, sobre pilares de columnas dobles, su cúpula muy desahogada y de mucha elevación, y un gran pórtico de arcos muy vistosos. El retablo principal es una concha de gusto mosaico, pocas molduras y abultadas, que llena todo el testero con agradable sencillez y majestad; y finalmente, la imagen del Santo no desdice a la hermosura de toda la obra, siendo más que todo de admirar sea puro trabajo de los indios, dirigidos por los misioneros. En el día no se puede emprender en Misiones esta clase de edificios, ni remediar el que se quebrantare; y así los más de los templos y colegios están amenazando ruina, y otros se arruinaron ya del todo, sin haber quien los levante; ¡tanto han caído las artes desde la expulsión de los jesuitas!




ArribaAbajo Otras reducciones destruidas y martirio de dos jesuitas

Además, cita el padre Montoya en su relación otras tres reducciones que ya no existen: la de Santa Teresa, donde se agregaron más de 5.000 indios, por la diligencia y fervor del padre Francisco de Ximénez, que los instruía en labrar y sembrar la tierra como en España, con arados, etc., y con esta industria los atraía de los montes en gran número; la de San Cristóval, cuyos gentiles se juntaron de ellos mismos, y deseosos del santo evangelio enviaron a varios mensajeros por los misioneros, y como éstos no viniesen tan pronto como deseaba su fervor, mandaron aquéllos de sus hijos más hábiles a los otros pueblos donde los había, para que se instruyesen en el catecismo, arquitectura, carpintería y demás facultades necesarias, y les sirviesen después a ellos de maestros en la doctrina cristiana y directores en la construcción de iglesia y colegio o casa; como todo lo consiguieron felizmente, por la eficacia de un honrado cacique, que tomó después en el bautismo el nombre de Antonio.   —67→   Mucho tiempo vivieron así, hasta que hacia los años de 1634 o 35 se les pudo enviar al padre Juan Agustín de Contreras. Y finalmente la reducción de Jesús María, que así como la de este nombre del Guayra, fue ésta en la del Tape. La fundó por los años de 1635 el padre Pedro Romero, superior entonces de las misiones del Uruguay.

Por ausencia de tan esclarecido varón, que fue a visitar las demás reducciones, quedó en Jesús María de cura párroco el padre Cristóval de Mendoza, que, no bien hallado con el quieto ejercicio de cura pastor, hizo desde Jesús María varias excursiones a los Tupís, en la provincia del Caaguá o Caaguapé, muy célebre por el número de sus habitantes. Mediaba en el camino de aquella región una sierra, a donde se había formado una reunión de 12 hechiceros y 700 secuaces de la misma secta; entre los primeros se hallaban dos muy nombrados, Yeguacaporú, que se tenía por Dios, y Tayubay, cuyos embustes y enredos lo habían tenido antes arrestado en el pueblo de San Miguel por disposición del mismo padre Mendoza. Animado éste de la felicidad de sus primeras empresas, tentó nueva romería al año siguiente de 1636 a la referida provincia del Caaguapé; estuvo de paso en aquella mazmorra, donde fue recibido con fingido agrado, pidiéndole con vivas instancias verificase por allí su regreso. La bondad del santo varón se dejó persuadir de aquellos falsos encarecimientos, llevado del buen deseo de acabarlos de ganar o de sacar algún fruto; mas aquellos salvajes, que bajo de la piel de oveja ocultaban la saña de feroces lobos, pusieron sus manos sacrílegas en ese buen misionero, quitándole la vida con la mayor crueldad.

Por esta época, con diferencia de meses, acaeció la nueva invasión de los portugueses, atacando primero estas doctrinas de Jesús María y San Cristóval, como las más avanzadas de la Sierra del Tape hacia la cabezera del Igay, por cuya causa se trasladaron varias, retirándose más adentro, y otras quedaron enteramente destruidas, agregándose sus reliquias a las demás, como vamos a exponer.

Los autores jesuitas y otros se explican diversa y confusamente así sobre el número de estos pueblos como sobre su denominación. Algunos suponen muchos más de los que hemos nombrado, y aún nombraremos, arreglándonos como hasta aquí a la data de su erección. Nosotros nos hemos visto precisados a seguir lo que nos ha parecido de más cierto, y suponemos que si hubo otras reducciones, como es probable, fueron todas envueltas en los desastres de las malocas de los portugueses.



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ArribaAbajoDestrucción de las reducciones de la Sierra del Tape y del Igay por la segunda invasión de los paulistas

Después de la translación de los pueblos de Loreto y San Ignacio al Yabebiry, fue nombrado super-intendente de todas las misiones el padre Ruiz Montoya, que venía de serlo de las del Guayra. Instruido años antes este religioso de las ideas de los Mamelucos, trató con tiempo de visitar sus reducciones, tomando algunas medidas para ponerse en estado de defensa, si era posible, las más avanzadas o expuestas, y si no retirarlas al Paraná y Uruguay, reuniéndolas unas a otras para que se ampararan recíprocamente, y pudieran recibir auxilios oportunos de la Asumpción, de donde quedaban más cercanas.

Estaba, pues, el padre Montoya en medio de su visita, cuando las espías avanzadas avisaron de la venida del enemigo, que con gran diligencia se acercaba al pueblo de Jesús María. No pudieron los indios concluir un cerco o palizada que construían para su defensa, y el día de San Francisco Xavier, 3 de diciembre de 1637, se dejaron venir sobre la población, a bandera desplegada, caja tañida y orden militar, 140 paulistas, con 1.500 Tupís, todos bien provistos de armas de fuego y blancas, y vestidos de ciertos trajes colchados de algodón, a manera de dalmáticas, que llaman escaupiles, y sirven de escudo contra las flechas. Hallábase todo el pueblo en la iglesia, celebrando la festividad del día, y acudiendo cada cual a la defensa justa de su libertad, animados de los padres, se trabó una dura refriega, en que se peleó con tesón por ambas partes el espacio de seis horas. Al cabo de este tiempo, más venturosos los portugueses, se declaró por ellos la victoria; el pueblo de Jesús María fue entregado al saco, el templo del Señor incendiado, las casas destruidas, muerto el cura pastor, heridos los otros compañeros, y escarriadas, presas y muertas las ovejas, de que llevaron grandes sartas cautivas en grillos y cadenas aquellos desalmados hombres, de que también quedaron no pocos en la demanda.

Destruida la reducción de Jesús María, dieron sobre la de San Cristóval, distante de aquélla como 4 leguas, el 25 de diciembre del mismo año. Era pastor de aquella grey el padre Juan Agustín de Contreras, quien, experimentado de la desolación del Guayra en que se había hallado, acababa de retirar la chusma de mujeres, niños y ancianos al pueblo de Santa Ana, que distaba de allí sólo 3 leguas. Quedaron en San Cristóval 1.600 indios guerreros, resueltos a defender con todo vigor los fueros de su libertad,   —69→   los cuales, apercibidos a la primera voz de alarma, presentaron una oposición de las más esforzadas, que sostuvieron constantemente durante el día. Peleaban los enemigos con furor, armados de mosquetes, fusiles, y revestidos de sus lorigas de algodón; los indios por el contrario desnudos, sin otras armas que sus arcos y flechas, y sin embargo de tan considerable superioridad, los rechazaron hasta dos veces, obligándoles en la última a ganar un bosque inmediato para no perder su bandera. Con la obscuridad de la noche tuvieron forma los paulistas de poner fuego a la iglesia, que devoraron las llamas en breves instantes, y cundiendo después a las casas y demás ranchos del pueblo, quedó todo reducido a cenizas.

Perdidas con este accidente las primeras ventajas, y obligados los Guaranís a salir al siguiente día a campo raso, tuvieron por mejor consejo retirarse al amanecer a la reducción de Santa Ana, y deliberar allí el partido más conveniente a circunstancias tan críticas. El padre Montoya, que con la noticia de estar el enemigo en campaña había acelerado su marcha, acababa también de entrar en este pueblo, que halló en la mayor confusión y desorden, todo el mundo consternado y sin saber a qué carta quedarse. La noche se pasó toda en consultas, como pedía el remedio de aquellos males, y al día se tomó por fin la resolución que parecía más acertada de poner alguna más tierra de por medio, pasándose a la Natividad, que distaba todavía otras 4 leguas, y ganando los instantes para apoderarse del río Ararica, que se hallaba en el camino, y era de alguna consideración y montuoso, preparándose con todo empeño para hacer en él la última resistencia. Los indios efectivamente fortificaron el único paso que tenía el arroyo con la posible actividad, y alentados con la ventaja del puesto y los bríos que inspira siempre la justicia, aun en las causas más desesperadas, defendieron con tanto valor y aun con mayor dicha su desfiladero que los antiguos espartanos el de las Termópilas.

Detenido con esta barrera el fiero Mameluco, que hizo no obstante tentativas para superarla, y aun incomodado y perseguido después por el valeroso Guararú, que desde aquella fortaleza hizo varias salidas sobre el común enemigo de la patria, tuvo éste que retirarse con no pequeña pérdida de sus antiguos despojos, algunas de sus armas y porción de prisioneros que se le desertaron. Fue con todo tan excesivo el número de esclavos que llevó al Brasil, que afirma el padre Montoya, al capítulo 77 de su Conquista Espiritual, haber tocado a los dos capellanes del ejército hasta 700 individuos, deducidos de sólo el diezmo, pues se repartían como cabezas de ganado. Se deja entender no entrarían en esta cuenta los heridos, quemados y muertos, que no serían en menor cantidad, asegurando el padre Boroa, prepósito general ya en este tiempo, que presenció aquellas desgracias, y aun quiso pasar al campo enemigo para reconvenirle con la enérgica   —70→   voz de su elocuencia, que halló los caminos, montes y pueblos cubiertos de cadáveres destrozados, y de gente moribunda y mutilada. ¡Escandalosa y execrable impiedad, que ofende notablemente los oídos de todo ente racional!

Los misioneros que ejercían con los indios las funciones de ángeles custodios, aprovechando los intervalos de aquella tregua, o suspensión de hostilidades, fueron reuniendo sus inocentes pequeñuelos, escarriados y perdidos por todas partes, a la Navidad, que vino a ser el pueblo de la común asamblea. Hízose convocatoria general de toda la demás gente de las otras doctrinas de la Sierra del Tape; se recogieron las imágenes, ornamentos, vasos sagrados y demás alhajas preciosas de las iglesias y colegios; quemáronse estos edificios y los pueblos, para no dejar guarida ni despojo alguno que pudiese dispertar nuevamente la codicia de los Mamelucos, y dar otra vez lugar a la profanación de los sacrificios santos. Se verificó, como en el Guayra, la segunda transmigración del pueblo escogido a las reducciones más internas del Paraná y Uruguay, a principio del año de 1638.




ArribaAbajoNuevas reducciones del Paraná y Uruguay

La necesidad puso las armas en las manos de los Guaranís por disposición de sus directores, que se vieron obligados a instruir a los neófitos en la disciplina militar o arte de la guerra, no bastando el medio de las migraciones para contener al Mameluco. Hacia esta época, parece, debemos colocar la introducción de las excelentes armerías que tenían los pueblos, de que se notan vestigios, surtidas de toda especie de arma blanca y de fuego, el alistamiento de los indios en milicias formales y la fábrica de la pólvora y otras municiones, cuya noticia es vaga e incierta. También desde este tiempo no se oye hablar de positiva invasión de los portugueses, moderados por aquel respeto, y desde la jornada de Ararica no hubo frontera más segura y defendida que la de los Tapes. Esto subió tan de punto en los años siguientes, que los indios de Misiones pasaron a dar auxilio a las otras provincias en sus mayores turbulencias, y en las diferentes guerras de la Colonia y demás, contra el lusitano a quien se hicieron temibles. Sirvieron siempre gratis, con esmero y puntualidad, y llegaron a ser el recurso de mayor confianza en los apuros del estado.



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ArribaAbajoReducción de los Santos Mártires

De este modo reinó siempre la paz en la provincia de las Misiones. De las reducciones de San Joaquín, San Cristóval, Jesús María y los Santos Apóstoles del Igay, destruidas por los paulistas, como acabamos de ver, se formón dentro del mismo año de 1638, la de los Santos Mártires, entre las asperezas que dividen al Paraná del Uruguay, no lejos de donde hoy se halla y se colocó en 1704.




ArribaAbajoReducción de Jesús

Este pueblo fue fundado el año 1685 por el padre Gerónimo Delfín, que lo situó sobre el río Monday, cerca del Paraná. De allí se internó al río Ibaroty, después al Mandioby, y últimamente al Capibary, donde subsiste, a occidente del mismo Paraná. Los padres de la Compañía trataron, poco antes de la expulsión, de mudar el pueblo a una hermosa loma, que dista de 4 a 6 cuadras por el cuarto cuadrante. Empezaron la obra toda de cantería y sillería, sobre un pie de solidez y grandeza que no se ve en Misiones. A la iglesia sólo falta el cubrirla, y el colegio no deja de estar bien adelantado, como así mismo el casco de la aldea; y sería lástima no continuar tan buenos principios hasta su conclusión, mayormente cuando el pueblo viejo no está lejos de su entera ruina. Mas por esta clase de empresas es indispensable en el día que el gobierno tome la mano, pues de los administradores no hay esperanzas, ni tienen facultades. El Jesús es de los más ricos en buenos yerbales, y la yerba que beneficia, que puede ascender de 10 a 12.000 arrobas un año con otro, es buscada con preferencia por su buen punto y superior calidad.




ArribaAbajoReducción de San Lorenzo

San Lorenzo es colonia de Santa María la Mayor, separada en 1691, y establecida desde entonces en donde se conserva.




ArribaAbajoReducción de San Juan

También es colonia del pueblo de San Miguel, separada en 1698.   —72→   El colegio de esta reducción es de los más lindos; al corredor principal, que se halla sobre una eminencia muy dominante, se sube por una gradería de pasos, y su vista es muy alegre y divertida.




ArribaAbajoReducción de la Trinidad

Fue colonia de San Carlos; dividida en 1706, estuvo entre Mártires y San José, hasta 1712 que se transfirió al sur del Capibary, cerca de Jesús, que está al norte de dicho arroyo, en que ambas reducciones tienen su puerto y barcos para el beneficio de sus yerbales del Paraná y navegación de este río. Trinidad es el pueblo que los jesuitas trabajaron con mayor fundamento y gusto, y en el día es el más destruido, no se ve en él otra cosa que escombros y ruinas. La iglesia, que era primorosa, de pura piedra, llena por fuera y dentro de estatuas de lo mismo, columnas y otros adornos, se desplomó enteramente, como también la mayor parte de los portales del colegio y casas que eran de arcos y pilares de igual cantera, hechos con todo costo y cuidado.




ArribaAbajoReducción de San Ángel

Del mismo modo San Ángel fue también colonia del pueblo de la Concepción, que pasó el Uruguay el año de 1707, situándose sobre el Yyuy, y después se trasladó donde hoy está.




ArribaAbajoMisiones de los Guaycurús y de Guarambaré

Felipe III destinó, en cédula de 16 de marzo de 1608, cincuenta religiosos de la Compañía de Jesús a la conversión del gentilismo de esta América, de los cuales pasaron seis a la provincia del Paraguay y Tucumán. El padre Vicente Grifi, que fue uno de ellos, de nación italiano, y el padre Roque González, fueron encargados de la misión de los Guaycurús, que fue la tercera y la más ardua de todas, que los jesuitas emprendieron a un mismo tiempo, por el mes de diciembre de 1609. La paternal providencia del Rey ordenaba, así en dicha cédula como en otra posterior de 20 de noviembre de 1611, que los misioneros no sólo fuesen asistidos de todo lo necesario al ejercicio de su ministerio por cuenta de su erario   —73→   real, sino también que se les diese a cada uno un sínodo competente de 150 pesos al año, campana, cálices, ornamentos y otros útiles a cada reducción; y finalmente que los indios que se fuesen convirtiendo por la predicación evangélica se incorporasen bajo de su real corona sin encomendarlos a españoles, ni obligarles a pagar contribución alguna durante el término de 10 años, contados desde la época de su conversión; disposición admirable, propia de su piedad, y que contribuyó en gran manera a la reducción de los bárbaros.

La ferocísima nación de los Guaycurús vagaba al occidente del Paraguay, entre los ríos Pilcomayo y Yabebiry o Confuso, al que llaman Río de los Fogones. El país en tiempo de lluvias se cubre todo de pantanos y anegadizos; y por lo contrario en tiempo de las secas es tal la fuerza del sol y la escasez de aguas que, abriéndose la tierra en zanjas profundas, se hace intransitable hasta a las fieras.

Sin embargo se conservan algunas lagunas a largos trechos, y a ellas, como a seguro asilo, se acogen los Guaycurús, y pasan la vida sin más alimento que algún pescado, raíces de totora y el agua hedionda de aquellos lodazales. Metidos en estas guaridas inexpugnables por su naturaleza, viven muy contentos y libres de las correrías de los españoles, que en el dilatado espacio de 150 años, a pesar de los más poderosos y repetidos esfuerzos, no han podido adelantar su conquista, con todo de no mediar más que el dicho río de Paraguay. Antes bien hacen ellos continuas irrupciones en nuestro país, llevando todo a sangre y fuego, y cometiendo horrorosas crueldades y perfidias, aun en medio de la calma de la paz, de modo que nos obligan a estar siempre de centinela con el mayor cuidado y vigilancia.

Tres son las parcialidades de esta nación belicosa: Epiguayi o Guaycurú-guazú, la Taquiyiguí o Codollate, y la Nupinyiguí o Guaycurutí, que es lo mismo que septentrional, meridional y occidental. Su lenguaje es uno mismo, como también su traje y costumbres brutales y bárbaras; mas reina entre ellos comúnmente alguna división, y aun la guerra a que los inclina su fiero y altivo carácter, pero se reúnen siempre contra el español, siendo para todos insoportable su yugo. Sus pueblos o estancias más notables eran Yasocá y Guazutinguá. Los misioneros no fueron en ellos bien recibidos, y aunque la Compañía hizo todo lo posible, no sólo en aquella época, sino en otras diversas tentativas por reducir al seno de la iglesia católica este numeroso gentilismo, que traía la doble utilidad del sosiego público, y a este fin destinó en lo sucesivo los más ejemplares y fervorosos varones; desengañada al cabo de 17 años de que aún no era llegado el tiempo de la conversión de   —74→   los infieles, fue abandonada la misión, y los Guaycurús quedan hasta el día en su antigua fiereza y barbarie.

Las pocas esperanzas que daban los Guaycurús de su conversión fue causa de que Hernando de Arias, protector general de los indios, presentase requerimientos a principios de 1612 para que los jesuitas que se hallaban ocupados en aquellas doctrinas, después de dos años sin utilidad, pasasen a la otra banda del río Paraguay a los pagos de Guarambaré y Pitum o Ipané, cuyos habitantes eran por la mayor parte cristianos, y se hallaban desde la célebre correría evangélica de los padres Juan Saloni y Marciel de Lorenzana, el año de 1593, sin doctrinero que los instruyese ni suministrase el espiritual alimento de sus almas. El cabildo eclesiástico requirió en virtud de esto al rector de la Compañía, que a la sazón era el padre Diego González Holguín, y consecutivamente fue presentado el padre Vicente Grifi para la misión de Guarambaré, por el gobernador actual don Diego de Martínez Negrón, en fuerza del real patronazgo, dando el Deán y Cabildo, sede vacante, la respectiva colación canónica de aquel destino.

Fueron compañeros de esta empresa del padre Grifi, el padre Baltazar de Sena, que terminó en ella su vida, y el padre de San Martín, los cuales salieron de la Asumpción el 8 de agosto de 1612. La navegación fue algo peligrosa, y estuvieron de paso en una población del río Xexuy, distante dos jornadas de Pitum. Los principales caciques e indios de Guarambaré se adelantaron hasta aquí a recibir los misioneros, que los llevaron seguidamente a sus tierras, haciéndolos entrar por medio de calles formadas de arcos triunfales, ramas, flores y otros adornos.

Linda el Ipané al septentrión con la antigua y espaciosa provincia de los Itatines, la que se da la mano con las floridas y hermosas campañas donde estuvo fundada la ciudad de Xerez, como dijimos arriba, pobladas entonces de innumerable gentilismo. Los primeros que anunciaron la fe en este gran territorio fueron los jesuitas Saloni y Lorenzana, que hemos nombrado, en cuyo tiempo se formaron las tres famosas reducciones de Taré, Caá-guazú y Bomboy.

Eran los Itatines muy fervorosos, y tenían sobre todo un fondo de docilidad que los caracterizaba y los distinguía de todas las demás naciones. Daban a los padres amorosas quejas, y les mostraban vivos sentimientos por todas partes de que les hubiesen dejado en aquel olvido y abandono tanto tiempo, prefiriendo a los Guaycurús y otros paganos que se rebelaban todos los días y no les eran tan sumisos y fieles a sus preceptos. El padre Diego Boroa fue también en lo sucesivo uno de los   —75→   operarios de esta viña, que la limpió de la cizaña que en odio a los obreros del Señor habían sembrado los encomenderos, porque separaban a los indios que les sirviesen arriba de un mes, que era el término prescripto por las ordenanzas del Señor Alfaro, y conforme a las piadosas intenciones de nuestros monarcas. Vimos finalmente plantar en este suelo por la providencia y vigilancia del padre Montoya, a su retirada del Guayra, los renuevos de aquellas cuatro reducciones de que hablamos. Mas la mano desoladora del paulista, que a manera de un viento abrasador taló y quemó todas estas reducciones, dejándolas desiertas, disipó también y arrancó estos tiernos vástagos, forzando a los Itatines a otra migración, no menos ardua y trabajosa que las referidas del Guayra y Sierra del Tape, de que resultó la formación de las siguientes reducciones.




ArribaAbajoReducciones de Santa María de Fe y de Santiago

Parece que hacia los años de 1592, o lo que es más probable el inmediato de 93, entró el capitán Juan Caballero Bazán a la provincia del Itatín, y reduciendo a los caciques Amadaiby, Juan de Cabuzú, Parayty y otros, con sus numerosas parcialidades y rancherías de indios que se les agregaban y sometían, fundó tres reducciones considerables que se llamaron Caá-guazú, Taré y Bomboy, y estaban no muy distantes de la nueva Xerez. Fueron estos pueblos encomendados a los vecinos de la Asumpción por Bazán; y en los principios cuidaba de ellos un clérigo, que se retiró después de algunos años, dejándolos a cargo de los jesuitas de Guarambaré, que desde sus nuevas doctrinas, recién fundadas sobre el río Ipané, visitaban aquéllos de cuando en cuando.

Destruidas unas y otras por los Mamelucos el año de 1632, y dispersos los indios por los montes, fueron de allí a poco recogidos y agregados en dos pueblos, nombrados el uno de ellos San Benito, en memoria del señor obispo don Cristóval Aresti, que era de la religión del patriarca. Dos jesuitas, que se hallaron en esta invasión de los portugueses, de los cuatro destinados a esta provincia por el padre Montoya desde el Salto del Guayra, se encargaron de dichos pueblos, poniéndoles nuevos nombres: al de Taré, Santa María de Fe, y San Ignacio al de Caá-guazú.

El año de 1649 fueron nuevamente invadidos por los mismos portugueses, y restablecidos por el gobernador don Diego de Escobar,   —76→   sobre el dicho Ipané, en un paraje llamado Aguaranamby, donde permanecieron siete años. De aquí volvieron a su primitivo lugar, y de él tuvieron que retirarse doce leguas del Paraguay, por las continuas hostilidades de los Guaycurús y Mbayás, que dominaban tiránicamente el río. Y por último, el año de 1659, los transfirieron los jesuitas a tierras del Paraná, donde hoy subsisten, gozando de la inmunidad de las mitas o encomiendas, como los demás pueblos de esta comarca, que fue, a lo que parece, el objeto que se propusieron los padres en esta última traslación. San Ignacio de Caá-guazú tomó el título de Santiago, para no confundirse con el otro San Ignacio-guazú de este mismo departamento; y éste es el origen de estas dos célebres reducciones, según Azara, que se sirvió comunicármelo entre otras cosas que extrajo de varios papeles curiosos del archivo de la Asumpción.




ArribaAbajoReducción de Santa Rosa

Fue colonia de Santa María de Fe, establecida donde se halla el año de 1698. Floreció mucho más que la matriz, llegando a ser una de las más populosas y ricas de todas las reducciones de los jesuitas; y hasta el día conserva no pequeños vestigios de su antigua grandeza, tanto en el suntuoso templo como en sus adornos y exquisitas alhajas de oro y plata.

Reducciones de San Joaquín, San Estanislao y Nuestra Señora de Belén

Estas tres reducciones son también fundación de la Compañía, las dos primeras de indios Cainguás de los montes de hacia el Paraná, y la otra de los Mbayás del Paraguay. San Joaquín se colocó sobre el Taruma o Ihú, brazo del Acaray; San Estanislao sobre el Miranguá del Monday; y últimamente Belén sobre el río Ipané, que fluye al Paraguay, que es la última doctrina de los jesuitas.



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ArribaAbajoReducción de San Francisco de Paula

Por los años de 1770 fundó el dominicano fray Bonifacio Ortiz la reducción de San Francisco de Paula, recogiendo algunos indios de los Guayanás y Cainguás en el paraje o pequeño arroyo Tembey en la costa occidental del Paraná, de donde se trasladó a la oriental sobre el Ibiray, para ponerse al abrigo del pueblo del Corpus, de que dista un día de camino. Esta doctrina ha hecho muy pocos progresos; en el día subsiste en ranchos de paja, con pocos indios, pues cuando más contará treinta, y otras tantas chinas o mujeres, y mucha pobreza, lo que ha sido causa de que no se le ponga administrador, como a los demás pueblos, dejándola enteramente a la dirección de su cura. En las vecindades de San Francisco de Paula viven por los montes al pie de 700 indios de los mismos Guayanás, que sería muy fácil reducir dando a esta doctrina algún fomento, de que se halla destituida y necesitada.




ArribaAbajoAdvertencia

Los autores jesuitas, y otros que hemos consultado para formar este resumen, se explican de diversa suerte y confusamente, así sobre los sitios en que fundaron estos pueblos, como sobre su número y denominación, dando a varios de ellos la misma. Los planos antiguos están sembrados de reducciones, las más de ellas destruidas. En el día es muy difícil, si no digo imposible, la investigación exacta de su origen, mayormente habiéndose recogido y reservado los protocolos y archivos de los padres. Por esta razón nos hemos reducido a lo que hemos encontrado de más cierto, colocando las que hemos nombrado, que son las existentes, con arreglo a la data de su erección; y suponemos que si hubo más doctrina, como es probable, fueron todas envueltas en los desastres de las malocas de los portugueses.





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ArribaAbajoCapítulo V


ArribaAbajoGobierno y estado de las Misiones en tiempo de los jesuitas

No podemos hablar del estado actual de las Misiones sin delinear antes un pequeño bosquejo de aquél en que las formaron y dejaron los jesuitas; pues en substancia es poca la alteración, acomodándose los gobernadores de Buenos Aires y Paraguay, a cuya jurisdicción pertenecen, a seguir desde entonces en materia de gobierno las mismas huellas que trazaron los padres, que conociendo tan bien el carácter de los Guaranís, como que los habían criado a segunda naturaleza, sacándolos de la barbarie y soledad del bosque a la cultura de una vida social y racional, acertaron a establecer un sistema de gobierno civil, tan adecuado al genio de la nación, como raro y nuevo en el mundo.

Los obispos hasta el día tampoco se atrevieron a variar la ruta de los misioneros en el régimen espiritual, que no es menos particular y admirable que el político y económico. Tenía pues la Compañía un superior de todas las Misiones en el pueblo de la Candelaria, cuya situación, en el centro de los otros, le daba facilidad de visitarlos con frecuencia. Éste tenía otros dos vice-superiores o tenientes, que residían en el Uruguay y Paraná, y le ayudaban a llevar el peso de los negocios, con la debida sujeción o dependencia, cada uno en su respectivo departamento. Además de estos tres sujetos, en quienes reposaba en general el cúmulo de los asuntos y la máquina del gobierno, tenía cada pueblo su cura particular, acompañado de otro sacerdote y a veces dos, con arreglo a su capacidad y vecindario, y con entera subordinación a los primeros.

Entre el cura y el compañero se repartía todo el peso de la aldea en lo espiritual y temporal: el uno ejercía las funciones propias de un pastor de almas, cuidadoso de alimentar sus ovejas con la santa doctrina; el otro las de un fiel y solícito procurador, encargado de la administración de los ganados y cultivo de las haciendas de campo. El primero ilustraba el espíritu de los feligreses, el segundo enseñaba a sus pupilos las artes mecánicas, la agricultura y toda especie de labor o tarea útil. Cada uno se aplicaba con tesón al desempeño de su instituto, los dos se ayudaban y suplían mutuamente en sus encargos   —79→   y, rígidos observantes de la instrucción del superior, reinaba entre ellos la paz, dando buen ejemplo a su pequeña grey, y haciendo de la reducción una casa de familia bien ordenada.

Para la administración de justicia y dirección de policía tenía cada pueblo, a imitación de las ciudades, un Cabildo formal, compuesto de un corregidor, dos alcaldes y varios regidores. El primer empleo solía ser perpetuo, y los demás anuales, electivos todos entre y por los mismos indios, mas con aprobación siempre del cura, que era el alma de sus asambleas y resoluciones. Para defensa de los infieles, o más bien contra las frecuentes invasiones de los paulistas, de que, como se ha visto, fueron muy perseguidas antiguamente las Misiones, había también en los pueblos su milicia arreglada en compañías de la gente más propia para la guerra, y mandada por sus correspondientes oficiales, escogidos comúnmente entre los de mejor conducta y valor. Éstos disciplinaban las tardes del día de fiesta su tropa, ejercitándola con evoluciones de táctica y torneos muy vistosos, así de caballería como de infantería, y principalmente en el manejo de armas blancas y de chispa, de que tenían provisión. Así los cabildantes como los oficiales de milicia, cabos y sargentos, usaban todos de sus bastones y varas, que aún conservan en el día, según el carácter de su empleo. Tenían además vestidos muy costosos y lucidos, algunos de ellos bordados y guarnecidos de oro y plata, y tal vez con la divisa del pueblo, a que agregaron jaeces de caballo, nada inferiores, y con estos adornos se presentaban en las grandes fiestas, días de gala y besamanos, de que eran muy observantes y asistían a los ejercicios militares de parada.

En todos los pueblos había escuelas de primeras letras, música y danza, que también se conservan, para educación de la juventud, como asimismo diferentes laboratorios de oficios mecánicos: tallistas, carpinteros, relojeros, torneros, sastres, bordadores, zapateros y otros; y como los padres tuviesen el cuidado de dar a los muchachos el destino según su particular aplicación y talento, sacaban muchos y buenos profesores en todas estas artes. El resto de la gente se aplicaba al beneficio de la labranza y guarda de ganados; y para que a las mujeres no faltase ejercicio propio del sexo, se les destinaba al hilado de algodón y lana para la fábrica de lienzos y ponchos, que es y ha sido siempre el vestuario propio de estos naturales.

El cura y el compañero decían misa todos los días bien de mañana, a que asistía todo el pueblo presidido del Cabildo, con notable puntualidad y devoción. Después se dedicaba cada cual a su   —80→   tarea: los niños a sus escuelas, los oficiales a sus talleres y la gente de labor a sus trabajos de campo. Estos ejercicios se interrumpían sólo a mediodía el espacio de dos horas, para tomar algún descanso y alimento, y a la tarde se continuaban con nuevo empeño hasta puestas de sol, que a toque de campana se daba de mano, volvían todos a la iglesia, rezaban todos el rosario de la Virgen en comunidad y se retiraban a sus casas hasta el día siguiente.

Para que nadie faltase sin justo motivo a la formalidad de estos actos, y desempeñase cada uno su respectivo ministerio con la debida atención, eran siempre dirigidos por uno de los regidores o cabildantes, que celaba el cumplimiento y asistencia de todos por pie de lista, procurando después el merecido castigo a los culpados. Éste se reducía únicamente a un ligero arresto o pequeña mortificación, ayuno, etc., o cuando más algunos azotes, y sólo se imponía por el corregidor con informe del cura, precediendo exacta averiguación de la causa. El que llegaba a ser reprendido de este modo, a manera de un hijo humilde, tenía después que agradecer el beneficio de su corrección, dando las gracias y besando la mano a su paternidad; y establecido desde el principio tan importante punto de disciplina, no se conocieron jamás en las Misiones otros delitos, ni tampoco fue necesaria otra legislación.

Los domingos y demás fiestas empleaban casi toda la mañana en la iglesia, entretenidos en ejercicios devotos y en la necesaria instrucción de la doctrina cristiana. Ésta se rezaba toda entera antes de la misa conventual, por un Catón, en voz clara, repitiendo el pueblo muy despacio; y de este modo se hallaban todos instruidos en los misterios de la religión, mandamientos de la ley y oraciones de la iglesia católica; y esto no solamente por el catecismo de la lengua castellana, sino también por el de su propio idioma, que fue compuesto por el padre fray Luis Bolaños, de la orden seráfica, y aprobado por el concilio limense.

Después de la doctrina se les enseñaba a contar desde uno hasta mil o más, el nombre de los días de la semana, el de los meses del año, y otras cosas semejantes, siendo todo preciso, porque el idioma guaraní, aunque tan elegante y fecundo que el doctísimo Pedro Lozano lo compara con el griego, carece de frases propias para explicar los conceptos que hemos referido, y no tiene números para contar más de cinco, que son los dedos de la mano, y los indios se veían muy embarazados para expresar los pecados en la confesión cuando pasaban de aquel número.

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Durante este tiempo se suministraba el bautismo a los infantes nacidos en aquella semana y a los catecúmenos, que regularmente los había de los infieles comarcanos que solían reducirse; se confesaban los ya cristianos, lo que practicaban cuatro veces al año, y algunos más, como los hermanos o cofrades de la Congregación o Anunciación de la Virgen, y otras hermandades; y por último se celebraban también estos días matrimonios, procurando los jesuitas que se casaran todos sus neófitos lo más temprano que fuera dable, para evitar otros desórdenes. A la administración de los sacramentos seguía una plática doctrinal sobre un punto de moral cristiana, y después la misa cantada con la solemnidad que pedía la rúbrica del día, y no con menos solemnidad y pompa que en las catedrales.

Con este objeto tenían las iglesias su orquesta o capilla de música, compuesta de considerable número de instrumentos y voces, y otra porción no menos crecida de sacristanes y seises para el servicio particular y aseo de las dichas iglesias, unos y otros tan impuestos en el ceremonial, salterio y en los diferentes oficios y cantos, y ejercían todas sus funciones con tal circunspección y gravedad, que hasta el día de hoy, que todo ha declinado mucho de su antigua observancia, edifican a la gente más hábil, confunden a los menos instruidos y causan notable devoción al pueblo. Muchos de los curas de estos tiempos no usan de otro ritual que la práctica misma de los músicos y sacristanes, y con ser que la mayor parte eran muy niños, tenían, fuera de lo dicho, la habilidad de coser, bordar, hacer flecaduras, encajes, trenzas, manteles, corporales y demás ropa de iglesia, que conservaban con la mayor decencia y primor.

Las funciones en que los pueblos ponían todo su esmero y no excusaban gastos, eran, y aun son actualmente, las de los días de Corpus Christi y del santo tutelar, particularmente en esta segunda, llamada por antonomasia la fiesta del pueblo. Para estas festividades se preparan todos de mucho tiempo antes: reina en ellas la abundancia y la profusión, los naturales se revisten de un nuevo agrado y alegría y se adorna la plaza con varios altares. En la del Corpus se forma una carrera vistosa de enrejados o tejidos de cañas y arcos triunfales, que adornan después con frondosas palmas y ramos de árboles verdes, con bastante gracia y simetría. Colocan delante unos altaritos con sus lares, o santos de su devoción, estampas y láminas. Cuelgan luego de aquellos arcos, poco antes de pasar el Sacramento, todos sus vestidos y ropas; sus comestibles de tortas de maíz, mandioca, batatas, naranjas, limones y otras frutas verdes y secas; los porongos o calabazas de las chichas y brebajes, carnes asadas y crudas,   —82→   todo género de animales y aves, vivos o muertos, como los puede haber su diligencia; toda especie de granos y semillas que dan después a la tierra, aguardando su piadosa creencia una cosecha abundante; y últimamente, cuanto tienen y pueden conseguir de raro o particular, todo lo presentan al Ser Supremo para que lo santifique con su presencia, y en la buena fe de que este momentáneo sacrificio ha de producirles un caudal eterno de gloria.

Para la fiesta del santo patrono se convidan los cabildos, curas y administradores de los otros pueblos inmediatos, y generalmente todas las personas de algún viso y amistad. Éstos suelen venir un día antes, y se les sale a recibir a larga distancia con música de pífanos y tambores; se les aloja en los mejores cuartos o viviendas del colegio, se les festeja con todo obsequio y urbanidad, y a su retirada se les acostumbra dar algún tupambay o regalo, que se reduce a una pequeña expresión de algunas varas de lienzo fino, picho, paños de manos bordados, y otras cosas semejantes del país, aunque se ha llegado a abusar en esto y cometer varios desórdenes.

Esta función dura comúnmente tres días: en el primero, al punto de las doce todos los del pueblo y convidados montan a caballo, reservando para estos casos una caballada numerosa y escogida que llaman del Santo, y se dirigen juntos a casa del alférez real. Acompañado éste de su paje, no menos engalanado que él, toman también sus caballos, que son de los selectos, muy saltarines y ricamente enjaezados; reciben el estandarte real en casa del Cabildo, y tremolando delante sus banderas cuatro soldados de la milicia de infantería, y blandiendo sus lanzas otros cuatro con igual alternativa y destreza de todo aquel lucido acompañamiento, dan una vuelta redonda a la plaza con toda pausa y gravedad, mucho ruido de tambores, pífanos, tiros, camaretas y continuas aclamaciones de vítores y voces de Viva el Rey y el Santo Tutelar.

Este paseo se termina en la puerta de la iglesia, donde, dejando todos sus caballos, son recibidos de los curas y demás sacerdotes que se han juntado de los otros pueblos, y descubriendo entonces el retrato del Rey, que al efecto conservan todo el año en su urna de madera con puertas y cortinas de tafetán o damasco, en el mismo pórtico se le saluda con tres voces de Viva el Rey, y se deja abierto el resto del día con su guardia montada que le provea un centinela. Se entra luego en la iglesia, en donde el alférez real tiene su silla, almohadón y alfombra como el gobernador o tenientes, obsequio que también suelen usar con todo oficial de graduación que pase por los   —83→   pueblos, cantando con ostentación y solemnidad el himno de Magnificat, se retiran a sus casas, precediendo otro paseo semejante por la plaza, y dejando el estandarte presentado en el testero opuesto a la iglesia, sobre un frontispicio de bastidores y arcos, en que colocan también una imagen devota de la Virgen, o del santo patrono.

A esta ceremonia sigue inmediatamente otra no menos vistosa, y que también da buena idea del carácter de estos indios, que es la bendición de las mesas. De cada una de las casas del pueblo conducen las mujeres a la puerta del colegio o de la iglesia una mesa pequeña dispuesta en forma de altar, con su estampa o cuadro y algunas viandas, de las mismas que han de comer. Cuando están todas juntas y en su orden, va el Cabildo en cuerpo avisando a los convidados, circunstancia que precede a todos los actos, y uno de los curas bendice las mesas públicamente, entonando los cantores en su propio idioma una letrilla en acción de gracias; y hecho esto, se las vuelven a llevar las mismas chinas que las trajeron, brindaron antes a los asistentes con alguna fineza o fruta, que suelen admitir por no desairar aquella inocente sencillez.

A la tarde se cantan las vísperas a hora competente, y a la mañana del otro día su misa de tres, de primera clase, con su panegírico y asistencia del estandarte real, conducido con la misma formalidad y acompañamiento; y al caer el sol se cierra el retrato del Rey, y se guarda el dicho estandarte en la casa capitular, siguiendo todos a dejar en la suya al alférez real, etiqueta que no se dispensa por cualquier pretexto. Los músicos, sacristanes y seises, como en las demás funciones, son puntualísimos y diestros en no perder genuflexión alguna ni inclinación de cabeza de cuantas ordena el ritual romano, ya a los glorias, ya al invocar el nombre de Jesús y otras preces. El último día se suele celebrar en algunos pueblos una misa cantada de reguiem con su vigilia, y aun los demás sacerdotes aplican la suya por los hijos del pueblo ya difuntos.

Los intervalos que en los tres días dejan libres las funciones serias e indispensables, los llenan otras bien graciosas e inocentes. De éstas, las más comunes son bailes de pantomima, que ejecutan los mismos cunumís o muchachos, con destreza y compás, ya solos, ya entre dos, cuatro o muchos. En ellos simbolizan a veces un combate reñido de moros y cristianos, en que revestidos de sus respectivos trajes con propiedad, pelean con espada, daga y rodela, tirando y parando los golpes con arte, y acuerdo de instrumentos músicos; otros figuran una danza de negros vestidos y tiznados como tales, haciendo   —84→   aquellos ademanes y gestos que acostumbran con sus malimbas y tamboriles; y otros finalmente bailan contradanzas bien ideadas y seguidas con uniformidad, describiendo alguna figura enigmática, o algún nombre o cifra alusiva a la misma festividad, como voces de Viva el Rey, el santo tutelar, el gobernador, el pueblo o alguna persona de las circunstantes a quien desean obsequiar. Hacen también los cunumís comedias, loas y actos sacramentales, representando algún misterio o paso de la sagrada escritura, o martirio de algún santo; mas para esto tienen mucha frialdad, poca o ninguna expresión, aunque los papeles, como obra de los jesuitas, no dejan de estar bien compuestos, y el acompañamiento y letrillas de la música, propios.

Entre estos actos y bailes mezclan por lo regular, a imitación de nuestros teatros, algunos sainetes y juegos por el gusto de la nación, y frecuentemente en el mismo idioma; éstos suelen reducirse a la caza de algún avestruz o venado, con lazo o bolas, que son sus propias armas; al robo de alguna res que carnean, y son en el acto sorprendidos de los capataces y peones de la estancia, que lo terminan a guascazos, hechas las averiguaciones ante el administrador y cabildo; al alcanzar de un árbol una lechiguana, o colmena de miel silvestre, imitando las picaduras de las abejas con ortigas, dando con ellas a los otros, en las espaldas desnudas y brazos, uno que al efecto se oculta antes entre las ramas del mismo árbol; y a otros juegos por este estilo, en que no les falta gracia y propiedad.

Corren en estos días también toros, y la sortija, que no es más que una argolla de hierro suspendida de un torzal entre dos palos derechos, y tiran a sacarla a la carrera del caballo con una asta de madera puntiaguda, dando su pequeño premio, o tupambay, al que lo consigue. Remedan sobre todo con más perfección las escaramuzas de los infieles y Charrúas a caballo, pintándose como ellos los cuerpos desnudos de varios colores y figuras, adornándose cabeza y cintura de penachos de plumas largas de avestruz y capacetes de cuero, y corriendo en pelo, silbando y acometiendo los unos a los otros con las chuzas, con tal celeridad, tendidos sobre el caballo, y haciendo con el cuerpo varios quites, que admiran. Finalmente, el resto del tiempo lo emplean en galopear y correr alrededor de la plaza, haciendo diversos torneos, entradas y salidas, con simetría y orden, a son de trompetas y pitos, en lo que son incansables y tienen su más particular y frecuente diversión.

Otras funciones en que también ponían los pueblos su particular conato, eran los días del nombre y años de nuestro Soberano y demás príncipes,   —85→   especialmente en los casamientos y juras, y proclamas de los reyes de la nación. En estas ocasiones se hacían galas nuevas y de mucho costo para los cabildantes y oficiales de tropa, fuegos artificiales de rara invención; por último, no se perdonaba circunstancia ni formalidad de cuantas, para hacer plausibles dichas funciones, practican las grandes ciudades, siendo muy de notar en esta parte la sabia conducta de los misioneros, que infundían en sus neófitos el mayor respeto al rey, de cuya verdad son hasta hoy estas doctrinas un vivo testimonio.

La disposición de los pueblos es tan igual y uniforme que, visto uno, puede decirse se han visto todos; un pequeño golpe de arquitectura, un rasgo de nuevo gusto o adorno particular, es toda la diferencia que se advierte, mas esencialmente todos son lo mismo; y esto en tanto grado, que los que viajan por ellos llegan a persuadirse que un pueblo encantado les acompaña por todas partes, siendo necesario ojos de lince para notar la pequeña diversidad que hay hasta en los mismos naturales y sus costumbres. Es, pues, la figura de todos rectangular, las calles tendidas de norte a sur, y de este a oeste, y la plaza, que es bastante capaz y llana, en el centro; ocupando el testero principal que mira al septentrión la iglesia con el colegio, y cementerio a sus lados.

Las iglesias son muy capaces y bien fabricadas, todas ellas de tres naves, sobre arcos y pilares de madera, y algunas sobre columnas dobles de gusto jónico, con su hermosa cúpula o media naranja de bastante elevación; interiormente se hallan adornadas de lindas cornisas y otras molduras, doradas desde arriba hasta abajo, o costosamente pintadas y con mucha decencia. Los retablos correspondientes, de talla moderna, y las imágenes de bulto nada inferiores, muy devotas y de preciosa escultura; cuadros y lienzos de buen pincel; y por último, tan ricamente alhajadas, en lo general, de candeleros, blandones, lámparas, vasos, custodias de plata y aun de oro, y con tan considerable porción de ornamentos galoneados, de ricas estolas, lamas y brocados, que sin exageración alguna pueden competir con muchas parroquias de las grandes ciudades. Lo más admirable en esta materia, y que llama la atención de todos, es ser toda esta obra pura de indios recién convertidos y acabados de sacar de la selva, circunstancia que no da a la verdad poco realce al concepto que se debe a sus directores y maestros.

Contiguos, y al andar de las iglesias, se hallan los colegios, o casas en que moraban sólo los padres, y donde hoy viven   —86→   el administrador y demás empleados, teniendo su comunicación por la sacristía y puerta trasversal. Estos edificios son también de mucha extensión y bien construidos; ceden sólo en sumptuosidad a los templos, manifestando los jesuitas con esta disposición, a aquellas gentes que se pagan mucho de lo material, la veneración y respeto que se debía a su carácter y ministerio, y que les hiciese mayor impresión la doctrina que les predicaban. Todos se componen de dos patios grandes al frente, casi cuadrados y con corredores o claustros, y a la espalda la huerta que es muy espaciosa, poblada de árboles frutales y bien cultivada. Los cuartos o habitaciones principales se hallan en el claustro interior, que también tiene su corredor de pilares a la huerta, de mucho desahogo y hermosura, siguiendo todo el tramo de los dos patios. Los otros costados del primero ocupan las escuelas de leer y escribir, música, danza y los almacenes; y en el segundo, los talleres de las artes y oficios mecánicos, con las atahonas, etc.

En estos colegios se vivía con el arreglo y orden de las comunidades; todas las funciones se ejercían a toque de campana, y se observaba perfecta clausura y distribución.

El cementerio, cercado y lleno de naranjos y cruces, juega con el colegio del otro lado de la iglesia, y además tienen los pueblos su casa capitular para los ayuntamientos y juntas de cabildo; otra de residencia para las mujeres de mal vivir, huérfanas, viudas, etc.; cárcel para los reos; hospital para los enfermos de ambos sexos. El resto de la población se reduce a puras isletas cuadrilongas de 80 a 100 varas de frente, y en ellas están repartidas las casas de los particulares, guarnecidas de su portal, o tinglado corrido, que les guarda de los soles y aguas.

No bastaba a los jesuitas reducir y doctrinar a los indios; tenían además que proveer a su alimento y vestuario. Para esto establecieron en todas las Misiones aquel método de policía que llamaron de comunidad, por lo que cada pueblo es considerado como una casa de familia, y toda la provincia un solo pueblo. En cada reducción se hacía una siembra común, llamada labor de comunidad, en que trabajaban dos o tres días a la semana, y su producto era destinado a los gastos públicos de la iglesia, colegio, beaterio, hospitales; tenían las estancias pobladas de ganados para el abasto diario, se enteraba el monto de los tributos con puntualidad en las cajas reales, se daban mutuos cuantiosos y sin retribución, según las urgencias de los pueblos, y se atendía indispensablemente por éste o aquél, según sus   —87→   fondos, a los generales de la provincia. Fuera de esto a cada indio se le obligaba a cultivar su pedazo de tierra o chacra, no lejos de la reducción, cuidando de que la sembrase a su tiempo y recogiese el fruto de su trabajo, para ayuda y provecho de la particular subsistencia de su familia. De este modo tenían todos ocupación honesta, no se daba entrada a la ociosidad y los vicios, reinaba por todas partes la abundancia de los comestibles y frutos, siendo muy cuantiosas las cosechas que se cogían de algodón, azúcar, tabaco, yerba, granos, simientes, maderas, y crecida la copia de animales, caballos, mulas y ganados mayor y menor. El sobrante de estos frutos, especialmente la yerba, lienzos de algodón, maderas, tabaco y azúcar, que eran ramos más considerables, beneficiados por la comunidad, se remitían a Santa Fe y Buenos Aires, donde tenían los jesuitas sus procuradores particulares que los expendían, y enviaban a cada pueblo sus retornos en géneros de Castilla y de la tierra, conforme necesitaban, no sólo para aquellas ocurrencias de sociedad común, sino también para dar a cada uno de sus hijos lo preciso y aun lo conveniente a su parte y decencia, pues en la inversión de este fondo público, que se hacía siempre con arreglo y oportunidad, todo se tenía presente, destinando no pequeña parte a la reducción de los infieles, punto que jamás se perdía de vista, en los cuales, como gente ruda e interesada, hacían las dádivas fuerte impresión, y los predisponían para recibir el santo evangelio. Con tan sabia política pudo la Compañía de Jesús formar los treinta y tres pueblos de Misiones que hoy subsisten, en que se contaban más de 30.000 familias el año de 1734, fuera de cuarenta reducciones que destruyeron los portugueses; y todo esto sin salir de los límites de esta provincia.






ArribaAbajoCapítulo VI


ArribaAbajoGobierno y estado presente de las Misiones

Hernando Arias, que fue tercera vez ascendido al gobierno del Paraguay el año de 1615, por fallecimiento de don Diego de Marín Negrón, propuso al Rey la división de su vasta provincia en dos gobiernos, enviando a la corte con esta procuración a don Manuel de Frías. Su Majestad vino en separar la del Río de la Plata, dando el   —88→   mando del Paraguay al mismo Frías, que sucedió Hernando Arias el año 1620. Por esta época, a poca diferencia, se dividieron también los obispados: el del Paraguay había estado vacante desde la muerte del señor Lizárraga hasta el año de 1617, que ocupó la silla episcopal el doctor don Lorenzo Pérez de Grado, natural de Salamanca, sujeto de mucha literatura e instrucción en ambos derechos. Los treinta pueblos de Misiones de indios Guaranís se agregaron poco después al Río de la Plata, por las cédulas de Felipe III, expedidas por los años de 1625 y 26; mas esto fue por lo tocante a la jurisdicción civil, pues en la eclesiástica no parece se hizo novedad, subsistiendo siempre en los mismos términos. Los gobernadores y los obispos tenían cedidos en lo total de su dirección estos pueblos a los jesuitas; y en esta virtud, al provincial del Paraguay se le permitía nombrar curas y compañeros, que en rigor debían ser presentados a los primeros en calidad de vice-patronos, y habilitados por los segundos para el ejercicio de su ministerio.

Cuando la expulsión de la Compañía, el año de 1767, se incorporaron los pueblos a Buenos Aires, y el Capitán General del Río de la Plata, don Francisco de Paula y Bucareli, tomando norma del régimen de los jesuitas e informe de ilustrísimo don Antonio de la Torre, proveyó a su gobierno, dictando una ordenanza que, aprobada después por Su Majestad, es la que hoy se sigue, alterada no obstante en algunos puntos concernientes a la real hacienda, con arreglo a la nueva y Real Ordenanza de Intendentes de 1783, por lo cual recibieron también las Misiones su última división, según los obispados e intendencia.

Creó, pues, el señor Bucareli un gobernador político y militar de todos los treinta pueblos, que debe residir en Candelaria; y como la distancia de unos a otros sea algo considerable, para el mejor expediente de los negocios los dividió en cuatro departamentos, con atención a sus pagos, y encargando los tres más distantes, el de Tebicuary y los dos del Uruguay, cada uno a su respectivo teniente, para que lo gobernase con entera dependencia del gobernador. Dejó al cuidado de éste el cuarto de Candelaria, que era el mayor, y se componía de quince pueblos, aunque después, por disposición del excelentísimo señor don Juan José Vertiz, gobernador de Buenos Aires, se les agregaron las siete doctrinas de la Concepción, formando el quinto departamento, con su teniente gobernador particular.

Provistos los empleos principales para el gobierno general de la provincia y de los pueblos, se atendió también en el plano del señor Bucareli al manejo particular de cada uno, y a la enseñanza   —89→   de su juventud, poniendo otros dos sujetos con títulos de administradores y maestros de primeras letras, encargados con distinción de aquellas atenciones. Y para la dirección espiritual proveyeron los obispos del Paraguay y Buenos Aires, para cada pueblo de su distrito, de cura y compañero, presentados éstos para su nombramiento con formalidad de nóminas de tres a los gobernadores de la provincia que ejercen las funciones del patronato real, y con igual alternativa por el clero y las religiones seráfica, de predicadores y redempción de cautivos de la Merced.

Fuera de esto se nombró también un administrador general residente en la capital de Buenos Aires, a quien los pueblos pudieran remitir los frutos comerciables de comunidad para su expendio, pidiendo igualmente en retorno aquellos géneros de que carecían, ya fuesen de España o de la tierra. Éste fue asimismo habilitado de procurador general, o apoderado, con suficientes facultades de los pueblos para entablar y seguir sus pretensiones y recursos. Y a fin de que las comisiones de compra y venta tuviesen toda aquella buena fe y legalidad que exige el delicado punto de intereses, las debía practicar con intervención y conocimiento del protector de indios, recompensando los pueblos sus trabajos con un ocho por ciento líquido de los efectos que recibía, y dos de los que enviaba, deducidos todos los demás gastos. La jurisdicción del gobernador, y por consiguiente la de los tenientes, se extendía a las cuatro causas de guerra, justicia, policía y real hacienda, mas con subordinación total al Gobernador de Buenos Aires y Capitán General del Río de la Plata. Erigido después el Virreinato el año de 1777, y creada la Intendencia general para el manejo de la real hacienda, les fue separada la cuarta causa, que sólo pudieron ejercer por particular encargo del intendente; y lo mismo sucedió con la tercera de policía, cuando establecida la última Real Ordenanza de Intendentes en 1783, quedó el del virreinato con el gobierno de Buenos Aires, a que es afecto éste de Misiones, y los pueblos del Paraná entraron de nuevo en la autoridad del Gobernador Intendente del Paraguay, que es a quien pertenecían en lo antiguo. De modo que desde esta última época, la referida jurisdicción del gobernador y tenientes de Misiones, en razón de tales, abraza únicamente las dos primeras causas de guerra y justicia con sujeción del Virrey, y las dos últimas de policía y hacienda, con separación unos de otros, y dependencia inmediata de los intendentes de quienes son subdelegados.

Como los límites de esta autoridad así dividida no sean fáciles de discernir, y como dicha Real Ordenanza prescriba que los dos gobiernos   —90→   de Montevideo y Misiones deben quedar sobre su antigua forma hasta nueva resolución de Su Majestad, se han originado varias competencias en estos últimos años entre el gobernador y sus tenientes, que la misma superioridad de Buenos Aires no ha podido decidir. Han sido forzosos los recursos a la corte; a éstos siguieron los informes, y tardando aún las resultas, subsiste todo en el estado que hemos dicho de confusión y de debilidad, instando una pronta y acertada deliberación el despacho de los asuntos en Misiones.

Siendo el genio de los indios Guaranís sobremanera desperdiciado, y por naturaleza amante a la ociosidad, y mayormente estando acostumbrados a vivir bajo la tutela de los jesuitas, que cuidaban de ellos como padres y les suministraban todo cuanto necesitaban, se hizo indispensable en cada pueblo la existencia de un administrador que, acomodándose a las sabias máximas que dejaron aquéllos entabladas, fuese un verdadero tutor de sus pupilos, activo director de sus trabajos, maestro hábil de sus obras, fiel conservador de los bienes de la comunidad y procurador atento y vigilante de los aumentos de sus pueblos. Debe además el administrador presidir al Cabildo, autorizar sus acuerdos, llevar la correspondencia y ser finalmente el primero a responder de las cuentas y cargos, como asimismo para el galardón de los aciertos. Éstas son en substancia las funciones anexas a este empleo; y el administrador, para su más cabal desempeño, ha de proponer sus resoluciones con anticipación al Cabildo; y siendo de su aprobación, lo que sucede comúnmente, las hace éste ejecutar por medio de sus alcaldes y procuradores, destinando siempre uno de sus individuos en calidad de sobre-estante a la práctica de las faenas, para que las presencie y anime.

Esto no obstante, como el Cabildo de estos tiempos sea fácil de llevar aun contra sus propios intereses, ya sea por falta de discernimiento, ya por el corto espíritu de los indios, que como bestias de carga ejecutan sin réplica la voluntad del español, y como el administrador pudiera cometer algún yerro, por ignorancia o malicia, no se cubre en todas sus determinaciones con el convenio sólo del ayuntamiento. En aquellas cosas de alguna entidad, como emprender algún beneficio en los yerbales silvestres, obraje de maderas, construcción de barco o edificio, y especialmente en las contratas de compra y venta, es necesaria la anuencia del gobernador o teniente; quien no deja de concederla, enterado de la verdad de los fundamentos que la dictan; o siendo el asunto de más consideración, lo informa y remite a la superioridad que compete, de Buenos Aires o Paraguay.

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Las obligaciones de los curas y compañeros, como igualmente la de los maestros de escuela, no piden que nos detengamos en su detalle; la sola expresión de su título o empleo basta para la más clara inteligencia, y más cuando la instrucción de unos y otros fue dada sobre el plan de los jesuitas de que hemos hablado. Con todo, no dejaremos de advertir, porque muchos vienen a estar en otro entender, que los primeros deben predicar, confesar, dar el viático e instruir a los indios en su lengua, porque no saben otra. Algunos curas de Misiones, especialmente los compañeros, ignoran enteramente el guaraní, y se puede dudar que sean verdaderos curas, según la disposición del concilio, que hace precisa esta circunstancia. Otros vienen a aprenderlo aquí, y como sea algo difícil, o no lo consiguen, o tardan dos o tres años.

Los maestros de escuela, por el contrario, deben enseñar a sus discípulos la doctrina cristiana, leer, escribir y contar, todo en castellano, sin permitir que se hable otro idioma en las escuelas, siendo la mente del Rey, en la erección de este empleo, que los naturales aprendan la lengua nacional, para cuyo efecto se han expedido reiteradas órdenes hasta ahora sin fruto, y no hay que aguardar que sin las luces de este conocimiento acaben los Guaranís de civilizarse, ni hagan mayores progresos.

La situación en general de estos pueblos, sobre los dos grandes ríos Paraná y Uruguay, no puede ser más excelente. El terreno es fertilísimo para toda clase de producciones; abundan los granos, las simientes, las frutas, con particularidad el algodón, el tabaco, la caña, azúcar, las mandiocas, las batatas, zapallos, naranjas y limones; tiene buenos pastos y muchas aguadas, y sobre todo dilatadísimos montes de especiales maderas y plantas medicinales, distinguiéndose entre todas la yerba del Paraguay por lo superior de su calidad y abundancia. No escasea de caza mayor y menor, venados, antas, cerdos de monte, jabalíes que son diferentes, tigres, leones, zorras, monos tatúes, quirquinchos, avestruces, perdices, palomas, patos, yacus, loros, tucanes, cuervos, garzas y otras muchas aves; de pesca en los ríos y lagunas, dorados, pacúes, patíes, surubíes, mangoroyú, bagres, armados, nutrias, lobos, tortugas, caracoles, etc. Por último, se da de cuanto puede conducir a pasar una vida cómoda y agradable, y contribuir al fomento del comercio e industria; menos minerales de oro y plata, ni de otra especie, que no se han descubierto hasta ahora, aunque en ciertas contestaciones antiguas que se suscitaron en el Paraguay se afirmaba de positivo su existencia.

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El temperamento no obstante es más cálido y húmedo que lo regular, aunque no por eso deja de ser más sano; mas abunda considerablemente de sabandijas ponzoñosas y molestas, víboras tremendas, culebras, sapos, caimanes, murciégalos, mosquitos, jejenes, tábanos, abispas, mangangás, arañas, tarántulas, hormigas, y otra multitud innumerable de insectos que incomodan lo que no es decible.

Las enfermedades más comunes en los naturales son las viruelas, de que muere seguramente la cuarta parte; las calenturas pútridas, a que llaman peste por el estrago que causan; las intermitentes, conocidas por chucho; el pasmo, la sarnas rebeldes y gálicas, y el mal venéreo multiforme, principalmente en los españoles y europeos. En estos últimos tiempos se ha declarado otra cruel enfermedad, llamada la mancha, que empezó por los animales y pasó a los hombres, costando la vida a muchos. Es una especie de carbunco contagioso, acompañado de una gran disolución, que en pocos instantes pone monstruosa la parte afecta, y a las veinticuatro horas acaba con el paciente, si no es socorrido en tiempo.

Vimos el lucido pie en que pusieron los jesuitas estas Misiones con su buen régimen y particular economía en el manejo de caudales. Cuando la expulsión el año de 1767, por más cuidado que se puso, y por más estrechas que fuesen las providencias que se tomaron para evitar los desórdenes, padecieron los pueblos notablemente, ya por el destrozo casi universal e inevitable de las tropas, ya por el de los mismos naturales, que, mal aconsejados y sin inteligencia alguna de la suprema disposición de Su Majestad, entraron los primeros a derrochar todo cuanto había, a diestro y siniestro, sin miramiento ni atención, como en campo enemigo. En los años sucesivos e inmediatos fue aún más el inconveniente: las novedades hechas en el gobierno, críticas siempre y peligrosas aunque de poca entidad; la impericia de los nuevos administradores y curas, y sus groseras y continuas disensiones, pusieron los pueblos al borde de su total ruina. Paró del todo la agricultura, descuidáronse las chacras y las estancias, se ahuyentó el ganado de éstas, cesó la labor de la comunidad, se perdieron sus muebles y aun muchas alhajas de las iglesias, y desatendidos los indios y la educación de la juventud, se ausentó la mitad de ellos a los montes a buscar de comer, abrazando su antiguo género de vida, y dejando muchas doctrinas casi desiertas.

En el día varios de los pueblos, no muchos, que lograron un administrador celoso e inteligente, han conseguido reponerse algún tanto; los más subsisten en aquella decadencia, y es de presumir que tarde o nunca llegarán a recuperar su antiguo esplendor. Nosotros, sin embargo,   —93→   con el justo deseo de un remedio posible, y para mayor especificación de estas noticias, diremos alguna cosa de cada departamento en particular; y terminaremos nuestro asunto con algunas observaciones generales sobre el comercio de la provincia.




ArribaAbajoPrimer departamento de Candelaria

Nombramos a este departamento el primero por su situación en el centro de los otros, por ser peculiar del cargo del gobernador y su común residencia. Se compone de ocho pueblos: Candelaria, que es la capital, Santa Ana, Loreto, San Ignacio-miní y el Corpus, situados sobre las márgenes orientales del río Paraná; y sobre las occidentales, Itapuá, Trinidad y Jesús.

Todo este cantón es montuosísimo, y más en sus extremos septentrionales, cortado de arroyos tributarios del Paraná, y el terreno generalmente áspero, pedregoso y poco fértil. Los únicos campos que tiene se hallan al sur contra los campos Iberá; y aunque no son muy a propósito para el multiplico del ganado, que se muere mucho y no engorda en ellos, están formadas las estancias, en que cada pueblo conserva el número que puede para su abasto, siendo tan corto que únicamente se da dos días de ración de carne a la semana a los naturales, y a veces uno solo, de que resulta ser mucha la miseria de estos pueblos. La cosecha de trigo, maíz, porotos de varias clases y demás legumbres, es también muy corta, y podría ser la suficiente, y aun sufragar a la carestía irremediable de las carnes, si se dedicaran un poco más a la agricultura, para la que no faltan buenas capas de tierras, mayormente si se hicieran rozados. La de algodón es muy regular en los años comunes, y excede a los otros departamentos en la yerba, que podría beneficiar sin límites en los infinitos yerbales silvestres que tiene aguas arriba del Paraná, por una y otra orilla. Con este objeto tiene cada pueblo uno o dos barcos, que envían de cuando en cuando a dichos yerbales con 50 o 60 hombres y algunos víveres de legumbres, y cuando más algún poco de charque o tasajo de carne; y a los tres meses están ya de vuelta, trayendo en cada viaje al pie de 3.000 arrobas de buena yerba. El árbol de ésta es grande y frondoso, y abunda tanto que están cubiertas de él todos los montes del Paraná. Su beneficio es simple, aunque algo trabajoso: se cortan las ramas menudas y transversales para no destruir el árbol, se tuestan después a fuego lento sobre un zarzo convexo, hecho de tacuaras, o cañas partidas, llamado barbacuá; y cuando se hallan en el punto que han de tener, separan las hojas, las   —94→   muelen sobre unos cueros, y van formando sacos de ella, o tercios del peso de ocho arrobas en que comúnmente se vende, y se conserva seis, ocho y más años. Cuando esta faena se hace con esmero de pura hoja cogida en sazón, sin mezcla alguna de palillos o rama menuda, se llama entonces yerba caá-miní, que es muy gustosa y de más valor que la de palos, que es la más común. El precio de la primera, en Buenos Aires, es por lo regular dos pesos de plata la arroba, la segunda algo menos; y el duplo en el Perú, donde tiene su mayor consumo.

Otro ramo de industria, propio de este departamento, que está muy descuidado, y podría ser de consideración, es el de las maderas. Las hay en prodigiosa abundancia para cuanto género de obras puede emprender la arquitectura naval y terrestre, y con la facilidad de su conducción que ofrece el Paraná. Los árboles más conocidos y corpulentos son los cedros, los timbós, o timboubas, de que hacen canoas, el pino, o cury, el de la tierra, de que salen palos de una pieza para navíos, los inciensos, lapachos, o taxibos, el viraró, el apeterebuy, o sasafrás, el piquia, o palo amarillo, el encarnado o ibuirapuytá, el laurel, las palmas, el guayacán, el jacarandá o palo santo.

El transporte de estas maderas se hace comúnmente en itapás, garandumbas y piraguas; los primeros no son otra cosa que una especie de jangadas o porción de trozos unidos paralelamente y bien trabados, con otros de travesía y puntales derechos a los costados y frentes; hácese por lo regular más largo que ancho, y encima se va colocando después la demás trocería, tirantería, masteleros y tablazón, teniendo el cuidado de emplear así en la construcción del itapá, como en las primeras tongas de su estiba o carga, como que van metidas en el agua, de aquellas maderas más ligeras y boyantes, que son las que aguantan después mayor peso.

Las garandumbas no son otra cosa que un cajón cuadrilongo de boca y proa, un poco más abierto; y la piragua suele ser una canoa grande, abierta por el fondo, y hecho nuevo plan de tablas, a la que elevan los costados con una especie de borda, dejándole la popa y proa realzadas, de la figura misma que tenía la canoa de que se fabricó. Toda estas embarcaciones sirven para conducir río abajo aquellos grandes volúmenes de maderas, y aun de yerba, hasta la capital de Buenos Aires, donde se deshacen y venden para leña, aprovechando las piezas que son de algún servicio.

Los pueblos también suelen a veces verificar estos transportes en sus propios barcos, trayendo en ellos sus retornos en géneros de Castilla y de la tierra. Su construcción es la misma que la de las lanchas del Río   —95→   de la Plata, sin cubierta, y de mayor manga que la correspondiente a su quilla y puntal. La carga, de aguas abajo, suele ser tan disforme que en un barco de 18 varas ponen de ordinario de 8 a 10.000 arrobas de yerba enterciada, cuyo volumen excede de la mitad al buque; y así va éste metido hasta la regala, con sólo una cuarta o tercia, cuando más, de vivo, y los dos tercios de la carga de cintas arriba, permitiendo esta monstruosidad la navegación del río, aunque no deja de haber sus averías. Para estos viajes quitan el palo y la vela, y se valen de los remos, cubriendo el barco de una gran coroza de cueros sobre varas delgadas en forma de arcos, que coge de popa a proa, a que llaman casa, la que defiende la cargazón de las lluvias y soles; y la marinería usa sus remos desde una tabla que coloca al costado, a manera de las mesas de guarnición de los navíos, llamada talca.

Toda la industria de este departamento se la llevan los vecinos de Santa Fe y Corrientes, con el ganado, caballos y mulas, a que agregan alguna lana y manufacturas de ella, como jergas, pellones, ponchos, etc. El precio que se considera a una res vacuna es de 10 a 12 reales de plata, los caballos 16, y 24 el de mulas; y reciben en cambio yerba, graduada la arroba neta a 8 reales, y lienzo de algodón a 2 la vara, y 4 la del picho.

Estos pueblos podrían tener algún alivio si, como se ha dicho, fomentasen la agricultura y diesen a los naturales, en lugar de la carne que les falta, ración de pan, tortas de maíz y, mejor todavía, harina de mandioca, que es el sustento general de las colonias portuguesas, de mucha substancia y sano, para lo cual deberían hacer sus ingenios o molinos. Esta harina de mandioca bien hecha, no tardaría en introducirse, y puede asegurarse que llegaría a ser un vasto ramo de comercio.




ArribaAbajoSegundo departamento de Santiago

Los pueblos de este departamento son cinco: Santiago, que es el asiento común de teniente gobernador, San Cosme, Santa Rosa, San Ignacio-guazú y Santa María de Fe.

San Ignacio es la primera reducción de los jesuitas, y la iglesia de Santa Rosa se ha reputado siempre por la mejor y más alhajada de sus misiones.

Los terrenos de este pago, terminados al sur por la gran confluencia   —96→   del Paraná y Paraguay, y al norte del Aguapey, tributario del primero, y del Tebicuary, que lo es del segundo, tienen la excelencia de ser campos abiertos, muy substanciosos y de buenos pastos; y así la agricultura, cría de ganados y demás animales, ha sido en todo tiempo la ordinaria ocupación de sus habitantes, y el origen de las riquezas de alguno de sus pueblos; aunque en el día se hallan, como todos, en bastante decadencia.

Las cosechas de algodón y azúcar son en este departamento cuantiosas; le sobra de éstas para abastecer a los otros. La de yerba es mediana, pero de superior calidad, por ser toda beneficiada en yerbales de cultivo que plantaron los pueblos en su inmediaciones. San Cosme conserva algunos silvestres en el Paraná, y para su recogida mantiene su barco en el Aguapey. El Tebicuary, que es río bastante caudaloso, les provee de maderas en abundancia, y no dejan de frecuentar su navegación, haciendo su comercio en la provincia del Paraguay, adonde llevan sus frutos sobrantes y muchos animales.

Estos dos departamentos son pertenecientes, como dijimos, al obispado e intendencia de la Asumpción, y así en ellos como en el resto de la provincia se ha empezado de pocos años a esta parte a beneficiar el tabaco negro de humo, con grandes progresos; y es tanto el que produce el país, que hay esperanzas que sufragará a todo el consumo de la nación española, siendo de tan buena calidad como el mejor del Brasil, cuya entrada cesará con este motivo. El Rey lo compra todo a los particulares a razón de tres pesos de plata la arroba.

Otro ramo fecundísimo de industria para estos departamentos sería el añil, si se fomentara su beneficio como el del tabaco. La tierra lleva de suyo la planta con mucha lozanía; pero, aunque la superioridad ha encargado su cultivo y extracción, dando noticia del modo de verificarla, las comunidades han desatendido este asunto enteramente, sin tomarse la pena siquiera de tener el experimento en pequeña cantidad. Lo mismo se debe presumir del café, siendo este clima tan propio para su producción, dándose a igual altura que en el Brasil; mas esta semilla muere a los pocos días de su perfecta madurez, y sería necesario traer la planta en maceta del Río Janeiro, que es el paraje más inmediato donde se cultiva. El aguardiente de caña, llevado para su expendio o consumo a las ciudades de los españoles, sería también renglón de considerable entrada para estos pueblos, estableciendo sus alambiques al efecto y alzándoles la prohibición que tienen de fabricarlo. Finalmente la harina de mandioca, su almidón y polvos para el pelo, el arroz, garbanzos, lentejas, y más que todo los bálsamos, resinas y plantas medicinales de que abunda el país,   —97→   y de que no se hace uso; todas estas cosas y otras muchas tienen buen despacho por todas partes, con preferencia en la capital, y vendrían a ser con el debido esmero y aplicación un perenne manantial de riquezas para toda la provincia.




ArribaAbajoTercer departamento de Yapeyú

Este departamento es el primero de los tres del Uruguay pertenecientes al obispado y gobierno de Buenos Aires, y también es el más inmediato de aquella capital. Consta de cuatro pueblos: Yapeyú, residencia del teniente, la Cruz, y Santo Tomé al oriente sobre la misma ribera, y San Borja al occidente poco distante.

Éste es el departamento de mayores y mejores campos, y el que abastece de ganados a los otros. La jurisdicción de Yapeyú se extiende a más de 100 leguas por las márgenes del Uruguay al sur, hasta el Río Negro; y la de San Borja, poco menos al sudeste, hacia los llanos de Santa Tecla. En este grande espacio tiene muchas y grandes estancias pobladas de ganado de cuenta, que asciende a 300.000 cabezas; y fuera de ellas es innumerable el que llaman alzado, porque no está sujeto.

Cuando los demás pueblos escasean de ganado, recurren a cualquiera de los dos, enviando 80 o 100 hombres buenos jinetes con buen trozo de caballada. San Borja, o el Yapeyú, nombra un par de vaqueanos de sus terrenos que dirijan la facción al paraje más conveniente, y corriendo al principio una pequeña punta de aquel ganado chúcaro, hasta llegar a cansarlo, les sirve éste después de señuelo para juntar todo el que quiere y pueden conservar entre los de la partida, lo que consiguen sin mayor dificultad, procurando con darle mucho reposo. Llaman vaquerías a estas expediciones, y una de las clases que hemos indicado traería, en el término de dos y medio a tres meses, de 15 a 20.000 cabezas, las cuales se reparten por mitad entre los dos pueblos.

Este método tiene muchos inconvenientes, como ya expusimos en otro lugar; sobre todos el de perderse todo el terneraje, que no puede seguir y es atropellado en la carrera, y el ahuyentar el ganado de la querencia, de suerte que no sufre muchas vaquerías en un mismo paraje. De este modo los pueblos de Misiones por occidente, los vecinos de Montevideo y Buenos Aires por oriente y sur, y el Rey por todas partes, tienen con estas correrías desolada la tierra de aquella muchedumbre de ganado silvestre que ha pocos años inundaba   —98→   estas campañas a manera de enjambre, rebozando hasta las murallas mismas de los pueblos, y que se ven en el día casi desiertas. Volvemos a repetir que el fomento de estas estancias es el único medio de facilitar el procreo del ganado vacuno, teniéndose por constante experiencia que en terrenos de buenos pastos y abrevaderos, con algún tanto de cuidado, multiplica más del tercio cada año. Su Majestad con el pretexto de hallarse en tierras realengas, y las otras partes con el de haber salido de las suyas, todos alegan derecho a este ganado. Mas antes que los tribunales decidan este célebre litigio, si no se ataja aquel inconveniente de las vaquerías, desaparecerá la alhaja, y el estado perderá uno de los más pingües ramos de su comercio, envidiado siempre por las otras naciones. Todos estos baldíos se deben repartir en suertes de estancia a los vecinos que los denunciaren y soliciten, sin demorar sus recursos con formalidades frívolas, ni exigir otro feudo que la cría metódica de dicho ganado, dando lugar a que no se fomente a tan útiles vecinos, como prescriben las leyes de Indias, y recomienda con mayor eficacia la Real Ordenanza de Intendentes.

La cosecha de granos y menestras no deja de ser abundante en este departamento; mas la del algodón, tabaco, yerba, azúcar, etc., es corta, porque no se cultivan estos frutos, y se los procuran para su abasto con el ganado, que es su gran recurso, y el que efectivamente tiene a sus habitantes mantenidos con ración diaria de carne, y sobre otro pie de menos miseria, aunque siempre hay alguna más que en los demás pueblos. San Tomé conserva buenos yerbales silvestres, hacia el Yacuy, y sus obrajes de maderas en el Monte Grande, y los Cruceños se van aplicando al beneficio del tabaco y algodón.

Estos pueblos tienen también sus barcos para la navegación del Uruguay, que suelen frecuentar desde Santo Tomé al Salto, el cual sólo se puede navegar en aquellas grandes crecientes que ocurren una vez al año. Por esta razón Yapeyú tiene otros barcos por bajo esta catarata; y en ellos y en las lanchas del riachuelo, que llegan también a este sitio, siguen los frutos a Buenos Aires y vienen los retornos, no teniendo los tres departamentos otro camino para mantener su comercio con la capital. Y siendo el terreno llano, cuando no hay proporción de barcos emplean carretas, conduciendo regularmente los efectos hasta Paisandú, o Arroyo de la China; mas no sacan de este giro toda la utilidad que podrían, por lo excesivamente caro de los fletes, de que todo el mundo huye, no pudiendo sostener la concurrencia de los frutos que van por el Paraná. Un poco de arreglo en esta parte reanimaría mucho el comercio decaído   —99→   de estos departamentos, particularmente en los renglones de yerba y maderas, de que nadie se acuerda por lo costoso de su conducción; y haría que los pueblos de la Candelaria dirigieran también parte de sus frutos por esta vía, que es más corta y segura que la referida del Paraná, cuya navegación sólo es practicable por los meses de enero, febrero y marzo.




ArribaAbajoCuarto departamento de San Miguel

Los pueblos de este departamento son: San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Miguel, San Juan y San Ángel, todos situados al oriente del Uruguay, entre los arroyos Piratiny e Ibiminy, fuera de San Ángel, que está al norte de este último, y hacen frontera por el Yacuy a los dominios de Portugal. La doble proporción que reúne este departamento, de campos espaciosos y fértiles para la agricultura y cría de ganados y de grandes montes para el beneficio de la yerba y de maderas, le hace sin disputa el más florido y poblado de las Misiones, y por consiguiente el más industrioso y rico; sin embargo de haber sufrido los mayores vejámenes en estos últimos tiempos, como fueron la fatal jornada de Bataby el año de 1756, en que murieron muchos de estos indios por haberse opuesto a los progresos de la demarcación de límites, y la despoblación de estas seis doctrinas y de la de San Borja, verificada años después, cuando fue suspendida de todo punto la ejecución del tratado por las discordias del Ibicuy acaecidas entre los comisarios. El Conde de la Bobadela, con el fundamento de que estos siete pueblos debían quedar dentro del término de Su Majestad Fidelísima, tuvo la habilidad de seducir algunas familias de indios, y las hizo transmigrar a Río Pardo, donde formó otras siete aldeas que aún subsisten con los mismos nombres.

Las cosechas de grano, simientes, algodón, yerba de plantío y silvestre, son bastante copiosas. La cría de ganado en estancias, particularmente del pueblo de San Miguel, es también considerable, y en los lienzos de algodón de las tres layas, grueso, mediano y picho, excede de mucho a los otros departamentos, aunque su calidad no es de las mejores. Esta manufactura, que es de las de más valor que tienen los pueblos por su gran consumo, se halla en todos ellos muy lejos de la perfección de que es susceptible. El uso de los tornos, para desmotar e hilar el algodón, ahorraría los dos tercios del trabajo o tarea de las chinas, y daría a los lienzos la igualdad que no tienen, ni tendrán jamás, hilados con huso, como se practica en toda la provincia. Es, pues, de la mayor   —100→   importancia la introducción de los dichos tornos en Misiones; pero no hay que aguardar se logre el efecto si el gobierno no toma la mano.

Las tierras de estos departamentos se hallan entre los complicados brazos del Ibicuy, de uno y otro lado de la Sierra del Tape, conocida hoy por Monte Grande; se extienden hasta dicho cerro de Batovi 18 leguas de Santa Tecla, y terminan por el levante en la actual línea divisoria, que corta los mejores yerbales que tenían los pueblos de la otra parte del Yacuy, pérdida no muy fácil de reparar. Los indios Tupís, que habitan sobre el mismo Uruguay, y contra el Uruguay Puyta, confines septentrionales de este departamento, mantienen siempre cruda guerra con sus habitantes, y les embarazan notablemente sus faenas de yerba y maderas, quemándoles grandes porciones, robando, matando y persiguiendo a los Tapes, siempre que logran la ocasión, de que se acaban de tener desgraciadas experiencias.




ArribaAbajoQuinto departamento de Concepción

Este departamento, que fue, como dijimos, desmembrado de el de Candelaria, se compone de siete: San José, San Carlos, Apóstoles, Concepción, Santa María la Mayor, Mártires y San Xavier. Todos se hallan al occidente del Uruguay, y reducidos a los estrechos límites del Guazú-pisoró, que les separa de Candelaria, y las primeras vertientes del Aguapey, que sirven de término al de Yapeyú; de suerte que sus habitantes, se puede decir, viven de pura industria, en cuya circunstancia no ceden efectivamente a otros de Misiones.

Las estancias, entre las referidas puntas de dicho Aguapey, y haciendo fondo al Iberá, o Laguna de Santa Ana, son de corta extensión y no de los mejores pastos; y con todo su cuidado y esmero las conserva tan surtidas de ganado que provee a su vecindario de ración de carne tres días a la semana, que es la ordinaria tarea de la comunidad, y suele vender no pocas partidas. La cosecha de granos y legumbres es regular; la de yerba muy corta y de cultivo; mas la de algodón buena, y los diferentes lienzos que salen de sus telares se buscan con preferencia por su finura e igualdad.

Estos pueblos, aunque separados de la jurisdicción del Paraguay, parece debían ser admitidos a la participación de los yerbales del Paraná, con lo que recibirían notable incremento, y para ello les basta el derecho que resulta del pacto de confraternidad y recíproco enlace de intereses   —101→   que reina en todas las Misiones. Por otra parte, los montes de este gran río son, como hemos dicho, tan considerables que no hay que tener miedo que los agoten; antes por el contrario la tala o poda que hace a los árboles les sirven de gran beneficio, la yerba se refina, adquiere mayor fragancia y suavidad, y el peinar y abrir los montes conduce no poco para la cría de buenas maderas y plantas medicinales y útiles. No se alcanza porque se pone coto al beneficio de tan ricos minerales. Otra nación más industriosa hubiera sabido extender a Europa el uso de esta yerba, cuyas ventajosas propiedades no ceden a las del té y café; y hasta el modo de servirla, con mate y bombilla, es mucho más fácil y pronto, y no necesita de aquellos embarazosos aparatos y juegos de loza de China, etc.

Tenían pues los treinta pueblos de Misiones, por lo visto en los cinco departamentos, infinitos tributarios, cuyo número está en razón de uno a cinco con el de los habitantes; y podremos suponer que su disminución considerable indica la gran decadencia en que van las Misiones desde la expulsión de la Compañía.

El tributo de los Guaranís está arreglado a un peso de plata anual por cada indio varón, desde que entra en la edad de 18 años hasta 50, o, como últimamente se ha determinado, desde que toma el estado de matrimonio, reputándolos antes por cunumís o de menor edad, aunque sean viejos. La época de este establecimiento es la misma que la de su reunión en doctrinas, pues, como dijimos, Su Majestad vino en concederles la gracia: que fuesen incorporados a su real corona y no encomendados a los particulares, como para facilitar su conservación les había ofrecido el padre Marciel de Lorenzana, primer misionero del Paraná.

Los diezmos, que deben pagar a la iglesia por sus ganados y frutos, están también tasados con la mayor moderación en 100 pesos de plata cada una de sus reducciones. Las comunidades se hacen cargo de enterar en el real erario el monto de estas contribuciones, que son las únicas que sufren los pueblos; y el Rey costea el sueldo del gobernador, que es de 1.200 pesos de plata, y las congruas de los curas y compañeros, reguladas en 200 pesos cada sacerdote, para cuyos gastos apenas sufragan aquellos dos ramos. Si damos ahora valor a la administración de justicia, teniendo los indios privilegio de menores, y gozando entera libertad de derechos y costos en los tribunales del reino, y estimamos lo que puede valer la conservación y defensa de sus países en tiempo de guerra, veríamos que las Misiones, en el pie en que se hallan, son muy gravosas al estado, y que sólo se mantienen para aumento de la cristiandad.

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Los indios a más disfrutan de todas las excepciones de la hidalguía o nobleza, bastando ser cacique para poder traer a los pechos la cruz de cualesquiera de las cuatro órdenes militares; y el Rey les tiene concedido el título de Don, de forma que lo pueden exigir de justicia o derecho.

Los sueldos de los otros empleados se satisfacen por la comunidad, o de su cuenta, en esta forma. Al administrador 300 pesos, aunque algunos han conseguido alguna gracia más por su buen desempeño; al maestro de primeras letras, 200; y por último, al teniente gobernador le están señalados 100 pesos por cada uno de los pueblos de su mando o departamento. Los alimentos de los curas, administradores y maestros de escuela, con sus familias si las tuvieren, son también a expensas de las comunidades, más no los de los gobernadores y tenientes.




ArribaComercio de la provincia y causas de su decadencia

En el comercio que los pueblos hacen entre sí y con los particulares regularmente no corre plata; todo él se reduce al cambio de los frutos del país, yerba, lienzos, maderas, cueros, algodón en rama, tabaco, azúcar, miel, granos, legumbres, fletes, jornales de los indios, etc.; por ganado mayor y menor, caballos, mulas, lana, y algunos géneros de la tierra, como ponchos, pellones, jergas, fresadas, frenos, estribos, espuelas, vinos y frutas secas de Mendoza, cera de Santiago, etc., y otros de Castilla, como paños, bayetas, estofas de seda, lencería, hilo, seda, agujas, papel, cera, caldos, hierro, acero, instrumentos o herramientas de toda clase. Y aunque es de corta entidad, no deja de ser lucroso, por envolver doble ganancia, una en el expendio de los efectos y animales que se traen, y otra en el de los frutos que se llevan; y así lo practican con utilidad los vecinos de Buenos Aires con géneros, los de Santa Fe, Corrientes, Arroyo de la China o villa de la Concepción y otras partes con ganados, los que a veces pasan con ellos al Paraguay, donde tienen aun mejor salida.

Es fácil de considerar que la estimación de estos frutos y efectos crece a proporción de la mayor distancia de su origen, pero determinadamente, según los parajes. En el Uruguay vale una vaca diez reales, cinco varas de lienzo de algodón, o una arroba de yerba; en el Paraná la misma res vale doce reales, seis varas de lienzo, o arroba y media de   —103→   yerba. El precio común de la yerba en el Paraguay es cuatro reales, dan por una vaca tres arrobas. En Corrientes, Santa Fe, Arroyo de la China estiman la cabeza de ganado vacuno en un peso de plata, los caballos en doce reales y las mulas en dos pesos, y reciben generalmente a cuatro y ocho los lienzos, ordinario y picho, que en Misiones se gradúan a dos y a cuatro reales. De manera que un santafecino que venga con sus animales a los pueblos, saca por un caballo ocho varas de lienzo y doce por una mula, porque aquí tienen más estimación, y pasando al Paraguay logra seis arrobas de yerba por el primero y ocho por la segunda; en su país apenas sacaría la tercia parte. En el Paraguay va subiendo al presente el precio de la yerba, a causa de aplicarse más las gentes al beneficio del tabaco, que les produce tanto o más y con menos fatiga.

Este comercio tiene no pocas restricciones que le entorpecen, y no es por lo mismo tan ventajoso como lo pudiera ser a los pueblos y demás interesados. 1.º Las comunidades no pueden comprar ni vender cosa alguna de lo suyo sin la formalidad de una contrata por escrito, que a vista de las causales ha de aprobar, para que tenga efecto, el gobernador o teniente, y a veces la superioridad, como por última disposición se practica en los dos departamentos del Paraguay. 2.º Los tratos o negociaciones son siempre al fiado, respecto a los pueblos, y con largos plazos; y aunque el pago suele ser seguro, no lo pueden verificar, cumplido el término, sin otra nueva aprobación de los superiores, que comúnmente se difiere, se añade o quita alguna condición onerosa e impune. 3.º La ordenanza del señor Bucareli, de que hemos hablado, prohíbe la entrada de los comerciantes en Misiones en los nueve meses del año, y sólo permite en los tres primeros, e impide absolutamente la venta de caldos y licores a los naturales. 4.º Éstos no pueden tampoco disponer de sus propios frutos sin conocimiento del administrador y cabildo. 5.º Y finalmente, la administración general de Buenos Aires no deja también de oponer su reparos y exigir ciertas averiguaciones impertinentes que ofenden en gran manera la libertad del comercio.

Todas estas providencias tienen a la verdad su particular razón, que bien considerada no sale de la clase de especioso pretexto, y que en realidad perjudica más que aprovecha. Porque, primeramente, la aprobación de los superiores en las contratas sirve de fuertes grillos a los buenos administradores, embarazando no pocas veces las mayores y mejores empresas, y nada asegura los bienes de la comunidad, ni evita el estrago que puede hacer en ellos la malicia, objeto principal de su institución. Los administradores deberían dar fianzas proporcionadas a los intereses que manejan y de que se hacen cargo, y obrar entonces libremente con   —104→   acuerdo sólo de sus cabildos, quedando no obstante sujetos a las resultas de una estrecha residencia, cuyas formalidades y circunstancia determinaría el jefe inmediato particularmente encargado de vigilar sobre su conducta.

La ley que defiende la introducción de los comerciantes en la provincia de Misiones es a todas luces injusta, contraria al derecho público de la nación, y útil solamente para mantener a los naturales en las densas tinieblas de su ignorancia o incivilidad; y que los vasallos que el Rey ha colmado de excepciones y privilegios, tal vez más que otros algunos de la América, vivan siempre en la dependencia y en la esclavitud. Esta idea fue tomada de los jesuitas, que seguían la máxima de no dejar entrar a los españoles en sus doctrinas, que en aquel tiempo pudo ser conveniente, hasta radicar a sus neófitos en la religión y buenas costumbres, retirando toda ocasión de mal ejemplo.

El otro punto de la proscripción de los licores, por los abusos que de ellos se hace, es como el que deja de sembrar por miedo de los pájaros; a ese inconveniente están expuestas todas cuantas cosas hay en el universo, y hasta las iglesias deberían cerrarse por esa causa. No puede ser buena la ley cuando deja de ser distributiva y condena al inocente por el culpado.

Por último, las restricciones que vienen a este comercio de administración general, y que se ven comúnmente apoyadas de providencias superiores, aunque tienen mejor colorido, no están menos desnudas de fundamento. Toda la razón que pueden alegar es que los pueblos, remitiendo sus frutos a dicha administración para su expendio, y recibiendo de ella sus retornos en los géneros que necesiten, se utilizarían de toda la ganancia que había de llevar el comerciante, etc. Esta consideración, que en términos generales es efectiva, tiene sus límites, que seguramente no se extienden a la gran distancia de 300 leguas a que se halla la capital. Las manufacturas que dejan mayor lucro a las fábricas son las que se venden al pie de los telares. Las demoras, los riesgos, las averías, las conducciones, las muchas manos por donde pasan los efectos, las comisiones y demás gastos, acreditan la verdad de aquella máxima.

Por otra parte, el comercio interior es por muchos títulos más ventajoso y preferible al exterior, a que sólo se debe atender después de haber dado al otro su vigor y actividad. Los pueblos de Misiones están tan atrasados en esta materia, que no es otro el origen de la miseria y desnudez de sus habitantes, ni otra la causa de la general ruina de sus mismos pueblos. Primero es que los indios tengan que comer, vestir y donde dormir; primero es la agricultura, la fábrica de lienzos,   —105→   el beneficio de los yerbales sin término del Paraná y Uruguay, el corte de maderas, y otros ramos preciosos de nueva industria no menos ricos y descuidados, de que dimos ya alguna idea, que los morosos viajes a la capital, cuyas utilidades no corresponden a los gastos y perjuicios.

Además de esto, los pueblos no deben ser únicamente para ellos mismos, deben ser útiles al estado de que recibieron el ser que tienen, y contribuir a la común felicidad de sus compatriotas; y este gran comercio a que se aspira, este gran monopolio, trae consigo todas las nulidades, todos los inconvenientes de las compañías exclusivas, mucho más peligrosas en las Américas, y más cuando se trata de una provincia que es un imperio. Hablamos en la favorable suposición de que las miras no sean otras que el engrandecimiento de las Misiones. ¿Qué sería pues si se pierde de vista aquel objeto? No se niega que cada comunidad tenga su apoderado en Buenos Aires, y aun en el Paraguay y otros destinos, donde convenga al despacho de sus negocios y giro de sus intereses; mas escójalo el pueblo a su elección, que dé cumplimiento a sus disposiciones, responda de sus cuentas y no sea despótico, quedando con el arbitrio de variar y repetir contra él si fuere necesario; y reine la libertad de comercio en esta provincia como en las demás de la nación, que es la que la hará florecer, y es conforme a la mente de Su Majestad. En lo restante, la impericia de los administradores, que los más de ellos ignoran el manejo de caudales, están ajenos de lo que es agricultura y fábricas, y no saben ni aun ajustar una cuenta, todos conocimientos esenciales a su empleo; la crasa ignorancia de los maestros de escuela, de que muchos sólo tienen el título; la poca o ninguna armonía que suele reinar entre ellos y los curas; las francachelas y gastos enormes, llamados indebidamente de comunidad, que se hacen en los colegios, no sólo en las fiestas de tabla, sino también con cualquier leve pretexto que ocurra a los empleados; la mesa diaria, en que jamás se sienta el indio que la surte, y está siempre franca al pasajero, extraño y traficante, que con este motivo se detiene muchos meses en los pueblos; el desaseo y continua necesidad en que viven los cunumís; la porquería y torpe indecencia con que se crían los cuñatais; la pobreza suma de los naturales, todos sacrificados siempre y desatendidos por las comunidades; y por último el gran libertinaje y escandaloso desarreglo de costumbres, frecuentemente autorizados hasta de personas consagradas a Dios, son los desórdenes envejecidos y reinantes en todas las doctrinas, y el fecundo manantial de las calamidades de Misiones.

La fidelidad a nuestro empleo y el amor a la patria nos han obligado a hablar con claridad en esta materia, sin ánimo de ofender al particular, contentándonos con indicar las causas de la común dolencia, a nuestro   —106→   modo de entender. Corresponde a la superioridad examinar más a fondo estos principios, y aplicar el remedio conveniente; y en caso de ser necesario mayor detal, podrá consultarse la Memoria histórica de Misiones, escrita el año de 1784 por don Gonzalo de Doblas, teniente gobernador en el departamento de Concepción, y dirigida a don Feliz Azara, uno de los comisarios de la demarcación de límites del Paraguay.