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Richard Hamilton: Imágenes urbanas

Sergio Ramírez





La semana pasada se ha abierto en la Galería Nacional de Berlín -el museo de arte moderno de la ciudad- una exposición retrospectiva de Richard Hamilton (1922), quien participa como invitado del programa cultural del DAAD (Servicio de Intercambio Académico Alemán) en el cual habemos, además de pintores y artistas plásticos, cineastas, compositores y escritores de distintas nacionalidades. La exposición, que cumple una gira mundial, se abrió por primera vez este año en el Guggenheim Museum de Nueva York y comprende obras que en su mayoría pertenecen a la Tate Gallery de Londres y al Wallraf-Richartz-Museum de Colonia.

Hamilton, nacido en Londres en 1922, creó a partir del año 1952 y a través de sus primeras exposiciones en conjunto con Eduardo Paolozzi y Ronald B. Kitej, realizadas en The London Independent Gallery, aquel movimiento que floreció en los Estados Unidos con gran esplendor temprano de la década de 1960: el pop-art, cuya vida fue sin embargo bastante efímera (destino de brevedad que con seguridad estará reservado también para el hiperrealismo, tan en boga hoy día).

Pero esta exposición a que aludo, revela cómo Hamilton no es solo el padre del pop-art, sino mucho más que eso: un artista que representa un sentimiento crítico contemporáneo, audaz, auténtico, con respecto a lo que él mismo define como «la vida urbana» y que realiza artísticamente a través de sus imágenes urbanas. «Si hay en Inglaterra un pintor de la vida moderna en el sentido que se aplica a Baudelaire», dice el crítico John Russell, «ese es Richard Hamilton».

Los materiales pictóricos en Hamilton, son materiales de la realidad y viceversa, porque hay una comunicación de doble vía entre lo que existe clasificado como medio de propaganda, las trampas de la conciencia de marca, el paraíso audiovisual de la atracción hacia los productos de consumo; y lo que él transporta hacia los cuadros mismos: anuncios de automóviles en revistas ilustradas (de donde resulta toda una serie, el «Homenaje a la Chrysler Corporation»); páginas de catálogos comerciales full-color, fotografías de pin-ups y fotomodelos (la serie de fashion-plate, estudios cosméticos); pruebas de fotos, (de las tomas desechados por el fotógrafo, en un estudio hecho en la playa a Marylin Monroe, resultará un cuadro); fotografías sacadas de las páginas de sucesos de los diarios (el proceso a los Rolling Stones por posesión de estupefacientes en Londres); fotos fijas de viejos filmes (Bing Crosby en «I am dreaming of a White Christmas»); y, en fin tarjetas postales, y la portada del Time Magazine, con su autorretrato.

Concebir un cuadro como universo crítico y como universo artístico, y que la transposición de las banalidades, de esas imágenes múltiples que alimentan la vida moderna, tenga una función nunca circunstancial, sino testimonial, esas serán las razones de este arte y que tal vez logre explicarse globalmente en lo que fue su punto de partida: la serie «¿Qué es lo que hace aparecer hoy en día a nuestros hogares tan diferentes y atractivos?» exhibida por primera vez en 1956 en Inglaterra. Es la decoración pop por excelencia de un hogar, «la salita del hogar soñado» lograda a través de una suma de collages: muebles comprados a plazos, aparatos electrodomésticos, la figura de cartón recortado del atleta, tensión dinámica para el cuerpo, y el Reader's Digest para el espíritu, todo dispuesto armónicamente y ordenado por la omnipresente mano del requerimiento publicitario, hacer al pie de la letra lo que el comercial de la televisión manda, disfrutar de la enajenación fabricada a la medida.

Hay humor, ironía, todo un juego de aproximaciones sutiles en estos cuadros que tratan de dar permanencia a lo que la vida moderna condena como efímero: las revistas, los anuncios, los filmes, los héroes publicitarios que reinan un día y al siguiente ya no existen más, consumidos por el olvido. Y el pintor no renuncia a pertenecer a su galería: se auto retrata en la portada de Time, pero también pide a un amigo que lo retrate con una cámara Polaroid y a partir de sucesivas tomas, resulta una deformación que es su auto retrato al estilo de Francis Bacon. Y en esta línea no faltan tampoco sus homenajes a Marcel Duchamp y a Picasso, con sus meninas cubistas.

Berlín, 1974.





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