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Rosario de Acuña: Palabra y testimonio en la causa de la emancipación femenina

José Bolado García


Ateneo Obrero de Gijón (Asturias)


ArribaAbajoIntroducción

Rosario de Acuña (Pinto, Madrid, 1851-Gijón, 1923) fue una reconocida escritora de dramas, poesía, cuentos, artículos periodísticos que alcanzó gran notoriedad social en su época. Es, sin duda, una de las mujeres singulares de su siglo, según el testimonio contrastado de historiadores y críticos literarios contemporáneos.

Destacó desde muy joven como autora dramática y se convirtió cuando era ya una muy conocida mujer de letras en apasionada defensora de los ideales librepensadores.

Rosario de Acuña mostraba en sus escritos e intervenciones públicas un amplio registro de preocupaciones, entre las que resaltaba la causa de las mujeres modernas en las controversias de final de siglo.

La defensa del derecho a la enseñanza y a la cultura, en los primeros tiempos, y, luego, al trabajo, son algunos de los núcleos temáticos en los que descansa su alegato por la plena igualdad de derechos entre los hombres y mujeres.

Su renombre como escritora llegó a estar indisolublemente unido a su talante como mujer polemista y audaz. En muchos sentidos a su aureola de mujer independiente. De ello da cuenta el dramaturgo y ensayista, Luis París. En su Gente Nueva. Crítica Inductiva, dedica un capítulo a Rosario de Acuña, en el que se siente obligado a justificar, de entrada, el valor intelectual y la valentía personal de algunas mujeres, para luego arropar con su discurso la crítica que le merece la obra y también el testimonio personal de la escritora ensalzada:

«...Pues bien, así como la mujer cuando tiene formada su razón para justipreciar lo verdadero y lo falso, y para no incurrir en el predominio de lo pasional sobre lo objetivo que acaba por conducirla al desorden nervioso (histerismo), posee aptitudes envidiables de superioridad orgánica sobre el hombre -a lo menos en cuanto a receptividad-, en cambio, cuando falta ese equilibrio, todas las enunciadas ventajas se convierten en otros tantos peligros. Para su individuo, por el estado morboso que engendran y determinan, y, para su raza y su tiempo, por la constante influencia que la mujer ejerce y mantiene en el hogar.

Todas estas consideraciones han venido a mi mente al tratar de coordinar mis impresiones acerca de Rosario de Acuña y al querer formalizar en serie los datos que presenta su personalidad literaria...».



Por otro lado, el París crítico nos deja una valiosa síntesis de su opinión literaria sobre la mujer que escribe:

«...No sé quién ha dicho, ocupándose de esta escritora, que era un hombre que firmaba con pseudónimo de mujer. Algo hay de exacto en este juicio. Rosario de Acuña no gasta su tiempo en inventivas inútiles ni en producir lirismos hueros cuando escribe acerca de asuntos sociales; derriba y construye a la par; maneja por igual la piqueta que desmorona y el cincel que labra, sin atender mas que á su objetivo, empleando un esfuerzo varonil en realidad, y cuando hace literatura sola, entonces es cuando da rienda suelta a todas las aptitudes que enumerábamos antes como otras tantas ventajas inherentes a la mujer perfectamente organizada. En multitud de trabajos suyos, con especialidad en el prólogo-dedicatoria de uno de sus poemas, Sentir y Pensar, pone de manifiesto sus constantes dudas acerca del problema filosófico primordial; pero sin darse cuenta de ello, o quizás dándosela excesiva, Rosario de Acuña resulta un escritor de la escuela inductiva. Como tal, lo subordina todo al análisis, copia la naturaleza con inspiración, pero sin inventar jamás;...».



Y más adelante la relaciona con el contexto de escritoras a la moda:

«...Soy de la opinión que la más importante característica de Rosario de Acuña consiste precisamente en el género de trabajos literarios a que se ha dedicado. Antes indicaba la frecuencia con que la mujer literata se lanza en las revueltas de la fantasía y su predilección general por cultivar la forma poética, creando una literatura huera y completamente inútil, cuando no perjudicial. Abundan aquí mucho las poetisas y las novelistas del Correo de la Moda y de La Moda Elegante; hay también una numerosa falange de solteronas y de jóvenes casaderas, excelentes médiums, que rellenan las páginas de las publicaciones espiritistas con odas al espíritu de Agamenón y á la memoria de Wellington, con igual afición que si bordaran unas zapatillas en cañamazo; hay traductoras terribles, como la Balmaseda, la Sinués o la Sáez de Melgar, y además hay una colección de condesas, marquesas y duquesas que escriben todo género de disparates con una seriedad y un aplomo que envidiarían Guerra y Orbe ó el Padre Fita...».



Pero de la mediocridad ambiental salva «a las que cultivan el arte con más acierto», entre las que sitúa a Emilia Pardo Bazán, una de las escritoras más reconocidas del momento y con ella se aviene a realizar una curiosa comparación:

«...No trato de hacer un paralelo entre Rosario de Acuña y Emilia Pardo, porque no creo que pueda establecerse fundadamente paralelismo alguno entre dos personalidades literarias tan diferentes, que únicamente tienen de común el ser ambas escritoras y no comerciantes o telefonistas; por lo demás, ¿qué paralelo puede existir entre una escritora católica, presidente de asociaciones piadosas, biógrafa de un santo, monárquica y repleta de todas las ideas de la sociedad vieja, escritora al gusto académico, enamorada de la forma, con alardes de erudición a la violeta y traductora de las costumbres rusas del francés al castellano, con otra racionalista, hermana honoraria de logias masónicas, panegirista de las víctimas del fanatismo católico, republicana, sencilla en su estilo, genial en el procedimiento y apasionada de todo cuanto significa progreso nacional?...

Así, pues, ¿cómo compararlas, cómo medirlas?

Alguien lo ha pretendido, yo creo que no es posible. Viven en un medio distinto, tienen diferentes ideales, procedimientos antitéticos, y la comparación cae por su base cuando los términos son heterogéneos. A lo más podría afirmarse que Emilia Pardo representa el pasado, y Rosario de Acuña el porvenir».



Hasta el momento no se ha cumplido su aserto. Muy al contrario el nombre y la obra de Rosario de Acuña, tras la Guerra Civil, fueron cayendo en el olvido.

Hoy, son muchos los interrogantes que plantea la reconstrucción de su apasionante biografía. Tampoco es pequeña la tarea de resituar su obra literaria en el contexto de la historia contemporánea y preciar la singularidad de algunas de sus propuestas, así como su importante contribución «feminista».

Tópicos sin fundamento contribuyen a la dificultad. Uno de los más destructivos ha sido el que contraponía propagandismo a calidad literaria. El agustino Francisco Blanco García (1903) era pionero en fijar sus cimientos: «Las atenciones y lisonjas que le prodigó la galantería en 1876», se refiere al triunfo de su primer drama, Rienzi el Tribuno, en el Teatro del Circo la noche del 12 de Febrero en Madrid, «le hicieron concebir de sí propia una idea equivocada; y ansiando a toda costa inmortalizarse, formó una alianza ofensivo-defensiva con los herejotes cursis de Las Dominicales, escribió a destajo versos y prosas incendiarios, y anunció en los carteles un dramón archinecio que delata con elocuencia el lastimoso estado mental de la autora».

Opiniones como la expresada iban a dejar huella y venían a sistematizar los juicios más conservadores que se habían vertido en la prensa con motivo del estreno y posterior prohibición gubernativa de El Padre Juan en 1891 (Bolado, 1985; Simón Palmer, 1990).

Muchos años después seguimos encontrando testimonios sobre su mentalidad de librepensadora pero muy escasa consideración hacia su obra literaria y gran desconocimiento biográfico.

Cuando Rosario de Acuña decidió adherirse a Las Dominicales del Librepensamiento, en carta publicada el 28 de Diciembre de 1884, asumía los riesgos que podían sobrevenirle pero quizá nunca llegase a imaginar hasta que punto aquella decisión, si cabe intensificada por la posterior de ingresar en la masonería (Lamo, 1933; Álvarez Lázaro, 1985), iba a perjudicar seriamente la recepción posterior de su literatura.

En el Ensayo de un Diccionario de Mujeres Célebres, de Sainz de Robles (1959), ya no hay seguridad sobre el lugar de su muerte: «¿Murió en Gijón?». Y se afirma que: «en los estudios filosóficos y sociales tuvo escasa fortuna. Librepensadora en su juventud, evolucionó hacia un escepticismo tintado de inminencias cristianas».

Y en el muy reciente (1993) Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, dirigido por Ricardo Gullón, la entrada destaca: «Escritora librepensadora, que cultivó todos los géneros y en todos ellos quiso plasmar sus ideas...».

Sin embargo, en la entrada, R. A. y V. , de Rogers y Lapuente (1976) se limita a: «iniciales de la literata española Rosario de Acuña y Villanueva (1851-1923), autora de muchas poesías y de varias obras dramáticas muy aplaudidas, v. gr., Rienzi el Tribuno (1876) y La Voz de la Patria (1903)». («1903», por error de 1893).

Con la pretensión de superar el deficiente estado de conocimientos heredado sobre la vida de la escritora y sus circunstancias así como de librar su obra de los cerrojos ideologizados por el tradicionalismo, se inicia en la década de los setenta la investigación sobre Rosario de Acuña. Puede decirse que, durante los primeros años, ésta se circunscribe a Asturias, comunidad muy vinculada a la autora por razones biográficas y sentimentales.

Adúriz (1969), Ramos (1973), Castañón (1986), Hidalgo (1984), Palacio (1992) se han ocupado con mayor y menor extensión en la investigación de aspectos parciales de su biografía; Suárez Solís (1983), Pérez Manso (1991) de su obra literaria, Bolado (1985, 1992) de implicaciones socioculturales y su relación literaria, Simón Palmer (1990), de análisis de su obra dramática y reedición crítica de algunos textos.

Sus investigaciones son la causa principal del paulatino interés que en los últimos años se manifiesta por conocer su obra y la curiosidad que despiertan los episodios conocidos de su biografía. Pese a ello, su corpus literario sigue sin reeditarse1, salvo algunos textos dramáticos y unos pocos cuentos. Las últimas ediciones de obras de Rosario de Acuña siguen siendo las realizadas por Regina Lamo (escritora, hermana de Carlos Lamo, que fue compañero inseparable de la Acuña durante cuarenta años), en su editorial E.C.O. (Editorial Cooperativa Obrera), de Barcelona, en 19292. A ella se debe, también, el más valioso compendio biobibliográfico sobre la autora: Rosario de Acuña en la Escuela.






ArribaAbajoRosario de Acuña y la cuestión de las mujeres en la sociedad española «fin de siglo»

Sobre este asunto la propia escritora nos deja una esclarecedora documentación autobiográfica, en Carta a un soldado español (incluida en El secreto de la abuela justa) relataba:

«Nací en Madrid hace 66 años; viví ciega, con cortos intervalos de luz, más de 20 (desde los 3 hasta los 25). En todo ese tiempo aprendí Historia de España e Historia Universal, no en compendios, sino en obras amplísimas y documentadas. Mi padre me las leía con método y mesura; yo las oía atenta, y, en mis largas horas de obscuridad y dolor las grababa en mi inteligencia. ¡Desde tan lejos viene mi amor a España y a la humanidad!

Después quise pagarle a mi padre, con un átomo de amor consciente, el amor inmenso que, durante tantos años me dio, y, cuando mi salud se hizo normal, busqué ávidamente mayor cultura, y volé a los estadios de la literatura, largo tiempo vedados para las mujeres españolas y, en los cuales apenas cosecha, la que se atreve a desafiar el ridículo y la desestimación otra cosa que la pobreza, el desamor y la soledad...

Escribí versos, poemas, himnos, cantos, dramas, comedias, cuentos y una labor continua, como trama de todo esto, en artículos para la prensa patria y extranjera ¡Juegos todos casi infantiles para lo que la mente y el corazón humanos pueden dar de sí! pero que era lo único que yo ¡pobrecita mujer española! sin voz ni voto para nada que no sea el trabajo doméstico, podía darle a mi padre por aquella labor que, para ilustrar a su hija semiciega, hizo durante tanto tiempo...».



Las líneas anteriores, de recreación autobiográfica, representan con viveza el tema candente de la mujer española, sin voz ni voto para nada que no sea el trabajo doméstico, y, con no menos interés, la marginalidad sufrida por la mujer escritora.

No se lamenta singularizadamente, ni achaca al contenido ideológico de su particular trama periodística la causa fundamental del problema, sino a la situación de «pobrecita mujer española». Es consciente del rechazo de una sociedad androcéntrica, en la que las mujeres escritoras aún tienen que desafiar el «ridículo» y la «desestimación». Son todavía la excepción, aunque esta haya tenido los nombres de Teresa de Ávila, Gertrudis Gómez de Avellaneda, o Concepción Arenal.

En términos confluyentes se lamentaba el cronista de sociedad K. Sabal3 cuando reseñaba la lectura poética de Rosario de Acuña en el Ateneo de Madrid, el 24 de Abril de 1884:

«A la cátedra del Ateneo ha subido por primera vez una señora, Doña Rosario de Acuña es de las poetisas que piensan: dotada de un gran talento, sus composiciones se han salido siempre de lo vulgar, y el poema que leyó la noche del sábado en el Ateneo es una obra notable. La lectura, sin embargo, ha tenido poco éxito. La Señora Acuña es para los hombres una literata y para las mujeres una librepensadora, y no inspira entre unos y otras, simpatías.

La prevención contra las literatas no puede ser más injusta en un país donde cultivan las letras Doña Emilia Pardo Bazán, Doña Concepción Arenal y Doña Rosalía de Castro de Murguía».



A continuación, K. Sabal informaba a sus lectoras con no disimulada ironía de las costumbres en boga: «ahora las señoras se ocupan mucho en las obras de caridad de visitar á los enfermos con motivo de la comunión pascual y en preparar á las niñas de los colegios pobres para este acontecimiento de su vida. Las rosas blancas y las transparentes gasas están ahora en vigor...». Metonimia de un mundo bien alejado de las controversias y de las convulsiones sociales que engendraban el mundo moderno, reducto idealizado de un universo de aspiraciones aristocratizantes, donde se situaba a la mujer entre el ornato y la esclavitud.

Pero, quizá, la mentalidad dominante entonces entre la mayoría de las lectoras de El Salón de la Moda lo represente mejor la novela de mujeres, como la extensa La mujer del Porvenir, firmada por Cordelia4:

«A las veces, dejándome llevar en alas de la imaginación, me he figurado lo que sería el mundo si la mujer llegara a emanciparse como pretenden algunos, y la he visto abogada, catedrática, y ministra perorar en el foro y en el parlamento, votar leyes y discutir con sus colegas los más graves asuntos de las naciones. Como es natural, habrían de llevar los trajes propios de sus profesiones y en esto rivalizarían con sus compañeras, viéndose en su guardarropa al lado de los vestidos de baile, la toga, el uniforme, ó el frac... ¡Cielos, qué política de intriga se haría entonces! ¡Cuántos chismes, cuántas rivalidades, cuántos escándalos se sucederían en las Cámaras...!

Yo cuando veo á las mujeres ocuparse en los almacenes, en las escuelas, en las oficinas telegráficas y otros oficios públicos o privados, cuando veo que son bienquistas las que, sin vanagloriarse, se dedican al arte o a la literatura, digo, que no pueden creerse ni llamarse esclavas, ratificándome en mi creencia de que la emancipación de nuestro sexo no es ni puede ser más que palabra vana.



Pero aquel ambiente de 1884 no iba arredrar a Rosario de Acuña, y cuando el año finalizaba toma una de las decisiones más importantes de su vida pública, adherirse públicamente a Las Dominicales del Librepensamiento.

Hasta entonces sus éxitos dramáticos y su relevancia social le habían dado un lugar de privilegio en los salones madrileños. Sus textos reflejaban sin opacidades ni dudas su ideal de libertad y progreso. Era una excepción femenina ilustrada para el brillo intelectual de los liberales y hasta cierto punto respetada en los medios conservadores. Sin embargo, la muerte de su padre, el año anterior, a quien consideraba guía y maestro y la separación de su esposo, Rafael de Laiglesia, iban a debilitar sus lazos sociales.

Se conoce la sencillez de su estilo de vida, le gustaba pasar una parte del año en su finca rústica de Pinto, Villa Nueva, y de Mayo a Noviembre viajando para conocer las más extremas tierras de España. Era alpinista, se cree que fue la primera mujer que recorrió los Picos de Europa y subió a la sierra de la Estrella, y una de las primeras «touristas». Observaba las costumbres de los pueblos y aprendía también contemplando las leyes de la naturaleza en la armonía de sus ciclos. De aquella primera etapa deja constancia en el conjunto de artículos publicados en el volumen La Siesta, fuente literaria y documental muy sugestiva para conocer anécdotas y preocupaciones de sus años de juventud.

Algunas ideas ya se expresan con firmeza, la aspiración a la libertad, «Los pájaros»; la preocupación por la educación de la infancia, «Pobres Niños» (los pobres, nada, la calle; los ricos, la «lección reglamentada», educación para la vanidad y la tontería); la importancia de vivir en contacto con la naturaleza, de la vida higiénica en una casa amplia y llena de luz, «Los Pájaros»; y siempre manifestándose como eje vertebrador de su pensamiento la bipolaridad: razón humana, como fuente de progreso, alma inmortal, o espíritu, partícipe de un Dios o Armonía universal.

Pero, la atención de los estudiosos se ha detenido con frecuencia en la colaboración de la escritora con Las Dominicales. Nos interesa, en este caso, analizar algunos aspectos de su carta de adhesión5: sobremanera, la relevancia que concede al hecho de ser mujer y la consideración que le merecen Las Dominicales, como defensoras de su dignificación:

«...Me pareció haber soñado cuando terminé de leer Las Dominicales, porque en ellas palpitaba la vida de la "libertad", de la "justicia", de la "Fraternidad"... Ni un sólo día desde entonces dejé de leer Las Dominicales... "Qué lucha -me decía- han entablado estos hombres en pro de lo 'bueno', de lo 'justo' y de lo 'bello' -¿vencerán?-. Un velo se extendió ante mis ojos, y al disiparse, como telón de comedia de magia, se me apareció el hogar del hombre, es decir, la 'mujer', que en nuestras actuales sociedades sintetiza el hogar...". He aquí el escollo -me dije- donde podrá caer despedazada la libertad. La mujer, cuando se inspira en la ignorancia y la superstición, es la gota de agua cayendo tenaz sobre el cerebro del hombre trocando los deseos generosos en instintos sistemáticos, transformando el amor a la humanidad en individual egoismo, cambiando las aspiraciones hacia lo eterno y permanente por ambición mezquina. La mujer enfrente del Libre-Pensamiento lo ahogará con las sugestiones de un oculto, titánico, avasallador, fuertísimo poder. Este poder, se apoya en la ignorancia de la mujer, su hasta ahora inquebrantable cimiento (triste es decirlo, pero es verdad; esta ignorancia dimana, la mayor parte de las veces, del hombre, que no quiere librar de ella a la mujer, en la funesta creencia de que no podrá manejarla cuando sea su semejante), este poder es el del confesonario...»6.



Rosario de Acuña se extiende con apasionada sutileza sobre el inmenso poder de sugestión y sobre el compromiso íntimo, profundo, que ataba la mujer al confesor. Como éste conocía los íntimos deseos, dudas del ser humano y las quiebras o disidencias del pensamiento dominante en el seno familiar. Para la autora resultaba contradictorio e incluso chocante que algunos ilustres defensores de las ideas de Libertad y Progreso no reconociesen que mientras la mujer no fuese con ellos compañera de ideas el futuro no sería posible, el fracaso estaba asegurado.

Todavía en los primeros años del siglo XX son abundantes los testimonios librepensadores del mismo sentido, en razón de la importancia, funcional, que se daba al tema de la educación femenina: «Arranquemos a la mujer del fanatismo que, por desgracia, la arrastra, inconscientemente tal vez, a creer en milagros y apariciones de santos, purgatorios, dioses y otros absurdos por el estilo; arranquemos a esos seres desgraciados de las cárceles religiosas llamadas conventos, donde, a más de ser inútiles a la sociedad, casi siempre conspiran contra el progreso, la familia libre, el bienestar y el porvenir de la Patria. Eduquemos, en fin, a la mujer para que, a su vez, eduque convenientemente a nuestros hijos...» (Ricardo Sendra, en la tenida celebrada por la logia Añaza, de Santa Cruz de Tenerife, 14 de Setiembre de 1904)7.

Pero los planteamientos de Rosario de Acuña aunque comunes en esta cuestión distan de agotarse en el pragmatismo político o en la necesidad social más acuciante. Nunca renuncia a plasmar su impronta, a expresar su punto de vista de mujer en un mundo regido por hombres. Más adelante, en un sugerente monólogo interior, se sitúa frente a un espejo y viendo su propia figura y entorno, escribe:

«Retiré desalentada los ojos del espejo... ¡Bah! después de todo -exclamé-: no vale tanto mi personalidad, sola y escueta como se halla, que merezca ciertas consideraciones pueriles; lo que poco vale, nada pierde con los ataques de las fieras que asaltan los caminos de la vida. Además, la subliminidad de la idea, ¿no es digna del sacrificio de tanta vana consideración a que obliga á la mujer, sin agradecerlo, una sociedad puramente formalista?».



En la misma carta, la autora consciente de su espacio, o mejor dicho del que la sociedad le reserva, ofrece a Ramón Chies, su destinatario formal, la que habrá de ser su colaboración, su particular lucha:

«Yo me contentaré con combatir a los enemigos, sean los que fueren, del hogar, de la virtud femenina, de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre...».



Pero no está segura de amoldarse a los límites de la reserva, de ajustarse siempre al territorio de lo aceptado, por eso advierte:

«...No obstante, si alguna vez el propio celo de la verdad me lleva a su campo, desde ahora les suplico perdón, demandándoles de paso, con la mayor cortesía, el firme apoyo de su brazo de periodistas. La vida del periodista es la vorágine monstruosa, dispuesta siempre a tragar al incauto o al débil, más con el apoyo de su brazo y el escudo de su amistad pondré reparos al espanto que me causa...».



Concluyo las referencias a su carta de adhesión a Las Dominicales, con unos párrafos que pueden ser paradigma de su pensamiento y también del estilo vehemente que haría popular a la Acuña periodista:

«...Doy el primer paso en la redacción de Las Dominicales, con el afán de que el último que dé en las sendas de la vida, despierte en mi alma el amor que siempre tuve a la libertad, y la vehemente aspiración de tener ¡alas!... ¡alas!».



Quedan atrás resumidas, quizá mejor que en ninguno de sus otros textos, sus aspiraciones de reforma y modelo de vida. En ellas se entrecruzan los ideales del Librepensamiento y una voluntad, firme, de vida autónoma, asentada en un irrevocable amor romántico a la libertad, al que había ofrendado su primer, y exitoso, drama escénico: Rienzi el Tribuno.

Es imposible dentro del cauce de esta comunicación hacer referencia a las múltiples colaboraciones periodísticas de Acuña en defensa de la instrucción femenina y la equiparación de la mujer con el hombre. Son años, aproximadamente hasta 1902 de gran activismo.

Ingresa en la logia Constante Alona, de Alicante, en 1886, de lo que nos da testimonio Álvarez Lázaro (1985); Participa en la inauguración del Colegio del Grande Oriente Nacional de España, en Madrid, dos años más tarde; imparte dos conferencias (Marzo de 1888), en el Fomento de las Artes, de Madrid: «Los convencionalismos» y «Consecuencias de la degeneración de las mujeres», etc... y, continúa escribiendo poemas, cuentos y algún drama.

Por entonces, los planteamientos krausistas de Rosario de Acuña sobre la cuestión de las mujeres prestan capital importancia, como ya se ha señalado, al tema de la educación y son menos explícitas las reivindicaciones de carácter sociopolítico y económico, por ello a primera vista puede resultar desconcertante su artículo: «Algo sobre la mujer. Apuntes», incluido en el volumen de narrativa Cosas mías. Diserta con gran inteligencia y finura sobre aspectos que en la prensa serían de difícil acogida, así, por ejemplo, su defensa del amor como logro igualitario:

«No, no hay que temer por el amor el día en que la mujer alcance al hombre en su perfeccionamiento intelectual; al contrario, entonces sentiría el amor que hoy apenas inconscientemente conoce; entonces sabría todos los sacrificios que se merece esa religión de la naturaleza, y entonces, sin las nimias preocupaciones que hoy la rodean, sabría elevar al ídolo de sus amores sobre todas las consideraciones, hasta la región de lo sublime, dándole el culto de los grandes movimientos de su alma, y siendo para el hombre, no el vano capricho de un placer pasajero, sino la hermosa mitad de su especie, al admirable semejante de si mismo».



O, su peculiar enfoque de la llamada emancipación femenina, de la que desconfía porque está impulsada desde los valores de los hombres:

«Pues sabedlo: vuestra misión es ir a la par del hombre; si os quedáis atrás, hoy que unos quieren empujarnos con ciego fanatismo, y otros os sujetan en los últimos límites de los seres animados. Tomad de la escuela emancipadora lo que a nuestros fines nos conviene, es a saber, la instrucción más amplia. Engolfáos en el estudio para que, en la lucha que entre unos y otros estamos llamados a sostener, tengáis armas de reserva con que defenderos. Me diréis muchas que ¿cómo estudiar? El libro es el maestro, y no todas podéis disponer de libertad, de tiempo y de recursos para tan precisa ilustración. Pues estudiad observando, haciendo uso de esa perspicacia analítica que debéis a la naturaleza».



En su lectura instructiva para niños, La Casa de muñecas, (1888) desarrolla con gracia y modernidad la escuela de la coeducación, en familia. En este aspecto se muestra seguidora o coincide con los presupuestos de Stuart Mill (contenidos en La sujección de la mujer, 1869, que fueron traducidos al castellano por Emilia Pardo Bazán) contra la tesis de la naturaleza de la mujer:

«Rosario era una niña viva, alegre, expansiva, cariñosa, llena de vigor y de salud, y amiga más bien de correr y saltar que de estarse sentada y quieta; Rafael era cariñoso y reflexivo y menos alborotador que su hermana; más por arte de los métodos y de los sistemas, Rosario se había vuelto una mujercita chiquitita, formal y seria, que siempre quería estar sentada y quieta, y su hermano Rafael se había convertido en un pequeño Cid, batallador, pendenciero, revoltoso y deseando siempre mandar y disponer como un tiranuelo».



Si los presupuestos éticos y racionalistas de Rosario de Acuña se imbricaban en el clima que se había ido formando desde el grupo krausista, y en el que tan relevante papel habían desempeñado ya algunas mujeres, como es el caso de Concepción Arenal, su personal don de observación de los fenómenos sociales y su tenacidad en la denuncia afirman su peculiar estilo.

El estreno de El Padre Juan, fue su gran pulso personal, de escritora y de mujer de acción, y aunque recibió abundantes muestras de apoyo, entonces, quizá, también se da cuenta de que la apuesta había sido excesiva. Se había salido de los márgenes y en su obra se delataba, como un hombre entraba en la crítica de lo más importante, lo religioso. Había llevado a escena, a la manera de su admirado Galdós, «el punto capital de todas las ideas»8.

Son abundantes los pasajes biográficos y los textos que merecen un detenimiento desde el fogonazo que significó El Padre Juan, pero quizá ahora interese observar algunos destellos de la Rosario de Acuña, polemista, al filo de la noticia y cuando ya era una anciana.

Pocas veces en su vida, plena de éxitos y fracasos, de ataques y reveses de fortuna, un artículo como el publicado el 22 de Noviembre de 1911, en El Progreso de Barcelona pudo causar y causarle mayor conmoción9.

Sus repercusiones políticas y derivaciones penales la obligan a huir a Portugal y permanecer allí dos años. La noticia la difundía el periodista y literato Cristóbal de Castro (14 de Octubre), en el Heraldo de Madrid, la agresión a unas jóvenes estudiantes que acudían a la Universidad Central, por una jarca de mozalbetes. Es un punto sensible de la escritora y sube el tono. Su estilo se hace hiriente y sirve de pretexto para una campaña política de El Poble contra El Progreso. El resultado: huelgas estudiantiles, algaradas, y sobre todo la presión conservadora contra el periódico y la escritora. En aquel texto fluyen sus conceptos conocidos y se hace nuevo hincapié en el difícil camino de la mujer española para educarse, la novedad es el tono sarcástico y la parodia:

«...¿qué van a ser ellos? ¿amas de cría? No, no; los destinos hay que separarlos; los hombres a los doctorados, a los tribunales, a las cátedras, a las timbas, y a las mancebías de machos, a ser, unas veces, ellas y otras veces ellos: las mujeres a la parroquia, o al locutorio, a comerse o amasar el pan de San Antonio; y luego las de clase media, a soltar el gorro y la escarcela, a ponerse el mandil de tela de colchón, y aliñar las alubias de la cena, a echar culeras a los calzoncillos, o a curarse las llagas impuestas por la sanidad marital; si son de la clase alta, a cambiarle, semanalmente, de cuernos al marido, unas veces con los lacayos y otras con los obispos... Este, este es el camino verdaderamente derechito y ejemplar de las mujeres».



En el mismo diario lerrouxista (3, Diciembre), Kosmophilo defendía a la escritora y el artículo pero sin entrar en los detalles del texto, prefería el tono del panegírico general: «Un artículo vibrante, de frase gráfica y naturalista, de varonil corte y castizamente castellano, propio de un Diego Hurtado de Mendoza ha dado de nuevo celebridad a esa escritora, verdadera gloria de las letras españolas y una de las eminentes personalidades del feminismo en España». (Lo que no es obstáculo para que finalice haciéndole poco honor a su género: «Y esa mujer, esa gloria de la ciencia, del idioma y de la bondad humana, dicen que ha cometido un delito, y que por huir del castigo del cual, ha tenido que abandonar la patria que tanto ha honrado. Yo no sé si eso será verdad; lo que sí afirmaré es que desde hoy hay en España un hombre menos»).

Los artículos que firma en los últimos años de su vida denotan un cambio de protagonistas en el proceso social, el dinamismo de las asociaciones y sindicatos obreros encuentra acogida en sus escritos y sin abandonar sus viejas posiciones ve en el proletariado la esperanza de regeneración social que ya anunciaba en el famoso y discutido artículo de El Progreso.

Con motivo de la celebración del 1 de Mayo escribe para Acción Fabril10, un artículo dirigido a las mujeres proletarias, en el que vierte ideas como:

«En vosotras, mujeres proletarias, está la clave del problema; al lado ¡sí! del hombre; al nivel ¡sí! del hombre; como el hombre y con el hombre, pero no contra el hombre»; «vosotras, mitad humana, apartada de la masculinidad por un largo trabajo de perversión, hecho a conciencia por religiones, leyes y costumbres, habéis recuperado, de un solo empuje, vuestro sitio verdadero recogiendo de las manos de la fiera que mata, el cetro de la mano que crea y hoy la civilización entera pesa sobre vuestros hombros que están demostrando magníficamente que pueden sostenerla...». Le seguía una Nota de la Redacción, en la que se le agradecía el envió del artículo, publicado en portada, y a la que se dedican palabras como «nuestra muy apreciada amiga Rosario de Acuña, nuestra Virgen Roja, como nosotros la llamamos...».

Quizá su Discurso para el mitin de la Unión Republicana de Gracia, leído el 24 de Marzo de 1917, y publicado en cuatro entregas en el diario El Noroeste de Gijón11 suponga su último y más ambicioso esfuerzo de exposición del conjunto de su pensamiento político, filosófico y moral. No escatima elogios, por ejemplo, al primer presidente de la República portuguesa que acababa de morir, en ellos cristaliza sus propias ideas y emociones:

«Voy a haceros conocer el testamento religioso de un hombre justo y sabio, poeta y estadista, legislador y publicista, que acaba de morir en ese Portugal donde todas las leyes de los radicalismos liberales han vivificado la sociedad lusitana de tal manera que hoy es el Estado de más generoso espíritu de justicia, de cultura y de fraternidad que existe en Europa... He aquí el testamento religioso del doctor Manuel de Arriaga...: "Nunca pude prescindir en mi creencia de que todas las cosas tienen el origen de una Causa Primaria, principio, medio y fin de todo lo existente, fuente de donde emana la vida del Universo, sol de donde irradia la luz de nuestras almas y las sabias leyes inalterables. La Ley por excelencia de la Belleza, del Ideal, de la Perfección Suprema, de la Verdad Eterna-Dios. En esta creencia vivo con esta creencia espero morir. Como es natural que los representantes de las religiones reveladas no se quieran incorporar en el fúnebre cortejo de un filósofo que vivió toda su vida fuera de las barreras de los dogmas, en una religión alta, serena y luminosa, con absoluta e inalterable tolerancia para todas las opiniones, dispongo que mi entierro se haga civilmente, sin convites, coronas ni discursos"». De igual forma se celebró el de Rosario de Acuña, en Gijón, e ideas semejantes se contenían en su famoso testamento, dictado en Santander en 1907.

En lo que respecta al tema feminista, la autora es consciente de la importancia vital de su comprensión ideológica y de la participación de las mujeres, plantea: «En cuanto al problema feminista12, que hoy empieza a debatirse en España, y en el que estriba, acaso, la libertad de conciencia para nuestra patria, hay que dejarle andar su camino, ayudando sabiamente a que tomen interés por él el mayor número de mujeres. La revolución mundial que está iniciándose en la terrible guerra europea, traerá grandes sorpresas», y no sin ironía añade: «La progresión creciente de la mortalidad e invalidez en los hombres europeos (tal vez de la tierra entera) va a entregar a la civilización futura a un Matriarcado positivo, activo, consciente, que, bien sea reconocido por las legislaciones, o bien sea abominado por ellas, nada ha de importar si se impone en los hechos...».

En razón, al paso por su dilatada vida de tantos quebrantos, por ejemplo, su paulatino empobrecimiento hasta llegar a la pobreza de los últimos años13, y a las controversias y cambios económicos y sociales experimentados en el nuevo siglo, se fue desplazando su atención hacia la mujer trabajadora de la industria. Con anterioridad se había preocupado del trabajo de las mujeres pero desde la perspectiva de un trabajo autónomo remunerado compatible con su vida en casa, la de las pequeñas industrias rurales, como la avicultura, de la que era una experta. De ello había dejado amplia constancia en los XVI artículos publicados en El Cantábrico de Santander, bajo el epígrafe de Conversaciones Femeninas14. Es en este sentido interesante uno de sus últimos artículos publicados, en 192015 y del que entresacamos.

«Hace muchos años, más de treinta, vi pasar por la Puerta del Sol la agrupación del proletariado madrileño rodeando al entonces vigoroso patriarca del socialismo, Pablo Iglesias ¡Cuan pocos le seguían! ¡mujeres, ninguna! Mas hoy, como ayer, se ven pocas mujeres, muy pocas mujeres. Cuantas, en cambio, caminan detrás de las procesiones católicas, detrás del sacerdocio de una iglesia que no puede, aunque quiera (y no quiere, aunque lo finge) dar liberación y racionalismo al proletariado... El día en que masas compactas con números iguales de hombres y mujeres festejen con el corazón el 1º de Mayo, la nueva edad del mundo empezará su día sobre la tierra, porque en ella no puede actuar un sexo solo...».



A modo de conclusión creo que la personalidad de Rosario de Acuña puede ser representativa de un período de nuestra historia reciente en el que la mujer hubo de conseguir su reconocimiento intelectual y como persona a través de convulsiones personales y sociales. Su derecho a la existencia necesitaba de la constante demostración meritoria de capacidades poco menos que excepcionales. Era la época de los catálogos de mujeres extraordinarias, que justificasen el intelecto y la valía de la mujer para otros menesteres que los domésticos. María Cambrils (1925) aún necesitaba ejercer esa demostración y seleccionar la lista de mujeres ilustres, en ella inserta a Rosario de Acuña, «escritora insigne y dramaturga de sabor radical, autora del drama El Padre Antonio (Por error, de El Padre Juan) y de varios otros representados con éxito en España y América».

De todas formas es imposible resumir, en tan corto espacio, la palabra y el testimonio de quién fue canto permanente a la libertad. A la que todavía en su vejez dedica inspirados escritos, como el que en primera página le publica, en 1918, La Aurora Social16 con citas a Walt Witman.

Fue el suyo un peculiar combate por la modernidad, en el que el pesimismo derivado de la observación analítica del entorno no engendraba ensimismamiento o paralización. El futuro halagüeño estaba lejano (es una idea permanente en sus escritos), pero como recogía Demófilo (1895), citando a Spencer, «el porvenir nos reserva formas sociales ante cuyo esplendor palidecerán todos los sistemas de organización ideal que pudiéramos formular hoy». No estaba sola, el librepensamiento se proyectaba con intensidad en los debates sociales y políticos de la última década del siglo XIX. La habían precedido otras reformistas ilustres como Concepción Arenal y con el nuevo siglo surgían escritoras que ensanchaban el cauce. Pero con todo, su vida fue testimonio de las grandes dificultades que tenía que soportar una mujer para vivir según su razón y para defender sus ideas en las palestras hasta entonces masculinas.

Veintisiete años separan los argumentos de Posada (1893) y Francos Rodríguez (1920), sin embargo, en ambos, se da cuenta de la dificultad que entraña la «causa legítima de la emancipación femenina». Posada dando muestras de su honestidad intelectual reconoce que la lectura del «hermoso libro de Stuart Mill, La esclavitud femenina, le abrió muy amplios horizontes», y luego piensa: «¿No es una situación insostenible y miserable la de la mujer actual?». Ambos con todo el ingenio y la fuerza de sus razonamientos vienen a coincidir en la frase de Francos: «aún contra la voluntad de quienes temen todo cambio de fortuna, no podemos permanecer en la presente».

A Rosario de Acuña no le faltó voluntad, su carácter enérgico contribuyó a la leyenda, y luego los años de olvido la acogieron con viejas voces que hablaban de discriminación y fanatismo ¡bruja!, ¡vieja!, ¡masona! Aquellas voces, apenas dejaban hueco a ¡escritora!






ArribaFuentes bibliográficas

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