
S. M. la Reina Regente de España
Artículo dedicado a la colonia monárquico-española, residente en la República Mexicana
Concepción Gimeno de Flaquer
María Cristina de Habsburgo-Lorena parece haber heredado las virtudes y méritos de su ilustre bisabuela, la muy amada emperatriz María Teresa de Austria. Como la popular hija de Carlos VI, María Cristina de Habsburgo ha recibido una educación perfecta, basada en los principios de la más pura moral, la cual le ha permitido, en la difícil situación que el infortunio le ha creado, levantarse a una altura que admiran los españoles. La digna actitud de la augusta viuda, su prudencia, su bondad, sus generosos sentimientos hacia los enemigos de la idea política que representa, su claro criterio y sus virtudes de esposa y madre, le han atraído el respeto de los antimonárquicos y de los que la miraban con injustificada repulsión, a causa de pesar sobre ella el delito de extranjerismo, delito que estamos seguros no le han de hacer expiar los españoles.
Tan pronto como la digna señora se sobrepuso al dolor que embargaba su ánimo, tan pronto como pudo hacer un esfuerzo de valor moral, su primer arranque fue un rasgo de delicadeza para con el pueblo que la acogió en su seno; rasgo que han sabido estimar los émulos del Cid y de Pelayo en su justo valor.
«Confío mis hijas a vuestra nunca desmentida lealtad»
, dijo la ilustre descendiente de Carlos V y Felipe II, y este grito, escapado al alma de la madre y de la reina, tuvo resonancia en los generosos corazones del noble, del valiente, del caballeroso pueblo español.
Cuando todas las potencias europeas esperaban un conflicto entre los partidos disidentes, cuando los jefes de otras naciones fijaban ávidas miradas en nuestra infortunada patria, esperando que un trágico suceso fuese la continuación de anteriores calamidades, el heroico pueblo español ha dado un ejemplo de cordura que está causando el asombro universal, y que ha de enaltecer las ya brillantes páginas de su historia.
Mientras la interesante viuda cumplía su deber, procurando salvar el trono de sus hijas, todos los partidos se unían para salvar a la patria, proclamando el mayor respeto a la afligida dama que hoy ocupa el solio de San Fernando.
¿Qué mágico poder ha obrado el milagro de acallar todas las hostilidades? La hidalguía del valeroso pueblo celtíbero. No se equivocó la inteligente consorte del malogrado Alfonso XII al confiar en ella. Este bravo y enérgico pueblo, que no cede a ningún yugo, se inclina siempre ante la desventura. Viva tranquila la ilustre familia de Habsburgo, respecto a la suerte de María Cristina en España; la reina regente podrá no tener como reina simpatías generales, mas como dama puede contar con un defensor en cada español, porque su desgracia la hace sagrada en la tierra clásica de la cortesía.
¡Grande tiene que ser siempre el pueblo que abriga tan levantadas ideas! Y ya que del pueblo español hablamos, es oportuno dedicar un recuerdo a los patrióticos sentimientos que sinceramente, sin jactancioso alarde, han manifestado en este momento histórico tres de sus más dignos representantes: los señores Sagasta, Cánovas y Castelar. Estos eminentes hombres, jefes de tres partidos de ideas muy divergentes, han obrado con tan gran alteza de miras, que su conducta merece el mayor elogio. Mientras Sagasta, gran patricio a quien jamás ha endiosado el poder ni el aura popular, sabiendo vivir en medio de los mayores homenajes con lacedemónica sencillez, mientras Sagasta desenvuelve su honrada política liberal, el eminente Cánovas, ese notable estadista tan celebrado por los primeros diplomáticos de nuestros días, ha prestado su valioso apoyo al gobierno, obrando con la buena fe que le distingue, al mismo tiempo que Castelar, una de las más legítimas glorias de España, ha encauzado el torrente próximo a desbordarse, calmando la irritada impaciencia de sus correligionarios y ostentando una benevolencia hacia la monarquía que hace honor en la actualidad a sus nobles sentimientos. ¡Salvar la patria a toda costa! Este ha sido el pensamiento que cual estrecho lazo ha ligado las voluntades de estos tres grandes hombres que siempre habían militado en opuestos bandos.
Y no solo han querido salvar a la patria, sino salvar también a la triste compañera del monarca que tanto amó a España. Cánovas, cual esforzado campeón, cual galante paladín de María Cristina, ha despertado en todos los corazones una corriente de sentimentalismo favorable a la ilustre viuda, poetizando su dulce y bella figura con estas palabras: «Ayudemos a sostener la paz pública a la augusta señora que en este momento tiene, además de la corona de regente que sustenta, otras tres coronas que deben infundirnos el más profundo respeto y la adhesión más inquebrantable: la corona de la virtud, la de la juventud y la del dolor»
. Por muchos títulos es merecedora María Cristina a la pública consideración: la joven princesa que en vida del rey no quería tomar parte en los negocios públicos ni señalarse con ninguna iniciativa, estudiaba los sucesos, sacaba deducciones y se formaba un criterio propio, tan firme como claro. La reina regente posee vivísima inteligencia, gran golpe de vista y una intuición exacta de cuanto parece debiera serle desconocido, con la cual sorprende a los ministros de la Corona y a todos los diplomáticos que tratan con la soberana altos asuntos.
¡Ojalá sean las circunstancias favorables a la reina regente para que pueda desplegar las virtudes cívicas y viriles que desplegó la vencedora de Federico II de Prusia, virtudes que no son extrañas a las princesas de la casa Habsburgo, princesas que han brillado por la pureza de costumbres en la vida privada! En María Teresa de Austria, cuya sangre circula por sus venas, tiene gran modelo que imitar: aquella extraordinaria mujer reorganizó la armada, reformó la justicia, protegió las artes, las letras y la industria; dio impulso al comercio; erigió monumentos, fundó universidades y colegios, entre los cuales todavía es famoso el que se halla en Viena con su nombre, y creó observatorios, dotándolos de importantes telescopios que revelaron los secretos de la bóveda celeste a sabios de la talla de Boscovich, Haller y Hell.
Digan los españoles del siglo XIX lo que dijeron los húngaros del XVIII en homenaje de la excelsa bisabuela de la reina regente: «Moriamur pro rege nostra Maria Teresa»
.
Las muy ilustres casas de Habsburgo y de Lorena han dado reyes muy notables. A la casa de Habsburgo pertenecen Alberto II el Sabio y Rodolfo IV el Ingenioso. Distinguidos por cualidades propias han sido los monarcas austríacos, entre los que se destacan: Leopoldo I, el Ilustre; Alberto I, el Victorioso; Ernesto, el Valiente; Leopoldo IV, el Liberal; Leopoldo VI, el Glorioso, y Federico II, el Valiente.
María Cristina de Habsburgo posee altas virtudes para alcanzar el amor del pueblo, como lo alcanzó su ilustre antecesora, Catalina de Aragón, tía del gran Carlos V.
Abrigamos fundadas esperanzas de que la reina regente será tan amada de los españoles como lo fue María Cristina de Borbón, extranjera cual ella. La reina María Cristina brilló por su inteligencia, su lealtad y sus virtudes de madre.
Sepa la augusta viuda de Alfonso XII, que esta nación ha tomado parte en su duelo, y que una distinguida dama mexicana, joven también e interesante por sus bellas cualidades, la digna y simpática esposa del caballeroso Presidente de la República, favoreció con su presencia las suntuosas honras fúnebres que la estimable colonia española, residente en la capital, tributó al muy llorado monarca, honras que tuvieron eco en las importantes ciudades de Veracruz, Durango, Guadalajara, San Luis y Celaya.
La colonia española que habita en la hermosa tierra de Moctezuma, ha demostrado que ama a España en todas las aciagas situaciones por que ha atravesado nuestra inolvidable patria.