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Santa María de Tentudia

Luciano Cid Hermida

Al cariñoso amigo y elocuente
orador sagrado D. Marcelo Macías.


I

Uno de los nobles gallegos que más se distinguieron por sus hechos de armas en la Edad Media y con motivo de la reconquista, fue don Pelai Pérez de Correa1, Gran Maestre de la orden de Santiago y descendiente del célebre Payo de Correa, y de Pedro de Correa, el Viejo, señor de Novaes, de quien me ocupé al escribir la leyenda del excomulgado Vasco Martínez de Pimentel2.

Era don Pelai Pérez de Correa hijo de Pedro Pérez y doña Dordia Aguiar, naturales de Galicia —118— los dos, y por esta razón, aseguran Gándara3 y Huerta4, que aquél era gallego y no portugués, según pretende Rades5, viniendo a confirmarlo la alta investidura de Gran Maestre de la orden de Santiago, con que fue agraciado por el Rey Fernando III de Castilla y de León.

Proclamado este monarca el año 1230, apercibióse desde luego a continuar la gran obra de la reconquista, enviando, al efecto, sobre Córdoba, el año 1234, al Infante don Alonso, con un fuerte ejército, del que era uno de sus Capitanes don Pelai Pérez de Correa, al que cupo la gloria de penetrar un día bravamente con su mesnada en la corte de los Omniadas6, sembrando el terror entre los infieles, y logrando hacerse fuerte en un arrabal de mozárabes, cuando los moros, repuestos algún tanto de su primera sorpresa, se revolvieron contra los cristianos y pretendieron agobiarles con su número.

El arriesgado lance, en que se metiera don Pelai, requería pronto y eficaz auxilio, y el Infante emprendía uno y otro ataque contra las fuertes murallas de Córdoba, sin conseguir más ventajas que prestar alientos a los cercados y hambrientos hombres de Correa; pero sabedor el Rey de la comprometida situación en que se hallaba su ejército, y muy especialmente aquel —119— puñado de valientes, salió de Benavente a marchar forzadas en socorro de don Alonso y de Pelai Pérez, poniendo estrecho cerco a la capital del Califato de Occidente.

Rendida Córdoba al Rey cristiano, en 1236, puso sitio después a Jaén, que pertenecía al Rey de Granada, Mahomed-Alhamar7 a donde le siguió el señor de Correa, distinguiéndose por su valor y entrando en la ciudad con Fernando III, cuando Alhamar entregó la plaza al victorioso monarca de Castilla.

Marchó el Rey con parte de su gente sobre Sevilla y ordenó, al propio tiempo, al Infante don Alonso, que avanzase sobre el reino de Murcia, mandato que ejecutó con tan feliz estrella, acompañado del bravo Capitán Pelai Pérez, que, antes de haber cercado por completo a Sevilla el Rey, ya regresaban aquellos, victorioso de su empresa, y eran portadores de un nuevo y rico florón para la corona que ceñía a su frente el afortunado monarca.

Incansable el esforzado noble gallego en sus guerreras empresas, después de haber acompañado al Infante en el cerco y toma de Alcalá de Guadaira8 y de Yelves, recibe de manos del soberano la alta investidura de Gran Maestre, coopera a la toma de Sevilla; arremete con su mes —120— nada por el célebre barrio de Triana; llega hasta las puertas de la ciudad, saquea, mata y siembra el espanto entre los moros, y coopera con su acreditado valor a que en 1248 pase a poder de Fernando III la hermosa sultana del Guadalquivir.

II

Vencido y humillado Abul-Hassan9 parte al África con trescientos mil árabes, según refiere la Historia, y el monarca castellano da treguas a los moros y concede descanso a sus guerreros, con objeto de preparar una expedición al mismo territorio africano; pero no por esto deja de combatir Pelai.

Regresaba el noble Maestre de verificar una correría por tierra de Llerena cuando se vio atacado repentinamente por un fuerte cuerpo de caballeros árabes que le esperaban emboscados en las últimas estribaciones de la sierra —121— para asegurar mejor la victoria; pero no era Pelai Pérez de los que se atemorizan por el número de sus enemigos, ni le sorprendían tan fácilmente los moros con sus estratagemas, y tomando, con rapidez una acertada resolución hizo retirar sus peones a la espalda, esperando, al frente de sus caballeros, la arremetida de los jinetes árabes.

Acometieron estos con furor, llegando hasta tocar con las puntas de sus lanzas en los embrazados escudos de los caballeros de Santiago, que abrieron sus filas en tan crítico momento, con admirable precisión, se dividieron en dos alas, y, partieron al galope en opuesto sentido, logrando así formar un vasto círculo, en cuyo centro quedaron encerrados los jinetes árabes, sorprendidos por tan rápida maniobra y acribillados a ballestazos por los peones cristianos que les hacían frente.

Cuando los jinetes moros se preparaban para atacar nuevamente al enemigo, ya arremetían los de Pelai Pérez, estrechando cada vez más las distancias y entablándose una sangrienta lucha, cuyo resultado era difícil prever.

Terrible fue el choque, pero los de Santiago obedecen como un solo hombre a su Maestre que, a cada bote de su lanza, derriba a un infiel —122— en tierra y que lanzando con formidable voz el guerrero grito de «¡Santiago, y cierra España!» acomete, con más bravura; y la victoria no era ya dudosa para los cristianos si las sombras de la noche no venían a proteger al enemigo.

Resistía este con valor, prolongábase el combate más de lo que quería el Gran maestre, y se batían en retirada y se batían en retirada sobre la sierra los moros, cuando el sol comenzaba a desaparecer sobre sus elevadas cumbres.

Apretaba los puños Pelai Pérez, enarbolando su terrible maza de armas, y se revolvía entre los grupos de jinetes árabes, destrozando cimeras, magullando cascos y aclarando cada vez más las filas del enemigo; pero comprendiendo que no podía vencerlos tan pronto como deseaba para asegurar la victoria, y que en breve desaparecerían en la oscuridad de la noche y los desfiladeros de la montaña, elevó sus ojos al cielo y, mirando al astro del día, que muy pronto dejaría de brillar, exclamó en un arranque de sublime desesperación: «¡Santa María, ten tu día!».

Refiere la Sagrada Escritura que Josué alcanzó una memorable victoria sobre los enemigos del pueblo hebreo, mediante el raro prodigio de la parada del sol en el horizonte, logrando —123— así derrotar por completo al ejército que combatía contra el pueblo de Israel10.

Igual prodigio solicitó de la Madre de Jesús el buen caballero gallego, y, cuenta la tradición, que se realizó el milagro por segunda vez, pudiendo así derrotar completamente a los infieles, tradición que se ha perpetuado hasta nuestros días entre los habitantes de aquella comarca, por haber erigido Pelai Pérez, en el mismo lugar en donde alcanzó tan memorable victoria, un santuario consagrado en honor de la Virgen María, y que es conocido con el nombre de Santa María de Tentudia.

III

Cuando por vez primera publiqué esta tradición, no me fue posible encontrar datos fehacientes sobre la existencia del santuario, o el punto en que se hubiese erigido, para comprobar cuanto posible fuera mi relato.

Hallábame, por esta razón, algún tanto rehacio (sic) para incluir este trabajo en el tomo correspondiente de la Biblioteca Gallega y ocurrióseme un día la idea feliz de consultar al ilustrado —124— profesor de Retórica del Instituto de Orense, don Marcelo Macías, y, en verdad, que nunca pude sospechar que mi distinguido amigo pudiera facilitarme datos tan cumplidos como satisfactorios.

Al señor Macías corresponde, pues la parte más esencial e interesante de la tradición que hoy creo conveniente reproducir, en vista de la importancia de las noticias y curiosos detalles que aquél se ha servido facilitarme, respecto al santuario de Santa María de Tentudia.

En los límites de la provincia de Badajoz con el antiguo reino de Andalucía, y sobre uno de los más altos picos, Sierra Morena, se conserva aún en pie la capilla o ermita erigida por Pelai Pérez de Correa en honor de la Madre de Jesús, entre los pueblos de Calera de León y Monesterio.

Hállase ya el santuario en estado ruinoso, por más que el sepulcro de sepulcro de azulejos en que duerme el sueño eterno aquel esclarecido hijo de Galicia, se conserve sin grandes desperfectos, lo mismo que otros varios enterramientos con estatuas yacentes de algunos caballeros de la Orden de Santiago.

Al lado del Evangelio puede apreciarse el lugar en que permanece empotrada y tapiada la —125— vencedora espada de Pelai Pérez, ofrecida a la Virgen después de la victoria obtenida por su intercesión.

Contiguas a la capilla se elevan las paredes de un convento arruinado, que amenaza desplomarse por completo y que, en otros tiempos, servía de reclusión a los caballeros de la orden, que merecían algún castigo de sus Jefes.

En el declive de la montaña se conservan también las paredes de una pequeña ermita, conocida con el nombre de Humilladero, y que las gentes el país señalan como el lugar donde don Pelai se arrodilló, invocando el auxilio de la Virgen María.

Por los azulejos de reflejos metálicos, que aún puede admirar el viajero, y que van llevándose los touristas aficionados a estos recuerdos se comprende el lujo y la magnificencia con que fue decorado el Humilladero.

Con estos mismos azulejos se ha construido la pared, a ambos lados del altar mayor del santuario principal, y que bien merecen ser conservados por todos los medios posibles.

Celébrase anualmente en Santa María de Tentudia la festividad de San Marcos, el 23 de abril en honor de la casa matriz de los —126— caballeros de Santiago, que estaba en León y en ese día concurren casi todos los vecinos de los pueblos comarcanos a la hermosa pradera que se extiende a los pies de la capilla.

Desde la torre del santuario puede divisarse en los días claros y serenos y con el auxilio de un buen anteojo las ciudades de Badajoz y Sevilla, los pueblos de Llerena, Montemolín, Fuentedecanto, Monesterio, Zafra y otros muchos, así como los tortuosos caminos de la sierra, y por ellos millares de romeros, que acuden a venerar los restos del famoso Pelayo, según le apellidan las gentes del país.

Sale procesionalmente de Calera de León la imagen de San Marcos, hasta el santuario, por la mañana, y regresa a la tarde, atribuyéndose también la fundación de Calera, al mismo Pelai Pérez y demás caballeros de Santiago, como parece indicarlo su nombre, y haber pertenecido con otros muchos pueblos de aquella comarca hasta la formación del coto redondo de Ciudad Real, al Priorato de las Órdenes militares, cuya capital era Llerena, y cuyos pueblos y ciudades donó el Rey a sus conquistadores don Pelai Pérez y demás sucesores.

En el pueblo de Calera se conserva aún otro grandioso edificio, que perteneció a la Orden y —127— es fama que se titula Calera, porque en este punto se establecieron los operarios y trabajadores para la construcción del santuario.

Sensible es que, tanto el monasterio como la capilla, se hallen amenazados de inmediata ruina despareciendo aquellos gloriosos y recuerdos y las cenizas de un hijo de Galicia, cuyo nombre adquirió justa fama y notoria celebridad, durante el reinado de Fernando III. Las ricas dehesas y fértiles y extensos terrenos, que el monasterio y santuario pertenecían han sido adquiridos por un particular, que hoy los disfruta y que representan un capital de algunos millones, aun cuando fueron comprados por una cantidad insignificante; pero sin que tan pingüe ganancia impulse al propietario a consagrar la más mínima suma a la conservación de aquellos monumentos.

Cuando mi excelente amigo el señor Macías se hallaba de Cura párroco en Monesterio, recibió órdenes el obispo de Badajoz, para verificar la entrega de la mitad del edificio conventual a los Ingenieros, que el Gobierno destinaba para practicar varios estudios en aquella comarca, con la obligación de que atendiesen a la reparación de la Iglesia y del santuario.

No pudo hacerlo así el señor Macías, porque —128— obtuvo el nombramiento de catedrático para un Instituto de segunda enseñanza, y abandonó aquellos lugares antes de que llegasen los Ingenieros, pero propuso y trabajó con interés para que se gestionase la traslación de las cenizas de Pelai Pérez al panteón de hombres ilustres, o para que se declarase el santuario monumento nacional.

Desgraciadamente nada se ha conseguido hasta hoy, y, después de hacer aquí presente mi gratitud al Sr. Macías, por su interés en favor de una legítima gloria gallega, creo oportuno dirigir un ruego a los hombres importantes de nuestra región, como los señores Montero Ríos, Elduayen, Vega Armijo, Bugallal, Merelles, Vincenti, Puga Urzaiz, Pérez y otros que tienen reconocida influencia en las regiones oficiales, para que trabajen, y trabajen con fe, hasta conseguir que el santuario de Santa María de Tentudia sea declarado monumento nacional, y se atienda a su conservación, con todo el esmero que se merece.

FUENTE

Cid Hermida, Luciano, Leyendas, tradiciones y episodios históricos de Galicia, Andrés Martínez,1891, pp. 117-128.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

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