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Sergio Ramírez, dentro y fuera de Nicaragua

José Carvajal





Desde que lo conocí hace más de diez años en los trajines de ferias internacionales y reuniones privadas de las que recuerdo aquel memorable encuentro en un lujoso hotel de Miami, en el que estuvimos con el ya fallecido argentino Tomás Eloy Martínez, autor de la famosa novela Santa Evita, Sergio Ramírez se ha constituido para mí en un referente de la literatura no solo centroamericana sino de toda América. Es un autor que saboreó el Poder desde su posición de vicepresidente de Nicaragua en el gobierno sandinista que siguió al derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979, pero tan pronto consideró cumplida esa «misión revolucionaria» decidió regresar al oficio de escritor que había suspendido mientras participaba en la política.

En conversaciones que hemos tenido anteriormente, Sergio ha dicho que la política fue para él una experiencia única que marcó su literatura. En 1988 fue galardonado en España con el Premio Dashiell Hammett por su novela Castigo Divino, y en 1998 logró el Premio Alfaguara con Margarita, está linda la mar. Ambos galardones, sumados a una vida intelectual sin descanso y a otros reconocimientos internacionales, como el Premio José María Arguedas, otorgado por Casa de las Américas en La Habana, y el Laure Bataillon a la mejor novela extranjera en Francia, por Un baile de máscaras, hacen de Sergio el escritor nicaragüense con mayor presencia en la literatura latinoamericana de los últimos veinte años.

En esta breve entrevista que le hago en agosto de 2014 hablamos de su posicionamiento en las letras nicaragüenses y latinoamericanas, y de la relación que mantiene con los editores de sus obras como parte de un producto que sigue rompiendo el hielo en el mercado editorial de este y del otro lado del Atlántico.

¿Cómo ve Sergio Ramírez el futuro de la narrativa latinoamericana? ¿Qué se está haciendo distinto a lo que hizo el boom (fenómeno editorial de los años 60 y 70 que lanzó a la fama a escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa), y lo que siguió al boom?

La escritura se ha multiplicado, de modo que tenemos un paisaje más numeroso y variado. Y la literatura que escriben los jóvenes en el siglo veintiuno es más individual; hay menos sentido de grupo, de generaciones, y muy poco alineamiento político. Tampoco hay escuelas, ni influencias determinantes. La que hubo en un momento de [Roberto] Bolaño me parece que va perdiendo peso. De esta gran ebullición, tendremos que ver lo que verdaderamente queda, pero es muy prometedora.

¿Cómo crees que te ven fuera de Nicaragua? ¿En cuál o cuáles países de América Latina te leen más y por qué crees que has logrado conquistar lectores en esos lugares? ¿Tendrá que ver con el tema o la manera en que cuentas tus historias?

No es fácil decirlo. Hay una manera en que me leen en mi país, con cierto «color local», porque el público conoce el origen y el trasfondo de las historias que cuento. Mientras más alejo, los modos de lectura cambian. Hay libros míos que se leen más, y otros que se leen poco, y para los que yo quisiera más lectores, como por ejemplo Mil y una muertes, una novela que yo pensé iba a trascender a las otras en cuanto a público, y no fue así.

¿Has tenido que cambiar mucho tu lenguaje para que te entiendan en otros países? ¿Qué has tenido que cambiar?

Escribo en clave nicaragüense, pero me evado de la clave vernácula; es un asunto de formas y colores, como en una pintura, hay que trabajar la tela para que se entienda desde todos los ángulos, pero sin renunciar al lenguaje propio. A lo que nunca hago concesiones es a eso de ser de más fácil lectura, eso de que me rebajo el piso para que me entiendan. Esa es la mejor manera de acabar con un escritor. La escritura no es otra cosa que lenguaje.

Estamos completamente de acuerdo en eso de que «la escritura no es otra cosa que lenguaje». Pero, a ver, cuéntame, ¿cómo es el proceso de edición con un escritor como Sergio Ramírez? ¿Dónde termina tu trabajo de escritor y dónde comienza la labor del editor de tus obras? En otras palabras, ¿qué caso le hace un escritor como tú al editor?

Suelo trabajar hasta cinco borradores de un libro, y voy dejándolos en archivos diferentes. Cuando envío el último de ellos al editor, me siento confiado en que media un trabajo profesional de mi parte, pero de todos modos reviso con atención las observaciones del editor, y las acato cuando son justas. Pero no es lo mismo enfrentarse a un editor en Hispanoamérica que a un editor anglosajón, que puede proponer el deshacer un libro, trasponer y suprimir capítulos.

Y a eso hay que agregar el fantasma del rechazo. Creo que todo escritor ha pasado alguna vez por ese mal momento. ¿Has presentado obras que te han rechazado? ¿Qué se puede hacer para evitar el rechazo?

Me ha pasado más bien con las traducciones. En mi lengua no recuerdo ninguna experiencia de rechazo. Quizás lo que uno debe procurar es lo que he dicho antes, trabajar con responsabilidad un libro, no enviar originales a las editoriales de manera apresurada, o irreflexiva. Eso de pensar que uno debe publicar un libro al año para estar siempre en el mercado, es fatal.





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