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Una cuestión analizada en sus diversas variantes por estudiosos como Bourneuf y Ouellet (1975: 145), Cuesta Abad (1989: 477), Zumthor (1994: 63), Lotman (1996: 84) o Augé (1996: 110), entre otros. (N. del A.)

 

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Así sucede en La Regenta, como expone Elisabeth Sánchez (1981: 35): «Vetusta es una criatura de rutina e instinto, no inteligente; una criatura reducida a su cuerpo. El cuerpo de Vetusta sobrevive alimentándose de las energías de sus miembros individuales, succionándoles, por así decir, hacia el remolino de su espiral descendente cuyo fondo es la total inercia. A pesar del dinamismo de contrarios en lucha, la tendencia dominante del conjunto podría describirse como entropía. Esto tendería a producir una visión extremadamente pesimista si no fuera por ciertos indicios de que fuentes de energía sanas e incorruptas puedan estar disponibles para subvertir el sistema. Funcionando dentro de él y con él -no en su contra». (N. del A.)

 

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De tal forma lo expresa Gaston Bachelard (1965: 35-36): «Así la casa no se vive solamente al día, al hilo de una historia, es el relato de nuestra historia. Por los sueños las diversas moradas de nuestra vida se compenetran y guardan los tesoros de los días antiguos. [...] Nos reconfortamos reviviendo recuerdos de protección. Algo cerrado debe guardar a los recuerdos dejándoles sus valores de imágenes. Los recuerdos del mundo exterior no tendrán nunca la misma tonalidad que los recuerdos de la casa. Evocando los recuerdos de la casa, sumamos valores de sueño; no somos nunca verdaderos historiadores, somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez sólo traduzca la poesía perdida». (N. del A.)

 

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En esa línea asevera Augé (1996: 66) que «se puede atribuir este efecto mágico de la construcción espacial al hecho de que el cuerpo humano mismo es concebido como una porción de espacio, con sus fronteras, sus centros vitales, sus defensas y sus debilidades, su coraza y sus defectos. Al menos en el plano de la imaginación (pero se confunde en numerosas culturas con el de la simbólica social), el cuerpo es un espacio compuesto y jerarquizado que puede recibir una carga desde el exterior. Tenemos ejemplos de territorios pensados a imagen del cuerpo humano, pero, a la inversa, también el cuerpo humano es pensado como un territorio, en forma bastante generalizada». (N. del A.)

 

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Lo constata Mainer (2000: 175-176) al hablar de las novelas de mediados del siglo XX: «La reflexión del crítico ruso es tentadoramente sugestiva. Quien haya leído, por ejemplo, abundantes novelas de neorrealismo español de los años cincuenta reconocerá con facilidad sus cronotopos peculiares. El de un relato como El Jarama (1956), de Rafael Sánchez Ferlosio, es, por ejemplo, particularmente complejo. Es un espacio geográfico con resonancias de la guerra civil reciente (la batalla de su nombre), pero también es un espacio de encuentro social en la postguerra, muy típico de la novela de la época. Y se compone, a su vez, de dos espacio-tiempo subsidiarios y enlaza dos: el de la orilla del río donde los jóvenes viven su día de asueto entre bromas, coqueteos y apelaciones a gozar del momento, y el espacio de la venta (en una eminencia sobre el vado del río) donde los personajes más viejos viven una relación más compleja, llena de recuerdos del pasado, de transigencias estoicas y de valoraciones morales sobre la necesidad de la convivencia. Y, a la vez, aunque el tiempo parece cristalizado, en su cápsula de poco más de doce horas de un domingo de verano, el constante curso del río nos recuerda -sin necesidad de recurrir a Heráclito- que la temporalidad fluye permanentemente sobre los sueños, las acomodaciones y las miserias de los personajes». (N. del A.)

 

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Sin ir más lejos, revisando las novelas escritas por Juan José Millás en las últimas décadas se observa la angustiosa soledad y los trastornos psicológicos, de personalidad y carácter que estos lugares angostos como cajas imprimen a sus habitantes en el seno del ámbito urbano actual, reflejado recurrentemente en la ficción. (N. del A.)

 

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Con Andie MacDovell, Bruce Davidson, Anne Archer, Chris Penn, Fred Ward, Madeleine Stowe y Tim Robbins en los papeles principales. Short cuts, Robert Altman, edición paper back en Vintage Books, 1992. (N. del A.)

 

148

R. Carver (1994: 88). Los relatos que inspiran la producción de Altman fueron agrupados y publicados de nuevo en un volumen único, cuya versión en español será la fuente por la que citamos. (N. del A.)

 

149

R. Carver (1994: 88-89). (N. del A.)

 

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Confirmando la flexibilidad temporal que S. Kracauer (1996: 294) atribuía al medio fílmico. (N. del A.)