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ArribaAbajoCómo se comenta una obra de teatro. Ensayo de método

José Luis García Barrientos



(Madrid: Síntesis, 2001, 367 páginas)

Creo que no me aventuro mucho al afirmar que el género dramático ha sido la prueba de fuego de la teoría literaria desde la temprana Poética aristotélica. De la atención a su carácter fundacional han surgido la Epistula ad Pisones de Horacio y el Arte nuevo de hacer comedias de Lope, y de su andamiaje teórico se ha tomado, para especificar la naturaleza discursiva de toda la literatura, el concepto de mímesis. Y ninguno como él ha puesto de tal manera en jaque a teóricos y estudiosos por su doble naturaleza textual y espectacular. José Luis García Barrientos ya dio la medida de sus fuerzas al enfrentarse con estos problemas en Drama y tiempo (Madrid: CSIC, 1991) con tal fortuna que le valió ser glosado en el prestigioso Nouveau dictionnaire encyclopédique des sciences du langage, de Ducrot-Schaeffer (París: Seuil, 1995). Por eso, conviene advertir al lector que tenga intención de acercarse a este libro que no es lo que parece, sino mucho más. Lejos de constituir un método de comentario al uso, es la verdadera continuación de la labor emprendida en Drama y tiempo que viene a completar el proyecto de   —674→   «Dramatología» allí prometido. «Ensayo de método» lo subtitula el autor con modestia. Yo definiría su obra de manera más estricta como «metodología» de pleno derecho, pues no se trata de establecer un procedimiento rígido y mecánico de comentario, sino de ir analizando los distintos estratos de la obra teatral para poner en manos de los lectores los instrumentos necesarios para que lleven a cabo el análisis. De ahí que García Barrientos sitúe con mucha finura el comentario «a mitad de camino entre la crítica y la lectura» (p. 20).

Después de unas acertadas precisiones preliminares respecto a las nociones de «teatro», «espectáculo» y «drama», y el establecimiento de un modelo de comunicación teatral que supone un desdoblamiento de dos instancias enunciativas (personajes que son interlocutores entre sí y están encarnados por actores, y público que puede ser dramatizado o teatralizado), y que se usará para estructurar en gran medida el funcionamiento de los sucesivos componentes teatrales, el libro se divide en tres partes.

La primera lleva por título «Elementos de dramaturgia (Para el análisis)» y recoge la aportación más relevante del autor a la teoría dramática. Aplicando algunas de las categorías que Gérard Genette usó para el establecimiento de la narratología como las de «tiempo» y «visión» (como ya se había hecho en Drama y tiempo), y aportando la de espacio (más fundamental en el teatro que en la narrativa) y la de personaje, el autor lleva a cabo un exhaustivo análisis de todos los componentes formales, temáticos y comunicativos del teatro. La perspectiva dramatológica desde la que aborda cada una de estas categorías (entendiendo «drama» como la mediación o síntesis entre fábula y escenificación) da lugar a una sólida sistematización, que, a la vez que ofrece claridad y unidad a la exposición, establece un punto de partida para las matizaciones que cada una de las categorías merece. Cada uno de los capítulos (excepto el que trata de la «visión», por razones obvias) se cierra con una relación entre la categoría analizada y el significado de la obra, que es la manera de establecer un puente con la labor más propiamente analítica. Dejando aparte la brillante exposición general, quisiera destacar dos ideas que el lector puede encontrar al recorrer estas páginas, y que demuestran la gran lucidez de quien las escribe: el acierto de considerar la acción dramática como presentada sin mediación al espectador (por contraste con el narrador o el «yo» lírico de los otros géneros), tanto en lo que respecta a las acotaciones (consideradas como no-discurso o pura escritura indecible) como a los diálogos; y la enorme novedad, valentía y acierto con que se aborda un   —675→   análisis sistemático de los juegos con la perspectiva dramática, que es al fin y al cabo un ensayo sobre la recepción teatral, y que, en palabras de García Barrientos, «han sido objeto de consideraciones más bien escasas y confusas» (p. 193). El terreno resbaladizo de la recepción, con todos los problemas que supone el concepto de «identificación» (en cerrado parentesco con la catarsis aristotélica), queda a partir de aquí perfectamente balizado, a la vez que se ponen de manifiesto las demás dimensiones perspectivísticas no-afectivas del teatro (sensorial, cognitiva e ideológica). La comparación con el cine, presente a lo largo del libro (y en especial en la decisiva distinción entre «actuación» y «escritura») es, en este contexto, especialmente clarificadora.

La segunda parte nos habla de la «Vigencia de dos modelos clásicos», esto es, la aplicación del instrumental aportado por la Poética de Aristóteles y por la Retórica clásica al análisis del drama. No se trata de presentar un modo alternativo (más tradicional, por así decirlo) de análisis al aportado en la primera parte, ni de establecer disyuntivas, sino de colocar el trasfondo histórico sobre el que se levanta la teorización más innovadora; y no como recuerdo, sino como presencia todavía viva, y vivificadora para el comentario. El resumen que se hace de la Poética de Aristóteles es preciso y completo, pero donde realmente García Barrientos da la medida de sus fuerzas es en el ejemplo con que ilustra la aplicación de las categorías retóricas al análisis teatral. El comentario de la escena 15 del acto tercero, de El Alcalde de Zalamea, constituye no sólo una muestra de la vigencia actual y de la universalidad de los mecanismos retóricos sino también de lo que una mente lúcida puede hacer cuando tiene en sus manos los potentes instrumentos legados por la tradición, afilados y puestos a punto por toda la teorización moderna. Por todo ello, uno llega a dudar, cuando alcanza la tercera parte, «Así se comenta (Por ejemplo)», si los inteligentes, y en ocasiones muy divertidos, fragmentos críticos que se recogen aquilatan más a sus autores respectivos o a la persona que los ha seleccionado y agrupado con tan excelente criterio. Recomiendo, para aquellos que tengan miedo a zambullirse directamente en las que suponen heladas aguas de la piscina teórica (y no son tales), que vayan metiendo el pie y aclimatándose por estas orillas amables de la crítica militante.

Si el autor recomendaba, al principio de su libro, la inteligencia como la «propiedad» más decisiva del comentarista, tenía derecho a hacerlo cuando todo su libro es un despliegue de esta cualidad, de la mano de la sensibilidad, y de una bien empleada erudición y documentación bibliográfica, como muestra el elenco final. Todo ello no se sabe si produce   —676→   o está en la base de un asombroso sentido común que se respira por todo el libro. Consecuencia de ello es no sólo el acierto de evitar las posturas extremas «textualistas» o «espectacularistas» y situar el objeto de análisis donde solamente éste es posible, sino también la apuesta por una claridad expositiva (sin renunciar al rigor) que hace del libro una obra que aprovecharán y agradecerán, cada uno en su nivel, tanto expertos como aquéllos que se empiecen a aventurar por los caminos teóricos. Existe, pues, y José Luis García Barrientos lo viene a demostrar en la práctica, un decoro y una catarsis intelectuales que deben dar su grado de espectacularidad a toda exposición académica.

Ángel Luis Luján