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Aristóteles previene sobre el uso de este recurso: «Así pues, es evidente que el desenlace de la fábula debe producirse de la fábula misma, y no como en la Medea, de una máquina... (Poet. 1454b).

 

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Por ejemplo, el trabajo de María S. Suárez Lafuente (1978) sobre La Regenta de Clarín y The Awakening de Kate Chopin, o el de Claudine Frank (1991) sobre Fortunata y Jacinta de Galdós y La joie de vivre de Zola.

 

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Así, no hay relación dialógica entre enunciados como «La vida es bella» y «La vida no es bella». La relación es lógica: un enunciado niega al otro, pero no están integrados en un discurso (Bajtín, 1986: 256).

 

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Aunque Todorov (1981) y Kristeva ofrecen sendas reinterpretaciones de la clasificación de Bajtín, me parece que la mejor propuesta sigue siendo la que propone el mismo Bajtín (1986: 278-279). Kristeva traduce el cuadro de Bajtín y plantea un cambio en la nomenclatura (hablará de enunciado en lugar de discurso, por ejemplo): el esquema de Todorov es demasiado simplificador.

 

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Genette reserva el término intertextualidad para el primer tipo de relaciones transtextuales, a saber la relación de co-presencia entre dos o más textos.

 

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En los últimos trabajos mencionados se nota la incorporación de las ideas de J. Kristeva. También se sugiere la posibilidad de ampliar la intertextualidad, de manera que abarque dominios significantes diferentes de lo puramente verbal (Pulido, 1992: 200; Gutiérrez, 1992). Algunos autores proponen hablar de interdiscursividad cuando se trata del traslado de elementos de un tipo de discurso a otro (Bal, 1992: 48; Quintana Docio, 1992).

 

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Entre los cuales se encuentra Kristeva (1969). De acuerdo con J. F. Durey, la interpretación de esta autora anula la intervención del autor. Su definición de la intertextualidad como el entrecruzamiento de múltiples enunciados en un mismo texto otorga a los textos un poder que suprime la posibilidad de la intervención humana. Del mismo modo, al ampliar el campo de la intertextualidad hacia el contexto infinito de la semiótica, Kristeva (1974) se aleja del texto, en especial cuando hace trascender sus fronteras en el campo de psicoanálisis para definir lo que constituye el texto y lo que configura al escritor.

 

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Según Quintana Docio (1992), se suele entender por intertexto tanto el texto o fragmento textual de origen como el texto derivado, o las relaciones entre ambos. Para Riffaterre (1983), el mismo concepto es el texto en su estado original, pero en otros lugares parece sugerir que el intertexto son las relaciones entre dos textos. Lo mismo encontramos en Beristáin (1985), con lo cual estamos ante una confusión entre la intertextualidad (como proceso) el intertexto. Hay autores que no aceptan el término subtexto (Pérez Firmat, 1978), mientras que otros sí lo incorporan en sus análisis. Genette (1982), como sabemos, propone su propia terminología.

 

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La tarea de circunscripción del intertexto recae sobre el exotexto, dentro del cual se distinguen tres tipos de transformaciones, según Pérez Firmat (1978): metalingüísticas (enunciados recuperables por la presencia de ciertos tipos de semas que se agrupan en torno a nociones de duplicación y escritura); relacionables con el paratexto (cuyo contenido provee el punto de referencia para decidir sobre la racionabilidad de un elemento) y neutras (difíciles de delimitar).

 

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De acuerdo con la propuesta de Pérez Firmat (1978: 4) los niveles se explican de la siguiente manera:

-nivel prosódico: el IT reproduce el sistema fónico o rítmico del PT;

-nivel léxico: el IT reproduce el idiolecto del PT (títulos, autores, personajes, toponimias);

-nivel sintáctico: el IT reproduce el «estilo» del PT (amaneramientos sintácticos);

-nivel semántico: la relación entre el IT y el ET es una sinonimia;

-nivel composicional: el IT reproduce el PT en un orden macrotextual.