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ArribaAbajoEscritura y entrelineas de la alteridad (Prólogos lévinasianos)

César Moreno Márquez


Universidad de Sevilla

Lo que dices se parece un poco a lo que intentas decir, pero nunca es más que la expresión de ese esfuerzo


(Jabès, 1984: 59)                


El decir original o pre-original -el logos del pró-logo- teje una intriga de responsabilidad


(Lévinas, 1987: 48)                


1. En las ilimitadas expresiones en que prolifera, la experiencia literaria sería demasiado poco si tan sólo fuese una anécdota en las debilidades humanas a través de la cual el Deseo se deslizase por intersticios que le permitieran ponerse a salvo, aunque ello no le reportara ninguno de esos beneficios contables que a veces, cuando se deja   —42→   o se hace querer, ofrece un principio como el de Realidad. A cambio de éste, la experiencia literaria apuesta por un sentido de la posibilidad (Musil, 1983: 19-22) que no se deja seducir fácilmente por ese otro principio, antagonista común del de realidad, que es el del placer, insuficiente para permitirnos comprender la experiencia literaria. Y es que, en efecto, mucho más que anecdótico divertimiento, tal experiencia es una especie de insoslayable manía del espíritu humano -un furor, una libido- en la que, sin importar demasiado, en principio, la modalidad expresiva ni el ritual de transgresión y desplazamiento, impera una perturbadora obsesión por la Diferencia de los De-otro-modo y En-otra-parte (p. ej., Paz, 1986) capaces de desestabilizar las repetitivas certidumbres de los gestos, palabras, paisajes y rostros de nuestra vida ordinaria, a cuyas «pobres apariencias» parece muchas veces que fuese casi imposible aportar un sentido sublime (en referencia a Genet), ya porque lo que llamamos Realidad impidiese distanciamiento alguno (lo que también afectaría, sin duda, al Yo y su/s identidad/es, ¡pero también a los Otros!) ya porque un día cualquiera, casi siempre sin previo aviso, pero normalmente tras lentos rodamientos cotidianos, algún genio maligno nos arrebatase no tanto lo que hacía «verdaderos» aquellos rostros, paisajes, palabras y gestos -como si acaso todo hubiera de decidirse entre el saber y el poder-, cuanto deseables. Es, en fin, de la experiencia literaria (de lo que le debemos, pero también de lo que le exigimos), de lo que deseamos hablar, hurgando en las entrelíneas de una Escritura de la Alteridad (hilo de Ariadna en el laberinto del «espacio literario») para la que Emmanuel Lévinas -con permiso de Maurice Blanchot- habría podido ofrecernos, muchas veces disimuladamente, algunas claves de comprensión.


2. Entre experiencia y escritura. El otro-en-el-texto

Lejos de nuestra intención, sin embargo, solventar un esfuerzo que el lector estaría obligado a realizar por sí mismo, aventurándose en la que ha sido, sin duda, una de las meditaciones sobre el Otro más extensas y profundas de nuestro siglo. Ante todo, si algo pudiera ponerse de manifiesto en este breve ensayo sobre Lévinas, probablemente fuese una perplejidad cuya agudeza debiera ser más estimulada que pretenciosamente «resuelta», y que en absoluto sería ajena a la multivocidad del Otro que se expresa en los desplazamientos de su presencia entre una Literatura que pudiera ser pensada como Metafísica y una   —43→   Metafísica que pudiera ser pensada como Literatura. Estimular esa perplejidad inicial, casi programática, no conduciría exclusivamente, en todo caso, a un deshilvanamiento recíproco de los conceptos (territorializantes, genéricos) de «Literatura» y «Metafísica» -lo que ya, por cierto, constituiría toda una propedéutica deconstructiva introductoria a la experiencia que Lévinas ha explorado-, sino también, en un sentido diferente, a una especie de ejercicio de concentración de la reflexión en torno o hacia lo que Lévinas nombró, a comienzos de los sesenta, como sentido único (Lévinas, 1993: 34 ss.). La perplexio/ligadura que justifica la perplejidad de que hablamos tendría que poder articular la proximidad lévinasiana3 y las entrelíneas del texto literario, inspiradas desde una profundidad que se resistiría a ser (ex-)puesta al pie de la Letra o a encontrar acomodo como Tema/Dicho en un Discurso (susceptible de uso, exégesis o análisis) y que, de este modo, debería asumir el riesgo de parecer como una especie de abertura/herida del Texto más allá de las mediaciones, remisiones y tramas en que se constituye e «implanta». Aquella «abertura» llevaría al Texto más allá de sí, justificando lo que podríamos llamar Escritura-de-la-Alteridad, respecto a la cual lo que aparece en el Texto como Fenómeno/Dicho se muestra como insuficiente, pero indispensable (Lévinas, 1987: 49), haciendo cierto Lo Otro que la propia Escritura, sin lo cual la Escritura de la Alteridad resultaría irrisoria. Decir infinito -Decir como Deseo, en consecuencia- el de tal Escritura, al que ningún Dicho conseguiría culminar ni consumar, pues ese Decir nunca es o se reduce a la pura comunicación de un dicho (Lévinas, 1987: 208), del mismo modo que el «conocimiento del Otro» jamás podría ser sólo conocimiento ni mera comunicación de- o con-, sino resonancia del Otro-en-el-Mismo a través del Texto,4 o repercusión del «Otro-en-el-Texto»,5 no porque decir «Texto» no fuese decir nada nuevo más   —44→   allá de «lo/el Mismo» sino porque, como espacio para la diferencia, todo Texto, pero especialmente el Texto literario, nos reta a intentar comprender no sólo el juego interactivo de «realidad» y «ficción» intersubjetivamente «actuado» que lo Literario sugiere,6 sino también esa Proximidad lévinasiana que tan extrañamente ha de resonar en nuestros oídos, en un Mundo de progresivas Distancias, y que no pareciera encontrar fácil acomodo en el «efecto-distanciamiento/extrañamiento» que toda experiencia literaria qua literaria presupone (aparte de otras consideraciones, el Verfremdungseffekt brechtiano tuvo que recordárnoslo). Nuestra perplejidad procedería, en tal sentido, del intento de encontrar un pasaje entre la significancia de la significación7 de la Proximidad y las Entrelíneas de la Escritura-de-la-Alteridad en que el Otro se toma, siempre de nuevo, inquietante y obsesivo (Lévinas, 1987: 147-152): imposible «quitárnoslo de encima», siempre seguirá «dándonos que hablar», o que escribir, a nuestro través, «trans-grediéndonos»: mas no porque nos «poseyese» enajenándonos (proceso del que pudiera ser testigo alguna especie de «escritura automática»8) o nos instrumentalizase (lo que haría las delicias tanto del «antihumanismo» como, a sensu contrario, del «humanismo»9), sino por nuestra «simplicísima» vulnerabilidad ante el Otro.10 La Escritura-de-la-Alteridad indica no sólo la posibilidad de la   —45→   Crueldad, el Mal o la Locura en las lanzaderas del efecto transgresivo al que la Literatura frecuentemente acredita (Artaud, Bataille, Genet, p.ej.), sino también una conmoción moral en la Proximidad de Otro que jamás la Escritura clausura o culmina, sino que deja abierta, poniendo al autor/lector en juego (en entredicho, pero a la vez confirmado) por su «responsabilidad».11

Brevemente, la pregunta sería, entonces, la de cómo encontrar una común repercusión del Otro entre la enigmática trama experiencial que Lévinas ha explorado y, por otra parte, la experiencia literaria, repartida entre una creación y un acto de leer (ambos más allá de la mera «comunicación») a los que, al fin, se ha desvelado en sus implicaciones recíprocas. La perplejidad que, según hemos dicho, deberíamos indagar surge a la vista de la escasez del Otro literario en el pensamiento levinasiano,12 respecto a la cual cabe pensar que esa figuración de la alteridad vía literaria no hubiese interesado o importado a Lévinas. O bien que, aunque importándole, Lévinas no hubiese considerado que un desplazamiento hacia lo literario aportase nueva luz a la experiencia de una Proximidad que, de este modo, debería repercutir doble y, por tanto, ambiguamente entre la responsabilidad por el Otro en el cara-a-cara y esa extraña proximidad del compromiso ficcional con el Personaje, tal como a veces se deja traslucir en la   —46→   experiencia literaria cuando, por cierto, no nos dejamos distraer por la soledad que le acompaña (pensando, por ejemplo, que la Literatura busca, en primer lugar, combatirla). Que la Soledad literaria pueda estar plena-de-Otro no contradice, sino que confirma la imposible soledad qua soledad que debemos soportar, pues toda soledad se niega a sí misma en tanto soledad-de (ya nos lo recordaba Ortega, 1988: 54-55). En la soledad-de de la Escritura de la Alteridad el Otro bulle más allá de todas sus representaciones domeñables, fenómenos predecibles e imágenes etiquetables. En ella -no estaría mal decirlo así- se encuentra entrañado13 un Otro intransigentemente profundo, intrigante... capaz de tornar superflua cualquier soledad visible. El Otro-en-el-Texto (segunda verdad de la Escritura de la Alteridad -la primera es el Otro fuera del Texto) sería, entonces, como el texto infinito de la soledad de Penélope -siempre esperando al Otro- que es también su Deseo no consumado. Todo monólogo -pero también cualquier diálogo- se quedaría «corto» frente a las resonancias del Otro-en-el-Texto que la Obsesión recoge con fidelidad inexcusable y muchas veces temible: no solamente ser-capaces de otro destino que el propio, a través de-, para-, ante- y por-Otros, sino estar-obligados a los riesgos que aquel ser-capaces deja entrever y a la pasividad que oculta. Por ello, sería muy importante saber no solamente si la Ética no es una farsa (Lévinas, 1977: 47), sino también si lo es o no la Escritura de la Alteridad. En cualquier caso, esa modalidad de «el Otro-en-el-Mismo» que es «el Otro en el Texto» no podría encubrir la diferencia que separa esos -al menos- dos modos de «presentación» del Otro a los que aludíamos al referirnos a la multivocidad del Otro oscilante entre su «facticidad» perceptible (extratextual) y su estricta posibilidad ficcional (intratextual), pero tampoco podemos olvidar que la diferencia entre extra- e intra-textual siempre es ambigua, movediza o flexible.




3. Literatura como metafísica

A nuestro juicio, la meditación lévinasiana podría incorporarse al estudio sobre la experiencia literaria en lo tocante a un deseo de, vulnerabilidad ante, compromiso con el Otro en los que de-, ante- o con- señalan una «extravagancia» que impediría a la alianza ontológica14   —47→   entre conocimiento y poder apropiarse de lo más radical de la subjetividad o, por lo que a nuestro tema se refiere, atenazar la experiencia literaria. Desde esta perspectiva, la pregunta que afecta a la Escritura de la Alteridad es: si respecto a la implicación de la Filosofía «desde Jonia a Jena» en el «altericidio» ontológico, el veredicto es de culpabilidad, ¿qué pasaría con la Literatura? ¿Qué habría sido del Otro en sus entrelíneas? ¿Cómo habría podido sobrevivir en ella el Deseo infinito que, según Lévinas, diferencia a la Metafísica de la Ontología? ¿Acaso, entonces, la Literatura habría podido ser más «metafísica» que la Filosofía? Lévinas no lo dice, pero de sus palabras pareciera inferirse la posibilidad de despejar los inconvenientes que dificultasen que la Literatura fuese (concebida como) Metafísica. No en vano, las reflexiones sobre «Metafísica y trascendencia» con que se abre Totalidad e infinito citan a Breton para decir, en un Texto que tendría como misión llevarnos no más cerca de lo que, en otro orden, la provocación surrealista (por ejemplo) debiese llevarnos, para decir que

«'La verdadera vida está ausente'. Pero estamos en el mundo. La metafísica surge y se mantiene en esta excusa. Está dirigida hacia la «otra. parte», y el «otro modo», y lo «otro». En la forma más general que ha revestido en la historia del pensamiento, aparece, en efecto, como un movimiento que parte de un mundo que nos es familiar -no importa cuáles sean las tierras aún desconocidas que lo bordean o que esconde-, de un «en lo de sí» que habitamos, hacia un fuera de sí extranjero, hacia un allá lejos.

El término de este movimiento -la otra parte o lo otro- es llamado otro en un sentido eminente».


(Lévinas, 1977: 57)                


Todo parecía predisponer la no-exclusión, en el proyecto lévinasiano, de lo que hemos llamado «escritura de la Alteridad», pero bien es cierto que Lévinas se aparta del camino posible de tal Escritura. En cualquier caso, es necesario no desesperar, pues si bien la versión ficcional del Mundo y del Otro (cfr., p. ej., Deleuze, 1989: 304-307) que incumbe a la experiencia literaria, con todos los desplazamientos y distanciamientos que opera, parece plantear algún problema a la comprensión del Otro desde una perspectiva lévinasiana (tal es la   —48→   perplejidad de que partimos), no es menos cierto que ese desnivel sería compensado por el respeto literario hacia un Lebenswelt (mundo de la vida) pre- o metafilosófico, usualmente no tanto despreciado cuanto ignorado por la Filosofía, y que tal vez la experiencia literaria estaría más preparada para otorgarle en la Escritura su «voz propia»: su Voz en la Escritura, su Pneuma en la Gramática, «al pie de la Letra». Se mantienen firmes, sin embargo, una pregunta -la de si la Literatura acaso podría ser más metafísica que la Filosofía- y su respuesta, raras ambas y, bien entendidas, no poco inquietantes, sobre las que habría que hacer hablar a Lévinas (al menos, ya que no es posible «de viva voz», desde sus textos), no buscando, en absoluto, que por la mediación de la Proximidad [entre-Metafísica-y-Literatura] fuese posible un «ajuste de cuentas» de la experiencia literaria con la Filosofía (o al revés), sino más bien un posible «sinceramiento» entre ambas.




4. Desplazamiento

Si el presente ensayo pudiera proseguirse más allá de la extensión reducida para la que ha sido pensado, debería intentar mostrar cómo el deseo de Otro (Moreno, 1994b), o deseo de alteridad, bulle, hierve, llega incluso a explotar hasta-lo-ilimitado en la experiencia literaria (sin poderla agotar por completo, indudablemente), y que a ese deseo se le podría aportar un poco de luz a partir de las investigaciones metaontológicas o, bien entendido, protodialógicas de Lévinas en torno a la Proximidad, no sólo porque ésta pudiera tornarse intraliterariamente expresiva (dentro de los propios universos y formas de intersubjetividad creados por la experiencia literaria),15 o porque contribuyese a hacer un poco más comprensible esa extraña y casi virulenta soledad que forma parte consubstancial de tal experiencia, sino también porque, a sensu contrario, tal vez sólo un esclarecimiento lévinasiano de la Proximidad permitiría comprender la experiencia literaria y los desplazamientos que forzosamente opera, a los que debe enfrentarse la Presencia del Otro. A cambio de tales desplazamientos, sin embargo, la Literatura aporta su propio esfuerzo a la «infinitización» del Otro, nos ayuda a «aproximarnos» a su Infinito y hace que cualquier   —49→   Concepto quede inerme frente a las complicidades de presencia y ausencia en que se deja detectar (la Huella d)el Otro en las Entrelíneas de la Escritura, Dentro y Fuera del Texto, allí donde la Procedencia del «Otro» encuentra sobrados avales de Presencia, pero donde no podría quedar atrapada.

Es atravesando (trans-grediendo) tales «avales», deconstruyéndolos, sometiéndolos a una crítica capaz de trascenderlos en todo lo que dejan que desear, como se puede comenzar a atisbar una dimensión profunda de la Proximidad en la que tanto la apropiación (contingente y espontánea) de la presencia del Otro por lo que solemos llamar Realidad, como esa especie de «liberación» (artificiosa, se dirá sin pensarlo dos veces) que parece implicar lo que solemos denominar Ficción debería pasar a un segundo plano. Tal es una de las enseñanzas de los desplazamientos que opera la experiencia literaria: la de que, propiamente, los rótulos o etiquetas «real»/«ficticio» sólo podrían afectar a la Presencia fenomenológicamente determinable, más que al enigma del Otro. Ser capaces, entonces, no sólo de acoger o recibir la trascendencia del Otro, sino también -como si de un milagro se tratase- de dar trascendencia a un Otro «inexistente» que acrecentase no sólo ni ante todo la cantidad de Otro, sino -especialmente en la Escritura de la Alteridad- la cualidad de la alteridad, ésa es la inspiración que tal Escritura exige.16 Bien es cierto que la crítica lévinasiana a la fenomenología husserliana de la intersubjetividad no perseguiría tanto dinamizar o flexibilizar la Presencia al cabo de la conciencia-de intencional, cuanto cuestionar la predominancia de la Presencia y la propia capacidad de la fenomenología para acceder a la «trascendencia». Lo más decisivo no sería, entonces, la modalidad de la Presencia (fáctico-perceptible o ficcional), sino justamente la conmoción. En las entrelíneas de esta modalidad que es la Escritura-de-la-alteridad, el Otro aparece y, a la vez, preserva su trascendencia (siempre, por tanto, enigma frente a fenómeno,17 sin posibilidad alguna para una ciencia de la Alteridad ni, por supuesto, para Omnisciencia alguna) no simplemente porque su presencia consiguiera   —50→   «fugarse» de un Orden que aún fuese ontológico, sino porque conmoviera o comprometiese las entrañas de un Yo abierto y que siempre va más allá de sí -a pesar suyo incluso- hacia Otro. Cuando, sin embargo, hemos hablado antes de «enseñanza» no era sino para insistir en que el tránsito (de la Presencia) desde la Facticidad a la Posibilidad, o desde el acoger la trascendencia al dar-trascendencia (o desde el dejar-ser al hacer-ser, o desde el iluminar al dar-a-luz; cfr. Moreno, en prensa) podría resultar decisivo para avanzar en la enseñanza razonable que es, para Lévinas, el Otro, y que de algún modo tiene que poderse articular con su Obsesión, tan decisiva en la Escritura de la Alteridad. Una articulación ésta, entre razón-y-obsesión, que no dejaría de suponer un «grano de locura» en una subjetividad de la que no podría decirse, sin más, que no por no «tener pájaros en la cabeza» tuviese (suficientemente) «la cabeza sobre los hombros» y «los pies en el suelo», y que no por no dejarse seducir por la Libertad («únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme», Breton dixit; (Breton, 1992: 19)) se dejara seducir por el Poder, ni por la Realidad...




5. Pedagogía del infinito

Desplazada hacia lo ficcional, allende, por tanto, la opacidad de su enigma en el contexto cotidiano, la Presencia del Otro se torna, si pudiéramos decirlo así, más «transparente». En este sentido, es posible hablar de una pedagogía del Otro (Jouve, 1992: 261) en la medida en que la experiencia literaria permite una insólita combinación entre alteridad y «transparencia» gracias a la cual el acto de creación y recepción se tornan un medio privilegiado de acceso a la exterioridad (interioridad) del Otro, no precisamente para debilitarla, sino para profundizarla a través de un insaciable deseo. Indiferente a si es en soledad o gozando de las «multitudes», Proust y Baudelaire, por ejemplo, nos lo han recordado.18 Esencial decir, aquí: «para profundizarla», a no   —51→   ser que la Escritura fuese ontológicamente orientada. Tal sería la diferencia de la «pedagogía del Otro» en un Escritura que lo fuese, o no, de-la-Alteridad. Como en otros casos, nuestra perplejidad debería mantenerse en la posible congruencia entre «transparencia» del Otro (penetrabilidad del acto creador/lector en la alteridad) y la protección del carácter de revelada19 que pertenece a una Alteridad no mermada ni venida a menos. Pues, en efecto, ¿no se desplazaría con ello el Otro desde su «revelación» a su «construcción» por parte del autor/lector? Si la exterioridad (especialmente en el ámbito cotidiano) tiene, en este caso, un sentido bastante inequívoco, ¿la posee el Otro de la experiencia literaria? ¿No son más «yo» (alter-ego) esos Otros «literarios» que los Otros que me encuentro -como quien dijese- al cabo de la calle? ¿Es ésta, sin embargo, una interpretación correcta? ¿Acaso no es también cierto que es menos-Yo el Yo que «se entrega» a la experiencia literaria? ¿no hay una Renuncia esencial en el acto creador? ¿Acaso el autor o el lector «construye» a los personajes, o más bien se deja poseer por ellos? Penetrar en el Otro -pero no para dominar, sino para intentar comprender: he ahí lo propio de la escritura de la Alteridad: dar-a-luz Otros, sin que la Luz merme la trascendencia de su «de otro   —52→   modo que ser»: dar, por tanto, más palabra, más presencia/ausencia no a favor de la Totalidad, sino en favor del Infinito. Como si el Infinito se fuese mostrando «a golpe de presencia», pero esta «presencia» hiciese no tanto incrementar el infinito, cuanto mostrarlo como tal, en toda la parquedad de sus advenimientos posibles y siempre más allá de sus fenómenos contabilizables. No más Presencia para menos Ausencia -entonces-, sino más Presencia para más Trascendencia: más Fenómeno para más Enigma, más Contacto para más Deseo. Es justamente la experiencia literaria en las entrelíneas de la Escritura de la Alteridad, con sus incursiones ficcionales, la que nos puede recordar que el Otro siempre es infinitamente más que aquello a lo que lo determina su pertenencia a un mundo (fáctico o ficticio), o que aquello que de él hemos llegado a (hemos creído) conocer cuando su alteridad ha quedado demasiado impregnada por todo aquello que, procedente de un Yo, ofrecía aparentemente menor resistencia.




6. Mantener la distancia

En este sentido, Lévinas ha esclarecido y profundizado la exotopía bakthiniana, tan relevante a la hora de intentar comprender, desde lo que aquí hemos llamado Escritura de la Alteridad, el carácter doble del acto creativo, repartido entre un primer y transitorio momento de Einfühlung (proyección/identificación empática: ponerse en el lugar del Otro como Personaje), y otro momento, el más decisivo, de extrañamiento, distanciamiento o retirada del autor/lector/crítico, o de No fusión y Separación, que posibilita la estructura polifónico-dialógica del Texto y que lejos de rechazar o simplemente «tolerar» la incompletitud o inacabamiento del Personaje, reivindica justamente esos rasgos en los que habría que descubrir la escala humana de la Alteridad (Todorov, 1981: 155-159). En consecuencia, no se trataría tanto -en la exotopía de Bakthine- del mero «círculo hermenéutico» y su articulación entre familiaridad y extrañeza, cuanto sobre todo de potenciar justamente el momento de la extrañeza en el acto de crear/leer (Todorov, 1981: 169). Y de una extrañeza que confirma la tesis lévinasiana de la Separación primordial en que debe germinar el Entre uno-y-otro de la proximidad como relación sin relación.20 Desde esta   —53→   perspectiva, mantener la separación y la distancia -dejar abierta la herida- del «no ser Otro», a pesar de toda «enajenación» interior (Je suis un autre), es lo que permite fantasear-Otro (forma de realizarse la Proximidad en la experiencia literaria) como tal: fantasear desde el saber que no-somos Otros, fantasear desde una soledad irreductible, cuyo recusamiento jamás podría conducir a la experiencia literaria.21 Tal es la dificultad, entonces, de la Escritura de la Alteridad -con la que quisiéramos enfrentar a Lévinas: dar pábulo, crear la Extrañeza, no aceptar simplemente, como tantas veces sucede, que venga/irrumpa gloriosa o nefastamente desde Fuera, sino crearla en un ejercicio en que pasividad y actividad nunca podrían ser lo que parecen ser, y en que se niegan y confirman recíprocamente, a cada instante, pero de cuya interacción surge el «verbo espermático» (Valle-Inclán) de la Escritura de la Alteridad. También crear Otros (no sólo encontrarlos) delata una inspiración, una obsesión, una generosidad que tiende a ser vulnerabilidad, proximidad y, en suma, un descentrante ponerse-en-lugar-de-Otros que si bien no podría confundirse con el cara-a-cara como cuerpo-a-cuerpo de la Proximidad interhumana, nos acerca enormemente a una dimensión de la alteridad, más allá de su Presencia fáctica, sumamente instructiva para la comprensión de lo que podría ser -digo bien: podría ser- un «prólogo» lévinasiano a la Escritura de la Alteridad.




7. Literatura como ética

Pero la ficcionalidad no se deja comprender de inmediato desde la experiencia ética, ni ésta, por cierto, desde aquélla. En este sentido, no es una cuestión baladí la de si la presunta neutralidad ética del Otro ficcional -así como su propia producción en la experiencia literaria-   —54→   provocaría el desencuentro entre esta experiencia y la proximidad tal como Lévinas la ha interpretado. No en vano, pareciera haber un pasadizo secreto desde la «libertad frente a la existencia» (Daseinsfreiheit) (la expresión es de Husserl, referida a los logros de la actitud eidética) de los Otros y de los Mundos ficcionales a la «libertad» del receptor frente a lo que se considera usualmente un «compromiso moral» -Breton, citado por Blanchot: «toda licencia en el arte» (Blanchot, 1959: 37)-. La competencia transgresora de la experiencia literaria no afectaría solamente, entonces, a la identidad/yo del autor/lector, flexibilizados, sino también a la propia relación con la alteridad. De aquí que no resulte extraño que la Literatura aparezca muchas veces como reducto o baluarte de la libertad-frente-a-la Moral. Pero, ¿es así en un sentido que no fuese demasiado superficial, respecto a la profunda pasión que Lévinas busca nombrar con la «estructura» de el-Otro-en-el-Mismo en que se ubica recónditamente la fuente de la Proximidad? ¿No abarca la obsesión-por-el-Otro (en que dicha estructura repercute) la experiencia literaria? Si ésta realmente fuese ajena a cualquier noción ética (por supuesto, prenormativa), o si cualquier experiencia, por lejana y tenue que fuese, de responsabilidad por- y para- el Otro fuera ignorada por el «atrevimiento» literario, ¿estaría acaso justificado, entonces, el frecuente «prestigio transgresor» de la experiencia literaria? En efecto, no sería del todo legítimo reclamar para la Literatura la inocencia en un sentido moral (como una especie de recurso atenuante, excusante o exculpatorio) porque sus universos fuesen ficcionales y, a la vez, reclamar alguna perversa potencia transgresora.22 No importa si Dostoievsky o Genet, Büchner o Proust, Rabelais o Gombrowicz: la obsesión que es la primera verdad del proto-encuentro con Otro (encuentro previo incluso al cara-a-cara) adopta la forma de una No-indiferencia.

Lévinas, en efecto, podría haber proseguido una reflexión sobre el Otro en la que -por qué no- éste no necesitase existir, pues el existir sería tan sólo un ser de-otro-modo. Pero Lévinas tiende a no   —55→   favorecer demasiado la comprensión de la Proximidad desde la experiencia literaria, en la medida en que ubica la presencia/ausencia del Otro en un contexto ético en que el encuentro cara-a-cara es tan serio como una bofetada o incluso la pater/maternidad (tal sería uno de los núcleos de la perplejidad de que hablábamos al comienzo). «Llevar en sí» al Otro en que se traduce «el Otro en el Mismo» es una pasión que resultaría ridícula si el Otro fuese solamente literario, noemático o «virtual». En este sentido, el Otro que llamamos «real» ejerce una presión sobre el Otro que llamamos «ficcional» que tiende a minusvalorarlo, con lo que no deberíamos extrañarnos de que -tal como lo mostró Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de autor- surja a la larga una especie de recíproca incomprensión entre el personaje y la persona real, que una Escritura de la Alteridad suficientemente lúcida y amplia debería ser capaz de superar.




8. Vulnerabilidad

Nuestra vulnerabilidad ante el Otro también en la experiencia literaria sería una ocasión excelente para ello. En efecto, también en el juego literario de la ficcionalidad podemos «deshacernos en lágrimas», como recordaba Lotman a propósito de un poema de Pushkin («Me desharé en lágrimas ante la ficción») (Lotman, 1982: 89). Entonces, el ponerse-en-lugar-de-Otro no aparecería solamente como el efecto de una actividad libre del Yo, reflexivamente asumible, que éste fuese capaz de dominar o tener bajo severo control,23 sino como una especie de efecto pasional de una Substitución cuya insaciabilidad nos recordaría aquella proliferación de la experiencia literaria de que hablábamos al principio de nuestro ensayo, deudora, sin duda, de la Obsesión y Responsabilidad por el Otro. Si un ser fecundo es un ser capaz de otro destino que el suyo (Lévinas, 1977: 289 y Moreno, 1994a) dicha fecundidad se torna desbordante, inmensa y, sobre todo, contagiosa en el infinito deseo de Otro en la experiencia literaria (y, en general, ficcional). Pudiera parecernos que el Otro literario se queda corto frente a esos «pobre, huérfano, viuda, extranjero» de los que Lévinas habla tan intempestivamente (justamente en un siglo que nos ha acostumbrado a otras figuras -básicamente «intelectuales», «parisinas», diría el propio Lévinas-, de la alteridad) y que en primer lugar   —56→   debieran ser, tal vez, «de carne y hueso»; pero, ¿no es cierto que también la experiencia literaria rebosa de «humillados y ofendidos» capaces de decir, en la trama inmanente ficcional, que son «de carne y hueso» y que, bien entendido, nuestro posible saber acerca de su existencia o inexistencia nunca podría tener tanta significación como la que consiguiesen transmitirnos -impactándonos- sus Rostros previos a cualquier «modificación de neutralidad» o posición fáctico/perceptiva? Advirtamos que no se trataría, en absoluto, de neutralizar la dimensión fuertemente crítica y «comprometida» de la ética lévinasiana, edulcorándola o «debilitándola» (Moreno, 1989 y 1989-1990), sino de encontrar en el fondo común experiencial al que esa Ética pertenece (deseo, proximidad, obsesión, vulnerabilidad, substitución, responsabilidad, etc.) pistas que nos permitan articular los impactos producidos en una subjetividad tanto por el Otro que llamamos «de carne y hueso» como por el Otro-Personaje de la experiencia literaria. Reconocerle a la Escritura de la Alteridad una fuerte dimensión ética no debería conducirnos a restarle valor a la praxis ética que los «humillados y ofendidos» exigen a los habitantes de un Mundo que aun no ha acabado por convertirse en una fábula (Nietzsche).




9. Conocimiento y proximidad

De modo que, si como ha reconocido Kundera (1987:16), el Conocimiento es la única moral de la novela, para Lévinas ese así llamado «conocimiento» sería propiamente, y ante todo, moral si no sólo «apuntase» al Otro (nuestro «ego experimental») descubriendo zonas inexploradas de la existencia, sino si también dejase al Otro repercutir en un «conocimiento» que no se agotara en el conocimiento del Objeto, del mero Ideado (contenible en la Idea) o del Dicho. Sólo si ese Conocimiento se encontrase an-árquicamente desbordado sería rasgo de una Escritura de la Alteridad lévinasianamente pensada, en la que, mucho más que «un escándalo para la razón que la pusiera en movimiento dialéctico», el Otro es la «primera enseñanza razonable» (Lévinas, 1977: 217). De «el Otro en el Mismo» a «el Otro en el Texto», y del Texto hacia su Afuera... esta trayectoria, que no conduce la metafenomenología lévinasiana (Moreno, 1986-89) tanto hacia la Deconstrucción cuanto hacia una Metafísica de la Alteridad, constituye un modo de comprender la Exterioridad lévinasiana desde la Escritura de la Alteridad, o a ésta desde aquélla, deseada, mucho antes que en el espacio literario, en otro modo de ser   —57→   del espacio, el de la Proximidad, del que aquél es una forma extraña y esencial.




10. Entre metafísica y literatura

Si debiésemos encontrar un modo de dejar nuestras perplejidades situadas en un punto álgido, en un suspense suficientemente estimulante, seguramente no sería del todo desacertado introducir subrepticiamente a Lévinas en la tensión entre «Filósofos y novelistas» sobre la que ha reflexionado Rorty (1991: 64-69), no sin atrevimiento y provocativa parcialidad, cuando la condensó entre dos representantes «prototípicos» como serían Heidegger y Dickens. Allí discutía Rorty sobre qué merecería sobrevivir más en la mente de los hombres venideros, si los hubiere, en el caso de que tuviese lugar un apocalipsis nuclear: si Heidegger y su esencialismo o Charles Dickens y sus novelas como «paraíso de los individuos». Algo más cerca del primero por la inspiración formal filosófica, y del segundo por su inspiración ética, Lévinas, por fortuna, no encaja en la dicotomía de Rorty a no ser como una posibilidad de encuentro entre filósofos y novelistas. No era otra la «posibilidad» de que hablábamos al principio, en el sentido de que la Escritura de la Alteridad pudiese brindar la ocasión de un «sinceramiento» recíproco entre Filosofía y Literatura.

A ello habría contribuido Lévinas al orientar la multidimensional crisis contemporánea de la Identidad (tan decisiva, por lo demás, para comprender no sólo las múltiples prácticas de la experiencia literaria, sino también la génesis y dinámica de su Teoría) no hacia la versión o dimensión simplemente «postmodernas» de la subjetividad, sino hacia una dimensión ancestral -inmemorial- del existente humano, más allá del saber y el poder (Lévinas, 1977: 284) y de todo aquello que, bajo la rúbrica de «humanismo», aún no consiguiese ser suficientemente humano (Lévinas, 1987: 164). Tal vez el libro-por-venir (Entre-Filosofía-y-Literatura) se inscriba en ese aún-no que Lévinas nos ha invitado a pensar.




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