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ArribaAbajoMás sobre el congreso de Madrid

Miguel Ángel Garrido


CSIC, Madrid

Cuando van a cumplirse quince años, se ofrece un balance del Congreso Internacional sobre Semiótica e Hispanismo, convocado por el autor de este artículo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid en junio de 1983.

Este congreso marca el comienzo de la difusión generalizada de la semiótica en el ámbito académico de los países de lengua española. Actualmente están disponibles, además de los dos grandes volúmenes de actas (1985, 1986), dos antologías que recogen textos seleccionados de ellas: La crisis de la literariedad (Madrid: Taurus, 1987) y La moderna crítica literaria hispánica (Madrid: Mapfre, 1996).


Semiótica e hispanismo

En reiteradas ocasiones (Garrido, 1986, 1990; Garrido y Alburquerque, 1996) he escrito sobre la significación que alcanzó el Congreso   —38→   Internacional sobre Semiótica e Hispanismo que convoqué en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que se celebró en los días del 20 al 25 de junio de 1983.

He contado muchas veces el carácter casual de una iniciativa que tuvo tanto éxito. Al observar que en la bibliografía en español se estaba cayendo con frecuencia en usos inadecuados del término semiótica, empleado como guiño valorizador de «lo de siempre», me pareció oportuno reunir a unos cuantos especialistas con los filólogos del hispanismo en busca de una adecuada instrucción.

Ciertamente ya existía una cierta bibliografía autóctona sobre semiótica como, por ejemplo, los trabajos pioneros de María del Carmen Bobes (1974, 1977), pero nada hacía imaginar el enorme interés que en la comunidad de los hispanistas iba a despertar la convocatoria, que se convirtió en el punto de arranque de la difusión académica de las estrategias semióticas en el mundo hispánico. El Congreso ha hecho historia y resulta oportuna la petición que se me ha formulado de fijar su alcance y significado quince años después. Voy a repetir, pues, y revisar los resúmenes que he hecho en los trabajos que he empezado citando.

La verdad es que el Congreso, según la convención de lo que se entiende por «hispanismo», estaba dirigido más bien a los filólogos. El carácter «semiótico» se concretaba en dos propiedades: restricción del campo de los estudios admisibles sobre lengua y literatura a sólo aquéllos en los que se adoptaban estrategias semióticas, y apertura de la convocatoria a otros textos o a otros aspectos discursivos no necesariamente literales con los que el trabajo de los filólogos, incluso de los filólogos semiotistas, apenas tenía contactos en el mencionado ámbito y a la altura de aquellos tiempos. La Semiótica invitaba, pues, a la renovación metodológica y a la interdisciplinariedad.

No todo el mundo entendió con el mismo rigor las condiciones de la convocatoria y los dos enormes tomos de actas de gran formato (Garrido ed., 1985, 1986) acogieron desde trabajos semióticos ajenos a la lengua natural o a la lingüística como trasfondo del paradigma interpretativo empleado, hasta colaboraciones que apenas tienen que ver con la semiótica, aunque sí tuvieran que ver con la filología hispánica4.

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He establecido en otras ocasiones tres grandes familias de aportaciones al Congreso:

A) Propuestas o análisis de base semiótica explícita.

B) Propuestas o análisis retóricos, psicoanalíticos, estructuralistas, etc. cuya apertura a la interdisciplinariedad y, en ese sentido, a la semioticidad era al menos un deseo expresado y una huella en el modelo empleado.

C) Análisis convencionales (estilísticos, sociológicos, etc.) de textos literarios que se adscribían a la semiótica sólo porque todo texto es síntoma de la sociedad o porque toda poesía es sin duda simbólica, etc.

En términos absolutos, el apartado B) es el más numeroso y el C), el menos. Repetiré la ironía de que todos los trabajos son «semióticos» por una huella indeleble: aparecen en las actas de un congreso de semiótica.




La inspiración jakobsoniana

En el texto que publiqué como post scriptum en el primer tomo de las actas advertía la presencia del paradigma teórico-literario jakobsoniano como trasfondo del diseño previsto del Congreso. A aquel desarrollo que se pretendía partiera de Jakobson se le llamaba «semiótica» porque: a) la preocupación por el signo poético en particular y el signo estético en general en la lingüística jakobsoniana conduce necesariamente a la semiótica (aunque no se podría demostrar la falsedad de la afirmación contraria, o sea, que la apertura de Jakobson a la semiótica sea causa de su atención hacia el signo estético en general y el poético en particular); b) las exigencias de la semiótica literaria son las que le obligaron a modificar los postulados de la teoría saussureana del lenguaje que encontraban contraejemplos en los fenómenos de lengua poética; c) la dimensión semiótica de la lingüística jakobsoniana está en la base del descubrimiento del paralelismo existente entre determinados comportamientos (sincrónicos y diacrónicos) de la serie lingüística y otras series culturales.

El carácter de totalidad en el que Roman Jakobson inscribe sus investigaciones, quizás debido a su inspiración en Husserl, según estudia   —40→   Holenstein (1974: 61-86), conduce a la apertura semiótica general a través de los siguientes círculos concéntricos:

a) Estudio de la comunicación de los mensajes verbales o lingüísticos.

) Estudio de la comunicación de mensajes de cualquier tipo o semiótica (dentro de la cual están comprendidos también los mensajes verbales).

c) Estudio de la comunicación o antropología y ciencia económica (dentro de la cual se comprende la comunicación de mensajes) (Jakobson, 1970: 37).

d) Ciencia biológica de la comunicación: los modos y formas de comunicación utilizados por los múltiples seres vivientes (cf. Jakobson, 1970: 45).

Precisamente la poética jakobsoniana es una semiótica, porque sus recursos no se limitan al arte verbal según prueba así:

a) A lo largo de la historia se han podido convertir leyendas medievales en frescos y miniaturas, piezas de música en arte gráfico, novelas en filmes, epopeyas en cómic, etc.

) El poder juzgar de la adecuación o inadecuación de las ilustraciones de una obra literaria presupone la base de comparación entre artes diferentes.

c) La periodización de la historia literaria es, muchas veces, paralela a la periodización de la historia del arte en general. Es obvio que un concepto como barroco, por ejemplo, va mucho más allá de la literatura.

d) El procedimiento básico de los tropos (metáfora y metonimia) se produce, también, en muy varios dominios de las artes (cf. Jakobson, 1958: 348-349).

El hecho de que haya rasgos de la poética que pertenecen a la teoría general de los signos o semiótica, confirma el principio de totalidad al   —41→   que nos hemos referido y es, a la vez, naturalmente, consecuencia de dicho principio.

El paso de gigante que Jakobson, la lingüística praguense y sus continuaciones en los años sesenta, supusieron en la teoría del lenguaje en general y la lengua poética en particular (Todorov, 1977: 339-352) por la productiva relación que se establece entre los rasgos inmanentes del mensaje y su inserción en el proceso comunicativo, ha tenido el mérito de poner de relieve lo ineludible que resulta atender también, además de a la sintaxis y a la semántica, a la dimensión pragmática. Es más, a partir de aquí, se ha visto claro que esta dimensión no debe ser abordada (por hablar así) a continuación de la sintaxis y de la semántica, sino por el contrario, antes, como presupuesto del sentido que se le ha de otorgar al contenido semántico del mensaje según enseña la escuela de los actos del lenguaje. Estamos en el comienzo de una indagación del uso literario de la lengua que toma la elaboración figurativa sólo como una de las condiciones calificadoras del hecho de comunicación (Pratt, 1977).




Las ponencias generales

La selección de los ponentes fue un tanto aleatoria, ya que el primer interviniente previsto, Roman Jakobson, moría un año antes, a I. Lotman no le permitieron acudir las autoridades de la entonces Unión Soviética, Th. A. Sebeok y U. Eco estuvieron ausentes por problemas de calendario y A. J. Greimas no llegó a ser invitado por culpa de un lamentable equívoco. No obstante, el diseño que llegó a ser definitivo tenía algo que ver con el trasfondo filológico de la convocatoria, al resultar vinculada la serie de conferencias plenarias con la tríada de los géneros literarios, más la cuestión del espectáculo cuya inevitable presencia por el género teatral supone además unos de los puntos en que las ventajas de una aproximación semiológica se toman más evidentes.

Lázaro Carreter describió la consistencia de la instancia emisor a propósito de la lírica. Defendió que todo poema ha sido creado para significar algo muy concreto, que la medida de esa significación -su sentido- está en la intención del poeta y que, por tanto, la historia no puede ser olvidada en esta investigación.

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Nos encontramos, pues, con una referencia a la historia, escandalosa para cierta primitiva semiología, pero congruente con el subrayado de la importancia de lo contextual, «pragmático», en la producción del significado.

El «yo» estudiado en la conferencia de Todorov se inserta en otro marco: «la presencia del autor en su discurso, dijo, se medirá, no en nombre del los 'yoes' de los cuales sembrará sus páginas, sino por la distancia entre su pensamiento y la opinión común [...] Todo autor se ve conducido a generalizar y ejemplificar, a practicar la simetría, la gradación y el contraste, a afrontar además las objeciones que podría suscitar [...]. La exigencia de armonía tiene valor de idea y el sentimiento de las proporciones proviene de la preocupación por el sentido».

Sin duda, la primera instancia (mirando de izquierda a derecha) en el proceso de la comunicación puede ser considerada «fuente» del proceso, pero sólo puede ser interpretada con auxilio de los códigos históricos de los que se sirvió el emisor, sólo es generadora de mensaje en colaboración con el lenguaje, realidad que es, por definición, intersubjetiva, o sea, que postula, como acabamos de leer en Todorov, un receptor y que, por consiguiente, también es fundamentalmente pragmática.

En relación con las comunicaciones que requieren una «puesta en escena», G. Bettetini subrayó que «la semiótica se aplica sobre todo a la comunicabilidad de un texto; a su configuración de malla distributiva de un saber que se difunde en sus recorridos de sentido y que se coloca en el intercambio comunicativo entre enunciador y enunciado». Más adelante afirma la necesidad de elaborar de manera precisa esas dos nociones, la de sujeto enunciador y de sujeto enunciatario, siendo éste último «la imagen del receptor que el texto construye».

H. Weinrich se ocupó de la narración. Según él, se detecta en la historia de la cultura europea «un cruce de dos movimientos semiológicos, uno descendente de desnarrativización y otro ascendente de novela triunfante» y dentro de esos dos movimientos se observan -continúa- «desplazamientos secundarios en dirección opuesta, a saber, de temporalización en las ciencias, de espacialización en las novelas, con la finalidad en ambos lados de dominar juntos el gran problema de la memoria cultural moderna, a saber, la abundancia de datos disponibles».

Sin entrar en la cuestión de si estos procesos son propios de la cultura europea o más amplios, está claro que la semiosis narrativa se articula   —43→   mediante unos mecanismos universales. A éstos atiende Brémond como veremos.

Cl. Brémond se planteó un problema técnico, que resulta especialmente importante desde el punto de vista del filólogo: «la cuestión de si la unidad narrativa fundamental se caracteriza por una estructura interna invariante y por una función contextual variable o, al contrario, por una estructura interna variable y por una función contextual fija». Mediante una relectura del sistema actancial de Tesnière (1959: 102) propuso un modelo de «proposición narrativa elemental» que entraña «tanto elementos relativamente estables que puedan servir para definir el motivo en su generalidad, como elementos más variables que pueden o servir para definir submotivos que especifiquen el motivo en sub-corpus o caracterizar variantes únicas, apax, en la periferia del motivo».

C. Segre, que tenía a su cargo la conferencia titulada «La naturaleza semiótica del texto», recordó «la unión biunívoca entre competencia lingüística y competencia textual: la segunda se puede realizar solamente a través de la primera, la primera no admite por sí sola la unión de frases en enunciados [...]. Más completa, y ya se ha intentado, sería una representación de todos los elementos en juego (que) desembocaría en un modelo de la producción de unidades comunicativas». También, pues, esta ponencia se alinea en la opción pragmática de investigación de la producción del significado.

El breve repaso de las ponencias pone de manifiesto la superación del paradigma jakobsoniano desde el que se convocaba, la apertura de nuevas líneas de investigación en la semiótica teatral, la escasa presencia de la llamada Escuela de París (Coquet et al., 1982), entonces tan en boga, así como de la sociosemiótica, y lo minoritario, por las razones dichas, de las semióticas no literales. Ciertamente, leyendo las comunicaciones se matizan mucho estas impresiones que, sin embargo, siguen siendo fundamentalmente válidas.

Así las cosas, determinadas aportaciones de los sucesivos simposios de la Asociación Española de Semiótica, nacida por iniciativa de José Romera Castillo al calor del Congreso, pueden considerarse provocadas por éste en cuanto suponen, en unos casos, una continuidad y, en otros, un complemento que llena el vacío que se había hecho notar. Consagraremos a tres ejemplos significativos los epígrafes siguientes5.



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Semiótica teatral

Entre las líneas de indagación semiótica abiertas en el Congreso y que han tenido posteriormente fecunda continuidad, me parece destacable la comunicación leída por J. L. García Barrientos en el II simposio de la AES en Oviedo (1988) que plantea una semiótica teatral basada en la oposición, establecida ya incluso antes del congreso, entre las categorías de «escritura» y «actuación» (García Barrientos, 1981).

A partir de la definición del teatro como espectáculo y del espectáculo (Kowzan, 1970: 25) como conjunto de modelos comunicativos cuyos textos son comunicados en el espacio y en el tiempo, se distinguen, según las categorías dichas, los espectáculos accionados, como el teatro, de los espectáculos escritos (grabados, registrados o percibidos en diferido) como el cine. El espectáculo exige la presencia en un mismo espacio y durante un tiempo compartido de una materia viva que se exhibe (ya sea animal, como en la pelea de gallos; humana, como en el número de trapecistas; o mixta, como en la tauromaquia) y de un grupo humano que asiste a la exhibición. En el caso del teatro es el ser humano en su integridad (no parcialmente como el cantante o el contorsionista) el que se ofrece como materia de espectáculo.

Así, la presencia y el presente configuran esencialmente lo específico de la situación comunicativa en cualquier actuación. En efecto, el hecho de que sea necesaria la presencia real de actores y espectadores para que se produzca el espectáculo implica la simultaneidad de momentos en emisión y recepción o sea, el presente, lo que, insiste García Barrientos, se opone a la situación comunicativa de los espectáculos escritos o grabados como el cine que cristalizan en un producto objetivo. Aquí, la producción es anterior a la recepción, el tiempo es el pasado, los receptores contemplan la reproducción del espectáculo en ausencia del autor, del director en el caso del cine. Los actores de la comunicación cinematográfica no son propiamente tales, sino ectoplasmas de quienes fueron actores en otra ocasión; no son sujetos, sino partes de un objeto o sujetos de una historia objetivada. Como en el caso de la literatura, el espectáculo cinematográfico no es modificable de ninguna forma por el hecho de su recepción, no tiene un destinatario concreto; su receptor previsto no es nadie y son todos, es, también como en la literatura, como en el poema, un receptor universal. El teatro, como toda actuación, se caracteriza semióticamente por la presencia de dos elementos necesariamente enfrentados, verdaderos sujetos   —45→   del espectáculo, que se denominan actor y público. Ambos están separados por el espacio de intersubjetividad y, así, el teatro como el discurso en la acepción de Benveniste (1966), reposa enteramente sobre el juego de identificaciones cruzadas, sobre el vaivén asumido del yo y del tú (Metz, 1975: 303), del actor y del público.

Si hasta aquí se expresan unas líneas que pueden definir las comunicaciones de «actuación» frente a las comunicaciones de «escritura», un segundo desdoblamiento permite, también según García Barrientos, diferenciar el teatro de las restantes comunicaciones de actuación. Se trata de definir la situación teatral por la presencia efectiva de unos actores frente a un público en un espacio y un tiempo compartidos, siempre y cuando cada uno de estos cuatro elementos se encuentre afectado de un desdoblamiento que permita distinguir un actor, un público, un espacio y un tiempo de la representación, de un actor, un público, un espacio y un tiempo representados.

No es preciso seguir hasta el final el razonamiento de la comunicación que venimos transcribiendo parcialmente para darnos cuenta de lo que puede suponer salir de la perspectiva de las escrituras para situarnos en la de las «actuaciones». El giro pragmático del que hemos hablado como característico del Congreso adquiere una nueva luz en trabajos posteriores como éste. Drama y tiempo (1991) del mismo autor presenta la primera parte de una teoría ya perfilada.




Semiótica visual

La escasez de otras semióticas que no están hechas con palabras encuentra un complemento en el III Simposio de la AES de 1988. En efecto, J. M. Klinkenberg (1990) ofrece un programa completo de una retórica de los mensajes visuales en el seno de una elocutio retórica general cuyas conexiones con la semiótica resultan explícitas. Los dos primeros puntos consisten en: a) elaborar las reglas de segmentación de las unidades visuales y b) elaborar las reglas de lectura de los enunciados.

Estos dos primeros puntos, nos dice, no son específicamente retóricos, sino propiamente semióticos. Ciertamente, se trata de una semiótica visual que, a pesar de los esfuerzos de muchos investigadores, sigue encontrando muchas dificultades para diferenciarse nítidamente   —46→   del discurso de la crítica del arte, una semiótica, pues, que no ha logrado el equilibrio deseable entre la generalidad y la aplicabilidad.

A este respecto, Klinkenberg subraya que, aunque la perspectiva semiótica suponga la hipótesis de que el sistema visual posee una organización interna autónoma, no se debe rehusar la ayuda de las ciencias positivas como la fisiología de la visión, o de las ciencias humanas como la psicología de la forma. Tales ciencias pueden enseñarnos cómo se constituyen las formas de expresión o las formas del contenido de los signos visuales y, por lo tanto, hay, a veces, que limitarse a traducir a términos semióticos algunos de sus descubrimientos.

Siguen después los apartados siguientes:

c) Elaborar las reglas de lectura retórica de los enunciados.

d) Describir las operaciones retóricas que funcionan en tales enunciados.

e) Describir las relaciones posibles entre grados percibidos y concebidos y, solamente aquí, proponer una taxonomía de las figuras.

f) Describir el efecto y la eficacia de dichas figuras, consideradas aisladamente y en su contexto social.

El programa sumariamente transcrito ofrece, a mi parecer, una serie de elementos suficientes para llegar a la constitución de una semiótica de lo visual que se viene configurando ya, en numerosas ocasiones, en otros trabajos del mismo autor.

En cuanto al ámbito hispánico, la semiótica visual no conoce aún un gran desarrollo, aunque haya que señalar notables excepciones como el primer volumen de la revista Era, de la Sociedad Vasca de Semiótica, que se consagró a esta especialidad.




Los proyectos sociales según landowski

Un importante exponente de la semiótica greimasiana como es Landowski, contribuye a rellenar uno de los huecos más patentes del congreso   —47→   del 83 con su aportación al I Simposio de la Asociación Española de Semiótica que tuvo lugar en Toledo en 1984 y cuyas actas se publicaron dos años más tarde (AES ed., 1986). Se trata de configurar los elementos fundamentales para la formulación de un proyecto sociosemiótico.

Subraya que la «vida social» no ha sido nunca extraña a la investigación semiótica, que se ocupa de «lo real» en cuanto considerado como lenguaje, y también «de lo vivido» percibido como «efecto de significación».

Como es propio de la escuela greimasiana, sostiene que la heterogeneidad de los lenguajes (verbal, prosémico, gestual) que forman el tejido ordinario de nuestro tejido social, pueden ser captados por la investigación semiótica en cuanto a sus estructuras y operaciones semio-narrativas que constituyen la estructura profunda del mecanismo productivo del intercambio de significaciones. Estas estructuras probablemente son independientes del sistema significante en el que se encarnan, sin que ello suponga negar que en otros niveles más superficiales se diversifiquen precisamente a través de las formas de la expresión.

La socio-semiótica que postula Landowski exige una diferenciación entre su objeto y el objeto sociológico estándar que se reduce a una taxonomía de lo descrito mediante clasificaciones funcionales de estatutos o papeles desempeñados. En este sentido, se abre una doble perspectiva: que la investigación semiótica dé respuesta a cuestiones no previstas en la sociología convencional y que suministre claves sociológicas ancladas en el núcleo mismo de las estructuras de significación.

Como ya he resumido en otras ocasiones, la historia anterior de este proyecto socio-semiótico es descrita grosso modo por Landowski en tres etapas sucesivas. Con todo, antes de buscar la fórmula de transformación de los sistemas de relación, ha sido preciso disponer de los métodos descriptivos (sincrónicos) de los presuntos estados de equilibrio. Sucede que el carácter dinámico de la historia y del relato, en cuanto modelo de la historia, aparecían desfigurados por las operaciones de abstracción a que resultaban sometidos. Lo mismo sucedía con la organización social constreñida dentro de los límites de una semántica todavía muy elemental (Greimas, 1966) que difundió escolarmente un esquema actancial utilizado muchas veces de forma dogmática.

La primera etapa está constituida por la reflexión sistemática acerca de las modalidades (ser, hacer; ser, parecer; saber, poder; etc.) que se   —48→   aborda en la escuela greimasiana desde el curso 1976-77. Se trata del «cuadrado semiótico», útil del que ha partido toda una serie de modelos que intentan esclarecer no solamente la sintagmática de los relatos propiamente dichos, sino también la sintaxis que opera en las transformaciones de cualquier sistema de relaciones y, así, entre otros, de los sistemas micro o macrosociales. La sociosemiótica interviene a partir de aquí en el dominio de la publicidad, de la pedagogía o incluso de ciertos conceptos claves de sociología («autoridad», «legitimidad», «poder») con los instrumentos operativos que la semiótica general le proporciona a través de la semiótica de la persuasión (hacer creer), semiótica de la acción (hacer ser), semiótica de la manipulación (hacer hacer) sobre las cuales se asienta una semiótica de las pasiones (la admiración, la confianza, la desesperación, la cólera, etc.) que tiene como objeto la sintaxis de los estados de ánimo de los actantes que se consideran.

La segunda etapa es la de la profundización en el estudio de los problemas de la discursivización de las estructuras semio-narrativas. Con esto se ensancha aún más la separación que existe entre la lógica semiótica y las concepciones representacionalistas del lenguaje: los dispositivos sintácticos y semánticos pierden ahora todo vínculo referencial para convertirse en simples formas de identificación de situaciones estereotipadas de comunicación. Esta socio-semiótica muestra los mecanismos del lenguaje para conseguir la persuasión, para cumplir su función retórica.

La tercera etapa debería establecer la relación entre teoría semiótica y teoría de las catástrofes. Aunque desde los años setenta parecía que esta relación sería fácilmente establecida, hoy se puede decir que los reiterados intentos no han suministrado los frutos apetecidos. Aquí queda el modelo como trasfondo de mucho de lo hecho en los años 80 y 90 y de lo que queda por hacer.




Conclusiones

Volvamos a lo nuestro. El Congreso de Madrid fue, estadísticamente considerado, una reunión de filólogos. Sin embargo, el volumen de aportaciones explícitas de estrategias semióticas fue mayor entre los que se ocuparon de discursos o textos no «literales» (cómic, cine, televisión,   —49→   texto teatral) que entre los estudiosos de lo que llamamos literatura. Ciertamente a un congreso sobre semiótica e hispanismo (hispanismo en el sentido convencional apuntado) sólo se sintieron llamados los no hispanistas estrictamente semiólogos. (Probablemente a un simposio de semiólogos sólo hubieran acudido filólogos estrictamente semiotistas).

Pero el congreso, en fin, cumplió las finalidades que se proponía:

1. Poner en comunicación a investigadores del hispanismo que tenían inquietudes comunes (los que hemos llamado filólogos semiotistas), que permanecían frecuentemente aislados y eran mutuamente desconocidos.

2. Someter a crítica la viabilidad de lo que se venía haciendo en el mundo hispánico bajo el marbete de semiótica que, a veces, no era más que ignorancia encubierta por términos pedantes.

3. Poner en relación a los filólogos con los que hemos llamado semiólogos no lingüistas, comunidades científicas ambas que normalmente trabajaban en el mutuo desconocimiento y recelo.

La masiva respuesta que tuvo la convocatoria, las amplias discusiones científicas que se produjeron en casi todas las sesiones de casi todas las salas que albergaron las comunicaciones presentadas, y la inusitada presencia en un congreso de hispanistas de los semiólogos no lingüistas atestiguan que, en efecto, tales finalidades se cumplieron.

En cuanto a la teoría, se hicieron aportaciones en puntos concretos, que miran a la lingüística, las instancias sociales y psicológicas de la producción del sentido, la teoría literaria general, la teoría de los géneros, la determinación de ciertas tipologías mediante aplicación del recorrido generativo de inspiración greimasiana, las cuestiones abiertas del texto dramático y texto teatral, como son las nociones de personaje, punto de vista y unidades teatrales, la inserción semiótica de la estilística, etc. El libro titulado La crisis de la literariedad que publiqué en 1987 recoge, entre otras aportaciones, las ponencias resumidas al principio.

Las actas del congreso suponen también una extensa contribución a una lectura actualizada de los textos hispánicos (literales y no literales),   —50→   a los que se suman textos peculiares de las culturas del descubrimiento de América cuyo contraste suponían un filón por desarrollar como ha estudiado con posterioridad Todorov (1982). La antología titulada La moderna crítica literaria hispánica que he publicado en 1996 incluye, junto a un estudio introductorio y una bibliografía, una selección de textos críticos procedentes de las actas y referidos a textos de significativas figuras del Siglo XX6.

Insistiré, por fin, en que desde el punto de vista del modelo, el Congreso se caracterizó por la superación del paradigma jakobsoniano. Pocos años antes, en textos escritos entre 1970 y 1980, cualquier filólogo interesado por estas cuestiones hacía referencia inevitablemente a su clásica conferencia de Bloomington titulada «Lingüística y Poética». Así ocurre, por ejemplo, en Wienold (1972), Corti (1976), Di Girolamo (1978) y Garrido (1974, 1978). Pues bien, en junio de 1983 apenas aparece dicha cita.

El congreso se sitúa en el momento del giro pragmático que se estaba produciendo también fuera del hispanismo: eso es lo que quiere decir la expresión crisis de la literariedad, tomada como título del volumen que he mencionado más arriba.

Sin duda el Congreso Internacional sobre Semiótica e Hispanismo, celebrado en Madrid en los días del 20 al 25 de junio de 1983, ha supuesto el asentamiento definitivo de las estrategias semióticas y de su posterior desarrollo como instrumento de trabajo en la comunidad hispánica.

En cuanto al mencionado desarrollo, cabe decir que supone también una contribución de no escasa importancia al inicio y desenvolvimiento de la pragmática como programa de investigación plenamente vigente a finales del siglo XX. O sea, a salir definitivamente del estrecho marco del enunciado al campo abierto de la enunciación. Como dijo Bettetini en su ponencia, el giro pragmático ha permitido a los estudios semióticos no concentrarse únicamente en los sistemas en acto [...] sino también en la dinámica de su querer-ser instrumento de conversación y diálogo.



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