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Simbología secreta de «El rayo que no cesa» de Miguel Hernández

Ramón Fernández Palmeral

Francisco Esteve (prol.)



[Indicaciones de paginación en nota1.]



Portada

A mi Julia con todo mi corazón desmesurado.




ArribaAbajo Agradecimientos

Quiero agradecer al profesor Francisco Esteve el prólogo de este ensayo, quien aceptó en cuanto se lo propuse a vuelta de correos y, además, sus muy valiosas anotaciones. A la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela y al Centro Hernandiano de Estudios e Investigación de Elche por abrirme sus puertas. A la Fundación María Zambrano de Vélez Málaga por el aporte de libros descatalogados. A la Biblioteca Gabriel Miró y a su directora Rosa María Monzó. Al Centro Cultural de la Generación de 27 de Málaga, y a su director Antonio Martín Oñate. A Aitor L. Larrabide por el préstamo de libros, su apoyo moral y sus muy valiosas charlas. A Manuel Roberto Leonís por sus apostillas. A Antonio Gracia por aportarme sus libros y artículos. A Sergio Illesca que confió en mis noticias sobre poetas alicantinos. A la revista Orihuela Digital por dejarme espacios en sus páginas para recuperar poetas olvidados. A Rosario Salinas y su Grupo Literario del Instituto Miguel Hernández de Alicante por su ánimo. A mis hijos David y Rúbram.




ArribaAbajo Prólogo

El rayo incesante


La mayor parte de los estudiosos hernandianos consideran al poemario El rayo que no cesa como la obra más representativa y lograda del poeta oriolano. Así, para Leopoldo de Luis (Obra poética completa, ZYX, 1976, pg. 209), «nos encontramos ante un libro central y mayor. No sólo en la obra de Miguel Hernández, sino en la poesía contemporánea española. Si el poeta logra en él una obra cuajada y plena de personalidad y calidad indudables, la historia de la poesía castellana tiene en este título un hito significativo».

No nos podemos extrañar, por tanto, que hayan sido muchos los autores que han querido profundizar en el estudio y análisis de esta «obra mayor» de Hernández. El primero en mostrar su admiración por los poemas de El rayo que no cesa fue el premio Nobel Juan Ramón Jiménez quien daba noticia en el diario El Sol de la publicación -en la Revista de Occidente- (enero, 1936) de seis poemas de esta obra hernandiana a los que calificaba como «sonetos desconcertantes» que «todos los amigos de la "poesía pura" deben buscar y leer». A esta primera llamada de atención han ido sucediéndose diversos estudios y ensayos analíticos sobre El rayo que no cesa con el objeto de profundizar en su estructura y contenido. Especial dedicación han prestado a esta obra autores como Juan Cano Ballesta, Leopoldo de Luis, José Carlos Rovira, Agustín Sánchez Vidal, Concha Zardoya, etc.

A este incesante acervo de analistas y comentaristas se une una nueva voz que pretende aportar su visión peculiar sobre esta obra hernandiana contribuyendo con «postulados o hipótesis nuevas en una aventura de quien le seducen los cambios», como el propio autor manifiesta en su Introducción. Ciertamente, se trata de una nueva visión de este poemario que está realizada, no bajo el prisma académico de un lingüista o filólogo, sino a través de la mirada observadora y sensible de un artista total que, al sentido artístico de su condición de pintor, une la sensibilidad propia de un poeta y escritor. Si a esto añadimos el gran cariño y admiración que siente por la obra hernandiana, nos encontramos con un trabajo de especial interés para todos los que seguimos con atención la evolución y desarrollo de la producción en torno a la vida y obra de Miguel Hernández.

En este ensayo podemos apreciar dos aportaciones de especial relevancia. En primer lugar, Ramón Fernández proporciona interesantes comentarios y observaciones a esta obra hernandiana intentando «ahondar en la exégesis más libre y subjetiva de lo que en verdad percibo en la obra como respuesta a la lectura reflexiva de estos sonetos y poemas». Se trata, por lo tanto, de una reflexión personal que el autor nos ofrece a los lectores para iniciar así un diálogo intercomunicativo gracias al cual surjan nuevas propuestas de análisis y comprensión de estos poemas. Es, por lo tanto, un razonamiento en voz alta que nos enriquece con nuevas sugerencias, nuevos puntos de vista y nuevas valoraciones de este incesante rayo hernandiano. Se completa este apartado analítico de la obra hernandiana con seis artículos monográficos donde el autor profundiza en distintos aspectos de la biografía del poeta oriolano aportando sus comentarios sobre la infancia de Miguel, sus viajes a Madrid y Rusia, su etapa combativa y, finalmente, su proceso judicial y muerte.

Por otra parte, este libro se enriquece con la aportación de diversas ilustraciones que sirven de interpretación artística a la producción poética. De esta forma se establece una fecunda simbiosis pictórico-poética que nos permite penetrar en una nueva cosmovisión de estos poemas desgarrados y telúricos. A la riqueza del verbo poético de Miguel Hernández se une el «hallazgo» -en frase del propio autor- de un creador de evocaciones visuales como es el pintor Ramón Fernández Palmeral.

Debo felicitar al autor por esta nueva aportación a la bibliografía hernandiana proporcionándonos a todos un mejor conocimiento de la vida y obra del poeta oriolano Miguel Hernández quien, como rayo incesante, sigue siendo un hito en la poesía española del siglo XX.

Francisco Esteve
Presidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández.






ArribaAbajo Introducción


ArribaAbajo 1.- Notas

Algunos hernandianos me tacharon de osado y arriesgado y de ser poco académico por atreverme a ilustrar El hombre acecha de Miguel Hernández (Edición Brotes/Palmeral 2004), pero no me importa en absoluto el parecer de los que así opinan, pues creo que en divulgar y divulgar está la razón de estos, llamémosles, intentos de ilustrar la obra de un poeta universal, porque entiendo que es lo más visual y directo que podemos hacer por llevarla al público lector en general. Nadie duda que las ilustraciones son un vehículo de difusión que, por visuales, poseen un magnetismo incomparable y un atractivo inmediato, ya que el arte de la pintura y la poesía siguen caminos paralelos y filiales, incluso, diría más, llegan a unirse.

Ahora me atrevo a ilustrar El rayo que no cesa, del mismo autor, una obra poética en la que es difícil penetrar y, que, a veces, nos muestra aristas inconquistables. Con todo, y a pesar de ello, y a riesgo de no estar a la altura de las metáforas, símbolos e imágenes o de la cosmovisión hernandiana, a pesar de los contratiempos, lo he intentado con el mejor ánimo y disposición. En el riesgo radica la creación, verdadera o aparente, puesto que el compromiso forma parte de la filosofía del ARTE y es intrínseco a la vida misma. Quien no arriesga no puede recibir nada a cambio.

Los artistas nos valemos de la inspiración para lograr objetivos: hallazgos, pero esta inspiración es un error concebirla como que llegará sólo a través del trabajo, porque si creemos que el trabajo es el resultante de la aplicación del acto creativo de calidad, estaríamos ante un alto porcentaje de obras insípidas o la fabricación del arte como simple elemento decorativo, puesto que, detrás del arte hay algo más que formas y volúmenes, hay estilo y sentimientos.

Para las ilustraciones de los sonetos y poemas de El rayo... he buscado un estilo figurativo pero ambiguo a la vez, con ciertas evocaciones hacia un erotismo lascivo e ingenuo que provoquen un atractivo visual en el lector y le sugieran otros puntos de vista sobre el contenido de los poemas.

No cabe duda de que vivimos en un mundo de ojos mediáticos: los media, dominados o manipulados por las imágenes: (telediarios, publicidad, cine...). Hoy en día, con las nuevas tecnologías es difícil crear imágenes que superen a las que proporciona esta tecnología, pero es preciso, como cuestiona el pintor Perejaume: «exigir a la creación plástica que genere imágenes ambiguas, que planteen problemas y que inciten a imaginar, que se resistan a la combustión rápida de cualquier creación visual que practique la publicidad y los medias». Creo que el creador debe sugerir, exponer, enunciar ecuaciones y plantear problemas, aunque estos nunca lleguen a resolverse, porque en el cuestionar todas las iniciativas radican las verdaderas respuestas. Hay que perderse en los laberintos del lenguaje plástico, porque perderse es encontrar un rayo de luz que por sí sola puede o no, acabar en hallazgos. El artista conceptual es capaz de cambiar el lenguaje de los signos convencionales porque se hace peguntas constantemente sobre las formas y los elementos, figurativos o abstractos, que inciden en la idea de las obras con riesgo. Mis apuntes, bocetos y dibujos surgen de las metáforas de la vida y de la poesía misma, y para ello nada como someterse a la disciplina de este rayo que no cesa ni se agota.

Para una aproximación crítica y literaria de cada uno de los 27 sonetos y los tres poemas he querido seguir mis propias líneas de investigación, alejándome de lo académico en los comentarios de textos: filológico y lingüístico. Por supuesto, no he olvidado ensayos, artículos o trabajos previos, análisis de un valor irrefutable de doctos, expertos y amigos que abrieron enmarañadas sendas en la obra hernandiana, a ellos mi agradecimiento.

Mi intención con esta pequeña aportación para El rayo... es tratar de ahondar en la exégesis más libre y subjetiva de lo que en verdad percibo en la obra como respuesta a la lectura reflexiva de estos sonetos y poemas que no pueden estudiarse aisladamente porque nacen paralelos entre la vida y obra del poeta orcelitano, y además busco alejarme de las tópicas fórmulas del análisis académico, y aportar las últimas investigaciones y descubrimientos habidos. Me atreveré con postulados o hipótesis nuevas en una aventura de quien le seducen los cambios, en la idea de que todo cambio necesita de maceración y paciente precipitación de las partículas de la fermentación creativa, ya que más adelante, el tiempo con su juicio ineludible nos dirá si fuimos o no acertados con los postulados propuestos.




ArribaAbajo2.- Aproximación.

El rayo que no cesa (1936) según el inmejorable trabajo del profesor José Antonio Serrano Segura, La obra Poética de Miguel Hernández2 lo califica como: «[...] un estallido de pasión [...] una obra logradísima que consagraría a su autor [...]». Además añadiría más, que es una obra colorista que sigue los preceptos impresionistas por su enfoque sensorial: luz, color, aromas, sonidos e impresiones visuales, con un dinamismo que recoge el espíritu mediterráneo-campesino hasta lograr una apoteosis de sensualidad exuberante marcadamente rurales y marinas, que nos recuerdan a los alicantinos Gabriel Miró o Azorín. O las influencias de los postulados estéticos de la «Escuela de Vallecas»3 en el sentido más representativo de la naturaleza y la humanización de los objetos más vulgares.

Aunque también se le reconozcan a esta obra coincidencias con los sonetos de Lope de Vega, Góngora, Garcilaso y Quevedo, ampliamente estudiados por José María Ballcels4, por Agustín Sánchez Vidal5, el profesor Francisco Esteve6, Antonio Gracia7 y Juan Cano Ballesta o Carlos Rovira. Hablaremos también de la influencia del surrealismo de Vicente Aleixandre en La destrucción o el amor, y la mal llamada «poesía impura» de Pablo Neruda de Residencia en la tierra, analizada por el profesor Manuel Parra Pozuelo8 en su artículo: «La poesía entre el vino y la sangre» (Orihueladigital, julio 2004).

Sin duda estos sonetos neorrománticos representan una catarsis sublime del poeta, una purificación de las pasiones dentro del caudal turbulento y tormentoso, renacido en Miguel como resultado de unas experiencias amorosas de rechazo, y posiblemente dedicados a tres amores: Josefina Manresa, Maruja Mallo y María Cegarra. Aunque para disimular y contentar a su novia Josefina, escribiera en la dedicatoria: «A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya». Pero en realidad todavía no sabemos quién es la destinataria de la dedicatoria de este libro, aunque José Luis Ferris especula sin pruebas en Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta9, que la dedicatoria es para Maruja Mallo.

Como remate o cierre de este ensayo he reunido en un apéndice seis artículos monográfico sobre la vida y obra de Miguel Hernández que nos servirán para ilustrar y conocer parte de su biografía con datos y fechas que he considerado relevantes para el contexto y la comprensión del lector.




ArribaAbajo 3.- La estadística

Para los aficionados a la estadística, he averiguado con un sistema informático que El rayo que no cesa, contiene exactamente 3315 palabras, sin contar los enunciados.

La conjunción que más veces aparece es la «y» (ipsilon) con 198 veces; le sigue preposición «de» con 189 veces. Corazón es la palabra más empleada con 33 veces; seguida de toro con 14 veces; sangre con 13; pena 12 y alusiones a pena o penar 20 veces; muerte 10; dolor otras 10 veces; amor y beso, ambas con 9 veces; rayo 8 veces, y barro otras 8 veces; lengua 7 veces; alma 7 veces, mar 6 veces y pie femenino 5 veces igual que fiera otras 5 y espada; miera 3 veces, perro 2 veces, carbunclo, redoma 1 vez.

Si se pudiera razonar esta fría estadística en un gráfico cartesiano o un índice de valores morales y estéticos, seguro que nos podría suministrar ciertos aspectos casi imperceptibles de los sentimientos más psicológicos del poeta y de la interrelación con su mundo interior y exterior: su yo, su pensamiento y sus estados anímicos. En un primer acercamiento percibimos que el poeta siente con el corazón, que sufre y soporta como el toro con quien a veces se compara o se metamorfosea, que sangra, que asume penas, angustias, que nos habla de y sobre la muerte y el dolor en un estado de miseria amorosa y que sufre por el amor insatisfecho, sobrelleva mal la necesidad de ser querido por medio de los besos o caricias ausentes por parte de la amada como necesidad de reafirmación del yo, y de su lengua dulcemente infame que como un barro mancha cuanto lame.

Por la cadencia de las repeticiones de las palabras podemos apreciar que el diálogo poético en El rayo que no cesa se desenvuelve exclusivamente entre dos: el amado y la amada. El mundo no existe fuera de ellos. El pronombre posesivo (mi) se repite 72 veces, (me) 50 veces, (mío) 2 veces, (yo) 6 veces. Por el contrario, los posesivos (tú) 51 veces, (tus) 4 veces, (te) 13 veces, (tuyo) 1 vez. Lo que arroja un balance favorable hacia la personalidad del yo del amado sobre la personalidad de la amada. Sobre estas apreciaciones, que en principio son solamente propuestas de frías estadísticas, creo que es posible un estudio psicológico más amplio y ortodoxo.

Hay una palabra curiosa que es «carbunclo», arcaísmo de carbúnculo (variedad de rubí de color rojo oscuro), que aparecen en el soneto 16, verso 3 «mi sangre, roja hasta el carbunclo, fuera...». Y curiosamente Luis de Góngora en una silva de «Soledades», la escribió:


[...] midiendo la espesura
con igual pie que el raso,
fijo -a despecho de la niebla fría-
en el carbunclo, norte de su aguja,



Para mí es un evidente homenaje más que una simple coincidencia. Nos demuestra una nutrida lectura de Miguel sobre los textos de Góngora, y por ello toma prestado esta palabra que por su rareza, el poeta, en un estado consciente o inconsciente la usa porque la ha leído, ya que hay una posibilidad entre millones de que coincidan las letras aisladamente, (seis letras en la formula de los números combinatorios: 28 letras por 6 grupos, la combinación es millonaria), o que al elegir una palabra al azar de un diccionario normal con unas 140000 acepciones es mucha coincidencia. Otras palabras préstamos son «redoma» y «miera».

A través de los datos estadísticos he podido apreciar ciertas tendencias, preferencias y cambios significativos que iremos comentando de acuerdo a las necesidades propuestas y el contexto.




ArribaAbajo4.- La simbología

En el estudio de Carlos Bousoño (1923-) sobre el simbolismo en la poesía, ésta se produce porque las voces empujan hacia una dirección asociativa en cuanto a la significación irracional.

En un estudio muy generalizado sobre los rayos, vemos que era en la mitología clásica un atributo de los dioses (los rayos de Zeus). Según el Diccionario de Símbolos10 también representa la unión sexual entre el cielo y la tierra, se relaciona con la fecundidad o la germinación. Es la luz venida de los cielos que da sabiduría e ilumina a los hombres, son los rayos eternos del sol, rayos que no cesan para mantener el calor de la vida. Miguel Hernández era profundamente religioso, y sin duda alguna, nos habla del trueno como la voz de Dios y el rayo como su escritura, idea, que a la vez nos conduce a los textos mayas del Popa-Vuh del siglo VI.

En la simbología esotérica se cree que cada color enfatiza con un rayo determinado, al que llaman «Los Siete Rayos», cuando el individuo encuentra su rayo-oloroso se revitaliza según cada día de la semana.

En la creencia católica la fuerza divina y los rayos de Dios, los doce rayos de la creación, etc., etc., (permítaseme la expresión mientras no tengamos otra mejor) porque la literatura religiosa es infinita.


ArribaAbajo 4.1.- El rayo

El rayo que no cesa, significa a mi entender el vigor de las furias del mundo agresivo que rodean al poeta, convertido en fuerza cósmica. Es el rayo atmosférico o el rayo solar como identidad cósmica inagotable. Analizado su significado aprecio que cuando el poeta nos representa en sus sonetos al rayo, unas veces lo transmuta en cuchillo, que puede devorar, volar, herir y, otras en metal crispado, amenazante. El poeta lucha contra la energía devastadora del rayo como elemento vencible cuando escribe «pero al fin podré vencerte». ¿Es el rayo su pasión insatisfecha? Otras veces, él mismo es el rayo, «un rayo soy sujeto a una redoma» (soneto 20, v. 14). Otras veces es una amada con instinto básico «que desahoga en mí su eterno rayo» (soneto 12, v. 14). Otras es un leopardo (v. 10, soneto 6).

«El rayo, fenómeno meteorológico de apocalípticas resonancias» (pg. 65 de la Antología Comentada, Ediciones de la Torre, 2002, de Francisco Esteve), «es elegido por Miguel Hernández como símbolo de su atormentado amor y sirve de título a uno de sus mejores obras: El rayo que no cesa, en el que describe el amor como destino trágico en su vida»

La aparente sencillez del vocabulario se atiborra de complejidad en el nivel semántico del análisis. No se trata de hacinamiento de recursos del lenguaje figurado, ni de figuras oratorias, nos muestra la consecuencia emocional que quiere provocar en el lector.

Es curioso cómo el enunciado: rayo, aparece repetidamente (8 veces) desde el primer soneto hasta el soneto 20 con «un rayo soy sujeto a una redoma», y ya no vuelve a aparecer hasta la dedicatoria del poema 29, «se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé», hay un incomprensible silencio de 8 sonetos. ¿Qué evidencia este silencio? A mi entender: a un tiempo de creación distinto de los primeros sonetos, los cuales ya los tenía escritos con anterioridad y a los que, tan sólo, le dio unos leves retoques de acabado. Silencio del rayo para empezar con el ciclo del toro, entre los sonetos 14 al 28, que aparecerá 14 veces, y que podría ser entendido literariamente como una metamorfosis donde el rayo pasa a ser ahora la furia del toro. Sin embargo, esta influencia también podría ser entendida como el tiempo que estuvo trabajando para la Enciclopedia de los Toros con Cossío11.




ArribaAbajo 4.2.- La muerte

La muerte se repite constantemente, porque El rayo que no cesa, además del amor fatalista, lo es también de muerte, la muerte como fin del dolor espiritual y carnal. Observamos cómo en los sonetos 17 y 20 finalizan con la misma frase: «donde me muero». Otras veces, la muerte nos aparece con la terrorífica imagen «un enterrado vivo por el llanto» (v. 12, soneto 20). La muerte y sus ansias de libertad son elementos antagonistas, que también se refleja en la metáfora «presidio de una almendra esclava» (v. 3 soneto 20), donde continua el poeta con los acertijos de Perito en lunas, y es la cáscara de la almendra el presidio de la almendra o pipa que contiene connotaciones eróticas femeninas.

La palabra muerte se repite 10 veces. El soneto 18. «Ya de su creación», nos habla del ataúd, de los árboles que han de dar la materia de su caja. En el 28 «la muerte, toda llena de agujeros».

No podemos dejar atrás Amor constante más allá de la muerte, la obra maestra de Quevedo, que seguro Miguel conocía de memoria o leyó y también: Sueño de la muerta a doña Mirena Riqueza (anagrama de María Enríquez de Guzmán).


quid tibi tanto operest, mortalis, quod nimis aegris
luctibus indulges? quid mortem congemis ac fles?12



La muerte está presente a lo largo de todo el poema, hasta el último verso del soneto 28, donde el amado agoniza con «mi corazón vestido de difunto». Y se lo dice a la amada con «ya puedes, amorosa fiera hambrienta, / pastar [sobre] mi corazón» (vv. 9-10) sobre el que crecen «trágicas gramas, / si te gusta lo amargo de su asunto»: la muerte de «su» corazón.




ArribaAbajo 4.3.- La pena

Mucho se ha comentado sobre el tópico de las tres heridas: la vida, la muerte y el amor. A pesar de todo, es mi parecer que las heridas hernandianas son cuatro, esta cuarta es sin duda la pena. La pena del poeta presente en cada momento de su vida, la pena de no haber sido todo lo que él deseaba ser: dramaturgo idolatrado. La fiera herida de Miguel se desangra en la deslumbrante pena sin consuelo, alusiones a la pena que solamente en El rayo se repite 20 veces. O mejor dicho aún, en palabras del recién desparecido Arturo del Hoyo (2003, 36-37): «su fuerza herida, su desoladora lástima de sí mismo [...] sentía la pena pegada a su cuerpo como natural vestido, como un perro fiel e inevitable». La pena es tradición en la poesía, en Gustavo Adolfo Bécquer: «Pasó la nube de dolor [...] con pena / logré balbucear breves palabras [...]», Y más hallaremos si investigamos.

Hay una pena-tristeza aleixandriana muy presente que el insuperable libro: Pasión de la tierra, escrito en prosa poética surrealista con frases cortas «El Silencio»: «por esa cristalina palidez que se sucede siempre que cuando un piano se ahoga». «Del engaño y renuncia»: «Acabaré besando las rodillas como un papel para cartas con luto». Aleixandre añora el mar Mediterráneo, en su infancia vivió en Málaga, llora la pérdida del amor platónico. Hay un pesimismo de la primera época, evidente en: «Me dueles tú como una pena que mitigase otra pena, / como una pena que al aflorar anegase», «La Plaza».




ArribaAbajo 4.4.- El amor

Con el amor se ilusionó el poeta hasta el arrebato platónico, como si buscase una Dulcinea o una Isabel Freyre soñada, a la que trovar las armas de su poesía y todo su vitalidad amorosa, más tarde, llegó la realidad de la vida y cayó en el desamor. Esta angustia-pena, está presente en cada soneto en un «Amor, amor, un hábito vestí», del verso de Garcilaso.

El impulso humano del amor o la dimensión del amor de Miguel nos los revela Antonio Gracia (1998, 65): «La palabra "amor" abarca tanto el impulso humano de la sexualidad como el arrebato de la misticidad y la sublimación del erotismo».

El 1935 fue un año lleno de acontecimientos y experiencias amorosas para Miguel, quien vertería bajo la pasión creativa de El rayo... sonetos de amor atormentado, tan comentado y elogiado por los poetas y críticos de todos los tiempos. Más adelante en el apartado dedicado a precedentes, me extenderé en el «amor cortés».

El poeta está obsesionado con el color blanco que representa la hermosura de la amada. El blanco de la almendra es un color que mantiene obsesionado al poeta, tal vez porque se parece a la piel suave femenina, y nos lo recuerda con diferentes nombres: marfil, hielo, nieve, lácteo, nácar, jazmín, espuma.

La vuelve a repetir en «almenadamente blanco y bello», (soneto 21, vv. 2-3). Y en la «Elegía» a Ramón Sijé13, con «almendras espumosas» (terceto 15), y en el cuarteto final «rosa del almendro de nata te requiero». Esta nata nos recuerda un blanco del tono del color de la almendra pelada, la almendra podría tener un significado erótico.

Otro penar es la jaula del jilguero (v. 4, soneto 20).




ArribaAbajo4.5.- El toro

El poeta se enaltece unas veces con el vigor y la nobleza del toro de lidia, otras veces es burlado, o «solo llora en la ribera» (v. 13, soneto 26). Los atributos del toro son una reafirmación de la virilidad que aparece en la metáfora como un fruto en la ingle. Es un símbolo de bravura pero sobre todo, de fijeza, de un ser no-nacido para la humillación y la burla, al que se le somete en las corridas de toros en la mal llamada Fiesta Nacional.

Arturo del Hoyo comenta en Escritos sobre Miguel (Orihuela-2003, 29):

Hay que registrar además una notable influencia en este libro [El rayo...] de la antología de poesía taurina compilada por José María Cossío. El tema del toro que había de alcanzar en los Poemas del toro [Editorial Hispánica, Madrid 1943], de Rafael Morales, su máxima expresión irrumpe en El rayo que no cesa con vigor inusitado.



El toro es la cultura Ibérica desde el mítico rey de Tartessos Geryón, donde los toros y los bueyes fueron considerados animales sagrados, y de alguna forma emparentados con las fuerzas divinas de un ser enviado por los dioses para ayudar al hombre en el duro trabajo de sobrevivir. El mito llegó hasta los griegos con Heracles que robó los bueyes sagrados de Geryón. La cultura Micénica y el palacio de Cnosós con el fresco: Salto del toro. En tauromaquia aparece el toro como símbolo de la perfección de la fuerza pura que lucha por sobrevivir en medio de un mundo más hostil que su propio mundo animal. Un toro emparentado con los berracos ibéricos de Guisando, en una demostración de virilidad, indomable fuerza más allá de lo terrenal.

«Son los toros capaces de sus sañas, / ¿y no permites, cuando a Bato miras, / que yo ensordezca en llanto los montes», de Quevedo, donde luchan los amantes como los toros, luchan por el amor de Lisi. Hay un ensayo de Ruiz-Funes Fernández, M.: «Sobre los sonetos del toro en El rayo que no cesa». (Díez de Revenga, F. J. y Paco, M. De: Estudios sobre Miguel Hernández, Universidad de Murcia, 1992, pgs. 413-420).

El toro y su mundo están muy enraizados en Miguel con su gusto por el acertijo con que nos retrató el [TORO] («émulos imprudentes del lagarto») en la octava real III de Perito en lunas, además de haber trabajado con José María Cossío recopilando biografías de toreros para la Enciclopedia de Los Toros.

Pero el toro aparece a partir del verso 14, a mitad del libro. Lo que demuestra el cambio mental y vital del poeta, respecto a la amada.






ArribaAbajo5.- Otras ornamentaciones

Encontramos en barro elementos telúricos húmedos, plásticos y moldeables o animal flexible, sumiso y humillado, símbolo del amante sumiso aún más que el perro, que puedo solidificarse con el calor vaginal. Vemos que las metamorfosis son constantes: rayo, la fragua, el yunque, hortelanos, huracán de lava, toro, estalactita, el gavilán, lirios... El yunque o la herrería son instrumentos de Vulcano, y pertenecen a la cosmovisión poética de Miguel como elemento forjador, la sumisión del metal por la dictadura del fuego y las «sinestesias» de un martillo harto de golpea en la herrería (vv. 13-14 del s. 3). En la cuarteta 14 de Vientos del pueblo (1937), escribirá: «¿De dónde saldrá el martillo / verdugo de esta cadena». En el soneto 2 nos dice: «fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita». En el soneto 24: «sollozo de todos los metales». En soneto final: «los yunques inclementes lo arrastran los herreros».




ArribaAbajo 6.- Precedentes de El rayo que no cesa

Los sonetos predecesores directos para el definitivo libro de El rayo... los escribió Miguel en Imagen de tu huella (1934) o Poesía publicada en «El Gallo Crisis», predecesores de los sonetos de El Silbo vulnerado (1934), son varias las recopilaciones que no se publicaron en libros y constituyen la carpintería de El rayo... definitivo. En la edición de Juan Cano Ballesta (Espasa-Calpe, Colección Austral número 52, segunda ed. 2.º, 2002), se recopilan estos libros. La introducción es plausible.

Más tarde y a raíz de un cambio ideológico y su ruptura con el pensamiento religioso de Ramón Sijé, experimenta un cambio que se refleja en los poemas libres: «Un carnívoro cuchillo»; «Me llamo barro» y en la «Elegía», influido por sus nuevas amistades madrileñas, los sonetos predecesores sufren pequeñas variaciones, más 14 sonetos nuevos. «Fueron surgiendo entre 1934 y 1935 -Juan Cano Ballesta (2002, 27)- en que Miguel reside fundamentalmente en Madrid, con algunos frecuentes viajes a Orihuela. Son momentos de graves convulsiones sociales y políticas que afectan hondamente al joven poeta y provocan una crisis total de personalidad».

Los críticos han especulado sobre los orígenes literarios de El rayo que no cesa hasta llenarlo de tópicos, lo han emparentado con Jorge Manrique, Quevedo, Garcilaso, Góngora e incluso con otros poetas áureos: Boscán o Baltasar Alcázar. Todos los poemas amorosos se remontan a la obra: Ars amandi del poeta latino Ovidio. En la Edad Media aparece el «amor cortés» servicio permanente y desinteresado hacia la amada, el amante-cazador en un estado de amor secreto y en silencio, ama sin esperar ninguna recompensa. Los rasgos de este amor lo formuló Juan Santaella López (Catedrático de Literatura en Granada). El primero de los rasgos: «la humildad, pues siempre el enamorado se siente inferior a la amada». Creo que este sentimiento vivía en el amor de Miguel. Otro rasgo es «la frustración, por la imposibilidad de consumar el amor o porque el desastre sigue inmediatamente a la consumación», es la primera de estas premisas la que apreciamos en los sonetos: la no-consumación del sexo por una mentalidad pueblerina. Si examinamos la posibilidad de una consumación de iniciación podemos entresacar que las expectativas no fueron las pensadas (ilusión frustrada), y vuelve a cortejar a otra dama, la razón amorosa de un hombre que ama sin esperar ninguna recompensa. El rayo que no cesa es la sumisión del amante sobre la supremacía de la dama, de la señora o una Dulcinea, un dulce amor idealizado con la mente en un útero metafórico que libra una batalla sin resultado en el interior de poeta-amante-quijotesco. O como señala F. Esteve (2002, 119) «El libro está estructurado [...] en torno a un leitmotiv: el amor atormentado que aflige al poeta por la ausencia de su amada».

Antonio Gracia, autor de Miguel Hernández del «Amor Cortés» a la mística del erotismo, (1998, 19) escribe: «un tormento, un amor, un cuchillo que en la "Égloga" confesará fundamentalmente en Garcilaso: Hernández pudo escribir: " [...] y hasta el amor me sabe a [...] Garcilaso"»14. El mismo autor afirma que Miguel Hernández ha sido escrito por los clásicos y a partir de ello escribirá y será leído como un clásico.

Miguel reconoció esta deuda con Garcilaso en el poema que le dedicó «Égloga»15 con la cita « [...] o convertido en agua, aquí llorando, podréis / allá despacio consolado»16 y en el que hace claras referencia al Tajo, río que pasa por Toledo, ciudad en la que nació Garcilaso de la Vega (1501-1536) y otras alusiones a su condición de caballero y militar. Además se advierten ciertas asimilaciones, según el prólogo José María Balcells (1998, 21), de la poesía petrarquista española del Siglo de Oro, así como la incorporación del registro quevedesco. O la poesía pastoril de las obras de Cervantes, Diana o Galatea, pastoras que son puras, frías y crueles.

El llamado «amor cortés», es la vida amorosa de los siglos XII y Edad Media, que gravita en el servicio permanente a la amada de la literatura medieval -véase los libros de caballería: Amadís de Gaula y El Quijote-. Este estado de gracia bajo los influjos seductores del «estúpido» arquero Eros, el caballero-poeta no aspira a ninguna recompensa, es amar por amar, y servicio humilde y fiel a una dama o señora de la nobleza de la que nada espera, lo que se llamó dulce mal de amor, un amor sin útero, es el amor por las emociones, el servicio y sumisión a la amada. Fue desarrollado en la Divina Comedia (1307) Dante Aligghieri, o en los sonetos de Petrarca, que influenciaron en Juan Boscán o Garcilaso, hasta en la forma italianizante: soneto endecasílabo.

Además de los poetas áureos podemos apreciar en Hernández su idea de acercamiento a los del 27, por ello, se deja influir por los «amigos» a los que le dedica la «Elegía primera» a Federico García Lorca, dramaturgo que le tenía «alergia» según dijo María Zambrano. En poemas sueltos, no publicados, escritos entre 1935 y la primera mitad del 36, dedica «Oda entre arena y piedra» a Vicente Aleixandre. A Pablo Neruda «Oda entre sangre y vino», por su agradecimiento a los préstamos o débitos surrealistas, así como el prólogo de El hombre acecha (1939)17. En esta oda es notable la influencia de Neruda en algunos poemas de Residencia en la Tierra (mayo de 1935). Además, Miguel hizo una reseña del libro de Neruda el día 2 de enero 36, en «El Sol». Neruda es el causante de la separación de Miguel de las ideas neocatólicas de Ramón Sijé «Nerudismo ¡qué horror!, Pablo y selva, ritual narcisista e infrahumano de entrepiernas [...]»18. Y Hernández tuvo que ver en la reconversión al comunismo de Neruda, según Álvaro Salvador19. El silbo de afirmación en la aldea (1935), es uno de los últimos de tema religioso.

Miguel en El rayo..., rompe con la poseía ascética gongorina de Perito en lunas, y busca un estilo amoroso-erótico incluso más allá de los sonetos que escribiera para Imagen de tu huella (1935) o El silbo, que son bucólicos como «Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos». Porque en El rayo es donde evidentemente experimenta una huida de su yo más íntimo, hacia imágenes carnales sin símbolos ambivalentes y referencias con menos metáforas crípticas gongorinas, porque va buscando y encontrando el hallazgo de sus propias palabras consecuente con la percepción experimentada del poeta durante el año de crisis personal de 1935.

«No me encuentro los labios sin tus rojos [labios]»20, que es el elemento en elipsis que insinúa el verso, añade el rojo como color simbólico de la pasión, y más o menos significa: que sin tus besos, mis pensamientos son calvarios, en labios cuyos besos es la [no] olvidada imagen de tu huella, como escribe en el verso 13 «y la olvida imagen de tu huella». El beso de la amada en labios del amado es «la imagen de tu huella». Porque el beso de la amada es la huella que dejan sus labios sobre los nuestros, es su huella labio-dactilar.

Los borradores para los Silbos fueron varios, cuyo título apelativo, creo que Miguel los tomó, no de la posible hipótesis de su habilidad para silbarle al ganado como apuntó Efrén Fenoll, sino tomados de los versos de dos poetas como San Juan de la Cruz (1542-1591) y Góngora (1561-1627).

En San Juan de la Cruz, aparece en Cántico espiritual... en la tercera silva, cuando canta a la esposa, (verso 5) «El silbo de los aires amorosos». Verso místico de una sugerente musicalidad sonora de San Juan de la Cruz, y su similitud con el verso 10 de Miguel, el amoroso silbo vulnerado del soneto: «La pena hace silbar, lo he comprobado». Nos entramos con una metáfora sonora: la pena suena, silba como el viento que las jaras agita y el polen fecunda.

En unos versos de Góngora. El primero es el verso 8 de la octava real sexta, de la Fábula de Polifemo y Galatea:


[...] que un silbo junta y un peñasco sella.



El segundo está en el v. 7, de la octava 22:


[...] ¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño [...]



Todo ello nos hace pensar, indudablemente, que Góngora también conocía el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz.




ArribaAbajo7.- Proyección

Si es justo comentar e indagar los precedentes de esta obra, también lo es reconocer su proyección e influencias en el tiempo poético de su generación como en Emilio Prados que escribió en Jardín cerrado, 1946: «hija, hermana y amante del barro de mi origen / que al más lejano hueso de mi angustia te acercas». Barro como la materia más íntima del ser.

En las generaciones posteriores, por ejemplo en el grupo poético de los 50, me parece apreciar guiños en la poesía de Ángel González, en el poema: «Perro contra la luna, lejanísimos», del libro Áspero mundo. En José Ángel Valente: «Metal noble tal vez que el martillo batiera / para causa más pura», del poema: «Poeta en tiempo de miseria». O en el valenciano Francisco Brines, en el que creo apreciar un guiño evidente hacia Hernández en el poema: «Poeta virtuoso en sarcófago», en una especie de cuarteto, escribe:


La obra fue un milagro: no hubo musa,
y un bostezo la vida. Hoy le estudian;
le canonizarán, pues les exulta
su juventud sin risas, rosas, rusas21.



Continuando en el análisis de la influencia de Miguel en la poesía de poetas consagrados, de los que, en verdad, no he encontrado dedicatorias hacia él, quizá por los años de censura o por circunstancias dignas de ser estudiadas y mantenidas en el reproche vehemente o apóstrofe. No ha sucedió así con poetas de los años de la democracia a quienes sí se le han dedicado poemas. En Florinda Salinas en «Este sueño presuroso» (Granada, Diputación Provincial, 1982), en el verso: «Desconocidos ríos depositan sobre ti sus limos».

Francisco Salinas22, poeta callosino del grupo poético de la Vega Baja, le dedicó dos poemas: «Qué aún es Miguel» y «Cita con Miguel»: No tenemos certeza de la fecha en que se escribieron, fueron publicados en 1987.

Él siempre estuvo en la guerra, / con la frente levantada. / Lucha a cara descubierta, / frente al peor enemigo, / el que se esconde y acecha, / el que apuñala a la sombra, / el que en la sombra se queda, / Miguel. Guerrero del pueblo.






ArribaAbajo 8.- Estructura y métrica

La obra salió publicada el 24 de enero de 1936, en la colección Héroes, de los Altolaguirre (Manuel y Concha Méndez), en Madrid. Consta de 30 composiciones (27 sonetos y 3 poemas), los 27 sonetos en rima ABBA ABBA CDE CDE. Y 1 poema de 9 cuartetas octosilábicas que riman abab «Un carnívoro cuchillo» que vamos a analizar seguidamente; un poema central «Me llamo barro» de 61 versos con la fórmula de silva endecasílaba en el que se insertan también alejandrinos y pentasílabos; una «Elegía a Ramón Sijé» en tercetos a la muerte de su amigo oriolano Ramón Sijé (24-12-35), rematados con un serventesio.

Creo que los tres poemas son un añadido que, si bien dan libertad a la creación respecto a la rigurosidad que impone el soneto con sus 14 versos inamovible: «la inarmonía a la que el poeta se ve abocado», que escribiera Agustín Sánchez Vidal. Para mí, creo que rompen la simetría del libro, su conjunto armónico, donde el soneto empieza a ser relegado y superado como instrumento de expresión, porque El rayo... es puente entre la rigidez de Perito en lunas con las 42 octavas reales y la poesía más libre, expresiva y propia como lo demostrará en su siguiente libro Vientos del pueblo, donde ya no hay sonetos. No obstante, si El rayo hubiese estado compuesto únicamente por sonetos, hubiera perdido en plasticidad y no hubiera aportado nada a la innovación ni a otros caminos de la creación poética moderna.

Lázaro Carreter en libros de texto de ediciones Anaya lo considera: «de métrica rigurosa [...] y virtuosismo culto». Hubo una segunda edición, la de Rafael Alberti en Buenos Aires en 1942. La tercera es de José María Cossío del 27 de septiembre de 1949, Espasa-Calpe de Buenos Aires, con los apéndices de los borradores que guardaba de El silbo vulnerado.

Para marcar los tonos rítmicos y dramáticos, según el análisis del profesor Serrano, la obra consta de 430 versos que se acentúan en la 6.ª y 10.ª sílabas, y 55 en 4.ª y en la 8.ª sílaba.

Los sonetos evidencian el sometimiento a la disciplina del metro y a la depurada estructura del endecasílabo, con una expresividad llena de «corazón desmesurado», intensos, y una unidad: la de rayo que, a martillazos, como el de una fragua (volcán primigenio, región volcánica del toro) se funde en dolor de un penar amoroso, es una voz original y su acento es bronco, violento, hondísimo, porque es un grito desesperado de amor desgarrado y rendido por el desengaño como el toro burlado y el perro sumiso, que como el propio rayo, el poeta lanza desafiantes bramidos y cornadas contra todo lo que le rodea y le impide ser un ser amado en su soledad interior de niño grande.

Hemos de entender que el soneto es como un encajonamiento para el poeta, un espacio geométrico o caja reducida que ha de llenar con su mensaje, que cuando la información o tiempo enunciativo es extenso lo más apropiado es la yuxtaposición y los conceptos, aunque aparezcan abstractos porque como sabemos la yuxtaposición es un modo de relación discursiva de adición acumulativa, sin que tenga que existir una relación lógica. Porque el receptor ordenará automáticamente esa información de acuerdo a la capacidad asociativa y velocidad de sus neuro-receptores.




ArribaAbajo 9.- Metáforas

Las diferentes metáforas son ricas en sinestesias y sinécdoques y cromatismo. El rayo metafórico, energía incontrolable, fue un hallazgo poético tan poderoso que aniquiló la imaginación de otros poetas, hasta tal punto arrasó que ningún otro poeta se ha atrevido con el tema del rayo. El rayo es a mi entender la fuerza del amor rechazado, que algunas veces se metamorfosea en la amada insatisfecha, como la incontrolada fuerza del corazón que respira por la herida, puesto que en el soneto número 2 nos dice que el rayo nace de él mismo: «y ejercita en mí mismo sus furores».

Las metáforas de MH utilizan términos estilísticos y alegorías, como: «El hombre es el origen de la fuerza, Identidad cósmica, Vegetalización de lo humano, Animación de lo inamovible, Humanización de lo vegetal, Dinamización de lo inerte». Y también visiones surrealistas.

Crea metáforas muy sugerentes de rechazo como en «zarza es tu mano si la tiento» (v. 9, soneto 9), el símil entre uñas y espinas, en manos que arañan, enredadera silvestre peligrosa y temida, su fruta es la mora, de la que hay un dicho popular sobre el desamor: «la mancha de la mora con otra verde se quita». O en el soneto 13, verso 11, «[mi corazón] vuela en la sangre y se hunde sin apoyo». Aquí es soberbio, nada que añadir ante la evidencia. Volar en la sangre como si la sangre fuera el aire y el corazón un ave del paraíso.

En definitiva, y como escribe J. C. Ballesta (2002, 31) «el verbo encendido y la metáfora vigorosa de estos sonetos y los pone al rojo vivo».




ArribaAbajo10.- Últimos hallazgos

En «Apuntes para el retrato de una amistad: Manuel Altolaguierre & Miguel Hernández» de César Moreno, Moscú-Junio 2005, Edita: Fundación Cultural Miguel Hernández. Orihuela. Correspondiente a la página 9 (aunque el texto está sin numerar), escribe:

«El colofón del libro rezaba (Se refiere al El rayo...): "Este libro se acabó de imprimir por Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, el 24 de Enero de 1936, en Viriato, 73 Madrid". Hace unos años, en 1999, la Biblioteca Valenciana adquirió, en una subasta de la Casa Velázquez, un raro ejemplar de esta obra falto de cubiertas, con los cuadernillos semicosidos, papel diferente y unas dimensiones (21 x 18 cm) que difieren de las de la primera edición. Además, contiene algunas anotaciones manuscritas del poeta. Se trata sin duda, de las pruebas de imprenta que Altolaguirre entregó a Miguel Hernández, para que éste efectuase las correcciones pertinentes antes de la edición definitiva. En el dorso de la última hoja figura un poema inédito del poeta, una especie de divertimento, que alguien, algún día, debería descifrar y recuperar.»








ArribaAbajo- II -

Vida amorosa de Miguel y amistades femeninas


En El rayo que no cesa Miguel no nos revela el nombre de la amada a quien van dirigidas las quejas de su desamor insatisfecho. Quizás porque detrás no hay una sola mujer sino varias relaciones amorosas. Aunque detrás hay un único amor verdadero: La poesía. Para Miguel el amor no es inmoralidad sino una forma de atemperar sus desasosiegos biológicos, avanza en edad y quiere perpetuarse a través de los hijos.

En su vida hubo una mujer muy importante y que le apoyó siempre y por quien tenía verdadero devoción, se trataba de su madre, conocida por «Concheta», a la que llamaba «gitana, oscura y perdida».

Hace unos meses: (27-05-04) en la presentación de un recital del amigo y poeta Manuel Parra Pozuelo en el Ateneo de Alicante, oí desde el auditorio a una mujer que comentó que creía que Miguel Hernández era homosexual. Interrumpí el recital y me enfrenté a ella con evidente desacuerdo y enfado. Menos mal que Doña Maribel, la presidenta, estaba presente, y vino al quite diciendo que debía tratarse de otro Miguel, y así quedó zanjada la trifulca, más que nada por respeto al público que llenaba el auditorio.

Ante esta opinión, es necesario desmentir esta supuesta infamia, que por asociación con otros poetas de su tiempo, que no quiero dar nombres, porque no tengo pruebas, parece ser que esta tendencia sexual también se le imputó a Miguel, en tiempos de descrédito franquistas. Lo cual, y dentro al respeto que la Constitución reconoce sobre la libertad sexual, tengo necesidad de puntualizar que Miguel no era homosexual, sus amores fueron los siguientes:

Miguel se relacionaba bien en el trato de con el sexo contrario, la primera chica de adolescencia fue Carmen La Calabacita, que no quiere al poeta, era un hombre no agraciado físicamente, aunque tenía un gran poder de seducción cuando se le conocía personalmente. A Carmen parece ser que le dedicó unos sonetos de los años 1930, en los que va pasando del lenguaje platónico y mitológico-religioso y al de la experiencia vivida con el sexo contrario.

También conoció en Madrid a la filósofa y pensadora veleña María Zambrano23, seis años mayor que él. En el tercer viaje a Madrid (fotografía de grupo en el homenaje dedicado Vicente Aleixandre en junio de 1935 donde aparece Miguel y María). Sin embargo, creo que María no era una mujer destinada para Miguel por la diferente formación intelectual existente entre ambos, sino más bien, era una amistad pura y verdadera, una relación literaria. María llevaba tiempo recorriendo pueblos en las Misiones Pedagógicas, y ella es quien le presenta al escritor y periodista Enrique Azcoaga, además de haberle presentado a intelectuales y poetas como a Pablo Neruda, fue como su mentora. Miguel le dedicó el poema «La morada-amarilla» publicado en el último número de El Gallo Crisis, que salió en junio de 1935. Miguel asistía a las tertulias en la casa de María en Plaza del Conde de Barajas. Después de las tertulias dan paseos juntos. Ella pasaba por una crisis sentimental, luego se casó el 4 de septiembre de 1936 con el diplomático Alfonso Rodríguez Aldave, y marcharon a Santiago de Chile.

Miguel se lleva bien con Carmen Conde, con Concha Méndez que era una madraza, Delia del Carril, con Elena Garro, y también con María Teresa León, que una vez le dio una bofetada24. Quizás la sensibilidad de un yo femenino y ontológico le hacía conectar con ellas.

Antonio Gracia, comenta en la página 12, de Miguel Hernández: del «Amor cortés» a la mística del erotismo: «La lección hernandiana consiste en la superación de la incultura y las ideologías derechistas o izquierdistas, la iluminación y el aprendizaje en el dolor, su última escritura de la esperanza en el hombre...». Entiendo que el gusto por la poesía de Miguel reside en su obra, y en la admiración por su afán de superación de un hombre que salió de la incultura, más que por su militancia comunista en la guerra civil, o por la utilización de algunos por su ideología, pasión y muerte en las cárceles franquistas, porque podría nombrar a muchos otros poetas o escritores que murieron similitudes circunstancias, no en vano desde abril del 39 al 30 de junio del 44 murieron en las cárceles 192684 personas25.

Hay un cierto paralelismo con el erotismo de la poesía del uruguayo Julio Herreras y Reissig (1875-1910), a quien Miguel le dedicó «Epitafio desmesurado a un poeta», con el bordón «Quiso ser trueno y se quedó en sollozo». Julio Herrera fue un poeta eminentemente erótico al que sin duda alguna, Miguel leyó con placer.

No me voy a obsesionar en averiguar cuál o cuáles sonetos están dedicados a uno o a otro de sus amores. Simplemente analizaré hechos.


ArribaAbajoa) Josefina Manresa

«Me estuvo pretendiendo Miguel desde el año [verano] 1933 hasta el 27 de septiembre del 34. Pasaba varias veces por la puerta del taller de la calle Mayor, en Orihuela, donde yo trabajaba de modista». Ésta es la primera frase con que empieza el libro de Josefina Manresa Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández (1980). Al regreso del primer viaje a Madrid, Miguel trabajaba en la Notaría de don Luis Meseres. Josefina Manresa Marhuenda había nacido en Quesada (Jaén) en 1916, hija del guardia civil Manuel Manresa26. Josefina era una mujer sencilla de pocos estudios, trabajadora y educada en la austeridad propia de la familia de un guardia civil de segunda clase. Esta relación de noviazgo como cualquier otra, tuvo sus altos y bajos.

Tuvieron un distanciamiento en julio de 1935 (Pascua de Pentecostés) que acaba en ruptura. El 20 de junio, Miguel en una carta a Josefina le dice que es una mujer que no entiende sus ansias de mundo y que se aferra a una hipocresía moral provinciana.

Posteriormente y «siguiendo el conducto reglamentario» Miguel escribe al padre de Josefina para saber si ella está libre todavía y poder reanudar las relaciones de su noviazgo. La reconciliación llega en una carta de arrepentimiento del 4 febrero de 1936, es decir unas semanas después de la salida a la calle de El rayo que no cesa, por ello se piensa que, como parte de los sonetos de El rayo se concibieron en el segundo semestre del 35, la dedicatoria del libro no sea para Josefina. Además nos encontramos con el dilema: ¿A qué incumplida promesa se refiere Miguel?

Miguel intentó convencer a Josefina para que creyera que el libro estaba dedicado a ella en exclusiva, en cumplimiento de la promesa de que algún día le dedicaría un libro, pero ella no era una ingenua puesto que, parecer ser, que ella había oído rumores en Orihuela de sus aventuras amorosas en Madrid. Por eso Miguel le dijo que no hiciera caso a las murmuraciones de la gente, porque temía en la desconfianza de la joven. Lo que sí es evidente que los poemas de Imagen de tu huella y El silbo vulnerado están inspirados en ella. Los otros dudosos amores llegaron después, durante la ruptura con Josefina desde julio del 35 a febrero del 36.

Entre los poemas dedicados a Josefina, recojo las notas de Francisco Esteve (2002, 117): «Destacan, sobre todo, dos poemas amorosos dedicados a su novia [...] El primero lleva por título: "Primavera celosa" con la siguiente dedicatoria: "A mi Josefina querida. Miguel" [...] En el poema "Tus cartas son un vino", dedicado "A mi gran Josefina adorada", manifiesta Miguel su nostalgia por la ausencia de la mujer amada [...]».

Además de los poemas con dedicatorias explícitas a Josefina, existen otros poemas con versos con referencias implícitas a la joven: «que tiene la edad justa para que yo la quiera». Josefina quiso ser siempre el único amor de Miguel, y por ello luchó siempre.

Miguel y Josefina se casaron el 9 de marzo de 1937, meses después del asesinato de su padre en agosto del 36. Compartieron una larga relación epistolar, apenas estuvieron juntos unas semanas, ya que la guerra civil los separó. Luego estuvo preso desde el 29 de septiembre de 1939 hasta su muerte, y pasó por 13 prisiones. Creo que Ramón Pérez Álvarez fue injusto con Josefina, quizá por la animadversión que hubo entre ellos, en las opiniones que vertió éste sobre ella cuando escribió: «Josefina, desde noviembre de 1939 a junio de 1941, no visitó jamás a Miguel»27. Tiempo carcelario en que Miguel estuvo fuera de Alicante. ¿Podía ella trasladarse a todas las cárceles, teniendo un hijo de corta edad? Pero cuando ingresó en el Reformatorio de Adultos de Alicante ella se trasladó con su hijo desde Cox a casa de Elvira en calle Pardo Jimeno en Alicante, detrás del Reformatorio, pero se veían sólo desde las rejas. Es a partir del 4 de marzo de 1942, cuando se celebra el matrimonio canónico, cuando la dejan entrar junto a Elvira a la Enfermería, ver las autorizaciones escritas del Centro Penitenciario28.

Pero gracias a Josefina, que conservó el legado del poeta, los investigadores han tenido oportunidad de conocer a Miguel Hernández, a veces, no en la misma reciprocidad en que ella ofreció esas cartas o poemas inéditos. Para mí es una mujer que merece mi aplauso, porque siempre fue fiel a su memoria, valiente y no permitió actos o hechos que le desmerecieran.




ArribaAbajo b) María Cegarra

María Cegarra Salcedo, nació en La Unión (no sabemos cuándo) fue la primera mujer perito químico de España, ejerció la docencia durante 40 años en Cartagena, obtuvo la cátedra de Químicas en la Escuela de Peritos Industriales. Además de poetisa, era amiga del matrimonio Antonio Oliver y Carmen Conde, fundadores de la Universidad Popular de Cartagena. María y Miguel se conocieron en el homenaje a Gabriel Miró celebrado en Orihuela el 2 de octubre 1932 y organizado por Ramón Sijé y Hernández y amigos de éstos. La vuelve a encontrar a comienzos de 1933 cuando Miguel fue a la Universidad Popular de Cartagena a presentar Perito en lunas. María no le presta demasiada atención, no lo considera el hombre de su vida. María es unos años mayor que él. Hubo una amistad de tres años.

Miguel, después de su ruptura sentimental con Josefina, se refugia en las cartas de María Cegarra, le hace una visita a Cartagena (26 y 27 de agosto 1935), donde le llevó unos sonetos ya escritos de El rayo que no cesa, que da título al soneto número 2, «[...] con todo el fervor de Miguel». Por ello María Cegarra siempre creyó ser la destinataria de la dedicatoria del libro, y así se hace constar en algunas seudo-biografías. Se inicia una relación epistolar o flirteo epistolar, ya que él necesita una musa donde desahogar sus pensamientos amorosos (el amor cortés). José M.ª Rubio Paredes publicó tres cartas en 1988. Ella es una mujer inteligente y comprensiva que le escucha, que le sabe entender. María dejó de escribirle, y por ello se sintió muy dolido como se ve en la carta que escribiera al matrimonio Oliver en octubre de 1935: «Por lo visto, tampoco tiene interés conmigo [...]».

Cuenta Pérez Álvarez (La Lucerna n.º 29, 1994), que recibió una carta de María Cegarra de fecha 28 de enero 1979, en la que le dice que poco puede aportar a la biografía de Miguel, «pues mi amistad fue breve, apenas iniciada la terminó la guerra, y ya no nos vimos más. Conservo de él el grato recuerdo de su inteligencia y bondad». Además le decía que guardaba sus cartas que eran para ella un gran tesoro pero decidió que no fueran del dominio público. Las cartas aparecieron a la muerte de María en la que había declaraciones de amor, un amor puro, y reproches de por qué ella no le contestaba a sus cartas.

A María le agrada Miguel por su inteligencia pero no como posible enamorado o partido. María como poetisa pertenece -como dice Carmelo Vera- a la llamada generación del 27, aunque por obra publicada a la del 36. Es autora de Cristales míos (1935), con prólogo de Ernesto Giménez Caballero, dedicados a su hermano Andrés (de larga y fatal muerte). En 1978 apareció su segundo libro Desvaríos y fórmulas, inspirado en sus años de docencia. Y en 1987 publica Cada día contigo.

Tampoco creo en un amor platónico o petrarquista que se ha escrito, sino en una corta relación afectiva epistolar.

Falleció el 26-03-93 en Cartagena. No hay constancia de que escribiera sus memorias, aunque la verdad ha sido una escritora injustamente olvidada.




ArribaAbajo c) Maruja Mallo

La pintora surrealista gallega Maruja Mallo se llamaba María Gómez González-Mallo, hermana del pintor Cristino Mallo. Nació en Vivero (Lugo) el 6 de junio de 1902, falleció en Madrid 6 de febrero 199529. Ocho años mayor que Miguel. Estudió Bellas Artes en Madrid. Viajó a París en 1932, conoció a Magritte, Max Ernest y De Chirico, participa en tertulias con André Breton y Paul Élouard. En 1934 ocupa en Madrid una cátedra en la Escuela de Cerámica, otra en Instituto de Segunda Enseñanza y otra en la Residencia de Estudiantes. La conoció a primeros de 1935 en Madrid, posiblemente se la presentó Paco Díe (Francisco Díe García-Morfhy) o Benjamín Palencia, aunque la pintora también era muy amiga de María Zambrano, ambas escandalizaban el Madrid intelectual de la época, cada una a su manera.

Y según los investigadores, esta mujer vanguardista y redimida fue quien le inició en su despertar de los primeros juegos sexuales, puesto que ella parece ser la liebre libre y loca, del poema 15, o el soneto 8 escribe: «Entro y dejo que el alma se me vaya por la voz amorosa del racimo», o soneto 28 «amoroso fiera hambrienta».

Se le reconocían amores libres con el poeta Rafael Alberti a finales del 27 a la que dedicó el poema: «La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo». Anteriores a su relación con la que fuera su mujer María Teresa León, mujer de gran personalidad. Escribe Camilo José Cela: «Miguel Hernández y Maruja Mallo tenían amores e iban a meterse mano y a hacer lo que podían debajo del puente [...]»30. Esto sucedió en La Poveda, en el río Henares, saliendo de la estación del Niño Jesús. La pintora y él colaboraron en la escenografía para Los hijos de la piedra, basado en los sucesos de Asturias, trabajo donde seguramente debieron intimar. También hubo escapadas, una por los campos de Morata de Tajuña.

Maruja fue muy conocida entre los intelectuales de la época, José Ortega y Gasset le pidió dibujos para la Revista de Occidente. Fue protegida por Ramón Gómez de la Serna, que ya en el exilio de Buenos Aires le escribió una corta biografía en 1942, donde después de la guerra civil se habían exiliado, de cuyo descatalogado libro se encuentra actualmente una copia en la Biblioteca Pública de Asturias, según me informó Aitor L. Larrabide. Ella también dio viñetas para la revista Silbo de Ramón Pérez Álvarez.

El 6 enero de 1936, en el campo de San Fernando del Jarama paseando Miguel con Maruja Mallo, la guardia civil le pidió la documentación y como no la llevaba encima salió corriendo y lo detuvieron por sospechoso. Le dieron golpes y le amenazaron con la culata de los fusiles -contó M.ª Teresa León- por resistirse. Diez días después hubo una nota de protestas en El Socialista a favor del poeta firmada por los intelectuales más destacados.

Maruja formaba parte de la llamada «Escuela de Vallecas» fundada por Alberto Sánchez y Benjamín Palencia, (éste le hizo retrato a plumilla de Miguel tocando la armónica, pues pensó ilustrar El silbo vulnerado, que no llegó a editarse). Miguel escribió a Benjamín a finales de 1934: «Estoy acabando de terminar un libro lírico, El silbo vulnerado, un libro como tú me pedías, de pájaros, corderos, piedras, cardos, aire y almendros [...]». Aitor L. Larrabide escribió unos apuntes sobre la «Escuela de Vallecas» y MH, en La Lucerna, n.º 25, abril 1994, en el que hace una aproximación al concepto plástico de esta escuela madrileña, porque Palencia y el escultor Alberto Sánchez hacían un recorrido por el barrio de Vallecas hasta cerro Almodóvar que bautizaron como «Cerro Testigo», a partir de los años 27, y recogían todo tipo de materiales que tuvieran un sentido plástico.

Yo creo que se ha derramado más tinta tipográfica sobre esta supuesta escuela que la escuela en sí misma pudo aportar al arte vanguardista de los años 30, que fueron las verdaderas intenciones de un grupo de artistas contemporáneos y no cohesionados, que no tienen obras representativas. Una idea que no llegó a tener realidad, ha sido un tópico.

A Maruja se le considera, por coincidir su relación afectiva con el tiempo de creación de los sonetos, la destinataria de la mayor parte de El rayo... (no de los que tienen parangón con Imagen de tu huella o Silbo vulnerado).

Ella fue un amor salvaje, casi brutal, básicamente humano.






ArribaAbajo- III -

El rayo que no cesa (Análisis)


Son poemas de pasión amorosa, de desprecios, de rechazo, de la pena vital quevedesca y del dolor del polvo enamorado por no ser correspondido en el amor, con algunas connotaciones eróticas y cierto misticismo. Las alusiones sexuales -escribe Leopoldo de Luis- de esta poesía cobran afinidad con el tema amoroso. Físicamente, Miguel no era muy agraciado, tenía una quemadura en la cara desde que le explosionó un carburo en la cara cuando era niño, además de una piel morena como la de su madre. Juan José Domenchina, crítico y autor de la Antología española contemporánea (1900-1936) editada en 1946, en un artículo publicado en La Voz 17-04-1936, escribe que «El rayo es una rúbrica de lumbre [...] cargada de electricidad negativa [...] un canto de angustia y una exhalación elegíaca [...] un poeta que se escribe a sí propio con mayúsculas»31.

Para el análisis de las tres composiciones libres: «Un carnívoro cuchillo», «Me llamo barro» y la «Elegía» cito a Agustín Sánchez Vidal (1976, 33), que nos clarifica:

«[...] en las composiciones más libres [...] se barrunta con claridad el Miguel Hernández de la «poesía impura» y de su erotismo mucho más coherente con lo que ya empieza a ser su cosmovisión definitiva [...] tiene no pocas deudas con la de Aleixandre pero que [...] recuerda por su tono más bien a Pablo Neruda [...]».



Este libro es el resultado definitivo de la suma, como ya se ha dicho, de la Imagen de tu huella y El silbo... más los sonetos creados ex profeso para El rayo...32. Por ello la obra abarca desde 1934 a 1935, años en que Miguel estuvo sometido a profundos cambios en su vida, ideas y obra, y que se reflejan en el resultado expresivo que ahora comentaré.

El tema central de El rayo... es el amor rechazado, el oscuro objeto de deseo, el choque entre el ansia vital del sentir del poeta contra lo que se opone a su deseo, y de esta frustración de no poder procrear o extender sus raíces de hombre, surge la pena: el rayo que se clava como una espina en el corazón de un hombre joven. Pero también podemos tomar la idea cósmica de un rayo solar que como el propio Sol no cesa ni se agota. En cambio, por lo general, vemos el rayo atmosférico. El lector percibe la fuerza de las palabras con un estilo maduro, de tono vigoroso que le nace directamente del corazón, ese corazón hernandiano que es nombrado 33 veces en el libro.

El rayo, junto a los poemas amorosos que a recogió Leopoldo de Luis para La poesía amorosa de Miguel Hernández33, con una extensa y retórica introducción a una antología de 62 poemas, que empieza con; «Tu angosto silbo» y finaliza con «Nana de la cebolla», es un conjunto que nos evidencian que la poesía de Miguel gira en torno al amor carnal.

Pienso que El rayo... es una orgía de sonetos y de imaginación plástica donde vuelve a usar la técnica de los acertijos a los que fue tan aficionado para sugerir y alentar nuestra imaginación, a través de lo ambiguo que es el gran reto de todo artista dejar huella y sobrevivir al tiempo. Por ello la intención de algunas de mis láminas encubren un sentido erótico que nos transporta al mundo fantástico de la materialización de las metáforas hernandianas. Leopoldo de Luis nos amplía de la introducción (1974, 13) la interesente observación: «la presencia no del amor concretado, pero sí de lo erótico como deseo sexual imperfectamente insatisfecho, propio de un hombre todavía muy joven». A mi entender, a pesar de que Miguel tenía entre 23 y 25 años cuando escribiera estos poemas, era un hombre maduro para la época, en la que, la mayoría de los españoles ya estaban casados y eran padres. Lo que sí es evidente, es que nos comunica su insatisfacción sexual, cuya iniciadora fue Maruja Mallo, según los comentarios de sus contemporáneos entre ellos Camilo José Cela, como ya se ha comentado. Más tarde rompe con ella y vuelve con Josefina. Quizá entiende que esta era la mujer que él deseaba para que fuera la madre de sus hijos, y no la «liebre loca» de Maruja.

«La violenta tensión creadora que sostiene todo el libro brota -escribe José Antonio Serrano Segura, pg. 15, Obra poética de Miguel- «del abrasado corazón del hombre y del poeta. La intuición lírica se desata y, a la vez, se doma en sonetos de impecable factura, en los cuales estalla una magia verbal que deslumbra y raras veces decae». Miguel bebe de todas las fuentes de la poesía renacentistas, barroca y romántica hasta confluir en el modernismo y surrealismo, como es propio de cualquier epígono que quiere sobresalir.

Al leer detenidamente los sonetos de El rayo..., casi con disección de médico forense y realizar un rápido recorrido a través de los poetas áureos, hallo las siguiente concordancias.

A) En el soneto 19.- «Yo sé que ver y oír a un triste [...]», he observado que los versos 5, 6, 7, y que dicen:


Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.



Se parecen a «Sonetos», el número I de Garcilaso de la Vega, que dice:


Cuando me paro a contemplar mi estado,
y ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;



Conjugamos el sentido de ambos poemas y observamos que tienen símbolos y ritmos internos. Y que se resumen, en que cuando el poeta se para a contemplar lo andado, lo que ha sufrido, y por los peligros que ha sorteado de andar entre cuchillos y espadas, el mal pudo ser peor, es decir, lo sufrido atrás no es nada con lo que queda por sufrir y o un mayor mal espera o pudo haber sido. La palabra espada se repetirá 5 veces en El Rayo...

B) En el soneto 23 «Como el toro...», primer terceto, dice:


la lengua en corazón tengo bañada
y llevo a cuello un vendaval sonoro.



En el soneto XXXII de Garcilaso de la Vega, dice:


Estoy contigo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con suspiros;



Si rastreamos los antecedentes del «rayo metafórico», de los que habló Lezama Lima sobre Góngora, y lo trasladamos a los demás poetas áureos, hallamos abundantes referencia, por ejemplo en:

En Góngora, hemos encontrado dos referencias a rayo:

1) «Allá darás, rayo, / en casa de Tamayo [...]» («La caída imperio romano»).

2) «[...] rayo, como a tu hijo, te den muerte». («Ya besando unas manos cristalinas»).

En Garcilaso hemos encontrado una referencia:

«El son tiene los rayos de su lumbre / por montes y por valles, despertad [...]». (Égloga I, cuando dialoga Salicio).

En Quevedo hemos encontrado cuatro referencias:

1) «A cada sol que pasa, a cada rayo / la muerte un contador, el tiempo ayo». («Reloj de campanilla»).

2) «Llama el rayo que evita, y peligroso / y coronadas por igual los tienes». («Las causas de la ruina del imperio romano»).

3) «Y os verá el cielo administrar su rayo». («Epístola Satírica».)

«Festivo rayo que nació del suelo, / en popular aplauso confiado». («Contra los hipócritas y monjas...»).

En Zorrilla.

«¡Pero mal rayo me parta / si en concluyendo esta carta». («El Tenorio»).


ArribaAbajo a) La dedicatoria

«A ti sola, en cumplimiento / de una promesa que habrás / olvidado como si fuera tuya». El enigma de la dedicatoria encubre una segunda intención velada, puesto que si Miguel hubiera deseado ser directo y específico, sin culpas, hubiera escrito el nombre de esa mujer con todas sus letras en vez de a ti sola. Lo que evidencia un deseo de ambigüedad y ocultación, es decir, una dedicatoria con alevosía y doble fondo, que hace sospechar de las limpias intenciones de su autor.

A pesar de ello, no tenemos dudas con las dedicatorias en otros poemas como en: «Tus cartas son un vino», en el que escribe: «A mi gran Josefina adorada». También son dedicatorias implícitas y latentes las de El Silbo vulnerado y publicados después en El rayo..., con connotaciones de afinidad a Josefina como son: «Me tiraste un limón. Tu corazón una naranja helada. Te mueres de casta y de sencilla». O el que dedica a María Zambrano en: «La morada-amarilla». Las dedicatorias a Federico, a Vicente o a Pablo tampoco tienen dudas. ¿Por qué siembra esta duda en la dedicatoria para El rayo? Una hipótesis más razonable es la de que el poeta, sintiéndose inseguro, quiere dejar abierta la puerta, es decir, la posibilidad de una reconciliación, pero no está seguro de si ella (¿?) le va a aceptar. Lo que sí sabemos cierto es que después de la publicación del libro, buscó a Josefina.

Si conociéramos la promesa incumplida (el que te dediquen un libro no es una promesa de amor), indudablemente conoceríamos a la destinataria, pero tantas promesas, grandes o pequeñas, livianas o etéreas, podemos prometer a una mujer que incumplirlas es tan sólo el principio de una relación, porque la vida amorosa es una connivencia constante, una batalla.

Ferris cree que Maruja Mallo «merece tal honor» para ser la destinataria de la dedicatoria, pero no lo demuestra ¿Cuál es la promesa incumplida?




ArribaAbajo b) Comentarios críticos e ilustraciones

Me propongo comentar e ilustrar desde lo subjetivo los sonetos y poemas de este prodigio lírico amoroso hernandiano, «virilmente apasionado» considerado como uno de los baluartes más inalcanzables de la poesía contemporánea. Por ello, mi tarea es cuestionable, sobre todo si la ilusión supera a la razón de dar forma a un «rayo metafórico», difícil y sorprendentemente inalcanzable. Los comentarios pueden parecer arriesgados o poco académicos, precisamente, porque el propósito no es filológico ni lingüístico, sino un análisis evocador y sugerente, abriendo otras posibilidades o perspectivas estéticas, pues de lo contrario pecaría de pretencioso y pedante.

He agrupado algunos sonetos para los que no tengo representaciones, sencillamente porque no he encontrado los elementos que las materialicen. Las artes hacen esas faenas, cuando menos lo piensas te quedas en blanco.




ArribaAbajoPoemas y sonetos


ArribaAbajo1.- Un carnívoro cuchillo

En la Fundación María Zambrano de Vélez-Málaga encontré una curiosa edición en francés titulada: L'enfant laboureur, que contiene 20 poemas en francés de El rayo que no cesa y 9 poemas de Viento del pueblo. Una edición de 1960, en el prefacio y traducción de Alice Ahrweiler donde nos dice que Rafael Alberti y Pablo Neruda consideraban a Miguel como «una vida consagrada a la poesía», y además curiosamente nos explica que nació «à Orihuela, village proche de Murcie». Y se olvida de nombrar Alicante.

Por curiosidad transcribo la estrofa primera en francés que dice:


Un couteau carnivore
à l'aile douce et meurtrière
suspend son vol et son éclat
autour de ma vie.



En la primera estrofa nos hallamos ante una animación de lo inerte: «un carnívoro cuchillo [...]», un cuchillo que, a pesar de su apariencia mansa de ala dulce, es un traidor y asesino rayo homicida. La comparación entre rayo y cuchillo se realiza a través de la metáfora mineral: «rayo de metal crispado». El rayo puede volar y tiene un brillo, y le persigue, y le rodea «alrededor de mi vida». Desde el principio, el poeta nos anuncia un evidente peligro, tiene parangón con la intriga en las novelas policíacas.

Para la segunda estrofa el rayo eléctrico se funde en «rayo de metal crispado», es decir, forjado en la energía de un cuchillo y con su aguda punta picotea como el pico de un pájaro carpintero, y en «mi costado y hace en él un triste nido», el nido significa la herida, la señal de la puñalada homicida, el rayo del amor. Y en «fulgentemente caído», (podría haber ido entre comas de inciso), quedaría más comprensible [«Rayo de metal crispado, / fulgentemente caído».]

Para la tercera estrofa: Descripción de su cabeza y de su corazón. «Mi sien, florido balcón», significa que su cabeza, durante su juventud fue un florido balcón de memorias y añoranzas, ahora está negra, oscura, confusa. Seguidamente refuerza corazón dos veces, porque interiormente se ha vuelto juicioso y débil, lo define con el apelativo de canas.

Para la cuarta estrofa: «Tal es la mala virtud del rayo». Y me pregunto ¿qué mala virtud puede tener un rayo? El rayo posee la velocidad de la luz, inmediatez y este exiguo espacio de tiempo es su mala virtud, puesto que en la metáfora siguiente «voy a mi juventud como la luna a la aldea» nos da la solución, el poeta compara la velocidad con el vigor fecundador del rayo, y con el vigor sexual de su juventud que no parece metal crispado.

Para la quinta estrofa nos hallamos ante una mineralización de lo humano: «sal del alma y sal del ojo, alma mineral, sal del ojo», las lágrimas convertidas en sal. «Y flores de telarañas [...]», no he llegado a averiguar qué significa, porque me supera, pienso en los barcos de sal de Torrevieja.

Para la sexta estrofa tenemos dos versos independientes. En el primero se pregunta: «¿Adónde iré que no vaya / mi perdición a buscar?» Su perdición es ir a buscar a su amada con el celo hipnotizado de un enamorado, quien, repetidas veces le rechaza, y este rechazo significa su perdición espiritual. Y más o menos significa: «¿Adónde iré?» si no es contigo. En el segundo verso se dirige al rayo estéril con «tu destino es la playa», se refiere a los rayos que caen en el mar y no fecundan la tierra. En el verso y mi vocación del mar, se refiere al mar como origen de la vida, de fecundación, nos lo explicará en el soneto 22.

La séptima estrofa se refiere al descanso del guerrero/amante, quiere descansar de los excesos de la labor de amante, «esta labor de huracán», el ejercicio del amor llega a extenuarle, por ello hace el inciso de: «amor o infierno», ya que el sexo, y no el amor, puede convertirse en un infierno. Quiere descansar, tanto le exige la amada, «amorosa fiera hambrienta»34 que descansar no es posible, y por eso, el dolor de no complacerla será para él a mi pesar [penar] eterno. El verso quedaría más expresivo si convertimos el adjetivo posesivo (mi) en pronombre personal (mí) más una coma, y sustituir pesar por penar: [«y el dolor me hará a mi, penar eterno»]. Ya Cossío hizo una corrección de una coma [«me hará, a mi pesar eterno»], según Agustín Sánchez Vidal (1976, 146). Pero respetemos la decisión del autor.

Para la octava estrofa: Nos dice que «al fin podré vencerte, es decir, podrá vencer al rayo veloz, inmediato: «su mala virtud». Esta aseveración se reafirma con ave y rayo secular (seglar, clérigo), puesto que las aves como los rayos bajan de los cielos con fulgente velocidad. Se completa la estrofa con que la muerte es segura en él, de hecho el poeta murió a los 31 años de edad, (bostezo breve: Brines).

Para la novena estrofa nos quiere dice que el rayo-cuchillo seguirá volando e hiriéndole. Para una más eficaz comprensión he quitado las comas del segundo: «sigue», y se leerá: [«sigue, pues sigue cuchillo, volando, hiriendo [...]»]. Y acaba con la sentencia de que algún día se pondrá el tiempo, los años, acabarán dejando color sepia sobre mi fotografía.

Para la ilustración de un carnívoro cuchillo he usado la forma rectificada de una dentadura con colmillos que se ha formado por la fundición de un «rayo de metal crispado / fulgentemente caído».

Un carnívoro cuchillo




ArribaAbajo2.- ¿No cesará este rayo...?

Rafael Alberti en la edición de Buenos Aires, noviembre 1942, escribe en la página 14: «su primer libro [comete un error, era el segundo]: El rayo que no cesa (1936). Verdadero rayo deslumbrante revelador, de poeta nativo, sabio. Un rayo milagroso, pues lo pensaba uno del revés, surtiendo de la piedra hacia lo alto, escapando, lumínico, de aquel ser tan terreno, desmanotado y hosco». La verdad es que parece ser que no tenía muy buena opinión de los modos y formas del oriolano: «desmanotado y hosco», así es como lo veía en su porte, sin embargo, la cabeza de Miguel era un prodigio de humanidad. Alberti le reconoce sus habilidades poéticas e innovadoras, rompedoras, y remata la introducción con una frase que parece un epitafio: «Que haga marchar a todos los rebaños dispersos hacia los verdes pastizales del día cierto de la esperanza». Es un adiós definitivo, porque Miguel había muerto meses antes. O más bien, «le fallecieron» en las cárceles.

En este soneto se los dedicó Miguel a María Cegarra en Cartagena: «A mi queridísima María Cegarra, con todo el fervor de Miguel». Aunque se compuso en Madrid. En este soneto vemos una explosión de vitalidad, pura arquitectura verbal y formas plásticas. El poeta se hace una pregunta: «¿No cesará este rayo que me habita / el corazón [...]?» No sabemos exactamente quién o qué cosa significa aquí rayo. Y es aquí donde usa el arte de la ambigüedad. Nos parece que el poeta se pregunta cuándo acabará este dolor de sufrir, este dolor que es como «exasperadas fieras y de fraguas coléricas» (encendidas, candentes, calientes) «rígidas hogueras». Comparemos «exasperadas fiera» con «fiera hambrienta», porque el rayo también podría significar tentaciones de la carne. Si hubiera escrito: [«¿No cesará esta tentación / que me habita el corazón?»] nos quedaría un verso plano digno de un poeta mediocre, pero estamos ante Miguel Hernández que nos supera en imaginación y utopías.

El rayo no se agota porque procede de él mismo «de mí mismo tomó su procedencia», por ello no se agota porque su dolor lo produce él mismo, el rayo como círculo fulgente de un poeta neo-áureo, cuando acaba el dolor acaba la vida, porque para él la vida es vivir en carne viva bajo los anhelos del amor.

El segundo terceto: «esta obstinada piedra [...]», es su corazón materializado en piedra, bronco, porque brota de él mismo, de dentro de él, y sobre el corazón se dirigen los «lluviosos rayos destructores», desde el cielo, desde donde proceden los rayos atmosféricos o desde las tentaciones peligrosas sobre su corazón ya de piedra. Veamos «Lluviosas soledades» del soneto 2735. O «Lluviosas alas», en el soneto «Nubes y arcángeles», del primitivo Silbo.

La ilustración condensa esta idea, los rayos se dirigen hacia el corazón, lo rodean y le quieren herir. Dedicado a Francisco Esteve por su prólogo.

El rayo que no cesa



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