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Sistemas de fortificación a principios del siglo XVI por el comendador Scribá

Francisco Coello





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Por una circunstancia que podrán comprender, si no disculpar, los que tengan muchas y variadas ocupaciones, así como gran número de papeles y libros, han permanecido olvidados, entre   —102→   los míos, algunos años, dos pequeños tomos y un folleto, sobre los cuales me había pedido informe nuestro dignísimo Director. Felizmente ninguno era de verdadera urgencia, ni de aquellos en que se solicita protección del Gobierno, y así, con menor remordimiento, voy á ocuparme de evacuarlos, aunque ya bastante tarde, empezando por el que lleva fecha más antigua. Este es referente al libro que tiene por título Apologia en escusation y favor de las fábricas que se hacen por designo del Comendador Scribá en el reyno de Napoles y principalmente de la del castillo de San Telmo, compuesta en dialogo entre el vulgo que la reprueba y el Comendador que la defiende. Dicha obra había permanecido inédita y casi desconocida, hasta que dió con ella, en 1878, el ya difunto coronel comandante de ingenieros D. Eduardo Mariátegui y la publicó en el mismo año, con algunas adiciones y aclaraciones importantes.

Ya había hablado de estos diálogos el artillero milanés Gabriello Busca, en obra escrita en 1601, y después otros en historias de fortificación ó en estudios bibliográficos; pero se creían generalmente perdidos, y así pasaba, por lo común, como el primer escritor español sobre este ramo del arte militar, el capitán Cristóbal de Rojas con su obra Teorica y practica de fortificacion conforme las medidas y defensas destos tiempos, repartida en tres partes, que fué publicada en Madrid en 1598. Sin embargo, la de Scribá es muy anterior, pues se escribió en 1538, y así resulta el segundo autor de fortificación moderna, siendo el primero el alemán Albert Dürer, que publicó la suya en 1527, y siguiéndole Nicolo Tartaglia con su obra Quesiti et inventioni diverse, de la cual hay una edición de 1544, hecha en Venecia, y que ni aún parece la primera, aunque se ha creído generalmente databa solo de 1546.

Pero ni aun así, resulta la más antigua escrita en castellano dicha Apologia, pues en la misma se cita otra anterior del mismo Scribá, que él llama modestamente obrezica, y era un manuscrito que llevaba por título Edificio Militar y trataba de los accidentes por los cuales se suelen perder las fortalezas, la cual se ha extraviado y es completamente desconocida. Desgracia es la de los antiguos ingenieros españoles, pues además de haber permanecido inéditos los dos libros de Scribá, el de Rojas era bien poco conocido,   —103→   lo mismo que el Examen de Fortificacion de D. Diego González de Medina Barba, publicado en Madrid en 1599, y las obras de Santaus, Zepeda, Bayarte, Barbó, Mut, Siscara, Medrano y otros, aun de épocas relativamente modernas. Más desconocidos todavía son el de Manuel Álvarez, perdido igualmente; el Libro del arte militar para lo tocante á la artillería y lo demás necesario para la guerra y batería de algun fuerte, por Juan Fernández de Espinosa, escrito en Túnez á 5 de Julio de 1559, y cuyo manuscrito se encuentra en nuestra Biblioteca nacional, así como otro original del siglo XVI, el Tratado anónimo de Arquitectura, dedicado á Felipe III siendo Príncipe, y el Libro intitulado Arquitectura de fortificacion, en el qual trata de las formas e proporciones á la usança moderna, de los baluartes, casas matas, fossos, muros, terraplenos, minas, con otras circunstançias dirijido al ylustrisimo Señor Don Luis Hurtado de Mendoza, Marques de Mondejar: este parece sigue al de Scribá, pues debió ser escrito entre 1544 y 1564, pero en general es solo una traducción libre de la obra de Tartaglia con algunas reformas y adiciones. Tal vez fué anterior también á la obra de Rojas otra manuscrita de Frey D. Diego Vich, que llevaba por título Práctica fácil y breve para los ingenieros de fortificaciones militares, cuyo paradero actual se ignora. Se conocen además manuscritos de Fuentes, Coscón y otros muchos anónimos de autores españoles, que existen en nuestras bibliotecas, y aún deberíamos contar además los de algunos ingenieros italianos que se educaron y florecieron sirviendo á España.

Los trabajos de nuestros compatriotas llegaron á constituir un sistema de fortificación que se llamó método español y fué la base de la antigua fortificación holandesa, siendo probable que se deba igualmente á aquellos el empleo de las obras exteriores. De todos modos, la obra de Scribá demuestra con cuán poca razón afirmaba, en la suya de 1878, el teniente coronel de ingenieros belga H. Wauwermans, hoy general y con cuya amistad me honro, que el frente abaluartado se inventó por el ingeniero flamenco Peters Frans, y fué propuesto á Carlos V, en 1540, por un congreso de ingenieros y adoptado por otro celebrado en Roma en 1545: los detalles y hasta las láminas del libro de nuestro Comendador demuestran lo contrario, sabiéndose además que dichos frentes   —104→   fueron aplicados en Verona desde 1528. Todavía conviene advertir que en España se modificó la antigua forma de los torreones en época mucho más antigua, empezando por colocarlos delante de los muros, aunque en comunicación con ellos, llamándose entonces torres albarranas; luego se pusieron los de forma cuadrada con uno de los ángulos al frente y, uniéndose más tarde á la muralla por muros perpendiculares los salientes contiguos, constituyeron así el verdadero baluarte: con esta forma se ven, en el recinto antiguo de Guadalajara, las torres llamadas del Cristo de la Feria y de Bejanque, suponiendo algunos á la primera anterior al siglo XI, y los que menos la creen del XII ó principios del siguiente. Son de igual forma las que hay en las defensas de Toledo, inmediatas á la cerrada puerta de Al-Kántara y á la de Bisagra ó Bab-Sagra, datando la primera á lo sumo del siglo XII; las torres del castillo de Niebla, que ya existía á mediados del XIII, así como las que tienen los de Sanlúcar de Barrameda y Alcalá de Guadaira, que son por lo menos del último siglo citado. En estos tres castillos se presentan en realidad verdaderos frentes abaluartados, algunos en pequeño, y mucho más aún en el recinto antiguo de Barcelona, que iba desde las Atarazanas á la puerta de Santa Ana, por el que es hoy paseo de la Rambla, muralla que se construía en 1364, pudiendo citarse además otros muchos casos. El mismo nombre de baluarte, que se creía derivado de la voz italiana baluardo ó de la alemana bollwerk, lo creen otros procedente más bien de la árabe balu-uard, que tiene igual significado y equivale á prueba ó escarmiento á la llegada, aunque forzando el sentido, si es que estos árabes no la tomaron á su vez del latín; de todos modos, el nombre actual se usaba ya en antiguos documentos desde el siglo XV y, entre otros casos, refiriéndose á los de Fuenterrabía en 1476, de Baza en 1483, de Salobreña en 1490, de Granada en 1492, de Castel-León y Salardú, en el valle de Arán, en 1495, aunque diferentes veces se aplicaba la palabra baluarte de un modo más general á las plazas de armas ó reductos.

Ya es tiempo, sin embargo, de dar punto á estas consideraciones generales y de analizar la obra del Comendador D. Pedro Luís Scribá, que algunos nombran, sin razón, Escriva ó Scrivá.   —105→   La precede un interesante prólogo del coronel Mariátegui, en que se apuntan las primeras noticias que se tenían del autor, se recopilan los datos bibliográficos y se hace la descripción del manuscrito que sacó á luz, citando su obra anterior y desconocida del Edificio Militar, y señalando algunas de las importantes máximas que sienta en la ya descubierta, así como las voces usadas en ella para las defensas ó partes de la fortificación. Igual interés tiene la segunda parte, que forma una biografía del antiguo ingeniero, reuniendo las noticias facilitadas por varios escritores, y sobre todo las que el mismo Scribá va detallando en su libro, muy especialmente las concernientes á las obras que dirigió, entre ellas las de la ciudadela de Áquila, las defensas de Nola y de Cápua y las del castillo de San Telmo en Nápoles, al cual se refiere el principal de sus diálogos: estos se presentan además aclarados con algunas notas.

Empieza el verdadero texto con una dedicatoria á D. Pedro de Toledo, marqués de Villafranca y Virrey de Nápoles, indicando que el objeto de su escrito era responder á las tachas que se han puesto á las obras que dirigía; sigue una ligera Yntroduçcion y da principio el diálogo, entre el Vulgo y el Comendador, señalando el primero los defectos de la fortaleza de San Telmo y defendiéndola su constructor: esta forma, bastante usada entonces, es ciertamente ingeniosa y más propia para llegar á la inteligencia del verdadero vulgo que lo sería un tratado didáctico en que se tratara de justificar la forma y condiciones adoptadas para aquella fortificación. El primer Diálogo se compone de 166, entre preguntas y respuestas, estando en blanco uno de los folios, en la respuesta XC del Comendador, y la observación CLI del Vulgo; el segundo, referente más bien á las obras de Cápua, que dirigió igualmente nuestro Scribá, solo contiene 8 de unas ú otras. Debe hacerse además especial mención de la Tabla ó suma de lo contenido en la presente obra, hecha no consecutivamente como en ella está, mas segun la materia ocorre, la cual presenta así con mayor claridad y orden los diferentes asuntos expuestos en los diálogos. El total del libro consta de 206 páginas, en 4.º, además de las 37 del Sr. Mariátegui que le preceden, y contiene tres láminas copiadas de las que el autor dibujó toscamente, pues él mismo,   —106→   confiesa que era viejo y que nunca tuvo preceptor ni supo tomar pincel. Igualmente declara, con notable modestia, que anduvo por el mundo treinta años, errando tras esta facultad; advierte que ese cargo no me lo procuré, sino que me fué mandado, y que yo nunca entonces lo aceptara si supiera esto que agora sé, añadiendo también que con todo cuanto exercicio hago en esta materia me reconozco y hallo en ella ignorante y en otro lugar he habido de tomar por expediente hacer del vitio virtud, y asi he recorrido al estudio con toda la voluntad y sentido que yo puedo, procurando en sacar fuerzas de donde no las hay.

Demasiado largo sería señalar aquí las muchísimas observaciones acertadas que se hallan en esos diálogos, ó la inteligencia y conocimiento que demuestran respecto de la fortificación, sobre todo en aquellos tiempos primitivos para la moderna. Al paso que Albert Dürer aparece casi como retrógrado, apasionándose de los sistemas antiguos, preconizados por los autores italianos anteriores, que había estudiado, y adoptando principalmente los grandes torreones en los ángulos ó en medio de los frentes, con flancos perpendiculares á estos, nuestro Scribá se adelanta á su tiempo é inicia muchas de las ideas modernas, siendo en algunas verdadero precursor de los sistemas de Montalembert y de Carnot. Sin desechar ni desconocer las ventajas de los frentes abaluartados, no cree que deben aplicarse exclusivamente, y juzga, por el contrario, que debe atenderse mucho á la forma y circunstancias del terreno; admite los frentes atenazados y los redientes en el centro, base de la fortificación poligonal, al mismo tiempo que en las defensas de Cápua usa el sistema de baluartes y con un codo en la cortina, constituyendo verdaderos frentes reforzados. Encomia mucho el empleo de las baterías acasamatadas y de las bajas en los fosos, oponiéndose á los llamados traveses ó flancos dobles y con baterías descubiertas, sin entusiasmarse con los que denomina traveses macizos ó cubiertos y corresponden á los actuales orejones, haciendo observaciones curiosas é importantes sobre los sistemas de troneras ó cañoneras, ya altas, bajas ó diversamente abiertas y rasgadas: presenta datos sobre el relieve de las obras y otros relativos á los puntos débiles en el ataque. Es el primero que ha fijado, de un modo claro y preciso, la   —107→   distancia que conviene á la verdadera defensa, que no ha de ser más lexos de cuanto pueda tirar de puntería una simple escopeta ó arcabuz: preconiza también la ventaja de los salientes en ángulo obtuso, cuanto más sea posible, y añade, respecto del polígono que se ha de fortificar, que cuantos más lados le pudiesse hacer, por mejor le ternía. Aduce también importantes consideraciones sobre la dominación, y prefiere á las piataformas italianas, construidas sobre las murallas, los caballeros en el interior de los fuertes, no pareciendo partidario de los atrincheramientos interiores, porque supone que estos hacen más perezosos y menos curiosos los defensores, al paso que sin ellos ponen todas las fuerzas suyas en defenderse y se prevalen: verdad es que debía contar con el valor de los soldados españoles y suponer que siempre sería tenaz la defensa de los baluartes.

No dejan de ofrecer curiosidad los nombres que aparecen en el libro de Scribá para las partes componentes de la fortificación: aunque ya se ha dicho que el de baluarte era conocido en España, desde hacia bastantes años, él llama generalmente turrion, y alguna vez belguardo al torreón de nueva forma, tomando sin duda el segundo del italiano baluardo: al flanco de estos le denomina través, y á las cañoneras troneras, vaderas ó lombarderas; al rediente, en medio de los lados, testúdine, y fórfice ó tisera á la tenaza; el de rebellín no le aplica á las obras avanzadas, como los autores modernos, sino al terraplén ó parapeto adosado á una obra, en contraposición al caballero, que es más alto y dominante: según parece, así empleaba también el primero nuestro inmortal Cervantes.

De todo lo dicho se desprende cuán importante y curiosa es la obra escrita por uno de nuestros más antiguos ingenieros y sacada á luz por otro de sus colegas más ilustrados, D. Eduardo Mariátegui, que ha alcanzado por ello los más sinceros plácemes, y es lástima que por mi descuido, siempre poco disculpable, no haya podido felicitarle también esta Real Academia, pues falleció en 9 de Enero de 1880, cuando había pasado poco más de un año desde su publicación. Por ello pido humildemente que me perdonen nuestro digno Director y mis ilustrados compañeros.

Madrid 21 de Marzo de 1890.





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