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A mi fórmula de entonces -en mi libro Teoría y realidad del otro- añado ahora temáticamente el enamoramiento homosexual. Así lo exige una contemplación objetiva y leal de la realidad. ¿Cómo llamar, si no, al estado del ánimo de aquel enfermero de la leprosería de Fontilles que por no separarse de un enfermo al que amaba se inoculó voluntariamente la lepra?

 

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En su breve análisis de la amistad como forma de la relación social (La estructura social, VII, 54), Marías apunta la necesidad de un mínimo de holgura económica como condición de aquella.

 

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No resisto la tentación de copiar un vivaz y expresivo texto de Erich Fromm en La revolución de la esperanza:

«El factor más importante (para la renovación psicoespiritual que Fromm postula y plantea) es el despertar de la compasión, del amor, del sentido de la justicia y de la verdad, en respuesta a la situación política, social y cultural de la sociedad industrial de nuestros días, y las acciones que dicho despertar provoca. Este despertar del humanismo se expresa hoy en la protesta contra la guerra del Vietnam, contra las torturas vigentes en muchas partes del mundo, contra la proliferación de las armas nucleares, contra la ceguera hacia el peligro de destruir la vida a causa del desequilibrio ecológico, contra la desigualdad racial, contra la aniquilación del pensamiento libre e inconforme, contra el acrecimiento de la miseria material de los pobres y la explotación de éstos por los ricos, contra el espíritu de deshumanización que el aparato de la producción impone al hombre transformándolo en cosa. Y se manifiesta también en la demanda de que la vida debe imperar sobre las cosas y el hombre sobre las máquinas, de que toda medida social que se tome debe tener una finalidad: el desarrollo del hombre con todas sus potencialidades y la afirmación de la vida en todas sus formas, en contra tanto de la muerte como de la mecanización y la alienación».

Resulta notable -añade Fromm- que este nuevo humanismo radical se halle en todos los países y en todas las religiones; que sea crítico no sólo de los demás, sino, primariamente, del propio grupo a que se pertenece, que es el único a cuyo cambio puede uno contribuir; que sea verdaderamente internacional, inter-racial e inter-religioso; que una entre sí a personas de diferentes ideas políticas, filosóficas y religiosas, pero que comparten la misma experiencia de ser hombre y de amar la vida».



 

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«Yo creo -escribe Descartes- que la verdadera generosidad, la cual hace que un hombre se estime hasta el punto más alto en que legítimamente pueda él estimarse, consiste, por una parte, en que él conoce que sólo le pertenece de veras la libre disposición de su voluntad propia, y que sólo puede en verdad ser alabado o vituperado por usar bien o mal de ella, y por otra parte, en que él siente en sí mismo una firme y constante resolución de usarla bien, es decir, de no carecer jamás de voluntad para emprender y ejecutar todas las cosas que juzgue mejores» (Les passions de lâme, III, art. 153). Hijo de su tiempo, Descartes piensa que no hay otra virtud a cuya posesión contribuya más la bonne naissance (la generosidad, como en la antigua Grecia, virtud de los «nobles»), y en este juicio aristocratizante basa su creencia en la nativa desigualdad de las almas (art. 161); mas no por ello deja de admitir cierta influencia de la educación en el empeño de lograr que los hombres con défauts de naissance lleguen a ser generosos.

 

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La insuficiencia de la que él llama «comunicación psicológica», cuando es insuficiente o viciosa la «comunicación social», ha sido estudiada por Castilla del Pino, desde sus personales puntos de vista en el libro antes mencionado.

 

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Chang Tze-Han, Yang Teh-Ching y Tu Jui-Fen, «Treatment of unstable diabetes mellitus in the light of Mao Tse-Tung's thought» y «How'we have struggled against unstable diabetes mellitus in the light of Mao Tse-Tung's thought», China's Medicine, 7 july 1968. Ese pensamiento de Mao Tse-Tung a cuya luz pueden ser eficazmente tratadas las formas inestables de la diabetes sacarina consiste en afirmar una vez más lo que ya habían dicho Marx y, por lo que parece, Feuerbach; que el sabio no debe limitarse a conocer la realidad, sino que debe aspirar a modificarla. No otra cosa hicieron Banting y Best -valga su ejemplo-, cuando propusieron aplicar al tratamiento de la diabetes la insulina que ellos mismos habían descubierto. Y mucho antes que ellos, los médicos hipocráticos que después de sus diagnósticos recetaban purgantes a sus enfermos o les punzaban un empiema.