La poesía
tiene que ser gratuita,
para que nunca deje de ser poesía
R. G. G.
Biografía de Cervantes y comentario a los sonetos
Fue
su padre, Rodrigo de Cervantes, hidalgo castellano, de
profesión cirujano y su madre, Leonor de Cortina, natural de
la villa de Barajas; tuvieron siete hijos; Miguel fue el cuarto de
sus hermanos, nacido el día 29 de septiembre de 1547,
festividad de San Miguel, y bautizado por el reverendo Serrano en
la Iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de
Henares, el día 9 de octubre del mismo año.
En
1561, su padre don Rodrigo, endeudado, salió de
Alcalá y recorre Valladolid, Córdoba y Sevilla en
busca de soluciones económicas. En este peregrinaje, Miguel,
vio en Sevilla una obra de teatro de Lope de Rueda.
En
plena juventud, su profesor Juan López de Hoyos, selecciona
varias de sus poesías a la muerte de Isabel de Valois,
esposa de Felipe II en un libro conmemorativo, entre ellas un
soneto, que se supone fue su primera composición
poética, titulado «La Muerte De La Reina Doña
Isabel De Valois».
En
1569 aparece nuestro poeta en Roma. Quizás más que
por las causas que se le atribuyen de ciertos desórdenes,
por el lujo que suponía en aquellos tiempos la cultura
italiana. Describiendo en El Licenciado Vidriera, Las
Dos Doncellas y en el Persiles, la impresión
que le causa tanta belleza.
Cuando en 1571 los turcos se apoderan de Chipre, aparece Miguel
como soldado en la compañía del capitán, Diego
de Urbina. Embarca por el Mediterráneo y a su paso por
Nápoles tiene amores con Silena, con la que tuvo un hijo.
Tomó parte en la batalla de Lepanto, sobre la galera
Marquesa, demostrando gran valor según testigos
presenciales.
A
pesar de que la historia habla de él, como «El Manco
de Lepanto» la verdad es que en dicha batalla sólo fue
herido y el brazo le quedó inútil. El valor
reconocido de Miguel, le vale un cargo de gobierno. Pide licencia
para volver a España recomendado por Don Juan de
Austria.
A
principios de septiembre de 1575 sale de Nápoles en la
galera Sol. Un temporal en el Golfo de León es aprovechado
por las naves argelinas, haciendo varios prisioneros, entre ellos
Miguel y su hermano, aquí empieza su cautiverio. Por aquella
época los prisioneros eran empleados en galeras o
simplemente como cambio de un rescate.
Tras numerosos intentos de fuga, todos ellos fracasados, el 19 de
septiembre de 1580, Fray Juan Gil logra reunir los 500 escudos del
rescate y liberar a Miguel, después de cinco largos
años. Vuelve a España, sin dinero y sin que nadie de
sus familiares pueda ayudarle, desembarcando en Denia, y a
través de Valencia de nuevo a Madrid.
Al
llegar a Madrid sus asuntos económicos son tan apurados y la
representación de sus comedias tan sin pena ni gloria que
Miguel ya no se desprende de este maleficio prácticamente
hasta su muerte.
En
1584 se casa en Esquivias con Catalina de Palacios Salazar, de
ilustre casa, pero escasa de fortuna. La novia tenía 19
años menos que Miguel.
En
1585 muere su padre y Miguel tiene que hacerse cargo de su familia,
teniendo que dejar sus actividades literarias y dedicarse a su
nuevo cargo de Comisario del Rey como recaudador de fondos.
Por
este motivo pasa a vivir a Sevilla dejando a su familia en
Esquivias. Como recaudador tuvo muchas dificultadas pues es sabido
que en un par de ocasiones fue con sus huesos a parar a la
cárcel, por sus cuentas nunca del todo satisfechas.
En
septiembre de 1604 se le concede privilegio Real para la
publicación del libro titulado El Ingenioso Hidalgo de
la Mancha, apareciendo publicado en Madrid al año
siguiente con el título de El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha. Su impresor fue Juan de la Cuesta, a
cargo de Francisco Robles y dedicada al Duque de Béjar.
Miguel tenía por entonces 57 años.
En
1606 se casa su hija Isabel.
Al
comienzo del año 1608, Cervantes deja Sevilla y se instala
en la Corte, que por entonces estaba en Valladolid bajo el reinado
de Felipe III, instalándose con él parte de su
familia.
Al
trasladar la Corte a Madrid en 1606, Miguel sigue tras ella con
toda su familia; ingresando en 1609 en la Hermandad de Esclavos del
Santísimo Sacramento, cofradía a la que
pertenecían por aquel tiempo la mayoría de los
grandes escritores de su época. En 1613, en la imprenta de
Juan de la Cuesta, publica sus Novelas Ejemplares. En 1614
publica Viaje al Parnaso largo poema en tercetos y
única obra completa en el campo de la poesía.
En
1615 se publica la segunda parte de la novela El Ingenioso
Caballero Don Quijote de la Mancha dedicada al Conde Lemos. Se
dice que después de la Biblia, el Quijote es el
libro más traducido y publicado de toda la literatura
universal.
Su
teatro tuvo que competir con el de Lope de Vega, cosa que
perjudicó mucho al teatro de Miguel, ya que sus comedias
fueron más leídas que representadas.
Ya
en el final de su vida logra cierta estabilidad económica
que le permite montar casa en Madrid con cierto decoro, gracias a
las ayudas del Conde de Lemos y un par de cardenales llamados
Niño de Guevara y Sandoval y Rojas. Lo hace en la calle de
León (hoy Lope de Vega) en compañía de su
esposa.
En
esta casa le dedica al Conde de Lemos su último libro;
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, publicado por Juan
de la Cuesta en 1617, cuando ya el autor no existía.
Su
muerte se produjo el día 23 de abril de 1616, amortajado con
el hábito de la Orden Tercera de San Francisco, a cuya
cofradía pertenecía. Se le enterró en el
cementerio de la Plaza del Humilladero, junto al monasterio de las
Madres Trinitarias. Cuando éstas se trasladaron a un
convento nuevo los restos de Cervantes desaparecieron, creando con
esto la leyenda de su poca fortuna a lo largo de su vida y
después de su muerte.
La
mayoría de los sonetos de Cervantes están en el
Quijote, en La Galatea y algunos sueltos en
diversos lugares que explico en los trabajos repasados.
El
soneto «Al Túmulo de Felipe II en la Catedral de
Sevilla», según el propio Cervantes, honraba para
él todos sus escritos y algunos de estos rivalizaron en su
época con los de Góngora, Alcázar o el
mismísimo Quevedo. Fue su afición a la poesía
tal que no dudó en comenzar el Quijote con ocho
sonetos, donde diferentes personajes, Amadís de Gaula; Don
Belianís de Grecia; la Señora Oriana; el escudero de
Amadís de Gaula, Gandalín; Orlando Furioso; El
Caballero del Febo; Solisdán; o el diálogo entre
Babieca y Rocinante elogian a Don Quijote y a Dulcinea.
Además de los ya citados incluye, Cervantes, otros nueve en
la Primera Parte del Quijote y dos en la Segunda
Parte.
Hay
24 sonetos dedicados a distintos amigos, Lope de Vega, Pedro de
Padilla, Fernando de Herrera, Diego de Mendoza, el ya citado a la
Reina Isabel II, a San Francisco, y el que incluye en el
prólogo de Viaje al Parnaso.
En
el repaso de sus comedias, entremeses y otros, hallé cinco
en Persiles y Sigismunda; uno en El rufián
Arrepentido; otro en La Gitanilla de donde siglos
después, Lorca, tomaría el nombre para su maravilloso
romance Preciosa y el Aire; uno en La Gran Sultana
Catalina de Oviedo; otro en La Ilustre Fregona; y uno
más en El Laberinto de Amor; cinco en La
Entretenida y veintidós en La Galatea.
En
total los sonetos encontrado de Cervantes son ochenta, dando al
final la lista de todos los trabajos repasados, para
información de posibles hallazgos.
Todos los sonetos que aparecen en esta breve antología de
Cervantes son parte de la Biblioteca del Soneto, obra en
la que llevo trabajando más de cuarenta años y que en
la actualidad sobrepasa los 3.500 poetas y más de treinta
mil sonetos en lengua castellana.
Sonetos en Don Quijote de La Mancha
De la edición de 1605
Amadís de Gaula
a don Quijote de La Mancha
Tú, que imitaste la llorosa
vida
que tuve, ausente y desdeñado, sobre
el gran ribazo de la Peña Pobre.
De alegre a penitencia reducida;
tú, a quien los ojos
dieron la bebida
5
de abundante licor, aunque salobre;
y alzándote la plata, estaño y
cobre,
te dio la tierra en tierra la comida;
vive seguro de que
eternamente
(en tanto al menos que en la cuarta esfera,
10
sus cabellos aguije el bello Apolo)
Tendrás claro renombre de
valiente;
tu patria será en todas la primera,
tu sabio autor al mundo único y solo.
Don Belianís de
Grecia a don Quijote de La Mancha
Rompí, corté,
abollé, y dije, y hice
más que en el orbe castellano andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la fama que
eternice;
5
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y el duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la
fortuna.
Y trajo del copete mi cordura
10
a la calva ocasión al estricote.
Mas, aunque sobre el cuerno de
la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!
La señora Oriana
a Dulcinea del Toboso
¡Oh quién tuviera, hermosa
Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en el Toboso,
y trocara su Londres con tu aldea!
¡Oh quién de tus
deseos y librea
5
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero, que hiciste venturoso,
mirara alguna desigual pelea!
¡Oh quién tan
castamente se escapara
del señor Amadís, como tú
hiciste
10
del comedido hidalgo Don Quijote!
Que así envidiada fuera,
y no envidiara,
y fuera alegre al tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escote.
Gandalín,
escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don
Quijote
Salve, varón famoso, a quien
fortuna,
cuando en el trato escuderil te puso,
tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
que lo pasaste sin desgracia alguna.
Ya la azada o la hoz poco
repuna
5
al andante ejercicio; ya está en uso
la llaneza escudera, con que acuso
al soberbio, que intenta hollar la luna.
Envidio a tu jumento y a tu
nombre,
y a tus alforjas igualmente envidio,
10
que mostraron tu cuerda providencia.
Salve otra vez, ¡oh
Sancho!, tan buen nombre,
que sólo a ti nuestro español
Ovidio
con buzcorona te hace reverencia.
Orlando furioso a don
Quijote de La Mancha
Si no eres par, tampoco le has
tenido;
que par pudieras ser entre mil pares;
ni puede haberle donde tú te hallares,
invicto vencedor, jamás vencido.
Orlando soy, Quijote, que,
perdido
5
por Angélica, vi remotos mares,
ofreciendo a la fama en sus altares
aquel valor que respetó el olvido.
No puede ser tu igual; que este
decoro
se debe a tus proezas y a tu fama
10
puesto que, como yo, perdiste el seso;
mas serlo has mío, si al
soberbio moro
y cita fiero domas; que hoy nos llama
iguales en amor con mal suceso.
El Caballero del Febo a
don Quijote de La Mancha
A vuestra espada no
igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano,
ni a la alta gloria de valor mi mano.
Que rayo fue do nace y muere el día.
Imperios desprecié; y la
monarquía,
5
que me ofreció el Oriente rojo en
vano,
dejé, por ver el rostro soberano
de Claridiana, aurora hermosa mía.
Améla por milagro
único y raro;
y ausente en su desgracia, el propio infierno
10
temió mi brazo, que domó su
rabia.
Mas vos, godo Quijote, ilustre y
claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno,
y ella por vos famosa, honesta y sabia.
De Solisdán a
don Quijote de la Mancha
Magüer, señor
Quijote, que sandeces
vos tengan el cerebro derrumbado,
nunca seréis de alguno reprochado
por home de obras viles y soeces.
Serán vuestras
hazañas los joeces,
5
pues tuertos desfaciendo habéis
andado,
siendo vegadas mil apaleado
por follones cautivos y raheces.
Y si la vuesa linda
Dulcinea
desaguisado contra vos comete,
10
ni a vuesas cuitas muestra buen talante,
en tal desmán, vueso
conhorte sea
que Sancho Panza fue mal alcahuete,
necio él, dura ella, y vos no amante.
Diálogo entre
Babieca y Rocinante
«¿Cómo
estáis, Rocinante, tan delgado?»
«Porque nunca se come y se
trabaja.»
«Pues, ¿qué es de la cebada y
de la paja?»
«No me deja mi amo ni un bocado.»
«Anda, señor, que
estáis muy mal criado,
5
pues vuestra lengua de asno al amo
ultraja.»
«Asno se es de la cuna o la mortaja.
¿Queréis verlo? Miradlo
enamorado.»
«¿Es necedad
amar?» «No es gran prudencia.»
«Metafísico estáis.»
«Es que no como.»
10
«Quejaos del escudero.» «No es
bastante.
¿Cómo me he de
quejar, en mi dolencia,
si el amo o escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?»
O le falta al amor
conocimiento,
o le sobra crueldad, o no es mi pena
igual a la ocasión que me condena
al género más duro de tormento.
Pero si Amor es dios, es
argumento
5
que nada ignora, y es razón muy buena
que un dios no sea cruel. Pues
¿quién ordena
el terrible dolor que adoro y siento?
Si digo que sois vos, Fili, no
acierto;
que tanto mal en tanto bien no cabe,
10
ni me viene del cielo esta ruina.
Presto habré de morir,
que es lo más cierto:
que al mal de quien la causa no se sabe,
milagro es acertar la medicina.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo XXXIII,
Don Quijote a Sancho
y de La casa de los celos, Jornada tercera,
REINALDOS
Santa amistad, que con ligeras
alas,
tu apariencia quedándose en el suelo,
entre benditas almas en el cielo,
subiste alegre a las empíreas salas,
desde allá, cuando
quieres, no señalas
5
la justa paz cubierta con un velo,
por quien a veces se trasluce el celo
de buenas obras que, a la fin, son malas.
Deja el cielo ¡oh
amistad!, o no permitas
que el engaño se vista tu librea,
10
con que destruye a la intención
sincera;
que si tus apariencias no le
quitas,
presto ha de verse el mundo en la pelea
de la discorde confusión primera.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo XXVII, canta Cardenio
En el silencio de la noche,
cuando
ocupa el dulce sueño a las mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.
Y al tiempo cuando el sol se va
mostrando
5
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales
voy la antigua querella renovando.
Y cuando el sol, de su
estrellado asiento
derechos rayos a la tierra envía,
10
el llanto crece y doblo los gemidos.
Vuelve la noche, y vuelvo al
triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.
En el Quijote, Primera
parte, capítulo XXXIV, Lotario a Camila
Yo sé que muero, y no soy
creído;
es más cierto el morir, como es más
cierto
verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!,
muerto
antes que de adorarte arrepentido.
Podré yo verme en la
región de olvido,
5
de vida y gloria y de favor desierto,
y allí verse podrá en mi pecho
abierto
cómo tu hermoso rostro está
esculpido.
Que esta reliquia guardo para el
duro
trance que me amenaza mi porfía,
10
que en tu mismo rigor se fortalece.
¡Ay de aquel que navega,
el cielo oscuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo XXXIV, Lotario a Anselmo
De entre esta tierra
estéril, derribada
de estos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano,
ejercitada
5
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y este es el suelo que continuo
ha sido
de mil memorias lamentable lleno
10
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su
duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan
valientes.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo XL, donde se prosigue la historia del cautivo
El Monicongo,
académico de la Argamasilla, a la sepultura de don
Quijote
Epitafio
El calvatrueno que adornó
a la Mancha
de más despojos que Jasón de
Creta,
el juicio que tuvo la veleta
aguda donde fuera mejor ancha,
el brazo que su fuerza tanto
ensancha,
5
que llegó del Catay hasta Gaeta,
la musa más horrenda y más
discreta
que grabó versos en broncínea
plancha,
el que a cola dejó los
Amadises,
y en muy poquito a Galaores tuvo,
10
estribando en su amor y bizarría,
el que hizo callar los
Belianises,
aquél que en «Rocinante»
errando anduvo,
yace debajo de esta losa fría.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo LII
Del Paniaguado,
académico de la Argamasilla, «in laudem Dulcinea del
Toboso»
Esta que veis de rostro
amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.
Pisó por ella el uno y
otro lado
5
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montiel, hasta el herboso
llano de Aranjuez, a pie y cansado.
Culpa de
«Rocinante». ¡Oh dura estrella!
Que esta manchega dama, y este invito
10
andante caballero, en tiernos años,
ella dejó, muriendo, de
ser bella:
y él, aunque queda en mármoles
escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo LII
Del caprichoso,
discretísimo, académico de la Argamasilla, en loor de
«Rocinante», caballo de don Quijote de La
Mancha
En el soberbio trono
diamantino
que con sangrientas plantas huella Marte,
frenético el manchego su estandarte
tremola con esfuerzo peregrino.
Cuelga las armas y el acero
fino
5
con que destroza, asuela, raja y parte:
¡nuevas proezas!, pero inventa el arte
un nuevo estilo al nuevo paladino.
Y si de su Amadís se
precia Gaula,
por cuyos bravos descendiente Grecia
10
triunfó mil veces y su fama ensancha,
hoy a Quijote le corona el
aula
do Belona preside, y de él se precia,
más que Grecia ni Gaula, la alta
Mancha.
Nunca sus glorias el olvido
mancha
15
pues hasta «Rocinante», en ser
gallardo,
excede a Brilladoro y a Bayardo.
Del Quijote, Primera parte,
capítulo LII
Del Burlador,
académico argamasillesco, a Sancho
Panza
Sancho Panza es aquéste,
en cuerpo chico,
pero grande en valor, ¡milagro
extraño!
Escudero el más simple y sin
engaño
que tuvo el mundo, os juro y certifico.
De ser conde, no estuvo en un
tantico,
5
si no se conjuraran en su daño
insolencias y agravios del tacaño
siglo, que aun no perdonan a un borrico.
Sobre él anduvo -con
perdón se miente-
este manso escudero, tras el manso
10
caballo «Rocinante» y tras su
dueño.
¡Oh vanas esperanzas de la
gente!
¡Cómo pasáis con prometer
descanso,
y al fin paráis en sombra, en humo, en
sueño!
Del Quijote, Primera parte,
capítulo LII
«Dadme, señora, un
término que siga,
conforme a vuestra voluntad cortado;
que será de la mía así
estimado,
que por jamás un punto de él
desdiga.
Si gustáis que callando
mi fatiga
5
muera, contadme ya por acabado;
si queréis que os la cuente en
desusado
modo, haré que el mismo Amor la diga.
A prueba de contrarios estoy
hecho
de blanda cera y de diamante duro,
10
y a leyes del Amor el alma ajusto.
Blando cual es, o fuerte,
ofrezco el pecho;
entallad o imprimid lo que os dé
gusto;
que de guardarlo eternamente juro.»
En Don Quijote de La Mancha,
Segunda parte, capítulo XII,
el Caballero del Bosque a don Quijote y Sancho
El muro rompe la doncella
hermosa
que de Píramo abrió el gallardo
pecho;
parte el amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.
Habla el silencio allí,
porque no osa
5
la voz entrar por tan estrecho estrecho.
Las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.
Salió el deseo de
compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita
10
por su gusto su muerte; ved que historia.
Que a entrambos en un punto,
¡oh extraño caso!
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.
En El Quijote, Segunda
parte, capítulo XVIII
Don Lorenzo a Don Quijote,
este soneto a la fábula de Píramo y Tisbe
Sonetos dedicados a sus amigos y otros
A Lope de Vega
por su segunda edición de La Dragontea, 1602
Yace en la parte que es mejor de
España
una apacible y siempre verde vega,
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de Helicón la
baña.
Júpiter, labrador por
grande hazaña,
5
su ciencia toda en cultivar la entrega;
Cilenio, alegre, en ella se sosiega;
Minerva eternamente la acompaña.
Las Musas su Parnaso en ella han
hecho;
Venus, honesta en ella aumenta y cría
10
la santa multitud de los amores;
y así, con gusto y
general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día,
de ángeles, de armas, santos y
pastores.
Al túmulo de
Felipe II en Sevilla
«Voto a Dios que me
espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y
maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada
pieza
5
vale más de un millón, y que es
mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh, gran
Sevilla!
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el
ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
10
la gloria donde vive eternamente.»
Esto oyó un
valentón y dijo: «Esto es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario, miente.»
Y luego, incontinente,
15
caló el chapeo, requirió la
espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo
nada.
A la
Goleta
Epitafio
Almas dichosas que del mortal
velo
libres y exentas por el bien que obraste,
desde la baja tierra os levantaste
a lo más alto y lo mejor del cielo,
y, ardiendo en ira y en honroso
celo,
5
de los cuerpos la fuerza ejercitaste,
que en propia y sangre ajena coloraste
el mar vecino y arenoso suelo;
primero que el valor
faltó a la vida
en los cansados brazos, que, muriendo,
10
con ser vencidos, llevan la victoria.
Y ésta vuestra mortal,
triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da y el cielo gloria.
En El Quijote, Primera
parte, capítulo XL
En el silencio de la noche,
cuando
ocupa el dulce sueño a las mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.
Y al tiempo cuando el sol se va
mostrando
5
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales
voy la antigua querella renovando.
Y cuando el sol, de su
estrellado asiento
derechos rayos a la tierra envía,
10
el llanto crece y doblo los gemidos.
Vuelve la noche, y vuelvo al
triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.
En el Quijote de 1605,
Primera parte, capítulo XXXIV,
con variante en La casa de los celos, Jornada tercera,
LAUSO
En las honras de Felipe
II en Sevilla
Un valentón de
espátula y gregüesco
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica
mas no del ejercicio picaresco;
retorciendo el mostacho
soldadesco,
5
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica
y en el nombre de Dios pidió refresco.
Den voacedes, por Dios, a mi
pobreza,
les dice; donde no, por ocho santos
10
que haré lo que hacer suelo sin
tardanza.
Mas uno que a sacar la espada
empieza,
¿Con quién habla, le dijo, el
tiracantos?
si limosna que pide nunca alcanza,
¿Qué es lo que suele hacer en tal
querella?
15
Respondió el bravonel:
-Irme sin ella.
Soneto a la Reina
Isabel II
Serenísima reina, en
quien se halla
lo que Dios pudo dar a un ser humano;
amparo universal del ser cristiano,
de quien la santa fama nunca calla;
arma feliz, de cuya fina
malla
5
se viste el gran Felipe soberano,
ínclito rey del ancho suelo hispano
a quien Fortuna y Mundo se avasalla:
¿cuál ingenio
podría aventurarse
a pregonar el bien que estás
mostrando,
10
si ya en divino viese convertirse?
Que, en ser mortal, habrá
de acobardarse,
y así le va mejor sentir callando
aquello que es difícil de decirse.
Epitafio
Aquí el valor de la
española tierra,
aquí la flor de la francesa gente,
aquí quien concordó lo
diferente,
de oliva coronando aquella guerra,
aquí en pequeño
espacio veis se encierra
5
nuestro claro lucero de occidente;
aquí yace enterrada la excelente
causa que nuestro bien todo destierra.
Mirad quien es el mundo y su
pujanza
y como, de la más alegre vida,
10
la muerte lleva siempre la victoria;
también mirad la
bienaventuranza
que goza nuestra reina esclarecida
en el eterno reino de la gloria.
Soneto a Bartolomeo
Rufino de Chiambery
¡Oh cuán claras
señales habéis dado,
alto Bartolomeo de Rufino,
que de Parnaso y Ménalo el camino
habéis dichosamente paseado!
Del siempre verde lauro
coronado
5
seréis, si yo no soy mal adivino,
si ya vuestra fortuna y cruel destino
os saca de tan triste y bajo estado,
pues, libre de cadenas vuestra
mano,
reposando el ingenio, al alta cumbre
10
os podéis levantar seguramente,
oscureciendo al gran Livio
romano,
dando de vuestras obras tanta lumbre
que bien merezca el lauro vuestra frente.
En alabanza de la
presente obra
Si, así como de vuestro
mal se canta
en esta verdadera, clara historia
se oyera de cristianos la victoria,
¡cuál fuera el fruto de esta rica
planta!
Así cual es, al cielo se
levanta
5
y es digna de inmortal, larga memoria,
pues, libre de algún vicio y baja
escoria,
al alto ingenio admira, al bajo espanta.
Verdad, orden, estilo claro y
llano
cual a perfecto historiador conviene
10
en esta breve suma está cifrado.
¡Feliz ingenio, venturosa
mano,
que, entre pesador yerros apretado,
tal arte y tal virtud en sí contiene!
Soneto al autor Pedro
de Padilla
Ya que del ciego dios
habéis cantado
el bien y el mal, la dulce fuerza y arte,
en la primera y la segunda parte,
donde está amor del todo
señalado,
ahora con aliento
descansado
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y con vuestra virtud que en vos reparte
el cielo, nos cantáis del duro Marte
las fieras armas y el valor sobrado.
Nuevos ricos mineros se
descubren
de vuestro ingenio en la famosa mina
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que al más alto deseo satisfacen;
y, con dar menos de lo
más que encubren,
a este menos lo que es más se inclina
del bien que Apolo y Minerva hacen.
Soneto
¡Oh venturosa, levantada
pluma
que en la empresa más alta te ocupaste
que el mundo pudo, y que al fin mostraste
al recibo y al gasto igual la suma!,
calle de hoy más el
escritor de Numa
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que nadie llegará donde llegaste,
pues en tan raros versos celebraste
tan caro capitán, virtud tan summa.
¡Dichoso el celebrado, y
quien celebra,
y no menos dichoso todo el suelo,
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que tanto bien goza en esta historia,
en quien envidia o tiempo no
harán quiebra;
antes hará con justo celo el cielo
eterna más que el tiempo su memoria!
Soneto a San
Francisco
Muestra su ingenio el que es
pintor curioso
cuando pinta al desnudo una figura,
donde la traza, el arte y compostura
ningún velo las cubra artificioso:
vos, seráfico padre, y
vos, hermoso
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retrato de Jesús, sois la pintura
al desnudo pintada en tal hechura
que Dios nos muestra ser pintor famoso.
Las sombras de ser mártir
descubriste,
los lejos en que estáis allá en el
cielo
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en soberana silla colocado;
los colores las llagas que
tuviste
tanto las suben que se admira el suelo,
y el pintor en la obra se ha pagado.
Soneto en loor del
autor y su obra
El casto ardor de una amorosa
llama,
un sabio pecho a su rigor sujeto,
un desdén sacudido y un afecto
blando, que al alma en dulce fuego inflama,
el bien y el mal a que convida y
llama
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de amor la fuerza y poderoso efecto
eternamente, en son claro y perfecto,
con estas rimas cantará la fama,
llevando el nombre único
y famoso
vuestro, felice López Maldonado,
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del moreno etíope al cita blanco
y hará que en balde de
laurel honroso
espere alguno verse coronado
si no os imita y tiene por su blanco.
Soneto
Cual vemos del rosado y rico
oriente
la blanca y dura piedra señalarse
y en todo, aunque pequeña, aventajarse
a la mayor del Cáucaso eminente,
tal este (humilde al parecer)
presente
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puede y debe mirarse y admirarse,
no por la cantidad, mas por mostrarse
ser en su calidad tan excelente.
El que navega por el golfo
insano
del mar de pretensiones verá al punto
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del cortesano laberinto el hilo.
¡Felice ingenio y
venturosa mano
que el deleite y provecho puso junto
en juego alegre, en dulce y claro estilo!
Soneto
De la Virgen sin par, santa y
bendita
(digo, de sus loores), justamente
haces el rico, sin igual presente
al sin par cristiana Margarita.
Dándole, quedas rico, y
queda escrita
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tu fama en hojas de metal luciente,
que, a despecho y pesar del diligente
tiempo, será en sus fines infinita:
¡felice en el sujeto que
escogiste,
dichoso en la ocasión que te dio el
cielo
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de dar a Virgen el virgíneo canto;
venturoso también porque
hiciste
que den las musas del hispano suelo
admiración al griego, al turco
espanto.
Soneto al doctor
Francisco Díaz
Tú, que con nuevo y sin
igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar de estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,
y el lauro que se debe al que un
tesoro
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halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advenimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;
que por tu industria una
deshecha piedra
mil mármoles, mil bronces a tu fama
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dará sin envidiosas competencias;
darate el cielo palma, el suelo
yedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.
Soneto
No ha menester el que tus hechos
canta,
¡Oh gran marqués!, el artificio
humano,
que a la más sutil pluma y docta mano
ellos le ofrecen al que el orbe espanta;
y este que sobre el cielo se
levanta,
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llevado de tu nombre soberano,
a par del griego y escritor toscano,
sus sienes ciñe con la verde planta;
y fue muy justa
prevención del cielo
que a un tiempo ejercitases tú la
espada
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y él su prudente y verdadera pluma,
porque, rompiendo de la envidia
el velo,
tu fama, en sus escritos dilatada,
ni olvido o tiempo o muerte la consuma.
El capitán
Becerra vino a Sevilla a enseñar lo que habían de
hacer los soldados, y a esto y a la entrada del duque de Medina en
Cádiz, hizo Cervantes este soneto
Vimos en julio otra semana
santa,
atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman
compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se
espanta;
hubo de plumas muchedumbre
tanta
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que en menos de catorce o quince días
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su edificio por la planta.
Bramó el Becerro y
púsolos en sarta;
tronó la tierra, escureciose el cielo,
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amenazando una total rüina;
y al cabo en Cádiz, con
mesura harta
(ido ya el conde sin ningún recelo),
triunfando entró el gran Duque de
Medina.
Miguel de Cervantes,
autor de Don Quijote:
«Este soneto hice a la muerte de don Fernando de Herrera y,
para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba
en sus versos a una señora debajo de este nombre de Luz.
Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida.»
El que subió por sendas
nunca usadas
del sacro monte a la más alta cumbre;
el que a una Luz se hizo todo lumbre
y lágrimas, en dulce voz cantadas;
el que con culta vena las
sagradas
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de Elicón y Pirene en muchedumbre
(libre de toda humana pesadumbre)
bebió y dejó en divinas
transformadas;
aquél a quien envidia
tuvo Apolo
porque, a par de su Luz, tiene su fama
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de donde nace a donde muere el día:
el agradable al cielo, al suelo
solo,
vuelto en ceniza de su ardiente llama,
yace debajo de esta losa fría.
Soneto a don Diego de
Mendoza y a su fama
En la memoria vive de las
gentes,
varón famoso, siglos infinitos,
premio que le merecen tus escritos
por graves, puros, castos y excelentes.
Las ansias en honesta llama
ardientes,
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los Ethnas, los Estigios, los Cozitos
que en ellos suavemente van descritos,
mira si es bien, ¡oh Fama!, que los
cuentes,
y aun que los lleves en ligero
vuelo
por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,
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y en lágrimas de bronce los esculpas,
que así el vuelo
sabrá que sabe el cielo
que el renombre inmortal que se desea
tal vez le alcancen amorosas culpas.
Soneto a don Diego
Rosel y Fuenllana, inventor de nuevas artes
Jamás en el jardín
de Falerina
ni en la Pranasa, excesible cuesta,
se vio Rosel ni rosa cual es ésta
por quien gimió la maga Dragontina;
atrás deja la flor que se
reclina
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en la del Tronto archiducal floresta,
dejando olor por vía manifiesta
que a la región del cielo la avecina.
Crece, ¡oh muy felice
planta!, crece,
y ocupen tus pimpollos todo el orbe;
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retumbando, crujiendo y espantando;
el Betis calle, pues el Po
enmudece,
y la muerte, que a todo humano sorbe,
sola esta rosa vaya eternizando.
Soneto
De Turia el cisne más
famoso hoy canta,
y no para acabar la dulce vida,
que en sus divinas obras escondida
a los tiempos y edades se adelanta;
queda por él canonizada y
santa
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Teruel, vivos Marcilla y su homicida;
su pluma, por heroica conocida
en quien se admira el cielo, el suelo
espanta.
Su doctrina, su voz, su estilo
raro,
que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,
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según el vuelo de tus bellas alas,
grabadas por la Fama en
mármol pario
y en lágrimas de bronce, harán que
goces
siglo de eternidad, Yangüe de Salas.
Soneto a doña
Alfonsa González, monja profesa en el monasterio de Nuestra
Señora de Constantinopla