Escena I
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La escena es en un jardín que pertenece a la casa
del padre de CÁNDIDO, y tiene
comunicación con la de ANDRÉS.
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ANDRÉS,
EUGENIO.
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EUGENIO.- ¿A qué vas a casa de
Cándido?
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ANDRÉS.- Tengo que hablarle; ¿le
conoces?
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EUGENIO.-
Muy poco: sólo de haberle visto en
compañía de otros amigos. Por cierto que entonces no
os tratabais.
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ANDRÉS.- Es verdad: pero desde que vive
en el cuarto bajo de casa, empezamos por hablarnos algunas tardes
en el jardín: luego vino a verme a mi cuarto, y nos
divertíamos un rato con varios juegos.
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EUGENIO.- Si no me engaño, no piensas
más que en —286→
jugar: a lo menos te encuentro a todas horas con ciertos
caballeritos que no hacen otra cosa, y si he de decirte la verdad,
me gustan muy poco.
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ANDRÉS.- ¡Ay amigo!
¡qué buen olfato tienes! ¡ojalá no los
hubiera conocido nunca!
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EUGENIO.-
A tiempo estás de enmendar el yerro: no
vuelvas a buscarlos y huye de ellos cuando los encuentres.
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ANDRÉS.- ¡Así pudiera!
pero... ¿Si yo te contase el apuro en que estoy, me
venderías?
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EUGENIO.-
Esa sospecha es un verdadero agravio para un amigo
como yo, que te amo desde la niñez. Descúbreme tus
cuitas sin recelo alguno.
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ANDRÉS.- ¡Ah, querido Engenio!
¡En qué fatal situación me han puesto,
empeñándome en lances que si llegasen a oídos
de mi padre, no sé que sería de mí!
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EUGENIO.-
¿Qué lances son esos? Cuéntamelo
todo y no me tengas en esta zozobra.
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ANDRÉS.- Que el diablo me tentó
para que ayer fuese a casa de Genaro, ese italiano que viaja por
instruirse, el cual nos había convidado a almorzar desde el
día anterior. Hubo vino de Champaña y otros licores
que yo no había probado en mi vida; después me
hicieron jugar y me limpiaron el bolsillo.
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EUGENIO.-
Te está bien empleado por haberte puesto a
jugar y a beber como un perdido. Si con eso escarmientas y no
vuelves a caer en vicios tan feos, llámala ganancia, y no
pérdida.
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ANDRÉS.- ¡Ay amigo! Lo peor es que
no paró en eso, pues como se me acabó el dinero, y
esperaba desquitarme, me ganaron el reloj, el alfiler de topacios,
y hasta los botones de oro de la camisa. Quedé además
a deber un doblón al italiano, y sino lo pago hoy mismo, me
amenaza con venir a contárselo a papá, que
sería la última desgracia. Ya sabes el genio
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que tiene, y la rigidez de sus principios: así no
sé como evitar este golpe.
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EUGENIO.-
No encuentro más que un arbitrio, que es el de
adelantarte tú, contárselo todo a tu padre, y
resignarte a sufrir el castigo que te imponga. Si lo haces
así, estoy seguro de que te perdonará al ver tu
arrepentimiento.
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ANDRÉS.- ¿Conque me aconsejas que
yo mismo me delate? ¡Dios me libre! ¡Quién sabe
lo que en el primer ímpetu haría conmigo!
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EUGENIO.-
¿Pues sino, qué partido has de
tomar?
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ANDRÉS.- No me atrevo a decírtelo
de vergüenza.
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EUGENIO.- Vaya; sepámosle.
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ANDRÉS.- Llamé aparte a Esteban y
a Víctor y les descubrí mi pecho,
encareciéndoles el apuro en que me vería, si mi padre
llegaba a saber lo ocurrido. Para evitarlo me sugirieron un
proyecto infalible.
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—289→
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EUGENIO.- ¡Bueno será el puesto que
ha salido de tales cabezas!
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ANDRÉS.- Mejor pudiera ser; ¿pero
qué quieres que haga en este aprieto? Díjeles que
había hecho amistad con Cándido, que es muchacho de
dinero: como que yo le he visto un bolsillo lleno de plata.
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EUGENIO.-
¡Cómo! ¿Queréis
robarle?
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ANDRÉS.- Nada menos que eso. Se trata
únicamente de desplumarle, como a mí, y luego me
darán parte en la ganancia, para poder pagar mi deuda.
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EUGENIO.- ¿Eso es decir que por salir del
pantano en que por tu culpa has caído, vas a entregarles a
tu amigo con la mayor frescura para que a su sabor le desuellen
esos tunos? ¿Y qué seguridad tienen de que la suerte
no les sea contraria? ¿No puede suceder muy bien que se
aumente tu pérdida?
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—290→
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ANDRÉS.- ¡Qué! No lo creas:
si es un inocentón que juega sin ninguna malicia.
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EUGENIO.-
¿Juegas tú a lo tahúr por
ventura?
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ANDRÉS.- No por cierto: yo juego con toda
legalidad.
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EUGENIO.-
Por eso perdiste, y por eso perderás de nuevo
cuantas veces jugares.
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ANDRÉS.- Sí; pero ellos son los
que lo han de hacer todo. Dice Esteban que saben usar de cierta
ingeniatura, con la cual han de perder forzosamente los que la
ignoran.
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EUGENIO.-
¿Ingeniatura la llamas? Su verdadero nombre es
fullería, y me
admira mucho que no te avergüences de emplear tan viles
medios. Ya sabes que no me sobra nada; pero sin embargo
despreciaría las riquezas de Creso adquiridas a tanta costa;
y en verdad siento mucho que me hayas descubierto un pensamiento
que tan poco honor te hace.
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ANDRÉS.- Ten compasión de
mí, querido Eugenio. Yo te prometo...
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EUGENIO.- Sólo falta que tengas la
impudencia de prometerme algo porque te ayude a cometer una
bajeza.
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ANDRÉS.- No es eso lo que iba a decir,
sino que a tener la fortuna de ganar con que cubrir la deuda de
aquel maldito Genaro, te prometo no volver a mirar la cara a
ningún jugador, ni a tomar las naipes en mi vida. Si falto a
mi promesa consiento desde ahora en que se lo cuentes a mi
padre. (EUGENIO menea la cabeza, dando a
entender que no fía de sus palabras.)
Además, yo
no soy el que le engaña, que gracias a Dios no tengo tanta
destreza. Genaro se entenderá con él, pues yo no he
de hacer más que tomar cartas como uno de tantos, y jugar
legalmente, con la seguridad de entrar a la parte con ellos en las
ganancias y no en las pérdidas, que es lo que me han
ofrecido.
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EUGENIO.-
Bien está; pero mira que yo he de presenciarlo
todo.
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ANDRÉS.- Mejor; eso es lo que yo quiero.
Voy a convidar a Cándido para esta tarde: cabalmente su
padre está fuera, y no volverá en algunos
días.
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EUGENIO.- Enhorabuena. Pero cuenta con lo dicho,
pues si advierto que haces la más leve trampa...
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ANDRÉS.- ¿No te he dicho mil veces
que no? Deja de achicharrarme, por Dios, que hartos disgustos
tengo. ¡Cómo qué ya me pesa de haberte
descubierto nuestros planes!
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EUGENIO.- Algo diera yo porque hubieses guardado
tu secreto: con eso estaría libre de toda
responsabilidad.
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ANDRÉS.- Yo no veo que tengas
ninguna.
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EUGENIO.-
¿Ninguna, cuando se trata de tender un lazo a
un inocente?
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ANDRÉS.- Pero ese lazo ni tú ni yo
se lo armamos.
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EUGENIO.-
¿Si vieses un ratero en el acto de robar el
bolsillo a cualquiera, aun cuando fuese a una persona desconocida,
cumplirías con tu conciencia guardando silencio?
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ANDRÉS.- Ciertamente que no; pero
aquí se trata de una docena de duros cuando más; es
decir, de una cantidad despreciable, cuya pérdida tal vez le
será utilísima, pues ¿quién sube si a
tan poca costa cobrará aversión al juego para
siempre?
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EUGENIO.-
La que le has cobrado tú, querido
Andrés. Es menester que te desengañes: el que pierde
vuelve a jugar por desquitarse, y si tiene ocasión emplea
para lograrlo medios indecorosos.
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ANDRÉS.- Calla que oigo pasos.
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EUGENIO.- Ahí tienes la victima del
sacrificio.
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Escena II
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EUGENIO,
ANDRÉS,
CÁNDIDO.
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CÁNDIDO.- Adiós,
señores.
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EUGENIO.-
Felices días.
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ANDRÉS.- ¿Cómo por
aquí en día de fiesta y con un tiempo tan hermoso? Yo
te hacía en el jardín.
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EUGENIO.-
¿Crees que todos tienen gusto en correr y
saltar a todas horas como tú? El señor no
necesitará salir al aire para pasar entretenida la
mañana.
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CÁNDIDO.- Tan lejos de eso, que si no
estoy en el jardín es porque me levanté temprano, y
estuve paseando por el bosque más de una hora con mi padre y
mi hermana, quedándonos por fin a almorzar en el
cenador.
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ANDRÉS.- (Manifestando
sorpresa.) Qué ¿ya está
aquí de vuelta tu padre? —295→
¡Poca gracia te habrá hecho la brevedad de su
viaje!
|
CÁNDIDO.- Muy al contrario. He tenido al
verle un gozo inexplicable; como que después de tres semanas
de ausencia me encontré repentinamente en sus brazos, siendo
así que no le esperábamos hasta el mes que viene.
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ANDRÉS.- También yo quiero mucho a
mis padres, pero a la verdad no me pesaría que fuesen
más aficionados a viajar. Una corta ausencia de tiempo en
tiempo te aseguro que la llevaría con bastante
resignación.
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CÁNDIDO.- Pues, amigo, por lo que a
mí toca, quisiera que mi padre no faltara de casa un solo
día. ¡Es tan condescendiente, tan bondadoso!
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ANDRÉS.- No: pues del mío no hay
que esperar condescendencias: todo es severidad y mal humor.
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EUGENIO.-
¡Quién sabe qué especie de
condescendencias desearías tú! Yo por mí
bastantes pruebas he recibido de su bondad.
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—296→
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CÁNDIDO.- También yo
extraño lo que dices, pues creía que en este punto no
tuvieses que envidiar a nadie: lo cierto es que desde que vivimos
en esta casa te veo casi siempre a la puerta, y cuando he ido a
buscarte para venir al jardín a jugar, no he visto que
ninguno te lo haya estorbado.
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ANDRÉS.- Eso suele suceder los
días que papá no come en casa; y así procuro
aprovechar los únicos ratos que tengo a mi
disposición. Lo malo es que ahora con la vuelta del tuyo, no
podremos vernos por las tardes con tanta frecuencia.
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CÁNDIDO.- ¿Por qué no?
¿pues acaso mi papá me prohíbe ninguna
diversión racional? Es verdad que yo le pido pocos permisos
porque jamás estoy más contento que en su
compañía. Los dos estamos a cual más
entretenido y alegre, y así a cada paso nos andamos buscando
el uno al otro.
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ANDRÉS.- ¡Esos sí que son
buenos padres! ¡Conque te permite salir cuando y donde te
acomode! ¡Qué fortuna!
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—297→
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CÁNDIDO.- Es muy cierto, pero
quizá será porque siempre le digo donde voy.
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EUGENIO.- Y porque estará seguro de que
siempre irá V. donde le dice.
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ANDRÉS.- Lo que no puedo comprender es lo
que Vds. hacen cuando están juntos, que pueda divertir a
entrambos en los términos que tanto encareces.
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CÁNDIDO.- Yo te lo diré: durante
el buen tiempo salimos a pasear todas las tardes.
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ANDRÉS.- ¿Hay cosa más
insulsa que dar vueltas de un lado para otro? Yo te confieso que
antes de una hora estoy ya fastidiado de pasearme.
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CÁNDIDO.- Pues a mí me gusta
infinito, y más cuando uno ha estado toda la mañana
sin moverse de la silla. Con la conversación no se siente el
cansancio, y como yo empiezo a conocer tal cual las plantas y las
flores, nos entretenernos en buscarlas. ¡Y qué mayor
alegría —298→
puede haber que la que experimenta el que halla una
desconocida! ¡Qué mejor diversión que observar
todas sus partes y caracteres para clasificarla como corresponde!
Con este examen recuerda uno cuanto ha aprendido, y vuelve a casa
con mayor deseo de herborizar la tarde siguiente.
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EUGENIO.-
Y en el invierno, ¿cómo pasan Vds. el
tiempo, después que anochece?
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CÁNDIDO.- Formamos corro a la chimenea y
nunca nos falta diversión. Se cuentan historietas, se habla
de cosas amenas y curiosas, se tratan puntos de historia natural,
de matemáticas o de geografía. Otras veces cuando
conmigo y con mi hermana se reúnen dos o tres amigos hacemos
comedias o dramas cortos, que es lo que más nos gusta,
teniendo la ventaja de ejercitarnos en hablar y presentarnos con
desembarazo, que siempre es sacar utilidad de las mismas
diversiones.
|
ANDRÉS.- ¡Pero cuántos malos
ratos habrá que pasar para aprender todas esas cosas!
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—299→
|
CÁNDIDO.- Nada de eso: jugando se
aprenden.
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ANDRÉS.- Sin embargo donde están
los naipes... ¡Esa sí que es diversión!
¿No juegan Vds. de tiempo en tiempo?
|
CÁNDIDO.- Sí; bastante a menudo;
y siempre algún interés aunque corto, porque de otro
modo no interesa el juego. Además dice papá, que
así se acostumbra uno a perder sin tomar por ello
pesadumbre, y a jugar con serenidad de ánimo.
|
ANDRÉS.- Es verdad, pero si el bolsillo
no está bien provisto...
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CÁNDIDO.- En esa parte nada tenemos que
desear porque papá nos da más dinero que el preciso
para nuestras urgencias.
|
ANDRÉS.- La verdad:
¿Cuánto suele darte?
|
CÁNDIDO.- Seis pesetas cada semana.
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—300→
|
ANDRÉS.- ¡Cáspita! No es
mala asignación. Bien hay con qué divertirse.
|
EUGENIO.-
No será para malgastarlo todo en
niñerías.
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CÁNDIDO.- No por cierto, que atendemos
con ella a varios gastillos de poca monta, por no acudir a
papá a todas horas con ciertas pequeñeces. De esta
manera se acostumbra uno a ser cuidadoso y económico.
|
EUGENIO.-
No hay duda que contribuye mucho a conocer el valor
del dinero el haber de pagar las cosas por sí mismo.
|
ANDRÉS.- Sí; pero a más de
la asignación no faltarán algunas propinejas de
cuando en cuando.
|
CÁNDIDO.- Ya se ve que no: por ejemplo
el día de mi santo suele darme papá seis u ocho duros
cuando menos. Por eso ahora tengo en el bolsillo cinco doblones de
oro sin contar algunas pesetas sueltas.
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—301→
|
ANDRÉS.- ¿Cinco doblones?
¿No sabrás en qué emplear tanto dinero?
|
CÁNDIDO.- ¡Qué! ¿No
tengo yo también mis gastos? En primer lugar a los chicos
del portero de casa les pago mensualmente el maestro que les
enseña a leer y escribir: al que me enseñó a
mí le tengo señalada una pensioncita cada semana,
porque el pobre se ha quedado ciego; compro además algunos
libros y estampas, y con esto y algún regalito que le hago a
mi hermana de cuando en cuando apenas me queda un repuesto regular
que reservo para otras urgencias, verbigracia para jugar cuando se
ofrece ocasión.
|
ANDRÉS.- Lo mejor es que en el juego
tienes buena suerte: el otro día me ganaste seis reales a la
treinta y una en un abrir y cerrar de ojos.
|
CÁNDIDO.- Pues cree que lo sentí,
porque a la verdad no me gusta ganar el dinero a mis amigos. Por
otra parte papá no tiene gran afición
—302→
a los naipes, y le agrada mucho más que juegue al
chaquete o a las damas.
|
ANDRÉS.- ¡Qué cosa tan
cansada! Para eso mejor es estudiar, porque no divierten nada, que
es lo que uno se propone cuando juega. ¿Y esta tarde tienes
que hacer?
|
CÁNDIDO.- No pienso salir de casa, porque
mi padre tiene que escribir un memorial para un pobre labrador, y
no puede ir a paseo.
|
ANDRÉS.- ¡Mejor que mejor! El
mío saldrá temprano: ven a mi cuarto a buscarme, y
tendremos una tarde divertida, porque espero a Víctor y a
Esteban con un muchacho italiano que te alegrarás de
conocer.
|
CÁNDIDO.- Está bien: voy corriendo
a pedir el permiso a papá: mucho me gusta tratar con
viajeros, pues siempre instruye su conversación. ¿Me
esperas aquí?
|
ANDRÉS.- No, que me vuelvo a mi cuarto
no sea que se vayan los amigos. Eugenio me traerá la
respuesta.
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Escena VII
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ELENA,
CÁNDIDO.
|
CÁNDIDO.- ¡A qué mala
ocasión han llegado los amigos de papá a darle la
bienvenida! ¡No es bueno que aún no he podido hablarle
dos palabras!
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—308→
|
ELENA.- ¡Lástima fuera que no se
privase de la satisfacción de verlos y hablarlos por darte a
ti gusto! Sin duda será cosa de grande importancia lo que
tienes que decirle.
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CÁNDIDO.- Para mí lo es, como que
se trata de ir a divertirme con varios amigos.
|
ELENA.-
¿Apuesto a que vas al cuarto de Andresito?
|
CÁNDIDO.- Es cierto.
|
ELENA.-
¿Pues; no lo decía yo? Y eso que te
tengo dicho mil veces cuánto me incomoda esa tertulia.
|
CÁNDIDO.- No había caído
en ello, y a fe que siento verte incomodada, porque será
capaz de darme un tabardillo de pesadumbre. ¿Mas no
podré yo saber cuáles son las prendas recomendables
que han de tener mis amigos para que merezcan tu
aprobación?
|
ELENA.- En dos palabras te lo diré,
querido hermano: las mismas que tú tienes.
|
—309→
|
CÁNDIDO.- Me alegro que estés de
tan buen humor.
|
ELENA.-
Tan lejos estoy de chancearme, que te lo digo con
toda formalidad. Tú eres a todas luces un muchacho
excelente, y sobre todo muy amable: ¿podrá haber
quién ponga duda en ello?
|
CÁNDIDO.- Vamos: déjate de
misterios y háblame claro.
|
ELENA.-
No sé qué más claro he de
hablar. A fe que las voces que he empleado son harto sencillas para
que nadie pida explicaciones, y menos un muchacho instruido como
tú. Lo que digo es, que eres un joven bien nacido, sensible,
honrado y muy atento con todo el mundo, menos con tu hermana.
|
CÁNDIDO.- Porque mi hermana es una
burloncilla que se divierte en hacerme rabiar, y se tiene por
más prudente y avisada que yo.
|
ELENA.- Ahora veo que entre las virtudes de mi
—310→
hermano se me olvidó hacer mención de la
modestia.
|
CÁNDIDO.- Vaya, déjate de
habladurías, y dime qué tienes que decir de
Andresito. ¿Le conoces tú acaso para ponerle
faltas?
|
ELENA.-
Procuro conocerle por sus obras.
|
CÁNDIDO.- ¿Te manda recado para
que vayas a presenciarlas?
|
ELENA.- No es necesario tanto; basta saber
qué amigos tiene para formar juicio de lo que él
será.
|
CÁNDIDO.- Eso es decir que te disgusta,
porque yo le trato, y entro en el número de sus amigos.
¿No es esto?
|
ELENA.-
¡Ea! No te piques sin motivo. Yo no hablo de
ti, sino de otros más antiguos que le acompañan a
todas horas, los cuales si he de repetirte lo que dice todo el
mundo, son gente despreciable.
|
—311→
|
CÁNDIDO.- ¿Por qué
razón?
|
ELENA.-
Porque no hacen más que jugar, y quitarse el
dinero unos a otros, adquiriéndolo mal, y gastándolo
peor. ¿Lo entiendes?
|
CÁNDIDO.- ¿Qué jueguen y
se diviertan cuando están reunidos es alguna cosa nunca
vista? También jugamos nosotros cuando se nos antoja, y
gastamos el dinero como nos parece. ¿Te figuras que no les
he visto yo, ni sé lo que juegan? Más te digo,
algunas veces les he ganado.
|
ELENA.-
Lo creo: les habrás ganado algunos cuartos,
pero ellos te ganarán duros y aun doblones.
|
CÁNDIDO.- ¿Y a ti qué te
importa? ¿Han de salir de tu bolsillo o del mío?
¡Es buen empelo por cierto el de mi hermana! Cuanto
más hago yo por tenerla contenta, más se afana por
aguar mis diversiones.
|
ELENA.-
(Tomándole de la
mano.) No, Cándido mío; nadie tiene
mayor gusto que yo en que te diviertas; pero por lo mismo no
—312→
tendría consuelo si viciando tus buenas calidades, te
hicieran perder el sosiego, y a mí el gusto de amarte como
te amo.
|
CÁNDIDO.- Bien sé que me quieres,
y yo no te quiero menos; pero no sabes cuanto me mortificas dando a
entender la poca confianza que tienes en que sepa gobernarme.
|
ELENA.-
No serías tú el primero, que a pesar de
su confianza hubiese caído en el lazo... pero papá
viene.
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Escena VIII
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DON AMBROSIO,
ELENA, CÁNDIDO.
|
DON
AMBROSIO.- ¿Aquí estáis, hijos
míos? Sabed que acabo de tener una de las más dulces
satisfacciones que he disfrutado en mi vida, y es la de volver a
ver a mis amigos, recibiendo mil pruebas de su fino afecto.
|
ELENA.- No lo extraño, papá.
¿Cómo es posible que ninguno que conozca a V. deje de
amarle?
|
—313→
|
DON AMBROSIO.- ¿Y vosotros
habéis tenido mucho gusto en verme?
|
CÁNDIDO.- No hay voces bastantes para
encarecerlo. Como V. nos quiere tanto, y nos trata con tanta
afabilidad, todos los instantes pensábamos en V., y
llorábamos como dos chiquillos.
|
ELENA.-
Estábamos como sin sombra: el estudio, el
paseo, los juguetes, nada nos distraía.
|
DON
AMBROSIO.- Pues, hijos, no hay remedio; es menester
que os vayáis acostumbrando a vivir sin mí, porque
según el orden regular de las cosas, debo ser el primero que
salga del mundo.
|
ELENA.-
¡Por Dios, papá, no quiera V. afligirnos
con ideas melancólicas en unos momentos en que debe ser tan
grande la alegría de vernos juntos!
|
CÁNDIDO.- El cielo querrá que
aún viva V. cuantos años sean precisos para vernos
colocados y dichosos. Pero no hablemos más de cosas tristes.
—314→
¿Sabe V. que tengo que pedirle un favor?
|
DON
AMBROSIO.- ¿Aquí se reduce? Veamos.
|
CÁNDIDO.- ¿Ya conoce V. a
Andrés, el hijo del señor que vive en el entresuelo?
Pues ha venido a convidarme para que vaya a divertirme con
él a su cuarto.
|
DON
AMBROSIO.- ¡Hola! No sabía yo que
hubieses contraído esa nueva amistad: me alegro que se te
haya proporcionado tan buena compañía sin tener que
salir a la calle.
|
ELENA.-
Tan buena compañía. ¿La
entiendes, Cándido?
|
CÁNDIDO.- Yo le tengo por buen muchacho,
y no se puede negar que su trato es muy amable. Ya nos hemos visto
unas cuantas veces, y me ha dado a conocer a otros dos o tres
amigos suyos.
|
ELENA.-
¿Supongo que serán también
buenos muchachos? ¿Eh?
|
—315→
|
CÁNDIDO.- Ya se ve que lo son.
¿Si los conoceré yo mejor que tú?
|
DON
AMBROSIO.- Lo que yo quiero decir es, si son quietos,
bien criados...
|
CÁNDIDO.- Sí, señor: muy
pacíficos, muy atentos.
|
DON
AMBROSIO.- ¿Buenos, aplicados, puntuales en el
cumplimiento de sus deberes?
|
ELENA.- ¿Cómo quiere V. que en dos
o tres ratos que los ha visto de paso pueda estar enterado de sus
calidades?
|
CÁNDIDO.- No, Elena, no: que ya los he
visto cuatro veces, y cada una de ellas ha durado media hora.
|
DON
AMBROSIO.- ¿Y de qué modo hicisteis las
amistades?
|
ELENA.-
Creo que jugando.
|
CÁNDIDO.- Pero el juego no ha durado
siempre, que —316→
gran parte del tiempo la pasamos en conversación.
|
ELENA.-
¿Y sobre todo tú no
jugarías?
|
CÁNDIDO.- Sí, señora, que
jugué: ¿y por qué no, si tenía licencia
de papá?
|
DON
AMBROSIO.- Así es. Yo te permití el
juego por vía de descanso después de la tarea diaria,
que siempre deja un poco fatigada la cabeza; pero se entiende que
ha de ser un juego, en que el interés que se atraviese no
pueda causar incomodidad en el que pierda, ni excitar la codicia
del que gane en términos que el gusto de jugar degenere en
pasión. Por ejemplo, el que solemos jugar entre nosotros,
divertido, inocente, sin miras codiciosas, y en ratos que no
estén destinados a más útiles ocupaciones.
|
ELENA.-
A mí me parece, papá, que no hay
momento alguno, que no pueda emplearse con más utilidad que
jugando.
|
—317→
|
CÁNDIDO.- ¿Pero ha de estar uno
siempre, siempre sobre los libros? Eso es imposible.
|
DON
AMBROSIO.- No, Cándido; no dice mal tu hermana.
Es indudable que si todas las tertulias se compusieran de personas
capaces de sostener una conversación sobre cualquiera
materia instructiva, o sobre puntos amenos en que se ejercitase el
ingenio de los concurrentes, no sería preciso echar mano del
juego, como único recurso de los ratos de ociosidad. Mas
cuando no hay otro medio de no fastidiarse, que el de emplear
palabras ociosas, o hacer alusiones malignas acerca de nuestro
prójimo, bien sabéis que acostumbro proponer una
partida, y yo mismo tomo cartas con vosotros.
|
ELENA.- Sin duda Vds. cuando juegan, lo hacen
también por evitar murmuraciones. ¿No es verdad?
|
CÁNDIDO.- ¿Pero tú
qué autoridad tienes para hacerme preguntas y más
preguntas?
|
—318→
|
DON
AMBROSIO.- No te enfades por eso con ella, pues desea
informarse, por lo mismo que te quiere bien.
|
CÁNDIDO.- ¡Quién sabe si lo
hará por malquistarme con V. inspirándole recelos
sobre la honradez de los amigos que trato!
|
DON
AMBROSIO.- Extraño que pienses tan mal de tu
hermana.
|
ELENA.-
(Mirándole con
ternura.) ¡Es Posible, Cándido, que me
hagas tan poco favor!
|
CÁNDIDO.-
(Enternecido.) Perdona, Elena
mía: confieso que te he ofendido sin razón, pero dime
tú misma si no son tus sospechas injuriosas.
|
DON
AMBROSIO.- Tal vez tendrán algún
fundamento que ignoramos. Examinemos el asunto con serenidad aunque
sólo sea para que Elena reconozca su injusticia en caso de
ser infundadas sus sospechas. Entre nosotros que nos apreciamos
tanto recíprocamente no parecen bien las desconfianzas.
—319→
¿No es cierto, hijos míos?
|
|
(ELENA y
CÁNDIDO le toman de
la mano.)
|
ELENA.- Muy cierto, papá; pero a pesar de
serlo, nosotros nos incomodaríamos a cada paso, si la bondad
de V. no atajara nuestros injustos arrebatos.
|
CÁNDIDO.- ¿Cómo podremos
olvidar jamás el tono amistoso que V. emplea en sus
amonestaciones, pudiendo usar de la severidad de padre?
|
DON
AMBROSIO.- Quiero convenceros con la sola fuerza de la
razón, sin que me obliguéis a valerme de mi
autoridad. No temo que en ningún tiempo me faltéis
por esto al respeto y atenciones que me debéis, pero creo
que lo sentiría menos, que el que usaseis conmigo el
lenguaje del miedo y disimulo dejando de confiarme con total
franqueza vuestros sentimientos. Para mí no debéis
tener secretos: depositad en mi pecho todos vuestros cuidados, con
la seguridad de que sabré perdonar como amigo las faltas que
receléis confesar a un padre.
|
—320→
|
ELENA.- El mío es tan indulgente y
bondadoso, que no espero ocultarle cosa alguna en mi vida.
|
CÁNDIDO.- ¿Qué motivo
puede haber para disimular a V. nuestras faltas? Tal vez
merecerán algún castigo o reprensión
saludable; pero no por eso perderemos el cariño que V. nos
tiene.
|
DON
AMBROSIO.- Mucho me lisonjea el que tengáis
formado ese concepto de mí, y os aseguro que mientras dure
en vosotros esa confianza y cordialidad, jamás podré
verme en precisión de castigaros como padre, porque mi
previsión os preservará de todo riesgo, o bien os
proporcionará medios de salir de aquel en que hubieseis
caído. Pero es menester para lograrlo estar impuesto en los
antecedentes. Así diga Elena sin rebozo cuanto tenga que
advertir acerca de los amigos de su hermano.
|
ELENA.- Tengo entendido que aquellos
señoritos no tienen la mejor conducta, infiriéndolo
de que siempre están con los naipes en la mano.
|
—321→
|
CÁNDIDO.- ¿Pero de qué lo
sabes?
|
ELENA.-
Sea quien fuere el que me lo ha dicho, lo importante
es saber si el hecho es cierto o no.
|
DON
AMBROSIO.- Sepamos primero cuál es su juego
favorito.
|
CÁNDIDO.- ¡Oh! El que
frecuentemente jugamos es muy divertido y no fatiga la
atención: se llama treinta y una.
|
DON
AMBROSIO.- Si he de decir la verdad, no me gusta gran
cosa.
|
CÁNDIDO.- No sé por qué,
papá: es el juego más inocente y sencillo del mundo,
pues se reduce a que si uno tiene treinta y una o se aproxima a
este número más que cualquiera de los puntos, gana, y
si no, pierde.
|
DON
AMBROSIO.- ¿No sabes que es uno de los juegos
que se llaman de azar?
|
CÁNDIDO.- ¿Será porque es
efecto de la suerte el perder —322→
o el ganar; ¿pero no sucede lo mismo con los
demás juegos?
|
DON
AMBROSIO.- Sí; pero con la diferencia, de que
en este la casualidad decide por sí sola, en vez de que en
los juegos carteados se emplean combinaciones acertadas, por cuyo
medio se evitan o se enmiendan los efectos de la mala suerte,
ejercitándose el discurso de los jugadores. Para los
primeros bastan los dedos y los ojos: el entendimiento está
demás. Mira tú si puede ser digna de un hombre
sensato una diversión en que el ingenio no tiene la menor
parte.
|
ELENA.-
Ni comprendo yo cómo pueden divertir
semejantes juegos.
|
CÁNDIDO.- Mujer, no digas eso. Si
tú supieras lo que es estar uno esperando una carta,
recibirla a ciegas, y encontrarse de pronto con el número
que completa treinta y una...
|
DON
AMBROSIO.- Todo ese aliciente consiste en el ansia de
ganar; en una palabra, en la codicia.
|
—323→
|
CÁNDIDO.- Tampoco los demás juegos
se reducen a otra cosa que a ganar o a perder.
|
DON
AMBROSIO.- Es verdad; pero se señalan por lo
común ciertos límites, para que ni se entregue la
esperanza a deseos desmedidos, ni causen las pérdidas la
ruina de los jugadores. Fuera de que la habilidad tiene en cierto
modo encadenada la suerte, como ya te he dicho. Por otra parte no
es tan común en los juegos carteados el riesgo de ser
estafado por infames tahures como en los otros.
|
CÁNDIDO.- ¿Pero de qué
medios pueden valerse para ello? A mí me parece cosa
imposible.
|
ELENA.-
Yo lo que creo es que saben disponer las cartas del
modo que les conviene.
|
DON
AMBROSIO.- No hay duda: en eso está su secreto.
Ahora, si me preguntas cómo lo hacen, no sabré
decírtelo; porque ni he sido jugador, ni he tratado en mi
vida con gente de esa profesión. —324→
Pero el hecho es cierto, y en mis viajes he visto ejemplares
horrorosos.
|
CÁNDIDO.- Cuéntenos V. alguno,
papá.
|
DON
AMBROSIO.- Con mucho gusto. -Hallándome en los
baños de Spá8
conocí a un inglés muy joven, que no sólo
perdió en una noche el dinero con que había de
costear su viaje por Europa, sino todo su caudal que pasaba de cien
mil duros.
|
ELENA.- ¡Jesús, qué locura!
¿Y cómo se compuso después para
mantenerse?
|
CÁNDIDO.- Estaría el infeliz medio
desesperado.
|
DON
AMBROSIO.- No medio, sino tan completamente
despechado al verse perdido y sin la menor esperanza de recuperar
tan enorme pérdida, que parecía un loco.
¡Qué miradas tan terribles! ¡Qué rechinar
los dientes! ¡Qué arrancarse los —325→
cabellos! Después se quedó como pasmado sin
hablar palabra, y respirando con la misma fatiga que un moribundo.
Por último se levantó de pronto de la silla, y se
salió disparado de la casa del juego.
|
CÁNDIDO.- ¿Y dígame V.,
papá, entre los que le ganaron su caudal, no hubo uno
siquiera que de compasión le volviese el dinero? Yo por no
verle así, le hubiera dado el mío de buena gana.
|
DON
AMBROSIO.- ¿Volverle el dinero?
¡Qué disparate! Ninguno se movió de la silla,
antes bien siguieron jugando con la mayor indiferencia, mirando de
tiempo en tiempo de reojo a aquel infeliz con cierta sonrisa de
satisfacción, y aun, de menosprecio.
|
ELENA.- ¡Qué gente tan malvada!
Apuesto que desde entonces no hubo alma viviente que quisiese
volver a jugar con ellos.
|
DON
AMBROSIO.- ¡Ay, hija! ¡Cómo se
echa de ver que no conoces la ceguedad de los hombres! No uno,
—326→
sino ciento se atropellaron a ocupar su lugar. Pero
aún no os he dicho lo más horroroso de este suceso:
al día siguiente se supo que aquel infeliz, adornado de mil
habilidades y otras prendas muy recomendables, de hermosa presencia
y en la flor de su edad, se había tirado en un pozo.
|
ELENA.-
¡Qué desgracia!
|
CÁNDIDO.- Grande fue el desatino que hizo
en arruinarse jugando, ¿pero cuánto mayor es quitarse
la vida? Una vez que era tan joven, y con las circunstancias que V.
pinta ¿no pudiera muy bien haber adquirido medios decentes
de vivir?
|
DON
AMBROSIO.- Ahí verás cuán
fácil es que una sola flaqueza nos llegue a trastornar el
juicio hasta conducirnos a la más espantosa
desesperación. Sin duda no tuvo esfuerzo para soportar la
idea de verse abismado en la mayor miseria desde la cumbre de la
fortuna. Después se supo también que estaba
contratado por sus padres su casamiento con una señorita
rica y virtuosa de —327→
su país, con quien hubiera gozado una felicidad
envidiable.
|
ELENA.- ¡Qué lástima me da
esa pobre señorita por lo que padecería al saber tan
triste suceso! En parte no merece su novio que se le tenga
compasión por haberla olvidado.
|
DON
AMBROSIO.- Sin duda la vergüenza de presentarse
a ella pobre y miserable por su mala conducta, manifestando que en
su corazón había tenido mayor imperio la
pasión del juego que los sentimientos de estimación,
que debía tenerla, irritaron su orgullo hasta precipitarle
en una desesperación criminal, creyendo que con la muerte
tendrían término los tormentos de su conciencia.
|
CÁNDIDO.- ¡Ah, padre mío!
Yo le prometo a V. que no volveré a tomar en mi vida una
carta en la mano. Desde aquí voy a buscar a Andrés y
a decirle...
|
DON
AMBROSIO.- Aguarda, hijo; ten un poco de paciencia, y
no seas tan precipitado en tus resoluciones. No —328→
hay razón para renunciar de todo punto a una
diversión honesta porque sus excesos puedan ser peligrosos.
Ya te he dicho antes de ahora que un juego lícito y moderado
era una cosa agradable, inocente y hasta provechosa.
|
ELENA.-
El provecho que se sigue de jugar es el que yo no
veo.
|
DON
AMBROSIO.- La utilidad consiste en que aprendemos a
moderar nuestro mal humor, y a sobrellevar con fortaleza los
reveses de la fortuna.
|
ELENA.-
¿Lo oyes, Cándido? Eso quiere decir, a
no estar tan satisfecho y triunfante cuando ganes, y a no dejar
caer la cabeza y poner mal gesto cuando pierdas.
|
DON
AMBROSIO.- Lo que hay que hacer es reflexionar de
antemano si se halla uno en estado de soportar la pérdida a
que se expone, sin que aquel dinero le haga notable falta. De este
modo se conserva siempre en pérdidas y ganancias aquella
serenidad inalterable, aquella noble —329→
indiferencia que acreditan no ser nuestro corazón
esclavo del vil interés.
|
CÁNDIDO.- Yo, gracias a Dios, no soy
nada codicioso; pero a trueque de excusarme rabietas y desazones,
mejor sería no ver a Andrés ni a sus amigos.
|
DON
AMBROSIO.- Esa es otra debilidad que no te hace favor.
¿Quién quita que los veas y no juegues?
|
CÁNDIDO.- No, señor, no: me
precisarán a jugar quiera o no quiera. ¡Sí que
no los tengo bien conocidos!
|
DON
AMBROSIO.- Pues bien, juega y condesciende con ellos
sin reparo alguno: con eso los conocerás mejor, y
sabrás si debes apetecer su trato o huir de ellos para
siempre. Pero en vez de ir al cuarto de Andrés, sería
mejor que los convidases a venir acá. Diles que tu hermana
quiere jugar también.
|
ELENA.-
¿Quién, yo, papá? Ni por
pienso.
|
—330→
|
DON
AMBROSIO.- Sí, que yo te lo permito.
|
ELENA.- ¿Y si me ganan el dinero?
|
DON
AMBROSIO.- No te dé cuidado que yo te le
volveré. Puedes decirles también que esperas a un
amigo que tal vez jugará con ellos. ¿Entiendes
Cándido?
|
CÁNDIDO.- Pero si yo no aguardo a nadie,
¿quiere V. que vaya mintiendo?
|
DON
AMBROSIO.- ¡Qué! ¿No hay en casa
ningún amigo tuyo? Estaba en la inteligencia...
|
ELENA.-
¿Por qué te quedas parado? ¿No
comprendes que papá lo dice por sí mismo?
|
DON
AMBROSIO.- Claro está, y me parece que en
punto a nuestra amistad estábamos acordes ahora mismo, si no
me engaño.
|
CÁNDIDO.- ¡Bueno es eso!
¿conque entrando V. en la partida, cree V. que vengan ellos
a jugar conmigo? ¡Qué disparate!...
|
—331→
|
DON
AMBROSIO.- ¿Por qué no? Sin embargo no
les digas quién es el tal amigo: con eso vendré yo en
concluyendo el memorial, y veré lo que conviene hacer.
Entretanto pónganse Vds. a jugar, y no te niegues a nada de
cuanto te propongan. Pierdas o ganes, tienes desde ahora mi
aprobación para todo.
|
CÁNDIDO.- Pues siendo así voy al
momento a convidarlos.
|
DON
AMBROSIO.- Sobre todo no dejes de traer a Eugenio,
que quiero comprobar si merece los elogios que le dan sus maestros,
y tú has encarecido muchas veces.
|
ELENA.-
Y con mucha razón, papá. ¡Oh!
Eugenio es un buen muchacho. Cuando yo se lo digo a V....
|
CÁNDIDO.- ¿Y dónde quiere
V. que dispongamos la partida? ¿Le parece a V. bien que sea
en el jardín?
|
—332→
|
DON
AMBROSIO.- No hay inconveniente: el tiempo está
hermoso, y en el cenador se estará muy bien. Hasta
luego.
|
Escena XI
|
|
ELENA,
CÁNDIDO,
ANDRÉS,
EUGENIO, ESTEBAN, VÍCTOR y GENARO.
|
ANDRÉS.- (A ELENA.) Sentiremos
mucho incomodar a V., señorita, pero Cándido se ha
empeñado en que vengamos...
|
CÁNDIDO.- ¿Incomodarla? Nada de
eso: antes bien creo yo que nos hará compañía
con el mayor gusto.
|
ELENA.-
Ciertamente, si Vds. no tienen reparo en
admitirme.
|
VÍCTOR.- (Un poco
cortado.) Lo tendremos a mucho honor.
|
GENARO.- (Al oído a
ANDRÉS.)
¡Qué fastidio! Verás como por
cortesía tenemos que jugar al juego que se le antoje. No
sé por qué hemos venido acá.
|
CÁNDIDO.- ¿Y quién sabe si
además vendrá a acompañarnos otro amigo?
|
—336→
|
ESTEBAN.-
¿De veras? ¿Y quién es?
|
CÁNDIDO.- Ya le veréis, y a fe que
tiene bien prevenido el bolsillo.
|
ANDRÉS.-
(Aparte.) Eso es lo que queremos.
|
ELENA.- Si a Vds. les parece, podremos jugar
aquí mismo.
|
EUGENIO.-
¡Gran pensamiento! Así podré yo
pasearme a mi sabor.
|
ESTEBAN.-
¿Qué? ¿No juegas?
|
EUGENIO.-
No, amigo, porque ni sé jugar, ni tengo dinero
de sobra para perderle en pocos minutos.
|
GENARO.-
Si por fuerza hubiera uno de perder, tendría
V. razón.
|
EUGENIO.- (Mirándole de
hito en hito.) Creo que jugando con V.
perdería forzosamente, porque le tengo a V. por demasiado
diestro.
|
—337→
|
CÁNDIDO.- Si gano, yo te prometo
volverte el dinero.
|
ANDRÉS.- Yo también.
|
ESTEBAN y
VÍCTOR.- Nosotros lo mismo.
|
EUGENIO.- Lo estimo; pero no me hagan Vds. tan
poco favor. Eso de jugar para quedarse con las ganancias, y no
exponerse a las pérdidas, no es nada decoroso, a menos que
todos se convengan en devolver el dinero que ganen, y en tal caso
es inútil jugar.
|
ELENA.-
Dice V. muy bien, Eugenio.
|
EUGENIO.-
Por mí nadie se incomode. Vds. jugarán,
y yo seré mero espectador, o me pasearé por el
jardín.
|
ELENA.-
Mi papá siente no poder venir a saludar a
Vds.; pero me ha encargado que les reciba como corresponde.
(Manifestando alegría.) Voy a
pedir barajas a Justina.
|
—338→
|
GENARO.-
No se incomode V., señorita, que yo las
traigo.
|
CÁNDIDO.- ¿Cómo?
¿Las traes siempre contigo?
|
GENARO.-
Son mis libros de diversión.
|
ELENA.- ¿Pero siempre serán
menester tantos?
|
GENARO.-
Lo que es tantos no nos vendrían mal, aunque
con el dinero pudieran excusarse.
|
ANDRÉS.- (Al oído a
GENARO.)
¿No sabéis ya que no tengo sino unos
cuartos? (Alto.) No: mejor es jugar
con fichas para no perder el tiempo en las cuentas. Así,
háganos V. el favor, Elenita, de tomarse la molestia...
|
ELENA.-
Voy por la caja. Cándido, ven conmigo.
|
|
(Vase CÁNDIDO con ELENA: los demás entran en el
cenador, menos EUGENIO que
se va como paseando.)
|
Escena XIII
|
|
ELENA,
ANDRÉS,
ESTEBAN, VÍCTOR, GENARO.
|
ELENA.-
(Poniendo sobre la mesa una caja de
juego.) ¡Hola! Parece que Vds. no quieren
perder tiempo.
|
GENARO.- Estaba enseñando a Andresito un
juego que no sabía.
|
ANDRÉS.- V. será de los nuestros,
Elenita; ¿no es verdad?
|
ELENA.- Conforme: quizá no sabré
el juego a que Vds. van a jugar y entonces...
|
VÍCTOR.- Si es la treinta y una; el juego
más fácil del mundo.
|
ESTEBAN.-
Anque V. no lo haya visto en su vida, en dos palabras
quedará V. impuesta, y podrá alternar con nosotros
sin la menor desventaja.
|
—344→
|
ELENA.-
Saberle, ya lo sé; pero siempre es una
temeridad en mí ponerme a jugar con Vds. que son tan
diestros. Sin embargo por dar a Vds. gusto...
|
ANDRÉS.- Para nosotros lo será muy
grande.
|
VÍCTOR.- Seguramente: aun cuando V. nos
ganara cuanto tenemos.
|
ELENA.-
(Sonriéndose.) No me propongo
otra cosa.
|
ESTEBAN.- (Con aparente
sencillez.) Aunque así fuera, no
echaría V. coche con la ganancia. Jugamos muy corto
interés.
|
ANDRÉS.- Vaya: ¿qué
hacemos? Están Vds. perdiendo el tiempo en charlar
lastimosamente.
|
GENARO.- ¿Pues qué? ¿No
hemos de esperar a don Cándido? ¿Te parece regular
que recibiéndonos él en su casa le dejemos en blanco?
Justo es que también se divierta.
|
CÁNDIDO.- (De
lejos.) Ya estoy aquí. Vayánse Vds.
colocando en sus puestos.
|
—345→
|
ANDRÉS.-
(Saliéndole al encuentro.)
Vamos, hombre, que sólo por ti esperamos.
|
CÁNDIDO.-
(Saliendo.) Gracias, caballeros.
|
VÍCTOR.- Empecemos por repartir las
fichas. ¿Cuántas a cada uno?
|
ESTEBAN.- Diez de las largas, que valen igual
número de tantos cada una, y luego nueve redondas que
valdrán diez tantos cada una, y todas compondrán
ciento.
|
|
(VÍCTOR
hace la distribución.)
|
ANDRÉS.- ¿Y a cómo jugamos
el tanto?
|
GENARO.-
Eso lo dirá esta señorita.
|
ELENA.- A lo que Vds. acostumbran jugarle.
|
CÁNDIDO.- La última vez le
jugamos a medio real pero no se pueden poner más de cuatro
cada mano.
|
ELENA.-
Bien; a medio real jugaremos.
|
—346→
|
ANDRÉS.- (A VÍCTOR.)
¿Si acabarás hoy de contar?
|
VÍCTOR.- Ya estamos corrientes.
|
|
(Empieza el juego; GENARO da cartas y hace su punto,
luego siguen VÍCTOR
y ESTEBAN,
disponiéndole de modo que la primera mano gana CÁNDIDO y la segunda
ELENA.)
|
ELENA.- Vamos: si esto sigue así, pronto
me hago rica.
|
GENARO.-
Mientras no subamos el punto, no crea V. que nos
arruinará tan pronto.
|
VÍCTOR.- ¿Pues hay más que
ponerle a real?
|
CÁNDIDO.- Por mí no hay
inconveniente. Primero que Vds. me desocupen este, trabajo les
mando.
|
|
(Saca el bolsillo y hace sonar el dinero; ESTEBAN y VÍCTOR se miran uno a otro con
sonrisa; GENARO observa el
bolsillo de medio lado, y ANDRÉS lo contempla con
ansia.)
|
ELENA.-
No nos vengas con baladronadas, que el mío no
está menos repleto.
|
—347→
|
GENARO.- Pues siendo así, mejor es pagar
lo perdido hasta ahora y repartir los tantos de nuevo para evitar
confusión acerca de las fichas que importan medio real, y
las que valen uno. Ahí está la peseta que he perdido,
y vengan mis ocho fichas.
|
ESTEBAN.- Este es mi dinero y vengan acá
las mías.
|
CÁNDIDO.- Tómalas.
|
ELENA.-
Aquí están las de V., Genaro. Otras dos
pesetas ha perdido V. Andresito.
|
VÍCTOR.- (A CÁNDIDO.) Las
amarillas son mías. Tenga V. su importe. Otro tanto digo a
V., señorita, (A ELENA.) ahí
está mi dinero.
|
ELENA.- Pues yo pensé que las de V. eran
las verdes.
|
VÍCTOR.- Esas son de Andresito.
|
ELENA.- Aquí las tiene V.
|
—348→
|
ANDRÉS.- Importan cuatro reales:
aquí hay uno y medio: debo a V. dos y medio; al fin
cambiaré un duro y arreglaremos la cuenta.
|
ELENA.-
¡Bien está! Me lo deberá V., y no
andaremos con picos.
|
CÁNDIDO.- El resultado es que mi hermana
ha ganado ocho reales, y yo otros tantos.
|
ESTEBAN.-
Yo siempre pierdo: eso es cosa sabida.
|
ANDRÉS.- ¡Conque de aquí
adelante a real cada ficha! ¿No es esto?
|
CÁNDIDO.- En eso hemos quedado.
|
GENARO.-
¡Ea! Pues vuelvo a empezar a dar cartas.
Tú alzas.
|
|
(Alza CÁNDIDO, que estará a su
izquierda.)
|
|
|
DON AMBROSIO y los
dichos, y detrás EUGENIO que vuelve de su paseo. Al ver
a DON AMBROSIO, se
levantan todos, y ANDRÉS, GENARO, VÍCTOR y ESTEBAN se miran atónitos unos
a otros.
|
DON
AMBROSIO.- ¡Quieto todo el mundo, caballeros! No
hay que incomodarse.
|
CÁNDIDO.- Sentémonos, si Vds.
gustan, que papá no viene a interrumpir nuestra
diversión. ¿No había dicho yo que esperaba
otro amigo? Apuesto a que a poco que se lo roguemos, se pone a
jugar con nosotros: ¿no es verdad papá?
|
ELENA.- No fuera malo que le limpiáramos
a V. el bolsillo, que algo más tendrá que los
nuestros. Estos señores lo estimarían mucho.
|
DON
AMBROSIO.- Por mí no hay inconveniente: ya
sabéis que a cosas regulares nunca me niego. Pero
—350→
antes sentémonos todos.
(Los jugadores se manifiestan muy turbados, y hacen
ademán de marcharse; pero DON AMBROSIO los
detiene.)
¿Qué
es esto? ¿Tienen Vds. miedo de jugar conmigo? Pues a fe que
no soy por cierto ningún tahúr.
(Siéntanse todos.)
V. iba a dar
cartas (A GENARO.) si no me
engaño. Siga V. en hora buena; pero antes veamos si la
baraja está cabal.
(GENARO intenta
dejar caer las cartas; mas DON
AMBROSIO las toma y examina.)
¡Cosa rara!
Las figuras están todas juntas. ¡Y qué baraja
tan turronera! ¿Por qué has traído unos naipes
tan sucios, Elena? Venga acá la caja y sacaremos otros
mejores.
|
ELENA.- Yo no he tenido la culpa, papá.
Esta baraja la ha traído el señor, (A
GENARO.) y
cuando yo llegué con las nuestras, ya estaban jugando.
|
DON
AMBROSIO.- ¡Hola, Eugenio! Me alegro de ver a V.
¿pero, qué es eso? ¿V. no juega?
|
EUGENIO.- No, señor; me contentaré
con ser mirón: ya sabe V. que mis medios son escasos.
|
—351→
|
DON
AMBROSIO.- Esa conducta es muy laudable. ¡Vaya!
Tenga V. una baraja nueva. (A GENARO que la toma
temblando.) ¿A qué se jugaba?
|
CÁNDIDO.- A la treinta y una, a real la
ficha.
|
ELENA.- Tenga V. entendido que no pueden pararse
de una vez más de cuatro. Aquí tiene V. su dote de
cien fichas como los nuestros.
|
DON
AMBROSIO.- Está bien; pero cien fichas
componen cien reales, y es menester cerciorarnos de que todo el
mundo tiene con qué pagar si las pierde. ¡Ea,
señores! Veamos sus bolsillos. Empecemos por V. Andresito,
una vez que está a mi derecha. (ANDRÉS se queda
cortado.) ¿Qué tiene V.? ¿se ha
puesto malo?
|
ANDRÉS.-
(Temblando.) Sí, se-ñor.
Per-mí-ta-me V. que...
|
|
(ESTEBAN y
VÍCTOR se ponen muy
colorados, y GENARO baja
la vista mordiéndose los labios.)
|
DON
AMBROSIO.- ¿No me dirán Vds. qué
significa esta consternación general? El uno se pone
pálido, y —352→
no acierta a hablar palabra; los otros están
encendidos, y el señor turbado. ¿Qué viene a
ser esto?
|
CÁNDIDO.- Yo no sé qué les
ha dado a todos tan de repente.
|
DON
AMBROSIO.- Yo te lo explicará muy pronto. Esos
son efectos de una conciencia dañada. ¡Gracias que no
está aún tan empedernida, que sepa ocultarse con la
máscara de la serenidad, o de la inocencia!
|
CÁNDIDO.- Por Dios, papá, no diga
V. eso, que es una equivocación. Cabalmente mi hermana y yo
somos los únicos que hemos ganado.
|
GENARO.-
(Recobrándose algún
tanto.) Así es la verdad; y todos, a
excepción del señor (Por ANDRÉS.) hemos
pagado puntalmente.
|
ANDRÉS.- Porque Vds. a fuerza de trampas
me habían ganado cuanto tenía.
|
DON
AMBROSIO.- Ya contaba yo conque ellos mismos se
—353→
descubrirían mutuamente, porque no hay gente
más cobarde que los pícaros. ¿Qué te
parece, Cándido? ¡Con buena gabilla de ladrones te
ibas a meter!
|
CÁNDIDO.- Confieso, papá, que no
acabo de persuadirme...
|
DON
AMBROSIO.- ¿Cómo no? Hable V.
Andrés, y diga la verdad; V. que no está aún
tan curtido en tales infamias. ¿No es cierto que esta era
una tramoya armada de antemano para pelar a mis hijos?
|
ANDRÉS.- Sí, señor, verdad
es; pero si yo he consentido en ella, ha sido con la mayor
repugnancia, y sólo por recobrar parte de lo perdido.
¡Ay, si V. supiera lo que este extranjero me ha ganado!
|
DON
AMBROSIO.- Eso y más merece el que se deja
arrastrar de semejante vicio. (A GENARO.) No se mueva V.
de ahí, caballerito. Y Vds. bribonzuelos, quítense de
mi presencia. (A VÍCTOR y a ESTEBAN.) Tal vez
estamos a tiempo —354→
todavía de conseguir vuestra enmienda por medio de
medidas eficaces, y a mi cargo queda informar hoy mismo a sus
padres de Vds. a fin de que las tomen sin demora.
|
VÍCTOR y ESTEBAN.-
(Echándose a sus pies.)
¡Por Dios, señor don Ambrosio! Perdónenos V.
por esta vez. Ahora mismo saldremos de su casa de V. y no
volveremos a poner los pies en ella.
|
DON
AMBROSIO.- Eso de mi cuenta corre; pero no basta
libertar a mis hijos del contagio de vuestra
compañía; es preciso prevenir a todos los padres para
que os alejen de los suyos. ¡Qué perversidad en tan
pocos años! ¡No sólo encenagados ya en el vicio
del juego, sino tramposos y estafadores! Sin embargo por
consideración a vuestra corta edad me contentaré con
dar parte de estos desórdenes a vuestros padres; pero si
llega a mi noticia que continuáis en ellos, sabrá
vuestra infamia la justicia y todo el mundo. ¡Ea! Salgan Vds.
cuanto antes de mi casa, que el verlos me horroriza.
|
|
(VÍCTOR y
ESTEBAN se van
consternados.)
|
Escena XV
|
|
DON AMBROSIO,
ELENA, CÁNDIDO, ANDRÉS, EUGENIO, GENARO.
|
DON
AMBROSIO.- Diga V., amiguito, ¿cuánto
ha ganado V.a este muchacho imprudente?
|
GENARO.- Únicamente le gané el
reloj, un alfiler de la camisa y unos botones de oro.
|
DON
AMBROSIO.- ¿Es eso cierto? (A
ANDRÉS.)
|
ANDRÉS.- Sí, señor.
|
DON
AMBROSIO.- (A GENARO.) Sé muy
bien por qué medios se han ganado esas alhajas: sin embargo,
Andrés las ha perdido, y basta. Véase cuánto
pueden valer, y devuélvalas V. inmediatamente.
|
ANDRÉS.- ¡Ah, señor!
¿Cómo podrá ser eso, si lejos de tener fondos
con que recobrarlas, le estoy debiendo además un
doblón?
|
—356→
|
CÁNDIDO.- ¿Si hubiera bastante con
todo lo que tengo en el bolsillo? Vea V. papá: hay
más de cinco doblones, tómelos V. y saquemos a mi
amigo de su apuro.
|
DON
AMBROSIO.- (Conmovido.)
Sí, sí, hijo mío: dices muy bien.
|
ANDRÉS.- ¿Cómo?
¡Cándido!... ¡Válgame Dios!
|
CÁNDIDO.- No me digas nada: somos
vecinos, y sobrado lugar nos queda para tratar de arreglar este
negocio. Poco a poco irás juntando tus ahorros y con el
tiempo... pero dejemos esto, y vamos a lo que importa.
|
|
(GENARO devuelve
sus cosas a ANDRÉS.)
|
DON
AMBROSIO.- ¿Falta algo?
|
ANDRÉS.- No, señor. Ya no tengo
que temer la indignación de mi padre. Seguro está que
vuelva a exponerme a igual peligro. Una y no más.
|
DON
AMBROSIO.- (A GENARO.) El importe es
de V. señorito, y aquí está puntual; pero voy
a ponerle en manos del —357→
corregidor para gastos del viaje, pues será forzoso
que salga V. de este país sin tardanza. Si V. ha venido
aquí a introducir vicios, es muy justo que le echen a cajas
destempladas. Por el pronto sálgase V. allá fuera,
que no quiero tenerle delante.
|
|
(GENARO sale
llorando de rabia.)
|
ANDRÉS.- (Echándose
a los pies de DON
AMBROSIO.) ¡Oh, señor don
Ambrosio! ¡De qué abismo de males me saca la bondad de
V.! ¡Sin ella, qué fuera de mí! Arrojado de la
casa paterna, quizá hubiera seguido en los
desórdenes, y cargado con la ignominia pública, que
es el fruto que producen. Por lo mismo me confieso deudor de V.,
hasta de la vida y de la honra. (Se levanta y abraza
a CÁNDIDO.) Y
tú generoso amigo, tú a quien iba yo...
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CÁNDIDO.- Ya por mí todo
está olvidado: haz tú lo mismo, y fuera
pesadumbres.
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EUGENIO.- Me consta cuánto padeció
Andrés antes de dejarse seducir por Genaro y sus
compañeros. En esta parte es menester que se le haga
justicia.
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DON
AMBROSIO.- (A ANDRÉS.) V.
puede continuar visitando a mi hijo cuando guste, sí, como
creo, está verdaderamente arrepentido, y trata de merecer su
amistad. De lo contrario sería V. un completo malvado, y no
le hago tal injuria.
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ANDRÉS.- Siempre seré su mejor y
más tierno amigo.
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ELENA.- ¡Jesús, papá!
¡Qué terrible es V. con los malos! No lo hubiera
creído.
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DON
AMBROSIO.- Pero no soy menos amigo y protector de los
buenos. V. merece mi afecto por su juicio y rectitud, don Eugenio,
y creo que mi hijo ganará mucho a su lado. No le
hablaré a V. de recompensas, porque estoy seguro de que la
mayor que puedo ofrecerle es la seguridad de mi estimación.
Sin embargo V. no está sobrado, y sé muy bien lo que
me toca hacer en beneficio suyo. Su colocación de V. quede a
mi cargo.
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EUGENIO.-
(Besándole la
mano.) ¡Ah, señor don Ambrosio!
¡Qué mayor recompensa que el aprecio de V.!
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DON
AMBROSIO.- Ya veis, hijos míos, las
consecuencias de la pasión execrable del juego. Ya las veis;
nada más tengo que deciros.
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CÁNDIDO.- La memoria y el horror de este
lance no se me borrarán en la vida: yo se lo prometo a
V.
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DON
AMBROSIO.- También echarás de ver
cuánta prudencia y tino son menester para contraer
amistades.
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CÁNDIDO.- Bien lo conozco, papá.
¡Dichoso yo que tengo un padre tan bueno, a quien consultar,
y una guía tan segura para evitar los extravíos de mi
inexperiencia!
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