
Teatro para niños
Juan Cervera
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La decisión de montar en el Teatro Español, de Madrid1, en la temporada 1972-73, un espectáculo desmitificado, obligó a preparar diversos textos breves que, oportunamente enlazados, iban a ostentar el título colectivo de La noche de los cuentos fantásticos. En realidad, el título ofrecía más contrapunto que coincidencias con los textos escogidos y, sobre todo, con el tratamiento a que iban a someterse.
En efecto, se pretendía que el distanciamiento situara al espectador infantil no solamente en actitud crítica, sino también en disposición de introducirse en los secretos del arte dramático, no tanto con el fin de enseñarle teatro cuanto de mostrarle cómo es el teatro por dentro. Por consiguiente, no interesaba presentarle al niño los efectos como trucos indescifrables, sino desentrañárselos como recursos al alcance -8- de su inteligencia y demostrarle así que el verismo del arte teatral no encierra misterio alguno, sino simple habilidad.
Puestos en esta línea, hay que admitir que con frecuencia nos encontramos con que los espectáculos pensados para niños ofrecen rasgos de violencia, de crueldad, de injusticia y otras manifestaciones de maldad. Ni siquiera con el correctivo fácil de la moraleja, o con el triunfo del bien sobre el mal, se le puede evitar al niño el dolor, la tensión desagradable o la llamada a lo morboso. En todo caso estas enmiendas a posteriori acudirán a borrar efectos que no se han prevenido. De esto se trataba precisamente. Y para ello, evitarle al niño su identificación total con el espectáculo parecía fundamental. En este aspecto el teatro está más al alcance del educador que el cine o la televisión, más sometidos a las exigencias del espectáculo. La experiencia era tanto más tentadora cuanto que ofrecía oportunidad, a través del teatro, de influir en la visión global del niño respecto a todo tipo de espectáculo. Obsérvese de paso cómo hasta el adulto tiende a atribuir al actor y presentador de televisión, de ordinario mero instrumento transmisor, las ideas del guionista, que pasa desapercibido. Es un fenómeno curioso de identificación producido a niveles inexplicables.
Pero como esta prevención debía darse en el propio ambiente y con los propios recursos, pareció justo echar mano de los procedimientos desmitificadores de que dispone el teatro.
-9-Para esta experiencia se barajaron varios textos, algunos de los cuales se montaron en Festivales de España el verano anterior. Al final quedaron como definitivas nuestras versiones de La tina de la colada, Maese Mimín y Maese Patelín, contenidas en el número 1 de la Colección Bambalinas bajo el nombre genérico de Tres farsas francesas. Otros textos ensayados con esta finalidad fueron rechazados porque, al tratarse de piezas de más reciente composición, no se prestaban tanto a la experiencia. Se aceptaban estos porque presentan los inconvenientes de los textos clásicos o medievales adaptados para niños: presencia de la violencia, manifestaciones amorosas, vocabulario difícil, moral burguesa -con predominio de la astucia sobre la verdad-, palabras o situaciones que rozan la grosería en ocasiones. Evidentemente la sola coincidencia de contravalores no hubiera justificado la elección de este soporte literario. Por fortuna, estos textos, sobradamente conocidos, suman valores suficientes para su frecuente utilización.
Encierra una situación de violencia y de venganza clarísimas. Juanita y su madre se imponen por la fuerza a Jacobo, esposo de aquella, y le obligan a firmar un pergamino que es el repertorio de todos -10- sus deberes. Jacobo recupera su libertad dejándolas sumidas y a punto de ahogarse en la tina de la colada. Y no las libera hasta que acceden a renunciar a las exigencias respaldadas por el pergamino que firmó a pesar suyo.
Un tratamiento que destaque la dosis de humor que tiene la historieta basta para distanciar su contenido de la realidad. No obstante, para conseguir desmitificar las situaciones que puedan oler a crueldad, se deja ver claramente que la tina no contiene agua, pues los cubos con que se la vierten están vacíos. Ni siquiera la tina es tal, porque al principio se la muestra como sencillo artefacto escenográfico abierto por atrás. Y el rumor del chapoteo de la hija y la madre que se ahogan se logra manipulando un micrófono dentro de un cubo de agua a la vista del público, de forma paralela a la acción, aunque con sincronización no siempre perfecta.
La pedantería de Mimín, que ha olvidado la lengua materna y sólo sabe hablar la latina, crea de por sí una situación ridícula a la hora de contraer matrimonio con su prometida, sencilla lugareña, en esta piececita de raíz eminentemente literaria.
La utilería -muñeca y jaula ridículas-; el vestuario de Magister Aliborón, que encarna la avaricia y la pedantería; la forma de tomar el vino, causa de la reacción de Mimín; la irrupción en las tablas -11- del público, que quiere participar en el convite de la boda frustrada; la misma declamación absurda del latín, son elementos distanciantes que permiten destacar más las aristas de personajes, en los que sobresale la caricatura por encima de todo.
Contiene de por sí elementos desmitificadores, pues las situaciones de engaño que se producen para el Pañero están tramadas por Patelín, Guillermina y Corderillo a la vista del público y con su complicidad, motivo principal de hilaridad ante las reacciones del personaje engañado. Estas situaciones no son reales, sino ostensiblemente fingidas y anticonvencionales. Aunque la burla posterior de Corderillo a Patelín quede ya más velada para el público en su planeamiento, no lo está tanto que no deje entrever las intenciones del astuto pastor.
Se introduce un diálogo inicial con la explicación de términos difíciles que luego se oirán subrayar en la declamación, y esta se interrumpe también con aclaraciones sobre el mismo texto hechas por los propios actores e intencionadamente olvidadas. Incluso se reclama la presencia del apuntador, que, libro en mano, ayuda a reanudar el hilo roto de la representación.
Cualquier posibilidad de alienación del público infantil en aras del espectáculo fácilmente queda alejada.
-12-A todo lo anterior, añádase que los actores aparecen entre el auditorio con traje de calle, que se disfrazan ante el público, que se mezclan los personajes dramáticos con los de la vida real, que ejecutan los trucos y cambios a la vista del público y que, en la presentación, descubren los actores su personalidad al dar sus nombres y apellidos y explicar algunas de sus actividades en el teatro, cine o televisión, e incluso reclaman la presencia y ayuda del regidor para producir algunos efectos. Y desempeñan estos actores, como es corriente en algunas representaciones, papeles de objetos, como puertas, mesas, tienda y demás, con las actitudes y carteles alusivos.
El espectador infantil, que con frecuencia es la primera vez que presencia una representación teatral «en directo», no entra en un mundo de realidades, sino de ficciones y de juego, gracias a que el tratamiento naturalista, tantas veces inútilmente perseguido, se sustituye por la desmitificación, sin alterar el contenido de textos que conservan sus cualidades y defectos primigenios.
Dejar constancia de esta experiencia realizada en el Teatro Español, de Madrid, no es simple afán de cronista, sino sugerencia oportuna para nuevas experiencias y aplicaciones con los textos que contiene el presente número de la Colección Bambalinas.
-13-Por ello no parece ocioso recordar que en estos textos fácilmente se encontrarán apoyos que secunden el intento desmitificador: la fuerte aportación del mimo, las escenas simultáneas, la incitación a la participación, la caricatura farsesca, los abusos en el lenguaje y otros aspectos que el sagaz director sabrá descubrir proporcionarán elementos suficientes para darle esta nueva dimensión al espectáculo, sin que esto suponga tener que renunciar a otros tratamientos posibles.
Juan Cervera
-[14]- -15-
El título Teatro para niños que apadrina a estas cuatro piezas está utilizado con toda intención para catalogarlas desde el principio. Como es bien sabido, el teatro para niños exige actores, profesionales o aficionados, de mayores posibilidades expresivas que el niño espectador. Es el teatro espectáculo. Mientras que el teatro de niños, o teatro expresión, queriendo explotar al máximo la creatividad del niño, a él recurre como fuente principal del texto y como intérprete del mismo.
Esta aclaración parece fundamental para el adecuado uso de estos textos y su posterior enjuiciamiento.
Repetidos contactos tenidos con las farsas francesas medievales han sido más que aliciente tentación irresistible para aprovechar algunos de sus esquemas y darles nueva vida, incluso con variaciones tan fundamentales que pueden dejar los viejos temas irreconocibles. En efecto, la farsa francesa, anónima, -16- popular, siempre con su halo de ingenuidad, se pone aquí al servicio de quehaceres educativos que exigen las técnicas actuales de distanciamiento, participación o desmitificación.
El peligro que acecha a un experimento de este tipo es que la elaboración, meticulosamente planeada y rigurosamente, ejecutada, dé como resultado un producto híbrido de pretensiones y de fracaso que huela más a laboratorio que a sencilla y espontánea creación artística, características, estas últimas, imprescindibles para toda muestra de teatro infantil que además pretenda ser popular.
La imaginación necesitaba para este menester elementos de pronto manejo y de fácil incrustación. Y, caso de dar con ellos, la fusión tenía que ser completa para evitar la sensación de «collage» inmaduro e inoportuno. En «Los tordos», la contaminación se ha logrado de tal forma que de la «Farsa del calderero» y de un cuentecillo popular valenciano -«Yo tres y tú dos»-, se ha conseguido una pieza nueva. «La bolsa» parte de un esquema emparentado a su vez con el «Patelín», la reina de las farsas francesas, pero introduce situaciones, personajes y motivaciones, unas veces genéricos de la farsa francesa, otras de recuerdos populares más extendidos. «Los pasteleros», con evidentes reminiscencias de «El pastel y la tarta» llega a plantear situaciones que no están del todo agotadas, sino que dejan amplio campo a la fabulación del espectador que en todas partes descubre sugerencias proyectadas -17- hacia otros terrenos. Y la distorsionada y convulsiva «Coser y cantar», aparte sumar atisbos de crítica con propensión al ridículo; recuerda, aunque de forma atenuada, al ingenioso criado del dueño avaro, figura intrigante de la incipiente farándula, que luego será pieza clave de nuestra literatura picaresca.
Párrafo aparte exigirían las canciones populares españolas engastadas en la acción. Cuando así lo ha pedido esta, sus versos se han plegado ante nuevas ideas para conseguir la auténtica contaminación. Cuando ha parecido que la misma letra podía incorporarse, se ha aceptado con la convicción, intuida y pretendida, de provocar la fácil participación del público infantil. Esta participación activa, tumultuosa a veces, preconizada en el libro, tal vez sea uno de los mayores aciertos sobre todo porque propicia la ocasión de juego y acentúa el carácter lúdico del teatro infantil. En la misma línea, el distanciamiento previsto para algunas escenas violentas o ineducativas -palos, borrachera, engaños- pide para la puesta en escena el tratamiento caricaturesco tan propio de la farsa que, al darle aire nuevo, neutraliza situaciones tenidas tradicionalmente como nocivas.
La simultaneidad empleada casi con timidez en alguna ocasión, y la brusca yuxtaposición de cuadros pretenden verificar la «capacidad lectora» del joven espectador por otra parte habituado ya; gracias al lenguaje del cine, de la televisión y del tebeo, -18- a la acción en paralelo y a las fuertes transiciones elípticas.
Todo ello dentro de un ambiente fantástico-realista, que no desmiente ninguno de los dos componentes del binomio, sino que coordina la acción para un ritmo constantemente mantenido y continuamente espoleado. Precisamente aquí cabe destacar la función desmitificadora del espectáculo que hemos querido presente en todas y en cada una de las farsas y que se anuncia ya desde la presentación.
Pero la búsqueda de una desmitificación que no desilusione obliga a la pirueta del prestidigitador que cuando explica uno de sus trucos acaba empleando otro que queda sin aclarar como punzante interrogante en la mente del espectador que lejos de abocar en el relativismo y escepticismo propensos a engendrar situaciones como esta, se siente impelido a mayor búsqueda y a nueva indagación, convencido -y esto es lo más estimulante del caso- de que se alcanzará a desentrañar también el nuevo misterio.
La acumulación de términos difíciles en una de las farsas puede suscitar escepticismo y tal vez protestas en algunas mentes dispuestas a facilitarle al niño hasta la comprensión de lo incomprensible. Se puede olvidar a veces que la creación de un determinado clima en teatro es más importante que la lógica. Y el recuerdo de aquel «Maese Mimín», que desde las pantallas de televisión hizo reír con sus impertinentes latines a miles de niños carentes, naturalmente, -19- de las más elementales nociones de la lengua de Cicerón, ha tenido no poca culpa de esas interminables sartas de especialidades pasteras capaces de empalagar oídos y paladares.
J. C.
-[20]- -21-
-27-
PERSONAJES |
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FROILÁN, marido. | |
MATURINA, su mujer. | |
CALDERERO |
-[38]- -39-
PERSONAJES |
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REINALDO, mago. | |
SECUNDINA, ingenua. | |
ZAPATERO, marido. | |
MARIANO, criado tonto. |
Cuadro
I
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Derecha, interior de una posada. Izquierda, taller de zapatería. |
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REINALDO.- (Haciendo juegos de manos.) Pinto, pinto, gorgorito, de aquí sale un pajarito. (Se lo saca de la manga.) |
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SECUNDINA.- ¡Oh! ¡Qué gracioso! Si parece que va a hablar. |
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REINALDO.- (Repite el juego.) Pinto, pinto, gorgorito, ya se marcha el pajarito. (Lo escamotea.) |
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SECUNDINA.- ¡Ay! ¡Qué pena! Se ha ido. ¡Que vuelva, que vuelva, Maese Reinaldo! |
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-[40]- | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
-41- | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
REINALDO.- Basta ya de pajaritos. Esto era para probar el poder de mi arte de magia. Soy capaz de convencer a las personas más testarudas. |
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SECUNDINA.- ¡Ah! |
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REINALDO.- ¿Que tu marido no te quiere comprar el vestido que necesitas? Mi arte (Gesto misterioso.) le convencerá. |
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SECUNDINA.- Pero, ¿cómo? |
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REINALDO.- Con mi maravilloso poder. (Gestos misteriosos.) Como el pajarito. |
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SECUNDINA.- Pero, Maese Reinaldo, ¿no hará mi marido como siempre que le pido algo, que se pone a cantar y no contesta? |
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REINALDO.- Veamos, ¿cómo pides las cosas a tu marido? ¿Cómo responde él? Y sobre todo, ¿dónde guarda el dinero? |
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MARIANO.- (Aparece.) Señora, ¿quiere que...? |
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SECUNDINA.- Tú a trabajar. |
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REINALDO.- ¿Quién es? |
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SECUNDINA.- No le haga caso. Un criado tonto. No entiende nada. |
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REINALDO.- Decía.... |
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SECUNDINA.- ¡Ah, sí! Mi señor Reinaldo, yo se lo explicaré todo. Mi marido trabaja ahí mismo. Y mientras él remienda botas y cose cueros, yo preparo la comida para los huéspedes. Y nunca me da una moneda. El compra todas las cosas, y el dinero (Sigilosamente.) lo lleva escondido en la faltriquera, en una bolsa. |
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REINALDO.- (Radiante.) ¿Una bolsa? |
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SECUNDINA.- Sí. |
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REINALDO.- ¿En la faltriquera? |
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SECUNDINA.- Sí, sí. Y cuando yo necesito algo voy a él y.... (Cambio. Habla ahora con el ZAPATERO.) ¡Buenos días! ¿Cómo va el trabajo? |
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ZAPATERO.- (Sigue golpeando sin parar.) Bien, bien. Hay muchas cosas que hacer. ¿Qué pasa? |
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SECUNDINA.- Nada. Preguntarte qué pongo para comer. |
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ZAPATERO.- Ya sabes. Lo de cada día. Con tal que no haya nada que comprar. |
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SECUNDINA.- ¿De comida? Nada. Pero hay un huésped que parece hombre principal.... |
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ZAPATERO.- Nada, nada. Como cada día. Lo que importa es que los huéspedes paguen bien, porque esta (Señala la bolsa.) cada día está más vacía. |
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SECUNDINA.- Desde luego, marido. Pero no vienen más clientes porque como me ven tan pobretona se forman mala opinión de nuestra posada. (Insinuante.) ¿Cuándo me compras el vestido nuevo que me prometiste? |
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SECUNDINA.- (Sigue intentando.) Pero no ves que con este vestido.... |
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ZAPATERO.- (Cantando.) ¡Triquitrí, triquitriquitrí, triquitriquitrá! |
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SECUNDINA.- Si no puedo ni salir a la calle.... |
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ZAPATERO.- (Cantando.) ¡Triquitrí, triquitriquitrí, triquitriquitrá! |
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(Cambio. SECUNDINA se vuelve a REINALDO.) |
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SECUNDINA.- (A REINALDO.) Y así todas las veces. |
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REINALDO.- ¡Bah! No hay que desesperarse. Echaré mano de mi arte y de mi astucia. (Piensa.) Vamos a ver, ¿tienes jabón blanco? |
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MARIANO.- (Apareciendo.) El jamón es rojo, señor. |
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SECUNDINA.- Jabón, tonto, no jamón. (A REINALDO.) Sí, hay jabón. |
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REINALDO.- Muy bien. Un corte de queso para mí y otro de jabón para tu marido. |
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SECUNDINA.- ¿Eh? |
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REINALDO.- ¿Tienes vino añejo en abundancia? |
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SECUNDINA.- Sí, señor. |
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REINALDO.- Pues una jarra de vino ordinario para mí, con dos dedos sólo. Y otra de vino añejo, llena, para tu marido. |
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SECUNDINA.- Bien. Pero no entiendo lo del jabón. |
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REINALDO.- Astucia y arte, arte y astucia. |
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SECUNDINA.- (Embobada.) ¡Ah! |
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REINALDO.- ¿Y cómo se llamaba el padre de tu marido? |
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-44- | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
SECUNDINA.- Lorenzo, y era zapatero también. |
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REINALDO.- (Como hipnotizándola.) ¿Y su madre? |
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(A cada respuesta irá subiendo el tono de la conversación. Rápido.) |
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SECUNDINA.- ¿Mi suegra? Lupercia. |
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REINALDO.- ¿Y era? |
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SECUNDINA.- Lavandera. |
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REINALDO.- ¿Y su tío? |
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SECUNDINA.- Leopardo. |
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REINALDO.- ¿Y su tía? |
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SECUNDINA.- Guillermina. |
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REINALDO.- ¿Y su abuela? |
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SECUNDINA.- Leocadia. |
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REINALDO.- ¿Y su abuelo? |
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SECUNDINA.- Mariano. |
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MARIANO.- (Apareciendo.) Diga, mi ama. |
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SECUNDINA.- (A punto de estallar.) ¡Qué pesado! ¡Estoy hablando con este señor! (MARIANO se retira con gesto de desencanto. A REINALDO.) Pero, ¿a qué viene todo esto? ¿No estará preparando una burla? |
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REINALDO.- Nada de burlas. Arte y astucia. Antes de continuar hagamos un trato. La bolsa pasará a tu poder. |
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SECUNDINA.- ¿Sí? ¡Qué ilusión! El vestido, el vestido. (Se pone a bailar.) |
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REINALDO.- Pero yo tendré que quedarme con la mitad del dinero. |
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SECUNDINA.- ¿Eh? (Con desencanto.) ¡Ah! |
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REINALDO.- ¿Hay trato o no hay trato? |
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-45- | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
SECUNDINA.- Hombre, ¿no le parecerá poco, verdad? |
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REINALDO.- Entonces no habrá vestido. |
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SECUNDINA.- ¡Ah, sí! El vestido, el vestido. Trato hecho. |
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REINALDO.- Trato hecho. |
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(Oscuro.) |
Cuadro
II
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Aparece la mesa vacía. Salen hablando y se sienta a la mesa, REINALDO y el ZAPATERO. |
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ZAPATERO.- ¿Y eso de ser mago quiere decir que se puede embrujar a cualquiera? |
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REINALDO.- (Creciéndose.) Nada de embrujar. La magia es un arte extraordinario. Y con ella hace uno lo que quiere. |
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SECUNDINA.- (Con una sopera, dispuesta a servir.) ¡A la salud de todos! ¡Que coman en la paz del Señor! |
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ZAPATERO.- Gracias. |
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REINALDO.- Amén. |
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SECUNDINA.- (A MARIANO, que viene oliendo el plato del queso.) Espabila, gandul. ¿Qué haces? |
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MARIANO.- (A ella, por el plato.) Huele a jabón. |
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SECUNDINA.- (Le toma los platos.) Andando por más cosas. (Se retiran los dos.) |
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REINALDO.- Yo quisiera lavarme las manos antes de comer. |
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-46- | ||||
ZAPATERO.- Mariano, trae el aguamanil, toalla y jabón. |
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MARIANO.- (Apareciendo con el aguamanil y la toalla.) Señor (Le echa agua.) , no hay jabón. |
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REINALDO.- (Tomando el queso del plato del ZAPATERO.) No hace falta. (Hace los gestos misteriosos sobre él.) |
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ZAPATERO.- ¿Qué hace? |
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REINALDO.- (Sin escuchar.) ¡Abracadabra, abracadabra! Que el queso jabón se haga. (Se frota las manos y echa espuma.) |
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ZAPATERO.- ¡Oh! ¡Qué maravilla! ¿Es posible? |
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SECUNDINA.- (Que aparece precipitadamente.) Un prodigio, un encantamiento. |
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REINALDO.- (Sin darle importancia.) No tiene importancia. (Secándose las manos.) Mayores cosas puedo hacer. |
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MARIANO.- (Con cara de resignación.) Ya me lo olía yo. (MARIANO y SECUNDINA desaparecen.) |
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ZAPATERO.- (A REINALDO, confidencialmente.) A mí me gustaría tener ese poder y saber esas palabras. |
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REINALDO.- Es un secreto. Sólo los iniciados pueden conocerlo. |
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ZAPATERO.- Si es por dinero.... |
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REINALDO.- El dinero no es fundamental, pero ayuda. |
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ZAPATERO.- ¡Cuidado! Que viene mi mujer. |
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SECUNDINA.- (Entra con dos jarras de vino, y MARIANO con dos platos.) Y este vino, para celebrar eso del jabón. |
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-47- | ||||
ZAPATERO.- Eso, eso. Bebamos y brindemos por el mago Reinaldo. |
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REINALDO.- Por la prosperidad de todos. |
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(Levantan las jarras y las entrechocan. REINALDO apenas bebe. ZAPATERO se echa un buen trago. MARIANO y SECUNDINA salen.) |
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ZAPATERO.- ¡Oh, delicioso! Parece añejo. (Confidencial.) ¿Qué debo hacer para tener el poder de cambiar las cosas? |
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REINALDO.- Eso es difícil. Bebamos otra vez para disimular. (Mismo juego.) |
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ZAPATERO.- Estoy dispuesto a lo que sea. |
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REINALDO.- La mitad de esa bolsa que llevas ahí en la faltriquera. |
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ZAPATERO.- (Sorprendido.) ¿Eh? |
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MARIANO.- (Con otras dos jarras. Aparte.) Ya van dos mitades. |
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ZAPATERO.- Trato hecho. (A SECUNDINA.) Bebe, que un día es un día. |
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REINALDO.- Bebamos y brindemos por Lorenzo, el mejor zapatero de la comarca. Y por Secundina, la mejor cocinera. |
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TODOS.- Bebamos. |
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SECUNDINA.- Bebe, Mariano. |
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MARIANO.- Yo no, que soy tonto. |
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ZAPATERO.- Mariano, más vino. |
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REINALDO.- Y por Lorenzo, el viejo, el otro gran zapatero. (El juego se repite.) -48-Y por Lupercia, lavandera. Y por Leonardo, carpintero. Y por Guillermina, panadera. Y por Leocadia, costurera. Y por.... Y por.... |
||||
(Las jarras se entrechocan cada vez más lentamente. Hasta que acaban sentados en el suelo el ZAPATERO y SECUNDINA, borrachos y rodeados de jarras vacías, mientras MARIANO observa, con una jarra en la mano, cómo REINALDO busca y da con la bolsa en la faltriquera del ZAPATERO.) |
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REINALDO.- ¡Ajá! Media bolsa y media bolsa hacen una bolsa entera. |
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MARIANO.- Maese Reinaldo, ¿por qué no brinda por Mariano, el tonto? (Y le alarga la jarra.) |
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REINALDO.- (Con recelo, como queriendo huir.) No, no, muchacho, que a mí eso.... |
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MARIANO.- (Hace gestos misteriosos.) ¡Abracadabra, abracadabra! Se lo bebe o se lo traga. |
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REINALDO.- (Bebe con miedo.) Por Mariano.... Por Mariano.... |
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MARIANO.- (Avanzando amenazante hacia él.) Más, más.... |
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(Oscuro.) |
-49-
Cuadro
III
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El ZAPATERO y SECUNDINA escuchan embobados a MARIANO. |
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MARIANO.- (Con satisfacción y sonriente.) Y entonces pensé: «Ahora va a saber quién es Mariano, el tonto». (Gestos.) Y dije mis palabras mágicas y le largué la jarra. Y se pegó un lingotazo. Y yo venga a decir mis palabras, y él venga a beber, hasta que sacó la bolsa y me dijo: «Bravo, muchacho, te la has ganado». Y tambaleándose un poco se fue. |
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ZAPATERO.- ¡Qué maravilla! Mariano, mago. |
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SECUNDINA.- ¡Y qué noble, nos ha devuelto la bolsa! |
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ZAPATERO.- Te mereces una propina. Toma (Y le da dos monedas.) |
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SECUNDINA.- ¿Pero cuáles son esas palabras? Porque nosotros queremos ser magos también. |
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MARIANO.- ¡Huy, huy! Eso es caro. |
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SECUNDINA.- Dale dos más. |
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ZAPATERO.- A ver, a ver, probémoslo. (Dice las palabras como si fuera un rito, y a la vez, inconscientemente, vuelve la bolsa del revés.) |
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(Cuando la bolsa está completamente al revés, la miran los dos y se miran sorprendidos.) |
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SECUNDINA.- Pero si está vacía. |
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ZAPATERO.- Y sólo le hemos dado cuatro monedas.... |
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MARIANO.- La propina, la propina..., que ya me había tomado... por si acaso. (Cantando.) ¡Triquitrí, triquitriquitrí, triquitriquitrá! |
FIN